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Tema 11: El Tabernáculo

[11-32] La ofrenda del pecado para la consagración del Sumo Sacerdote (Éxodo 29:1-14)

La ofrenda del pecado para la consagración del Sumo Sacerdote
(Éxodo 29:1-14)
«Esto es lo que les harás para consagrarlos, para que sean mis sacerdotes: Toma un becerro de la vacada, y dos carneros sin defecto; y panes sin levadura, y tortas sin levadura amasadas con aceite, y hojaldres sin levadura untadas con aceite; las harás de flor de harina de trigo. Y las pondrás en un canastillo, y en el canastillo las ofrecerás, con el becerro y los dos carneros. Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua. Y tomarás las vestiduras, y vestirás a Aarón la túnica, el manto del efod, el efod y el pectoral, y le ceñirás con el cinto del efod; y pondrás la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra pondrás la diadema santa. Luego tomarás el aceite de la unción, y lo derramarás sobre su cabeza, y le ungirás. Y harás que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas. Les ceñirás el cinto a Aarón y a sus hijos, y les atarás las tiaras, y tendrán el sacerdocio por derecho perpetuo. Así consagrarás a Aarón y a sus hijos. Después llevarás el becerro delante del tabernáculo de reunión, y Aarón y sus hijos pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro. Y matarás el becerro delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y de la sangre del becerro tomarás y pondrás sobre los cuernos del altar con tu dedo, y derramarás toda la demás sangre al pie del altar. Tomarás también toda la grosura que cubre los intestinos, la grosura de sobre el hígado, los dos riñones, y la grosura que está sobre ellos, y lo quemarás sobre el altar. Pero la carne del becerro, y su piel y su estiércol, los quemarás a fuego fuera del campamento; es ofrenda por el pecado».
 
 
Hoy vamos a poner nuestra atención en la consagración del Sumo Sacerdote. Aquí Dios le ordenó a Moisés cómo debía consagrar a Aarón y a sus hijos con todo detalle. La palabra consagrar en el versículo 9 significa santificar, preparar, dedicar, honrar o tratar como sagrado. En otras palabras, ser consagrado significa ser santificado por Dios y ser dedicado a Él. Por tanto, ser consagrado como Sumo Sacerdote significa ser apartado y tener la autoridad y las funciones de Sumo Sacerdote. Dios les dio a Aarón y a sus hijos el derecho de ser Sumos Sacerdotes y sacerdotes, lo que les permitía entregar a su pueblo la remisión de los pecados. 
Dios le ordenó a Moisés que vistiese a Aarón con las vestiduras del Sumo Sacerdote y le pusiera un turbante en la cabeza, y que a sus hijos les hiciera llevar túnicas. Para que Aarón fuese consagrado como Sumo Sacerdote y sus hijos como sacerdotes, tenían que llevar un becerro y dos machos cabríos puros para su consagración. La tarea más importante del Sumo Sacerdote era ofrecer el sacrificio del pecado el Día de la Expiación para todo el pueblo de Israel. Para ello Aarón y sus hijos tenían que borrar sus propios pecados antes, y por eso tenían que ofrecer un sacrificio del pecado el día de su consagración. 
Debemos darnos cuenta de que incluso el Sumo Sacerdote tenía que poner las manos sobre la cabeza de los animales antes de matarlos y ofrecer su sangre a Dios, todo de acuerdo con el sistema de sacrificios que Dios había establecido. Durante siete días, el Sumo Sacerdote tenía que hacer sacrificios de pecados junto con los holocaustos, las ofrendas agitadas, y las ofrendas mecidas para su consagración. 
Al igual que las ofrendas que se realizaban por el Sumo Sacerdote y su casa, también tenía que poner las manos sobre los animales del sacrificio para pasarles los pecados de los israelitas antes de sacrificarlos y sacarles la sangre. Para trabajar como ministro de Dios siendo Sumo Sacerdote, tenía que aprender cómo se ofrecían las ofrendas para la remisión de los pecados de la gente. El que el Sumo Sacerdote realizara sacrificios para borrar sus pecados antes significa que sabía como realizar sacrificios por su pueblo, es decir mediante la imposición de manos, y sacando la sangre de los animales y poniéndola en el altar de los holocaustos, y esparciendo el resto por el suelo. 
