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Tema 12: La fe del credo de los Apóstoles

•Sermón sobre el Santo Hijo 9 : ¿Cuál es el regalo que Moisés ordenó como testimonio?

(Mateo 8:1-4) 
“Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.
Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.
Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos”. 



El Pecado se Compara a la Lepra 


Jesús nos dice aquí que los que han recibido la remisión del pecado den el regalo que Moisés ordenó como testimonio. Dicen que toma seis años a partir de la época de la infección de la lepra para que las personas se den cuenta de algún síntoma subjetivo. La enfermedad sigue estando inactiva por los primeros 6 años, pero en el séptimo año se exterioriza abiertamente. Esta es una característica patológica particular de la lepra. 
El pasaje principal de arriba nos dice sobre cuando Jesús curó a un leproso de su enfermedad. Esta es una historia verdadera que realmente había sucedido, y a través de la historia, Dios también revela la naturaleza de nuestros pecados, así como también nos dice a nosotros que Él ya ha solucionado el problema de estos pecados de una vez por todas. 
En el pasaje principal el leproso seriamente deseó ser curado de su enfermedad, y esta es la razón por la cual él vino ante Jesucristo tal y como era, sin ocultarse y revelando su enfermedad. Este leproso creyó que nada era imposible lograr por la Palabra de Jesús, y también creyó que era posible para que por la Palabra de Jesús se curara su propia enfermedad. 
Viendo la fe de este leproso con los mismos ojos que con el del centurión de este mismo capítulo, Jesús lo limpió. La lección de este logro no trata sobre la curación de la enfermedad en sí misma, sino que trata sobre cómo podemos ser curados de la enfermedad de nuestros pecados. 
El leproso aquí se refiere al hecho de que tenemos en nuestros corazones la infección del pecado, como la lepra. A partir del mismo momento de nuestro nacimiento de la matriz de nuestras madres, todos nacimos con la enfermedad del pecado. Cuando éramos recién nacidos, no podíamos darnos cuenta que éramos pecadores malvados, pero una vez que crecimos hasta cierta edad, nos dimos cuenta que de hecho éramos malvados, que otros eran también malvados, y de que todos los seres humanos son malvados. 
Pero Dios nos dice que, a través del pasaje de arriba, que si estos seres humanos totalmente malvados vienen a Jesús y se revelan a sí mismos sin ocultarse, y si tienen la fe que dice, “si Tú lo deseas, yo creo que Tú eres incluso más que capaz de limpiar a un pecador como yo”, la voluntad de Jesús entonces alegremente los curará de sus pecados. 
¿El Señor curó al leproso inmediatamente o en dos veces? El pasaje nos dice que Jesús curó al leproso inmediatamente. Nuestros pecados se curan no en varias etapas, sino de una vez. Si tenemos fe en la Palabra de Dios, entonces viniendo a saber y creer que Dios ha borrado todos los pecados de la humanidad de una vez por todas, podemos recibir la remisión del pecado todos de una vez. Nuestros pecados nunca se curan en varias etapas. 
Una mujer que había estado sufriendo de hemorragia se curó de una vez por todas al apenas tocar la ropa de Jesús (Marcos 5:29). Fue liberada no solamente del síntoma del sangrado, sino que de su causa. Naaman, comandante del ejército del rey de Siria, también fue curado de la lepra de una vez (2 Reyes 5:14), y el leproso en el pasaje de arriba también inmediatamente se limpió de su lepra. 


¿Cuál es la diferencia entre las personas religiosas y las de Fe? 


