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Sermones

Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 7-3] La fe que cumple la voluntad de Dios Padre (Mateo 7:20-27)

La fe que cumple la voluntad de Dios Padre(Mateo 7:20-27)
«Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina».
 

Nuestro Señor les dijo a sus discípulos: “Por sus frutos los conoceréis”. Para los discípulos de Jesús, los frutos hacen referencia al establecimiento final de su fe. Simplificando, ser salvados de los pecados como resultado de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es el fruto que Dios aprueba, y la cuestión es si tenemos o no esos frutos. El modo de convertirse en verdaderos santos ante Dios, y no mentirosos, se encuentra en la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. En otras palabras, cuando creemos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, podemos convertirnos en el verdadero pueblo de Dios, en vez de en falsos profetas. Además, para que nuestra fe dé frutos reales, no solo paja, nuestros corazones deben creer en la Palabra de Dios del Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestro Señor dijo: “Todo árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos”; así que también los podemos conocer por sus frutos.
 


¿Podemos ser salvados de nuestros pecados y convertirnos en hijos de Dios simplemente por invocar el nombre del Señor?


Hoy, me gustaría compartir con ustedes la clase de fe que puede hacer la voluntad de Dios. En Mateo 7:21, Jesús mismo dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Los que entran en el Reino de los cielos por la voluntad del Señor son los mismos que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Los santos son los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. El fruto que se obtiene como resultado de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es el ser remitido de todos los pecados y convertirse en justos. Por tanto, solo aquellos que hacen la voluntad de Dios Padre pueden entrar en el cielo. Debemos entender la razón por la que nuestro Señor dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos».
Aquí, en este pasaje, Jesús dice: “El que hace la voluntad de mi Padre”. ¿Quién es entonces esta gente que hace la voluntad de Dios? Son los que obedecen a la voluntad de Dios Padre. La Biblia dice: «Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero» (Juan 6:39-40). Dios realmente quiere salvarnos de los pecados a todos los pecadores.
Entonces, ¿quién obedece la voluntad de Dios Padre, que es creer en el Evangelio del agua y el Espíritu? En primer lugar, son los que creen que Dios Padre envió a Su único Hijo, Jesucristo, a esta tierra, y que al hacer que Su Hijo fuera bautizado por Juan el Bautista, el Padre hizo que Jesús cargara con todos los pecados del mundo hasta la Cruz, fuera crucificado de manos y pies y derramara Su sangre hasta morir; lavándonos así de todos nuestros pecados y siendo condenado por nuestros pecados.
Creer en esta verdad de salvación es la fe que cree de acuerdo con la voluntad de Dios Padre en el Cielo. Aquellos que hacen la voluntad de Dios Padre y creen de acuerdo con ella entrarán en el Cielo, porque creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, la verdadera voluntad del Padre. Esta es la máxima providencia de Dios Padre. Todos nosotros debemos entender esto perfectamente, y debemos convertirnos en santos que creen en este Evangelio del agua y el Espíritu, porque solo creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos convertirnos en hijos de Dios, ser remitidos de nuestros pecados y finalmente entrar en el Cielo.
¿Qué nos quiso decir el Señor cuando dijo que “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos”? El significado de este pasaje es que aquellos que intenten entrar al Cielo sin la fe que cree de todo corazón en la remisión de los pecados establecida por Dios, es decir, en el Evangelio del agua y el Espíritu, no podrá finalmente entrar en el Cielo. En otras palabras, nuestro Señor nos enseña aquí que solo porque la gente invoque su nombre ciegamente “¡Señor, Señor!” no quiere decir que tengan la fe que les permita entrar en el Cielo; sino que solo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, y que han sido así salvados de sus pecados, es decir, los que hacen la voluntad de Dios Padre, pueden entrar en el Reino del Padre.
La razón por la que muchos cristianos, a pesar de creer en Jesús como su Salvador, no pueden entrar en el Cielo al final es que no tienen esta fe que cree en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, que les puede dar la perfecta remisión de los pecados. Al darnos la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y hacernos creer en él, y hacernos admitir este Evangelio en nuestros corazones, nuestro Señor nos ha permitido entrar en el Cielo mediante la fe. Si todos nosotros tenemos esta fe que creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, entonces no hay razón alguna por la que no podamos entrar en el Cielo.
