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Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 10-2] Vivamos como obreros de Dios (Mateo 10, 1-8)

Vivamos como obreros de Dios(Mateo 10, 1-8)
«Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano;
Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo,
Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó.
A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis,
sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.
Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia».
 

Jesús llamó a Sus doce discípulos y decidió difundir el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo a través de estos discípulos. Pero uno de Sus discípulos, Judas, acabó traicionando a Su propio Maestro, porque no creía que Jesús fuera el Hijo de Dios y el Mesías que vino a este mundo como el Salvador de la humanidad. Judas vendió a Jesús por unas monedas. Pero más tarde se arrepintió cuando se dio cuenta de que había entregado al Hijo de Dios. Debemos recordar que mientras seguimos a Jesús, si traicionamos al Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, acabaremos como Judas. Desafortunadamente hay muchos cristianos como Judas en este mundo.
Si no queremos la muerte espiritual, debemos creer y difundir de todo corazón el Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos ha dado. Para poder seguir este camino los justos debemos poner nuestra fe en la divinidad de Jesús y Sus ministerios del agua, de la sangre y del Espíritu.
Este mundo es un campo de batalla para los cristianos. Hay muchos malos espíritus en el mundo. Estos espíritus buscan cualquier oportunidad para devorar a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Así que aunque uno crea en el Evangelio del agua y el Espíritu, si se deja llevar por los deseos carnales, se encontrará con la muerte espiritual.
No debemos dejar que los mentirosos hagan todo lo que deseen. Los verdaderos cristianos debemos luchar contra ellos mostrando la vanidad de la fe de estos mentirosos. Nos dejarán en paz. De lo contrario si no nos imponemos, nos devorarán. Por eso debemos vivir como soldados de Dios tras creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cualquiera que haya recibido la remisión de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu debe convertirse en un verdadero soldado cristiano que predique el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Estoy diciendo que todo creyente debe convertirse en ministro? No, eso no es lo que quiero decir. Estaría bien que todo creyente se convirtiera en un ministro, pero lo que quiero decir es que todos debemos hacer la obra por el Reino de Dios según los dones que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros.
Deben darse cuenta de que si no forman parte del ejército de Dios que sirve a Su Evangelio, acabarán siendo devorados por el ejército de Satanás. Hay algunos de nosotros que piensan: «Bueno, como no soy un ministro, mi fe en el Señor está bien tal y como es». Pero, mis queridos hermanos, no piensen de esa manera. Deben darse cuenta de que Satanás no hace ninguna discriminación en sus ataques, y que está dispuesto a matar a cualquiera que no trabaje por el Reino de Dios y que esté más interesado por los deseos carnales, ya sean laicos o ministros.
Por tanto todo cristiano debe dejar de lado los tres deseos de la carne (1 Juan 2, 16). La primera concupiscencia que debemos dejar de lado es la concupiscencia de la carne; debemos dejar de lado todos los deseos que vayan más allá de lo que Dios nos ha permitido. En segundo lugar debemos abandonar la concupiscencia de los ojos. En tercer lugar debemos dejar de lado el orgullo de la vida. Deberían desterrarlo de sus corazones para así poder amar al Señor y seguirle.
Si en algún caso persiguen los deseos carnales pensando: «No pasa nada porque he recibido la remisión de mis pecados», morirán. Al recibir la remisión de sus pecados, Satanás no les dejará en paz, sino que intentará por todos medios echarles abajo, aprovechando toda oportunidad para conseguir su objetivo. Por tanto para que Satanás no se apodere de nosotros, debemos estar en guardia y debemos ganar la batalla espiritual mediante la fe. Solo los que ganan esta batalla sobrevivirán. Y para hacerlo debemos creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu todavía más. Para que nuestra fuerza espiritual crezca debemos luchar contra los mentirosos en estas batallas espirituales. Cuando los cristianos se ven envueltos en estas batallas espirituales se dan cuenta de la magnitud de su fe, y cuando luchan contra sus enemigos mediante el poder de la Palabra del Señor, pueden ganar más almas.
Si no seguimos creyendo en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones, no sólo perderemos nuestra fuerza espiritual, sino también nuestras posesiones e incluso nuestra vida. ¿Cómo podemos perder las bendiciones de Dios? No creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu, porque este mundo es una batalla espiritual, y por tanto Satanás no deja en paz a los que no tienen fe.
