Search

Sermones

Tema 17: La relacion entre el ministerio de Jesus y el de Juan el Bautista

[Capítulo 17-11] He aquí que envío a mi mensajero (Marcos 1, 1-5)

(Marcos 1, 1-5)(Marcos 1, 1-5)
«Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas.
Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados».


¿Conocen a Juan el Bautista, el enviado de Dios?


En el desierto, Juan el Bautista proclamaba el bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados. Y además era la persona que bautizaría a Jesús y por tanto transferiría los pecados del mundo a Jesús. Juan el Bautista era el último profeta del Antiguo Testamento, nacido en la casa del Sumo Sacerdote, y era el siervo de Dios que pasó los pecados del mundo a Jesús a través del bautismo, según la voluntad de Dios.
Cuando Juan el Bautista nació en este mundo, el pueblo de Israel estaba sumido en la idolatría. Después de que estuvieran llenos de pecados, vino el dolor y empezaron a esperar al Salvador prometido para que les librase de tanto dolor. Como esperaron, Dios Padre envió a Juan el Bautista y a Su Hijo Jesucristo. Dios Padre envió a Juan el Bautista 6 meses antes que Jesucristo para rescatar a todos los pecadores. Juan el Bautista era «la voz que grita en el desierto». Era «el Elías espiritual» prometido en el Antiguo Testamento.
Por lo tanto, debemos convertirnos en la gente que cree en la voluntad de Dios que fue llevada a cabo por Juan el Bautista. La Biblia dice que Juan el Bautista fue enviado 6 meses antes que Jesús a este mundo. Dios tenía un plan al enviar a Juan el Bautista antes que a Jesús. Por eso debemos pensar en cómo obró Juan el Bautista y creer en su obra.
Dios envió a Sus siervos en cada generación y guió a Su pueblo por el camino de la justicia. No envió a ningún profeta durante 400 años antes de enviar a Juan el Bautista. Por lo tanto, el pueblo de Israel esperaba la aparición del siervo de Dios que difundiría la verdadera Palabra de Dios. Habían vivido durante mucho tiempo sin poder escuchar la Palabra predicada por los siervos de Dios. El pueblo de Israel estaba desesperado por la ausencia de siervos de Dios que les guiara hacia la voluntad de Dios y hacia Su Palabra. Habían llegado a un punto en el que necesitaban desesperadamente a un siervo de Dios. Juan el Bautista fue el enviado de Dios en aquel entonces. Seis meses después de Juan el Bautista, Dios Padre envió a Su Hijo Jesucristo.
Entonces, Jesucristo fue enviado a este mundo por la voluntad de Dios Padre. Era el Hijo de Dios, nuestro Dios y el Salvador de todos los pecadores. Nunca fue una criatura como nosotros. Jesucristo era en realidad Dios y era el único y fiel Hijo de Dios Padre, que se humilló por nosotros. Jesucristo, que vino por el pueblo de Israel, completó nuestra salvación y libró a toda la humanidad de los pecados del mundo. Él era el Rey que tenía la gran voluntad de cumplir el plan de Dios Padre y que vino al mundo de una forma humilde.
Juan el Bautista, que proclamaba la voluntad de Dios a gritos en el desierto, era un siervo de Dios que, cuando llegó el momento de cumplir esa voluntad, sólo tuvo que bautizar a Jesús para transferirle los pecados del mundo. Antes de hacer la obra justa, tuvo que vivir comiendo langosta y miel silvestre en el desierto. Cuando el pueblo de Israel, que tenía muchos ídolos durante cientos de años, escuchó la voluntad y la Palabra de Dios a través de Juan el Bautista, empezó a entregarse a esta Palabra. Así que mucha gente se dio cuenta de que tenía pecados y empezó a volver a Jehová y se preparó para recibir a Jesús, que borraría todos los pecados de la humanidad de una vez.
Está escrito: «Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos» (Mateo 11, 1). Era el último profeta del Antiguo Testamento que representaba a toda la humanidad. Era la única persona capaz de llevar a cabo las funciones de Sumo Sacerdote en este mundo. Era la persona que transferiría los pecados del mundo a través del bautismo de Jesús.
Por otra parte, Jesús, que recibió todos los pecados del mundo de una vez por todas, era el Hijo de Dios y el Cordero que preparó y que vino para tomar todos los pecados del mundo de una vez por todas (Juan 1, 29). Jesús se convirtió en el verdadero Mediador entre el hombre y Dios. Como Juan el Bautista era el que dio testimonio de todo esto, el Señor le señaló y dijo: «Él es aquel Elías que habia de venir» (Mateo 11, 14). Juan el Bautista, el siervo de Dios, era la persona que dio testimonio de que Jesús era el Cordero de Dios que vino para encargarse de los pecados del mundo (Juan 1, 29).


Juan el Bautista viene a ustedes mediante la providencia de la salvación de Dios


El nacimiento de Juan el Bautista y su familia se explican en Lucas 1. Si leemos sobre el nacimiento de Juan el Bautista en la Palabra de Dios, sabremos que nació a través de la providencia de la salvación de Dios.
Sabemos que la familia de Juan el Bautista descendía de sumos sacerdotes del Antiguo Testamento (1 Crónicas 24, 1-19). El padre de Juan el Bautista, Zacarías, pertenecía a una familia de sumos sacerdotes. Era una persona que cumplía con su tarea de Sumo Sacerdote a la perfección según todos los mandamientos de Dios, Sus leyes y normas. Pero su mayor deseo era tener un hijo porque su mujer, Isabel, no podía concebir. Entonces, un día, Zacarías entró en el santuario para hacer su trabajo según su clase de acuerdo con la costumbre del sacerdocio. Estaba quemando incienso para el pueblo de Dios porque le tocó en suerte (Lucas 1, 9) cuando de repente Dios envió a Su ángel Gabriel para hacerle saber Su voluntad a Zacarías: «Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan» (Lucas 1, 13).
Entonces Isabel, la mujer de Zacarías, ya era muy mayor y Zacarías no lo podía creer, aunque el mensajero de Dios, el ángel Gabriel, se lo hubiera dicho. Por eso Zacarías se quedó mudo y los demás sacerdotes se dieron cuenta de que había tenido una visión en el templo, ya que no les hablaba (Lucas 1, 20-22).
Poco después las maravillosas obras de Dios empezaron a verse en esa familia. Isabel se quedó embarazada de acuerdo con la profecía del ángel Gabriel. Cuando nació el niño la familia quería llamarlo como su padre, Zacarías, que era descendiente de Aarón, el Sumo Sacerdote. Pero Zacarías, que seguía mudo entonces, pidió una tabla para escribir y en ella anotó que el nombre del niño sería Juan. Todo el mundo pensó que era extraño porque era costumbre llamar al niño como uno de los parientes. Todos pensaron que era extraño que hubiera escogido el nombre de Juan, pero entonces Zacarías volvió a hablar y estuvo lleno del Espíritu Santo, por lo que empezó a alabar a Dios y a profetizar: 
«Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz» (Lucas 1, 76-79).
Entonces Zacarías abrió la boca y su alabanza ascendió al cielo. Profetizó acerca de la vida de Juan diciendo: «Este niño es mío, pero es el siervo enviado de Dios. ¡Oh niño enviado de Dios! Recibes la designación de ser el profeta del Altísimo. Irás delante del Señor y prepararás Su camino y todo el pueblo conocerá la salvación a través de la remisión de los pecados del Señor». De esta manera, Juan el Bautista se encargó de transferir todos los pecados del mundo a Jesús y nació en una familia de sumos sacerdotes. Fue enviado al mundo como siervo de Dios, indispensable para toda la humanidad.
Además, el Libro de Malaquías en el Antiguo Testamento, profetizó acerca de Juan el Bautista que apareció en el Nuevo Testamento. Dice lo siguiente: «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible» (Malaquías 4, 5). Antes de la venida del día de Jehová, grande y terrible, este mundo se quemará y desaparecerá, y Dios prometió que enviaría a uno de sus siervos con el espíritu y poder de Elías. Este era un siervo de Dios que vendría al mundo al final de los tiempos y haría la gran obra de hacer que los que abandonaron a Dios volvieran a Él.
En Mateo 11, 12-14, Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir». Él testificó que el siervo de Dios que era como Elías y que fue profetizado en el Antiguo Testamento de la Biblia era Juan el Bautista.
«He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia» (Malaquías 3, 1-3).
Cuando dice en Malaquías 3, 1: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí», se refiere a Juan el Bautista. Asimismo, se profetizó el nacimiento de Jesucristo: «Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis». Podemos ver que el ministerio de Jesucristo y el de Juan el Bautista cumplían la justicia de Dios como está escrito en Mateo 3, 13-17. Por tanto, Juan el Bautista es el último profeta del Antiguo Testamento y es capaz de hacer la obra de transferir los pecados del mundo a Jesús como siervo de Dios, que era capaz espiritualmente de llevar a cabo las tareas de Sumo Sacerdote. El Libro de Malaquías en el Antiguo Testamento profetizó que Juan el Bautista y Jesús vendrían al mundo antes del fin de los tiempos.