Aquí el Sumo Sacerdote tenía que recordar pasar sus pecados y los pecados de la gente; para ello tenía que poner las manos sobre la cabeza de las ofrendas. Como Éxodo 29, 10-12 dice: «Después llevarás el becerro delante del tabernáculo de reunión, y Aarón y sus hijos pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro. Y matarás el becerro delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y de la sangre del becerro tomarás y pondrás sobre los cuernos del altar con tu dedo, y derramarás toda la demás sangre al pie del altar».
El Sumo Sacerdote y sus hijos debían poner sus manos sobre la cabeza del toro, que era la ofrenda del sacrificio. Cuando Aarón, el Sumo Sacerdote, y sus hijos ponían las manos sobre la cabeza del animal, todos sus pecados se pasaban a ese animal. Como esta ofrenda aceptaba los pecados del Sumo Sacerdote y de sus hijos mediante la imposición de manos, tenía que sangrar y morir. Después de esto, el Sumo Sacerdote tomaba la sangre, la ponía sobre los cuernos del altar de los holocaustos, y esparcía el resto por el suelo. También tenía que tomar toda la grasa de las entrañas y la grasa que había en el hígado, los dos riñones con su grasa, y lo tenía que quemar todo en el altar. 
En el caso de la ofrenda del pecado para borrar los pecados cometidos por el pueblo que había pecado sin quererlo, tenía que ofrecer un cabrito hembra por los pecados que él había cometido. «Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto. Luego con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar. Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado» (Levítico 4, 29-31).
Esta imposición de manos y el derramamiento de sangre de la ofrenda constituyen los elementos esenciales del sistema de sacrificios establecido por Dios. Incluso antes de la creación del mundo, Dios estableció este plan en Jesucristo para redimir todos nuestros pecados con la verdad escondida en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido. Dios prometió al pueblo de Israel que iría a su encuentro cuando le ofreciera un holocausto. Éxodo 29, 42 dice: «Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros allí». El holocausto que los sacerdotes ofrecían todas las mañanas es el sacrificio ofrecido durante todas las generaciones, incluso la nuestra, al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios nos está diciendo que nos encontraría a través de estos sacrificios. 
 
 

¿Cuál es el significado del holocausto ofrecido por el Sumo Sacerdote?

 
Como la ofrenda del sacrificio aceptaba todas las iniquidades de los pecadores, que ponían las manos sobre su cabeza, tenía que morir en su lugar y ser condenada a ser quemada. Lo que Dios quiere de nosotros a través de la ofrenda del pecado del sistema de sacrificios es que confesemos: «Como he cometido estos pecados ante Dios, debo ser condenado por el pecado». Para poder borrar nuestros pecados, según la ley de salvación de Dios, debemos poner las manos sobre la cabeza de nuestra ofrenda, sacarle la sangre, ponerla en los cuernos del altar de los holocaustos, esparcir el resto por el suelo, quemar su sangre en el altar del holocaustos y así recibir la remisión de los pecados según la gracia de la justicia de Dios. 
Primero debemos reconocer ante Dios todos los pecados que hemos cometido tanto en nuestros corazones como en nuestras obras. Debemos reconocer que no podemos evitar ser condenados por estos pecados. Pero no podemos dejar de dar gracias a Dios por Su perfecta salvación. Dios nos amó tanto que nos dio a Su único Hijo. Jesucristo tomó todos nuestros pecados a través de Su bautismo y los borró todos con Su muerte en la Cruz para que quien crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. 
El sistema de sacrificios requiere que las ofrendas se sacrifiquen mediante la imposición de manos y su derramamiento de sangre. Esta es la prueba de la fe que nos redime de los pecados, y por tanto debemos creer en ella. El que todos los pecadores pusieran las manos sobre la cabeza del sacrificio denota que los pecados se pasaban a ese animal. Incluso el Sumo Sacerdote tenía que confesar: «Tengo estos pecados ante Dios y por tanto debo morir», cuando ofrecía un sacrificio. Pero al creer que Dios nos ha dado el sacrificio de la redención para librarnos del pecado, y que Dios nos permite recibir la remisión de los pecados al creer en este sacrificio, estamos salvados. 
Dios dijo: «Allí os encontraré». No le dijo esto solamente al Sumo Sacerdote, sino a todo el pueblo, y quiso decir que nos daría la remisión de los pecados a todos y nos haría Su pueblo. ¿Cómo nos encuentra Dios? Como Dios tiene un plan de salvación para nosotros, solo encuentra a los que ofrecen sacrificios de pecado según el sistema de sacrificios que Él estableció. Como Dios sabe muy bien que los seres humanos nacen con pecados y que están destinados a ir al infierno, quiere borrar todos nuestros pecados según Su misericordia manifestada en Su sistema de sacrificios de salvación y así nos hace hijos Suyos. Por eso Dios estableció el sistema de sacrificios a través del que todos los israelitas podían pasar sus pecados al sacrificio mediante la imposición de manos sobre su cabeza. 
