(Marcos 8, 22-26)
«Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea».
En muchas partes del Antiguo y Nuevo Testamento, Dios nos explica lo que significa nacer de nuevo de verdad. El pasaje de Marcos 8, 22-26 que he compartido con ustedes puede describirse como uno de esos pasajes. Jesús dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7, 21). Esto significa que los que creen solo con sus labios no pueden entrar en el Reino de los Cielos, y que solo los que de verdad conocen la voluntad de Dios y la cumplen pueden entrar.
¿Cuál es la voluntad de Dios que se menciona aquí? La voluntad de Dios es que todo pecador crea en el Evangelio del agua y el Espíritu para ser salvado de sus pecados. El Señor dijo que la única manera de que los seres humanos nazcan de nuevo del pecado es que abran sus ojos espirituales al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Para los que creemos en Jesús como nuestro Salvador, nacer de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es extremadamente importante y no se puede ignorar. Esto puede describirse como una tarea indispensable que Dios nos ha dado.
Como Dios Padre envió a su Hijo Jesús a este mundo, nuestro Señor fue bautizado, derramó su sangre en la Cruz, y se levantó de entre los muertos. Al hacer esto Dios ha bendecido a todo el que cree en Jesús, quien vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, como su Salvador para nacer de nuevo y conseguir todas las bendiciones del Cielo. En el capítulo 3 de Juan, Jesús le dijo a Nicodemo cuando le visitó por la noche: «Nadie puede entrar al Reino de los Cielos si no ha nacido de nuevo del agua y el Espíritu». Por tanto, si hay alguien entre ustedes que todavía tiene pecados en su corazón, debe nacer de nuevo al creer en Jesucristo, quien vino por el Evangelio del agua y el Espíritu y vivir con fe correctamente.
Estoy seguro de que todos ustedes conocen a nuestros visitantes veraniegos: las cigarras. Estas cigarras pasan mucho tiempo bajo tierra. Aunque depende de la especie, en general, las cigarras viven bajo tierra durante 6 o 7 años como ninfas, y en algunos casos hasta 17 años. Pero sea cual sea la especie, todas las cigarras no son más que pequeñas ninfas hasta que se convierten en cigarras adultas. También reciben el nombre de larvas cuando viven bajo tierra, y pasan mucho tiempo sin luz, pero cuando emergen a la superficie, se convierten en bellas cigarras. Es un misterio maravilloso que estas larvas se transformen en cigarras bellas. Dios ha permitido este fenómeno misterioso en la naturaleza para que los pecadores se den cuenta del misterio de cómo el Evangelio del agua y el Espíritu les hace justos.
De la misma manera en que las ninfas que viven bajo tierra se transforman en cigarras adultas completamente diferentes, todos los que vivimos en este mundo debemos nacer de nuevo como hijos de Dios al creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, que está en una dimensión completamente diferente de las demás enseñanzas religiosas. Hasta ahora hemos vivido como ninfas. De la misma manera en que las larvas de cigarra viven bajo tierra sin luz, todo el mundo vive siendo prisionero en la oscuridad del pecado. David, un hombre de fe en la Biblia, confesó en Salmos 51, 5: «He aquí que nací en iniquidad y en pecado me concibió mi madre». Todos los que nacen en este mundo nacen con pecado y son concebidos en pecado como David. Como Adán y Eva, nuestros antecesores, pecaron contra Dios, el resto del mundo nació con pecados. Nosotros éramos pecadores nacidos en la oscuridad del pecado que no podían evitar pecar desde su nacimiento hasta su muerte.
¿Cuál hubiese sido nuestro destino final como pecadores? Dios dijo que cualquier persona con pecado no pueden entrar en su Reino. Ha hecho que sea imposible que cualquier persona con un poco de pecado entre en el Reino de Dios. El único destino para todos los que tienen algo de pecados es el fuego del infierno. Esto se debe a que Dios ha establecido una ley inamovible para que los que tienen un poco de pecado en su corazón sean castigados.
