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Sermones

Tema 21: Evangelio de Marcos

[Capítulo 8-3] La vida de un cristiano consiste en el sacrificio personal (Marcos 8, 27-38)

La vida de un cristiano consiste en el sacrificio personal(Marcos 8, 27-38)
«Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno. Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles».
 
 
Mientras Jesús estaba en este mundo, parecía que sabía lo que otras personas pensaban de Él. Quizás por esta razón Jesús les preguntó a sus discípulos cuando viajaban a diferentes ciudades para predicar: «¿Quién dice la gente que soy?». Así que los discípulos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». Así que Jesús les preguntó de nuevo: «¿Y vosotros quién decís que soy?». Pedro contestó diciendo: «Eres el Cristo». La Palabra Cristo aquí significa que Jesús es el Rey de reyes, nuestro Salvador y nuestro Dios, pero al mismo tiempo es el Hijo de Dios Todopoderoso. 
Después de escuchar a Pedro confesar su fe enfrente de los demás discípulos, Jesús les dijo abiertamente que sería rechazado por los ancianos, los sacerdotes y los escribas y que sería ejecutado, pero después resucitaría al tercer día. Les dijo: «Pronto seré rechazado por los ancianos, escribas y sacerdotes. Pero resucitaré después de mi muerte». Pedro, que era un hombre impaciente y con un carácter fuerte, se enojó cuando escuchó esto y le dijo a Jesús: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca» (Mateo 16, 22). 
Nuestro Señor les dijo a los discípulos lo que iba a suceder y los sacrificios que haría por el bien de todas las almas en el mundo. Les dijo que se sacrificaría para poder salvar a toda la raza humana, y que soportaría mucho dolor y entregaría su cuerpo en la Cruz. Aunque Pedro amaba a Jesús tanto, su amor era demasiado carnal, y por eso intentó persuadir a Jesús sin pensar en la razón por la que había venido al mundo, diciendo: «Maestro, no puedes morir ni sufrir. ¿Por qué tienes que hacer esto?». Pedro no podía entender por qué su amado Jesús tenía que ser rechazado por la gente y crucificado hasta morir. Esto se debe a que Pedro no entendía exactamente la razón por la que Jesús había venido al mundo. Y aunque Jesús prometió que no solo moriría, sino que también resucitaría, Pedro no podía creerlo porque estaba demasiado preocupado por el hecho de que Jesús moriría. Por supuesto, nuestro Señor rechazó a Pedro por esto. 
 
 

Nuestro Señor vino a este mundo para cumplir su obra

 
La obra del Señor consistía en ofrecer su propio cuerpo a Dios Padre como redención de los pecados de la humanidad como sacrificio para todos. Jesús había venido a la humanidad para borrar todos los pecados de la humanidad. Esta era su obra. Nuestro Dios vino al mundo encarnado en un hombre para hacer su obra. Lo hizo para sacrificarse a Sí mismo, y así borrar todos los pecados del mundo para permitirles tener una vida nueva. 
Para hacer su obra, nuestro Señor vino al mundo en carne humana y cuando vino completó esta obra perfectamente. Al ser bautizado en el río Jordán, cargó con todos los pecados del mundo; al entregar su cuerpo en la Cruz, pagó el precio de los pecados que había aceptado; y al sacrificarse, completó su obra de salvación para darle la vida eterna a todo el mundo. Al sacrificarse a Sí mismo, Jesús nos ha salvado. 
Es natural no querer que nuestros seres queridos mueran. ¿Por qué reprendió Jesús a Pedro? Podemos encontrar esta respuesta en lo que Jesús le dijo a Pedro: «¡Quítate delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Marcos 8, 33). Pedro tenía más estima a la obra del hombre que a la obra de Dios. 
¿Cuál es la obra del hombre? Evitar el sufrimiento, perder a seres queridos y hacer sacrificios. Todo lo que le importa al ser humano es llevarse bien con el prójimo, disfrutar de la prosperidad terrenal, y vivir con toda comodidad. En vez de pensar en las razones por las que Jesús vino al mundo, Pedro quería que Jesús siguiese con ellos, haciendo milagros y curando a los enfermos. Por eso los discípulos querían que Jesús estuviese con ellos durante mucho tiempo, en vez de preocuparse por la salvación de la humanidad. 