El método a través del cual el pueblo de Israel pasaba sus pecados a las ofrendas del sacrificio era la imposición de manos. El pueblo de Israel incumplía la Ley muchas veces y cometía todo tipo de pecados. Pero como podía pasar todas las iniquidades a las ofrendas del sacrificio a través de este método de imposición de manos, podía borrar sus pecados. Gracias a este método Dios podía vivir con esos israelitas que creían en Él, podía convertirse en su Dios, hacerles Su pueblo, guiarlos, y darles las bendiciones del Cielo y de la abundancia de la tierra. Todas estas cosas pudieron cumplirse a través de su fe en el sistema de sacrificios del Tabernáculo. 
Todas estas facetas del sistema de sacrificios del Tabernáculo fueron establecidas por Dios de antemano, y el pueblo de Israel podía ser redimido de sus pecados mediante la imposición de manos sobre su ofrenda para pasarle todos los pecados según este método establecido por Dios. Como Dios concedía la remisión de los pecados a todos los que se le acercasen al creer en el poder de la imposición de manos y del derramamiento de sangre establecidos por Él, los que creían en esta Verdad podían caminar con el Dios santo. Sin la ofrenda que recibía la imposición de manos y derramaba su sangre, Dios no podía vivir con el pueblo de Israel. Por muy insuficientes que fueran los israelitas y por muchos pecados que cometiesen, Dios podía vivir con ellos por esta ley de salvación constituida por el sacrificio válido, es decir la imposición de manos en la ofrenda del sacrificio y su derramamiento de sangre. Por tanto, todos debemos darnos cuenta de que la salvación del pecado que Dios nos ha concedido está compuesta por la imposición de manos sobre la ofrenda del sacrificio y su derramamiento de sangre. 
Los sacerdotes tenían que ofrecer holocaustos todas las mañanas y noches. Tenían que hacerlo dos veces porque después de haber hecho un sacrificio para sus pecados por la mañana, por el día cometían más pecados y necesitaban otro sacrificio por la noche. Los holocaustos que se ofrecían todos los días les recordaban a los israelitas a la fe que cree que Jesús vendría a este mundo, tomaría los pecados de toda la gente al ser bautizado por Juan el Bautista, moriría en la Cruz, y así borraría todos los pecados del mundo. De la misma manera, debemos ofrecer sacrificios de fe todas las mañanas y noches, porque seguimos pecando sin cesar durante el día. Este sacrificio de fe que se realizaba en el Antiguo Testamento es el mismo que limpió toda la suciedad de los corazones de la gente en el Nuevo Testamento al creer en el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y Su derramamiento de sangre. 
Dios Padre nos encuentra cuando ve que tenemos fe en nuestros corazones y creemos que Jesús, nuestro Salvador, nos ha redimido del pecado. Según el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, Jesucristo vino a este mundo en Su tiempo y aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista al principio de la era del Nuevo Testamento (Mateo 3, 15). Por eso Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mateo 11, 12). Al creer en este Evangelio de Verdad pudimos ser librados de todos nuestros pecados y eliminarlos completamente. 
A pesar de que Jesucristo vino a este mundo, la gente comete muchos pecados, y los cristianos, antes y después de conocer a Jesucristo, también cometemos muchos pecados. Pero Jesucristo vino a este mundo y con el bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su derramamiento de sangre en la Cruz, ha borrado todos los pecados del mundo. Así que, cuando Dios dijo que encontraría al pueblo de Israel a través del holocausto, esto significa que Dios encontraría a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios ama a los que creen que ha erradicado todos sus pecados con los hilos azul, púrpura y carmesí. Pero no ama a los que rechazan esta Verdad. 
En el Nuevo Testamento, al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos encontrar a Dios. En el Antiguo Testamento, al creer en la Verdad manifestada en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido se podía recibir la remisión de los pecados. La imposición de manos y el derramamiento de sangre, es decir la unión de estos dos conceptos, constituye el Evangelio perfecto. El Antiguo Testamento profetizó la perfecta salvación de Dios con todo detalle, y el Nuevo Testamento es el cumplimiento de esas profecías y del Evangelio prometidos. Por eso Hebreos 1, 1-2 dice: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo».