Debido a su insensatez resultado de la ignorancia de la verdad, los religiosos creen que pueden recibir la remisión del pecado con su arrepentimiento diario, incluso mientras que diariamente viven en pecado. Pero para la gente de fe que sigue la Palabra, todos los problemas de sus pecados se han solucionado de una vez por todas, y viven en medio de la gracia de Dios. 
La Iglesia significa reunión de los que siguen a Cristo Jesús. Debemos darnos cuenta que los Saduceos y los Fariseos, incluso mientras que profesaron creer en Dios, no eran los que fueron curados por Jesús, solamente los que fueron curados por Él eran los que, como la mujer de la hemorragia y el leproso, no podrían hacer nada con sus enfermedades por sí mismos. 
Si fuera posible para nosotros solucionar el problema de los pecados en nuestros corazones por nuestro propio esfuerzo, como los rezos de arrepentimiento, y las buenas obras, no hubiera habido necesidad de que Jesús viniera a esta tierra. Y si creemos que podemos solucionar el problema del pecado de esta manera, nunca podremos conocer a Jesús durante el resto de nuestras vidas. Pero el problema de nuestros pecados no puede ser solucionado no importa qué hagamos y qué tan duro lo intentemos, y somos tales seres que no podemos sino solamente pecar sin importar cómo intentemos no hacerlo. 
Porque no desaparecen nuestros pecados no importa cuánto nos arrepintamos, nosotros debemos claramente darnos cuenta de que el problema del pecado no puede ser solucionado por nuestros propios esfuerzos y confesar ante Dios que somos pecadores. Debemos también darnos cuenta de la verdad que cuando confesamos, “Soy un pecador ante Dios”—sin humildad y sin convicción doctrinal pero con nuestros corazones sinceros —y cuando vamos ante la presencia de Dios y pedimos su misericordia, Él solucionará todos nuestros problemas del pecado de una vez por todas, así como Él había curado a leproso. 
Solo los que se muestren ante Dios como completos pecadores, pidan su misericordia, y se confiesen a Él, “No puedo evitar ser echado en el infierno, porque soy pecador. Señor, por favor ten misericordia de mí.” Solo tales personas pueden recibir la gracia del Señor. 
Romanos 3:10 declara, “no hay ninguno justo, no, ni siquiera uno”. Este versículo es lo que habló el apóstol Pablo a los que todavía no habían recibido la remisión del pecado. ¿Que no vino Jesús a este mundo a hacer justos a los pecadores? No hay tal cosa como la remisión del pecado a medias, ni hay justicia a medias. Sin embargo, desafortunadamente, hay mucha gente extraña en el cristianismo de hoy. Creen que los pecados están perdonados cuando hacen rezos de arrepentimiento. Nuestros pecados no son algo que se pueda borrar por nuestros rezos de arrepentimiento. 
Jesús es el que culminó perfectamente con la curación del pecado. Jesús no separa nuestros pecados en pecado original y pecados personales, ni dice que mientras que Él quitó nuestro pecado original, nuestros pecados diarios deben ser perdonados ofreciendo rezos de arrepentimiento. La fe de los que crean así es una media fe, y tal gente vivirá el resto de su vida como los pecadores, morirá como pecadores, y será echada en el infierno como pecadores. 
Dios no acepta la media fe. Si usted cree, entonces usted debe de creer cien por cien, y si usted no cree en algún pedacito de la verdad, no cree en el 100 por ciento —no hay tal cosa como creer solo el 50 por ciento. Jesús no nos llama sin pecado cubriendo finamente nuestros pecados mientras que seguimos siendo pecadores debido a nuestra incredulidad. Cuando conocemos la Biblia correctamente, podemos descubrir que Jesús nos llama sin pecado porque Él realmente ha eliminado nuestros pecados de antemano y totalmente los ha borrado. 
Entre los líderes religiosos del cristianismo de hoy, hay los que dicen que Jesús quitó nuestro pecado original pero no nuestros pecados personales. La Biblia no habla de los pecados originales y personales, y no se encuentra ninguna mención de tales cosas en ella. Ante Jesús, todos los pecados, grandes y pequeños, desde aquellos con los que nacimos hasta los que pertenecen a nosotros que cometemos con nuestros propios actos —de hecho, cada pecado posible —son iguales, manifestados todos como los pecados del mundo. El agua es agua, si es agua de las aguas residuales o agua embotellada. 