Si tenemos fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, significa que tenemos la fe que nos permite recibir la remisión de los pecados y ser justificados, así como convertirnos en hijos de Dios, entrar en el Cielo y vivir con Él. Resumiendo, los que tienen esta fe que cree en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu pueden entrar en el Cielo porque han sido redimidos de todos sus pecados; mientras tanto, muchos cristianos que no tienen esta fe no pueden entrar en el Cielo al final, aun cuando creen en Jesús como el Salvador, porque siguen siendo pecadores al no creer en este Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestro Señor dijo que para entrar en el Cielo debemos hacer la voluntad del Padre. Si tienen la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, les será posible hacer la voluntad del Padre. Aunque no podamos hacer otra cosa que cometer pecados hasta que muramos, podemos ser salvados de todos nuestros pecados ante Dios cuando creemos en esta Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y la reconocemos.
Hacer la voluntad de Dios también conlleva hacer Sus buenas obras, es decir, ganar almas cuando difundimos el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, si queremos seguir la voluntad de Dios Padre, antes de nada tenemos que creer en Su verdad absoluta, el Evangelio del agua y el Espíritu. Si no lo hacemos, no podemos hacer lo correcto, ya que todos nuestros corazones permanecerían intactos en nuestros corazones. Dicho de otra manera, primero tenemos que nacer de nuevo para hacer las buenas obras de Dios (Efesios 2:10).
Cualquiera que crea en el Evangelio del agua y el Espíritu que hemos difundido tiene la habilidad de hacer la voluntad de Dios Padre. Así los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu y lo reconocen se han convertido en los que difunden este Evangelio del agua y el Espíritu con total convicción a todos los pecadores. Y aunque sean perseguidos y se encuentren con dificultades al predicar este Evangelio de verdad, al final se habrán convertido en la misma gente que hace la voluntad de Dios Padre. Cuando tenemos esta fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, entonces nos hemos convertido en esta gente que hace la voluntad de Dios con éxito.
Por otra parte, si no creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos dio, no podemos hacer la voluntad de Dios Padre. Si no creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu y así ser salvados de nuestros pecados, entonces aunque queramos vivir según la voluntad del Padre celestial, no podemos evitar continuar bajo la esclavitud del pecado. Pero como creemos en el Evangelio de Dios de todo corazón, el Evangelio del agua y el Espíritu, todos nosotros nos hemos convertido en los que hacen la voluntad del Padre al servir a Dios a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Hermanos y hermanas, ¿cuándo llegamos a tener el conocimiento adecuado de la voluntad de Dios? Fue cuando pudimos descubrir la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, que se encuentra en la Palabra de Dios, y creímos en él. Si no creemos en la Palabra de Dios, no podemos ni conocer la voluntad de Dios Padre, ni hacer Su voluntad en este mundo. Debemos darnos cuenta de que, aunque alimentásemos a los hambrientos, cuidásemos de los enfermos y de los huérfanos, todo en un intento de amar a nuestro prójimo para hacer la voluntad de Dios Padre, esto sería muy diferente de hacer la voluntad de Dios Padre. Al hacer la voluntad de Dios, nuestras buenas obras de la carne no pueden sustituir la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu que nuestro Señor nos ha dado.
Ninguna obra virtuosa en este mundo puede sustituir la obra de la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, la voluntad del Padre, que libera a los pecadores. El que hayamos podido hacer la voluntad de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y difundirlo por el mundo entero, no puede ser sustituido por ninguna buena obra que hagamos con nuestra carne. Cuando nos damos cuenta de esta asombrosa verdad de una vez por todas, no debemos nunca más dejar que nuestra fe se confunda sobre la voluntad de Dios Padre.
Sin embargo, hay mucha gente en este mundo que intenta sustituir la voluntad del Padre haciendo buenas obras en su carne. Pero como hemos recibido la remisión de nuestros pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de la Palabra de Dios, nos hemos convertido en los que hacemos la voluntad del Padre y hemos podido servir al Evangelio del agua y el Espíritu en el mundo entero.
Cuando se trata de nuestras vidas espirituales de fe, debemos creer que es correcto para nosotros hacer la voluntad del Padre al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Para ello, debemos conocer primero el verdadero Evangelio. ¿Cómo es posible que un pecador haga la voluntad de Dios si ni siquiera sabe lo que es exactamente? Si no sabemos qué clase de fe nos permite vivir según la voluntad de Dios Padre, entonces nunca podremos tener la fuerza para hacer la voluntad del Padre celestial.
Por tanto, primero debemos alcanzar la habilidad para hacer la voluntad de Dios Padre al creer en este Evangelio que contiene la justicia de Dios. En pocas palabras, si no tenemos la fe que cree en el Evangelio del Espíritu, entonces seremos dejados de lado por Dios finalmente, porque esta fe nuestra no tiene nada que ver con Su voluntad. Por eso debemos preguntarnos si creemos o no de verdad en la Palabra de Dios, si de verdad creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones.