 


Nuestro Señor nos ordenó que buscásemos a las ovejas perdidas de Dios y les predicásemos el Evangelio del agua y el Espíritu


Los obreros de Dios deben hacer siempre Su obra. Los obreros de Dios deben ir en busca de Sus ovejas perdidas. Nuestro Señor tomó doce hombres como Sus discípulos para Su obra en este mundo. Y a través de estos discípulos de Jesús, mucha gente recibió la remisión de sus pecados y pudieron vivir como el ejército bendito de Dios y presentarse ante Él.
Está escrito en el pasaje de las Escrituras: «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis,
sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado». Debemos buscar almas inocentes, no a los samaritanos espirituales.
Los samaritanos estaban relacionados con los israelitas, pero no eran de sangre pura. Eran los descendientes de sangre mixta, que provenían de matrimonios entre israelitas y asirios durante el cautiverio de Babilonia. Por tanto los israelitas no los aceptaban como su propia gente.
Espiritualmente hablando, debemos ir a las ovejas perdidas de Israel. Debemos examinar a todas las almas, preguntándonos: «¿Es esa persona una oveja perdida de Dios?». Hay gente en este mundo que está sedienta de la Palabra de Dios.
Cuando hacemos la obra de Dios nos transformamos en los buenos discípulos de Jesús, adecuados para que Dios nos utilice. Dios nos convierte en los soldados bien entrenados de Jesús y nos utiliza como Sus herramientas. Mientras hacemos la obra de Dios como obreros Suyos, a veces debemos olvidar el amor propio. Al hacerlo, nuestros pensamientos se transforman ante Dios y nos convertimos en buenas vasijas que Dios puede utilizar como herramientas. Si queremos vivir como discípulos de Jesús, obreros de Dios, entonces nuestro Señor nos convertirá en buenas vasijas. Los que son demasiado sumisos o tímidos se hacen más duros y más fuertes, y aquellos a los que les falta fe en la Palabra de Dios se convierten en gente de una gran fe en la Palabra de Dios. Una fe grande es absolutamente indispensable para los obreros de Dios, porque la única manera de hacer Su obra es mediante la fe en Su poder. La obra de Dios no se hace mediante nuestra propia fuerza, sino mediante el poder de Dios.
Los pecadores suelen perseguir a los discípulos de Jesús que viven en este mundo haciendo la obra de Dios. Jesús dijo: «El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.
Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor» (Mateo 10, 24-25). Él dijo que para el discípulo es suficiente ser como su maestro.
Jesús es el maestro de todos los que creen en Él. Cuando nuestro Señor vino al mundo, fue despreciado por muchos. Como nuestro Señor fue perseguido, debemos aceptar que es justo que nosotros, que nos hemos convertido en Sus discípulos, seamos perseguidos. Para los que se han convertido en discípulos de Jesús es suficiente soportar la persecución de la misma manera en que nuestro Señor la soportó. Y como nuestro Señor hizo la voluntad de Dios Padre mientras sufría esta persecución, nosotros, como Sus discípulos, debemos hacer la voluntad de nuestro Señor y soportar la persecución como si no fuera nada. Los discípulos de Jesús deben saber cómo alegrarse de ser perseguidos por los mentirosos. E incluso en medio de la persecución, deben saber seguir al Señor completamente. Además los soldados del Señor deben saber cómo luchar en la batalla espiritual.
Todo se cumplirá según la Verdad de Dios. Así que debemos darnos cuenta de que toda iniquidad que cometen las personas a escondidas será revelada, porque nuestro Señor dijo: «Porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse.» (Mateo 10, 26).
 


Dios nos ha hecho valientes


Sé que Dios está vivo. Nuestro Señor les dijo a los obreros de Dios: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mateo 10, 28). Debemos darnos cuenta de que quien tiene autoridad para echar a los pecadores al infierno es Dios, el que nos ha salvado de nuestros pecados es el mismo Dios, y el que nos ha dado la vida eterna no es otro que Dios. La muerte no significa el final de nuestra existencia. Todo el mundo nace una vez y al morir será resucitado en la vida eterna. Esto es lo que debemos saber y creer. Los que creen en Jesús como su Salvador a través del Evangelio del agua y el Espíritu han sido salvados de sus pecados, pero los que no creen en el verdadero Evangelio serán echados al infierno.
