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Sermones

Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 8-2] “Di solo una palabra” (Mateo 8:5-10)

Di solo una palabra(Mateo 8:5-10)
«Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe».
 

Cuando los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu nos reunimos, cada día es una celebración. Cuando pensamos en cómo Dios ha borrado nuestros pecados y meditamos sobre el Evangelio del agua y el Espíritu, reímos de gozo.
Del mismo modo en que el centurión del pasaje de las Escrituras de hoy confesó su gran fe en Jesús, diciendo: «solamente di la palabra, y mi criado sanará», hay gente de fe en la Biblia que también creyó en la Palabra de Dios y siguió al Señor. Bienaventurados los que tienen verdadera fe en la Palabra de Dios. Y la fe de este centurión es la misma fe de los que en esta era creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu.
El centurión se apiadó de su siervo que había caído enfermo, vino buscando a Jesús y le pidió que curara a su siervo. Y Jesús contestó a su petición. Si examinamos este pasaje de la Biblia, nos damos cuenta de que la disposición del centurión era creer en Jesús como el Hijo de Dios, y como Dios mismo. Podemos observar que creyó en Jesús como el Dios que resucita a los muertos y que creó el universo con Su Palabra. Podemos ser testigos de qué grande era la fe del centurión.
El centurión le dijo a Jesús: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará». ¿Por qué dijo eso? El centurión dijo esto, no porque tuviese miedo de que Jesús entrase a su casa, sino porque creía en la grandeza de Dios, Su santidad y Su omnipotencia. Si todo el mundo tuviera esta actitud de venerar a Dios y de honrarle, todos hubiéramos recibido las mismas bendiciones de Dios que recibió el centurión. ¿Cuáles son estas bendiciones de Dios? Son la bendición de la remisión de los pecados y la de la fe para vivir en este mundo para la obra justa de Dios. Todo esto viene de la fe en la Palabra. Esta era la fe del centurión. Aunque no tengamos nada que mostrarle a Dios, si simplemente tenemos fe en Su Palabra, las bendiciones de fe nos llegarán en abundancia, tal y como sucedió con el centurión.
El pasaje sobre este centurión nos habla a todos de que la fe en la Palabra de Dios es la fe verdadera ante Dios, y de que Dios se complace con dicha fe. Esta fe viene cuando creemos en Dios, que hace todo y cumple todo lo que está escrito en Su Palabra. En otras palabras, la Palabra de Dios es la única base de toda nuestra fe. Si conocemos la Palabra de Dios y tenemos fe en ella, todos recibiremos extraordinarias bendiciones en nuestras vidas, como las recibió el centurión.
Que el centurión tuviera tanta fe era una bendición de por sí. Aquellos que veneran a Dios también conocen el poder de Su Palabra, y al creer en la Palabra de Dios, también pueden ser salvados de todos sus pecados, y recibir la vida eterna. Es a través de Su Palabra que somos salvados de los pecados del mundo, recibimos la remisión de nuestros pecados, y la vida eterna, y seguimos a Dios con fe. Esta fe en la Palabra de Dios nos trae sin falta una vida maravillosa y bendita a todos nosotros.
Nuestro Señor dijo: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). Quizás no conozcamos toda la Palabra de Dios en profundidad, pero si creemos en la Palabra escrita de Dios, entonces esta obra en nuestros corazones de manera tangible y concreta, transforma nuestras mentes y almas, y nos lleva a conocer y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, para que las almas que habían estado destinadas al Infierno, en vez de eso entren en el Cielo.
Si no tenemos esta fe en la Palabra de Dios, creer en Jesús como nuestro Salvador es completamente en vano. Este tipo de fe sería nada más que creer en Jesucristo basándose en los propios pensamientos, lo que constituye una religión creada por uno mismo y que uno practica según su propio acuerdo. Pero, al contrario que esta fe, la fe del centurión creía en la Palabra de Dios.