Aquellos que no viven según la voluntad de Dios acabarán abandonando Su Iglesia, porque no pueden vencer su insignificante codicia carnal. O acabarán como falsos profetas que persiguen su propia voluntad en el nombre de Jesús y en pieles de cordero. Pero, como el Evangelio del agua y el Espíritu es la voluntad de Dios Padre celestial, los que creen en este Evangelio de verdad pueden recibir la fuerza para seguir la voluntad del Padre mediante el poder del Espíritu Santo en sus vidas.
Si realmente queremos conocer la buena voluntad de Dios hacia nosotros y queremos seguirla, primero debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Si de verdad creemos en la Palabra de Dios como la verdad, aunque la Biblia no parezca plausible, debemos rendirnos al Evangelio del agua y el Espíritu revelado en la Palabra de Dios. Si todos nosotros creemos en la voluntad de Dios, revelada en la Biblia, podemos complacer a Dios haciendo Su voluntad, porque la fe de esta gente está destinada a permanecer firme para siempre. Tal y como los pinos se mantienen firmes y se levantan hasta el cielo, lo que creen en la Palabra de Dios tienen el poder invencible de seguir la voluntad de Dios.
Si su fe depende del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios, y han recibido así la remisión de sus pecados, esta fe fortalecida les dará siempre la fuerza para hacer la voluntad de Dios Padre. Aún si tienen insuficiencias manifestadas cuando otros las ven, si tienen esta fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, entonces podrán tener la fe auténtica de Abraham. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, todos nosotros debemos llegar a tener esta fe que borra todos nuestros pecados y nos permite entrar al Cielo. Viviremos nuestras vidas obedeciendo y haciendo la voluntad de Dios Padre, y finalmente entraremos en Su Reino.
Ustedes y yo debemos, por tanto, aferrarnos a nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu concienzudamente. En vez de aferrarnos a nuestras circunstancias, debemos mantener la fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, y lealmente difundir el Evangelio y esperar al Señor hasta el día en que vuelva.
Incluso los justos que han recibido la remisión de los pecados por la fe se encuentran con muchos altibajos. Como en las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno, los justos se enfrentan a diferentes situaciones en diferentes ocasiones: a veces cálidas y refrescantes y otras veces aletargas y dolorosas, y aún así pacíficas en otras ocasiones.
Sin embargo, nuestra fe puede diferir de nuestras circunstancias en cualquier momento. Aunque nuestras circunstancias cambien tanto, nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu nunca cambia bajo ninguna circunstancia; siempre nos protege y nos guarda de la maldición. Si creemos en la Palabra de Dios, entonces por esta fe nunca estaremos secos espiritualmente o congelados hasta la muerte en nuestro invierno, ni moriremos de calor en verano, ni caeremos en el nihilismo en otoño, ni seremos empujados al mundo en primavera. Por muchos altibajos que experimentemos en nuestras vidas espirituales, podemos hacer la voluntad de Dios para siempre. Si tenemos la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, podemos superar todas nuestras dificultades y, con esta fe, podemos finalmente vivir unas vidas preciosas ante Dios Padre al hacer Su voluntad.
El Evangelio del agua y el Espíritu es suficiente para convertirnos en los que viven según la voluntad de Dios. Por eso ustedes y yo debemos defender siempre nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios. Al hacer esto, podemos vivir en obediencia a la voluntad de Dios Padre. ¿Están ahora ateniéndose a la Palabra de Dios? ¿O están apresados por sus propias circunstancias, sin poder vivir creyendo en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu? Si es lo último, pregúntense si realmente creen en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu o no. Debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que se encuentra en la Palabra escrita de Dios, y debemos vivir en el poder que Su Evangelio nos da. Obviamente, al recibir el poder de Dios a través de nuestra fe en el indudable Evangelio del agua y el Espíritu, debemos vivir nuestras vidas con gozo.
 


Debemos creer en la poderosa Palabra de Dios


Lo único que les quiero pedir es que se aferren a la Palabra escrita de Dios con su fe, a cada uno de sus pasajes. No tengo ningún deseo más ardiente para ustedes que el de que crean en la Palabra de Dios, porque a menos que lo hagan, su fe está destinada a fracasar en cualquier momento por causa de los pecados que cometen; y ustedes mismos están destinados a perecer por esos pecados. Todos nosotros debemos aferrarnos firmemente al Evangelio del agua y el Espíritu. Si no hacemos esto, no podemos mantenernos firmes ni un solo día; no, no solo no podemos aguantar, sino que además no podemos vivir de ninguna manera, estamos destinados a caminar por el valle de la muerte.