Jesús dijo en el Evangelio según Mateo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5, 26). Esto significa que cualquier persona que tenga algo de pecado no puede evitar ir al infierno. Está escrito en Romanos: «El precio del pecado es la muerte» (Romanos 6, 23). Este pasaje significa que todo el que tenga pecado debe recibir el castigo eterno del pecado. Dios juzga justamente a ir al infierno a todo el que tiene pecados. ¿Significa esto que estamos destinados a ir al infierno porque somos montones de pecados? No, no tiene que ser así. Como el Señor está lleno de amor, ha completado nuestra salvación con el Evangelio del agua y el Espíritu para que los pecadores puedan ser salvados de sus pecados. Esta salvación se consigue al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios y así es como todo el mundo puede recibir la remisión de los pecados y nacer de nuevo.
Todo el que tenga pecados en su corazón es como una larva de cigarra antes de pasar por la metamorfosis. De la misma manera en que esta larva vive en oscuridad perpetua, todo el que tiene pecados no ha nacido de nuevo. Para los que tienen un corazón pecador aunque digan creer en Jesús como su Salvador, esta es la prueba de que no han nacido de nuevo. Pero los que hemos sido salvados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu hemos nacido de nuevo como hijos de Dios perfectos, de la misma manera en que una ninfa se transforma en una cigarra. Hoy, a través de la Palabra de Dios, el Señor nos está enseñando que todo el mundo debe nacer de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Mis queridos hermanos, ¿puede una persona ciega abrir los ojos por sí misma? La Biblia dice que esto es absolutamente imposible. Y por eso, como ninguna persona ciega puede abrir los ojos por sí misma, quien tenga pecados en su corazón no puede borrarlos por sí mismo. Para borrar los pecados de nuestros corazones, debemos encontrar a Jesucristo, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu. Esto significa que podemos recibir la verdadera remisión de los pecados solo si conocemos a Jesús, nuestro Salvador, y nacemos de nuevo al creer en Él.
Ayer llegué a Moscú con mis compañeros pastores. El viaje fue largo pero no aburrido, ya que estaba muy emocionado por verles. Hoy me gustaría predicar a todos mis hermanos de Rusia la Verdad de nacer de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Todavía no han nacido de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu aunque creen en Jesús como su Salvador? ¿Todavía tienen pecados en sus corazones? Si es así estoy seguro de que Dios borrará sus pecados ahora, mientras escuchan su Palabra Divina. Creo que de la misma manera en que el hombre ciego del pasaje de hoy abrió los ojos cuando conoció a Jesús, solo si aceptan completamente en sus corazones la Palabra de Jesús, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, sus pecados pueden eliminarse ahora mismo. La Palabra viva de Dios tiene el poder de borrar todos nuestros pecados y hacernos nacer de nuevo. Dios es el Dios de la Palabra. Les pido que crean que Dios nos dice la Verdad y que cumple su promesa a través de la Palabra de Verdad.
Cuando pasamos al principio de Hebreos 1, vemos que está escrito: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebreos 1, 1-3). En el Evangelio de Juan leemos lo siguiente: «La palabra de Dios es Dios, la Palabra se encarnó, y este Dios encarnado es Jesucristo». Lo primero que deben creer como creyentes fieles del Señor es que la Palabra de Dios es la Verdad. La Biblia dice en Hebreos: «Con el poder de su Palabra, Dios creó los cielos y la tierra y reina sobre todas las cosas». Esto significa que el hecho de estar respirando aquí hoy es gracias al poder de la Palabra de Dios.
Mis queridos hermanos, ¿qué más nos dice esta Palabra de Dios poderosa y viva? Pasemos a Hebreos 1, 3: «habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados». Dios nos ha salvado de todos los pecados. Crean en esta Palabra. Por esta fe el Señor estará con ustedes, les enseñará el Evangelio del agua y el Espíritu, y bendecirá sus almas para que nazcan de nuevo.
Para nacer de nuevo, primero deben salir del mundo que han construido con sus propias experiencias
Mis queridos hermanos, para nacer de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, primero deben salir del mundo que han construido basándose en sus propias experiencias. En otras palabras, deben librarse de la cárcel de sus propias experiencias para poder aceptar la verdadera Palabra de Dios sin ningún obstáculo. Todo el mundo tiene su propia burbuja formada por sus propias experiencias. Ustedes también están viviendo en su propio mundo. Este mundo propio es tan familiar para cada persona que se puede ir a cualquier parte con los ojos cerrados. Saben dónde está todo en ese mundo. Incluso una persona ciega puede vivir en su pequeño mundo sin demasiados problemas.
