(Génesis 4, 25-26)
«Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín. Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová».
En el pasaje de las Escritura de hoy está escrito que cuando Set tuvo a Enós, la humanidad al final empezó a llamar el nombre de Jehová. ¿Por qué empezó la gente a llamar el nombre del Señor en este momento en particular? Porque entonces los seres humanos empezaron a ver sus debilidades. Reconocieron que eran seres insuficientes, destinados a morir por sus pecados y debilidades. Por fin vieron sus verdaderos seres, dándose cuenta de que no tenían ni virtudes ni méritos en su carne, sino que eran débiles. Como se dieron cuenta de sus debilidades humanas, no tuvieron más remedio que confiar en Dios, y por eso la Biblia dice que al final empezaron a llamar el nombre del Señor, Jehová.
Solo una persona que puede ver su propia debilidad puede llamar a Jehová. La condición fundamental de todos los seres humanos hace que no puedan evitar morir por sus pecados. ¿Qué es la humanidad? ¿Qué es la vida? Los seres humanos no tienen más remedio que ser destruidos y malditos por sus pecados. No tienen ningún mérito, ni en cuerpo ni en espíritu.
La gente suele decir que los seres humanos son los dueños de la creación y son las criaturas más valiosas de todas. Sin embargo, la humanidad no tiene nada mejor que ninguna otra criatura. De hecho, todos los seres humanos son descendientes de Adán, una raza de víboras que no puede evitar morir por sus pecados. Por eso la Biblia declara: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5, 12).
Ante Dios todos somos insuficientes. Nadie puede decir que es perfecto, ni siquiera una persona. La naturaleza humana vive en este mundo como un lobo sediento de sangre, cometiendo todo tipo de pecados según sus instintos carnales, y por eso precisamente la Biblia dice que los que se dan cuenta de esto invocan el nombre del Señor.
Después de la muerte de Abel, Dios les dio a Adán y Eva otro hijo llamado Set para continuar con el linaje de la fe, y este Set tuvo un hijo llamado Enós. El nombre de Enós es “Enos” en griego, y significa hombre mortal. Por tanto, este nombre de Enós significa que el hombre no podía evitar morir por sus pecados.
¿Quién entre nosotros le daría un nombre malo a su hijo? Pero aún así Set le dio a su hijo un nombre negativo pero muy cierto, porque cuando se vio a sí mismo y a su hijo, se dio cuenta de que estaban destinados a morir ante Dios. Por eso está escrito que cuando Enós nació de Set, la gente empezó a invocar el nombre del Señor. Esto significa que cuando vieron lo débiles que eran se dieron cuenta de que Dios estaba vivo e invocaron su nombre y confiaron en Él. Si no seres humanos no reconocen lo frágiles que son, no necesitan confiar en Dios. Sin embargo, cuando se descubren a sí mismos, se dan cuenta de que son demasiado frágiles y están destinados a morir física y espiritualmente, y se dan cuenta de que no tienen más remedio que invocar el nombre de Jehová Dios y vivir confiando en Él.
Los que no pueden ver su verdadera naturaleza no pueden invocar el nombre de Dios ni pueden confiar en Él. De la misma manera en que Sakyamuni intentó solucionarlo todo por sí mismo declarando: “Soy el único santo de la tierra y el cielo”, los que no pueden ver su naturaleza fundamental no intentan buscar a Dios, sino que viven en arrogancia ante Su presencia. ¿Pero qué mérito tienen los seres humanos? En realidad, todo el mundo es un ser mortal para el que la muerte es inevitable Pero la gente de este mundo no se da cuenta de que es como Enós, y que por eso están exaltando su propia auto estima. Si podemos vernos como seres débiles, es decir, si cometemos infinidad de pecados por nuestros deseos de la carne, no practicamos la virtud que Dios quiere, pero solo practicamos el mal contra los deseos de Dios, invocaremos en nombre del Señor. Cuando uno invoca el nombre de Jehová Dios significa que está confiando en Él.
Incluso nosotros, los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, no debemos olvidar el hecho de que en nuestra carne somos como Enós. No debeos olvidar que por naturaleza estábamos destinados a ser malditos por nuestros pecados y destinados al fuego del infierno. Todo el mundo, por muy virtuoso y famoso que sea, está destinado a morir por sus pecados. Toda la gente conocida, los héroes y los líderes religiosos distinguidos que han vivido en este mundo, y que vive ahora, son meros seres mortales, destinados a morir por sus pecados. Solo cuando nos conocemos a nosotros mismos podemos buscar a Dios e invocar Su nombre.