Juan el Bautista vino al mundo por el espíritu y poder de Elías 


Malaquías 4, 5-6 dice: «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición». Y en Mateo 11, 14, en el Nuevo Testamento, Jesús dio testimonio: «Y si queréis recibirlo, él (Juan el Bautista) es aquel Elías que habia de venir».
Entonces, ¿qué significa «enviaré a Elías» antes de la destrucción del mundo? Significa que Dios enviaría al mundo a Su siervo que transferiría los pecados del mundo a Jesucristo. Esto se puede leer también en Isaías 40, 3: «Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios». Cuando dice: «Voz que clama en el desierto» se refiere a Juan el Bautista.
En 2 Reyes 2:11 encontramos la ascensión de Elías: «Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino». Como dice este versículo, Elías era el profeta de Dios que subió hacia Dios sin morir. Dios prometió en la Biblia que nos enviaría a Elías, y esto significa que enviaría a Juan el Bautista, que haría la obra de Elías. Juan el Bautista bautizó a Jesús y transfirió los pecados de la humanidad en el Nuevo Testamento. El profeta Elías era un siervo de Dios que tenía gran poder para hacer que el pueblo de Israel, que se había separado de Dios por entregarse a la idolatría, volviera a Él. En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista era el siervo de Dios que transfirió los pecados de la humanidad a Jesús. Juan el Bautista tenía la misión de ser Sumo Sacerdote. De entre toda la gente del mundo, sólo Juan el Bautista podía hacer esta obra, ya que Dios se la había encomendado (Mateo 3, 13-17).


El ministerio de Elías escrito en el Antiguo Testamento


Podemos ver el gran poder de Elías si lo comparamos con el de otros profetas del Antiguo Testamento. Isaías también le dijo a la gente que abandonara a los ídolos y volviera a Dios, pero casi nadie le escuchó. Jeremías, el profeta de las lágrimas, también le dijo al pueblo cuál era la voluntad de Dios con lágrimas en sus ojos, pero su ministerio no dio muchos frutos. El profeta Ezequiel también pedía a la gente que dejara a los ídolos y volviese a Dios, pero pocos lo hicieron.
Pero, ¿cómo fue la obra de Elías? Elías luchó y ganó la batalla de fe contra 850 profetas paganos para hacer que la gente volviese a Dios y dejase de lado a los ídolos. Era una persona que estaba tan cercano a Dios que cuando se presentó ante Él para orar, no llovió durante tres años y medio. Vivió durante el reinado de Acab, que era un rey malvado que abandonó a Dios y sirvió a muchos ídolos.
Elías era un siervo de Dios que oró para que no lloviese durante tres años y medio para hacer que el corazón del rey Acab y el del pueblo volviese a Dios. Y tres años y medios más tarde, el rey Acab ordenó que su ejército le trajese al profeta Elías. El rey dijo que Elías estaba afligiendo al pueblo de Israel, pero en realidad, el rey Acab era quien estaba afligiendo a Dios y al pueblo de Israel. Elías hizo una proposición al rey Acab: quería probar quién era el verdadero Dios mediante una demostración de fe. Dijo: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra» (1 Reyes 18, 21).
Entonces había 400 profetas de Asera y 450 profetas de Baal en el monte Carmelo. Elías propuso que demostraran quién era el verdadero Dios, Baal o Jehová, a través de una competición de fe. El verdadero Dios sería aquel que contestase con fuego en el sacrificio. Al principio todos pensaban que Elías sería derrotado porque tenía que competir contra 850 profetas paganos que adoraban a ídolos. Pero, ¿quién creen que ganó la batalla de fe?
Los profetas de Baal gritaron el nombre de Baal durante horas, pero no recibieron respuesta. Saltaron alrededor del altar y gritaron el nombre de Baal, pero cuando llegó la tarde y no habían recibido respuesta, Elías se burló de ellos diciendo: «Gritad a Baal porque es un dios…quizás esté durmiendo y tenéis que despertarlo». Entonces los profetas de Baal gritaron más fuerte y se autolesionaron con cuchillos y lanzas para derramar su sangre, según sus costumbres, pero no ocurrió nada hasta la hora del sacrificio por la tarde.
Entonces le tocaba a Elías demostrar quién era el verdadero Dios. Hizo un agujero alrededor del altar y lo llenó de agua. Llenó 4 cántaros de agua y los vació sobre la leña para hacer fuego tres veces, y el agua mojó todo el altar y llenó el agujero. Entonces, cuando el agujero estaba lleno de agua, Elías empezó a orar: «Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos».
Entonces, el fuego del Señor Dios bajó del Cielo y quemó el holocausto, la leña, las piedras, el suelo e incluso el agua del agujero. El Dios de Elías y su fe derrotaron a los profetas adoradores de ídolos. ¿Por qué quiso Elías hacer una demostración de fe en Dios? Porque quería librar una batalla espiritual y no una batalla carnal.
Los 850 profetas y el pueblo de Israel que creían en Baal y Asera vieron el poder del Dios viviente. Dios demostró, a través de la fe de Elías, que estaba vivo y se convirtió en el Dios de Israel. Como este poder de Dios se demostró ante los ojos del rey de Israel, nadie pudo decir que el Señor Dios no era el verdadero Dios. Por primera vez, el rey Acab se arrepintió de haber creído en Baal, y el pueblo de Israel volvió a tener la fe de Elías y a buscar a su Dios. Por eso Elías se considera un profeta poderoso que devolvió a Dios al pueblo de Israel.
Juan el Bautista era un siervo de Dios que tenía tanto poder como Elías. Del mismo modo en que el profeta Elías hizo que el pueblo de Israel volviese a Dios en el Antiguo Testamento, Juan el Bautista hizo la obra de transferir todos los pecados del mundo a Jesús diciendo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). Al hacer esto todo el mundo puede ir a Jesucristo, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, recibir la remisión de sus pecados por fe y convertirse en el pueblo de Dios.
Dios Padre envió a Juan el Bautista 6 meses antes que Jesús e hizo que preparase la obra de pasar todos los pecados a Jesús. Estos pecados pudieron ser perdonados gracias al papel de Juan el Bautista y al bautismo de Jesús, que recibió todos tus pecados y los míos de una vez al ser bautizado por Juan el Bautista. Como precio de los pecados del mundo fue clavado en la Cruz, derramó Su sangre y fue juzgado por todos ellos. Ahora la gente que cree en el papel de Juan el Bautista y la obra de Jesús puede recibir la salvación de todos los pecados del mundo. Elías, a quien Dios dijo que enviaría en el Libro de Malaquías del Antiguo Testamento, era Juan el Bautista (Mateo 11, 14).


Juan el Bautista tenía que ser capaz de llevar a cabo la función de Sumo Sacerdote en este mundo


Si Juan el Bautista no hubiese nacido en la casa de Aarón, el Sumo Sacerdote, no podría haber llevado a cabo la función de Sumo Sacerdote en este mundo. Para ello tuvo que nacer en la casa de Zacarías, un descendiente de Aarón, el Sumo Sacerdote. En el Antiguo Testamento había un requisito para transferir los pecados que los israelitas cometían a lo largo del año, y era que sólo el Sumo Sacerdote podía hacerlo. Juan el Bautista tenía que nacer en la casa del Sumo Sacerdote para poder cumplir la Palabra de la profecía del Antiguo Testamento. Juan el Bautista nació en la casa del Sumo Sacerdote Aarón y tuvo que representar a todas las personas, bautizar a Jesucristo, el Cordero de Dios, y transferir todos los pecados del mundo de una vez. Pero hoy en día hay muchos cristianos que siguen siendo pecadores porque creen en Jesús como el Salvador, aunque no conocen el papel de Juan el Bautista. La Biblia dice lo siguiente: «Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle» (Mateo 21, 32).
Juan el Bautista vino al mundo, pero los fariseos y los sumos sacerdotes y los que creen en Jesús ahora, no le prestaron mucha atención a su obra. En esta generación hay mucha gente que no piensa que el ministerio de Juan el Bautista, que pasó todos los pecados del mundo a Jesús, sea importante. Los seguidores de la religión no creen en esta obra importante y por eso nunca podrán conocer el secreto del bautismo de Jesús en el Evangelio del agua y el Espíritu. Una vida de fe sin creer en esta obra importante es equivalente a burlarse de la justicia de Jesús y despertar Su ira. 
Hoy en día, es muy triste que los cristianos que creen en Jesús como el Dios de la verdadera salvación no conozcan la Verdad denominada «Evangelio del agua y el Espíritu» y que vivan sus vidas de fe creyendo en algo falso. ¿Quién creía en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu en tiempos de Jesús? Los grandes pecadores, como las prostitutas y los publicanos. Incluso hoy en día, las prostitutas y los publicanos espirituales intentan conocer la justicia de Dios y creer en ella. ¿Qué tipo de personas son las prostitutas espirituales? Los que cometen pecados carnales y malgastan sus vidas.
Entonces, ¿quién comete pecados que siguen los deseos de la carne? La verdad es que todos nosotros cometemos estos pecados. Nosotros también somos como las prostitutas que vivían en pecado según los deseos de la carne. Pero sólo hay un tipo de gente en esta generación que reconoce de corazón que son como prostitutas espirituales. Cuando reconocen que son pecadores ante Dios y creen que Jesús y Juan el Bautista vinieron a este mundo para abrir el camino de la justicia de Dios, todos sus pecados desaparecen por completo.
Incluso todos aquellos de ustedes que se hayan convertido en cristianos, necesitan fe en el Evangelio del agua y el Espíritu ante Dios. Esta fe consiste en creer que Juan el Bautista transfirió los pecados del mundo a Jesús cuando le bautizó. Lo importante es que la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu nos ha salvado de los pecados del mundo. Por tanto, debemos conocer el hecho de que todos nuestros pecados fueron borrados cuando creímos que Jesús se encargó de ellos al ser bautizado por Juan el Bautista.
Los publicanos en tiempos del Nuevo Testamento eran prostitutas espirituales que recogían impuestos para las autoridades romanas que controlaban Israel. En aquel entonces, eran tan corruptos que cuando recibían 1000 dólares en impuesto, se quedaban 300 dólares. Pero ellos conocían sus pecados y muchos publicanos y prostitutas de aquel entonces creyeron en Jesús como su Salvador.
Pero los fariseos y los sacerdotes de más categoría nunca creyeron en Él. Insistían en que habían vivido con justicia y habían cumplido la Ley de Dios, aunque fueran insuficientes. Por lo tanto, negaron a Juan el Bautista, que vino en el camino de justicia, y negaron a Jesús, al tiempo en que pensaban que no tenían pecados. Asimismo, en esta generación, los cristianos no redimidos no intentan saber que Jesús ha tomado todos sus pecados al ser bautizado por Juan el Bautista. Hay muchos líderes cristianos que no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu porque tienen miedo de perder su medio de vida.
Los fariseos y los sacerdotes de mayor categoría se cubrían la cara con las mangas de sus vestiduras cuando veían a los pecadores y alardeaban de su santidad. Aunque sus corazones estaban llenos de todo tipo de pecados, hacían eso porque pensaban que debían hacerlo para no ser sucios y para que los demás les tratasen como personas santas. Su comportamiento falso no acababa aquí, sino que además se paraban en las calles, levantaban las manos y oraban en actitud piadosa: «Señor, Dios, por favor, sálvanos. Estamos orando por estos pobres tontos, ten misericordia de ellos y sálvalos».
Pero en realidad eran hipócritas espirituales. Los que enseñaban la Palabra de Dios se levantaban contra Su justicia. Hay mucha gente así en esta generación. No creen que Juan el Bautista traspasó los pecados del mundo a Jesús al bautizarle, no que Jesús se ocupase de los pecados del mundo por completo. Además de no creer, intentan que la gente que quiere creer en el Evangelio del agua y el Espíritu no crea en esta justicia de Dios. Pero como no creen que Juan viniese por el camino de la justicia, no pueden librarse del juicio del Señor.