Sin embargo, la obra de Dios era diferente a la obra del hombre. La obra de Dios consistía en que Jesús aceptase los pecados del mundo a través del bautismo de Juan el Bautista y en salvarnos al sacrificarse en la Cruz hasta la muerte. Los que han nacido de nuevo en el Evangelio del agua y el Espíritu también pueden hacer la obra de Dios. Esto no significa que los nacidos de nuevo deban morir en la cruz por los demás, sino que deben trabajar duro para servir al Evangelio del agua y el Espíritu que ha salvado a todos los seres humanos, y para predicarlo por todo el mundo. Lo difícil es la lucha constante entre la obra de Dios y la obra del hombre. 
Entre buscar el bien propio y sacrificarse a uno mismo, lo primero es mucho más fácil. Por eso nadie quiere sacrificarse. De hecho, incluso los que han recibido la remisión de los pecados no quieren sacrificarse. Después de todo, cualquier persona que sea un poco inteligente no desea hacer nada que le pueda perjudicar. Sin embargo, la obra de Dios consiste en sacrificarse. Esto es lo que Dios quiere de nosotros. 
¿Cómo nos sacrificamos? Haciendo todo lo que podemos para darle vida a los demás aunque esto nos produzca sufrimiento. Así es como los justos que han recibido la remisión de los pecados deben vivir sus vidas. De la misma manera en que nuestro Señor vino al mundo para hacer su obra, los que hemos recibido la remisión de los pecados debemos hacer la obra del Señor primero. La obra de Dios que todos debemos hacer es la obra de sacrificarse a uno mismo para predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a los demás y ayudarles a recibir la remisión de los pecados. 
Los que han nacido de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu conocen el sacrificio. La Biblia dice: «El impío toma prestado, y no paga; Mas el justo tiene misericordia, y da» (Salmos 37, 21). Como el Señor vive en la gente justa que ha nacido de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu, es natural que sean generosos infinitamente. Pero los malvados que no tienen al Señor en sus corazones, toman y no dan, y nunca devuelven lo que han tomado prestado. Más adelante en el capítulo 37 de Salmos leemos en el versículo 26: «En todo tiempo tiene misericordia, y presta; Y su descendencia es para bendición». Esto significa que aunque los justos siguen dando, están benditos y no les falta nada. Así son las bendiciones recibidas por hacer la obra del Señor. 
Nuestro Señor, que ha entrado en nosotros y vive dentro de nosotros, vino a este mundo para hacer esta obra, y nos ha dado el Espíritu Santo a los que hemos nacido de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. El Espíritu Santo ha entrado en nuestros corazones para vivir allí, y nuestro Señor sigue obrando para darnos vida hasta el día en que vuelva. Y hace esto a través de nosotros, los que hemos recibido la remisión de los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso nuestro sacrificio es necesario para predicar el Evangelio. 
El sacrificio que Jesús ha hecho en este mundo para cumplir nuestra salvación y para borrar nuestros pecados fue el primer sacrificio real que se ha hecho en este mundo. Todas las figuras bíblicas que fueron martirizadas por la justicia eran simplemente predicciones de lo que Jesucristo haría. Dios nos enseñó a través de estas figuras que Jesucristo vendría a este mundo, haría una obra justa por el bien de la humanidad, y sufriría para darnos la remisión de los pecados, una nueva vida y el Cielo. Dicho de otra manera, los sacrificios hechos en el Antiguo Testamento eran sombras de la obra de Dios que fue cumplida por Jesús. 
De la misma manera en que muchos profetas se sacrificaron a sí mismos, y en que Jesús es un ejemplo personal para nosotros, los que hemos recibido la remisión de los pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu debemos hacer sacrificios. Debemos ser generosos. Jesús hizo mucho por la raza humana para que todo verdadero cristiano trabajase por los demás. Todos somos capaces de esto. Como el sacrificio propio es natural para todos los que tienen el Espíritu Santo, y como esto es lo que nuestro Señor quiere de nosotros, no podemos evitar sacrificarnos. 
Hasta este momento hemos hecho muchos sacrificios en nuestras vidas mientras seguimos al Señor. Sin embargo, quien haya recibido la remisión de los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu debe sacrificarlo todo. En otras palabras, no debemos sacrificar algunas cosas y otras no. Al haber conocido a nuestro Señor, a veces nos preguntamos: «Ahora que he recibido al Señor, ¿voy a prosperar más o tendré que hacer más sacrificios? ¿Qué me va a ocurrir?». Estas preguntas vienen a nuestra mente porque nos damos cuenta de que, aunque habíamos vivido por nosotros mismos antes de que el Señor viniese a nosotros, ahora que hemos encontrado al Señor, tenemos que hacer la obra de Dios primero en vez de nuestra propia obra. 