Nuestra sustancia verdadera como seres humanos es la misma que la de Enos. ¿Pero qué hay de ustedes? ¿Saben que son así? Pero muy a menudo, mientras vivimos, nos olvidamos de quiénes somos. Solo porque el Señor salvó a personas como nosotros a través del Evangelio del agua y el Espíritu podemos ser salvados; si el Señor no nos hubiese salvado, no tendríamos ningún valor. ¿Qué mérito tenemos propio? ¿Cómo somos mejores que las bestias, y qué tenemos de virtuosos? Todos los seres humanos somos exactamente como Enós.
La Biblia dice que cuando nació Enós la humanidad empezó a invocar el nombre de Jehová Dios. ¿Por qué empezó la humanidad a invocar el nombre del Señor? ¿Quién les enseñó el nombre de Jehová? Fue Adán. Esto se debe a que Adán y Eva sabían muy bien quién era Dios, porque habían estado con Él. Incluso después de que Enós naciese, Adán Y Eva siguieron teniendo hijos. Como Adán vivió durante 930 años, tuvo mucho tiempo para tener más hijos. ¿Cuántos hijos pudo tener en todos esos años?
Los seres humanos no deben olvidar ni por un momento que no podemos evitar cometer pecados por nuestras debilidades y que no podemos evitar morir por estos pecados. Sócrates dejó una famosa frase: “Conócete a ti mismo”. Si hubiese conocido el pasaje de las Escrituras de hoy, habría dicho más específicamente: “Conócete a ti mismo, que eres Enós”. Quizás habría dejado las siguientes palabras: “Estáis obligados a morir por vuestros pecados, porque sois obradores de iniquidad. Nadie tiene ninguna virtud”.
Cuando vi mi verdadero yo a través de la Palabra de Dios, me di cuenta que era un hombre sin ningún mérito para tener auto estima ante Dios, y que estaba destinado a morir por mis pecados. Por eso di gracias a Dios por Jesucristo. No tengo nada propio para exaltarme a mí mismo ante Dios. ¿Son ustedes como yo? De hecho, para nosotros no hay nada que exaltar. Después de creer en el Evangelio de la justicia del Señor y nacer de nuevo empecé a seguir al Señor por fe y descubrí aún más que estaba destinado a pagar la condena de Dios y morir, como dice la Palabra. Por eso estoy profundamente agradecido a Dios por salvar a alguien como yo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Nuestra existencia no valía nada, nuestros pies corrían para pecar, pero el Señor salvó a gente como nosotros a través del Evangelio del agua y el Espíritu; y cada vez que afirmo esto por fe estoy todavía más agradecido.
Si hubiese creído en el cristianismo del mundo que se ha convertido en una mera religión, nunca habría descubierto esta Verdad. Han pasado 30 años desde que empecé a creer en Jesús. Quien haya vivido una vida religiosa durante todo este tiempo, debería haberse convertido en una persona santa digna de respeto a los ojos de otras personas; es decir, si hubiese creído en Jesús como otros seguidores de la religión del mundo, ahora sería un hombre con virtud, pero cuando me miro a mí mismo no veo nada mío que sea santo, ni veo ninguna mejora en mi carácter. Por el contrario, cuanto más pasa el tiempo desde que nací de nuevo, cuando me observo a mí mismo, me siento más obligado a admitir que había vivido ignorando mi verdadero yo y siendo un desagradecido ante Dios. Estaba destinado a morir, pero el Señor me ha salvado con Su gracia del Evangelio del agua y el Espíritu, y por eso tenemos que darle las gracias a Dios. Desde la perspectiva de la religión del mundo, no tiene sentido que lo fallos de una persona se expongan más con el paso del tiempo. Sin embargo, todos los que invocan el nombre de Jehová Dios son los que saben que son débiles y los que siguen al Señor con lealtad son los que admiten ser frágiles.
Cuando hacemos la obra de Dios, una persona que no se conoce a sí misma intenta engañar a Dios. Por el contrario, la gente que sigue al Señor con lealtad sin hipocresía está llena de debilidad. Solo esta gente da gracias al Señor por salvarla de sus pecados aunque esté destinada a morir por sus pecados, y esta agradecida por ser utilizada como instrumentos para Su obra justa, para ser personas que siguen al Señor con lealtad. Como Enós, cualquiera que conozca su verdadero yo da gracias a Dios una y otra vez.
Los siervos de Dios también deben entender que son frágiles. En vez de considerarse especiales, deben darse cuenta de que son personas completamente inútiles destinadas a morir, pero Dios vino a buscar a estas personas y las encontró. Precisamente porque nuestra existencia es tan débil el Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados, maldiciones y debilidades. En otras palabras, no es porque sean mejores que los hermanos y hermanas de la fe que Dios les ha hecho líderes en la Iglesia.
Nuestros hermanos y hermanas también deberían saber que su naturaleza es débil. Cuesta mucho tiempo unirse a la Iglesia de Dios y segur a los líderes de su iglesia después de haber recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Aún así, una persona que pueda examinarse a sí misma, al final se puede unir a la Iglesia de Dios. Esto se debe a que podemos ver nuestra naturaleza inútil cuando intentamos unirnos con la Iglesia y vivir por la gracia de Dios.