Juan el Bautista se acercó a nosotros por el «camino de la justicia»


Juan el Bautista se acercó a nosotros por el «camino de la justicia». Esto se refiere a que Juan el Bautista transfirió los pecados del mundo a Jesús y nos rescató del pecado. Quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu como la justicia de Dios, recibirá la salvación del pecado. Todo el mundo debe recibir la remisión de sus pecados, sea quien sea y sin importar qué pecados haya cometido, a través del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista. Para cumplir la justicia de Dios, Jesús cargó con los pecados del mundo y los borró, fue clavado a la Cruz, murió, resucitó a los tres días y nos salvó a todos los que creemos. Si no creemos de corazón en Jesucristo, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, no podemos convertirnos en el pueblo santo de Dios.
Jesús recibió todos los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista, cargó con ellos, fue clavado en la Cruz y murió por nosotros. Por tanto, ahora tenemos que creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. La fe que nos permite ser redimidos de los pecados es la fe que cree que, a través del bautismo, Jesús ha tomado nuestros pecados, ha sido clavado en la Cruz y ha muerto por esos pecados en la Cruz. Una persona que no cree en el Evangelio del agua y el Espíritu nunca podrá entrar en el Cielo. No hay otra manera de entrar en el Cielo si no es creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu y haciendo que nuestros pecados desaparezcan. Pero los fariseos y los sacerdotes de aquel tiempo luchaban contra la Verdad de la salvación porque no creían que Jesús fuese Dios. Hoy en día también hay cristianos que creen en Jesús en vano, y gente que, aunque cree en Jesús como Su Salvador, cultiva el pecado en su corazón.
Juan el Bautista apareció antes de nosotros por el camino de la justicia. Jesús apareció ante los publicanos y las prostitutas y les dijo que hay 12 tipos de pecados en los corazones de la gente. Nos enseñó el Evangelio del agua y el Espíritu, que limpia nuestros pecados. El Señor permitió que todo el mundo reciba el perdón de los pecados si creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu que se ha convertido en la justicia de Dios. Juan el Bautista cumplió la función de Sumo Sacerdote que transfirió los pecados del mundo para los que creen en la justicia del Señor. Incluso ahora, Juan el Bautista viene a nosotros por el camino de la Verdad que contiene la justicia de Dios. El Evangelio del agua y el Espíritu es la justicia de Dios que él creyó y predicó. Deben creer en la justicia de Dios que Juan el Bautista cumplió junto con Jesús.
En el Nuevo Testamento está escrito: «Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él» (Juan 1, 6-7). Juan el Bautista dio testimonio de la justicia de Jesús y todo el mundo cree en Jesús como el Salvador a través de su testimonio. Si Juan el Bautista no hubiera transferido los pecados del mundo a Jesucristo mediante el bautismo, ¿cómo podríamos haber creído en Jesús como nuestro Salvador y recibir la remisión de nuestros pecados por fe?
Pero no pudimos ver con nuestros propios ojos cómo fue bautizado Jesús o cómo murió colgado en la Cruz, entonces, ¿cómo podemos creer en esto? Dios nos dio Su Palabra y Su Palabra es la Biblia.
Pueden saber que sus pecados se pasaron a Jesús completamente a través del bautismo de Juan el Bautista. Ahora sabemos que todos nuestros pecados han sido traspasados a Jesús en Su bautismo. Así que ¿cómo pueden seguir siendo pecadores los que creen en Jesús como su Salvador? ¿Cómo pueden borrarse los pecados de una persona si no cree que todos sus pecados se pasaron a Jesús cuando Juan el Bautista le bautizó? Si no sabían que sus pecados fueron pasados a Jesús porque no creían en el Evangelio del agua y el Espíritu, ¿cómo pudieron haber sido salvados de sus pecados?
Si no creen en Jesús como su Salvador y no conocen Su justicia, Su amor no les alcanzará. El amor de Jesús y Su sangre se pueden convertir en vida para nosotros porque Él tomó nuestros pecados mediante Su bautismo y Su muerte en la Cruz. Si creemos en la justicia de Dios, podemos recibir la remisión de los pecados de inmediato mediante la fe. Pero si no fuera por el amor de Jesús y la obra de Juan el Bautista, no habría manera de que los pecados de los que creemos en Jesús como nuestro Salvador fuesen redimidos.
Como la gente no sabe que Jesús tomó sus pecados cuando fue bautizado por Juan el Bautista, los pecados siguen en sus corazones, aunque crean en Jesús como su Salvador. Como no conocen el significado del bautismo de Jesús, siguen siendo pecadores para siempre. Aunque quieran creer en Jesús como su Salvador o, aunque creen en Él fervientemente. Sólo viven una fe religiosa porque sus pecados siguen intactos en sus corazones. Viven el día a día sin la esperanza de entrar en el Cielo y esperan a que sus pecados sean perdonados.
Jesús proclamó: «Él es aquel Elías que había de venir». Podemos confirmar a través de los Cuatro Evangelios que Juan el Bautista transfirió los pecados del mundo a Jesús. ¿Quién es el Elías que ha de venir, del que se habla en Mateo 11, 14, donde se dice: «Y si queréis recibirlo, ¿él es aquel Elías que había de venir»? Es Juan el Bautista. Así que debemos conocer el significado de estas palabras: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo 11, 12-15). Juan el Bautista fue profetizado en el Antiguo Testamento y, por tanto, podemos saber que era un hombre enviado por Dios. Podemos saber por la Biblia que Juan el Bautista era un siervo enviado por Dios.


Podemos entender la obra de Jesús correctamente e ir al Cielo sólo si creemos en el ministerio de Juan el Bautista


En la Biblia está escrito: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia». La violencia significa: «uso de la fuerza física para herir a alguien con algo». Entonces, ¿por qué dijo Dios que el Reino de los Cielos sufre violencia desde los días de Juan el Bautista? El papel de Juan el Bautista fue bastante importante a juzgar por lo que la Biblia dice de él.
La respuesta a esta pregunta es bastante simple. El período que va desde el principio del Antiguo Testamento hasta antes de Jesús se denomina la Era de la Ley. Las profecías de aquel tiempo decían que Jesús vendría al mundo en el futuro, se ocuparía de los pecados de la humanidad y los redimiría, y Jesús cumplió estas profecías en el Nuevo Testamento gracias al bautismo de Juan el Bautista. Así que está escrito que todo el mundo arrebata el Reino de los Cielos con violencia, por fe en la justicia de Dios, aunque originalmente no estuviésemos cualificados para entrar en el Cielo.
La Era de la Ley, de la que el Señor habló, duró hasta tiempos de Juan el Bautista. El Nuevo Testamento empezó con el nacimiento de Jesús y Su bautismo. Como la Ley nos trae el conocimiento del pecado, reconocemos nuestros pecados y que somos pecadores gracias a la Ley de Dios. Por fe sabemos que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, que tomó los pecados del mundo por completo, y fue clavado en la Cruz, donde murió. Por tanto, pudimos entrar por la puerta del Cielo sin dudarlo gracias a la fe en la justicia de Dios. Como todos los pecados de los que habla la Ley se pasaron a Jesús al ser bautizado por Juan el Bautista, estas palabras se hicieron realidad: «Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan».
Jesús cumplió la salvación por completo al recibir todos los pecados del mundo cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Jesús dijo que cumpliría la justicia de Dios al ser bautizado por Juan. Podría decirse que el Evangelio del agua y el Espíritu es el cumplimiento de la promesa de salvación del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel imponía las manos sobre la cabeza del animal del sacrificio, transfería sus pecados al animal, derramaba su sangre y la ofrecía para la remisión de los pecados. Por eso, como Jesús tomó los pecados del mundo en Su cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista, se convirtió en el sacrificio por los pecados del mundo al derramar Su sangre en la Cruz.