Esto es cierto sobre nosotros. Ahora que hemos recibido la remisión de los pecados, no estamos haciendo nuestra propia obra, sino la obra de Dios. No hacemos nada por nuestra cuenta, como dice la Biblia: «Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (Romanos 14, 7-8). Todo lo hacemos por Dios. Para los que han nacido de nuevo por el agua y el Espíritu y han sido redimidos de todos sus pecados, todo lo que hacen por sí mismos es muy incómodo. Esto se debe a que los convertiría en siervos del Diablo. Así que es imposible que los cristianos nacidos de nuevo vivan para sí mismos. ¿Acaso esto no es cierto acerca de nosotros también? Espero que sí. 
 
 

¿Para quién están trabajando? 

 
Cuando trabajan para sí mismos, su carne se complace durante un tiempo, pero ¿acaso su corazón siente que hay algo incorrecto o vacío? Estoy seguro de que todos han experimentado esto alguna vez. Por el contrario, cuando se sacrifican y siguen al Señor y trabajan para Él, sienten que han conseguido algo. Esto se debe a que el punto central del cristianismo es el sacrificio. El sacrificio personal es la característica que define la vida de todos los cristianos. 
Éxodos 29, 18 dice: «Y quemarás todo el carnero sobre el altar; es holocausto de olor grato para Jehová, es ofrenda quemada a Jehová». Cuando llegaba el día de la expiación, el altar de los holocaustos en el Tabernáculo daba el aroma de la carne quemada todo el día, toda la tarde y toda la noche, y Dios aceptaba este aroma dulce. Esto es de lo que se trata la vida cristiana. Cuando Jesucristo vino a este mundo, puso su cuerpo en el altar de los holocaustos para convertirse en nuestra ofrenda por el pecado. Dios Padre aceptó su muerte y borró todos nuestros pecados. Para los nacidos de nuevo, nuestras vidas deben sacrificarse como un aroma dulce para el Señor. Así es la vida de los cristianos. 
Los que han nacido de nuevo por el Evangelio del agua y el Espíritu y han conocido al Señor no tienen vida propia. Viven completamente para Cristo y no para sí mismos. Si piensan en esto carnalmente, esta vida parece estúpida y pueden llegar a arrepentirse de vivir así. Sin embargo, si nos sacrificamos para predicar el Evangelio, será predicado a todo el mundo. Por eso debemos sacrificarnos a nosotros mismos. 
Al hacer esta obra, el Señor dijo que sería rechazado por los ancianos, escribas y sacerdotes. ¿Por qué tuvo que ser rechazado? ¿Acaso cometió un delito de rebeldía? ¿Hizo algo que no era ético? ¿Se involucró en política? No, no hizo nada de eso. ¿Entonces por qué fue rechazado por los escribas y políticos? ¿Por qué fue rechazado por los sacerdotes, los líderes religiosos del momento? ¿Por qué tuvo que ser rechazado por meros seres humanos si era el Hijo de Dios? No había ningún motivo por el que Jesús tuviese que ser rechazado. Aunque no tenía ningún pecado ni falta, Jesús tuvo que ser rechazado porque tenía que pagar el precio del pecado de todo el mundo, ya que había aceptado estos pecados. Como todo el mundo ha cometido pecados y solo ha pensado en los asuntos humanos, Jesús tuvo que sacrificarse, aunque fuese rechazado por la gente de sus tiempos y fuese tratado como un enemigo. 
Como personas que han nacido de nuevo por el Evangelio del agua y el Espíritu, somos perseguidos por muchas personas mientras vivimos en este mundo haciendo la obra de Dios. No es inusual que nos llamen estúpidos o insensatos, e incluso idiotas. Por supuesto, si viven una vida normal sin hacer la obra de Dios, aunque digan haber nacido de nuevo, no serán perseguidos. Los demás les aprobarán si viven así. Pero, ¿esta vida sin sacrificio es el tipo de vida que Dios quiere que vivan? 
Sabemos que todo lo que hacemos es la obra de Dios, desde plantar iglesias hasta trabajar en nuestro ministerio literario, trabajar en las misiones por todo el mundo, cuidar de la Iglesia de Dios en Corea y en otros países, y orar por todas estas cosas. Y estamos convencidos de que servir al Señor de esta manera es nuestro sacrificio personal. Ninguna de estas obras es para nuestro beneficio personal. Si las hiciésemos solo para nosotros mismos, buscaríamos otro tipo de compensación. Esperaríamos siempre que Dios nos recompensase por nuestro trabajo y pensaríamos que nuestra recompensa no es suficiente por nuestro trabajo duro. 