Sin embargo ¿qué ocurre cuando se llega a este conocimiento? La mayoría de las personas suele pensar que han sido salvadas por sus propios méritos y que están haciendo una contribución maravillosa a la Iglesia de Dios. A veces, incluso quiero decirles a estas personas que no se molesten en venir a la iglesia. Por supuesto, no debería decir esto. Yo también soy un hombre débil, pero el Señor me ha encontrado y me ha salvado de todos mis pecados. Por eso cada alma debe poner su corazón ante Dios y reconocer su fragilidad fundamental. Si de verdad nos conocemos a nuestros mismos, todos podemos vivir en paz confiando en el Evangelio del agua y el Espíritu ante Dios. Y podemos servir al Señor. Estamos agradecidos porque Dios nos ha hecho servir al Señor aunque no tengamos nada de lo que alardear ante Dios. Debemos servir al Señor con lealtad y un corazón dispuesto, sin ningún sentido de superioridad carnal ante Dios.
¿Por qué no vamos a estar satisfechos cuando Dios nos ha salvado y nos ha hecho siervos Suyos a pesar de que no teníamos más remedio que morir por nuestros pecados? Si Dios nos hace hacer Su obra, debemos estar agradecidos y hacer lo que nos pida, y debemos estar agradecidos aunque Dios nos ignore. Esto es lo que un siervo debe hacer porque, ¿cómo se va a levantar un esclavo contra su maestro? Debemos recordar que los hombres somos seres mortales. No hay ser humano que pueda superar su mortalidad. Si un siervo de Dios sabe que es Enós, entonces trabajará para su maestro lo mejor que pueda y no se exaltará a sí mismo ante Dios. Así es como viven los justos, exaltando la voluntad de su Maestro. Los justos deben estar agradecidos por el hecho de que podemos creer en el Evangelio del Señor y servirlo. Como Dios ha salvado a seres mortales inevitablemente destinados a morir por sus pecados, ¿cómo de agradecidos debemos estar por permitirnos servir a nuestro Salvador? Así son los siervos.
En general, cuando alguien acaba de ser salvado de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, intenta exaltarse a sí mismo. Sin embargo, cuando reconoce cómo Dios ha salvado a alguien tan inútil como uno mismo, empieza a servir al Señor con gratitud, dándose cuenta de lo maravilloso que es cuando se hace la voluntad de Dios. Es correcto que los siervos de Dios le exalten de cualquier manera posible. Esto significa que no tienen ninguna razón por la que exaltarse a sí mismos. ¿Por qué? Porque no conocen su mortalidad. Como todos son seres mortales, ¿cómo de alto deberían llegar para poder exaltarse a sí mismos? No tenemos nada por lo que exaltarnos a nosotros mismos. ¿Qué valor tienen unos seres mortales destinados a morir por mucho que se exalten? Debemos exaltar a alguien que merezca ser exaltado. Es Jesucristo, quien vino por el agua y el Espíritu, a quien debemos exaltar con fe.
Los antecesores de la fe en la Biblia buscaban nombres adecuados para sus hijos con implicaciones importantes. Por ejemplo, el nombre de Enós significa “ser mortal”, es decir, “ser débil”. En otras palabras, implica que los seres humanos no pueden evitar pecar. El nombre de “Abel” por otro lado significa “respirar” y tiene la misma etimología que palabras como “vanidad”, “vacío” y “niebla”. Esto significa que, aunque los seres humanos no tengamos valor, y pronto desaparecerán como una nube de niebla, al creer en Jesucristo que ha venido por el agua y el Espíritu, y por tanto al ofrecer nuestra fe al Cordero de Dios, hemos recibido la remisión de los pecados.
Hoy en día el concepto de “siervo” se está utilizando incorrectamente en el cristianismo. La descripción de siervo de Dios se utiliza como un título honorario. Pero la palabra siervo originalmente significaba esclavo. Se refiere a alguien que es humilde y despreciado. ¿Qué tipo de personas son los verdaderos siervos de Dios? ¿Qué tipo de corazón deben tener los siervos de Dios? Los siervos de Dios son los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, conociendo el hecho de que estaban destinados a morir por sus pecados y que sus vidas no tienen ningún valor. Un siervo de Dios es una persona que conoce lo débil que es, y al darse cuenta de esto cree en el Evangelio del agua y el Espíritu y vive con fe en Dios. Es alguien que no quiere vivir abandonado por su Maestro, y que conoce su condición bien, y se da cuenta de que no tiene nada que decir aunque su Maestro le quite la vida. Así son los siervos de Dios y así es el corazón que los siervos de Dios deben tener.
Sin embargo, el término “siervo de Dios” se usa demasiado en el cristianismo de hoy en día. Los que no son más que seres mortales no pueden evitar morir por sus pecados y se exaltan demasiado. Es doloroso verles exaltarse demasiado alto. ¿Por quién debe vivir un siervo? ¿A quién debe exaltar un siervo? ¿Debe exaltarse a sí mismo? No, un siervo debe exaltar a su maestro. El Apóstol Pablo dijo: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10, 31). Pablo también vivió por la creencia de que no importaba lo que le pasara, siempre y cuando beneficiase al Evangelio. Por eso dijo: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.» (Filipenses 4, 12).
Por supuesto los siervos de Dios pueden ser ricos. Sin embargo, si viviesen una vida demasiado rica en un país pobre, la codicia entraría en los corazones de la gente que querría escuchar la Palabra de Dios y los siervos de Dios podrían ser atacados y robados. A la pregunta de cómo debemos vivir, la respuesta simple es que todos debemos vivir por el bien del Evangelio. Los siervos de Dios no deben olvidar que, por naturaleza, no tienen ningún valor, y que están trabajando por el Maestro. Un siervo de Dios debe saber exactamente lo que quiere su maestro. Y debe escuchar la voluntad del Maestro. Y debe realizar sus tareas asignadas aún cuando no esté mirando el Maestro.
Entonces, ¿cómo puede una persona convertirse en un siervo? Cuando se da cuenta de su mortalidad inevitable y cree en el Señor, quien ha salvado a personas tan frágiles como nosotros. Así es como podemos convertirnos en siervos de Dios e invocar el nombre de Jehová Dios. Montar un espectáculo, hacer todo tipo de conmoción, levantar las manos y gritas como fanáticos no es lo que hacen los verdaderos siervos. Un verdadero siervo conoce los deseos de su Maestro, lee Su mente, escucha Su Palabra, obedece Sus mandamientos y existe únicamente para complacer a su Maestro.
Un siervo de Dios debe conocerse a sí mismo. Quien no se conoce a sí mismo no puede convertirse en siervo de Dios. Una persona que no conoce su verdadera naturaleza y creer tener méritos no podrá trabajar para Dios. Pero para Dios es mucho más fácil utilizar a alguien que conoce sus límites. ¿Por qué? Porque los que saben que son inadecuados hacen lo que Dios les pide, y por eso es fácil hacer que trabajen; sin embargo, los que tienen demasiados méritos propios consideran que es un insulto cuando Dios les pide hacer algo difícil y por eso se niegan a hacerlo. El que uno sea siervo de Dios no significa que tenga méritos. Si tuviese tantos méritos, ¿por qué iba a ser un siervo en vez de un señor? Cuando la gente recibe la remisión de los pecados, muchos creen que son bastante buenos, pero en realidad no son más que seres mortales. No tenemos méritos propios. No hay nada bueno en nosotros. Por eso estamos contentos de seguir al Señor hoy y mañana, sirviéndole con gozo y dando gracias a Dios por utilizarnos a seres insuficientes como nosotros.
Todos debemos conocer nuestra naturaleza correctamente. Al contrario que Mencio, quien dijo que la naturaleza humana era inherentemente buena, las Escrituras de la Verdad nos enseñan que por naturaleza somos pecadores que no pueden evitar ser condenados. Los que se conocen bien y llaman el nombre del Señor creen en Dios correctamente. Nosotros también debemos darnos cuenta de que somos como Enós. Todos los seres humanos son Enós y están destinados a morir como seres mortales. Al darnos cuenta de esto debemos invocar el nombre de Jehová Dios y confiar en Él, ya que esto es lo correcto. Sin saber esto ninguno de nosotros puede seguir al Señor hasta el final.
Cuando queremos creer en Dios, seguirle y servirle, debemos empezar nuestras vidas de fe conociéndonos a nosotros mismos. Solo entonces nuestros corazones se llenan de humildad y podemos dar gracias a Dios, seguirle hasta el final y servirle con lealtad. Como el Señor nos ha salvado cuando estábamos destinados a morir, debemos darle gracias cuando nos haga participar en la obra de salvar almas, en cualquier posición en la que nos haya puesto. Si alguien no se da cuenta de esto, entonces no está cualificado para ser un siervo de Dios, no para predicar el Evangelio, sino que está viviendo por sí mismo. Aunque todos éramos mortales, Dios nos ha glorificado; y por eso, ¿qué beneficio podemos obtener si solo buscamos satisfacer nuestros intereses?
Le doy gracias al Señor por salvarnos a los que estábamos destinados a morir una muerte segura. Y le doy gracias por permitirnos servirle. Estemos donde estemos, le doy gracias porque nos ha hecho servirle. Le doy gracias a Dios por tomarnos como siervos Suyos y no como siervos del mundo.