Nadie sabe de seguro cuándo la gente comenzó a distinguir su pecado original de sus pecados personales. Porque muchos líderes cristianos no han nacido de nuevo, no saben solucionar todos los problemas del pecado, y porque no saben, han convertido al cristianismo en una mera religión, diciendo que Dios perdonará nuestros pecados si nos ‘arrepentimos’ de nuestros pecados. La palabra ‘arrepentir’ es muy diferente de la palabra ‘confesar’ (1 Juan 1:9). 
¿Qué es el arrepentimiento? Significa regresarse; no significa la oración para que Dios perdone nuestros pecados. Dios ha dicho que Él quiere que le demos ofrendas que pidan su misericordia y gracia. Teniendo compasión por las almas que se dirigen al infierno debido a sus pecados, Dios desea salvarnos —eso es todo lo que está en su corazón. Lo que Su corazón desea es hacer que las personas pecadoras estén sin pecado y santos a través de Cristo Jesús y de tal modo permitirles participar en su Reino, y Él ha cumplido con esto totalmente. 
Romanos 6:23 indica, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. El pecador no tiene ningún otro camino que el de ser echado al infierno, pero el regalo de Dios es vivir por siempre con el Señor. El regalo de Dios para nosotros es hacernos sin pecado. 
Actualmente hay mucha gente que, creyendo en la remisión del pecado de una manera humanista y artificial, se dirigen directos al infierno. Piensan que pueden entrar en el Cielo por sus propios actos de devoción, tales como fielmente dar diezmos, muchas ofrendas, rezos de arrepentimiento, y asistir a cada servicio del rezo matutino. Esto es dañino. 
Asumamos que alguien murió y va ante Dios. Parado ante su presencia, dice, “este pecador de muchas iniquidades ha venido ante Ti, Señor”. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. 
Dios no es el Padre de pecadores, ni Señor del pecador, sino el Padre del justo y Señor del nacido de nuevo que han recibido la remisión del pecado. Incluso si la persona antedicha dijera, “¿Señor, cómo es que no me conoces? Por Ti, hice mi máximo para atestiguar Tu nombre, y dediqué mi vida entera a Ti. “Dios simplemente contestará”, ¿cómo pretendes ser mi hijo cuando eres un pecador? ¡Sé lanzado en el infierno, tú que practicas la iniquidad!” 
La primera prioridad para los pecadores es recibir la remisión de sus pecados creyendo en la Palabra. Esto es de lo que se requiere de lo más urgente posible. ¿Cómo podemos reunir a los pecadores que no han recibido la remisión del pecado en nuestras iglesias y después llamarlos santos? ¿Dónde en esta tierra podemos encontrar santos pecadores? Los pecadores no son santos, son simplemente pecadores. 
Dios declara en Óseas 4:6, “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”. 
Conocer a Dios es el cimiento del conocimiento, los seres humanos no pueden leer Su mente ni niegan su propio conocimiento construido como la torre de Babel, pero dedican aún más esfuerzos a sus propios actos y obras. Esta es la razón por la cual Dios dice, “no te conozco”. 
Podemos estar sin pecado solamente creyendo puramente en la Palabra, 100 por ciento de ella. Debemos tener la fe que totalmente confía en Dios, diciendo, “Tú puedes limpiarme”. La supuesta fe llamada santificación incremental, que dice que Dios nos limpia gradualmente, no es la fe de la salvación verdadera. 
La fe en Cristo no está constituida por una mera práctica religiosa por la cual podemos alcanzar nuestra salvación con nuestros propios esfuerzos y entrenamiento moral en calidad y misericordia como en el budismo, sino que se constituye la salvación por la gracia que desciende sobre nosotros sin nuestros propios esfuerzos—es decir, por el amor unilateral del Señor que ha liberado a las personas de su muerte segura.
Así como el leproso fue instantáneamente curado por el amor y el poder de nuestro Señor, nosotros, también, podemos ser salvados de los pecados de nuestros corazones por este amor y poder del Señor. Cuando nuestro Señor curó al leproso, le dijo a él, “ Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos”. 


