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Tema 23: Hebreos

[Capítulo 5-1] Los sacerdotes nombrados por Dios (Hebreos 5, 1-11)

(Hebreos 5, 1-11)
«Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo:
‘Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.’ Como también dice en otro lugar: ‘Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec.’ Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec. Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír».
 
 
Hoy me gustaría explicarles el papel del Sumo Sacerdote que aparece en el Antiguo y Nuevo Testamento. Al establecer un cargo para ofrecerle sacrificios, Dios nombró un Sumo Sacerdote para eliminar los pecados de la gente. Esta es la gran misericordia y amor que Dios ofreció a Su pueblo. Sin embargo, todo Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento tenía debilidades carnales como todo el mundo. Está escrito en el pasaje de las Escrituras de hoy: «Para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad» (Hebreos 5, 2). Como los Sumos Sacerdotes del Antiguo Testamento también tenían debilidades, podían saber lo que sentía su pueblo y por tanto ofrecerle sacrificios a Dios en nombre del pueblo por sus debilidades. En otras palabras, cuando Dios nombraba a los Sumos Sacerdotes en el Antiguo Testamento para que mediasen entre Dios y el pueblo de Israel, estos Sumos Sacerdotes también eran imperfectos en la carne como todo el mundo.
Dios no utilizó a los ángeles para eliminar los pecados de la gente. Un ángel orgulloso había desobedecido la autoridad de Dios e intentado usurpar Su trono en rebelión. Como consecuencia de este acto de rebeldía, este ángel fue maldito y rebajado al rango más bajo. Este ángel no era débil ni insuficiente como un ser humano. Por el contrario, estaba lleno de orgullo y era mucho más fuerte que ningún ser humano. Pero Dios no nombró a este ángel Sumo Sacerdote ni tuvo intención de hacerlo.
Como la carne humana está hecha de polvo, todo el mundo es débil y por tanto puede caer en la tentación. Entre estos seres tan frágiles Dios escogió y seleccionó a alguien para mediar entre Dios y el hombre como Sumo Sacerdote. Así es como Dios cumplió Su voluntad. Todo esto se hizo según la voluntad de Dios.
 
 

En el Nuevo Testamento, Dios quiere escoger y utilizar a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu para eliminar los pecados de Su pueblo

 
La gracia de la salvación y las bendiciones de Dios que les da a todos los pecadores que viven en estos tiempos también la otorga a través de los que tienen fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. En la era del Nuevo Testamento, los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu son los que están sirviendo a Dios de la misma manera que los sacerdotes del Antiguo Testamento. La obra de Dios consiste en salvar a las almas perdidas que están yendo de camino al infierno por sus pecados.
Para hacer esta obra es muy importante que nos demos cuenta de que somos débiles. ¿Qué ocurriría si los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu fuésemos perfectos en nuestra carne? Que sería difícil entender las circunstancias y las faltas de nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia, y aún menos la de los que todavía están perdidos. Después de todo, todos los pecadores en este mundo son débiles en la carne. Aunque estas personas son débiles en la carne, deben acercarse a la justicia de Dios.
Por el contrario, los que buscan la santificación de la carne tendrían dificultades para entender esto. Esta gente vive confundida porque no entiende las debilidades fundamentales de la raza humana. Así que debe descubrir la Verdad de la salvación que se encuentra en el Evangelio del agua y el Espíritu. Hasta que encuentren esta Verdad, están destinados a vivir aún con más confusión. Esto se debe a que no pueden entender la misericordia y el amor que Dios les está ofreciendo. Como consecuencia, no pueden evitar vivir con la salvación imperfecta.
En el presente, la obra de Dios se está haciendo a través de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios nos ha mandado que salvemos a todos los pecadores en este mundo de todos sus pecados al predicar este Evangelio verdadero. Aunque los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu son insuficientes en la carne, Dios todavía puede utilizarlos como Sus instrumentos por su fe en Su verdadero Evangelio. Todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu ahora tienen esta tarea de predicar este Evangelio a todo el mundo. Dios nos ha pedido que demos un testimonio claro de Su Evangelio del agua y el Espíritu. En el Nuevo Testamento, Dios quiere que cumplamos Su voluntad a través de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios quiere darnos Su verdadera salvación a todo el mundo. Por eso estamos intentando llevar a todos los pecadores del mundo a tener fe en la justicia de Dios. Dios nos está haciendo Sus santos para vivir por nuestra fe en Su justicia. En estos tiempos, solo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu son los que tienen esta verdadera fe a los ojos de Dios.
Por tanto, es muy importante para nosotros entender a los que todavía no han recibido la remisión de los pecados y cuidar de ellos bien. Debemos explicarles por qué no pueden evitar pecar contra Dios y enseñarles cómo pueden recibir la remisión de los pecados. También es nuestra responsabilidad mostrarles que están viviendo sus vidas de fe en vano y enseñarles el camino correcto. En el pasado nuestros corazones estaban en el sitio equivocado como estas personas y por tanto los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos tener misericordia de ellos y guiarlos por el buen camino predicando el Evangelio del agua y el Espíritu.
Así que hemos experimentado lo que estas personas están pasando y por eso podemos tener misericordia de ellos y predicarles con sinceridad. Como personas que creen en la justicia de Dios, debemos poder predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a estos pecadores para borrar todos sus pecados y nutrir su fe para que puedan crecer a través de la Palabra de Dios. En otras palabras, los que siguen teniendo pecados en sus corazones deberían poder escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu de los que ya creen en la justicia de Dios. Solo entonces pueden estos pecadores recibir la remisión de los pecados.
No podemos ser perfectos en nuestra carne. Si el pueblo del Antiguo Testamento hubiese sido perfecto, no tendría que haber ofrecido sacrificios animales a Dios para recibir la remisión de los pecados todos los días. Así que debemos recordar nuestras propias debilidades tan a menudo como podamos. Y al darnos cuenta de esto debemos tener misericordia de los pecadores que siguen estando atormentados por sus debilidades y enseñarles acerca de cómo el Señor Jesús ha borrado todos sus pecados y debilidades. Debemos predicarles que Jesucristo, que nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu, es el Salvador que ha trascendido todas nuestras debilidades y darnos la perfecta salvación.
 