Mientras vivimos en este mundo, todos hemos aceptado varias doctrinas cristianas y experiencias religiosas en nuestros corazones. Nuestro propio mundo está compuesto de estas experiencias. La mayoría de las personas están acostumbradas a este mundo de fe falsa que han conocido desde hace mucho tiempo y viven cómodamente en él, sin saber que son pecadoras y que no han recibido la remisión de los pecados ni han nacido de nuevo.
Sin embargo, mis queridos hermanos si quieren que sus almas nazcan de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, es absolutamente necesario que salgan de su propio mundo. Esto se debe a que no pueden abrir los ojos a la Verdad si siguen en su burbuja cómoda. Así que si siguen en este mundo de sus propias experiencias, no podrán evitar vivir según sus prejuicios e intereses. Este mundo es muy diferente a la vida que sigue a Dios completamente. Vivir en esta burbuja de experiencias propias es completamente diferente a vivir según la Palabra de Dios.
Ahora vamos a pasar a Génesis un momento. Como saben muy bien, Satanás engañó a Adán, el primer hombre, para que comiese del árbol del conocimiento del bien y del mal, y así hizo que Adán distinguiese el bien y el mal según sus propios criterios. Satanás engañó a Adán con sus mentiras y le enseñó a juzgar el bien y el mal por su cuenta para que no pudiese creer en la verdadera Palabra de Dios tal y como es, y así se separase de Dios. Al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal Adán y Eva tuvieron su propio criterio para juzgar el bien y el mal, y este criterio era completamente diferente al de Dios. Antes de pecar sus pensamientos estaban completamente de acuerdo con la Palabra de Dios, pero después todos sus pensamientos se volvieron en contra de la Palabra. Y esta diferencia entre los pensamientos del hombre y la Palabra de Dios sigue siendo igual hoy en día, ya que somos descendientes de Adán.
Mis queridos hermanos, si hay pecados en sus corazones, y si están viviendo en contra de la Palabra de Dios sin conocer el verdadero criterio del bien y del mal, deben salir de su propio mundo de experiencias personales. Todas las creencias que tenían en su propio mundo, tales como las doctrinas erróneas cristianas como creer solo en la sangre derramada en la Cruz, son falsas. Si quieren encontrar la Verdad del Señor y creer en su Palabra tal y como es, deben librarse de estas creencias falsas.
En el Libro de Segunda de Reyes, capítulo 5, se narra la historia del general Naamán que era el comandante del poderoso ejército sirio, pero que tenía lepra. No podía curar su lepra por mucho que lo intentase, y al final acudió a Eliseo, el siervo de Dios. El general Naamán esperaba que Eliseo le pusiera las manos y orase por él. Sin embargo, Eliseo simplemente le mandó su siervo para que le comunicase la Palabra de Dios: «Ve al río Jordán y métete en el agua siete veces. Entonces tu piel quedará limpia como la de un bebé».
El general Naamán no entendió. Esto se debe a que el mensaje de Eliseo no tenía ningún sentido para él en su propio mundo. Como Naamán no había salido de sus propias experiencias, se enojó y dijo: «En mi país, Siria, hay ríos mucho más limpios que ese Jordán. ¿No sería mejor que fuera a uno de estos ríos en vez de bañarme en el agua sucia del Jordán?». Así que se enojó y se sintió tan insultado que pensó en volver con su ejército e invadir Israel para destruir esa nación.
Este general Naamán es un buen ejemplo del tipo de personas que viven en el presente. De la misma manera en que el general prefería ríos limpios en su propio país a las aguas sucias del río Jordán, nosotros también pensamos que naceríamos de nuevo si fuésemos a una iglesia que tiene una larga historia y muchos miembros. Sin embargo, es erróneo estar confinados en nuestro pequeño mundo de experiencias propias. No hay ninguna iglesia mundana que pueda ayudar a alguien a nacer de nuevo por muy grandiosa que sea. La bendición de nacer de nuevo puede obtenerse solo en un lugar donde se predique el Evangelio del agua y el Espíritu según la Palabra de Dios. En otras palabras, solo si son redimidos de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podrán ser curados perfectamente de su lepra espiritual y sus cuerpos serán rejuvenecidos.