Existen grandes diferencias entre la reencarnación y la resurrección. La reencarnación consiste en volver a encarnarse en una forma de vida diferente después de la muerte, una y otra vez, de manera cíclica. Un alma que nace como un saltamontes en esta vida, puede nacer como un conejo en la próxima, y después como un pollo. Pero esto son tonterías.
Mis queridos hermanos cristianos, los verdaderos cristianos no debemos tener miedo de los que están en contra de nosotros. Si los que no han nacido de nuevo quieren ser amigos de los nacidos de nuevo, no debemos aceptar su amistad. Pueden pensar que estarán solos. Pero ¿qué significa sentirse solo cuando hay tanta gente de Dios justa? Los justos aborrecen estar entre pecadores. Hay mucha gente de Dios con la que podemos trabajar. Yo deseo vivir con la gente de Dios y quiero trabajar en la Iglesia de Dios.
Debemos darnos cuenta de que nadie muere a no ser que Dios lo haya decidido. Jesús dijo: ¿No se venden dos gorriones por una moneda de cobre?». Cuando un gorrión se vende por diez centavos, puede parecer que se vende y se compra por la gente, pero esto sólo es posible si Dios lo permite. Si esto es así, ¿cuánto más cuidará Dios de los justos? Nuestra propia muerte no llegará hasta que Dios lo diga. Si Dios no permite nuestra muerte, no moriremos porque alguien nos intente matar. Moriremos cuando Dios lo diga ya que nada puede ocurrir sin el permiso de Dios. Nuestra vida está en manos de Dios. Somos mucho más valiosos que los gorriones que vuelan por el aire.
Nuestro Señor dijo: «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 10, 32-33).
Mis queridos hermanos, si creemos en el bautismo que Jesús recibió y Su derramamiento de sangre en la Cruz como nuestra salvación, Él nos aceptará. Pero si no creemos, Jesús nos negará. Él fue bautizado por Juan el Bautista y condenado por causa de nuestros pecados, y así nos ha salvado de todos ellos. Si negamos esta Verdad, estamos negando a Jesús.
Nuestro Señor dijo: «El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3, 5). «Nacer de nuevo de agua y del Espíritu» es recibir la remisión de los pecados en la Verdad, que Jesús nos ha salvado de todos los pecados del mundo al venir al mundo, tomar nuestros pecados sobre Sí mismo mediante el bautismo, y al morir en la Cruz. Mis queridos hermanos, aquellos cristianos que han recibido la remisión de todos sus pecados al nacer de nuevo del agua, la sangre y el Espíritu. Nadie puede nacer de nuevo a menos que tenga fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Todavía creen que Jesús no borró todos sus pecados? Cuando la abuela de una de las hermanas de mi iglesia fue hospitalizada, el pastor de la iglesia de su abuela fue y le dijo: «Intenta rezar para conseguir la penitencia. Jesús borró su pecado original, pero no sus pecados personales». ¿Creen que Jesús sólo borró el pecado original, y que sus pecados personales no fueron borrados? Si alguien cree que Jesús borró sólo el pecado original, pero no los personales, está negando a Jesús el Salvador. Lo que debemos saber es que Jesús nos ha salvado de todos nuestros pecados al recibir Su bautismo y derramamiento de sangre.
Pero si alguien rechaza esta Verdad del agua y el Espíritu, Jesús también le rechazará. Él dirá: «Dijiste que no Me conocías. Dijiste que no había borrado todos tus pecados. Yo tampoco te conozco. Vete. ¡Te echaré a la gehenna!». Si no creemos en el bautismo y derramamiento de sangre de Jesús, Él nos negará, y si creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, se nos permitirá entrar en el Cielo según nuestra fe.
Nuestro Dios es el Dios de la justicia y la equidad. Jesús es el Dios de la Verdad. El Evangelio del agua y el Espíritu de Dios es Su justicia, no una mentira. Si nuestro Señor aprobara a cualquiera que intentase creer en Él de cualquier manera, ¿para qué nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu sacrificándose tanto? Para salvarnos de nuestros pecados Él se sacrificó a Sí mismo y nos dio el Evangelio del agua y el Espíritu, pero sólo nos salvamos si creemos en este Evangelio. Él no dice: «Como dicen creer en Mí e intentan vivir como cristianos, ¿cómo les voy a decir que no les conozco? Ellos no tienen la respuesta correcta, pero aún así les aprobaré por compasión». Por tanto si alguien no conoce el Evangelio del agua y el Espíritu, no ha sido salvado de sus pecados.
