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Tema 16: Evangelio de Juan

[Capítulo 6-9] Debemos comer el pan del cielo por fe en el Evangelio del agua y el Espíritu (Juan 6, 28-58)

(Juan 6, 28-58)
«Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Más os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente».


Las almas que se perdieron ante Dios

Cuando nuestro Señor estuvo en el mundo, el pueblo de Israel era tan pobre que no tenía suficiente comida para alimentarse, ya que estaba explotado por el Imperio Romano como una colonia suya. Nuestro Señor fue al encuentro de los enfermos y los curó e hizo el milagro de los panes y los peces para alimentar a los pobres con la comida de la carne.
Al ver al pueblo de Israel, nuestro Señor se apiadó de él. Sintió compasión por él ya que los vio como ovejas perdidas, un rebaño sin pastor. Cuando la gente de Israel siguió a Jesús hasta el desierto, Jesús tuvo compasión de ellos porque no tenían nada que comer y tenían que ser alimentados en la carne. Así que el Señor les dijo a Sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lucas 9, 13). Entonces Felipe le dijo a Jesús: «Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco.». Era imposible que los discípulos pudieran alimentar a toda esa gente.
Sin embargo, nuestro Señor los sació. Hizo el milagro de los cinco panes y los dos peces. Tomó dos peces y cinco panes, los bendijo y alimentó con ellos a más de 5.000 hombre. Si incluimos a las mujeres y a los niños quizás fueran 15.000 en total. Este es el milagro que hizo nuestro Señor.
Cuando la gente encontró a Jesús, muchas personas fueron curadas, fueron alimentadas con el pan de la carne, vieron milagros sorprendentes y escucharon la maravillosa Palabra de la Verdad celestial. Así que una gran multitud empezó a seguir a Jesús e intentó hacerle rey de Israel a la fuerza. Estas personas pensaban: «Si Te conviertes en nuestro rey, no tendremos que preocuparnos de qué comer. Sólo tendrías que bendecir un saco de trigo y sería suficiente para alimentar a toda la nación y aún así tendríamos excedente». Así que los más inteligentes intentaron hacer a Jesús su rey y pensaron que no tendrían que preocuparse de la economía de la nación ni de los víveres si Jesús fuera rey. Sin embargo, Jesús no quiso serlo. «No me convertiré en un rey carnal». Jesús siguió huyendo de ellos, pero el pueblo quiso hacerle rey a la fuerza.
Entonces Jesús fue a Capernaum con Sus discípulos cruzando el Mar de Galilea en barca. La multitud de seguidores que estaba en la orilla vio que Jesús había cruzado al otro lado y le siguió. Al llegar a la otra orilla se sintieron hambrientos. Cuando llegó la hora de comer, pensaron: « ¿No nos dará el Señor algo de comer?». En ese momento el Señor les dijo: «Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre» (Juan 6, 26-27).
Así que la gente le preguntó: « ¿Qué debemos hacer para hacer las obras de Dios?». Jesús contestó: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6, 29). Jesús sabía lo que tenían en sus corazones. Él les estaba diciendo que creyeran en «el Evangelio del agua y el Espíritu» que Él mismo trajo. Entonces ellos le preguntaron: « ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer» (Juan 6, 30-31).
Jesús quiso alimentarlos con el pan de vida. Sin embargo, como el pueblo de Israel creía en Dios, esta gente se refirió al maná del Antiguo Testamento que Dios envió del cielo para alimentar a los antepasados cuando vivieron en el desierto. Así que le preguntaron: « ¿Puedes darnos pan como el maná, como se lo dio Dios a Moisés en el Antiguo Testamento?». Entonces nuestro Señor contestó: «De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo» (Juan 6, 32-33). La gente dijo entonces: «Si tienes poder, danos este pan. Danos de comer y entonces creeremos». Y Jesús contestó: «No fue Moisés quien hizo bajar el maná en el Antiguo Testamento, sino que fue Dios, y para daros vida, Yo os doy Mi carne. Así que comed Mi carne y recibid la vida eterna».
Jesús dijo: «Soy el pan de vida» y le dijo a la gente que comiera este pan del Cielo porque les daría vida. ¿Qué tipo de pan es este? Como Jesús dijo que Su carne era el pan de vida, la gente allí reunida no pudo dejar de preguntarse cómo era eso posible. Podían entender el pan de la carne, pero ¿qué era este pan de vida del que estaba hablando de repente? Aquí debemos saber la razón fundamental por la que Jesús habló del pan de vida.
El pueblo de Israel quería que Jesús les diera el pan de la carne cuando le siguieron. Jesús, por el contrario, quería darles el pan de vida. Estos dos deseos no se correspondían. Lo que Jesús quería darles no era lo que el pueblo de Israel estaba buscando. Así que refiriéndose a Sí mismo Jesús dijo: «Soy el pan de vida» y «Comed Mi carne» pero el pueblo de Israel no lo entendía.
Entonces Jesús les explicó en Juan 6, 35-40: «Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Más os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero».