El general Naamán, enojado por el mensaje de Eliseo que le pedía que se bañase en el Jordán, no pudo suprimir su ira y pensó en invadir Israel como venganza. Sin embargo, uno de sus subordinados le dijo: «General, si Eliseo te hubiese dicho que hicieses algo más difícil, ¿lo hubieras hecho? Si es así, ¿por qué no crees en la Palabra de Dios ya que solo tienes que hacer esto?». Al oír esto, el general Naamán cambió de opinión, fue al río Jordán y se bañó siete veces. El que Naamán se bañase siete veces no implica ningún esfuerzo humano o acción por su parte, sino que solo significa que creyó en la Palabra. Dicho de otra manera, Naamán salió de su mundo propio y aceptó la Palabra de Dios tal y como es.
¿Qué ocurrió con su lepra? Si sienten curiosidad, lean Segunda de Reyes 5, 14: «El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio». Era predecible que su piel leprosa se curase completamente y quedase limpia como la piel de un niño.
Hablando espiritualmente, la lepra mencionada en la Biblia puede interpretarse como la enfermedad del pecado que todo el mundo tiene. De la misma manera en que el general Naamán fue curado de su lepra al creer en la Palabra de Dios tal y como es. Cuando creemos en la Palabra de Dios conforme es podemos ser librados de nuestros pecados sucios. Pero a pesar de esto, hay muchas personas que no han dejado el mundo de sus propias experiencias y que piensan que sus pecados pueden borrarse si hacen trabajo de voluntariado para una buena causa, si practican el ascetismo o auto disciplina.
Sin embargo, esta noción es errónea. Dios dijo en Jeremías: «Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor» (Jeremías 2, 22).
Esto significa que sus pecados se limpian solo cuando creen en la Palabra del Evangelio de la remisión de los pecados, el Evangelio del agua y el Espíritu. Así nuestro Señor está diciendo que todos los pecados de su corazón pueden borrarse solamente cuando salen de su propio mundo de experiencias personales y aceptan completamente la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu.
Por alguna casualidad, ¿hay alguien que piense que puede entrar en el Cielo ofreciendo oraciones de penitencia diligentemente y santificándose? ¿Creen que pueden entrar en el Cielo si viven virtuosamente y cumplen la Ley de Dios diligentemente? ¿Siguen sin estar seguros de la autenticidad del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús nos ha dado? Si es así, este es el indicador de que no han salido de su propio mundo, y por eso ahora es el momento de dejar de lado estas experiencias propias. Deben salir de su propia burbuja. Todo este tiempo han creído en el Señor mientras vivían en su propio mundo de experiencias personales, pero ¿cuál es su condición actual? Los pecados de sus corazones no han desaparecido sino que siguen ahí. Ahora es el momento de escapar de sus creencias falsas, porque con esta fe nunca podrán entrar en el Reino de Dios.
Solo hay una manera de escapar de los pecados, y es encontrando el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado y creyendo en este Evangelio. El general Naamán fue completamente curado de su lepra para siempre porque había conocido a Eliseo, el siervo de Dios, escuchó la Palabra de Dios que él le dio, y creyó en ella tal y como era. De la misma manera, hoy en día, si también creen de corazón en el Evangelio del agua y el Espíritu, la verdadera Palabra de Dios, en este momento pueden recibir la remisión de los pecados y nacer de nuevo.
Por esta razón deben dejar de lado sus creencias. Deben salir de la burbuja de sus creencias, escuchar la Palabra de Dios, y aferrarse a esta Palabra de Dios por fe. Dios dejó claro que cualquiera que tenga pecados no puede entrar en su Reino. Y la única manera de borrar los pecados, si me dejan reiterarlo una vez más, es creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado y nacer de nuevo.