En el Antiguo Testamento, tenían que imponer las manos sobre un animal puro y transferirle sus pecados para borrarlos


En el Antiguo Testamento el término «imposición de manos» tenía un significado espiritual: «pasar a». Podemos saber que la imposición de manos significa «pasar a» gracias a Levítico 1, 3: «Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová». Así que el pueblo de Israel traía una ofrenda pura a Dios, imponían las manos sobre ella, y transferían sus pecados para borrarlos. Esto se debe a que la Palabra de Dios dice que ese sacrificio es aceptable. La palabra «aceptable» significa que Dios recibe esta ofrenda de buena gana. Un sacrificio agradable para Dios era el sacrificio que recibía la imposición de manos sobre su cabeza. El sacrificio que Dios aceptaba de buena gana daba la remisión de los pecados a la persona que lo ofrecía. En vez de juzgar a ese pecador, Dios veía que sus pecados habían sido transferidos al sacrificio, lo aceptaba y borraba los pecados de esa persona.
Todos los humanos, que son descendientes de Adán y Eva, los que cometieron el primer pecado, son pecadores desde el momento en que nacen. No pueden resolver el problema de sus propios pecados por sí mismos. Y por eso Dios le dio al pueblo de Israel los sacrificios expiatorios en el Antiguo Testamento. Estos sacrificios recibían la imposición de manos. Dios les dijo a los israelitas que pusieran las manos sobre la cabeza del animal para expiar sus pecados. Esto aparece en Levítico 1, 3-4. Como Dios es santo, «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6, 23). Pero si la gente muere en pecado, va al infierno; como Dios no quería eso, les dio el sistema de sacrificios para expiar sus pecados en el Antiguo Testamento que decía que la gente debía imponer las manos sobre el animal. Así Dios aceptó la sangre del animal como el precio del pecado y nos libró de todos nuestros pecados.
Así son las cosas. Desde el principio del mundo, Dios creó el sistema de sacrificios para hacernos hijos Suyos. Este sistema consistía en la imposición de manos y el derramamiento de sangre. Por lo tanto, el sacrificio de salvación que Dios instauró tenía que recibir la imposición de manos para recibir los pecados de los pecadores y tenía que derramar su sangre y morir inevitablemente. Esta es la justicia de Dios y Su amor para salvar a los pecadores. Dios sabía, incluso antes de la creación del mundo, que los seres humanos caeríamos en el pecado y cometeríamos transgresiones. Por tanto, preparó al Cordero de Dios que borraría todos nuestros pecados, y nos esperó. Hizo que naciésemos de nuevo como hijos Suyos a través de nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios quería, por Su voluntad, hacernos vivir con Él para siempre. Dios no quiso destruirnos mediante el juicio del pecado. Para salvarnos, nos dijo que transfiriésemos todos nuestros pecados mediante la imposición de manos al Cordero de Dios que Él había preparado.
Aunque la gente haya quebrantado los mandamientos de Dios y siempre cometa pecados, Él abrió el camino para que recibiésemos la remisión de nuestros pecados, según Su objetivo exaltado, que era la creación y la salvación. Él estableció el sistema de sacrificios que nos permitió transferir los pecados mediante la imposición de manos por fe. Dios no puede pasar los pecados como si no los viera, y como no puede dejarnos morir, porque es el Dios de amor, nos salva a través del Cordero del sacrificio de nuestros pecados y hace que recibamos la remisión de nuestros pecados por fe mediante la imposición de manos y el derramamiento de sangre.
Dios nos dio la Ley de la salvación que cumplió la justicia y la misericordia de Dios. Esta Ley es el Evangelio del agua y el Espíritu. El Señor completó esta justicia y amor mediante la justicia de Dios. La gente transfería sus pecados a los animales en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo Testamento, Jesús recibió los pecados a través de Su bautismo, nos salvó y nos hizo hijos de Dios a los que creímos. Dios ha establecido la ley de la imposición de manos como el medio de transferir los pecados del mundo al sacrificio, y la sangre de este sacrificio tenía que ser derramada porque llevaba los pecados de la gente.


Los pecados de la gente están grabados en sus conciencias y en los libros de sus corazones


Está escrito: «El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares» (Jeremías 17, 1). Judá representa aquí a todo el mundo. En otras palabras, los pecados de la gente están grabados en dos sitios. Las palabras «esculpidas en la tabla de su corazón y en los cuernos de los altares» significan que los pecados de todo el mundo están grabados en las tablas de los corazones de la gente y en los Libros de las Obras, los Libros del Juicio (Apocalipsis 20, 12).
La tabla de los corazones de una persona se refiere a la conciencia. Nuestras conciencias graban los pecados con todo lujo de detalles con cincel de hierro y con punta de diamante. Por mucho que escondamos nuestros pecados, no podemos dejar de ser pecadores, porque los tenemos grabados en la conciencia. Así que cuando la gente comete pecados, sigue pensando en ellos continuamente y se siente culpable. En realidad, algunas personas no sienten culpa y siguen viviendo sin vergüenza como si no hubieran pecado. Pero si miramos sus conciencias, veremos que sus pecados están grabados en ellas. Sus conciencias están dormidas y su voluntad es demasiado fuerte, por lo tanto, ignoran a la conciencia.
Pero el pecado no sólo está grabado en la tabla del corazón, sino que también está grabado en los Libros del Juicio, que están abiertos en la presencia de Dios. Del mismo modo en que debe haber dos testigos para que algo sea verídico, los pecados deben ser grabados tanto en los corazones como en los Libros del Juicio. Dios sabía que la gente se presentaría ante Él e intentaría esconder sus pecados hasta el final y luchar contra Él diciendo: «Yo no he pecado. Nunca he pecado. No me has visto, ¿verdad? ¿Por qué dices que tengo pecados si ni siquiera lo sabes?». Por tanto, grabó los pecados en las tablas del corazón y en los Libros del Juicio.
Los pecados que son grabados con un cincel de hierro y con punta de diamante, pueden ser borrados si se recibe la remisión de los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Pero los que no creen que Jesucristo es su Salvador o que Juan el Bautista vino por el camino de la justicia, sufrirán un día la ira de Dios por sus pecados. La gente que está condenada porque no ha recibido la remisión de los pecados va al infierno cuando se presente ante Dios porque sus pecados están escritos en las tablas de sus corazones.
Como dice la Biblia: «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Romanos 14, 12), todos daremos cuenta personalmente a Dios por todos nuestros pecados, porque están grabados en las tablas de nuestros corazones. Ustedes podrán decir: «Soy el Sr. Kim de la República de Corea. Nací en este mundo y he cometido pecados desde entonces. He cometido tantos pecados desde que nací que no podría contarlos todos. No era malo cuando era pequeño, pero después de los 15 años empecé a pecar a gran escala. Me divertí mucho pecando, pero cuando cumplí los 25 los pecados empezaron a removerse en mi conciencia. Tenía tantos pecados que no podía contarlos todos. Desde que nací he cometido pecados sin parar, excepto cuando estaba dormido».
Entonces Dios les preguntará: «¿Creíste en el Evangelio del agua y el Espíritu?». Incluso si una persona quiere mentir y decir que sí, acabará diciendo la verdad: «No, ni siquiera me interesaba». Entonces Dios le preguntará: «Entonces, ¿cómo resolviste el problema de los pecados en tu corazón?». Y él contestará: «Probé por todos los medios, pero los pecados seguían en mi corazón». Y por eso Dios los enviará al infierno.
«¿Voy a ir al infiero?».
«¡Sí!».
«Pero, por favor, Dios…».
«¿Por favor? Todo el que tiene pecados debe ir al infierno. ¿Acaso no te di el Evangelio del agua y el Espíritu mediante el cual recibir la salvación de los pecados? Sí lo hice, pero no lo recibistes y ahora no puedo hacer nada. Adiós y que te diviertas en el infierno».
Si los pecados de las tablas del corazón de una persona no se borran mientras vive en el mundo, no puede ir al Cielo, sea quien sea. Esto significa que irá al infierno si los pecados de las tablas de su corazón no desaparecen, aunque haya creído en Jesús como su Salvador. Pero hay gente que intenta engañar a su conciencia incluso ante Dios e insiste en que no tiene pecados.
Si leemos Apocalipsis 20, 12, veremos que hay dos tipos de libros ante Dios. Uno es el Libro de la Vida y los otros son los Libros del Juicio. Estos últimos son los Libros de las Obras. Los pecados de la gente están recogidos en los Libros de las Obras y están apilados en montones ante Dios. Pero como sólo hay una lista de nombres en el Libro de la Vida, podemos decir que éste no es tan grande. En este libro se pueden leer los nombres de los nacidos de nuevo por el agua y el Espíritu y de los que han recibido la remisión de los pecados, así como las recompensas que Dios les ha dado. Dios sabe todas estas cosas.
Dios asignó un ángel a cada persona e hizo que los ángeles nos siguieran y recogieran todo lo que hacemos. En Mateo se dice que toda persona tiene un ángel. Así que Dios recibe informes de todo lo que hacemos y también nos ve, por eso no podemos engañarle. Aunque quisiéramos engañar a nuestras conciencias insistiendo: «No he cometido pecados», no nos serviría de nada porque los Libros de las Obras los tienen escritos. Dios creó el sistema de sacrificios por el bien de la humanidad, para que pudiera recibir la remisión de los pecados.