 

Dios quiere trabajar a través de los que creemos en Su justicia

 
Muchos cristianos hoy en día tienen nociones erróneas acerca de sus ministros. Algunos cristianos piensan que los pastores son personas de carácter santo. Así que cuando escuchan a sus pastores predicar con una voz santa, pueden pensar que el carácter de sus pastores es diferente a su carácter pecador. Muchos de ellos probablemente piensan que los ministros son la santidad misma, así que es fácil creer que son diferentes a ellos. Pero muchos pastores hoy en día están haciendo que sus congregaciones sean pecadores y las llevan a tener una fe errónea de santificación. De hecho, a los ojos de Dios estos pastores no son Sus siervos reales que creen en la justicia de Dios. En otras palabras, estos ministros no son los que han sido salvados de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, son incapaces de predicar a todos los que están sujetos a las debilidades de la carne el Evangelio que les justifica en la justicia de Dios. Simplemente hipnotizan a sus seguidores para que crean erróneamente que pueden recibir la remisión de los pecados al ofrecer oraciones de penitencia todos los días.
Sin embargo, a través de los verdaderos siervos de Dios que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, Dios ha obrado en las vidas de muchas personas para que reciban la remisión de los pecados para siempre. Por tanto, es muy importante entender que Dios ha hecho obreros Suyos a los verdaderos creyentes en el Evangelio del agua y el Espíritu y les ha confiado Su obra de predicar a los débiles e ignorantes.
Sin embargo, en estos tiempos, incluso la gente carnal que todavía no ha recibido la remisión de los pecados para siempre están todavía predicando como pastores. Como estos pastores están predicando sin entender y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, no pueden cumplir su ministerio. ¿Cómo puede un pastor que es pecador interceder por los demás? Solo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, a los que Dios ha nombrado para Su ministerio, pueden hacer Su obra espiritual. Y en Su providencia Dios está obrando a través de estos verdaderos creyentes. Todos fuimos creados en la imagen de Dios, y ahora que Dios nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu, nos está usando como Sus instrumentos de la justicia. Como Jesucristo es nuestro Salvador y Señor, fue más que capaz de completar Su obra de salvación para eliminar todos nuestros pecados perfectamente con el Evangelio del agua y el Espíritu.
Dios ha levantado a estas personas débiles como nosotros como Sus siervos para salvar a Su pueblo de todos sus pecados. Todo esto ocurrió por el amor y la gracia de Dios. Hablando estrictamente, solo los débiles pueden seguir la justicia de Dios, no los fuertes. Sin embargo, algunos hermanos y hermanas todavía piensan erróneamente que un siervo de Dios tiene que ser santo por fuera, no cometer errores y tener autoridad, mientras que no se dan cuenta de que quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu puede convertirse en siervo de Dios.
Algunos cristianos ven a sus pastores en términos carnales por sus prejuicios. Tienen la noción equivocada de que un pastor es perfecto, de la misma manera en que los niños piensan que los maestros no pueden nunca estar equivocados. Si Dios hubiese hecho siervos Suyos de los que son perfectos en la carne, no habría ningún siervo de Dios porque todo el mundo es débil, incluso los que son nombrados siervos de Dios. Los líderes de la iglesia también tienen muchas debilidades porque son frágiles como ustedes, pero a pesar de esto pueden hacer la obra de Dios porque han escuchado el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu a través de la Palabra de Dios, la han obedecido y han creído en ella. Un verdadero líder espiritual conoce sus debilidades muy bien y por eso precisamente puede guiar a muchas personas por el buen camino a los ojos de Dios poniendo toda su confianza en la justicia de Dios solamente.
Hoy en día hay demasiados pastores que fingen ser santos y tener compasión delante de sus congregaciones cuando están llenos de debilidades ante Dios. Así que, cuando dan un sermón, predican a sus congregaciones que se arrepientan. Pero en realidad, predicar el Evangelio del agua y el Espíritu es más importante que pedir a la congregación que se arrepienta. Por supuesto, el problema es que muchos pastores simplemente recuerdan a sus congregaciones los pecados cometidos la semana pasada en vez de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. Estos pastores son hipócritas. No pueden ser aprobados por Dios.
En el Antiguo Testamento, los Sumos Sacerdotes eran nombrados de la casa de Aarón. Trabajaron en el Tabernáculo como intercesores entre Dios y Su pueblo. Pero eran todos mortales y tenían muchas debilidades. Tenían que pasarse el cargo uno detrás de otro porque eran seres mortales. Por el contrario, Jesús vino a este mundo como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos y nuestro Salvador, y es perfecto y vive para siempre. Dios levantó a Jesucristo como Intercesor entre Dios y la humanidad. Dios levantó a este Sumo Sacerdote solamente para salvar a la raza humana que fue creada en Su propia imagen.
Como saben muy bien, en el Nuevo Testamento Jesús vino a por nosotros como el Salvador de toda la humanidad encarnada en un ser humano. Jesucristo no es solamente el Salvador que nos ha librado de todos los pecados del mundo, sino que también es el Creador que nos ha creado. Sin embargo, como se vistió de la carne humana, pudo entender todos nuestros atributos humanos. Por eso Jesús, que era un Hombre y Dios mismo, fue bautizado por Juan el Bautista para cargar con todos nuestros pecados como nuestro Salvador.
En el Antiguo Testamento, el Sumo Sacerdote podía pasar todos los pecados anuales de su pueblo al animal del sacrificio el Día de la Expiación mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal en nombre de todos los israelitas. De la misma manera, Juan el Bautista, un descendiente de Aarón y el representante de toda la humanidad (Lucas 1, 5; Mateo 11, 11), pudo pasar todos los pecados de este mundo a Jesús al bautizarlo. Como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos, Jesús se ofreció a Sí mismo para siempre como el sacrificio eterno para eliminar todos los pecados de Su pueblo ignorante y débil.
Por tanto, toda la raza humana debe ser salvada de todos sus pecados al creer en la justicia de Jesucristo. Los pecados de la raza humana no pueden ser eliminados con cualquier otro sacrificio que no sea el de Jesús. Nuestro Señor solamente cargó con todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista en el Río Jordán, y solo Él se convirtió en nuestro sacrificio de expiación al ser crucificado hasta la muerte. Todos debemos darnos cuenta de que es el Señor quien nos ha salvado.
 