El Regalo que Moisés Ordenó se Refiere al Cordero de Dios 

Levítico 1:1-4 dice: “Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo:
Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda.
Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová.
 Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya.”
Podemos ver del versículo 2 que “la ofrenda que ordenó Moisés” es un ganado, de la manada o de la multitud. Después de dar Su ley a la humanidad, Dios les mostró el Tabernáculo para permitirles darse cuenta que eran pecadores. A través del sistema de sacrificios de este Tabernáculo, Él nos ha enseñado cómo pasaría todos los pecados de los Israelitas —y nuestros propios pecados también —sobre el cordero del sacrificio y de tal modo nos perdonaría. 
Dios nos amó, y nos salvó de nuestros pecados, El preparó la ofrenda de sacrificio que tuvo que morir en nuestro lugar. Este es el cordero y el toro de sacrificio. Cuando los sacerdotes pusieron sus manos en la cabeza de la ofrenda, el ofrecimiento fue aceptado por Dios, y el entonces nos expió. 
Cuando la gente está recibiendo la imposición de manos por alguien demoníacamente poseído, entonces ella también está poseida por el demonio. El imponer las manos significa “pasar sobre”; cuando el Sumo Sacerdote impuso sus manos en la cabeza de una cabra, los pecados de Israel entonces fueron pasados sobre su cabeza (Levítico 16:21). Cuando los pecados pasaron así sobre la cabra, y cuando esta cabra murió en nuestro lugar y su sangre fue ofrecida a Dios, Dios aceptó esta sangre y perdonó los pecados. 
¿Cómo hemos recibido la remisión de nuestros pecados? Debemos dar testimonio a esto. La evidencia de la salvación se debe buscar solamente en la Palabra, y no es probada por la evidencia de ver visiones, de profetizar, o de hablar en lenguas. Solamente con la Palabra de Dios que podemos probar cómo habíamos sido pecadores y cómo ahora nos han salvado de todos nuestros pecados. Esta prueba da testimonio ante Dios, ante Satanás, y ante los seres humanos. 
Levítico 4:27-31 dice, “Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y delinquiere;
luego que conociere su pecado que cometió, traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su pecado que cometió.
Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto.
Luego con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar.
Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado”. 
Cuando el pueblo o los sacerdotes pecaban a propósito, traían un cordero, pasaban sus pecados sobre él imponiendo las manos en su cabeza, y después lo ofrecían a Dios. El imponer las manos significa pasar el pecado, y sacrificio significa morir en lugar de otro. 
Con las ofrendas diarias, Dios nos demuestra que Jesús vino a esta tierra, y justamente como estos corderos y cabras, Él aceptó que todos los pecados diarios pasaran a Él por Juan el Bautista. 
Toda la gente de Israel en el Antiguo Testamento recibió la remisión de sus pecados creyendo en esto. Cuando ellos pecaban sin querer, reconociendo sus pecados con la ley, traían inmediatamente un cordero y confesaban sus pecados imponiendo las manos en su cabeza. Los sacerdotes después aceptaban este ofrecimiento, cortaban su garganta, drenaban su sangre, ponían la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, y después dispersaban el resto en la tierra y en el altar. Así es cómo los Israelitas recibían la remisión de sus pecados. 
 Los cuernos del altar de los holocaustos se refieren a los Libros de las obras, es decir, a los Libros del Juicio. Siempre que pecamos, Dios escribe nuestros pecados en los Libros del Juicio en Su Reino, y también los escribe en nuestros corazones. Los seres humanos así son de desvergonzados e intentan engañar aun a Dios, Él registra sus pecados en los Libros de las obras y en sus propios corazones. Esta es la razón por la cual cuando los que no han recibido la remisión del pecado oran, los pecados salen de sus corazones, y vienen a orar, “Señor, perdona por favor este pecador”. Por lo tanto debemos saber cómo Jesús, viniendo a este mundo, aceptó que todos nuestros pecados diarios pasaran a Él. Solo entonces podemos ser liberados de nuestros pecados. 
Cuando el pueblo de Israel pecaba, traían un cordero, pasaban sus pecados sobre su cabeza imponiéndole las manos, y de tal modo eran perdonados de sus pecados. Los sacerdotes después mataban a este cordero y ponían su sangre en los cuernos del altar ardiente del ofrecimiento. La sangre es la vida de toda la carne (Levítico 17:14). La sangre expía el pecado. Cuando esta sangre fue puesta en los cuatro cuernos, Dios, viendo esto, sabía que los pecados habían sido juzgados ya a través del cordero, y de tal modo no condenó a los que habían pasado sus pecados al cordero. 