Jesús es el Rey de reyes y el Dios Todopoderoso, pero este Dios vino al mundo encarnado en un hombre, fue bautizado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, y así ha borrado todos nuestros pecados y nos ha salvado de toda la condena del pecado. Al creer en este Evangelio con el que Dios nos ha hecho justos, podemos estar completos. Ahora es posible recibir la remisión de nuestros pecados que buscábamos tan desesperadamente. Queríamos librarnos de nuestros pecados tan desesperadamente, y Dios los ha borrado para siempre a través del sistema de sacrificios de la imposición de manos y del derramamiento de sangre, es decir a través del bautismo de Jesús y Su derramamiento de sangre en la Cruz, la verdadera sustancia del Evangelio del agua y el Espíritu (1 Juan 5, 6-8). Cuando creemos que Dios ha borrado todos nuestros pecados perfectamente nos hace Su pueblo y viene a nuestro encuentro.
 
 

La importancia de la imposición de manos

 
Levítico 1, 1-4 dice: «Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda. Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová. Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya».
Presten atención al versículo 4 que dice: «Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya». En otras palabras, Dios aceptaría la ofrenda con placer cuando un pecador ofreciese un holocausto después de haberle puesto la mano sobre la cabeza. ¿Sobre qué cabeza ponía las manos el pecador? Sobre la ofrenda del sacrificio. Solo mediante este método Dios prometió borrar los pecados del pueblo de Israel. Así que en el Antiguo Testamento se ponían las manos sobre la cabeza de la ofrenda, pero ¿qué ocurría en el Nuevo Testamento? ¿Quién es la verdadera ofrenda del sacrificio en el Nuevo Testamento? Jesucristo, el Salvador de toda la humanidad. Jesucristo es la única ofrenda del sacrificio para el perdón de los pecados de toda la humanidad. Por un hombre todos se convirtieron en pecadores, y por Jesucristo todos los seres humanos fueron librados de sus pecados y recibieron la vida eterna. 
Por fe debemos poner las manos sobre la cabeza de Jesús y pasarle todos nuestros pecados. En otras palabras, debemos poner nuestras manos sobre Su cabeza con fe verdadera para que Dios acepte este sacrificio. Jesús dijo en Mateo 11, 12 que solo los violentos podrían tomar Su Reino por la fuerza. Como la imposición de manos nos permite pasar todos nuestros pecados sobre la ofrenda, Dios acepta complacido este sacrificio de fe. Como Juan el Bautista puso las manos sobre la cabeza de Jesucristo y le pasó todos los pecados de la humanidad, Dios ha permitido que todo el mundo sea librado del pecado y de la condena del pecado cuando cree de todo corazón en Su bautismo y Su muerte en la Cruz. Al creer en el bautismo que Jesucristo recibió podemos pasarle todos nuestros pecados. 
Dios les dio a los israelitas el sistema de sacrificios y profetizó el sacrificio eterno ofrecido por Jesucristo con Su propio cuerpo. En otras palabras, Jesucristo ha completado la ley de la salvación prometida en este sistema de sacrificios con Su bautismo y Su sangre derramada en la Cruz. Por Su amor infinito por nosotros Dios nos ha salvado al darnos a Jesucristo, Su único Hijo. Ahora es el momento de que todo el mundo sea salvado al creer en el bautismo de Jesucristo y Su derramamiento de sangre en la Cruz. 
El Dios Omnisciente planeó Su salvación perfecta para los pecadores incluso antes de la creación y la cumplió perfectamente según Su plan. De acuerdo con este plan Juan el Bautista nació seis meses antes que Jesús. Juan el Bautista era el mayor de toda la humanidad. Como Jesús dijo: «Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11), Juan el Bautista era el representante de toda la humanidad. Juan el Bautista era el siervo de Dios que era mayor que Moisés, Elías y el profeta Isaías. Muchas personas consideran a Juan el Bautista simplemente como alguien que vivió una vida ascética en el desierto. Pero en realidad fue enviado por Dios para ser el representante de la humanidad. Juan el Bautista era el mayor de todos en este mundo. Nació en la casa de Aarón, el Sumo Sacerdote (Lucas 1, 5-7). De la misma manera en que los reyes nacían de la familia real, Juan el Bautista, el último Sumo Sacerdote, nació de la familia de Aarón, el primer Sumo Sacerdote, y como representante de la humanidad bautizó a Jesús en el río Jordán para pasarle los pecados de la humanidad. Juan el Bautista es el mayor de todos los seres humanos. Pero hay personas que cuestionan esto y se niegan a creer preguntando: «¿Dónde dice la Biblia que Juan el Bautista es el Sumo Sacerdote?».