El Apóstol Pablo hizo mención en algunas ocasiones a la «obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza» (1 Tesalonicenses 1:3). Como las virtudes esenciales de los santos nacidos de nuevo. Aunque tengamos la esperanza de entrar en el Cielo, y al amor que hemos recibido de Dios, no somos nada a menos que tengamos la fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, ya que solo este Evangelio del agua y el Espíritu nos da la fuerza para vivir una vida virtuosa. Si no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, toda la profecía bendita de la Palabra de las Escrituras no será suya, sino de otras personas.
Puede que crean que irán al Cielo en un futuro lejano, pero a no ser que sus corazones crean en el Evangelio del agua y el Espíritu, y se aferren a él ahora mismo, puede que sus vidas se acaben también. No podemos seguir viviendo sin la fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Si no se nos provee con la Palabra de Dios, y si no se nos alimenta de ella ahora mismo, nuestras almas están destinadas a morirse de hambre.
¿En qué se funda la verdadera fe? La fe debe estar fundada en la Palabra escrita de Dios.
Cuando todavía no había nacido de nuevo, solía pensar que hubiera tenido la verdadera fe si hubiera ofrecido todas mis posesiones a Dios. Pero me preocupaba que si dejaba ir todo lo que tenía, no me quedaría nada después de habérselo dado todo a Dios, y lo pasaría mal intentando defenderme en este mundo egoísta y frío. Por cierto, aunque no pude ofrecer todas mis pertenencias, una vida de pobreza había sido siempre un ideal de fe cristiana para mí.
Y, antes de ser nacido de nuevo, siempre pensé que estar lleno de mis propias emociones era la fe en sí. Así que solía hacerlo todo: asistir a todas las reuniones de la iglesia, ayunar, ayudar a los necesitados, etc. para exaltar mis emociones de fe y piedad. Pero esa fe cansaba demasiado para poder mantenerla. Si no estaba lleno de mis propias emociones, sentía que mi corazón estaba vacío, como si me faltara algo, y pensé que esa era una señal de mi falta de fe.
Entonces, ¿dónde encontré mi fe verdadera, completamente diferente de esta fe vacía que tenía antes? La encontré en la Palabra escrita del Evangelio del agua y el Espíritu. Como la Palabra de verdad que contiene el Evangelio del agua y el Espíritu estaba escrita en la Biblia, al creer en esta Palabra de Dios, pude ser redimido de todos mis pecados, y pero esta fe pude hablar a todo el mundo de la grandeza del Evangelio del agua y el Espíritu. En otras palabras, al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu pude hacer la voluntad de Dios Padre y mantenerme firme ante Él. Hasta este día, la Palabra de Dios me ha mantenido en este camino para que continúe viviendo en Jesucristo. Si no hubiera tenido esta fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios, entonces mi alma hubiera estado destinada al Hades todavía.
Queridos hermanos cristianos, si la Palabra de Dios no está en sus corazones, ¿en qué creen entonces? Eso quiere decir que en realidad creen en sus propias emociones. Nuestros ojos físicos no ven a nuestro Dios en quien profesamos creer. Entonces ¿en qué se basan para creer en Dios?
No tendrían otra salida que descansar su fe en sus experiencias en la oración, en si sus oraciones son contestadas o no; pero ¿qué pasaría si Dios no está satisfecho con sus oraciones y no les contesta? En el caso en que vayamos por el mal camino, Dios no contesta a lo que le pedimos en bastantes ocasiones; ¿cómo podrían creer en Él entonces? ¿Cómo podrían creer en Dios y seguirle con fe?
Si descansamos nuestros cimientos en nuestra devoción o emoción, finalmente caeremos en nuestros actos de devoción que no podemos mantener, y consecuentemente acabaremos no creyendo y malgastando nuestra fe en Dios. Por eso Dios nos dio Su Palabra escrita. Al darnos esta Palabra escrita de Dios, nos ha permitido encontrarle en el Evangelio del agua y el Espíritu al aferrarnos a la Palabra de Dios; tener fe creyendo en su promesa; y hacer la voluntad de Dios hasta el final.
Debemos aferrarnos a la Palabra de Dios y creer en ella. Solo entonces podemos convertirnos realmente en gente de fe que cree en Su Palabra y tiene una fe tan pequeña como un grano de mostaza; tal y como nuestro Señor dijo que podríamos mover una montaña hasta el mar si tuviéramos una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podemos convertirnos en gente de fe que puede ganar el mundo entero para Cristo. Por tanto, ustedes y yo debemos aferrarnos a la Palabra de Dios firmemente, y debemos creer en Su Palabra exactamente como es. Entonces nos convertiremos en los que hacen la voluntad del Padre, y como resultado, entraremos en el Cielo.