Jesús es el Pan de vida


Jesús se describió a Sí mismo como el pan de vida y los judíos empezaron a quejarse diciendo: «Como sabes, eres el hijo de José así que ¿cómo puedes andar diciendo que eres el pan del Cielo? ¿El pan de vida? ¡Tonterías! Lo sabemos todo sobre tu familia. Tu padre José y madre María son nuestros vecinos y te hemos visto crecer. Tu padre es nuestro amigo, ¿cómo puedes decir que eres el pan de vida del Cielo? Nuestros antepasados comieron del maná. ¿Acaso también nos vas a dar tú este maná? Si es así, haz que el maná descienda del Cielo».
Entonces Jesús les dijo: «Nadie puede venir a Mí a no ser que el Padre le envíe; y a esa persona la levantaré el último día». En otras palabras, nuestro Señor estaba hablando de cómo Dios Padre le había enviado al mundo para salvar a la humanidad. Pero la gente le pedía pan de la carne. Así que Él dijo: «Soy el pan de vida y seréis salvados y recibiréis la vida eterna si creéis en Mí, pero no creéis aunque me veis».
« ¿Cómo podemos creer en Ti? Sabemos que eres el hijo de José, ¿cómo podemos creer en Ti?». Jesús y el pueblo de Israel debían haber tenido una conversación importante pero fue imposible ya que ambas partes defendían su propio punto de vista.
Nuestro Señor dijo que era el pan de vida. Dijo: «Aunque vuestros antepasados comieron del maná en el desierto, todos murieron, pero lo que descendió sobre ese desierto no venía de Moisés, sino del Cielo». Entonces dijo: «El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (Juan 6, 51). En otras palabras, Jesús estaba diciendo: «Soy el pan del Cielo y si alguien come de este pan, vivirá para siempre». El Señor dijo que Su carne era el pan de vida para el mundo. Y Jesús dijo que la gente tenía que comer de Su carne.
Entonces los judíos empezaron a discutir entre ellos con gran conmoción porque no podían entender lo que Jesús estaba diciendo. Así que dijeron: « ¿Cómo puede este Hombre darnos Su carne para que la comamos?». Jesús les dijo: «Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente» (Juan 6, 53-58). Sin embargo el pueblo de Israel seguía sin poder entenderle hasta el final.


La carne de Jesús es verdadera comida


Hemos nacido de nuevo al comer la carne de Jesús y beber Su sangre. Los nacidos de nuevo pueden darse cuenta de que la carne de Jesús es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida. De hecho, los nacidos de nuevo comen la carne de Jesús todos los días y beben Su sangre. Este Jesús, que dijo que Su carne era verdadera comida, está alimentado a los justos con Su carne hasta saciarlos. Los justos están comiendo la carne de Jesús por fe. Esta carne de Jesús se refiere al Evangelio de la verdadera salvación, a que Jesús ha borrado nuestros pecados al ser bautizado en Su cuerpo por Juan el Bautista y por tanto al haber tomado sobre Sí mismo los pecados del mundo.