 

Jesucristo no es alguien que no conozca las debilidades de nuestra carne, sino que las entiende todas

 
El que Jesús entienda nuestras debilidades significa que sabe y siente exactamente por lo que pasamos. En otras palabras, Jesús tuvo las mismas debilidades con las que nos encontramos, sintiéndose hambriento y tentado. Sin embargo, como Jesucristo es Dios mismo, era perfecto. Así que, aunque es Dios mismo, cuando vino a este mundo a salvarnos, cargó con todas nuestras debilidades y nuestros pecados para salvarnos, cargó con todas nuestras debilidades y pecados para salvarnos. Como Sumo Sacerdote del Cielo, Jesús se convirtió en nuestro verdadero Salvador. Esta es la gracia de Dios.
Pasemos a Hebreos 5:
«Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados» (Hebreos 5, 1). Está escrito aquí que todo Sumo Sacerdote fue nombrado por los hombres. En el Antiguo Testamento, los Sumos Sacerdotes ofrecían sacrificios por su pueblo, como está escrito: «Para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo» (Hebreos 5, 2-3). Es una bendición maravillosa de Dios el que nombrase a un hombre débil en la carne como Sumo Sacerdote. Los Sumos Sacerdotes no solo ofrecían sacrificios para el pueblo de Dios, sino que también tenían que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, porque eran seres humanos débiles que eran tentados. Esto significa que todo Sumo Sacerdote tenía que conocer la gravedad del pecado y el sufrimiento que lo acompaña y por eso tenía que creer en la Verdad de la salvación escondida en el sistema de sacrificios, es decir, en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Ningún pastor puede predicar correctamente si no conoce las debilidades de los miembros de sus iglesias. Incluso nuestros ministros trabajan duro para ganar dinero como todos los hermanos y hermanas de la Iglesia. Ellos mismos deben apreciar lo duro que es para nuestros hermanos y hermanas tener un trabajo para ganarse la vida. Solo entonces pueden orar por los santos y guiarlos correctamente con un conocimiento completo de sus circunstancias. Así que es incorrecto que nuestros ministros no conozcan las circunstancias de nuestros santos. Aunque nuestros ministros no ganen dinero personalmente, deben experimentar esto aunque sea indirectamente. Solo entonces podrán apreciar lo importante que es que nuestros santos vivan su fe y sirvan al Señor a pesar de las dificultades.
 