Jesucristo nos amonesta para que demos los frutos de la fe. De la misma manera en que solo un árbol vivo y sano pude dar frutos, solo aquellos que tienen vida eterna por creer en la Palabra de Dios y que tienen una buena relación con Dios, pueden dar los frutos de la fe verdadera. Son los que creen en la Palabra de Dios los que pueden vivir sus vidas según la fe en Dios; son ellos los que pueden hacer Su obra; son ellos los que pueden hacer buenas obras; y son ellos los que, sin tener en cuenta sus insuficiencias, pueden seguir a Dios al creer en Su Evangelio.
Si no tenemos esta fe que cree en la Palabra de Dios, entonces no podemos seguir Su voluntad. Todo esto es completamente posible para nosotros sin tener en cuenta nuestras circunstancias, si simplemente nos aferramos a la Palabra de Dios. Si no tienen una gran fe, entonces acójanse al borde de la Palabra de Dios, como la mujer que sufría hemorragias durante doce años se agarró al vestido de Jesús. Si alguien tiene una fe que se aferra a la Palabra, aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza, entonces es un hombre de fe. Y con esto, está haciendo la voluntad de Dios Padre. Todos nosotros debemos convertirnos en esta gente de fe que cree en la Palabra de Dios, no en los que no tienen fe.
 

Lo más esencial para nosotros es creer en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu

¿Quiénes son los que creen en Dios de verdad se mantienen firmes en la roca de la fe? Son los que creen en la Palabra escrita de Dios. ¿Y quienes no pueden hacer esto? Los que no creen en Su Palabra escrita, y por tanto, escuchan al diablo. Consecuentemente, esta gente acaba siendo esclavizada como siervos del diablo.
Refiriéndose a los que creen en Su Palabra, Jesús dijo: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca».
Antiguamente, cuando la gente construía una casa, ponían grandes rocas en las cuatro esquinas como piedras angulares. Estas rocas se enterraban hasta la mitad, quedando una mitad que sobresalía del suelo. Sobre estas rocas, se levantaban grandes troncos de árbol, con vigas que los unían, y sobre esta estructura básica se podía construir una casa sólida.
¿Qué es, entonces, una fe sólida? La roca se refiere aquí a la fe de cada uno en la Palabra de Dios. Jesús dijo que el que le escucha y hace la voluntad de Dios es un hombre prudente que edificó su casa en la roca, porque fundó su fe en la Palabra de Dios, que es como una roca. La verdadera fe es creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios.
Somos propensos a edificar los cimientos de nuestra fe en nuestras experiencias. Por ejemplo, muchos cristianos se entusiasman con los testimonios de lo que la gente que ve visiones o escucha en sus oraciones. Y están ansiosos por experimentar algo místico. Así es como el misticismo cristiano ha prevalecido en el cristianismo de hoy en día. Pero ustedes deberían saber que la fe basada en estas experiencias místicas solo dura hasta la experiencia siguiente, y que lo que nuestros ojos ven no es creíble. ¿Por qué? Porque estas cosas no son eternas, porque duran solo un momento y desaparecen al final, y porque creer en lo que no es perfecto no constituye la fe verdadera.
La fe significa creer en la absoluta e inamovible Palabra de verdad, y creer en esta Palabra de Dios es lo que se quiere decir con verdadera fe espiritual. Los que se han salvado por creer en el Evangelio de Dios, la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, y así hacen la voluntad de Dios Padre, son los mismos que tienen fe verdadera. Solo podemos conocer y creer en Dios adecuadamente cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu.
El Evangelio del agua y el Espíritu, que nuestro Señor nos ha dado, nunca cambia. Creer en lo que nuestro Señor dijo no es otra cosa que la fe correcta que cree en este Evangelio verdadero. Esta es la fe que Dios aprueba. Y cuando creemos en esta Palabra, sin importar el estado de nuestras emociones, circunstancias, o cualquier otra cosa que nos intente debilitar, nuestra fe que se aferra a esta Palabra nunca se debilita, porque los cimientos de nuestra fe nunca son debilitados. Por eso ustedes y yo debemos creer en la Palabra de Dios. Hermanos y hermanas, ¿realmente creen en la Palabra de Dios?¿De verdad quieren aferrarse a la Palabra de Dios? Es mi más sincera plegaria que de verdad se aferren a la Palabra de Dios durante el resto de sus vidas.