Hacer la obra de Dios consiste en sacrificarse. En particular, las misiones por el mundo no se pueden hacer sin sacrificio. Hemos oído que muchos hermanos y hermanas del extranjero están pidiendo que les enviemos a nuestros misioneros. Pero no es fácil para nuestros misioneros viajar a un país lejano donde la cultura y el idioma son completamente diferentes. Esto requiere mucho sacrificio. Por eso, cuando hacemos la obra del Señor, el sacrificio es indispensable en todos los aspectos. 
Pero algunos santos piensan: «Nuestros misioneros se deben estar divirtiendo mientras viajan por todo el mundo. Ojalá yo fuese misionero». Pero, ¿acaso se van de vacaciones los misioneros? Si piensan que nuestros misioneros están de vacaciones, pónganse en su lugar. Algunos lugares tienen agua de tan mala calidad, que no es potable. Piensen en Yanbian (China). El agua corriente es tan mala que si se deja reposar durante un tiempo, se pueden ver los sedimentos en el fondo del vaso. ¿Beberían de esta agua? Además no sería fácil separarse de sus seres queridos y vivir en un lugar donde no pueden comunicarse con nadie de su propia cultura. Esto requiere mucho sacrificio. 
Nuestro ministerio literario también requiere mucho sacrificio. Algunos piensan que no es tan difícil publicar libros y que no son tan buenos, y se preguntan por qué seguimos publicándolos. Piensan que una sola publicación es suficiente y que el resto es malgastar el tiempo. Pero esto no es cierto. ¿Saben lo difícil y estresante que es publicar un solo libro? Todos los que están trabajando en este ministerio saben lo difícil y estresante que es. Si dicen algo incorrecto, pueden corregirlo inmediatamente, pero una vez se publica un libro, las palabras se quedan grabadas para siempre. No se puede revisar inmediatamente. Además, no es fácil transcribir sermones y editarlos en formato de publicación porque el contexto de un sermón tiene que fluir fácilmente. Sin embargo, nuestro ministerio literario se está completando bien porque todos los que trabajan en él están haciendo muchos sacrificios. 
En cuanto a su trabajo, su familia o el servicio al Señor unidos con la Iglesia, todo se debe hacer con sacrificio. ¿Hay algo que no requiera sacrificio? A veces tienen que hacer cosas que no quieren hacer y a veces tienen que sacrificar su vida social para ir a la iglesia. Todas estas cosas requieren sacrificio. Nosotros solo podemos convertirnos en un solo cuerpo si nos sacrificamos de diferentes maneras y servimos al Señor unidos con la Iglesia. Incluso su vida social diaria requiere sacrificio. No pueden participar en ningún grupo social si no se sacrifican a sí mismos. Por ejemplo, participar en la asociación de padres y alumnos de la escuela de sus hijos requiere sacrificio y por eso es solo cuestión de tiempo sacrificar más para la Iglesia de Dios. 
Nunca es fácil servir al Señor y vivir su vida unidos con la Iglesia cuando tienen un trabajo. Sin sacrificio es absolutamente imposible. Por eso el Señor dijo: «Quien quiera seguirme debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme». Así que incluso en su trabajo se necesita mucho sacrificio. 
Yo también tenía cierto trabajo durante un par de años, y mientras trabajaba allí quería dejar mi trabajo porque no me gustaba mi jefe. Como hombre, mi jefe no era mejor que yo, pero como era el jefe no me demostraba ningún respeto y me trataba como un objeto, mandándome todo el tiempo. Por eso era normal que me enojase. Mi jefe esperaba que siempre llegase a trabajar puntual, pero no podía irme a casa a tiempo. Siempre soñaba con tener libertad. Cuando intentaba escuchar grabaciones de sermones o leer la Biblia cuando tenía tiempo libre, mi jefe me regañaba. Normalmente trabajaba ocho horas al día por lo menos y pasaba esas ocho horas trabajando para un negocio que no era mío. 