Que Dios condenaba a los animales a la muerte en vez de a las personas era el mismo amor de Dios. Cuando las personas pecan, de seguro deben morir, pero porque Dios los amó, Él hizo que los animales murieran en su lugar. Esta era la ofrenda diaria establecida por Dios de la justicia. 
Levítico 16:29-34 indica, “Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros.
Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová.
Día de reposo es para vosotros, y afligiréis vuestras almas; es estatuto perpetuo.
Hará la expiación el sacerdote que fuere ungido y consagrado para ser sacerdote en lugar de su padre; y se vestirá las vestiduras de lino, las vestiduras sagradas.
Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación.
Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel. Y Moisés lo hizo como Jehová le mandó”. 
El pasaje anterior describe el ritual del Día de la Expiación, que Dios hizo que los Israelitas le dieran a través del Sumo Sacerdote una vez al año para los que no podían dar las ofrendas diarias y para el pueblo entero de Israel. Con este ofrecimiento, el pueblo entero de Israel recibía la bendición de la remisión de sus pecados durante todo un año. 
Levítico 16:6-10 establece, “Y hará traer Aarón el becerro de la expiación que es suyo, y hará la reconciliación por sí y por su casa.
Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión.
Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel.
Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación.
Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto”. 
Dios dio a los Israelitas el sistema de sacrificios a través de el cual podrían pasar no solo los pecados diarios sino que también los pecados de un año sobre la ofrenda y ser perdonados de estos pecados de una vez por todas. Aarón era el hermano mayor de Moisés y el Sumo Sacerdote. Aarón tomó una de las dos cabras del Tabernáculo y pasó los pecados de todo el pueblo de Israel sobre la cabra imponiendo las manos sobre su cabeza. Después mató a la cabra y tomó su sangre dentro del velo, en lo Más Santo. Esta sangre era absolutamente requerida para entrar dentro del velo de lo Más Santo. 
El Tabernáculo estaba dividido en el Lugar Santo y lo Más Santo. El Sumo Sacerdote podía entrar en lo Más Santo donde estaba colocada el Arca del Testimonio solamente llevando la sangre del sacrificio. Solo viendo esta sangre Dios permitía que Aarón entrara en lo Más Santo. Habiendo matado a la cabra que había aceptado los pecados de todo el pueblo de Israel, Aarón entraba en lo Más Santo con esta sangre y la dispersaba con su dedo sobre el lado Este de la silla de la misericordia siete veces. Porque las campanas fueron unidas a la manga del traje, y siempre que él dispersara la sangre, hacían sonido, y con este sonido de las campanas oídas por el pueblo de Israel reunido fuera del Tabernáculo, Dios confirmaba a ellos que sus pecados habían sido expiados ante Él. 
Levítico 16:20-22 establece, “Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo;
 y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.
Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto”. 
De las dos cabras, el restante era el chivo expiatorio, “aza’zel” en hebreo (significa “cabra para dejar ir”). Ante todo el pueblo de Israel que miraba fuera de la puerta del Tabernáculo, Aarón confesaba todas las iniquidades de los Israelitas, ponía todos estos pecados en la cabra imponiendo sus manos en su cabeza, y la enviaba hacia fuera al vasto desierto, a morir. La ofrenda de sacrificio que cargaba esos pecados en sus hombros debía morir seguramente. Sacrificando esta cabra, Dios liberó a todo el pueblo de Israel de sus pecados. Nada con excepción de esto es el ofrecimiento que Moisés ordenó. Toda la gente del Antiguo Testamento recibía la remisión de sus pecados de esta manera. 
A través de este sistema de sacrificio, Dios nos previó que Jesús vendría a esta tierra, llevaría e sus hombros los pecados de la humanidad igual como esta cabra, y borraría todos sus pecados, los cometidos diariamente y los de la vida entera. La gente del Antiguo Testamento recibió la remisión de sus pecados con esta ofrenda de sacrificio. Ahora, usted, la gente del Nuevo Testamento, debe de darse cuenta cómo Dios ha solucionado el problema de todos los pecados del mundo y de todos sus pecados, y cómo Él le ha dado la remisión de todos estos pecados. 
El Antiguo y Nuevo Testamento concuerdan uno con otro. Debemos ahora encontrar en el Nuevo Testamento lo que ha hecho Jesús por nosotros. 
 
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La fe del credo de los Apóstoles - Los Principios Elementales de CRISTO