Nuestro Señor dijo: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada» (Mateo 10, 34). Nuestros obreros no deben malinterpretar esto. Los justos no deben ser amables con los pecadores, ni vivir en paz cueste lo que cueste, sino que deben predicar el Evangelio del agua y el Espíritu que reconcilia a estos pecadores con Dios. Nuestro Señor nos está diciendo: «¿Creeréis en el Evangelio del agua y el Espíritu o no? He borrado todos vuestros pecados. ¿Crees o no?». Si creemos, Él nos salvará, pero si no creemos, nos destruirá.
El Señor dijo que no vino a poner paz, sino espada. Él vino a la tierra a volver a las nueras contra sus suegras, a los padres contra sus hijos y a los abuelos contra sus nietos. Jesús es a la vez el Guerrero espiritual y el Rey de la paz.
Aunque Jesús haya borrado todos los pecados del mundo, no puede salvar a los que no creen en la Verdad a pesar de ello. Mis queridos hermanos, si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, serán reconciliados con Dios, pero si no creen en este Evangelio, seguirán siendo enemigos de Dios. Los nacidos de nuevo pueden encontrar al enemigo en su propia casa, es decir, los familiares que no han nacido de nuevo y que por tanto son sus enemigos.
De vez en cuando visitamos hospitales para predicar el Evangelio y algunas de las historias que hemos escuchado ponen los pelos de punta.
«Hola, ¿Cómo estás? Por cierto, ¿dónde esta el otro paciente? ¿Se ha ido?».
«En realidad, murió ayer».
La gente habla de la muerte con mucha ligereza. Por supuesto, no son ellos los que han muerto, sino otra persona, pero aún así habla de la muerte con mucha ligereza, como si no tuviera importancia. Dicen sin tristeza: «Ha pasado a mejor vida».
Los que no han recibido la remisión de los pecados son gente sin corazón y sin compasión (Romanos 1, 31). Les es indiferente que uno de sus hermanos o hermanas muera. Sólo se entristecen un poco. Parecen afectados en el funeral, pero luego se olvidan mientras vuelven a casa en sus coches.
Mis queridos hermanos, los nacidos de nuevo sí tienen corazón. Guardan a los más débiles en su corazón. Les rompe el corazón el no poder ayudar. Puede que nos hayamos insultado cuando nos peleamos, pero en el corazón de los justos siempre hay compasión por los demás. Siempre nos preocupamos por nuestros hermanos creyentes y deseamos que prosperen tanto en cuerpo como en mente.
Nos duele en el alma ver a los que no han recibido la remisión de los pecados, porque tenemos compasión en nuestros corazones. Tenemos compasión y esperamos que prosperen. Es nuestro deseo que adondequiera que vayan, estén con la Iglesia de Dios que predica el Evangelio del agua y el Espíritu, y que sean bendecidos. Pero me entristece ver muchos corazones no tienen la misericordia de Dios.
Si alguien va al mundo y no vive como obrero de Dios en Su Iglesia, perderá su corazón de nacido de nuevo, por muy decidido que esté a vivir con el Evangelio.
 


El que ama más a Dios


Los verdaderos cristianos aman a Dios y hacen Su obra. Nuestro Señor dijo: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10, 37).
Mis queridos hermanos, piensen una vez más. Si quieren vivir como obreros de Dios, deben tener un corazón que ama a Dios más que a nadie. Sólo cuando aman a Dios más que nada en el mundo pueden convertirse en buenos obreros.
No podemos amar a Dios con nuestros propios esfuerzos, sólo con intentarlo. Sólo al abandonar nuestra confianza en la carne y dejar de lado los deseos carnales, al poner nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, y así dejar que el amor de Dios reine en nuestros corazones, podemos vivir como los discípulos de Jesucristo. Sólo cuando nuestros corazones reciben la remisión de nuestros pecados, Dios se convierte en el más amado por todos nosotros.