 
Somos sacerdotes espirituales
 
Hablando espiritualmente, todos los líderes de la Iglesia de Dios son también sacerdotes. El Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento ofrecía el sacrificio del Día de la Expiación solo una vez al año. Aunque los sacerdotes normales tenían que hacer sacrificios todos los días, el Sumo Sacerdote borraba todos los pecados anuales del pueblo de Israel al ofrecer solo un sacrificio. Cuando llegaba el Yom Kippur, el décimo día del séptimo mes del calendario judío, el Sumo Sacerdote llevaba dos cabras para ser sacrificadas y para eliminar todos los pecados anuales de los israelitas, pasaba estos pecados a los animales del sacrificio (un toro y una cabra) mediante la imposición de manos. Entonces les sacaba la sangre a los animales y los ofrecía como holocausto, mientras mandaba a la otra cabra al desierto para morir después de la imposición de manos delante de los israelitas. Así es como Dios ha eliminado todos los pecados anuales del pueblo de Israel (Levítico 16).
En el presente también los que han recibido la remisión de los pecados de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu también comparten esta misma fe que la gente del Antiguo Testamento. Solo esta fe puede eliminar todos los pecados del mundo para siempre. Los creyentes del Evangelio del agua y el Espíritu no piden a los demás que reciban la remisión de los pecados a diario. Pero confiesan su fe, testificando que Jesús aceptó todos sus pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y entonces fue a la Cruz, porque saben que cometerán pecados hasta que mueran. Por eso debemos predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a todos los que desean creer en la justicia de Dios.
En la era del Nuevo Testamento los siervos de Dios no tienen que llevar un cordero o un toro, ponerle las manos encima, matarlo y poner su sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, cortar la carne o quemarla para ofrecerla a Dios como se hacía en el Antiguo Testamento, sino que ahora están predicando el Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo. Dicho de otra manera, estamos predicando por fe la obra justa de la salvación que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, ha cumplido por nosotros en este mundo. Todos los pecadores tienen las mismas debilidades carnales que nosotros, y tenemos este deber de ofrecer el sacrificio de salvación por ellos a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Entonces vendrán a recibir la remisión de los pecados al escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu y creer en él de corazón. Ofrecer el sacrificio de fe así es lo que significa predicar el Evangelio del agua y el Espíritu.
Al darnos cuenta de que estamos sujetos a las debilidades de la carne así, todos nosotros en la Iglesia, desde los ministros hasta los laicos, debemos entender que el Señor cargó con todos nuestros pecados para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista. Entre la multitud de personas que están sujetas a las debilidades de la fe, Dios ha levantado a los creyentes del Evangelio del agua y el Espíritu en particular como Sus sacerdotes en este mundo. Mis queridos hermanos, ninguno de nosotros fue nombrado sacerdote como un ser perfecto, sino que somos sacerdotes de Dios como seres imperfectos en la carne. Por tanto, debemos recordar siempre que debemos vivir nuestra fe en la justicia de Dios y cumplir nuestro llamado con testigos de Cristo. Dios nos ha enseñado que cuando ejercemos nuestro sacerdocio por los perdidos, debemos mostrar empatía con sus debilidades. Y solo es cuestión de tiempo que prediquemos la Verdad de salvación cumplida por la justicia de Dios.
Todo Sumo Sacerdote, mediando entre Dios y el hombre, debe reunir los requisitos de la ley de justicia de Dios. Y también debe cumplir la ley de la misericordia para que todo el mundo reciba la remisión de los pecados. Dios nos ha salvado sabiendo que tendríamos que morir por nuestros pecados sin Su justicia. De la misma manera, Dios sabía que el pueblo de Israel tendría que morir por sus pecados y por eso permitió que el Sumo Sacerdote pasase todos los pecados anuales de los israelitas al animal del sacrificio mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal. Y como este animal murió mientras cargaba con todos los pecados anuales de los israelitas en su nombre, la ley de la justicia de Dios se cumplió. Así es como Dios ha permitido que Su pueblo sea salvado de todos los pecados por fe.
¿Quién ha reunido los requisitos de la ley del amor de Dios y de la ley de Su justicia en el Nuevo Testamento? ¿Quién cumplió esta función? Esta función la cumplió Jesucristo, el Hijo de Dios y Juan el Bautista. De esta manera nuestro Señor cumplió los requisitos de las dos leyes para salvar a la raza humana de los pecados. Cargó con los pecados del mundo y fue condenado a morir por todos esos pecados en la Cruz. Mostrando Sus manos y pies, Jesús está testificando ante Dios Padre: “¿No fui bautizado en el Río Jordán por ello? ¿Y no cargué con todos los pecados del mundo para siempre? ¿No entregué Mi cuerpo en la Cruz para pagar la condena de sus pecados?”.
 