La sangre de Jesús es verdadera bebida


Jesús dijo que Su sangre es verdadera bebida. El que Jesús pagara la pena de todos nuestros pecados es la bebida que nos sacia. Si comemos Su carne, estamos llenos, y si bebemos Su sangre, nuestra sed queda saciada. Como los que creen en el bautismo y sangre de Jesús se alimentan de Él por fe, Su carne se ha convertido en verdadero pan de vida del Reino de los Cielos, y Su sangre se ha convertido en verdadera bebida. La carne y la sangre de Jesús se han convertido en el verdadero pan de vida para los creyentes. Ustedes y yo, que creemos en Jesús, debemos conocer y creer que la carne de Jesús es el pan de vida.
Aquí debemos tener cuidado para no entenderlo mal. No debemos creer que sólo la muerte de Jesús en la Cruz es Su carne, la comida de la vida. El que Jesús muriera en la Cruz es bebida para nosotros, pero no comida. ¿Están llenos cuando creen sólo en la Cruz de Jesús? No. Cuando creen sólo en la sangre de Jesús en la Cruz, puede que se sientan saciados porque son librados de la condena de los pecados de sus corazones, pero sus corazones no están llenos.
Jesús aceptó todos nuestros pecados a través de Su bautismo en el río Jordán, y ha borrado nuestros pecados a través del agua de Su bautismo. Esta carne de Jesús por tanto sigue siendo comida para ustedes y para mí. ¿Es esto verdad para ustedes también? Como el pueblo de Israel era carnal por aquel entonces, no se dio cuenta de esto mientras seguía a Jesús, pero cuando nosotros, los nacidos de nuevo, leemos este pasaje, entendemos lo que significa.
Está escrito: «Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él» (Juan 6, 55-56). Quien no come la carne del Hijo del Hombre ni bebe Su sangre no tiene vida. Pero los que comen la carne del Señor y beben Su sangre tienen vida eterna. ¿Y ustedes? ¿Han comido la carne de Jesús y bebido Su sangre? ¿Cómo lo hicieron? ¿Le quitaron un brazo a Jesús, lo cocinaron y se lo comieron? ¿Le sacaron la sangre a Jesús y la pusieron en un vaso para beberla? ¿Cuánta carne tenía Jesús para que toda esta gente la pudiera comer?
Mis queridos hermanos, sabemos que Jesús no hablaba en términos carnales. La Palabra del Señor es espíritu y vida para nosotros (Juan 6, 63). Jesús nos ha dado Su carne y Su sangre. Quien no coma Su carne ni beba Su sangre no tiene vida. Sea quien sea el que no tenga la carne ni la sangre de Jesús, no tiene vida. 
Jesús tomó todos los pecados de la humanidad en Su cuerpo y pagó la condena del pecado al derramar Su sangre en la Cruz. Al entregar Su carne y Su sangre para el bien de todos los seres humanos, ha dado vida a todos los que creen que Él salva a Sus creyentes. Nadie puede ser salvado del pecado a no ser que crea de corazón que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, ni tampoco puede recibir la vida eterna. Sólo los que creen en la Palabra de Verdad, en que el bautismo de Jesús, que es Su carne, ha borrado todos los pecados de la humanidad, puede recibir la verdadera vida de Dios por fe.
¿Han recibido esta vida? ¿Se han convertido en los que comen la carne de Jesús y beben Su sangre? Nos hemos convertido en esta gente por fe, al haber comido la carne de Jesús y bebido Su sangre. De lo que Jesús dijo: «Mi carne es verdadera comida» podemos darnos cuenta de que la Palabra de Dios es una verdad maravillosa. Cuando nos cansamos en espíritu de vivir en este mundo, si nos damos cuenta de que nos falta comida espiritual y pensamos en el bautismo de Jesús, este bautismo se convertirá en la comida de la vida y nos llenará espiritualmente.
La comida que Jesús nos ha dado con Su carne nunca perece y no le falta nada para que así la podamos comer para siempre, día y noche, hoy y mañana. El que Jesús recibiera el bautismo en Su cuerpo significa que ha borrado nuestros pecados con el agua, y que esta carne de Jesús que cargó con todos los pecados a través de Su bautismo se ha convertido en verdadera comida para las almas. Quien crea en la carne de Jesús tendrá el corazón lleno. Pero no estará lleno en la carne, sino en el corazón. Su alma está llena y su fuerza renovada. Tiene tanta fuerza que los que no han nacido de nuevo no pueden entender ni experimentar esta Palabra de Verdad. 
Durante la Iglesia Primitiva, los cristianos vivían sus vidas de fe a escondidas en las catacumbas para escapar de la persecución. Al ver esto, muchos romanos los acusaron de canibalismo por creer que comían la carne de Jesús y bebían Su sangre literalmente. Como no conocían la Palabra de Dios, los romanos creían que los cristianos se reunían todos los días para asesinar a seres humanos y devorarlos y así comer la carne y beber la sangre de sus víctimas. Por eso los perseguían con violencia. Para los que no han nacido de nuevo es imposible entender que la carne de Jesús es comida.