La fe del centurión era como la de Abraham. Nuestros padres de la fe creyeron en la Palabra que Dios habló. Abraham siguió la Palabra de Dios, e Isaac tenía la misma fe que su padre. Abraham creía en la Palabra de la promesa de Dios tal y como era, que Él daría la tierra de Canaán a su descendencia, y transfirió esta misma promesa a su hijo Isaac. Y en realidad Dios ha concedido a sus descendientes esta tierra que hoy constituye Israel. Al creer en la Palabra que Dios habló, Abraham se convirtió en el padre de la fe.
La obra más extraordinaria que Dios ha hecho por nosotros es que, con Su Palabra, ha transformado a los pecadores en justos. ¿Qué Palabra de Dios hace que los pecadores sean justos? ¿Cómo pueden los pecadores convertirse en justos? ¿Recibe la gente la fe del poder y se hace justa al ir a la iglesia, rezando fervientemente, hablando en lenguas, o creyendo en el poder milagroso de curar a los enfermos? Cuando la gente dice que reconoce a Jesús como su Salvador, ¿es esto lo mismo que recibirlo? No se puede creer en la Palabra de Dios basándose en sus propias emociones, su propia devoción, o sus propios pensamientos.
Solo se puede llegar a tener fe en la Palabra de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la Tierra para salvar a los pecadores, fue bautizado por Juan y derramó Su sangre, y así los ha librado de todos sus pecados. Aunque a pesar de esto, vemos a mucha gente que afirma haberse convertido en hijos de Dios por sus propias oraciones y súplicas hechas con toda sinceridad y arrepintiéndose de sus pecados estando llenos de lágrimas. A menudo vemos que entre los cristianos que han ido a la iglesia durante algún tiempo, los que lloran cuando rezan a Dios son aprobados como gente que cree en Dios de verdad, aunque no muestren interés alguno en la verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. En este tiempo, el cristianismo se ha corrompido y se ha convertido en una religión mundana que supuestamente protege a todos los creyentes con sus doctrinas.
 


El cristianismo actual tiene el tipo de fe que no ofrece la respuesta correcta


El cristianismo de hoy en día se está dejando llevar por la corriente equivocada. La cruda realidad es que muchos cristianos están siguiendo la fe equivocada del movimiento carismático, el misticismo y materialismo. Estas creencias paganas se están difundiendo con rapidez en las comunidades cristianas. Estos cristianos encuentran satisfacción y comodidad para sus mentes cuando se encuentran en estas comunidades religiosas; pero cuando vuelven a sus casas y sus sociedades, no pueden evitar volver a ser los antiguos no creyentes y continúan viviendo sus vidas vacías y confusas, ya que el Espíritu Santo y la Palabra de Dios no están en sus corazones. Aunque afirman creer en Jesús, no conocen el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu, y por tanto no han recibido la remisión de sus pecados en sus corazones. Consecuentemente, ni han recibido el Espíritu Santo, ni creen en la Palabra de Dios, y por eso no pueden dejar de ser los que eran.
Creer en Dios no es otra cosa que creer en Su Palabra. Jesús dijo que la fe del centurión que creyó en la Palabra de Dios era enorme. Los que no creen en la Palabra de Dios no pueden entender la fe de los que creen y siguen la Palabra de Dios. En concreto, la gente que sigue el movimiento carismático afirma que los que no pueden hablar en lenguas no han recibido al Espíritu Santo, diciendo: “¿Cuál es la prueba que indica que se ha recibido al Espíritu Santo? ¿Qué significa convertirse en Dios? ¿Cuál es la prueba de la salvación? No es otra que hablar en lenguas celestiales, esa es la prueba de haber nacido de nuevo y haber recibido el Espíritu Santo”. Pero esto no es verdad.
Esta gente arma un jaleo enorme cuando reza. Pero estadísticamente, el 99 por ciento de esta gente pronuncia simplemente sinsentidos. En otras palabras, su extraño comportamiento proviene de Satanás, no de Dios. Lo que hace esto todavía más trágico es que esta gente está segura de que han recibido al Espíritu Santo, y de que están empleando dicha confusión satánica en el nombre del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo, como prueba de la remisión de los pecados, se recibe a través de la remisión de los pecados mediante la fe de cada uno en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Hablar en lenguas no es un regalo elemental que todo el que ha recibido el Espíritu Santo puede ejercer. No es más que hablar en diferentes lenguas regionales (Hechos 2:8). Durante la era apostólica, los discípulos de Jesús hablaban en lenguas para dar testimonio del Evangelio (Hechos 2:11), y para tener una relación estrecha y personal con Dios (1 Corintios 14:2). Pero en esta era, cuando las Escrituras ya han sido recopiladas, no hay ninguna necesidad de que hablemos estas diferentes lenguas regionales (1 Corintios 13:8-10). Por lo tanto, incluso aquellos que no hablan en lenguas han podido decir la verdad de la salvación al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Cuando los cristianos de hoy en día hablan en lenguas, esto no significa que hayan recibido la remisión de los pecados, ni que se hayan convertido en hijos de Dios. Hablar en lenguas y ver visiones no significa haber nacido de nuevo, ni tener el don espiritual de la curación significa tener fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Resumiendo, esta gente se aferra a estos signos místicos como su salvación porque no tienen ni idea de cómo nacer de nuevo.
Esto es lo que Satanás da a los pecadores. La fe mística dura solamente unos pocos años. Una vez pierden su presunto “poder”, se esfuerzan por recuperarlo. Entonces, buscan por todos sitios a los supuestos “hombres de poder” para recibir la imposición de manos. Pero como su fe es en vano, al final acaban siendo siervos de Satanás. El hecho de que persigan tales signos y milagros es la prueba de que no tienen fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en sus corazones.
Hay una enorme diferencia entre la fe de los que creen en visiones y poderes sobrenaturales y la de los que creen y siguen la Palabra de Dios. Comparada con la fe del centurión, la fe de los cristianos engañados que persiguen milagros no le llega ni a la suela de los zapatos. Su fe es completamente distinta de la del centurión que creyó y siguió la Palabra de Dios.
La fe del centurión decía simplemente: «solamente di la palabra, y mi criado sanará». En otras palabras, su fe creía en la Palabra de Dios; es decir, en lo que Jesucristo nos dijo. Esto nos indica que la fe en la Palabra de Dios es la verdadera fe. Cree que todo se cumplirá exactamente según la Palabra de Jesús, cualquier cosa que nos haya dicho, es la verdadera fe. En otras palabras, la fe que cree completamente en la Palabra de Dios es la fe del centurión.
Nosotros, que tenemos fe en la Palabra de Dios y hemos recibido así la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, no caemos en este tipo de fe que busca signos. Ante todo, ese tipo de fe no es compatible con nuestra fe, porque somos una semilla completamente diferente de los que buscan milagros. Por lo tanto no podemos trabajar con dicha gente para difundir el Evangelio de Dios. La fe del centurión es nuestra misma fe, que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando vivimos nuestras vidas según la Palabra de Dios, vivimos las vidas de los profetas que vivieron antes que nosotros. El Espíritu Santo obró en las vidas de estos profetas, e igualmente obra en nuestras vidas.
Solo puedo dar gracias a Dios cuando pienso en cómo no ha dado la gracia de la salvación a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y cómo nos ha permitido, al contrario de los que persiguen signos y milagros, creer en Su Palabra y seguirla. Que nuestra fe sea verdadera, y que nos hayamos convertido en justos, se debe únicamente a que creemos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios. Quien rechace sus propios pensamientos, escuche humildemente lo que dice Su Palabra y crea en la verdadera Palabra del Evangelio de Dios, puede convertirse en una persona justa. Este es el poder de Dios, y este es el poder de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu podemos convertirnos en hijos de Dios, entrar en el Reino de los Cielos, y vivir una vida hermosa, feliz y bendita.
Nosotros, los verdaderos creyentes le decimos al Señor: “Di una sola palabra”. Debido a que nuestro Señor nos dio la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la remisión de todos nuestros pecados se ha cumplido mediante la Palabra de Dios, porque esta es la verdad del agua y el Espíritu.
Viendo la fe del centurión que creía en Su Palabra, Jesús dijo: «De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Un paralítico no puede hacer nada por su cuenta. Tampoco puede un paralítico espiritual hacer que sus pecados desaparezcan por su propia voluntad o mediante oraciones. Por eso Dios habló de la fe que nos permite recibir la perfecta remisión de los pecados, solo mediante la Palabra de Dios.
Hemos recibido el don de la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, en Su Palabra escrita. Los pecados de todo el mundo pueden ser limpiados solamente al creer en la Palabra de Dios. Como el centurión creía en la Palabra de Jesús, le dijo: «solamente di la palabra, y mi criado sanará», y por eso Jesús aprobó su fe.
Ninguno de nuestros esfuerzos puede borrar todos nuestros pecados. Solo creyendo en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu escrita en la Palabra de Dios nuestros pecados pueden ser quitados. Es solo al creer en esta Palabra de Dios, el Evangelio del agua y el Espíritu que podemos ser salvados de todos nuestros pecados. Nada más nos puede llevar a la salvación de nuestros pecados. No podemos recibir la remisión de los pecados y nacer de nuevo si no es por la Palabra escrita del Evangelio del agua y el Espíritu. La salvación que se recibe en sueños o visiones no es salvación en absoluto.
Sin embargo, hay todavía muchos cristianos que se hacen más pecadores tras creer en Jesús. ¿Es normal que alguien que cree en Jesús se haga más pecador con el tiempo? La Biblia dice que el Señor ha purificado nuestros pecados con Su poderosa Palabra (Hebreos 1:3). Entonces, ¿cuál es Su poderosa Palabra? No es otra que el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, los que ignoran Su poderosa Palabra no tienen otro remedio que permanecer como cristianos pecadores, por mucho que crean en Jesús. Como todo lo que Jesús ha hecho por nosotros está escrito en la Palabra de Dios en detalle, es creyendo en esta Palabra de Dios como podemos hacernos justos, y es a través de la fe en la Palabra de Dios que los justos pueden vivir con las bendiciones de Dios.
Para aquellos que no creen en la verdad de la remisión de los pecados contenida en el Evangelio del agua y el Espíritu, todas y cada una de sus experiencias son falsas. Jesús es el camino, la verdad y la vida para los verdaderos creyentes. Por muy ardientemente que uno rece oraciones de arrepentimiento durante los cultos, si deja la Palabra y Su poder, entonces sus pecados no pueden ser borrados. No es mediante las oraciones de arrepentimiento como uno recibe la remisión de sus pecados y entra en el Cielo, porque nuestra propia devoción, esfuerzos y obras no pueden borrar ninguno de nuestros pecados. Cualquier fe que no se base en la Palabra de Dios pertenece a Satanás. Ninguna doctrina que provenga del conocimiento humano, no de la Palabra de Dios, puede quitar nuestros pecados. Sin fe en la Palabra de Dios, ningún alma puede ser salvada de sus pecados, por mucho poder que tengan para expulsar demonios, o aunque sea martirizada. La remisión de los pecados que recibimos por nuestra cuenta, basada en nuestros propios pensamientos, está destinada a cambiar, porque no está basada en la verdadera fe.
La Biblia también dice que no podemos nacer de nuevo de la sangre, o de la voluntad de carnal, ni de la voluntad del hombre (Juan 1:13). Algunos presumen de la rica tradición de su fe, diciendo: “Yo a creía en Jesús cuando estaba en el seno de mi madre”. Otros dicen: “Mi familia ha creído en Jesús durante 5 generaciones”. ¿Puede esta gente nacer de nuevo con este sentido de superioridad? No, esta gente no puede convertirse en el pueblo de Dios.
El Señor nos dice que pondrá a prueba la fe de dicha gente y los desechará por obrar iniquidad. Su orgullo en sí no es el problema si creen según la Palabra de Dios. En cambio, como creen en Jesús según sus propios pensamientos en vez de Su Palabra de Verdad, Dios dijo que los echaría a la oscuridad, diciendo: «apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7:23). ¿Qué se quiere decir con “iniquidad” aquí? Se refiere a las acciones rechazadas por la Ley de aquellos que afirman creer en Jesús como su Salvador y ejercer todos los poderes de Dios aunque no crean en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. En otras palabras es la reunión de los sin pecado a los que se les llama santos de Dios (1 Corintios 1:2). La Iglesia de Dios es el lugar que permite a la gente dejar de lado sus propios pensamientos, creer en la Palabra de Dios y recibir la remisión de los pecados. Ir a la iglesia no significa que se vaya a ir al Reino de los cielos. Aún así hay gente que dice que porque cree en Jesús y son miembros de la denominada iglesia “ortodoxa”, irán al Reino de Dios aunque tengan pecados. Los que se enorgullecen en estas confesiones ortodoxas de este mundo se identifican descaradamente como pecadores redimidos.
Todo el mundo afirma que su confesión es ortodoxa. Pero, ¿dijo Dios que llevaría al Cielo a cualquiera que profesase creer en Él aunque no haya verdadera fe en su corazón? Eso no está escrito en ninguna parte de la Biblia. Pueden ustedes mismos buscar y ver si hay algún indicio en las Escrituras. Sin duda descubrirán que no está escrito en ningún sitio.
Ante Dios, los santos son los que no tienen pecados; es decir, los que son justos. La gente que presume de la ortodoxia de sus confesiones dice: “Somos pecadores, pero como creemos en Jesús, Dios nos considera justos. Por eso creemos. Creer en Jesús no quiere decir que estemos sin pecado. ¿Cómo podemos decir que estamos sin pecado si cometemos pecados todos los días? Pero como creemos en Jesús como nuestro Salvador, Dios nos considera sin pecado. Esto no significa que hemos sido salvados porque estábamos sin pecado. Aunque todavía tenemos pecados incluso después de creer en Jesús, gracias a nuestra fe en Jesús, se nos llama hijos de Dios, y por tanto podemos entrar en Su Reino”.
Los que tienen este tipo de fe solo creen en sus propios pensamientos; lo que tienen no es salvación recibida al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Así, todo lo que hacen es confesar su amor no correspondido por Él. Esta gente no ha sido salvada de sus pecados. Los que no han sido salvados de sus pecados testifican que sus corazones todavía tienen pecado. Esta es la prueba de que son pecadores. Aunque creen en Jesús como su Salvador, cualquiera que tenga pecado escrito en la tabla de su corazón está destinado al Infierno.
Habiendo borrado todos los pecados de este mundo mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, Jesús nos dijo que recibiéramos la remisión de nuestros pecados creyendo en este verdadero Evangelio. Dios está contento con los que han sido librados de sus pecados y se han convertido en justos al creer en Jesús como su Salvador. Por eso Dios ha preparado el Cielo para esta gente justa. Pero los religiosos que no son justos no pueden complacer a Dios. Ellos confiesan: “Señor, creo en que borraste todos mis pecados. Pero, por favor, límpiame de mis pecados personales que cometo todos los días. Por favor, perdóname esos pecados”. Si su fe es así, entonces no conocen el Evangelio de Dios del agua y el Espíritu, ni creen en él, en realidad cometen el pecado de llamar mentiroso a Dios.
 


Los cristianos de todo el mundo deben arrodillarse ante el Evangelio del agua y el Espíritu


Existen dos clases de gente que acusan a los seguidores del Evangelio del agua y el Espíritu de ser herejes. Claro está que la fe de los limpios de pecado debe parecerles bastante extraña. Pero según el Evangelio del agua y el Espíritu son ellos los que, al permanecer sus corazones llenos de pecados, son herejes que perecerán. Los herejes son los pervertidos y pecadores, que están condenados ante Dios (Tito 3:11). Los cristianos que dicen todavía tener pecados ante Dios son los que pecan. Si todavía no han recibido la remisión de los pecados porque no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu, entonces arrepiéntanse ahora y crean en el Evangelio del agua y el Espíritu. Nunca es demasiado tarde. El verdadero arrepentimiento requiere volver del camino equivocado y tener fe en la verdad: el Evangelio del agua y el Espíritu.
Aquellos que se condenan a sí mismos aunque crean en Jesús son los verdaderos herejes. No hay condena en Jesucristo (Romanos 8:1). Debemos comprender correctamente esta verdad al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Los que tienen pecados ante Dios no pueden ayudar a otras almas pecadoras a llegar hasta la Palabra de Dios, y lo único que consiguen es hacer que los pecadores crean en vano según sus ideas basadas en el conocimiento humano.
Pero los que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden ayudar a otros que todavía pecan a deshacerse de sus pecados mediante la Palabra de Dios, porque solo a través de la fe se recibe la remisión de los pecados. Por tanto, los que conocen a los justos que han recibido la remisión de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, pueden escuchar la Palabra que habla de nacer de nuevo, creer en Jesús y ser justos.
Los que se han convertido en justos al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu no son herejes, sino verdaderos creyentes. Ellos son los bendecidos que han nacido de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. La mejor manera de nacer de nuevo es seguir a los líderes de la Iglesia de Dios, y predicar el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu a todos los pecadores del mundo. Los cristianos que siguen siendo pecadores deberían presentarse a los justos que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, y acusarnos abiertamente de ser herejes. Lanzar esas acusaciones a nuestras espaldas es estúpido y cobarde.
¿Qué clase de fe es la correcta? El centurión era un gentil, pero creyó en la Palabra de Dios tal y como es. Al creer de este modo en la Palabra de Jesús, su fe fue aceptada. Pero los que alardeaban de su ortodoxia, diciendo que eran verdaderos judíos, fueron abandonados. Los fariseos eran pecadores, ya que no quisieron reconocer a Jesús como su Salvador.
La fe en la Palabra de Dios es la fe que nos salva de nuestros pecados, y al creer en ella nuestras vidas son bendecidas. La verdadera fe es creer en la Palabra de Dios y obedecerla. Y para los verdaderos creyentes, la Palabra de Dios se cumple cuando creen. Como el centurión tenía esta fe, Dios dijo que esa fe era grande.
Dios nos ha dado esta fe con la gracia del Evangelio del agua y el Espíritu. Y nosotros también hemos experimentado personalmente que la Palabra de Dios se cumplió según lo escrito. Pero nos entristece ver que poca gente tiene la fe que tenía el centurión. Deben creer en el Evangelio de Dios del agua y el Espíritu. Cuando creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Dios, serán curados en ese momento de su lepra espiritual según su fe. La fe que Dios aprueba no es otra que la fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Él nos dio, tal y como es.
La fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha hecho limpios de pecados es la fe del centurión que Dios aprobó. Para los justos que creen en Su Palabra, Dios ha dado las bendiciones de la remisión de los pecados y de convertirse en Sus hijos, y doy gracias al Señor por todo esto. Habiéndonos limpiado de todo pecado al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, estamos calificados para hacer las obras justas por el bien de los demás. Creamos siempre en Él teniendo en cuenta lo que nuestro Señor dijo: que los justos vivirán de la fe.
Que Dios les guíe. Amén. ¡Aleluya!