 
Cuando predican el Evangelio del agua y el Espíritu a alguien, deben tener compasión de esa persona
 
Nosotros también teníamos las mismas debilidades que todos los seres humanos, pero el Señor nos ha salvado a todos. Debemos entender y creer que al ser bautizado por Juan el Bautista, nuestro Señor cargó con todos nuestros pecados y los de todos los pecadores y nos ha salvado a todos de nuestros pecados para siempre. Si juzgásemos demasiado a la gente por todos sus pecados mientras ejercemos nuestro sacerdocio, como si nosotros nunca hubiésemos pecados, y les dijésemos: “Recibid la remisión de los pecados o iréis al infierno”, entonces no estaríamos cumpliendo nuestro sacerdocio correctamente. Cuando el Sumo Sacerdote ofreció el sacrificio del Día de la Expiación para llevar la remisión de los pecados al pueblo de Israel, tenía que ofrecer un sacrificio por sí mismo primero. De la misma manera, cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu a las almas perdidas, debemos tener compasión con ellas, diciéndoles que nosotros también tenemos las mismas debilidades y explicándoles detalladamente como Jesús ha eliminado sus pecados y las ha salvado.
De esta manera, cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu con pleno conocimiento y con empatía, nuestra audiencia será convencida; y cuando vengan a compartir la misma fe en el mismo Evangelio que el nuestro estarán completamente salvados. Así es como los que escuchan el Evangelio del agua y el Espíritu pueden entender y creer en la justicia de nuestro Señor. Y así es como podemos alabar la justicia de nuestro Señor solamente.
Los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu son los sacerdotes de hoy en día. De la misma manera, todos tenemos esta tarea de cumplir el sacerdocio espiritual mientras vivimos en este mundo. No vivimos por otra cosa que no sea cumplir nuestras tareas espirituales en el presente. Como sacerdotes de Dios conocemos las debilidades de la gente pero también conocemos la voluntad de Dios. Por tanto, debemos llevar a la gente a conocer la voluntad de Dios, regañarla cuando deba ser regañada, guiarla a la justicia de Dios y tolerar sus debilidades. Aunque todos los sacerdotes deben comprender los problemas de los hombres, ningún sacerdote debe estar de lado de los hombres tan completamente que abandonemos la voluntad de Dios. Todos los sacerdotes deben estar de lado de Dios primero y entonces predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a las almas perdidas para que reciban la remisión bendita de los pecados como Dios quiere.
Moisés y Aarón eran dos de los líderes más importantes para los judíos cuando salieron de Egipto. En primer lugar, Moisés bajó del Monte Sinaí con dos tablas de piedra con los Diez Mandamientos escritos en ellas, la Ley de Dios. Entonces declaró estos mandamientos al pueblo de Israel: “No tendréis otros dioses ante Mí. No tomaréis Mi nombre en vano. No os postraréis ante nada en este mundo. Santificaréis el sábado. Honraréis a vuestros padres. No cometeréis adulterio. No daréis falso testimonio. No codiciaréis a la esposa del prójimo”. Al llevar los Diez Mandamientos de Dios, Moisés dio testimonio de la Ley de Dios.
Como Moisés también vio los requisitos del sistema de sacrificios a través de la visión que le dio Dios, se lo explicó a su pueblo. En otras palabras, Moisés le enseñó a su pueblo primero que la Ley de Dios era justa y por tanto quien cometiese pecados tenía que morir sin falta. Al mismo tiempo, también mostró al pueblo de Israel la manera de encontrar la salvación de esta muerte segura, y de esta manera solo mediante el sistema de sacrificios del Tabernáculo, instituido por Dios para el pueblo de Israel, podían ser salvados al ofrecer animales como sacrificios. Esta voluntad de Dios y su sacerdocio fue revelado a los israelitas a través de Moisés.
Por esta razón la Biblia dice: «Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1, 17). Si Moisés fue quien llevó la Ley al pueblo de Israel, Aarón fue quien hizo posible que evitasen la condena de Dios pasando sus pecados anuales a los animales que iban a ser sacrificados el Día de la Expiación. Esta era una de las tareas más importantes de Aarón como Sumo Sacerdote. El papel de Moisés, por otro lado, era el de comunicar la voluntad de Dios a los israelitas. Así que, mientras que Moisés y Aarón tenían diferentes tareas, ambos tenían la misma meta: salvar a su pueblo de la condena de sus pecados y llevarlos a la tierra prometida de Canaán.
Hay dos puntos absolutamente indispensables que todo sacerdote espiritual debe conocer. En primer lugar, debemos saber cuál es la voluntad de Dios por nosotros, es decir, que los sacerdotes de Dios debemos saber qué provoca Su ira y qué Evangelio nos ha dado para salvarnos de todos los pecados del mundo. Cuando predicamos el Evangelio como sacerdotes de este mundo, debemos predicar la justicia de Dios sin falta. En segundo lugar, los sacerdotes deben guiar a la gente según la voluntad de Dios. Cuando la gente no vive por la voluntad de Dios a pesar de haberlo aprendido y comete pecados, los sacerdotes deben ofrecer sacrificios por esta gente para que reciba la remisión de los pecados de Dios. Estos eran los papeles diferentes que tenían Moisés y Aarón respectivamente.
Jesús, que es el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, tuvo que cumplir ambas funciones. Tuvo que predicar la voluntad de Dios a la gente y como Su sacrificio, tuvo que aceptar todas sus debilidades y pecados y eliminarlos. Por tanto, los sacerdotes espirituales de hoy en día deben predicar la voluntad de Dios. De la misma manera, los sacerdotes espirituales del Nuevo Testamento están contestando las siguientes preguntas: ¿Cuál es la voluntad de Dios para la raza humana y por qué debe todo el mundo creer en Jesucristo? Estamos dando testimonio de la Verdad de salvación a las almas perdidas diciéndoles: “Jesucristo cargó con todos los pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista en el Río Jordán”. Los justos de este mundo están ejerciendo su sacerdocio por todo el mundo. Y por fe todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu ha recibido la remisión de los pecados en el presente. Pero Dios nos ha dejado en este mundo para cumplir nuestra tarea de sacerdotes espirituales. Es absolutamente importante entender que todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu somos sacerdotes espirituales a los ojos de Dios.
Todos somos sacerdotes espirituales. Aunque el Sumo Sacerdote era el líder espiritual más venerado en el Antiguo Testamento, Jesús está aún más exaltado como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos. Mientras que Aarón pasaba solamente los pecados del mundo a los israelitas al animal del sacrificio, Dios Padre pasó todos los pecados de la raza humana a Jesucristo y le juzgó por esos pecados. Como creemos en esta Verdad, nos hemos convertido en sacerdotes a los ojos de Dios y estamos cumpliendo esta tarea con lealtad. Estamos trabajando duro para guiar a todo el mundo a recibir la remisión de los pecados al pasar todos sus pecados a Jesucristo por fe. Por eso seguimos viviendo en este mundo, para cumplir nuestro papel completamente indispensable como la sal de este mundo.
Los santos no deben estar demasiado distantes de los siervos nombrados por Dios ni demasiado cerca. Esto se debe a que, si los santos se acercan demasiado a los siervos de Dios, pueden acabar menospreciando la ley de Dios al juzgar a los siervos en términos carnales, pero si están demasiado lejos no podrán ser guiados por Dios. Pero todos somos igualmente sacerdotes de Dios. Y Dios ha levantado líderes espirituales en Su Iglesia. A través de Sus siervos Dios habla y cumple Su voluntad como hizo en el Antiguo Testamento a través de Moisés.
 