Les quiero contestar demostrando claramente que Juan el Bautista es el representante de la humanidad y el Sumo Sacerdote, porque todo esto está escrito en la Palabra de Dios: «Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir» (Mateo 11, 13-14). Dios había prometido enviar a Elías en Malaquías 4, 5. Jesús mismo dijo que este Elías por venir era Juan el Bautista. Como Juan el Bautista nació como descendiente de Aarón, cumplió la función de Sumo Sacerdote. 
En el Antiguo Testamento, cuando un pecador pasaba los pecados mediante la imposición de manos sobre la cabeza de una ofrenda, la ofrenda tenía que morir derramando su sangre y siendo quemada. Quien quisiera recibir la remisión de sus pecados tenía que poner las manos sobre la ofrenda sin falta para pasarle los pecados. Cuando la gente ponía las manos sobre la ofrenda significaba que sus pecados se habían pasado a la misma. En el Día de la Expiación, Aarón, el Sumo Sacerdote, tenía que poner las manos sobre la cabeza del macho cabrío para pasarle los pecados anuales de los israelitas. Aquí también la imposición de manos era indispensable, y significa, espiritualmente, la transferencia de los pecados. Juan el Bautista pasó todos nuestros pecados a Jesús a través de Su bautismo, y a través de este bautismo aceptó todos los pecados del mundo y derramó Su sangre en la Cruz. Al ser bautizado por Juan el Bautista y tomar todos nuestros pecados, y al derramar Su sangre en la Cruz y levantarse de entre los muertos, Jesucristo se ha convertido en nuestro salvador perfecto. 
El pueblo de Israel también ofrecía sacrificios a Dios mediante la imposición de manos. Cuando el pueblo de Israel pecaba contra Dios, tenía que pasar todos los pecados a la ofrenda mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal para darle los pecados correctamente ante Dios. Entonces Dios aceptaba esta ofrenda que se quemaba después de la imposición de manos. Como el pueblo de Israel ofrecía estos sacrificios mediante la imposición de manos que pasaba los pecados al animal, Dios iba a su encuentro. Como el animal de la ofrenda había aceptado los pecados mediante la imposición de manos y era condenado en lugar del pueblo de Israel por sus pecados, Dios iba al encuentro de los que le buscaban porque creían en la gracia de Dios implicada en este sacrificio. Por eso Dios estaba tan complacido en aceptar estos animales sacrificados. Él es tan misericordioso que no puede soportar enviar a todo el mundo al infierno. 
De esta manera, lo que nos limpia de todos los pecados es el bautismo que Jesucristo recibió y Su sangre derramada en la Cruz. Como Jesucristo tomó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista para borrar los pecados del mundo, pudo morir en la Cruz y pagar la condena de nuestros pecados. Como Jesús fue bautizado para tomar nuestros pecados y pagó el juicio justo en la Cruz, pudo librarnos de nuestros pecados. Por tanto, al creer en Su bautismo y en el sacrificio de Su derramamiento de sangre, ahora podemos nacer de nuevo como los justos y encontrar a Jesucristo. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, a través de las obras justas de Jesús, podemos encontrar al Dios santo. Jesucristo se ha convertido en el Salvador eterno de los que creen en esta Verdad. 
Debemos encontrar al Dios santo. Al creer en Jesucristo, el Salvador, que vino por los hilos azul, púrpura y carmesí, podemos encontrar a Dios por fe. Los que quieren encontrar a Dios deben escuchar Su Palabra y creer en el sistema de sacrificios de Dios que consiste en la imposición de manos y el derramamiento de sangre. Si no pueden entenderlo completamente con sus pensamientos carnales y tienen dudas sobre esto, deben abrir la Palabra de Dios y confirmarlo por sí mismos. Entonces deben creer que lo que la Palabra de Dios dice es correcto. 