¿Pero cuánto recibía a cambio de mi sacrificio? Mi salario era insignificante, casi no llegaba para sobrevivir. Cuando llegaba el día de la paga, quería romper el cheque pensando: «¿He trabajado tanto para nada? Esto es un insulto». Pensaba que podría hacer la misma cantidad de dinero trabajando solo una hora en otro sitio. También pensaba que debería dedicar mis esfuerzos en salvar a otras almas en vez de trabajar tanto para ganar casi nada. Un alma es mucho más valiosa que cualquier otra cosa en el mundo y salvarla es una mejor recompensa que cualquier cantidad de dinero que se gane en este mundo. Como este dinero lo había ganado con tanto esfuerzo, también tenía que pensar bien en cómo gastarlo, esperando poder utilizarlo en algo valioso. 
Estoy seguro de que han tenido experiencias similares. El dinero debe gastarse con cuidado. Debe invertirse adecuadamente, o acaba perdiéndose. Yo también he tenido esta experiencia en diferentes trabajos. Nunca es fácil servir al Evangelio mientras se trabaja, se va a la escuela o se tiene una familia, pero es aún más difícil estar completamente involucrado en el ministerio de la Iglesia. De alguna manera puede parecer incómodo estar en el ministerio por jornada completa. Dependiendo de la persona, puede parecer que los ministros que se dedican por completo al ministerio no hacen nada más que recoger dinero y disfrutar de su vida, pero una vez se ponen en su lugar, se dan cuenta de que no es tan fácil como parece. Su ministerio no se puede hacer sin sacrificio. 
Nuestras vidas consisten en sacrificio. Hemos podido servir al Evangelio y seguir al Señor hasta ahora porque nos hemos sacrificado, desde nuestros maestros de la escuela dominical hasta nuestros hermanos y hermanas que están siendo entrenados y nuestros santos en la Iglesia. Estos sacrificios seguirán siendo necesarios en el futuro. 
No debemos pensar en la obra del hombre. La obra del hombre persigue la prosperidad del mundo, es decir convertirse en un cerdo con un estómago lleno. La vida que se vive en vano sin sacrificio, que no se vive por lo que es bueno, sino por la prosperidad de la carne, es la obra del hombre. 
Por contraste, los que hemos nacido de nuevo en el Evangelio del agua y el Espíritu queremos hacer la obra de la justicia y no la obra del hombre para morir en vano. Y hacemos esta obra efectivamente. ¿Qué obra justa hacemos? Hacemos la obra de Dios. Aunque nuestros sacrificios sean pequeños, los hacemos para seguir al Señor con fe. Dios no deja que estos sacrificios pasen sin ser recompensados. Dios nos da todas sus bendiciones sin falta. El Señor dijo en Mateo 16, 25: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». Esto significa que si intentamos vivir por nosotros mismos, perderemos aún más cosas, pero si decidimos sacrificar nuestras vidas por el Señor, añadiremos más bendiciones sobre las que tenemos. 
Incluso en la obra del hombre, que solo persigue la prosperidad carnal, el sacrificio es necesario. Pero esta obra solo consiste en sacrificios pero no en recompensas. Pero aunque requiera mucho sacrificio hacer la obra de Dios, hay una recompensa, y por eso el sacrificio vale la pena. Por eso estamos viviendo una vida de sacrificio siguiendo al Señor. El Señor nos lo dejó claro: «Si perdéis la vida por mí y mi Evangelio, viviréis, pero si vivís solo por la obra del hombre, lo perderéis todo». ¿Qué significa cuando Jesús dijo que hay que negarse a uno mismo y seguir al Señor? Significa que hay que seguir al Señor aunque nos cueste mucho sacrificio. Y así ganaremos muchas cosas. 
Sin embargo, si una persona no se sacrifica y lo da todo al Señor, perderá muchas cosas. Está escrito: «No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6, 31; 33). Si pensamos en la obra de Dios primero, Él nos dará todo lo que necesitamos. 
Todos debemos hacer la obra de Dios. Esto significa que debemos sacrificarnos. Esto se debe a que seguir al Señor requiere sacrificio. A través de nuestro sacrificio muchas personas pueden recibir la remisión de los pecados. Se gana mucho con poco sacrificio. Piensen en esto. Solo hemos hecho pequeños sacrificios, pero ¿cuánto hemos ganado? Con nuestro sacrificio, ¿cuántas iglesias se han plantado por Corea y cuántas almas están naciendo de nuevo? ¿Acaso no hemos visto con nuestros propios ojos cuántas almas han sido salvadas a través de la Iglesia de Dios y sus siervos y santos? Aunque cuesta mucho sacrificio plantar una sola iglesia, hemos visto con nuestros propios ojos cómo Dios nos bendice por este sacrificio. 