La Iglesia Católica tiene su falsa doctrina de la carne de Jesús. Según la doctrina católica de la transustanciación, cuando alguien come la ostia, está comiendo el cuerpo de Jesús. Los católicos creen que cuando un sacerdote bendice la ostia durante la Comunión, la ostia se convierte en la carne de Jesús y así es como comen la carne de Jesús. Así que durante la Misa, al comer esta ostia, creen que están comiendo el cuerpo de Jesús. Sin embargo esto no es comer la carne de Jesús. 
La carne de Jesús se come sólo por fe. La carne de Jesús se come cuando se cree en Su bautismo y Su Cruz. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos comer la carne de Jesús y beber Su sangre. Cuando creemos en esta Palabra se convierte en comida de vida para nosotros. Jesús es el Hijo de Dios que bajó del Reino de los Cielos. Sólo cuando creemos esto y le recibimos en nuestros corazones Jesús se convierte en vida para nuestros corazones y la vida eterna de Dios desciende sobre nosotros. ¡Recibamos todos esta vida eterna por fe!
Cuando Jesús vino al mundo fue bautizado en Su cuerpo, murió en la Cruz y así ha borrado los pecados de la humanidad. Creer en la Palabra de Dios que quitó los pecados del mundo es la fe que permite que comamos la carne de Jesús. No pueden comer la carne de Jesús mediante el ritual de la Comunión en el que se come un trozo de pan. Comer la carne de Jesús es creer en su redención del pecado que Jesús ha cumplido, en que vino a este mundo a librarnos del pecado, fue bautizado por Juan el Bautista y aceptó todos los pecados del mundo para así borrarlos. Esta fe es la que les permite comer la carne de Jesús. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón comemos la carne de Jesús. Cuando creímos con nuestros corazones que todos los pecados del mundo fueron pasados a Jesús cuando fue bautizado y que fue condenado en lugar nuestro cuando murió en la Cruz, Jesús se convirtió en la comida de vida para nosotros, el Salvador de nuestros pecados y así hizo posible que recibiésemos la vida eterna por fe.
La Biblia dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10, 10). Entonces ¿cómo podemos comer la carne de Jesús y beber Su sangre? Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos comer la carne de Jesús y beber Su sangre. Sólo por fe podemos hacerlo.
Jesús dijo: «Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él» (Juan 6, 55-56). El Señor Jesús dijo que hay vida en Su carne. Nuestro Señor ha ofrecido Su propia carne a los pecadores. Ha alimentado con Su carne a todos los que creen en Él y los ha llenado. Esta carne se refiere al bautismo que Jesús recibió. Y Jesús nos ha dado la bebida de la vida también. En otras palabras, Jesús fue condenado por nosotros al ser crucificado y así ha saciado nuestros corazones, porque ha hecho que no tengamos que ser condenados por nuestros pecados. 
Como nuestro Señor nos ha dado a toda la humanidad Su carne (Su bautismo), la comida espiritual de la vida, podemos estar llenos al comer esta carne denominada el bautismo de Jesús. Incluso en este instante hay muchas almas en este planeta que mueren de hambre espiritual, aunque coman la comida de la carne, porque no pueden comer la comida de la vida que es el bautismo de Jesús.
Por coincidencia hace unos días escuché el sermón de un pastor en la televisión. El tema del sermón era que teníamos que alcanzar la vida eterna y recibir la remisión de los pecados al creer en Jesús. Sin embargo, después de mencionar este tema tan importante a su congregación, este pastor no dio ninguna respuesta a la pregunta de cómo creer en Jesús. Mencionó el pasaje de Juan 6, 28-40 en su sermón pero no tenía ni idea de cómo interpretarlo. Durante la media hora de predicación hizo muchas preguntas pero no dio ninguna respuesta porque ni él mismo sabía cuáles eran las respuestas. Un sermón sirve para explicar cómo se puede recibir la remisión de los pecados, cómo se puede vivir una vida de fe correctamente y cómo se puede vivir una vida decente. Pero los pastores que no han nacido de nuevo no saben qué es la comida de la carne de Jesús. Por eso este pastor no hacía más que hacer preguntas a la congregación durante media hora: « ¿Cómo debemos vivir? ¿En qué debemos creer?». Este sermón hace que los pecadores cristianos tengan una fe legalista y sigan ligados al pecado.