Nuestro Señor dijo: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí». Este pasaje no significa que no debemos amar a nuestros padres, sino que debemos darnos cuenta de que Dios se merece nuestro amor y respeto más que nuestros padres. Esto es lo que el Señor nos dice. En otras palabras, como Dios es mucho más honorable que nuestros padres carnales, y como Él nos ha dado muchas más cosas que nuestros padres, debemos amarle más, y en este amor también debemos honrar y amar a nuestros padres carnales. Nuestro Señor es más adorable que nuestras propias esposas, hijos, tierras, riqueza, dinero, reputación, placer, nosotros mismos, o cualquier otra cosa en este mundo. No hay nada en este mundo más adorable que nuestro Señor.
Mis queridos creyentes, aunque nos queramos a nosotros mismos, si nos comparamos con el Señor, no podemos hacer otra cosa que confesar que el Señor es mucho más adorable y valioso que nosotros mismos. Del mismo modo en que Pedro confesó su fe diciendo: «Sí, Señor; tú sabes que te amo», nosotros tampoco podemos evitar hacer la misma confesión. Nuestro Señor es majestuoso y adorable para nosotros. No hay nadie en este mundo, en el universo entero y en toda la eternidad, que sea mejor que nuestro Señor. Nada material puede ser mejor que nuestro Señor. Ni ningún placer puede ser mejor que el Señor.
Los obreros de Dios aman al Señor ante todas las cosas y le sirven. De hecho, sólo así uno se puede convertir en obreros de Dios. Y Dios siempre ama primero a los obreros que siempre piensan en Él. Lo que quiero dejar claro es que ustedes y yo debemos vivir como tales obreros.
A veces, como buenos padres, parecemos preocuparnos más por nuestros hijos que por el Señor, pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que nuestros hijos no pueden ser más importantes que el Señor. ¿Entienden lo que les quiero decir? Si comparamos a nuestros hijos con el Señor y calculamos su valor, nuestro Señor es mucho más valioso que nuestros propios hijos. No es porque no queramos a nuestros hijos, sino porque el Señor es más valioso que ellos. Y cuidar y amar a nuestros hijos en el amor del Señor es el verdadero amor. Cuando digo que amamos a Dios más que a nuestros padres e hijos, algunos de ustedes pueden pensar equivocadamente que les estoy diciendo que no amen a sus hijos ni a sus padres y que les abandonen, pero eso no es lo que quiero decir. No les estoy diciendo que abandonen a sus hijos y a sus padres, sino que amen a Dios primero.
Recuerden lo que el Señor dijo: «Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mateo 10, 38). Un verdadero obrero de Dios es alguien que puede seguir al Señor incluso cuando se encuentra en apuros. Ustedes y yo debemos seguir al Señor aunque pasemos apuros y dificultades.
Esto es algo difícil de poner en práctica. Habiendo dicho: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí», nuestro Señor añadió: «y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí». Lo que nos está diciendo aquí es que debemos amar al Señor más que a nosotros mismos.
Todo obrero que sigue a Dios está destinado a llevar su propia cruz. En otras palabras, los que creen en Jesús y le quieren servir deben pasar por apuros y dificultades. Y los que sufren, todavía creen en el Señor, persisten y aguantan, y todavía siguen al Señor, son los verdaderos obreros de Jesús. En otras palabras, los que siguen al Señor no sólo cuando les es cómodo, sino también cuando están en apuros, son los verdaderos obreros de Dios.
A través de estos obreros de Dios, Jesús hace Su voluntad. Mis queridos hermanos, si esto es cierto, ustedes y yo debemos convertirnos en obreros de Dios también. No debemos estar satisfechos con ser Sus santos. Debemos convertirnos en Sus obreros fieles. Debemos vivir como Sus obreros. Sólo entonces se cumplirá la voluntad de Dios. Sólo cuando vivimos como Sus obreros podemos evitar nuestra muerte espiritual y recibir y disfrutar todas las bendiciones de que Él nos da.
Mis queridos hermanos, echen un vistazo a los hermanos y hermanas que han recibido la remisión de sus pecados hace poco tiempo. Vemos que como no han sido guiados para ser obreros de Dios, muchos viven sin un objetivo, aunque se hayan convertido en criaturas nuevas. Cuando tanta gente muere, y tantas almas se dirigen al infierno, cualquiera que crea por sí mismo y no difunda la buena noticia a otros es malvado. Esta gente es como el siervo al que se le dio un talento, que será desechado al final (Mateo 25, 28-30).