 

Jesucristo era el Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos

 
Pasemos de nuevo a la Palabra de Dios:
«Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo:
‘Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy’.
Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec» (Hebreos 5, 4-10).
Como Jesús vino como Hombre conocía todos nuestros pecados y debilidades. Por eso Jesús tomó todos los pecados del mundo para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista. Y según el orden de Melquisedec, es decir, como Rey de paz, el Rey del amor y el Rey de la salvación, Jesús se ofreció como nuestro sacrificio eterno. Sacrificó Su cuerpo como ofrenda por el pecado por Su pueblo y pagó la condena de Dios para siempre. Como Jesús había venido en la carne de un hombre, el versículo 8 dice: «Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia». Aquí las cosas que padeció se refieren al sufrimiento que el Señor pasó en Su cuerpo al nacer en este mundo. Como Jesús padeció todo tipo de sufrimiento en Su cuerpo, pudo conocer perfectamente todas nuestras debilidades y nuestra desesperación completa. Por eso Jesús se pudo convertir en nuestro Sumo Sacerdote. Pudo convertirse en nuestro verdadero Salvador y Señor. El Señor se ha convertido en el Salvador eterno por todos los que obedecen y creen en la justicia de Dios. En resumen, El Señor vino a este mundo encarnado en un hombre para convertirse en nuestro Sumo Sacerdote y recibir Su bautismo.
Y ahora, al haber ascendido al Reino de los Cielos, nuestro Señor nos ha encomendado Su valiosa obra a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios les ha dado el don del Espíritu Santo a toda Su gente que ha recibido la remisión de los pecados al creer en este Evangelio, y ha hecho que haga Su obra de salvación mediante el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Todas estas cosas se hicieron para cumplir la justicia de Dios, Su amor, Su misericordia y Su salvación. Mientras que en el Antiguo Testamento Dios borró los pecados anuales del pueblo de Israel a través de la ofrenda del pecado sacrificada por el Sumo Sacerdote, en el Nuevo Testamento, Jesucristo, nuestro Salvador, nos ha dado la verdadera salvación a todos los creyentes al cargar todos los pecados del mundo a la Cruz y ser condenado por ellos para siempre en nuestro lugar. Dios Padre nos ha dado el don de la salvación a los que creemos en Jesucristo para que consigamos la perfecta salvación. Estas cosas solo pudieron ser posibles para los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu que revela la justicia de Dios. Así que es absolutamente imperativo que recordemos sin falta que Dios nos ha nombrado Sus sacerdotes en estos tiempos. Nos ha hecho Sus sacerdotes espirituales.
 