Cuando un predicador dice un sermón debe dar respuestas porque sólo entonces los oyentes pueden comer la comida espiritual y estar saciados. Si predican sin saber la respuesta, ¿cómo se le puede llamar sermón a sus sermones? ¿No es así, queridos hermanos? Muchas personas están muriendo de hambre.
Podemos comer dos tipos de comida: la comida de la carne y la comida espiritual. Como ustedes y yo sabemos bien la comida de la carne la produce la tierra. Pero la comida espiritual sólo se puede obtener cuando comemos la carne de Jesús. Lo que la tierra produce no es la comida espiritual. La comida espiritual del Cielo es la carne de Jesús. Sólo cuando comemos la carne de Jesús podemos comer esta comida espiritual, y sólo cuando comemos la carne de Jesús y bebemos Su sangre podemos recibir la vida eterna.
Sin embargo hay muchos cristianos que no se dan cuenta de porqué Jesús vino al mundo. Al ser bautizado Jesús se convirtió en el Salvador que nos ha salvado de todos nuestros pecados y al ofrecer Su carne nos ha dado la vida eterna. El hecho de que nos haya salvado del pecado al ser bautizado en Su cuerpo y derramar Su sangre es nuestra comida espiritual. A pesar de esto mucha gente no cree en el bautismo que Jesús recibió cuando vino al mundo. Por el contrario sólo saben que Jesús fue condenado a muerte y que se levantó de entre los muertos. Incluso hasta este mismo momento siguen sufriendo porque no se dan cuenta de que Jesús, al ser bautizado cuando vino al mundo, ha borrado los pecados de los que creen en Él. ¿Cómo ocurrió esto?
La gente tiene hambre. ¿Se dan cuenta de lo hambrientos que están espiritualmente? ¿Y ustedes? ¿Han tomado la carne de Jesús, la comida de la vida a través de la fe en Su bautismo? Deben comer esta carne de Jesús. Estoy agradecido por la carne que Jesús nos ha dado porque es verdadera comida. Si Jesús no hubiese sido bautizado, por muy sinceramente que creyéramos en Él, no podríamos haber recibido la remisión de nuestros pecados y nuestras almas y corazones no estarían en paz.
Mientras leía el pasaje de las Escrituras de hoy me di cuenta de cómo la carne de Jesús (Su bautismo) es verdadera comida. Y me entristeció enormemente que el pueblo de Israel no reconociera a Jesús como quien de verdad era. Cuando Jesús dijo que Su carne era comida de vida, desearía que hubiesen creído en Él y hubieses dicho: « ¡Oh! Eres el verdadero Mesías, el Salvador y el Cordero del sacrificio que vino al mundo, fue bautizado y condenado en la Cruz». Entonces su conversación con Jesús no hubiese sido en vano. Si hubieran sabido que Jesús era el Salvador y hubiesen creído, el pasaje de las Escrituras de hoy no tendría porqué ser tan largo.
¿Qué ocurrió cuando los judíos del pasaje de hoy no entendieron que la carne de Jesús, el bautismo de Jesús les salvaba de todos los pecados? Cuando Jesús le dijo al pueblo que creyera en Él, la gente dijo: « ¿Cómo podemos creer en Ti?» y Jesús contestó: «Quien come Mi carne (el bautismo de Jesús) por fe, come la comida de la vida eterna, y quien bebe Mi sangre, tiene verdadera bebida». Pero los judíos contestaron: « ¿Nos están hablando literalmente?».
No sólo fueron los judíos los que tuvieron esta conversación en vano. Muchos cristianos de hoy en día que creen en Jesús sin nacer de nuevo tienen esta conversación. Leen el pasaje de hoy pero no entienden lo que significa. Así que sin saber el significado de esta Palabra de Dios, insisten que deben vivir virtuosamente y diligentemente. Pero esta enseñanza está equivocada. Hablan de la fe en Jesús sólo en términos morales y éticos, diciendo: «Debéis vivir de esta manera». Por eso Jesús no puede convertirse en su comida aunque crean en Él y por eso los que no han nacido de nuevo del agua y el Espíritu no pueden alimentar a otras almas con comida espiritual.
Cuando comí la carne de Jesús al creer en el bautismo del Señor, mi corazón se llenó. Cuando creí en el bautismo de Jesús y Su sangre en la Cruz, el bautismo se convirtió en el pan de vida en mi corazón, y Su preciosa sangre se convirtió en verdadera bebida. Cuando leí sobre el bautismo de Jesús en la Palabra, este bautismo se convirtió en la comida de la remisión de los pecados, y cuando miraba a la Cruz, le daba gracias a Dios porque no hay condena para mí. Cuando creí en Su salvación, en que los pecados de los creyentes se borran a través de Su bautismo y en que sus corazones se sacian con el pan de Jesús, la carne (el bautismo de Jesús) y la sangre de Jesús se convirtieron en verdadera comida de vida para mí. Estoy muy agradecido por ello.