 


La viña


Dios dice a los que han recibido la remisión de sus pecados que se conviertan en Sus obreros, sin importar que sean insuficientes o no. Él nos dice que vivamos como tales obreros que difunden el Evangelio y cuyas vidas están dedicadas a él. Si vivimos nuestras vidas como estos obreros que sirven al Evangelio, Dios nos ayudará de diferentes maneras. ¿Por qué nos ayuda? Porque es justo que el Padre nos alimente para que, como ramas de la viña de Jesús, demos más frutos.
Pero, ¿qué pasaría si las ramas crecieran de la viña y se quedaran quietas sin dar ningún fruto? Dios cortaría de la viña a esas ramas que no dan fruto por mucho alimento que reciben. Cuando las ramas que no dan fruto se cortan, salen nuevos brotes. Las ramas viejas dan alimentos y nutrientes a estos nuevos brotes desde la raíz, para que florezcan y den uvas. Cuando los predecesores de la fe dan a los nuevos brotes la Palabra de Dios, las nuevas ramas pronto darán frutos.
Los que han recibido la remisión de sus pecados deben viajar y difundir el Evangelio, mientras que los predecesores de la fe dan a los nacidos de nuevo alimento para el alma. Así cada vez más gente recibirá la remisión de sus pecados. A través de las ramas viejas y a través de los hermanos y hermanas que han recibido la remisión de sus pecados, el Evangelio sigue difundiéndose. Mientras difunden el Evangelio, deben enseñar a a la gente cómo vivir tras recibir la remisión de sus pecados.
Si ustedes y yo no servimos al Evangelio después de haber recibido la remisión de los pecados, nos separaremos de la Iglesia de Dios. Cualquiera que se haya convertido en una nueva rama debe dar múltiples frutos; si es perezoso, el Señor le cortará de la viña. Por tanto si de verdad han recibido la remisión de sus pecados, deben rezar a Dios para que les de una fe más fuerte. Y deben escuchar la Palabra de Dios diligentemente y actuar según la Palabra aunque no sean buenos poniéndola en práctica. Cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu según la Palabra de Dios escrita, si nos quedamos cortos de palabras, sólo tenemos que rezar y recibir fuerzas.
Mis queridos hermanos, cuando se convierten en obreros de Dios, reciben Sus bendiciones. Si se han convertido en justos, entonces sólo cuando vivan como obreros de Dios, Él seguirá dándoles alimento. Gracias a este alimento podrán dar más frutos; y para que continúen dando más frutos, Dios les dará el alimento que necesiten. Las ramas se alimentan de la fe y se convierten en ramas grandes y gruesas, y cuando de estas ramas salen más brotes y nuevas ramas, se hacen más grandes y más fuertes. Esta es la vida que desean los justos.
Una viña está hueca por dentro. Sólo nosotros somos las ramas. Los que hemos decidido vivir como obreros de nuestro Dios debemos vaciar nuestros corazones. Y debemos llenar nuestros corazones vacíos con la Palabra de Dios, creyendo en ella. Estaría bien que vaciar nuestros corazones fuera tan fácil como vaciar el cubo de la basura, pero no es así: vaciar nuestros corazones es una tarea de abnegación extremadamente complicada. Sin embargo los obreros de Dios saben muy bien que cuánto más sufren, más ocasiones tienen de usar su fe, y más grandes y fuertes se hacen las ramas.
Me gustaría pedirles a todos los que han recibido la remisión de los pecados que se conviertan en obreros de Dios, por Dios mismo, por las almas de todo el mundo, por su familia, por sus vecinos y amigos, por su propio bien. Conviértanse en los obreros que sirven al Evangelio, los obreros que predican el Evangelio; conviértanse en estos obreros de Dios. Dios les bendecirá.
Es mi más ferviente deseo que se conviertan en obreros de Dios ante todas las cosas, para no ser presas del Diablo. Cuando ponen su corazón ante Dios y viven como Sus obreros, verán que Dios les da más fe y les ayuda.
¡Que Dios les bendiga y les proteja!