 
Quien haya recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu puede predicar este Evangelio a todos los pecadores
 
Como los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu todavía estamos sujetos a las debilidades carnales, podemos predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a todos los pecadores y por tanto permitir que sus almas que están muriendo debajo de sus pecados puedan recibir la remisión de los pecados. Sin embargo, aunque estamos predicando el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo, lo predicamos aún más diligentemente a los que quieren aceptarlo, pero podemos dejar de predicarlo después de avisar a los que se niegan a aceptarlo.
Los que predican el Evangelio del agua y el Espíritu en este mundo pueden ser descritos como pequeños jueces. Quien acepte el Evangelio del agua y el Espíritu guiado por sus creyentes, será salvado, pero quien lo rechace será juzgado por Dios. Por eso la Biblia dice en Juan 20, 23: «A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos». Este pasaje muestra claramente que Dios nos ha confiado Su sacerdocio a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Y esto implica que Dios nos ha confiado la tarea de juzgar, aunque no completamente. Esta autoridad parcial para juzgar a la gente está ilustrada en el hecho de que, quien acepte el Evangelio del agua y el Espíritu predicado por nosotros, puede ser salvado de todos sus pecados, pero quien rechace este Evangelio será pecador para siempre, ya que estas personas no pueden ser salvadas de sus pecados. A pesar del hecho de que los que creemos en la justicia de Dios tenemos debilidades en nuestra carne, todavía podemos predicar la Verdad de la salvación a todos los pecadores porque confiamos en la justicia de Dios.
La voluntad de Dios es salvar a todos los pecadores de todo el mundo de sus pecados a través de los justos cuya carne es insuficiente. Dios no administra Su salvación a través de personas que no sean insuficientes en la carne, ni a través de personas que no crean en Su justicia. Dios quiere salvar a todos los seres humanos débiles a través de los que, a pesar de sus debilidades, confían en la justicia de Dios de todo corazón.
Hay dos puntos absolutamente indispensables para todos los sacerdotes espirituales para cumplir el sacerdocio correctamente: primero, deben conocer la voluntad de Dios a través de Su Palabra, y segundo, deben saber exactamente cómo ejercitar su fe en la justicia de Dios para resolver el problema de la debilidad de su pueblo. Los siervos de Dios deben amar a su pueble y al mismo tiempo deben tener fe en la justicia y el amor de Dios.
Si cualquier sacerdote no está interesado en eliminar los pecados de la gente y quiere las cosas de la carne como los hijos de Samuel, entonces este sacerdote tiene un grave problema. Estos sacerdotes que solo están interesados en aprovecharse de la gente para enriquecerse serán abandonados por Dios. Todo verdadero sacerdote de Dios tiene que vivir por su gente y los justos de Dios en vez de buscar sus intereses privados. ¿Y ustedes? ¿Están cumpliendo su sacerdocio correctamente? ¿Están llevando a cabo su ministerio como verdadero sacerdote de Dios?
La razón por la que todo sacerdote existe en este mundo es llevar la remisión de los pecados a todo el mundo. Es muy importante entender aquí que estamos en este mundo por el bien de la multitud de personas que no ha recibido la remisión de los pecados y no por nosotros mismos. Por tanto, debemos cumplir nuestras tareas de sacerdocio lealmente para que otros reciban la remisión de los pecados. ¿Cuánta empatía tenemos con la gente cuando les predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu? Cuando Jesús estaba en este mundo, tuvo compasión de nuestras debilidades, y por esta compasión cargó con todos los pecados y los eliminó. Jesús no carga con solamente unos pocos pecados en este mundo sobre Su cuerpo, sino que cargó nuestros pecados pasados que hemos cometido hasta ahora, y los pecados futuros que cometeremos. Esto nos demuestra cuánta compasión tuvo nuestro Señor con nuestras debilidades. A los ojos del Señor éramos seres malditos que no podían evitar cometer pecados mientras viven en este mundo. Por eso entregó Su cuerpo y cargó con todos nuestros pecados al ser bautizado.
Como nuestro Señor vino a este mundo encarnado en un hombre como nosotros, pudo cargar con nuestros pecados en Su cuerpo al ser bautizado. Esto lo hizo el Señor por empatía y amor. Esto se debe a que el Señor lo sabía todo acerca de nosotros y por eso tomó todos nuestros pecados para salvarnos de todos ellos. Dios nos dio la Verdad de la salvación para que alcanzásemos la remisión de nuestros pecados y nos permitió escuchar esta Verdad a través de Sus siervos. Al cargar con todos nuestros pecados a través de Su bautismo, el Señor hizo posible que, quien crea en esta Verdad, reciba la remisión de todos sus pecados. Solo por esta gracia de salvación podemos ser justificados para siempre al creer en la justicia de Jesús.
Por tanto, como los sacerdotes del Nuevo Testamento, debemos empatizar con las debilidades de todo el mundo cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu. Aunque Jesús rechazó a los hipócritas, ayudó a los que necesitaban Su ayuda y les dio Su gracia de la remisión de los pecados. Nosotros también tenemos este deber de ayudar a muchas personas de nuestro alrededor que están sufriendo por los pecados. Debemos poder ayudarles espiritualmente en vez de física o materialmente. Debemos predicar el Evangelio del agua y el Espíritu para que puedan ser redimidos de sus pecados. Este es el llamado que todo sacerdote que vive en el Nuevo Testamento debe contestar.
Jesús es nuestro verdadero Salvador que cargó con todos los pecados del mundo para siempre y se convirtió en la expiación en la Cruz. Por esta fe en el bautismo de este Hijo de Dios y Su sangre derramada en la Cruz pudimos recibir la remisión de los pecados para siempre. Incluso ahora, todo el mundo puede alcanzar su verdadera salvación si se da cuenta de que el Hijo de Dios cargó con todos los pecados de este mundo al ser bautizado por Juan el Bautista, y aceptar por fe que el Señor fue condenado por todos los pecados del mundo al ser crucificado hasta morir. Por tanto, todos nosotros tenemos el deber de predicar este verdadero Evangelio a todo el mundo para que reciba la remisión de los pecados. No debemos olvidar el hecho de que somos sacerdotes espirituales de estos tiempos. Todos y cada uno de nosotros debe caminar por fe así. Ninguno de nosotros debe mentir diciendo que no podemos cometer ningún pecado ahora que tenemos la remisión de los pecados, o que hemos recibido la remisión de los pecados al creer solo en la sangre de la Cruz solamente. No se recibe la remisión de los pecados al intentarlo mucho, sino por el hecho de no poder dejar de pecar creemos en la justicia de Dios.
No tenemos que ofrecer sacrificios a Dios todos los días como era necesario en el Antiguo Testamento. Sin embargo, cuando cometemos pecados por nuestras debilidades, debemos verificar el hecho de que nuestro Señor Jesucristo cargó con todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y darle gracias a Dios por esta bendición maravillosa. Por tanto, debemos vivir por fe, dándonos cuenta de que nuestro Señor nos ha dado Su verdadera salvación, para que ofrezcamos sacrificios de la justicia de Dios. Jesucristo ha cumplido nuestra redención eterna para siempre con el Evangelio del agua y el Espíritu. El Señor ha eliminado para siempre todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y fue crucificado hasta morir. Nuestra salvación se ha cumplido a través del agua, la sangre y el Espíritu (1 Juan 5, 6-8). Esta es la salvación que hemos recibido por la fe, al creer en el bautismo que Jesucristo recibió de Juan el bautista y la valiosa sangre que derramó en la Cruz. Aunque Jesús es el único Hijo de Dios Padre, obedeció la voluntad del Padre y nos ha salvado para siempre. Para eliminar todos los pecados de este mundo, el Señor entregó Su cuerpo como sacrificio por el pecado y fue bautizado por Juan el Bautista, y así es cómo pudo salvarnos de todos nuestros pecados para siempre.
Como su verdadero Sumo Sacerdote y el mío, Jesús es nuestro Salvador que ha eliminado todos nuestros pecados. Por tanto, somos los sacerdotes que creen en la justicia de Jesucristo y la predican. Todos hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Todos los que creemos en este verdadero Evangelio tenemos la habilidad de cumplir las tareas de sacerdotes para llevar la remisión de los pecados a todo el mundo. Dicho de otra manera, ahora nos hemos convertido en testigos del Evangelio y mediadores entre Dios y los pecadores para que todo el mundo reciba la remisión de los pecados eterna al creer en la justicia de Jesucristo.
Como Jesucristo también estaba sujeto a la debilidad, lo sabía todo acerca de nosotros y pudo tener compasión por nosotros los que no podían evitar pecar hasta que morimos. Y como el Señor ha eliminado todos nuestros pecados, todos los que creemos en esta Verdad estamos preparados para presentarnos en la presencia de Dios Padre por fe en cualquier momento. Ahora estamos completamente sin pecados. Todo el mundo que quiera adorar a Dios sinceramente debe recibir la remisión de sus pecados primero, porque Dios solo acepta la adoración de los que están sin pecados. Los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu están sin pecados; todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu están sin pecados; todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden adorar a Dios sin pecados porque tienen la salvación de la Palabra de Dios. Y pueden decir a Dios que no tienen pecados porque tienen fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Como ahora creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, solo los justos están completamente sin pecados. ¿Tienen pecados? ¿Tienen pecados los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu? No, no tienen ningún pecado. El Evangelio del agua y el Espíritu es el testimonio de que hemos sido salvados de todos nuestros pecados. A los ojos de Dios, somos nosotros los sacerdotes que han sido salvados de sus pecados. El Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos es Jesús y este Jesús ha cumplido todas Sus funciones como sacerdote en este mundo al entregar Su propio cuerpo.
Ahora, todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu estamos cualificados para ser sacerdotes santos de Dios en este mundo. Al darnos cuenta de esto claramente, todos debemos dedicarnos a predicar el Evangelio del agua y el Espíritu y apoyar su ministerio el resto de nuestras vidas para que podamos salvar a otras almas de sus pecados. Y debemos darle gracias a Dios y alabarle por el hecho de que nos hemos convertido en estos sacerdotes.
Le doy gracias a nuestro Señor por hacernos sacerdotes eternos ante Dios Padre. Le doy toda la gloria al Dios de la Trinidad. ¡Aleluya!