Si creemos sólo en la sangre de Jesús, ¿cuáles son las consecuencias de esta fe?


Antes de encontrar el Evangelio del agua y el Espíritu, yo también tenía una fe que me impedía comer la carne de Jesús. Bebía sólo la sangre de Jesús por aquel entonces. En esos momentos, durante 10 años, afirmaba creer en Jesús pero sólo creía en Su sangre. Así que no tenía comida y moría de hambre. Estaba tan necesitado de comida espiritual que viví toda mi vida de fe basándome en mis propias emociones.
En aquellos días, cuando no tenía verdadera paz en mi corazón, cantar himnos no era divertido. No era excitante cantar solemnemente. Estaba tan hambriento y tan sediento que cantaba como un fanático. Entonces sin darme cuenta me sumergía en mis propias emociones, y mientras cantaba himnos como un fanático, sentía un gran deseo de servir al Señor. Sin embargo esto sólo duraba poco tiempo, y cuando dejaba de cantar, me sentía vacío y hambriento de nuevo. Incluso mientras adoraba, no me sentía lleno del todo, sino que sólo sentía un vacío todo el tiempo. Si sólo creemos en la sangre de Jesús, Él no puede convertirse en comida para nuestras almas. Así que cuando iba a la iglesia para ser alimentado, me iba todavía más hambriento, y cuando buscaba la satisfacción, acabé yendo de grupo en grupo y de reunión a reunión. El resultado de creer sólo en la sangre de Jesús era como mucho un poco satisfactorio, pero la mayoría de las veces provoca un vacío. Esto se debe a que en mi corazón no había ni verdadera fe ni verdadera agua de vida
Sin embargo, ahora que he comido la carne de Jesús (la Palabra de Verdad que ha borrado todos mis pecados al ser bautizado), el vacío de mi corazón ha desaparecido. Ahora la verdadera vida brota de mi corazón. Ahora pude compartir el agua de la vida con todo el mundo.