Hablando espiritualmente las personas ciegas que aparecen en la Biblia se refieren a los pecadores
Por eso, el hecho de que el hombre ciego en el pasaje de las Escrituras de hoy abriese los ojos cuando conoció al Señor, significa que un pecador fue redimido de sus pecados al encontrar a Jesús. En otras palabras, esto significa que, a través del Señor, un hombre que vivía con pecados y transgresiones se convirtió en un hijo de Dios justo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que le dio vida a su alma. De esta manera, el Señor nos enseña a través de su Palabra que la única manera de ser redimidos de los pecados es tener fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Todo el mundo debe ser redimido de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu sin falta. Aunque nacemos como pecadores sucios cuando nuestras madres dan a luz, si creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios, el Evangelio de nuestro Padre espiritual, seremos redimidos de nuestros pecados y naceremos de nuevo como personas justas y limpias.
Para que el hombre ciego abriese los ojos, es decir para que un pecador nazca de nuevo, hacen falta dos cosas. Cuando leemos la Biblia encontramos un suceso similar en Juan 9, 1-7. En este caso el Señor escupió en el suelo e hizo barro con la saliva y después la puso en los ojos del hombre ciego. Estas dos cosas tenían que hacerse antes de que el hombre ciego abriese los ojos. Esto es bastante extraño. Después de todo, Jesús podría haber abierto los ojos del hombre ciego con un método más limpio. ¿Por qué dice la Biblia que Jesús escupió en el suelo y formó barro con su saliva? ¿Por qué hizo esto el Señor?
Mis queridos hermanos, no hay nada en la Biblia que sea superfluo. Dios dijo que ni una jota ni una tilde desaparecerían de su Palabra hasta que los Cielos y la tierra desaparecieran. De esta manera, toda la Palabra de Dios contiene una verdad profunda, y esta verdad se encuentra en el episodio de hoy.
Escupir aquí simboliza el juicio y la maldición. Piensen en cuando insultamos a una persona. Escupimos en su alma sucia y la maldecimos. En Juan 9 el Señor escupió en el suelo e hizo barro con la saliva y después ungió al hombre ciego con el barro, lo que simboliza que merecemos ser juzgamos y malditos. Mis queridos hermanos, todos debemos darnos cuenta sin falta de que no podemos evitar ser condenados por nuestros pecados, debemos admitir claramente ante la Palabra de Dios que estamos destinados a ir al infierno por nuestros pecados. En otras palabras, debemos reconocer ante Dios que somos pecadores desde el momento en que nacemos y que por eso debemos ser destruidos. Nosotros debemos admitir esto en nuestros corazones, ya que cualquier persona que no admita que está destinada al infierno no puede recibir la remisión de los pecados de Jesús.
Cuando Jesús estaba en este mundo los fariseos de aquel entonces no creían que estaban destinados al infierno por sus pecados. Aunque habían conocido a Jesús en persona, no podían nacer de nuevo y esto se debe a que no reconocían sus fallos. Pero los que han nacido de nuevo al conocer a Jesús han reconocido claramente que eran pecadores destinados al infierno por sus iniquidades, y han creído en Jesús como su Salvador. El Señor dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Marcos 2, 17). Esto significa que el Señor busca y sana solo a los que admiten que son pecadores.
Mis queridos hermanos, ¿están destinados a ir al infierno por sus pecados? Les pido que admitan esto ante Dios. Nuestro Señor entonces buscará a todos los que admitan que son pecadores depravados. ¿Hay alguien entre ustedes que admita sinceramente que está destinado a ir al infierno? Levanten la mano. ¡Aleluya! Dios está contento con los que han levantado la mano. Incluso los que no han levantado la mano, estoy seguro de que también han admitido en sus corazones que son pecadores. Probablemente tengan vergüenza de levantar la mano. Sin embargo, cualquiera que tenga pecados en su corazón, es decir todo el que sea pecador, debe levantar la mano ante Dios y admitir que es pecador. Dios le da su Palabra de poder que borra todos los pecados y le permite nacer de nuevo. No tiene sentido decir que una persona puede ir al Cielo aunque tenga pecados o que pueda evitar el infierno si no ha nacido de nuevo. Los que creen en esta noción no han salido de su propio mundo todavía.