Nos sacrificamos mucho cuando plantamos la Iglesia Wonju, y aún más cuando plantamos la Iglesia de New Life Mission en Seúl y otra en Incheon. Muchos hermanos y hermanas y siervos de Dios trabajaron duro e hicieron muchos sacrificios e inversiones con sus recursos materiales, sus cuerpos y sus corazones por fe. Así es como pudimos establecer estas iglesias. Incluso cuando plantamos la Iglesia de Chungju, nuestros siervos de Dios invirtieron en muchas áreas. Cuando los siervos de Dios trabajan por Él, ofrecen todo lo que tienen al Señor, sin importan lo que deban. Cuando estábamos buscando un sitio para la Iglesia de Chuncheon, encontramos un edificio gracias a los evangelistas Jung y Choi y sus familias, porque ofrecieron sus posesiones materiales al Señor. En aquel entonces, tuvimos que dar un adelanto de unos 20.000$ y pagar 250$ al mes. ¿Dónde podríamos haber encontrado todo este dinero? Gracias a nuestros hermanos y hermanas y a los siervos de Dios que ofrecieron todo lo que tenían y se sacrificaron pudimos comprar este edificio. Pero no solo se sacrificaron nuestros hermanos y hermanas, sino que también los siervos de Dios se sacrificaron y sirvieron al Señor juntos. 
El sacrificio es necesario para poder seguir al Señor. Los sacrificios que hacen para seguirle, no se hicieron con un esfuerzo consciente, sino que se hicieron sin darse cuenta. El hecho de que hayan seguido al Señor hasta hoy es un sacrificio. No podrían haber seguido al Señor sin sacrificio. A no ser que una persona se niegue a así misma, no es posible que siga a la Iglesia de Dios, ni al Señor. Seguir a la Iglesia de Dios es seguir al Señor. 
¿Cuál es la voluntad del Señor? ¿Cuál es la obra de Dios? ¿Cuál es la obra del Señor que hizo en este mundo? Sacrificándose Él mismo al aceptar todos nuestros pecados en el Río Jordán, al ser condenado en la Cruz en nuestro lugar y así sacrificar Su propio cuerpo, nos salvó a todos. Esta es la obra de Dios. Ahora estamos intentando hacer la obra de Dios, que solo pueden hacer los que han recibido la remisión de los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. 
Mis queridos hermanos, la remisión de los pecados no es algo que podamos recibir nosotros, sino que es algo que todos deben recibir al escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu, desde nuestros conocidos y familiares, nuestros compatriotas, y todo el mundo. En China la gente es tan inocente que casi todo el mundo recibe la remisión de los pecados en cuanto escucha el Evangelio. La gente recibe fácilmente la Palabra. Si trabajamos duro un año más y predicamos el Evangelio diligentemente, Dios salvará a muchas almas en China. Pero creo que en un par de años, la fe de los santos chinos será aún más fuerte. 
Cuando plantamos una iglesia aquí en Daejeon, nuestras familias y las almas de nuestro alrededor también recibieron la remisión de los pecados. Plantar una iglesia en Daejon para servir al Evangelio no se hace solo por el Señor, sino también por el bien de nuestros familiares y todos los que no han nacido de nuevo. De la misma manera en que Jesús se sacrificó a Sí mismo por nuestro bien, nosotros debemos sacrificarnos y servir al Señor en nuestras vidas para conseguir la salvación de otras personas. 
Sé muy bien que es muy difícil hacer sacrificios y por eso a veces queremos abandonar la tarea. Sé que a veces piensan: «Quiero dejar de sacrificar tanto. ¿Puedo vivir el resto de mi vida cómodamente hasta que regrese el Señor o hasta que muera?». Aunque a veces deseamos poder vivir a nuestras anchas, la voluntad del Señor es que nos sacrifiquemos. Esto es lo que complace al Señor. Y por eso debemos tener fe. Por eso, los que conocemos la voluntad del Señor debemos confiar en su voluntad y obedecerla. 
La Biblia dice que Él quien, está por venir, vendrá pronto. Como este mundo es tan malvado, a menos que no sirvamos al Señor, nos sacrifiquemos y hagamos su obra, no podremos evitar dejarnos llevar por las corrientes del pecado. Cuanto más malvados sean los tiempos, más debemos dedicarnos a servir al Señor y a seguirle.