Aquellos que hicieron la voluntad de Dios creyeron en Su Evangelio del agua y el Espíritu. La gente de fe, como el Apóstol Pablo, Juan y Pedro, a quienes conocen bastante bien, hicieron referencia en bastantes ocasiones a la Palabra del Antiguo Testamento. Y fueron los hombres de fe que creyeron firmemente en el Salvador manifestado en el Antiguo Testamento y le esperaron. En su época no había Nuevo Testamento. Pero como creyeron en la Palabra escrita del Antiguo Testamento y en Jesucristo que vino por el agua y el Espíritu (1 Juan 5:6), el Espíritu Santo habitaba en ellos y obró en sus vidas; y desde el primer día en que conocieron a Jesús, fueron capaces de seguir al Señor.
Debemos creer realmente en la Palabra inmutable de Dios. De este modo, debemos convertirnos en gente de fe que hace la voluntad de Dios, vive la clase de fe que le complace a Él, y da frutos espirituales. Aquellos que creen en la Palabra de Dios no tienen preocupaciones, ni aun cuando haya inundaciones o fuertes vientos.
Pero aquellos que no creen en esta Palabra de Dios, el Evangelio del agua y el Espíritu, caen cuando hay inundaciones o fuertes vientos; y su caída es grave. Esto se debe a que su fe en Dios se funda en sus propios pensamientos. En la Biblia, la arena o la tierra denotan los pensamientos humanos. Por ejemplo, el Génesis nos dice que cuando los que construyeron la Torre de Babel, usaron ladrillo y brea para construirla. ¿De qué están hechos los ladrillos? Están hechos de arena y tierra. Lo que nos quiere decir la Palabra de Dios aquí es que construyeron la Torre con sus propios pensamientos humanos.
En la Palabra de hoy, están los que construyen sus casas de fe con estos ladrillos hechos de una mezcla de arena y cemento, para retar a Dios, cuando en realidad deberían construir sus casas para vivir adecuadamente al creer con pura inocencia en la Palabra que Dios nos dio. Creer con pensamientos humanos, y creer en la sabiduría de la humanidad, sus habilidades y su poder, no es más que construir una casa sobre la arena. Pero creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios, es una fe firme como la roca.
Para que nuestra fe se haga firme como una roca, debemos volver a la clase de fe que cree en cada uno de los pasajes escritos de las Escrituras. Si hacemos esto, nuestra fe se fortalecerá. Pero si no lo hacemos, y creemos en nuestros propios pensamientos y circunstancias, nos caeremos, y la caída será grave, como Jesús mismo nos dijo.
En otras palabras, creer en nuestros propios pensamientos significa que nuestra fe se desplomará tarde o temprano. ¿Y qué hay de ustedes? ¿Creen realmente en la Palabra escrita de Dios? Si es así ustedes son gente de fe como Abraham.
Dios le pidió a Abraham que saliera de su tierra, dejara a su familia y la casa de su padre, para ir a una tierra que Él le mostraría. ¿Se le presentó Dios a Abraham como en una aparición? No. Dios habló a Abraham a través de Su Palabra. Abraham, a cambio, se aferró a lo que Dios le había dicho y fue al lugar al que Dios le había conducido. Sin la Palabra de Dios, Abraham se sentía perdido siempre. Así que construía un altar a todas horas, donde ofrecía holocaustos a Dios para rezar allí.
En una ocasión en la que Abraham había construido un altar y había ofrecido un sacrificio de fe a Dios, Él se le apareció como había hecho antes, no como un espíritu. ¿Qué fácil sería creer en Dios si Él se nos apareciera como el espíritu que se le apareció a Hamlet? Cualquiera podría conocer entonces a Dios y creer en Él fácilmente. Pero nos es difícil creer en Dios precisamente porque no se nos aparece en Su propia imagen, y porque solo podemos escucharle hablar en nuestros corazones a través de Su Palabra. Sin embargo, Abraham logró escuchar lo que Dios le dijo. Ahora, como entonces, Dios todavía no se nos aparece en Su imagen, sino que del mismo modo se nos manifiesta a través de Su Palabra escrita. De la misma manera en que Dios habló a Abraham a través de Su Palabra, así nos habla Él a nosotros a través de Su Palabra escrita.
Para que podamos creer en la Palabra de Dios, no hay más que la fe. Si uno tiene fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, entonces es un hombre de gran fe. Yo mismo, que creo en la Palabra de Dios, soy un hombre de gran fe, y también lo son cada uno de ustedes: todos nosotros somos la gente de fe que puede cambiar el mundo entero. Del mismo modo en que Abraham fue bendecido por Dios, ustedes y yo podemos recibir las mismas bendiciones que él recibió.