Dios dijo a su amado Abraham: «Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Génesis 12, 1). Entonces Abraham dejó su país, su familia y la casa de su padre, es decir, dejó sus propias experiencias, y siguió a Dios por su Palabra, por lo que fue bendito por Dios abundantemente.
Estoy seguro de que debemos ser como Abraham. Las bendiciones de Dios son recibidas por los que escapan de sus creencias erróneas y admiten ante la Palabra de Dios: «Señor, soy pecador. No puedo evitar ir al infierno». Jesús dijo claramente: «Bienaventurados los pobres de espíritu porque suyo es el reino de los cielos». Como en este pasaje, los que admiten ante Dios que son pecadores y que están destinados al infierno son pobres de espíritu y sus corazones son sinceros por lo que pueden ir al Cielo.
¿Lo entienden? Si lo entienden, admitan ante Dios que su corazón es pecador. Para eso el Señor escupió en los ojos del hombre ciego. Al escupir en los ojos del ciego, Jesús nos estaba intentando decir que estamos destinados a ir al infierno porque tenemos pecados en nuestros corazones.
¿Qué hizo Jesús a continuación? Puso las manos en el hombre ciego y le tocó los ojos. Entonces el hombre ciego volvió a ver claramente. Se dice que los ojos son la ventana al corazón. El Señor habló de la importancia de los ojos diciendo: «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mateo 6, 22). Cuando el Señor puso las manos en los ojos del ciego, la lámpara de su corazón tomó todos los pecados que había en su corazón.
El que Jesús pusiese las manos sobre los ojos del ciego tiene un significado espiritual muy importante para nosotros. En el Antiguo Testamento Dios estableció un sistema de sacrificios para su pueblo como medio para redimir sus pecados y obtener la remisión de los pecados. Sin embargo, este sacrificio no podía ser el sacrificio perfecto hasta la llegada de Jesucristo a este mundo. Por eso, por muchos sacrificios que se ofreciesen a Dios, sus pecados no se borraban completamente. Piensen en esto. Los pecados de sus corazones no pueden desaparecer por mucho que crean en Jesús ni por muchas oraciones de penitencia que ofrezcan. Aunque muchos pastores enseñan a sus congregaciones que esto es posible, en realidad no se puede borrar ningún pecado con las oraciones de penitencia. No hay ninguna enseñanza en la Palabra de Dios que diga que los pecados se borren mediante oraciones de penitencia.
Dios solo dice: «Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona» (Levítico 17, 11). En otras palabras, el bautismo del agua que Jesús recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz son la consecuencia de este bautismo y es la única manera de erradicar sus pecados y su condena.
Como Dios tuvo compasión por los que estaban condenados a ser arrojados al infierno por sus pecados, nos da una manera a prueba de fallos para erradicar nuestros pecados y ser redimidos. Nos enseñó el método de la imposición de manos por el que los pecadores ponían las manos sobre un cordero sin pecado y le pasaban sus pecados. Cuando pasamos al Libro de Levítico en el Antiguo Testamento, vemos muchos pasajes en los que los pecados se pasaban a un cordero mediante la imposición de manos.
Deben pasar sus pecados a Jesús por fe
En el ritual de la ofrenda del pecado del Antiguo Testamento, que realizaban los israelitas para ser perdonados por sus pecados, el primer requisito era un cordero sin pecado. Por supuesto también se utilizaban otros animales como toros, terneras y cabras, pero hoy en día voy a mencionar el cordero como animal expiatorio. En aquel entonces, para ser redimido de sus pecados, un pecador pasaba sus pecados a un cordero mediante la imposición de manos sobre su cabeza. Espiritualmente esta imposición de manos simboliza el traspaso de los pecados. Como Dios amó al pueblo de Israel, le dio la ley de la remisión de los pecados mediante la que podían pasar sus pecados a un animal por la imposición de manos sobre la cabeza del animal. Y permitió que este cordero fuese condenado por los pecados de los israelitas en su lugar.
Lo que me gustaría destacar es que en el Antiguo Testamento los israelitas pasaban sus pecados a un animal mediante la imposición de manos sobre su cabeza. Para verificarlo, debemos leer un pasaje más en el Antiguo Testamento. El evangelista Bae Lydua de nuestra Iglesia en Rusia leerá dos versículos de Levítico 16, 20-21: «Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto». Amén.