Dios nos dio el sistema de sacrificios mediante el cual la gente recibe la salvación para borrar los pecados que están grabados en las tablas de los corazones de la gente y en los Libros de las Obras


Después de que la gente del Antiguo Testamento pasara sus pecados al animal mediante la imposición de manos en la cabeza del mismo, mataban al animal y lo quemaban. El pueblo de Israel criaba ovejas y cabras para utilizarlas como sacrificios para la remisión de los pecados ante Dios. En nuestro país, se cría mucho ganado, pero se hace para ganar dinero o para utilizarlo como sustento. Por supuesto las cabras y las ovejas también se utilizaban como alimento en Israel, pero también se utilizaban para los holocaustos. Después se separaba la carne que se podía comer.
Si una persona ofrecía un sacrificio una vez, ¿no tenía que hacerlo otra vez? Sí. Los israelitas cometían pecados todos los días y por eso tenían que ofrecer sacrificios todos los días. No significaba que una persona pudiera pecar porque ya había hecho un sacrificio el día anterior. No se podía recibir la remisión eterna de los pecados sólo con poner las manos sobre la oveja, cortarle el cuello, tomar su sangre y poner esa sangre en los cuernos del altar de los holocaustos para ofrecerla como sacrificio. Una persona puede pensar: «Todos los pecados que he cometido hoy se han pasado a esa oveja». Cuando vuelve a casa, se encuentra con un hombre que no le ha devuelto cierta cantidad de dinero que le debía, y de inmediato empieza a gritarle, insultarle y pelearse con él. De este modo esos pecados también se graban en la tabla de su corazón. 
Esta persona acaba de venir del sacrificio, pero si de repente comete otro pecado, estará afligido y enfadado consigo mismo. «Acabo de pagar 100 dólares por una cabra, le he transferido mis pecados mediante la imposición de manos, he tomado su sangre y la he ofrecido como sacrificio. He recibido la remisión de mis pecados de esta manera tan difícil, pero he vuelto a cometer pecado por culpa de este hombre. Ahora no tengo más remedio que tomar otra cabra». Así que coge otra cabra y la lleva al Tabernáculo y le pide a uno de los sacerdotes que ofrezca un sacrificio por él. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes siempre estaban en la entrada del Tabernáculo. Nunca descansaban. Así era el trabajo de un sacerdote en el Antiguo Testamento.
«¿No acabas de venir hace un rato?».
«Sí, pero he vuelto a pecar. He ofrecido un sacrificio y cuando volvía a casa contento me he encontrado con un hombre que me debía dinero. He intentado controlarme, pero no lo he podido evitar. Así que sin darme cuenta le he dado un puñetazo. Y él me lo ha devuelto y la cosa se ha puesto fea. Bueno, he recibido la remisión de los pecados y he vuelto a pecar, así que he traído otro sacrificio. Por supuesto es un animal puro».
«Por favor, intenta controlarte y vivir con rectitud. Esto también es duro para mí. Creo que voy a morir. Para ti basta con traer este animal, poner las manos sobre él y dármelo, pero entonces tengo que hacer todo el trabajo. Como sacerdote, tengo que cortarle el cuello, poner la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, quitarle la piel y cortar la carne y entonces quemarlo. Este trabajo es tan duro que creo que voy a morir. Ya ha sido bastante difícil hacer todo ese trabajo con el animal que has traído antes, pero ahora has vuelto con otro más. Por culpa de la gente como tú, el humo del Tabernáculo nunca acabará».
«Lo siento mucho. Tendré más cuidado».
Cuando volvía a casa decidido a no cometer más pecados, pecó de nuevo. ¿No hay veces en las que cometemos el mismo pecado más de cuatro veces? Pues en tiempos del Antiguo Testamento, cada vez que esto ocurría, la gente tenía que ir al Tabernáculo a ofrecer un sacrificio.
«He vuelto otra vez. Esta vez haz lo que quieras, sacerdote». Entonces dejó la oveja allí y se fue. Pero si dejaba la oveja allí y el sacerdote lo hacía todo, el sacrificio no tenía ningún sentido. Si el sacerdote mataba a la oveja y se la comía, si imponía las manos por sus propios pecados, tomaba la sangre, y la ponía en los cuernos del altar de los sacrificios y luego la derramaba por el suelo, sólo se perdonaban los pecados del sacerdote. Si una persona quería hacer un sacrificio que eliminase sus pecados, tenía que imponer sus manos y transferirle los pecados. Después todos los pecados en el Libro de las Obras y en las tablas del corazón eran borrados de acuerdo con la ley que dice: «La paga del pecado es muerte». Para ello primero había que cortarle el cuello a la oveja, desangrarla hasta que muriera, tomar esa sangre y ponerla en los cuatro cuernos del altar de los sacrificios y derramar el resto en el suelo.
¿Qué pecado tenía el animal? ¿Qué tipo de moral o ética tenía ese animal para conocer el pecado? Como los animales no tienen alma, tampoco tienen conciencia ni entendimiento, por lo que no entienden la Ley. Por tanto, ningún animal para sacrificar tiene ningún pecado. Simplemente tenían que morir porque habían recibido los pecados de la gente mediante la imposición de manos. Dios utilizaba un cordero completamente ignorante como sustituto del hombre para poder salvarnos, y ese animal no conocía el pecado.
La gente que quería recibir la remisión de los pecados tenía que imponer las manos sobre el animal. Después de imponer las manos sobre la cabeza del animal para transferir los pecados, tenían que matarlo. Por tanto, si una persona no imponía las manos sobre el animal, éste no se convertía en un sacrificio para la remisión de sus pecados. La imposición de manos era un requisito imprescindible para recibir la remisión de los pecados, así como sacarle la sangre y ponerla en los cuernos del altar de los holocaustos, derramar el resto por el suelo, ofrecer la carne a Dios y quemarla. El pecador tenía que imponer las manos sobre la cabeza del animal y matarlo él mismo, y el sacerdote hacía el resto.
Como la gente cometía pecados muchas veces al día, no podían ofrecer sacrificios cada vez que pecaban. Una persona podía llegar a ofrecer tres sacrificios en un día y tener que volver al día siguiente, e incluso podía llegar a ofrecer como mínimo 365 animales al año. Si todo el mundo fuera así, sería imposible tener ganado. Y al final la gente se cansaría de ofrecer sacrificios: «Pecaré mañana de nuevo, aunque ofrezca un sacrificio hoy» y pensaría: «No soy buena persona. No puedo hacerlo. No sirvo para nada».
Como Dios conoce nuestras debilidades perfectamente, les dio a los israelitas una manera de borrar sus pecados anuales. Para que el pueblo de Israel recibiera la remisión de los pecados de un año, tenían que preparar dos cabras. El Sumo Sacerdote, en nombre de todos los israelitas, imponía sus manos sobre la primera cabra como representante del pueblo de Israel ante Dios. Entonces le cortaba el cuello para desangrarla y esparcía la sangre siete veces en la parte oriental del propiciatorio. «Señor Dios, mira esta sangre». El Arca de la Alianza estaba cubierta por alas de ángeles, y el Sumo Sacerdote esparcía la sangre sobre ellas siete veces (Levítico 16, 15-16).
En el Día de la Expiación se necesitaban dos machos cabríos. Uno de ellos se utilizaba para el sacrificio en el Tabernáculo de Dios. Cuando el Sumo Sacerdote imponía las manos sobre su cabeza, le cortaba el cuello y lo mataba, salía sangre. Entonces tomaba la sangre y entraba en el lugar Santísimo para santificarlo junto con los demás instrumentos. Después, el Sumo Sacerdote tenía que imponer las manos sobre la cabeza del otro macho cabrío delante de la gente, y una persona, elegida de antemano, tenía que llevarlo al desierto y abandonarlo. Así que ese macho cabrío cargaba con los pecados del pueblo de Israel en el desierto, en el que no había ni agua, ni hierba, y por tanto moría allí. Se necesitaban dos animales porque el sacrificio era doble. Este era el sacrificio del Día de la Expiación.
Pero este tampoco era el sacrificio perfecto. Como tenían que ofrecer un sacrificio cada año, era un sacrificio que les recordaba el pecado (Hebreos 10, 3-4). Dios quería establecer un sacrificio de salvación eterno e inamovible que sustituyera al sistema de sacrificios imperfectos de cada año. Así que prometió ofrecerse a Sí mismo como el sacrificio eterno que no necesitaba más ofrenda para el pecado.