No debemos creer en Dios con nuestros propios pensamientos, sino que debemos estar firmes en la Palabra de Dios de verdad, y basándonos en esta Palabra, debemos distinguir los demás evangelios de este verdadero Evangelio. No debemos insistir en nuestros propios pensamientos, ni confiar en nuestro propio conocimiento. Ninguno de nuestros pensamientos es correcto. Los seres humanos son tan débiles, tan tercos y tan endurecidos ante Dios que siempre confían en su propia justicia y en sus pensamientos antes y dejan de lado la Palabra de Dios. Para poder conseguir la vida y las bendiciones debemos abrir nuestros corazones a Dios y creer en Su Palabra. 
Cuando el Sumo Sacerdote ofrecía un becerro como su ofrenda del pecado para ser consagrado, Dios le dijo que tomase toda la grasa de las entrañas, la grasa del hígado y los dos riñones con su grasa, y que lo quemase todo en el altar, mientras que la carne del becerro, su piel y sus despojos debían quemarse fuera del campamento. El Sumo Sacerdote ofrecía el sacrificio tal y como Dios se lo había especificado a Moisés. Cuando se ofrecía el holocausto, el Sumo Sacerdote también ponía las manos sobre un macho cabrío puro. El Sumo Sacerdote y sus hijos ofrecían por sí mismos, tanto por la mañana como por la noche, este tipo de sacrificios, ponían las manos sobre sus cabeza, los degollaban y les sacaban la sangre, y la ponían en el altar de los holocaustos. Entonces quemaban toda las partes impuras, como los interiores y la cabeza, fuera del campamentos, pero las partes especificadas se quemaban en el altar de los holocaustos. El holocausto que se ofrecía durante la consagración del Sumo Sacerdote se realizaba de la misma manera. 
En particular, durante la consagración del Sumo Sacerdote, toda la grasa de la ofrenda tenía que quemarse ante Dios. El que Dios se complaciese con el aroma de la grasa de la ofrenda manifiesta que según Su Palabra y el sistema de sacrificios establecido por Él Dios nos hizo nacer de nuevo. En otras palabras, la grasa manifiesta Dios, el Espíritu Santo. Dios nos ha dado el sistema de sacrificios, y nos ha hecho que pongamos las manos sobre la ofrenda, la matemos y se la ofrezcamos mediante un holocausto en el altar de los holocaustos. Solo cuando la ofrenda se realizaba según el sistema de sacrificios establecido por Dios y con fe en Él, Dios la aceptaba con placer. 
Éxodo 29, 10 dice: «Aarón y sus hijos pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro». Este era el mandamiento de Dios. Además, de entre las vestiduras que el Sumo Sacerdote llevaba durante su congregación, el efod tenía que estar tejido con cinco tipos de hilo diferentes, es decir de hilo de color oro, azul, púrpura y carmesí y lino fino torcido. El hilo de oro habla de la fe. El hilo azul se refiere al bautismo que Jesucristo recibió, que es lo mismo que la imposición de manos del Antiguo Testamento; el hilo púrpura nos dice que Jesús es el Hijo de Dios, Dios mismo y el Salvador; el hilo carmesí se refiere al sacrificio de Jesucristo; y el lino fino torcido se refiere a la Palabra de Dios, que nos ha dejado sin pecados. El hilo de oro manifiesta la fe que cree que Dios nos ha redimido de nuestros pecados y ha limpiado nuestros corazones. Debemos tener esta fe y creer que Dios ha borrado nuestros pecados con el bautismo de Jesús y Su sangre derramada en la Cruz. Debemos creer en Jesucristo exactamente según lo que Dios nos ha dicho, según cómo ha borrado nuestros pecados. Debemos creer en Dios según cómo estableció el sistema de sacrificios de la salvación y cómo ha borrado todos nuestros pecados a través de Jesucristo, quien ha completado el sistema de sacrificios. 
Muchas personas dicen: «¿Por qué no creen en Él así? ¿Por qué son tan exigentes? Quizás sea porque tienen una personalidad que siempre busca los detalles y quiere estar segura todo el tiempo. Pero mi personalidad es todo lo contrario, y por eso creo que dos opiniones opuestas pueden ser ciertas al mismo tiempo. ¿Acepta Dios solo a las personas que creen como ustedes? Si digo que creo en Dios de cualquier manera, ¿no es bastante esta fe?». Si creen así Dios no estará satisfecho con ustedes. Es el Dios de verdad. Dios no nos ha salvado de una manera incierta y abstracta. Dios es la luz brillante cuya Palabra es como una espada afilada de dos caras. Dios juzga con Urim y Tumim, que significa que nos ha salvado con la luz y la perfección. 