Sin embargo, si no creemos en esta Palabra, nuestra fe es como la de Lot. Aquellos que, a pesar de haber sido salvados de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, aún así siguen los dictados de sus propias circunstancias, no son gente de fe. Mientras que Abraham siguió diligentemente la Palabra de Dios, Lot siguió lo que sus propias circunstancias le exigían.
Lot se había hecho rico mientras vivía con su tío Abraham. Pero empezó a pensar que si continuaba viviendo con su tío, acabaría perdiendo demasiado ganado. Más aún, mientras que su tío había sido de gran ayuda a Lot antes, ahora la ayuda de Abraham le parecía incómoda. Entonces Lot buscó una excusa para dejar a su tío, y justo como lo había deseado, un día surgió esta excusa: hubo un conflicto entre los pastores del ganado de Abraham y los pastores del ganado de Lot, porque sus posesiones eran tantas que no podían vivir juntos.
Así que Abraham pensó: “Veo que ahora Lot cree en sus propias circunstancias. Cuando salió de Ur de los Caldeos, nuestra tierra natal, confió en mí, y me siguió al confiar en el Dios en el que yo creo; pero ahora que se ha hecho rico, hace lo que quiere por su propia cuenta”. Entonces Abraham le dijo a Lot: “Si así lo quieres, puedes irte. Si vas hacia la derecha, yo iré a la izquierda; o, si tú vas hacia la izquierda, yo iré a la derecha. Decide lo que quieres: ¿aquí o allá?”. Entonces Lot escogió la llanura del Jordán.
El lugar que Lot escogió era la misma tierra de Sodoma y Gomorra que se vería su condenación mediante su destrucción en el fuego. Pero antes de que llegara esta destrucción, era una tierra muy fértil, como el Jardín del Edén. Parecía un lugar ideal para criar al ganado. Abraham le dijo a Lot: “Como has elegido ese lugar, yo elegiré el contrario”. Entonces Abraham eligió lo contrario de lo que Lot eligió, y se fue a las montañas en vez de a la llanura fértil del Jordán. ¿Por qué? Porque Abraham sabía que el corazón de Lot no estaba en lo cierto.
Entonces Dios se le apareció a Abraham y le dijo: «Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre» (Génesis 13:14-15). Dios bendijo a Abraham tal y como se lo había prometido, dándole la Tierra Prometida.
Abraham, el padre de la nación hebrea, no había sido nada más que un nómada errante que había dejado Ur de los Caldeos para ir a la tierra de Canaán. La palabra “hebreo” significa “el hombre que murió, concretamente, el Eufrates”. Abraham, un extraño en la tierra de Canaán, que fue condenado al ostracismo e intimidado, se pudo convertir en un hombre de fe porque creyó en Dios.
Ustedes y yo somos también gente de fe porque creemos en la Palabra escrita. ¿Se derrite alguna vez esta Palabra escrita o cambia en verano?¿Se congela y se rompe en invierno? Los cielos y la tierra pueden cambiar, pero esta Palabra nunca cambia, ni siquiera una pizca de la Palabra desaparece hasta que todo se haya cumplido. 
Mateo 7:22 dice: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad». Esto es lo que dirá la gente sin fe, los que no creen en la Palabra escrita de Dios. ¿Cuántos cristianos viven sus vidas religiosas sin creer en esta Palabra escrita de Dios? Ese día, muchos dirán: “Señor, Señor”, pero no habrán creído en Dios de verdad, sino que habrán creído en sus propias circunstancias como Lot.
Muchos cristianos no creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra escrita de Dios, sino que creen en sus propios pensamientos en vano. Muchos de ellos creen en sus propias ideas, en falsas señales y en el poder de demonios. Hay muchos que se les llama “cristianos ciegos” en este mundo, que no tienen una fe basada en la Palabra de Dios, sino que se basa en falsas enseñanzas y el poder de demonios. Entre los que no han nacido de nuevo, infinidad de personas están poseídas por demonios, y perversamente profesan creer en Jesús basándose en este poder demoníaco que han recibido. ¿Les parece esto inverosímil? Bueno, ¿pero no es esto lo que el pasaje de hoy nos dice? Sí, en realidad esto es lo que el versículo 22 dice: “¿No profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”.