El bautismo de Jesús a manos de Juan el Bautista cumplió el sacrificio eterno de redención que Dios nos dio 


Dios se acordó de que el Sumo Sacerdote y el sistema de sacrificios eran necesarios para una ofrenda eterna de acuerdo con la ley de salvación que Él instauró incluso antes de la creación del mundo. Este era el ministerio de Juan el Bautista y Jesús. El bautismo que Juan el Bautista administró a Jesús en el río Jordán era el equivalente a la imposición de manos del Antiguo Testamento. En otras palabras, Jesús, como Cordero sin mancha, vino al mundo y fue bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad. De esta manera, recibió los pecados del mundo y tuvo que ser colgado en la Cruz y ser juzgado por esos pecados. La justicia de Dios y Su juicio justo se cumplieron en la tierra a través del sacrificio de Jesús. 
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir» (Mateo 11, 12-14).
Juan el Bautista no era sólo el representante del pueblo de Israel, sino que era el representante de toda la humanidad. Era el mayor hombre nacido de mujer. Si leemos Mateo 11, 11 veremos como Jesús describió a Juan el Bautista: «De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él». Y dijo que el Reino de los Cielos sufriría violencia desde los días de Juan el Bautista.
El Antiguo Testamento duró hasta los tiempos de Juan el Bautista porque era el último Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento. La era del Nuevo Testamento empieza con el nacimiento de Jesucristo. El Nuevo Testamento empezó cuando Juan el Bautista transfirió los pecados del mundo a Jesús mediante el bautismo. Como Juan el Bautista transfirió todos los pecados del mundo a Jesús, se dice que desde entonces el Reino de los Cielos sufre violencia. Y por ello pudo dar testimonio: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Y el Reino de los Cielos sufre violencia desde los días de Juan el Bautista, y así comenzó la era del Nuevo Testamento.
Leamos Mateo 3, 13-15: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó». Pensemos un momento. Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. ¿Dónde? En el río Jordán. ¿Para qué? Para cumplir toda justicia. Como la Palabra dice: «pirque vino a vosotros Juan en camino de justicia», él bautizó a Jesús para cumplir «toda justicia». El bautismo de Jesús en el río Jordán tuvo lugar para «cumplir toda justicia».
La gente del Antiguo Testamento entró en la tierra de Canaán cruzando el río Jordán. La tierra de Canaán es la Tierra Prometida, es decir, el Cielo. Así que el río Jordán también es el «río de la muerte». Cruzar el río Jordán significaba encontrarse con Dios, que estaba en la Tierra Prometida de Canaán, el Cielo. Así que Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán para acabar con todos los pecados de la muerte.
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia». Juan el Bautista empezó su ministerio cuando Jesús estaba a punto de empezar Su ministerio público. Lo primero que Jesús hizo en Su vida pública fue eliminar los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan. Así tomó todos los pecados del mundo junto con los suyos y los míos. Jesús fue bautizado mediante la imposición de manos de acuerdo con el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento. ¿Quién le bautizó? Juan el Bautista, el representante de toda la humanidad y el mayor hombre nacido de mujer.
Juan el Bautista era el mayor hombre nacido de mujer. Cuando Juan el Bautista tenía 30 años, Jesús también tenía la misma edad. Como Jesús nació 6 meses después de Juan el Bautista, físicamente era menor que él, pero ambos se conocieron como el Cordero de Dios y el representante de la humanidad. 
Jesús terminó Su vida privada y empezó Su vida pública cuando cumplió los 30 años. Empezó la obra de salvar a la humanidad del pecado cuando fue bautizado. ¿A quién buscó Jesús para ser bautizado? Acudió a Juan el Bautista, que gritaba en el desierto: «¡Arrepentíos, obradores de iniquidad! ¡Volved, ser limpiados por esta agua y creed en el Salvador que ha de venir!». Al final Jesús agachó la cabeza ante Juan el Bautista.
«Bautízame, porque conviene así que cumplamos toda justicia. Tú eres el representante de la humanidad, así que debes pasarme los pecados de la gente. Yo los borraré. Dejaré que todo el que crea en Mí reciba la salvación y para ello debo tomar estos pecados y morir por ellos en la Cruz. Este es el amor y la salvación de Dios. Dios padre me envió a este mundo para tomar los pecados de la humanidad y ser juzgado por ellos. Por lo tanto, debes bautizarme».
Juan Bautista bautizó a Jesús y le pasó los pecados del mundo. La palabra bautismo significa «ser lavado» y también «enterrar», «pasar pecados» y «transferir». Del mismo modo la imposición de manos en el Antiguo Testamento también significa «transferir», «el pecado se pasa» y «enterrar». El Antiguo Testamento dice que los pecados se transfieren mediante la imposición de manos sobre el sacrificio. Dios dijo que aceptaba el sacrificio, así que el sacrificio sobre el que se imponían las manos le complacía.
Dios nos envió a Jesús porque nos ama, tal y como está escrito: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Esto se debe a que no podía convertir a los pecadores en Su propio pueblo. Por lo tanto, Dios traspasó todos los pecados de la humanidad a Jesús. Envió a Jesús e hizo que tomase todos los pecados del mundo para dejarnos sin pecado. Pudimos convertirnos en hijos de Dios sin pecado porque todos nuestros pecados se pasaron a Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Hizo que toda la humanidad no tuviera pecados a través de la fe en el eterno sacrificio de Jesús. Esto representa el amor, la santidad y la justicia de Dios. Por tanto, Jesús hizo la obra de ser bautizado.
Jesús se acercó a Juan el Bautista cuando estaba bautizando en el río Jordán. 
«Permíteme hacerlo ahora porque conviene así que cumplamos toda justicia. Bautízame» (Mateo 3, 15).
«¿Cómo puedo bautizarte yo a Ti? Aunque sea el mayor hombre nacido de mujer y Dios me haya dado esta tarea, Tú eres mayor que yo. Tú eres el Hijo de Dios y mi Creador. ¿Cómo puedo bautizarte?».
Entonces Jesús contestó: «Permíteme hacerlo ahora, pues conviene así que cumplamos toda justicia. Conviene que quitemos la iniquidad de todo el mundo mediante el bautismo que voy a recibir de tus manos».
Cuando Jesús dijo: «Conviene así que cumplamos toda justicia» quiso decir que recibiría los pecados del mundo sobre Su cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista, que era el representante de la humanidad y la persona que llevaba a cabo las tareas de sumo sacerdote para toda la humanidad. Como Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento, bautizó a Jesús para transferirle todos los pecados del mundo. Juan el Bautista era la única persona que podía bautizar a Jesús, el Cordero de Dios e Hijo de Dios. Jesús fue bautizado por el Sumo Sacerdote del mundo porque era el Cordero de Dios que vino para eliminar todos los pecados del mundo. Según las reglas del Antiguo Testamento, Jesús era el Cordero de Dios que se convirtió en el sacrificio expiatorio, y Juan el Bautista era el Sumo Sacerdote. Así que Jesús dijo: «Eres la persona que transferirá los pecados del mundo. Bautízame».
Juan el Bautista no quería bautizar a Jesús al principio cuando le dijo: «¡Hazlo! Conviene que cumplamos toda justicia. Te lo ordeno. Bautízame. Transfiere los pecados de la humanidad sobre Mí mediante el bautismo de la imposición de manos. Al recibir este bautismo, recibiré los pecados de la humanidad y los borraré todos de una vez. La obra más justa es implantar todos los pecados en Mí cuerpo mediante el bautismo. Tengo que ser condenado en lugar de toda la humanidad por esos pecados. Esto es el amor y la salvación de Dios».
Jesús le pidió a Juan el Bautista que le obedeciera y así lo hizo. Jesús dijo: «Deja ahora, pues asi conviene que cumplamos toda justicia» (Mateo 3, 15). Aquí, «toda justicia» es en griego ‘πάσαν δικαιοσύνην’ (pasan dikaiosunen), que significa el estado más justo, sin defecto alguno.


Para borrar todos nuestros pecados, debemos creer en las obras justas que Jesús hizo


Somos como fábricas que producen pecados desde que nacen. Esto se debe a que heredamos los pecados de nuestros padres desde que estábamos en el vientre materno. Nacemos en este mundo con el pecado de Adán y Eva, y cometemos diferentes tipos de pecados personales hasta que morimos. Pecados desde la cuna hasta la tumba. 
¿Quién es entonces la Persona que salva a estos pecadores y los hace justos? Es Jesús, el Hijo de Dios, que fue bautizado por Juan el Bautista, derramó Su sangre y murió. Nuestro Señor dijo que la única manera de alcanzar la salvación era que fuese bautizado para eliminar los pecados del mundo de una vez por todas. Juan transfirió todos los pecados de la humanidad a Jesús y Él recibió esos pecados en Su cuerpo mediante el bautismo. El dijo que esa era la manera más adecuada.
Debemos creer en lo que dijo y debemos creer en las obras justas que llevó a cabo. Juan el Bautista vino por el camino de la justicia. Juan difundió la Verdad.
Nosotros somos gente ignorante que comete pecados hasta el día de nuestra muerte. Sin embargo, todos nuestros pecados pasaron a Jesús cuando Juan el Bautista le bautizó en el río Jordán, el río de la muerte. Gracias a este método de imposición de manos, Jesús cumplió toda la justicia de Dios. Incluso antes de que ustedes y yo naciésemos en este mundo, nuestro Señor vino al mundo y completó nuestra salvación.
Mientras este mundo siga existiendo, la gente que ha sido creada a la imagen y semejanza de Dios nace y muere, y nace y muere de nuevo. Todos cometemos pecados mientras vivimos, y al final todos morimos. Esto seguirá ocurriendo hasta el fin de los tiempos. Jesús vino al mundo en el año 1 d.C. para salvar a los pecadores. Fue bautizado por Juan para salvarnos del pecado y cumplió toda justicia, es decir, la remisión de los pecados. Nuestro Señor Jesucristo se encargó de nuestros pecados mediante el bautismo. Cuando Jesús fue bautizado, la voz de Dios, que estaba complacido, se escuchó desde el Cielo, diciendo: «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Dios estaba diciendo: «Éste es Mi Hijo amado. Mi Hijo os dejará sin pecado cuando tome todos los pecados del mundo al ser bautizado». Desde el principio estábamos destinados a ir al infierno por culpa de nuestros pecados, pero como ahora poseemos el Cielo por fe, nos hemos convertido en gente espiritualmente violenta que cree en la obra que Jesús y Juan el Bautista llevaron a cabo.