Jesús ha borrado nuestros pecados con Su carne

Desde el momento en que me di cuenta de que todos mis pecados se pasaron a Jesús cuando fue bautizado, la sed de mi corazón se sació. Desde ese momento me di cuenta de que Jesús fue condenado en la Cruz en mi lugar, y desde ese momento creí que Jesús no sólo aceptó mis pecados, sino todos los pecados de la humanidad cuando fue bautizado, y entonces fui saciado porque recibí la verdadera vida en ese momento.
Está escrito: «Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará» (Salmo 23, 1-2). Mis queridos hermanos, hemos comido toda la hierba que hemos querido y bebido las aguas del río. Estamos satisfechos y llenos y reposamos en verdes praderas mientras decimos: «Estoy lleno. Estoy tan lleno que no quiero nada más». Mis queridos hermanos, nos hemos convertido en gente satisfecha que siempre sonríe y está feliz y a la que nada le falta.
Mi alma fue saciada cuando encontré al Señor en Su Palabra. Cuando me siento ligeramente hambriento siempre pienso en nuestro Señor. Leo la Palabra y medito sobre ella. Siempre recuerdo que mis pecados fueron pasados al Señor cuando fue bautizado. Él cargó con todos mis pecados, así que mi corazón está siempre lleno. «Gracias Señor, muchas gracias. Estoy agradecido de todo corazón. Estoy tan agradecido de que me hayas dejado sin pecado. Señor no puedo expresar con palabras cuanto te lo agradezco». Pienso en lo insuficiente que soy por mí mismo y cómo nuestro Señor cargó con todos mis pecados, y al creer en esto de corazón, como la carne y bebo la sangre todos los días y así descanso con gozo y paz en mi corazón.
Estamos viviendo alimentándonos de la comida de la vida para nuestras almas. No sólo yo, sino que también ustedes han conseguido la salvación al creer en la carne del bautismo de Jesús. Al ofrecer Su propia carne y sangre, Jesús nos ha alimentado con la comida de la vida y nos ha devuelto a la vida cuando estábamos en el pecado. Creemos en esto. Creemos que con Su bautismo y Su sangre, Jesús nos ha salvado a todos los que estábamos a punto de morir de hambre. ¿No es así? Al creer en el bautismo de Jesús y Su sangre hemos comido Su sangre bebido Su sangre. Si alguien no come ni bebe por fe, morirá, pero si come y bebe por fe, conseguirá la vida eterna.
Debemos seguir comiendo el bautismo de Jesús, es decir, Su carne. Si la comemos una vez conseguiremos la vida eterna, si la comemos dos veces, estaremos saciados, y si la comemos tres veces al día seremos gente de fe. Al comer la carne y beber la sangre de Jesús todos los días recobramos fuerzas y estamos llenos todos los días. ¿Creen en esto? Debemos comer el pan de vida todos los días.
Mis queridos hermanos, Jesús dijo: «Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente» (Juan 6, 55-58). ¿Creen en esto? Mis queridos hermanos, los que comen la carne y beben la sangre de Jesús vivirán para siempre. La carne de Jesús no nos llena sólo durante poco tiempo. La carne de Jesús permite que todos sus pecados sean borrados y que reciban la vida eterna, y se ha convertido en el pan de la vida eterna.
El que hayamos comido la carne de Jesús es un gran milagro y una bendición. ¿Qué hemos hecho para merecer esto, para comer la carne de Jesús y beber Su sangre cuando tanta gente sólo ha bebido Su sangre? El sermón de hoy ha tratado este tema y ha subrayado lo afortunados que somos al habernos salvado de esta manera. He hablado de cómo lo hemos conseguido con esta diferencia y cómo hemos conseguido la vida eterna y cómo otros están destinados al infierno por esta pequeña diferencia.
Qué gran amor y gracia nos ha dado el Señor al salvarnos y encontrarnos cuando hay tanta gente en este mundo que es más lista que nosotros y está mejor considerada. Estoy muy agradecido por esto. La carne de Jesús es la gracia de Dios. Es el pan de Dios que viene del Cielo. Todo lo que hice fue aceptar por fe el don que el Señor me dio. Todos nosotros debemos creer en la carne y la sangre de Jesús, en Su bautismo y sangre.
Lo que hemos recibido es la vida eterna; tenemos fe en la carne del bautismo y la sangre de la Cruz que Jesús nos ha dado. Esto es lo que confesamos a nuestros Dios, no por nuestra propia bondad ni por nuestras virtudes o acciones ni porque tengamos un talento especial.
Creemos que Dios nos dio el don de la salvación y de la vida eterna porque tuvo misericordia de nosotros y nos amó. Dios Padre hizo que fuésemos salvados como está escrito: «Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le trajere». Dios Padre nos ha empujado hacia el camino de la vida eterna, a la Iglesia que tienen la enseñanza correcta sobre la carne y la sangre de Jesús y nos ha hecho comer la carne de Jesús y recibir la vida eterna. Cuando la destrucción viene a este mundo, el Cielo vendrá a nosotros. No debemos preocuparnos por nada.
La Biblia dice: «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9, 27). El que Dios nos haya hecho vivir para siempre significa que no nos ha creado como meros seres efímeros aunque nuestras vidas en este mundo sean como el rocío de la mañana que desaparece. Para que disfrutásemos la vida eterna y viviésemos para siempre Jesús nos ha hecho el pueblo de Dios al alimentarnos con Su carne y Su sangre. Los que creen en la carne y sangre de Jesús y comen de esta carne y beben Su sangre, vivirán para siempre. Mis queridos hermanos, podemos comer y beber la sangre y la carne de Jesús en cualquier momento por fe. En la Iglesia de Dios siempre podemos comer la comida espiritual y beber la bebida espiritual.
Nuestro Señor nos dio Su carne y Su sangre para darnos la vida eterna y la comida eterna. La carne de Jesús es Su bautismo, que borró todos los pecados, y la sangre de Jesús fue el castigo por los pecados con los que cargó a través de Su bautismo. Al creer en la carne y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios del Cielo, hemos recibido la remisión de nuestros pecados y hemos conseguido la vida eterna.