Los poseídos por demonios son buenos reconociendo demonios y expulsándolos. Son buenos profetizando. ¿No parecen tener algunos videntes la extraordinaria habilidad de predecir el futuro a veces? Los que profetizan en el nombre del Señor, expulsan demonios en Su nombre y hacen muchos milagros en Su nombre, son esos mismos exorcistas poseídos por demonios. Hay muchos lugares en los que esta gente, poseída por demonios, pronuncia todo tipo de sinsentidos ininteligibles, incoherentes y completamente confusos.
Puede que hayan odio hablar de un grupo herético llamado “la Hermandad de la Viña”. Insisten en que cuando el Espíritu Santo llega a ellos, les dan ataques de risa incontrolable, producen sonidos animales como ovejas, caballos, e incluso leones que rugen, y experimentan lo que ellos llaman “embriaguez espiritual”, donde pierden su sentido del equilibrio, cuyos resultados contribuyen a la risa histérica.
Todo el que asiste a esas reuniones debe estar poseído por demonios o de lo contrario no durará mucho tiempo en el grupo. Los que no han nacido de nuevo, no encuentran gozo en creer en Jesús, a no ser que estén poseídos por demonios. En otras palabras, sus vidas religiosas no les ofrecen ningún gozo a no ser que estén poseídos por demonios.
Antes de que nacieran de nuevo, ¿alguno de ustedes, que entonces eran cristianos pecadores, habló en lenguas alguna vez? Para muchos cristianos descaminados, les falta algo si no hablan en lenguas, como si les faltara una cierta excitación. Así que continúan pronunciando repetidamente todo tipo de palabras sin sentido y completamente incoherentes una y otra vez, y creen que así es como se debe hablar en lenguas.
Pero de hecho, esto solo significa que espíritus malignos han entrado en ellos, y les hacen continuar pronunciando palabras totalmente incomprensibles que no tienen ningún sentido. En otras palabras, están ebrios por el poder de los demonios. Los que afirman que pueden levitar involuntariamente por un poder desconocido, que sus rodillas flotan 10 centímetros sobre el suelo cuando saltan; los que afirman que no tienen ningún miedo cuando se esconden en las más remotas montañas para rezar; los que dicen que poderes sobrenaturales emanan de ellos; los que dicen que quieren agarrar a alguien, a cualquiera, y poner sus manos sobre ellos y rezar; todos estos están poseídos por demonios. Cuando esta gente ve a otras personas poseídas por demonios, dicen: “¡Aléjate Satanás! ¡En el nombre de Jesús, vete!”. Dicen eso porque creen que es así como se expulsa a los demonios, pero en realidad la única razón por la que un demonio es expulsado es porque es más débil que el demonio del que hace el exorcismo.
Asimismo, los que no creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu traspasan la ley. Por eso el hombre debe aferrarse a la Palabra de Dios. Debemos aferrarnos a la Palabra de Dios todos los días. Debemos aferrarnos a ella hasta que vuelva el Señor. En todo momento, debemos aferrarnos a esta Palabra que nos ha dado la Salvación. Esta Palabra tiene ahora el mismo poder que antes, porque es la Palabra viva y dinámica de Dios. El poder, la verdad, el amor y la salvación que contiene esta Palabra están siempre ahí.
Por tanto, esta Palabra transforma nuestros corazones. Y nos da fuerza y nos mantiene firmes con fe. Así, al creer en la Palabra y aferrarnos a ella, llegamos a tener la verdadera fe, y al tener esa fe podemos mover montañas, como el Señor dijo, que podríamos hacer la voluntad de nuestro Señor y seguirle hasta el final. Y el resultado es convertirse en los siervos de la justicia de Dios, los trabajadores de Su Reino.
Por eso, es absolutamente indispensable que todos nosotros tengamos esta fe que cree en la Palabra de Dios que proviene del Evangelio del agua y el Espíritu. Si creen en la Palabra de Dios y se mantienen firmes en ella, se convertirán en Su pueblo. Entonces se convertirán también en los que pueden hacer la voluntad de Dios Padre. Si realmente creen en la Palabra de Dios, deben saber perfectamente cómo la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu cubre la totalidad de la Biblia.
Pero aún cuando hayan recibido la remisión de los pecados al creer en este Evangelio, continúen manteniéndose firmes en la Palabra de Dios, porque si no lo hacen, su fe irá por mal camino en cualquier momento. Si no nos mantenemos en la Palabra de Dios, estamos destinados a agarrarnos a nuestros propios pensamientos erróneos, y será imposible mantenernos firmes ante Dios. Pero al leer y escuchar la Palabra de Dios en Su Iglesia, podemos tomar nueva fuerza, recibir la Palabra del poder en todo momento, y seguir siempre al Señor con fe.
Crean ahora que pueden hacer la voluntad de Dios Padre por completo al creer en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu.