(Mateo 13, 1-9)«Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar.Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa.Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves, y la comieron.Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra;pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.».
La Palabra de hoy proviene de la parábola del sembrador. Me gustaría explicar este pasaje centrando el mensaje en los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Hay una serie de parábolas en Mateo 13. Las parábolas que nuestro Señor dijo, explican el reino al ilustrarlo con ejemplos prácticos materiales, para que fuera más fácil de entender para la gente. Con Sus parábolas, nuestro Señor, explicó los misterios de Su Reino en conexión con el Evangelio del agua y el Espíritu.
En el pasaje de las Escrituras, se mencionan cuatro tipos de campos: el borde del camino, el pedregal, el camino espinoso y el buen suelo. La parábola dice que el sembrador salió a sembrar y que las semillas cayeron sobre estos cuatro tipos de campos.
La primera es la semilla que cayó junto al camino
¿Qué quiere decir que algunas semillas cayeron junto al camino? Esto significa que la Palabra de Dios cayó en los corazones de los meros practicantes de la religión, y que la Palabra de Dios del Evangelio del agua y el Espíritu es insignificante para ellos.
La gente adora a dioses de su propia fabricación. Han hecho dioses, pero luego quedan sujetos a ellos. Multitud de personas que viven en este mundo adoran a objetos de idolatría hechos por sí mismos. A esta extraña esfera de la cultura humana le llamamos «religión».
Especialmente en la cultura antigua oriental, en panteísmo era la forma religiosa más institucionalizada. Los que creen en esto convierten cualquier cosa en objeto de adoración, y así toda criatura puede ser una deidad a sus ojos. De hecho, estos fenómenos se encuentran en casi todas las culturas primitivas.
Friedich Nietsche insistió en que el origen de la religión es el «miedo a la muerte». En la esfera de la religión está afirmación parece cierta. Los humanos han hecho dioses a todo lo que temían. Cualquier cosa grande, fuerte, mística o duradera puede hacerse un dios por parte de los seres mortales. En otras palabras, toman cualquier cosa que parezca grande o misteriosa como objeto de su adoración. A veces, se les da varios significados a diferentes animales o plantas, y se consideran merecedoras de adoración. Incluso un gran canto rodado puede convertirse en objeto de adoración, por no mencionar árboles grandes, el sol, el océano o algo que Dios ha creado.
Esto se debe a que los seres humanos fueron creados para adorar a Dios, su Creador. Pero tras la caída de Adán, se separaron de Dios y perdieron el conocimiento de cómo adorar a Dios correctamente. Debido a que todos los seres humanos se separaron de Dios, todos tienen el deseo de confiar en algo sobrenatural, y de volver a Dios. Por eso ven al Sol, creen en él como objeto de su adoración, y le piden deseos. Y algunos creen en el océano como objeto divino. Cuando las olas gigantescas y las tormentas se forman en el mar, la gente cree que el dios del mar está enfadado, y lo toman como objeto de adulación y le adoran.
Todas las cosas de todo el universo son creación de Dios. A pesar de esto, la gente no ha cesado de tomar toda criatura como objeto de adoración, en todas las épocas de la historia. A raíz de esto podemos darnos cuenta de qué débil y corrupta es la naturaleza humana. Está escrito en Romanos 1, 21-23: «pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se hicieron necios,
y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.».
Como la mayoría de la gente está confusa por la religión, continúan sin sacar ningún beneficio para sus almas de la semilla de la Palabra de Dios. La Palabra de Vida que cayó junto al camino no les aportó ningún beneficio. Antes de conocer a Jesucristo, nosotros también habíamos tomado todo como objeto de idolatría. La gente es capaz de tomar cualquier cosa como objeto de idolatría y poner su fe en ello, no importa lo que sea, mientras crean que les aportará algún beneficio carnal. La gente supersticiosa ha sido consumida por sus propias creencias religiosas y por eso consideran todo como objeto de idolatría.
Incluso hoy en día, hay naciones llenas de dichas religiones supersticiosas, y una de ellas es Mongolia. Yo hice un viaje como misionero a este país. En mi viaje, visité la casa de un profesor, y en su pared vi un retrato de Jesús crucificado, y en la otra pared un retrato de Buda meditando. En otras palabras, la misma casa tenía un retrato de Jesús y uno de Buda. Este hombre no era un analfabeto; al contrario, era un intelectual que enseñaba en una universidad. Aún así, creía en el cristianismo y en budismo. Este episodio ilustra como la gente de hoy en día está metida en la idolatría.
La semilla que cayó en el camino pedregoso
Continuando con Su parábola, nuestro Señor dijo que la segunda remesa de semillas cayó en un pedregal. Nuestro Señor dijo: « Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra;
pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó ».
Un campo debe tener suelo en abundancia. Las semillas que caen enun pedregal no puede echar raíces profundas en el suelo a causa de las piedras, y al final se secan porque los brotes no pueden ser alimentados por sus raíces. Por tanto, nuestro Señor se encontró con un problema con el segundo campo de piedras. Las piedras que estaban en este campo eran grandes obstáculos para que crecieran las semillas.
Los que no reconocen que son las semillas del mal acabarán así. Cuando la semilla de la vida se siembra en el campo de nuestros corazones, debemos aceptar la Palabra de Dios, reconocer la verdad de esta Palabra, y ser salvados de nuestros pecados. Sin embargo, la semilla que cae en un pedregal significa que el Evangelio del agua y el Espíritu ha caído en los corazones de los que están llenos de sus pensamientos carnales. Este pasaje nos habla de que lo que lleva a nuestras almas a la muerte son nuestros pensamientos carnales que evitan que la Palabra de Dios eche raíces profundas en nuestros corazones. Por tanto, como no hay profundidad en la tierra, se secan.
Es difícil para ustedes y para mí, llegar a un entendimiento de nuestra naturaleza fundamental. Somos propensos a no saber quienes somos realmente. Es realmente difícil darnos cuenta de que somos «generacion de malignos» (Isaías 1, 4). El Señor dijo que la maldad del hombre era grande, y que todo impulso de sus pensamientos era malvado (Génesis 6, 5). Dicho de otra manera, ningún pensamiento nuestro vale para nada. Las semillas que caen en un pedregal nos demuestran que los que no admiten su propia naturaleza no pueden ser librados de sus pecados al final, porque no pueden aceptar estas semillas en el fondo de su corazón debido a que no se conocen a sí mismos.
La gente está inclinada a confiar en sus propios pensamientos (la razón) más que en la Palabra de Dios, en vez de poner su fe y confiar en La Palabra de Dios. Le dan más peso a sus propias experiencias personales y religiosas que a creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Ante Dios, creer en nuestros propios pensamientos constituye el pecado de levantarse contra Él. Si la gente quiere que las semillas del Evangelio del agua y el Espíritu sean sembradas en el campo de sus corazones, deben admitir honestamente ser malvados ante la Palabra y aceptar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en sus corazones.
Incluso entre nosotros, los nacidos de nuevo, hay muchos que no niegan sus propios pensamientos que se levantan contra la Palabra de Dios. Debemos conocer nuestros pensamientos. Entonces podremos romperlos y dejarlos fuera de nuestros corazones y poner nuestra fe en la Palabra de Dios.
Este pasaje también nos recuerda cómo era nuestra condición espiritual cuando escuchamos la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu por primera vez. Por aquel entonces, muchos de nosotros teníamos los corazones como el pedregal. No sabíamos bien qué malos éramos. Y teníamos nuestra propia justicia y nuestros estándares. Pero, una vez admitimos nuestra naturaleza pecadora y confesamos nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, llegamos a saber gradualmente lo malos que éramos. Sin embargo, la condición de nuestros corazones puede seguir siendo como el pedregal aún después de que el Señor nos haya dado el Evangelio del agua y el Espíritu, si no rompemos la justicia de nuestros corazones.
Ahora, del modo en que ustedes y yo vivimos, debemos reconocer nuestra naturaleza pecadora y aceptar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones creyendo en ella. Sin embargo, si no admitimos que somos una raza malvada, no nos ayudaría recibir el Evangelio del agua y el Espíritu. En otras palabras, debemos darnos cuenta de que somos pilas de pecado, y que somos pecadores destinados al infierno; y debemos aferrarnos al Evangelio del agua y el Espíritu con fe para ser salvados de nuestros pecados.
Una vez más debemos reflexionar sobre cómo nuestros corazones creyeron la primera vez en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Como he dicho anteriormente, muchos de nosotros no sabíamos lo malos que éramos cuando encontramos por primera vez el Evangelio del agua y el Espíritu. Entre los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, hay muchos que consideran que tienen corazones inocentes y buenos, y aún así se sorprenden de sus maldades y se desconciertan cuando las descubren. Aún así, hubieran estado a salvo si se hubieran seguido aferrando al poder del Evangelio del agua y el Espíritu con su fe.
Pero como no se dieron cuenta de la maldad y no reconocieron completamente el poder del Evangelio del agua y el Espíritu desde el principio, no pudieron recibir la remisión de los pecados. Como pensaron que su propia justicia era mejor que el poder del Evangelio del agua y el Espíritu que nos dio el señor, no se rindieron a la justicia de este Evangelio. Los que no conocen su propia maldad siguen creyéndose más justos que el Señor, y por eso no le pueden seguir. Por eso se convirtieron en cristianos nominales cuya fe no puede ser aprobada por Dios.
Cuando un sembrador ara su campo, las piedras del suelo salen a la superficie. Así mismo, un predicador del Evangelio debe arar el campo de los corazones de la gente con la Palabra de Dios para hacerles saber lo malvados que son. Todo el mundo puede admitir ser una semilla del mal sólo cuando se le enseña lo que la Biblia dice de esta naturaleza. Si los predicadores no dejan ver a su gente la maldad de estos, entonces no tiene sentido predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. Así, si no pueden admitir que la salvación de nuestro Señor es más poderosa que su propia maldad. Por eso no pueden descubrir su maldad y su fe acaba muriendo.
Por tanto, un sembrador debe arar el campo del corazón suficientemente y entonces sembrar la semilla del Evangelio de la salvación en este campo arado. Pablo dijo: « mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;» (Romanos 5, 20). ¿Qué significa este pasaje? Significa que uno se da cuenta de la gracia de Dios cuando se da cuenta de su maldad. Por tanto, si la gente reconoce el Evangelio sin conocer su maldad ni admitirla, el verdadero Evangelio no existe en sus corazones.
Por tanto, todos nosotros debemos admitir que no podíamos dejar de pecar desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. ¿No es así? Desde el momento en que nacimos en este mundo, hemos heredado los pecados y hemos estado pecando desde entonces.
Pero, a pesar de esto, gracias al Evangelio del agua y el Espíritu, podemos decir ante Dios que no tenemos pecados a través de la fe. Por eso nos hemos dado cuenta de nuestra maldad, y junto con este descubrimiento, hemos reconocido que el poder del Evangelio de nuestro Señor es mucho mayor que nuestra maldad. Incluso ahora, los que conocen su maldad pueden estar arropados por la remisión de los pecados que Dios nos dio, al poner su fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Así, el que cree en Jesús como su Salvador debe admitir su naturaleza malvada, insuficiente y sucia, y después debe reconocer el poder de la Verdad del Evangelio.
No debemos olvidar que los más malvados de todos son los que no admiten su maldad ante Dios, alardean de su propia rectitud, y no creen en la Verdad de la salvación. Todo el mundo debe admitir toda su maldad y reconocerse como un montón de pecados y como semilla del mal desde el primer momento en que cree en Jesús.
Antes de haber escuchado la Verdad de la expiación que nos ha permitido ser librados de toda nuestra maldad y nuestros pecados, tuvimos que admitir nuestra naturaleza y nuestros pecados. Pero, como mucha gente no lo reconoció, y no puso su fe en el amor y la salvación de Dios, no pudieron alcanzar su salvación. En otras palabras, el que no admite ante Dios ser un montón de pecados, acaba rechazando su salvación, se aferra a su bondad y no confía en la justicia de nuestro Señor ni la sigue.
Si de verdad queremos tener fe en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, debemos admitir ante Dios que somos montones de pecados y poner nuestra fe en este poderoso Evangelio que declara que todos nuestros pecados han sido borrados a través del bautismo y derramamiento de sangre del Señor.
Sin embargo, hay mucha gente que, a pesar de profesar su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, se decepcionan cuando descubren su naturaleza pecadora tras creer en Jesús. En realidad, deberíamos dar gracias cuando vemos nuestras insuficiencias porque el poder del Evangelio ha borrado esos pecados.
Los que no reconocen que su maldad ha sido borrada por el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, no pueden dar gracias a Dios por Su justicia y acaban separándose de Él. Esto significa que no pueden ser librados de sus pecados, porque no admiten su naturaleza pecadora, ni creen en la poderosa Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso algunos empiezan a dudar en su salvación, pensando: «No puedo ser un santo. Claro que creo en Jesús, pero eso no significa que haya sido salvado de mis pecados». Esta gente agobiada por sus pecados, acaba ahogándose en ellos.
Esta gente practica la maldad ante Dios al no creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. La peor acción de todas ante Dios es no admitir nuestra maldad y no creer de todo corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que nos dio el Señor. Este es el peor pecado del mundo.
Esta gente pone su fe en la rectitud de sus propios pensamientos en vez de ponerla en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Debemos darnos cuenta de que todos aquellos que no reconocen este verdadero Evangelio hasta el final y que por tanto lo abandonan, se levantan en contra del la bondad de Dios con la bondad de sus propios corazones. Consecuentemente no pueden ser librados de sus pecados de ninguna manera.
Por eso debemos admitir la maldad de nuestra carne poniendo nuestra fe en la Palabra escrita del Evangelio del agua y el Espíritu. Sólo entonces se revelará la justicia de Dios en su plenitud, y sólo entonces revelaremos Su gloria.
Si no entendieron correctamente su maldad desde el principio cuando escucharon por primera vez el Evangelio del agua y el Espíritu, deben entenderlo ahora y creer en el poder del Evangelio de Dios. Dicho de otra manera, tienen que arar el campo de sus corazones de ahora en adelante y aceptar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu con sus corazones humildes que reconozcan su maldad completamente.
Conocer el Evangelio del agua y el Espíritu sólo superficialmente y entender la Verdad de la salvación sólo teóricamente significa que no se ha admitido la naturaleza malvada. Pero no es demasiado tarde. Ahora, al reconocer su maldad y al creer en la verdadera Palabra del agua y el Espíritu, deben ser librados de todos sus pecados. Al haber alcanzado su salvación, cuando se revele su naturaleza malvada, pongan su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu y así podrán dar más gracias y gloria a Dios.
Cuando reconocemos que hemos pecado, debemos confesar nuestra maldad ante Dios y darle gracias al reafirmar la Verdad del Evangelio en nuestros corazones. Como la confesión de David, todos debemos confesar: «En maldad fui formado y en pecado me concibió mi madre. Contra ti, contra ti solo he pecado. Pero has borrado este pecado mediante el Evangelio del agua y el Espíritu». Confesando de esta manera nuestros pecados, debemos presentarnos ante Dios con fe en este precioso Evangelio. Si creemos en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu, podemos tener la fe que nos salva de nuestros pecados.
Siempre debemos reconocer la Palabra del Evangelio de Dios del agua y el Espíritu en nuestras vidas. Debemos darnos cuenta que esta vida es la vida que glorifica a Dios. Debemos saber también que cuando admitimos nuestra maldad y aceptamos la Palabra de Dios de la salvación en nuestros corazones, podemos ser salvados de todos nuestros pecados.
¿Cómo se puede salvar uno de su maldad? Reafirmando su fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, uno puede ser salvado de todos sus pecados y su maldad. Todos debemos arar el campo de nuestros corazones primero, conocer nuestra maldad abandonándola, y entonces creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. La gente acaba levantándose contra Dios y se aparta de Él porque no tienen la fe que reconoce la Palabra de Dios aunque tengan maldad en sus corazones.
Los que están agobiados por sus propios pecados son los que no tienen fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en sus corazones. Todos nosotros debemos examinar lo que la Palabra de Dios nos ha dicho, y debemos reconocer la Verdad de esta Palabra de Dios tal y como está escrita.
¿Qué tipo de semilla sembró nuestro Señor en nuestros corazones? Él sembró la semilla de Su Palabra, el Evangelio del agua y el Espíritu, que ha lavado la maldad de nuestros corazones y nuestros pecados. A través de la Verdad del Evangelio, el Señor nos ha enseñado cómo llegó el pecado a nuestros corazones, qué pecadores somos y hasta que límite ha borrado nuestros pecados con este Evangelio.
Cuando nos damos cuenta de nuestra maldad, debemos meditar sobre la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en profundidad, y creer en ella. Cuando creemos de todo corazón que Dios ha borrado los pecados que cometimos por causa de la maldad de nuestros corazones y con nuestras acciones, alcanzaremos la salvación.
Nuestro Señor nos está diciendo claramente que cuando el sembrador sembró sus semillas, algunas cayeron sobre un pedregal. La palabra «pedregal» denota los corazones de los que no reconocen su naturaleza malvada y pecadora. Todos nosotros somos una raza malvada, pero no muchos de nosotros reconocen esta verdad. Como el Señor dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» (Marcos 2, 17), sólo los que admiten su maldad y su naturaleza pecadora pueden recibir la remisión de los pecados.
Sin embargo, muchos de ustedes no pudieron darse cuenta de su propia naturaleza cuando escucharon por primera vez el Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso el poder de este Evangelio verdadero no obra con fuerza sus corazones, aunque crean en él de alguna manera. Por eso el poderoso Evangelio acaba siendo un mero pensamiento en sus corazones. Si su estado espiritual es así, deben admitir ahora mismo su maldad y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de nuevo. Si se han dado cuenta de la maldad en sus vidas aunque haya pasado mucho tiempo desde que escucharon por primera vez el Evangelio del agua y el Espíritu, todo lo que deben hacer es reafirmar su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
El tercer campo: el campo espinoso
El tercer campo es el campo espinoso. ¿Cuál es el significado espiritual del campo espinoso? Se refiere a los corazones malvados que siguen las pasiones de este mundo. Jesús nos está diciendo que aunque la gente que tiene estos corazones reconoce que el Evangelio del agua y el Espíritu es correcto, su fe es tan débil que abandonan el verdadero Evangelio si se presenta como un obstáculo para su éxito mundano. La fe de los que tienen deseos carnales acaba renunciando sus esfuerzos para seguir al Señor por su deseo de poseer las cosas del mundo. Ellos sirven a dos amos. Su fe es como los animales impuros que no tienen la pezuña hendida (Levítico 11, 2-8). Los corazones de esta gente tienen más deseo por la carne que por la fe en la Palabra de Dios, y como resultado, acaban renunciando a su fe en la Justicia de Dios.
Las semillas que caen entre espinas germinan, por lo menos al principio. Pero las espinas las cubren, tapando el sol y matándolas. Esto se refiere a los que, debido a su pasión por este mundo, acaban renunciando a su fe en la Palabra de Dios y le dejan de lado.
Aunque seamos justos ahora, ¿cómo pueden nuestros corazones no amar a este mundo?
Esto es más que posible para todos nosotros. Pero si tenemos la fe que nos permite ser bautizados en Jesucristo, morir con Él y ser resucitados con Él, y sólo si tenemos esta fe, podemos darnos cuenta de que estas pasiones son fútiles, y con esta fe podemos vivir en la Verdad. En otras palabras, aunque no podamos evitar vivir en nuestra carne, debemos vivir con nuestra fe espiritual.
Sin embargo, los que no tienen la fe verdadera que les permita morir con Jesucristo y vivir con Él acabarán ahogándose en el peso de sus deseos carnales. Sus corazones que aman este mundo, taparán el amor por el Señor, y sus almas morirán. Por eso deben tener la fe que les permite morir con Jesucristo y vivir con Él. Y pueden mantener esta fe cuando se aferran al Evangelio del agua y el Espíritu con todo su corazón.
Al final, estos tres campos de los cuatro campos de los que habló el Señor nos dicen que los que tienen este tipo de corazones están destinados a fracasar, porque se aferran a su propia rectitud, a sus pensamientos y a sus pasiones. Pero aún así, debemos darnos cuenta de que hay un campo que puede producir una cosecha por ciento, sesenta o treinta.
El cuarto campo: la tierra buena
¿Qué tipo de campo creen que es la tierra buena de la que habla el pasaje de las Escrituras? Jesús dijo que las semillas de vida cayeron en tierra buena, y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta.
¿Quiere esto decir que el que uno sea un campo bueno o malo estaba determinado desde su nacimiento? No. No se nace siendo un campo bueno, mientras que otros nacen siendo pedregales o campos espinosos.
La tierra buena de la que habla la Biblia se refiere a los corazones de los que tienen fe en Su Palabra. No podían haber tenido esta fe desde su nacimiento. En cambio, su fe en el verdadero Evangelio se reforzó cuando reconocieron haber sido como el borde del camino, y pedregales y caminos espinosos. Llegaron a tener corazones limpios de maldad al poner su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Debemos darnos cuenta de que todo el mundo nace como pecador y muere como pecador. Por supuesto, puede haber diferencias en el comportamiento de cada individuo, pero con respecto a su naturaleza fundamental, todos los humanos somos iguales, y nadie puede evitar nacer como el borde del camino, el pedregal y el campo espinoso. Por tanto, todos nacimos como pecadores, y como tales, todos debemos nacer de nuevo creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Es absolutamente indispensable que se den cuenta que sólo los que creen el Evangelio del agua y el Espíritu pueden convertirse en la buena tierra. Dicho de otra manera, cuando podemos nuestra fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu podemos convertirnos en la tierra buena, que es un corazón que desea seguir a Dios confiando en Su Palabra.
El Señor ha borrado todos nuestros pecados de una vez por todas, y nos hemos convertido en hijos de Dios al creer en esta Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Sin embargo, algunos de entre nosotros dudan de su salvación, pensando que no han sido salvados de sus pecados. Ellos proclaman su fe en el verdadero Evangelio, la Iglesia de Dios y en ser Sus hijos, pero cuando la duda sacude su fe débil, llegan a pensar que no son el pueblo de Dios, ni los justos.
Entre los que han entrado en la Iglesia de Dios, si alguien piensa así y duda su propia salvación del pecado, aunque haya escuchado la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu predicada por la Iglesia de Dios, esto sólo significa que todavía tiene muchos problemas con su fe. No es ninguna exageración decir que esta persona todavía tiene que convertirse en la tierra buena, y que todavía es un pedregal o un campo espinoso. Esto se debe a que no admitió su maldad antes de poner su fe en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
La salvación de los pecados depende de que uno reconozca su maldad y crea en el Evangelio del agua y el Espíritu. La remisión de los pecados depende de esto. Pero si alguien piensa: «No puedo decírselo a nadie, pero creo que algo no va bien en mi salvación», entonces esta persona sigue siendo un pedregal. Por eso debe admitir su propia maldad.
¿Saben cuándo podemos ser salvados de nuestros pecados? Cuando reconocemos nuestra maldad y nos aferramos sinceramente a la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos ha dado podemos ser librados de nuestros pecados. Cuando creemos en la Palabra de Dios con nuestros corazones y lo confesamos con nuestros labios, podemos ser justos y recibir nuestra salvación. Si alguien cree en la Palabra de Dios de todo corazón, admitirá su maldad y se aferrará al Evangelio del agua y el Espíritu, y así será salvado de sus pecados.
Antes, habíamos vivido nuestras vidas religiosas, y no conocíamos nuestra naturaleza malvada. No nos habíamos dado cuenta de que estábamos destinados al infierno de acuerdo con la Ley de Dios. Por tanto, tuvimos que reconocer primero esta Ley de Dios que declara que el precio del pecado es la muerte, y poner nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu para ser salvados de todos nuestros pecados.
Todos debemos confesar nuestras debilidades ante Dios: «Señor, he sido muy malvado y corrupto. Antes, había vivido una vida religiosa, creyendo en cualquier cosa como si fuera mi dios. Tenía muchos deseos carnales; mi carne era tan malvada que no podía seguirte, y mi corazón estaba lleno de montones de pecados sin confesar. Era tan malvado que no podía aceptar mi propia maldad. Pero a pesar de ello, Señor, Tú viniste a este mundo encarnado en un hombre para salvarme de mis pecados, y para hacerlo, tomaste todos los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan. Y no sólo esto, sino que llevaste esos pecados a la Cruz, moriste en ella y Te levantaste de entre los muertos. Al hacer todo esto por mí, Me has salvado para siempre de mis pecados».
«Señor, aunque soy insuficiente ante Ti, creo que Me has salvado de todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Querido Dios, no era más que estos tres campos: el borde del camino, el pedregal y el campo espinoso, y no podía evitar estar maldito. Pensé que no era tan malo, pero ahora conozco mi naturaleza malvada completamente. Ahora, admito ante Ti que soy un gusano impuro y sin ningún valor. Pero aún así, Señor, Tú viniste a este mundo por mí, borraste mis pecados y me hiciste hijo de Dios. Pongo toda mi fe en esto y te doy gracias. Me has salvado de todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Señor, creo en la salvación que me has dado».
Nuestra fe debe ser así. Así nos hemos convertido en la buena tierra. Nadie nació siendo tierra buena. Todos nacimos como pedregales, campos espinosos y bordes del camino, como semillas del mal. Nadie de entre nosotros, ni uno sólo, nació siendo buena tierra. Nos hemos convertido en buena tierra gracias al Señor porque Él nos ha convertido en buena tierra con la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu tras haber arado el campo de nuestros corazones.
Nuestro Señor dijo que salió a sembrar Sus semillas, había cuatro tipos diferentes de campos, pero no dijo que había campos que fueran buenos inherentemente. Para convertirnos en buena tierra ante Dios debemos reconocer que en nuestros corazones hay tres elementos de los malos campos, y debemos aceptar el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones. El que admite ser un mal campo se convertirá en buena tierra y dará el fruto de la salvación ante Dios.
Esta buena tierra puede aceptar la semilla de Dios como un niño, diciendo: «Señor, ¿dices que tomaste mis pecados al ser bautizado? Gracias, Señor. ¿Cargaste con los pecados del mundo y moriste en la Cruz por mí? Gracias. ¿Te levantaste de entre los muertos por mí? Gracias, Señor». Si Dios mismo nos dice que nos salvó de este modo, todo lo que debemos hacer es darle las gracias una y otra vez, y creer lo que nos dice. Así podemos convertirnos en buena tierra. ¿Lo entienden?
Mientras vivimos nuestras vidas religiosas, a veces fuimos como el borde del camino, pedregales y campos espinosos. Pero al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu nos convertimos en buena tierra. Cuando éramos como el borde del camino, el pedregal y el campo espinoso, Dios sembró la semilla del Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones. Así nos llegó la remisión de los pecados en nuestros corazones. Cuando encontramos el Evangelio del agua y el Espíritu, experimentamos la remisión de los pecados en nuestros corazones. A partir de entonces hemos podido comprender la Palabra de Dios cuando la escuchamos. La voz de la salvación que limpia nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu reside en nuestros corazones.
Los corazones de los campos pedregosos y espinosos son así: «Tengo demasiados deseos carnales para poder seguir con mi vida de fe». Tener esta fe es levantarse contra Dios. Por tanto, debemos hacer la siguiente confesión de fe: «Señor, aunque soy malvado, Me has salvado de mi maldad. La Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Me has dado es verdadera. Ahora, soy una nueva criatura; lo viejo pasó, se ha hecho nuevo (2 Corintios 5, 17). Aunque soy insuficiente, todas estas bendiciones Me las has dado Tú, porque eres mi salvador».
Sólo cuando tenemos este tipo de fe podemos decir que hemos sido librados de nuestros pecados completamente. Los que tienen esta fe son la gente de la buena tierra que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. Sólo los que creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu pueden vivir vidas consagradas en este mundo, y vencer las debilidades con la fe y seguir al Señor. ¿Por qué? Porque saben que soy insuficientes. Al creer en que Jesús le salvó de toda su maldad con el Evangelio del agua y el Espíritu, se han hecho perfectos mediante esta fe.
Antes, nuestra fe no estaba ni de lado de Dios, ni de lado del mundo, sino en el límite. Sin embargo, cuando nos conocimos a nosotros mismos no podíamos dejar de dar gracias al Señor por salvarnos de todos los pecados del mundo a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y nuestros corazones se volvieron de Su parte. Aunque habíamos seguido los deseos de este mundo, cuando descubrimos que estábamos yendo hacia la destrucción por nuestros pecados, creímos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, y así fuimos salvados de nuestros pecados. Y ahora reconocemos que debemos unirnos a la Iglesia de Dios y servir al Evangelio durante el resto de nuestras vidas.
Debemos dejar nuestras vidas religiosas y creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu
Cuando sus corazones eran como el borde del camino, conocieron el Evangelio del agua y el Espíritu, y como este Evangelio parecía verdadero, dijeron que creían en él. ¿Pero que pasó entonces? Al pasar el tiempo, ¿no devoraron los pájaros las semillas de este Evangelio que estaban sembradas en ustedes? Aunque parezca que conocen el Evangelio del agua y el Espíritu, no tienen fe en él, ni tienen al Espíritu Santo. En otras palabras, incluso los que no tienen el Espíritu Santo se han convertido en cristianos que dicen creer en Jesús como su Salvador, por lo menos en apariencia.
Por eso nuestro Señor contó esta parábola. Al principio, éramos como el borde del camino, como el pedregal y el campo espinoso, y sólo cuando nos convertimos en buena tierra pudimos dar cosechas en sesenta, treinta y ciento. La buena tierra es el corazón que ha aceptado la Palabra de Dios al admitir que se ha sido estos tres tipos de campos. Cuando admitimos la condición de nuestros corazones y creemos que Dios nos ha salvado con el Evangelio del agua y el Espíritu, los campos de nuestro corazón se convierten en buena tierra. Sólo estos buenos campos pertenecen a Dios y dan la cosecha espiritual en ciento, sesenta y treinta, por lo menos.
Si creyeron en el Evangelio del agua y el Espíritu mientras mantenían su corazón como el borde del camino, se habrán convertido en practicantes de la religión por ahora. Esto se debe a que no tenían la Palabra de Dios del agua y el Espíritu en sus corazones. ¿Qué deben hacer entonces? Deben escuchar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu una vez más y admitir ante Dios que han sido grandes pecadores.
Si alguno de nosotros hubiera aceptado el verdadero Evangelio sin renunciar a su anterior religión, debe creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de nuevo. Primero debe darse cuenta de que la fe religiosa que ha tenido estaba equivocada. Por ejemplo, el budismo enseña a sus seguidores a hacer buenas obras, cosa que parece razonable. El confucionismo, por otra parte, parece particularmente adecuado para tratar las relaciones humanas. Así que algunos de ustedes pueden haber creído en uno de estas doctrinas. Pero como Dios dice que esta no es su salvación, se dan cuenta de que deben creer en Jesús para ser salvados de sus pecados. Si abandonan su religión anterior y empiezan a creer en Jesús, serán como el borde del camino, el pedregal o el campo espinoso.
Una vez que sus corazones se conviertan en un pedregal, deben cambiarlos con la Ley de Dios para convertirlos en una buena tierra. Con la Ley, Dios revela todos los pecados de la humanidad con toda claridad. Sin embargo, la gente no reconoce lo pecadores que son ante la Ley. Deben admitir que son pecadores, pero no reconocen ni creen que están destinados al infierno por sus pecados. Dicho de otra manera, sólo alcanzaron un conocimiento superficial de sus pecados y aceptaron a Dios superficialmente.
Pero al vivir sus vidas, se dan cuenta de que todavía pecan. Y como no pueden aceptarse a sí mismos, se convierten en practicantes de la religión hipócritas. Estos pueden decir: «Creo en el Evangelio del agua y el Espíritu con el corazón. Y quiero seguir al Señor. Y de hecho le sigo».
Pero, ¿cuál es la realidad? Como sus corazones no reconocen la Palabra de Dios dicen que creen y nada más. Pero al final, acaban convirtiéndose en hipócritas. Como sus corazones rechazan la dirección de la Palabra de Dios y se levantan contra ella, acaban convirtiéndose en practicantes de la religión. Ellos fingen creer en el Señor y seguirle, pero como sus corazones no están de acuerdo con Su Palabra, no pueden seguirle con fe. Debido a que la gente no cree en la Palabra del Señor con sus corazones no han sido librados de sus pecados y perecen.
Mis queridos hermanos, al vivir su fe, a veces sus corazones se endurecen. ¿Son como el borde del camino? ¿O como el pedregal? ¿O acaso como el campo espinoso? El borde del camino es peor que el pedregal. El pedregal por lo menos aceptó la Palabra de Dios, pero las semillas no fueron sembradas en el borde del camino, sino que fueron devoradas por los pájaros.
Si sus corazones son como el borde del camino, deben arrepentirse y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por lo menos, el pedregal tiene tierra y las semillas se pueden sembrar. En estos campos pedregosos, al haber tierra entra las piedras, cuando las semillas caen, la lluvia llega y el sol sale y las semillas germinan. Esto significa que el pedregal al menos cree. Significa que algunos cristianos han creído en el Evangelio del agua y el Espíritu, aunque no hayan reconocido su maldad.
Dicho de otra manera, como sus corazones no podrían admitir el hecho de que eran malvados, el Evangelio del agua y el Espíritu no se pudo sembrar en sus corazones. Los pedregales implican el estado de aquellos corazones de los que no aceptan ser pilas de pecados. Como resultado, no obedecen la Palabra de Dios y Su dirección, y como consecuencia dejan a Dios. Pero aún así, tienen malos pensamientos, y se preguntan: «¿Quién se atreve a condenarnos por no ser hijos de Dios? Nosotros también creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu».
Sin embargo, no han sido salvados. Mis queridos hermanos, deben admitir su maldad ante Dios cuanto antes posible. Deben admitir claramente que son semillas impuras, que son las semillas del mal. Sólo entonces el Evangelio del agua y el Espíritu será sembrado en sus corazones.
En el campo espinoso también se plantó el Evangelio del agua y el Espíritu y los brotes de vida germinaron. Pero las espinas cubrieron los brotes, taparon el sol y los brotes se secaron.
Esto nos dice que si tenemos demasiados deseos carnales no podemos unirnos a la Iglesia de Dios, ni con nuestros hermanos y hermanas y los siervos de Dios. Sus deseos carnales, sus propias pasiones, cubrieron sus almas y mataron su joven fe. Cuando esta gente muere espiritualmente, se pregunta: «No entiendo por qué mi fe se secó cuando creía en el Evangelio del agua y el Espíritu».
Si sus corazones dudan de su salvación, deben vencer estas dudas reafirmando y aferrándose a la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Los que han sido salvados de sus pecados son la gente de fe que creyó que el Señor aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista. Esta fe puede ser completada por nuestra confesión de fe que profesa: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Mateo 16, 16). Cuando el Apóstol Pedro confesó esto, quiso decir: «Señor, aunque soy una pila de pecados, creo que Me has salvado de todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. De ahora en adelante, eres mi Maestro. Eres el Dios que me creó, el Salvador que me salvó del pecado, y mi Dios».
Los que han sido salvados de sus pecados reconocen completamente su maldad y la bondad del Evangelio del agua y el Espíritu. Al admitir su maldad, también creen que Dios ha salvado a todos los seres humanos como ellos de sus pecados y les ha dado nueva vida. Cuando reconocemos que el Señor nos ha salvado de nuestros pecados al tomar sobre Sí mismo nuestros pecados en Su bautismo, y al ser condenado por nosotros en la Cruz, recibimos la remisión de nuestros pecados con fe. Entonces reconocemos que el Señor se ha convertido en el verdadero Salvador para la gente como nosotros y nos ha salvado a todos los que le aceptamos como nuestro Señor y somos uno en Él. Aunque nuestra carne es débil todavía, el Señor nos ha librado de nuestros pecados. Esta fe nos permite servirle, seguirle y vivir con Él y morir con Él.
En Lucas 15 podemos ver las tres parábolas de la oveja descarriada, de la moneda perdida y del hijo pródigo. Lo que estas parábolas implican es que habíamos perdido a nuestro Maestro. Pero ustedes y yo hemos encontrado a nuestro Maestro. Lo que es más, este Maestro es un buen Maestro. Él es el Señor que nos creó; que vino cuando caímos en pecados engañados por el Diablo y nos convertimos en seres despreciables; y que limpió nuestros pecados, nos dio la salvación, nos acogió en Sus brazos y nos bendijo para vivir con Él por siempre. Este Maestro es el que nos hemos encontrado ustedes y yo.
Mis queridos hermanos, en nuestras vidas de fe a veces es difícil unirse con el Señor y Su Iglesia aunque nuestros corazones lo deseen. En estos momentos, debemos reconocer el Evangelio del agua y el Espíritu y toda la Palabra de Dios: debemos admitir todos nuestros pecados cuando la Ley los señala como pecados; debemos admitir que somos pilas de pecados que nacieron con esos pecados; debemos asentir a la afirmación de la Ley que dice: «La paga del pecado es muerte»; debemos reconocer que Jesucristo tomó todos nuestros pecados de una vez por todas al ser bautizado; debemos aceptar que llevó esos pecados a la Cruz, murió en ella, y se levantó de entre los muertos; y debemos reconocer que Jesucristo es nuestro Salvador. Si admitimos todo esto, habremos sido salvados.
Sin embargo, lo que es importante es el estado de su corazón cuando escucharon la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, si era como el borde del camino, el pedregal o el campo espinoso. Su fe no durará mucho si no araron el campo malo con la Palabra de Dios antes de que creyeran en el verdadero Evangelio. Aunque algunos de nosotros escucharan el Evangelio del agua y el Espíritu en esas condiciones, hay todavía muchos casos de gente que fue perfeccionada más tarde cuando escucharon la Palabra una y otra vez. Por eso la mayoría de la gente se salva después de un tiempo desde la primera vez que escucharon el Evangelio. Si este es su caso, son afortunados.
Si alguien aceptó el Evangelio del agua y el Espíritu sin arar la mala condición de su corazón, su salvación no estará completa en realidad, sino que sólo está en sus pensamientos. Dicho de otra manera, si alguien no aceptó la Verdad del Evangelio correctamente en el centro de su corazón, sino que sólo la aceptó de manera intelectual y teórica, no ha sido salvado todavía, por mucho que profese su fe en el Evangelio con sus labios. Si esta persona ha mantenido esta condición espiritual, examinando sus frutos puede darse cuenta de la situación errónea de su fe.
Los que no han sido salvados completamente no pueden dar buen fruto. A parte de la buena tierra, los otros tres campos no pueden unirse al Señor ni obedecerle. Esta gente odia obedecer la voluntad de Dios y de Su Iglesia, y les parece difícil hacerlo.
Si esto les sucede a ustedes, puede que se asombren de su desobediencia y digan: «¡Oh Dios mío! ¿Significa esto que no he sido salvado?». Pero les pido que no se alboroten. Cada vez que pensamos esto, ustedes y yo debemos reafirmar y admitir la Palabra de Dios entera: debemos admitir que nuestra naturaleza fundamental no reconoce la Palabra de Dios, sino que la desobedece, es malvada y es una pila de pecados. Debemos admitir ante el Señor que hemos pecado, pero al mismo tiempo, debemos recordar que el Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
No debemos sólo entender esta Verdad de que el Señor nos ha salvado con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu, en un plano teórico, sino que debemos aceptarla y creer en ella de todo corazón. Es útil visitar el lugar donde el Señor fue bautizado por Juan el Bautista. Podría ser más útil abrir la Biblia y leer el pasaje de Mateo 3, 13-17 palabra por palabra. Al hacerlo podrán reafirmar la Verdad de que Jesús fue bautizado y todos nuestros pecados se pasaron a Él.
Deben confirmar el hecho de que Jesús cargó con nuestros pecados, reafirmando el testimonio de Juan que dice: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). Y también deben confirmar la verdad de que Jesús llevó los pecados del mundo a la Cruz y fue crucificado para morir allí, como dijo entonces: «Consumado es» (Juan 19, 30). Al reafirmar la Verdad en detalle una y otra vez, podrán tener una fe más fuerte en la Verdad que ha cumplido toda Justicia.
Si reafirmamos la Verdad en detalle todo lo que necesitamos, podemos convertirnos en hijos de Dios con fe. Este es el corazón que se une a Jesucristo.
Así, cuando examinamos nuestros corazones para ver si creemos o no en el Evangelio del agua y el Espíritu, podemos darnos cuenta de qué tipo de campos son nuestros corazones. Si vemos que no podemos dar buenos frutos espirituales aunque queramos, debemos poner nuestra fe en la Palabra de Dios una vez más. Debemos aferrarnos a la Palabra de Dios en nuestros corazones, creer en ella y reconocerla; debemos admitir los pecados de nuestros corazones y nuestros pecados personales, y debemos reconocer también que somos las semillas del pecado destinadas al infierno por nuestros pecados. Además debemos reconocer que el Señor vino a nosotros y nos ha salvado de todos nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando reconocemos toda la Palabra de Dios, nuestra fe tendrá raíces sanas y tendremos la fe que nos salva de nuestros pecados.
¿Hay alguien de entre nosotros que haya vivido esta vida de fe durante mucho tiempo y duda cada vez más de su fe? Si son así, deben reconocer toda la Palabra de Dios cuanto antes posible, diciendo: «Acepté el Evangelio mientras mi corazón era como el borde del camino, el pedregal y el campo espinoso, pero aún así el Señor me ha salvado». Si admiten de todo corazón ante Dios que son grandes pecadores que merecen ir al infierno, y ponen su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu de nuevo, el Señor les recibirá como hijos de Dios.
Está escrito en la Biblia: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1, 12). Si creen en la Palabra de Dios, sus almas serán salvadas de todos sus pecados. Aunque sean insuficientes en sus acciones, si admiten su maldad y creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, Dios les dará la habilidad de vivir de la fe.
Básicamente, hemos sido seres sin ningún valor como los tres campos malos, pero el Señor nos ha dado la Palabra espiritual del Cielo, nuevo poder, y fe santa. Al darnos estos pensamientos y corazones nos ha permitido hacer Su obra santa, y nos ha permitido vivir según la voluntad de Dios. Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, Él nos da fe para obedecer, y como el Espíritu Santo vive en nuestros corazones y obra en nuestras vidas, Él nos guía en el camino de la Justicia. Así es como Dios nos bendice y obra en nosotros.
Mis queridos hermanos, ¿quién es nuestro sembrador? El Señor. Cuando nuestro Señor vino a la tierra a salvarnos de nuestros pecados con el agua y el Espíritu, ¿no lo cumplió todo? Él lo cumplió todo.
Cuando nuestro Señor completó nuestra salvación, ¿creímos en esto cuando creíamos en Él la primera vez? Nuestros corazones eran de la religión entonces. Yo mismo cambié de religión una y otra ves. Todos hemos tenido más de una religión durante nuestras vidas.
Cada grupo étnico tiene sus propias religiones. Es más, la tendencia cultural de hoy en día es de convertirnos en una sociedad multiétnica, mucha gente está acostumbrada a identificarse con dos o tres religiones a la vez. Por ejemplo, en mi país, Corea, muchos cristianos todavía visitan chamanes o templos budistas para saber su futuro cuando pasan por una crisis en sus vidas. La gente cree en varias religiones. Algunos acaban teniendo más de 10.
Ustedes y yo debemos admitir que aunque hayamos sido así, el Señor nos ha salvado con el Evangelio del agua y el Espíritu. Desafortunadamente, hay gente que dice creer, aunque todavía quedan en ellos vestigios de otras religiones seculares. En otras palabras, hay un cierto tipo de gente que piensa que cree en Dios, aunque la Palabra de Dios no esté en ellos, porque no se aferraron a esta Palabra ni creyeron en ella en sus corazones. Esto es una tragedia. Esto les resulta tan difícil de conseguir porque intentar seguir al Señor aunque siguen en esta situación.
Sin embargo, todo el mundo pasa por este proceso hasta que uno llega a ser salvado completamente por el Evangelio del agua y el Espíritu. Como la buena tierra aceptó ser como el borde del camino, el pedregal y el campo espinoso, cuando el sembrador vino y plantó semillas, aceptaron las semillas y por esto, y mediante la Palabra de Dios, se convirtieron en la buena tierra y en hijos de Dios. A no ser que admitamos nuestra maldad y aceptemos las semillas, es completamente inútil. Por muy buena que la tierra sea, si no hay semilla, no hay obra de vida.
Todos debemos admitir tan a menudo como podamos: «He sido así de malvado, pero el Señor me ha salvado de todos mis pecados». En este momento, quien admita su malvada naturaleza y acepte la semilla de la vida en sus corazones, podrá convertirse en la buena tierra y en hijo de Dios. Por muy buena que el campo de nuestro corazón sea, si no aceptamos la semilla de la vida, nuestra fe es en vano. Debemos aceptar la Palabra de Dios como la Verdad. También debemos aceptar la Palabra de la Ley, sobre la condena del pecado y sobre la Justicia de Dios. Si aceptamos en nuestros corazones el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, estaremos sin pecado ante Él. Mediante la fe nos convertimos en hijos de Dios, el pueblo de Su Reino, y los obreros de Su justicia que dan los frutos de su Justicia.
Antes de conocer este Evangelio del agua y el Espíritu, había vivido una vida religiosa. Incluso después de nacer de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, me preocupaba por mi futuro y mi identidad religiosa, es decir, por si tenía que dejar el cristianismo mundano o no. Dicho de otra manera, hubo veces en que yo también tuve pensamientos estúpidos, pensando que hubiera tenido éxito en este mundo si me hubiera quedado en la confesión en la que estaba. ¿No era este corazón como el campo espinoso?
Pero el Señor me ha sostenido con el poderoso Evangelio del agua y el Espíritu para que no perdiera este camino justo y muriera. He confirmado mi fe una y otra vez: «Señor, eres Dios y mi Maestro. Para salvarme, mi Señor vino a la tierra, tomó todos mis pecados al ser bautizado, murió por mí y se levantó de entre los muertos. Tú, mi Señor que me has salvado, eres mi verdadero Maestro. Eres mi Salvador». Al creer de esta manera, mi fe aumentó y se hizo completa, y la Palabra de Dios me sostuvo para no ser agitado o para no tropezar aunque alguien viniera y predicara un falso evangelio que fuera similar.
Mis queridos hermanos, al seguir con nuestras vidas de fe, hubo veces en las que no fuimos buena tierra, sino campos que no eran aprobados por Dios. El ser llamados hijos de Dios a pesar de todo es gracias a la Palabra de Dios. Se debe a la Palabra del Evangelio de Dios y también Su Palabra sobre los pecados y sobre la Ley. Al reconocer toda Su Palabra, Dios ha podido obrar en nuestras vidas, hacernos Sus hijos y utilizarnos como Sus instrumentos de justicia, y construir Su Reino eterno a través de nosotros.
Al vivir mi fe, cuando veo a mis compañeros ministros o a mis hermanos y hermanas que creen que están firmes, me viene a la mente lo siguiente: «¿Por qué creen que lo saben todo sobre la Palabra de Dios? ¿Por qué creen que la Palabra de Dios se ha cumplido en ellos? No entiendo por qué piensan así, cuando hay tanto que no saben sobre sí mismos. En mi propio caso, he visto muchas de mis faltas que todavía no puedo admitir desde el fondo de mi corazón. Por supuesto, fueron borradas de una vez al creer en el verdadero Evangelio. Eso está claro, pero aún así, ¿por qué no saben que lleva tiempo dar frutos espirituales abundantes por la fe?».
Para que nuestros corazones den nueva vida como fruto, debemos crecer, dar frutos, y estos frutos deben madurar. Debemos ser así, y por alguna razón muchos de nuestros hermanos creyentes piensan que ya han madurado y, por tanto, viven vidas de fe teóricamente. Eso me parte el corazón.
Mis queridos hermanos, su salvación se consigue de una sola vez cuado escuchan y creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, pero alimentar sus almas no se consigue de una sola vez. Por eso he empezado a escribir libros para sustentar sus almas: las series de crecimiento espiritual; tras haber publicado 10 títulos de mis series sobre el Evangelio. Acabo de terminar el segundo volumen sobre el Tabernáculo y me dije a mí mismo: «Por fin he explicado la base de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, aunque no es suficiente». Les pido a ustedes, a los santos nacidos de nuevo, que rebajen sus corazones y se alimenten constantemente de la Palabra de Dios, para no perecer.
Sin embargo, hay gente que se atreve a afirmar que la Palabra de Dios se ha cumplido en ellos. Incluso se atreven a decir que no tienen ninguna falta ante los demás. ¿Es esto posible? Por supuesto que no.
Tras recibir la remisión de los pecados, nos avergonzamos de nosotros ante los demás. Pensábamos que no cometeríamos actos vergonzosos, pero como somos humanos, acabamos cometiendo muchos actos vergonzosos. Antes de nacer de nuevo, no sabíamos lo malvados e insuficientes que éramos, pero ahora, cuando nuestra naturaleza se revela, nos damos cuenta de lo malvados que somos y hay muchas cosas de las que avergonzarse. Esperábamos que nuestra naturaleza no fuera revelada, pero entonces viene la pena y la desilusión. ¿No es así? Por supuesto que sí.
Cuando nos encontramos con nuestros compañeros ministros de vez en cuando, cantamos canciones juntos o jugamos al fútbol para relajarnos del estrés. Cuando hacemos esto, estamos tan contentos que no podemos controlarnos. A veces, incluso discutíamos por cosas insignificantes cuando estábamos jugando al fútbol. Nosotros también tenemos una parte carnal en nosotros, y también una parte de pecado, no reconocemos completamente la Palabra de Dios, perseguimos cosas de este mundo, y todo lo demás. Aún así, a través del Evangelio del agua y el Espíritu, nuestro Señor tomó todos nuestros pecados, fue condenado por ellos, se levantó de entre los muertos y nos ha salvado. Al unir nuestros corazones con la Verdad del Evangelio, hemos sido salvados con la fe.
Mis queridos hermanos, cuando escuchen la Palabra de Dios, reconozcan su malvad y sus pecados, y recibirán el juicio de Dios por sus pecados. Cuando los ministros predican la Palabra de Dios, ¿qué porcentaje reconocen y aceptan con fe? Puede que la entiendan bien, pero mi pregunta no se refiere al entendimiento intelectual, sino cuánto reconocen con sus corazones.
Generalmente, la mayoría de la gente no reconoce ni un 5 por ciento de lo que escucha. Los que han madurado espiritualmente a través de sus vidas de fe, la profundidad de su fe ha incrementado, y por eso reconocen un 10 por ciento, o a veces un 20 por ciento. Pero creo que no es fácil que pasen del 50 por ciento. Si alguien pasa del 50 por ciento, no necesita ningún maestro. Es una proeza para la gente normal reconocer un 5 por ciento de la Palabra de Dios. Reconocen este porcentaje cuando el sermón es muy largo. Si es corto, digamos que admiten menos de un 1 por ciento, o un 0,00001 por ciento. Cuando el sermón es largo, puede que sea difícil mantener la concentración, pero aún así escuchan la Palabra, y admiten una cantidad pequeña. Cuando estas pequeñas cantidades se acumulan, se convierten en frutos, y así sale la obra de vida en los corazones de los santos.
Por eso no debemos perdernos estas reuniones en la iglesia, y por eso debemos reunirnos y tener hermandad los unos con los otros. No piensen: «No quiero tener hermandad con esta gente baja. Yo soy diferente». La gente normal tiene buenas cualidades humanas. Si todos estuviéramos solos, no nos descubriríamos a nosotros mismos, pero si estamos juntos, es más fácil conocernos. Así que es un gran gozo para nosotros escuchar los testimonios de unos y otros en nuestra hermandad.
A través de la parábola del sembrador, nuestro Señor nos dice que ha salvado a esta gente malvada como nosotros de todos sus pecados. ¿Entienden esto ahora? En vez de complacerse con su confianza en sí mismos, deberían examinarse. No caigan en la autocomplacencia, sino que aprovechen esta oportunidad para examinarse a sí mismos.
Si les digo: «Deben escuchar el Evangelio detalladamente otra vez», entonces algunos de ustedes se ofenderán, pensando: «¿Qué piensa de mí? He vivido con fe durante 10 años y aún así me subestima». Si son así, su corazón es todavía uno de los campos malos. Cuando un predicador del Evangelio predica, primero enseña a los oyentes sobre la maldad y el pecado de sus corazones a través de la Biblia. Así pueden verse a ustedes mismos mientras escuchan el Evangelio del agua y el Espíritu. Para que sus almas se beneficien, deben verse a sí mismos tanto como puedan, y deben escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu tan a menudo como les sea posible. ¿Ha sido su amor propio herido en la Iglesia de Dios? ¿Creen que son hombres de amor propio atormentados por ello? Si es así, su corazón no es todavía tierra buena, y deben arar su corazón en profundidad para reconocer su existencia real.
Cuando predico, me siento más entusiasmado y más cansado cuando predico el Evangelio del agua y el Espíritu. Es más fácil predicar otros asuntos en la Biblia que predicar el Evangelio. Los puedo hacer poniendo una voz suave. Pero cuando predico el Evangelio del agua y el Espíritu, tengo que revelar mis insuficiencias. Si digo que sólo ustedes son malvados, no lo aceptarían, pero si digo que yo también soy malvado, es más fácil para ustedes aceptar mis enseñanzas. Por eso los ministros se exponen a sí mismos con todo detalle cuando predican el Evangelio del agua y el Espíritu. Algunos me dirían: «Reverendo, le agradecería que no fuera así», pero tengo un objetivo por el que me expongo de esta manera. Y aunque no hubiera ningún objetivo, yo soy así. Nuestro Dios que siembra semillas es verdadero, y si Él siembra, debemos aceptar Sus semillas. Si la Palabra de Dios dice: «Tú eres así», entonces todos debemos reconocerlo y aceptarlo.
Nuestro Señor nos dijo: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10, 12). Hay mucha gente que ha sido salvada de sus pecados, pero al mismo tiempo, hay mucha gente que no reconoce sus insuficiencias en la Iglesia. Se asombran de sí mismos cuando se revelan sus insuficiencias e intentan defenderse por sus errores. Si ustedes son así, no escondan sus insuficiencias ante la Iglesia de Dios, ni intenten considerarlas como errores que no deberían haber cometido. Cuando sus insuficiencias se revelan, deben creer que Dios las permitió para que reconocieran la bondad de Su Palabra. Podría haberlos hecho perfectos cuando nacieron de nuevo, pero les dejó con sus insuficiencias, para que pudieran darse cuenta de la Palabra de Dios a través de sus experiencias concretas, porque de lo contrario no la hubieran reconocido.
Puede que parezca piadoso y espiritual cuando predico la Palabra de Dios. Pero cuando bajo del púlpito, soy como ustedes. De alguna manera, soy peor que ustedes. Últimamente no he sido demasiado fuerte, y lo que es peor, he estado luchando con varios problemas de salud. Como he dicho antes, esto me ha hecho demasiado sensible. Pero mi mal genio es propio de mi carácter y no se debe totalmente a mis circunstancias.
Mis queridos hermanos, por favor tengan fe en la Palabra de Dios. Admítanlo y cuando la semilla de Dios caiga sobre ustedes, reconózcanla y admítanla. Aunque hayamos sido salvados de nuestros pecados, hay todavía mucho en la Palabra de Dios que debemos reconocer. Esto se aplica a todos nosotros, a mí, a ustedes, a nuestras madres y a nuestros jóvenes estudiantes. ¿No hay mucho que todo nosotros debemos admitir sobre nuestras insuficiencias? Por supuesto que sí. Aunque seamos insuficientes, el Señor nos ha salvado con el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, todo lo que debemos hacer es reconocer quiénes somos, es decir, nuestras insuficiencias y reafirmar la Verdad del Evangelio todos los días.
Doy gracias a nuestro Señor. Él dijo que las semillas que cayeron en la tierra buena produjeron una cosecha de ciento, sesenta y treinta. Nos dijo que el que tuviera oídos que oyera.