Del mismo modo en que Jesús dio sin esperar nada a cambio, espero que ustedes también lo hagan

Hace tiempo tuve un reloj infantil bastante caro. Quería regalárselo a un niño, y en ese momento pasaron 3 niños por delante de mí. Los llamé y les dije:
«Muchachos, venid un momento».
«¿Sí, señor?».
«Tengo un reloj y me gustaría regalárselo a uno de vosotros. ¿Quién lo quiere?». Pensé que todos me lo pedirían, pero sorprendentemente, los tres dudaron. Entonces el primer niño habló.
«No lo quiere regalar. No mienta, además no lo necesito». Entonces dijo para sí mismo: «Nada es gratis. Este hombre es un mentiroso».
Entonces le extendí el reloj al segundo niño. Este dudó, pero lo aceptó. Parecía que dudaba, entonces habló.
«Me lo va a quitar, ¿verdad? O va a decir que se lo he robado, ¿verdad? No lo quiero. Aceptar regalos de desconocidos es peligroso. No lo quiero. No lo necesito».
Vi que estos niños no querían aceptar este regalo, aunque yo quería dárselo y entonces me guardé el reloj a regañadientes mientras me preguntaba si debía enfadarme con el mundo por haberlos hecho así. Entonces el tercer niño me miró con los ojos abiertos de par en par y dijo:
«Démelo a mí». Entonces saqué el reloj y se lo di.
«Gracias, señor. Ahora no me lo puede quitar porque entonces le llamarán mentiroso».
Entonces el niño se probó el reloj en ambas muñecas y le gustó. Mi corazón estaba contento con este tercer niño. Era muy bueno y simpático por haberme creído cuando le dijo que se lo regalaba, y por aceptarlo contento. Un corazón recto que cree en el Señor es como el corazón de este niño. El Cielo consiste en creer en lo que el Señor hizo por nosotros y aceptarlo agradecidos. Sólo podemos entrar en el Cielo con esta fe. Todo lo que la gente que posee el Reino de los Cielos por fe debe hacer es estar contentos y agradecidos por la gracia de Dios.


La gente que cree en la Palabra de Dios en sus corazones son los violentos que tomaron el Reino de los Cielos por la fuerza

La fe de la gente que entra en el Reino de los Cielos por la fuerza es la fe en la salvación de Dios. Es la fe en la Verdad espiritual de la salvación. Hermanos y hermanas, ¿recuerdan la Palabra de Romanos que dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»? Nadie puede recibir la salvación mediante sus obras. Nadie puede siquiera acercarse al Cielo mediante sus habilidades o su comportamiento. Todos somos igual de pecadores, ya hayamos pecado mucho o poco. Por muy buenas que sean sus obras, no pueden pagar el precio del pecado, y no pueden ir al Cielo por sus propias obras. Así que ¿quién va al Cielo?
Cuando la Biblia dijo: «Los violentos lo toman por la fuerza» quiere decir que sólo la gente que cree que el Señor, ha borrado sus pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu, puede tomar el Reino de los Cielos por fe. La gente que ha recibido la salvación del pecado por fe en el Evangelio del agua y el Espíritu entra en el Reino de los Cielos. «Señor, creo que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y recibió el bautismo de la imposición de manos de Juan el Bautista para tomar los pecados del mundo. Tú viniste al mundo para cumplir esta obra, ¿por qué no habría de creer en ella? Señor, creo. Doy gracias por la gracia de la salvación con la que has borrado mis pecados». Dios se complace con los que toman el Reino de los Cielos con gratitud mediante esta fe.
La Biblia, que es la Palabra de Dios, nunca miente y es la Verdad. Nunca ha cambiado y seguirá pasando de generación en generación como lo ha hecho desde el principio hasta ahora. La Biblia es la Palabra de Dios. ¿En qué podemos creer si no creemos en la Palabra de Dios? Está escrito en ella que Jesús cumplió toda justicia cuando fue bautizado. La gente tiene que ir al infierno por culpa de sus pecados. Pero está escrito que Jesús ha tomado los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista. La Biblia, desde el principio hasta el final, dice que Jesús hizo que todos estuviésemos sin pecados por Su bautismo.
Después de ser bautizado y recibir los pecados del mundo, Jesús derramó Su sangre en la Cruz. El que Jesús recibiese la imposición de manos, fuera sumergido en el agua y saliera a la superficie de nuevo, significa que recibió todos los pecados de la humanidad, murió en la Cruz y resucitó de entre los muertos. Jesús tomó todos nuestros pecados personalmente a través de Su bautismo, después fue clavado a la Cruz y murió, y resucitó al tercer día. Ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre y nos asegura que no tenemos pecados los que creemos en Jesucristo como nuestro Salvador. La justicia de Dios es que Jesús vino al mundo para dejarnos sin pecado. Es la salvación de Dios. Deben creer en esta Verdad de corazón.
El Evangelio del agua y el Espíritu es la Verdad que debemos tener en nuestros corazones. Deben creer en todo lo que han escuchado hasta ahora. Deben tomar el Reino de los Cielos por la fuerza a través de la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Ustedes y yo somos los que hemos tomado el Reino de los Cielos por la fuerza a través de la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Sólo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón han recibido la remisión de sus pecados y pueden ir al Reino de los Cielos. Todos sus pecados se pasaron a Jesucristo y Él fue juzgado por esos pecados en su lugar. Entonces resucitó al tercer día y se sentó a la derecha del trono de Dios Padre y ahora está allí esperando el Día del Juicio. Está vivo.
El Señor vino al mundo encarnado en un hombre, fue bautizado, murió en la Cruz y resucitó al tercer día. Dio testimonio de la Verdad durante 40 días después de resucitar y aunque vivió sólo durante 33 años en este mundo, ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre para toda la eternidad. Y desde allí les dice a todos los que creen en la Palabra de salvación: «Muy bien. Esta es la fe correcta. Eres parte de mi pueblo. Entra en el Reino de los Cielos».
¡Hermanos y hermanas! Todos nuestros pecados se pasaron a Jesús en Su bautismo. Así que Dios dijo que, desde los días de Juan el Bautista, el Reino de los Cielos sufría violencia. Dijo que los violentos lo tomarían por la fuerza. Él no pregunta por qué lo toman por la fuerza, sino que deja que lo tomemos por la fuerza. ¿Qué es lo que se toma a la fuerza? La gente se hace justa por fe y toma el Reino de los Cielos por la fuerza, que viene por la fe. Esta es la fe correcta.
Cuando la gente practica el ascetismo para distanciarse del pecado, o intentar acumular buenas obras para ir al Reino de los Cielos, es todo hipocresía. Nadie puede conseguir eso, sea quien sea, porque el hombre es un ser carnal. Las cosas acaban mal por mucho que se intente vivir con rectitud porque nuestros cuerpos son débiles. Nuestros cuerpos quieren comer si vemos algo delicioso; quieren estar más bellos cuando ya han conseguido estar bellos, y siempre quieren tener más que los demás. Por muy triste que parezca, nuestra avaricia no tiene fin. ¿Cómo podemos entonces vivir sin pecado? Es imposible. Por lo tanto, debemos convertirnos en los justos por fe, y no por nuestras obras. Debemos hacernos hijos de Dios por fe, conseguir la vida eterna por fe y entrar en el Reino de los Cielos por fe.


He transferido todos mis pecados a Jesús y me he convertido en una persona justa porque creo en el Evangelio del agua y el Espíritu

Las personas son justas cuando creen de corazón en lo que dice la Biblia: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10, 10). Hermanos y hermanas, ¿de verdad creen en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón? ¿Creen que todos sus pecados pasaron a Jesús? Si es así, son justos. No tienen pecados. No pueden tener pecados. Como Jesús vino al mundo y tomó nuestros pecados, transgresiones, fallos e insuficiencias de una vez al ser bautizado, ahora no tenemos pecados.
Del mismo modo en que Elías era el representante entre los siervos de Dios en el Antiguo Testamento que representaba a toda la gente del mundo como siervo de Dios, ¿quién es el representante de la humanidad? Juan el Bautista. Hace 2000 años, Juan el Bautista bautizó a Jesús y le transfirió todos nuestros pecados. Todos los pecados de nuestros antecesores, de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos se pasaron a Jesús en aquel momento. Sus padres son gente de este mundo como ustedes. Todo el mundo que nacerá en el futuro también pertenece a este mundo. Juan el Bautista declaró: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Este pasaje significa que Jesús ha tomado todos los pecados presentes, pasados y futuros de todo el mundo a través de Su bautismo.
Digamos que tienen pecado original desde que estaban en el vientre de sus madres y que después nacieron y pecaron hasta los 10 años. ¿Pasaron todos esos pecados a Jesús? Por supuesto que sí. No sólo se pasaron los pecados que cometieron hasta que cumplieron los 10 años, sino que también los que cometen durante el resto de sus vidas. Como todos los pecados del mundo pasaron a Jesús de esta manera, ahora no tienen pecado si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu.
En Juan 1, 29 aparece un testimonio de Jesús que dice: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Este fue el testimonio de Juan el Bautista el día después de bautizar a Jesús. Jesús recibió todos los pecados del mundo a través de Su bautismo, cargó con ellos hasta la Cruz y murió allí por ellos. Los pecados que han cometido desde que estaban en el seno materno hasta el día en que mueran son los pecados del mundo. Los pecados que cometen a propósito o sin quererlo son los pecados del mundo porque los cometen mientras viven en este mundo. Todos los pecados son los pecados del mundo: los que se cometen a conciencia, los que se cometen sin darse cuenta, en secreto o en público. Todos estos pecados del mundo se pasaron a Jesús. Todos los pecados que cometemos a la edad de 20, 30, 40, y todos los que cometemos hasta morir, fueron pasados a Jesús. Todos pasaron a Jesús.
Debemos creer de corazón en el Evangelio del agua y el Espíritu que elimina todos nuestros pecados y nos deja poseer el Reino de los Cielos. No importa el sexo ni la edad, todo el mundo debe conocer este hecho y apreciarlo. Yo, por supuesto, también creo en esta Verdad de corazón. Jesús ha borrado nuestros corazones al ser bautizado por Juan el Bautista y al derramar Su sangre y morir en la Cruz. Debemos saber que no hay otra manera de recibir la remisión de nuestros pecados si no es el Evangelio del agua y el Espíritu. Estoy muy agradecido porque Jesús tomó los pecados del mundo.
Digamos que cometemos pecados hasta que cumplimos los 30. Entonces estamos en lo mejor de la vida. Cuando la vida está en su punto álgido, cometemos muchos pecados. El punto álgido de la vida es el punto álgido del pecado. Además, cometemos pecados hasta que morimos y estos, junto con los de nuestros padres e hijos, se pasaron a Jesús. Los pecados de Adán y Eva también se pasaron junto con todos los pecados que cometemos hasta día del Juicio Final. Se pasaron a nuestro Señor Jesucristo mediante la fe.
No podemos determinar cómo o cuándo vendrá Jesús, pero está claro que el fin del mundo está cerca. El día que Él venga, una mujer dará a luz. Jesús también tomó los pecados de ese bebé que nacerá en aquel entonces. Como también ha tomado esos pecados, todo el mundo puede recibir la remisión de los pecados por fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por lo tanto, todo el mundo debe recibir la remisión de los pecados al creer en esta Verdad.
La Biblia dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10, 10). Ustedes son los justos. Si pensamos desde la perspectiva de la fe, todo el mundo está sin pecado. Desde el punto de vista de Dios, nuestros pecados han sido eliminados. Pero la gente sigue teniendo pecados en sus corazones por no creer en esto. La Biblia dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Dios eliminó todos los pecados del mundo para que obtengamos la vida eterna porque nos ama. Nos ha salvado a todos para que nadie esté condenado al juicio. Pero muchas personas no lo saben. Muchos cristianos no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu y por lo tanto siguen siendo pecadores. 
«Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir» (Mateo 11, 13-14). Deben creer en el hecho de que Juan el Bautista era Elías que había de venir. Juan el Bautista es el representante de la humanidad, el mayor hombre nacido de mujer y el siervo de Dios que es Elías por venir. Como Juan el Bautista, el representante de la humanidad, bautizó a Jesús y le transfirió todos los pecados del mundo, todo el mundo pudo recibir la remisión de los pecados desde entonces. Jesús, mi Salvador, fue bautizado, recibió todos los pecados, fue juzgado por esos pecados y murió en la Cruz. Resucitó al tercer día y ahora está vivo y escucha mis plegarias. Él eliminó todos mis pecados; se los llevó. Me hizo una persona sin pecado. Aunque no sea fiel y peque, Él me ha dejado sin pecado.
Mi fe es real. Las personas que creen de corazón reciben la salvación. Y Dios ha cumplido nuestra salvación. Esta es la promesa de Dios y Su salvación. Quien cree en esta Palabra de corazón se convierte en una persona justa y tiene el poder de convertirse en hijo de Dios. Por lo tanto, espero que crean en esto en su corazón. Espero que tomen el Reino de los Cielos por la fuerza y se conviertan en hijos de Dios por fe.
Dios dijo que no podemos ser justos con tan sólo vivir con rectitud. Dijo: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Romanos 3, 23-24). Ahora ustedes y yo nos hemos convertido en gente sin pecado a través de la salvación de nuestro Seños Jesucristo. Nuestros pecados han sido perdonados por fe en la obra que el Señor ha llevado a cabo. Creo de todo corazón que mis pecados y los pecados del mundo se pasaron a Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista. ¿Creen en esto de corazón? Teníamos pecados sucios en nuestros corazones. Estos pecados se pasaron a Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Jesús tomó todos los pecados que la gente comete durante toda su vida, y eliminó el castigo del infierno al ser colgado en la Cruz y morir en ella.
Teníamos pecados en nuestros corazones, pero fueron transferidos a Jesús mediante el bautismo que le impartió Juan el Bautista. ¿Dónde están nuestros pecados ahora? Sobre la cabeza de Jesús. Los pecados estaban en nuestros corazones antes de que Jesús fuera bautizado por Juan el Bautista. Pero todos ellos pasaron a la cabeza de Jesús cuando Juan el Bautista puso sus manos sobre la misma. Por lo tanto, tus pecados son de Jesús y no tuyos.
Hermanos y hermanas, Jesús, que estaba sin pecado, tomó todos nuestros pecados, los llevó a la Cruz, derramó Su sangre y murió. Para salvarnos, una Persona que estaba sin pecado fue bautizada y recibió los pecados del mundo. Para pagar el precio de esos pecados, fue castigado, sufrió y fue condenado a muerte. Como esta Persona tomó nuestros pecados al ser bautizado, tuvo que ser clavada en la Cruz, derramar Su sangre y morir. Jesús no se negó a entregar Su vida para salvarnos. Esto demuestra cuánto nos quería. Jesús derramó Su sangre en la Cruz porque había cargado con los pecados del mundo a través de su bautismo y murió por ellos.
«Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6, 23). Esto significa que podemos recibir la vida eterna por gracia, ya que el Señor pagó por nosotros el precio del pecado, que es la muerte. Esto es posible gracias al bautismo de Juan el Bautista. Jesús pudo decir: «Consumado es» (Juan 19, 30) porque se encargó de todos los pecados a través de Su bautismo y porque cumplió toda justicia.
Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día. Se levantó. El Cristo resucitado dio testimonio de Su obra del Evangelio durante 40 días. Y ascendió a los Cielos delante de muchos ojos. Mientras ascendía, el Señor prometió que volvería a este mundo, diciendo: «Volveré de la misma manera en que Me habéis visto ascender al Cielo».
Nuestro Señor salva a la gente que cree de corazón que el Reino de los Cielos sufre violencia desde los días de Juan el Bautista. Él les permite ser salvados por fe y sólo por fe. ¿Cómo pretenden recibir la remisión de los pecados? ¿Pueden hacerlo mediante una vida recta? No. Por muchas buenas obras que hagan, no pueden eliminar ni un solo pecado. No pueden hacerlo viviendo una vida recta.
Hay un dicho coreano que dice: «No hay hijo leal cuando se tiene una enfermedad crónica». Por mucho que se piense que una persona es buena, si esta sufre dolor durante mucho tiempo, revelará su verdadera naturaleza. Por mucho que una persona esconda su verdadera naturaleza y finge ser un hombre santo, siempre acaba revelando su verdadera identidad cuando las cosas se ponen difíciles. Si tienen algo bueno en ustedes, espero que no olviden que siguen teniendo mucha maldad. Por lo tanto, no deben avergonzarse de sus pecados. El hombre es así.
Jesús fue bautizado por Juan el Bautista y eliminó todos nuestros pecados. Si una persona no cree que Juan el Bautista bautizó a Jesús, cree en Jesús en vano. El bautismo de Jesús aparece en los Cuatro Evangelios. Este hecho es muy importante y debemos conocerlo.
Hermanos y hermanas, espero que vivan creyendo en la Palabra. Para que el Reino de los Cielos sea suyo, deben creer en el amor de Jesús que eliminó todos los pecados de tu corazón mediante Su bautismo, Su Cruz y resurrección. No tienen pecados porque Jesús, el Salvador, los limpió mediante el agua y la sangre. Espero que crean en este hecho en sus corazones. La gente que cree se libra de los pecados y recibe la salvación. Esta es la Verdad de la remisión de los pecados de la que habla el sistema de sacrificios del Tabernáculo. 
Estoy agradecido a Dios porque nos salvó de todos nuestros pecados.