Como pueden ver en este pasaje, todos los pecados del pueblo de Israel se pasaban al chivo expiatorio cuando el Sumo Sacerdote ponía las manos sobre su cabeza. Dios eliminaba los pecados del pueblo de Israel al hacerles pasar sus pecados a un animal mediante la imposición de manos.
Ahora vamos a pasar al Nuevo Testamento para leer una Palabra relacionada. En Hebreos 10, 10 el Señor dijo: «En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre». En este pasaje nos damos cuenta de que Jesucristo vino como nuestro Cordero del sacrificio, de la misma manera en que el chivo expiatorio del Antiguo Testamento tomaba los pecados de los israelitas el día de la expiación. Jesús es el Cordero de Dios que vino a este mundo para cargar con todos los pecados del mundo para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista; y para borrar todos los pecados de los pecadores. Jesús es el Hijo de Dios que vino al mundo hace 2.000 años. Este glorioso Jesús vino a este mundo sucio encarnado en un hombre para tomar todos los pecados del mundo a través de su bautismo.
Cuando Jesús vino al mundo, fue bautizado por Juan el Bautista (Mateo 3, 13-15). Como Juan el Bautista era descendiente de Aarón, el Sumo Sacerdote, podía convertirse en el representante de la humanidad, y cuando puso las manos sobre la cabeza de Jesucristo en nombre de toda la humanidad, todos los pecados del mundo fueron pasados a Jesús. En el Antiguo Testamento, Aarón, el Sumo Sacerdote, pudo pasar los pecados del pueblo de Israel al chivo expiatorio como su representante. De la misma manera, Juan el Bautista, un descendiente de este Aarón, estaba cualificado para pasar todos los pecados del mundo a Jesús como Sumo Sacerdote de este mundo.
El Señor dijo sobre Juan el Bautista que era el mayor de los nacidos de mujer (Mateo 11, 11). Juan el Bautista es el representante de toda la humanidad, incluyendo ustedes y yo. Como Juan el Bautista bautizó a Jesús en el río Jordán, todos los pecados de la humanidad fueron pasados a Jesús. Hablando espiritualmente, el bautismo tiene el mismo significado que la imposición de manos. Dicho de otra manera, Jesús fue bautizado mediante la imposición de manos.
Si Juan el Bautista, el representante de todo hombre y mujer, puso las manos sobre la cabeza de Jesús, ¿no significa esto que todos los pecados del mundo se pasaron a Jesús? Por supuesto que sí. Sé que hay algunas personas que no creen en esta Verdad. Otras personas dicen que no lo pueden entender. Sin embargo, esta creencia surge del hecho de que no han escapado de sus propios pensamientos formados por sus propias experiencias. Si se libran de todas sus creencias falsas y creen en la Palabra de Dios tal y como es, todas estas cosas se grabarán en sus corazones como la Verdad clara.
Dios dijo en Mateo 3, 15 que Jesús aceptó así todos los pecados del mundo mediante este método, es decir, al ser bautizado por Juan el Bautista. A través de este bautismo todos los pecados de este mundo pasaron al cuerpo de Jesús para siempre, trascendiendo el tiempo y el espacio. Este es el poder del Evangelio del agua y el Espíritu que constituye la Verdad de la vida. Dios Padre ha borrado todos nuestros pecados para siempre con el misterio de la imposición de manos y el bautismo de Jesús. Por tanto, si de verdad creemos en el Señor, es nuestro deber aprender acerca de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y poner toda nuestra fe en este Evangelio.
El Señor dijo:
«Si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos;
si fueren rojos como el carmesí,
vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1, 18).
Como ahora hemos recibido la remisión de los pecados y estamos tan limpios como la nieve blanca al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, no debemos volver a nuestro propio mundo de experiencias. En cada momento, hasta el día en que muramos, debemos confiar en el Evangelio del agua y el Espíritu que ha borrado todos nuestros pecados y nos ha permitido nacer de nuevo. Y por esta fe podemos seguir al Señor.