Dios es más preciso que el microscopio más avanzado y puede reconocer las medidas más pequeñas. No aprueba nuestra salvación solo cuando creemos de la manera que queramos. Como Dios es la verdad, lo sabe todo, desde nuestros pensamientos ocultos a nuestros sentimientos temporales, desde los pecados que hay en nuestros pensamientos hasta los que cometemos con nuestras acciones, desde los pecados que cometimos en el pasado hasta los pecados que estamos cometiendo ahora y los que cometeremos en el futuro, los que están escondidos y los que no. Por eso Dios ha determinado que redimiría todos estos pecados mediante la imposición de manos y el derramamiento de sangre de la ofrenda del sacrificio, y por eso debemos creer en la salvación de Dios según el sistema de sacrificios establecido por Dios. 
El Señor dijo que debíamos poner las manos sobre la cabeza de la ofrenda del sacrificio, y que entonces la aceptaría con todo placer. Cuando un pecador pone las manos sobre la cabeza de la ofrenda, debe sacrificarla y poner su sangre en los cuernos del altar de los holocaustos. Aquí, poner la sangre de la ofrenda en los cuernos implica la redención de los pecados que están escritos en el Libro del Juicio (Apocalipsis 20, 12-15). Después de esto, el resto de la sangre se esparcía por el suelo. Esto significa que el corazón del pecador se limpiaba de todo pecado. 
Jesucristo fue bautizado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos y nos salvó. El Sumo Sacerdote tenía la misma fe que nosotros. La fe que tenemos actualmente no es diferente a la fe que tenía el Sumo Sacerdote. El Sumo Sacerdote también era justo por esta fe manifestada en los hilos azul, púrpura y carmesí y podía cumplir sus tareas, y por esta misma fe nosotros nos hemos convertido en los justos. Como hemos recibido la remisión de los pecados por esta fe que cree en la salvación que Dios nos ha dado, ahora podemos conocerle, pedirle ayuda, vivir con Su pueblo y predicar el Evangelio a los pecadores mientras cumplimos con nuestro deber de sacerdotes. 
 
 
Los Sumos Sacerdotes terrenales y el sistema de sacrificios establecido por Dios
 
El Sumo Sacerdote y el sistema de sacrificios fueron establecidos por Dios. Por eso el Sumo Sacerdote hacía lo que Dios le ordenaba, y así cumplía con su deber de borrar los pecados de su pueblo. ¿Cómo borró Jesucristo, el Hijo de Dios, todos nuestros pecados como Sumo Sacerdote del Cielo? En vez de utilizar un sistema de sacrificios terrenal, tomó Su cuerpo puro como ofrenda de sacrificio y puso todos nuestros pecados sobre Él. Jesús tomó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista, derramó Su sangre y murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos y así nos ha salvado de todos los pecados del mundo. ¡Esté amor y esta salvación son maravillosos!
¿Pueden ustedes hacer esto? ¿Pueden tomar los pecados de otra persona y morir en su lugar? ¡Es imposible! Además sus cuerpos no pueden ser ofrendas porque no son puros. Por supuesto que hay personas que han hecho cosas justas por una causa solidaria, por ejemplo por su nación. Pero aunque hay gente que puede hacer esto, todo lo que hacen los seres humanos es inútil porque no pueden resolver el problema de sus propios pecados y mucho menos salvar a otras personas del pecado. No hay nadie que pueda salvar a la humanidad del pecado a parte de Jesucristo, el Hijo Santo de Dios. La Biblia nos dice que no hay otro nombre bajo el Cielo que se nos haya dado con el que podamos ser salvados a parte de Jesucristo (Hechos de los Apóstoles 4, 12). 
Por casualidad, ¿hay alguien entre ustedes que, por tener una fuerza de voluntad grande, piense: «Puedo hacerlo. Puedo dedicarme a los demás y puedo sacrificarme por los demás»? Este sacrificio y esta dedicación puede ser apreciada por los mortales, pero con el paso del tiempo, a medida que las cosas mejoran, esas obras virtuosas serán olvidadas. Hebreos 13, 9 nos dice: «No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas». ¿Qué enriquecimientos o beneficios han recibido nuestros corazones de Dios? El amor de la salvación de Dios que llena nuestros corazones con Su gracia. El que otro ser humano nos ayude físicamente no tiene nada que ver con nuestra vida eterna. Esto se debe a que cuando estamos cómodos de nuevo, nos olvidamos de la ayuda que recibimos. 
Sócrates, Confucio y Siddharta han sido respetados como los grandes sabios del mundo. Sin embargo, ¿pueden estos sabios ser su Salvador? ¿Puede Siddharta borrar sus pecados? Ninguno de estos sabios puede. ¿Quién entonces puede ser el Salvador de la humanidad cuando ningún ser humano puede borrar ni siquiera un solo pecado? Incluso el Sumo Sacerdote no podía borrar los pecados de la gente por su propia cuenta. Los pecados del pueblo de Israel podían ser borrados solo cuando tenían fe en el sistema de sacrificios establecido por Dios y recibían la remisión de los pecados al ofrecer sacrificios según dicho sistema, es decir al pasar sus pecados a la ofrenda mediante la imposición de manos, poner la sangre de dicha ofrenda en los cuernos del altar de los holocaustos y esparcir el resto sobre el suelo, y quemar su grasa en el altar del holocausto. 
Para ser redimido de los pecados de todo un año, el décimo día del sétimo mes, el Sumo Sacerdote ponía las manos sobre una ofrenda de sacrificio ante Dios y le pasaba todos los pecados, llevaba la sangre al Lugar Santísimo y la esparcía sobre el este del propiciatorio, es decir, hacia la dirección en la que había entrado. Cuando esparcía la sangre siete veces, las campanillas que llevaba en el bordillo de su prenda azul sonaban (estas campanillas colgaban entre granada tejidas de hilo azul, púrpura y carmesí). El sonido elegante de estas campanillas de oro se oía cada vez que caminaba o esparcía la sangre. Este es el Evangelio. Este sonido implica las Buenas Noticias, el poderoso Evangelio que ha borrado todos nuestros pecados. De la misma manera en que el Sumo Sacerdote podía darle la remisión de los pecados a su pueblo, no al entregar un sacrificio por su cuenta, sino al ofrecerlo según el estatuto de Dios, en el Nuevo Testamento Jesucristo nos ha salvado de todos nuestros pecados al venir al mundo, ser bautizado, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos, todo según el mismo estatuto. Jesucristo solo podía hacernos justos cuando cumpliese Sus obras según la ley de salvación que Él mismo había establecido. 
Quien quiera nacer de nuevo debe recibir la remisión de los pecados, solo si están dispuestos con alegría a escuchar la Palabra de Dios con una mente abierta, es decir como el espíritu bereano. Los que no están de acuerdo no pueden creer en esta Verdad y no pueden recibir la remisión de los pecados por muchas veces que se les predique la Palabra de Dios, porque son los más insensatos. ¿Cómo puede una persona no creer en la Palabra como la dijo Dios? ¿Cómo de lejos puede llegar el conocimiento humano? Está muy lejos de llegar a ser como la sabiduría de la Palabra de Dios. Aún así la gente sigue alardeando de sus propios logros y se niega a creer en la Palabra de Dios. Sería difícil encontrar a alguien tan insensato como estas personas. 
Hermanos y hermanas, el mundo está cambiando rápidamente. La tecnología se está desarrollando a un ritmo tan acelerado que se dice que la clonación humana es técnicamente posible. El ateísmo está muy difundido y la era de la religión está terminando. Sin embargo, aunque este mundo se haga más confuso y duro, los nacidos de nuevo no podemos evitar trabajar como ministros de Dios y Sus sacerdotes reales. Ahora, el Evangelio del agua y el Espíritu está siendo predicado por todo el mundo más rápidamente, a pesar de la ola de iniquidad. Somos los que vamos a contra corriente. 
Creo que el Evangelio del agua y el Espíritu, la salvación según el sistema de sacrificios de Dios, florecerá todavía más por todo el mundo en el futuro cercano. Los sacerdotes de hoy en día oraremos por nosotros mismos y todas las almas del mundo y seguiremos dando testimonio de este Evangelio. Creo que cuando vivamos por fe, seremos los que caminan con Dios y hacen obras mayores predicando el Evangelio. Cuando buscamos estas obras y las llevamos a cabo, Dios se complacerá en el fin de los tiempos, y creo que las obras del Evangelio progresarán aún más hasta todos los rincones del mundo, como una esencia dulce de flores que se propaga con la brisa. 
Le doy todo mi agradecimiento a Dios por consagrarnos como sacerdotes para trabajar para Él y por contarnos como Sus ministros.
 
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El TABERNÁCULO (III): Una Sombra del Evangelio del Agua y el Espíritu