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Sermones

Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 15] Dios nos ha dado bendiciones infinitas (Mateo 15, 32-39)

Dios nos ha dado bendiciones infinitas(Mateo 15, 32-39)
«Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande? Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos. Y mandó a la multitud que se recostase en tierra. Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Entonces, despedida la gente, entró en la barca, y vino a la región de Magdala».
 

Cuando nos centramos en la última parte del pasaje de hoy, vemos cómo abunda la gracia que Dios nos ha dado a la humanidad. La gran multitud que seguía a Jesucristo no había comido durante tres días, y tenía mucho hambre. Está escrito que Jesús, al verlos, tuvo compasión y dijo: «No quiero dejar que se vayan hambrientos, no sea que se desmayen por el camino». Entonces bendijo los panes y los peces y se los pasó a la multitud; todos se llenaron y aún así quedaron 7 cestas de sobras. Jesús alimentó a más de 4000 hombres, más las mujeres y los niños.
El que hubiera sobras significa que la gracia de Dios nunca se acaba. ¿No creen que es maravilloso que hubiese suficiente comida para llenar siete cestas después de haber alimentado a 4000 hombres, sin contar mujeres y niños? Dios bendijo una comida que constaba de unos pocos panes y peces y la compartió con la multitud, y aún así quedaron siete cestas, después de haber alimentado a 4000 hombres, más niños y mujeres. Esto nos dice que la gracia de Dios es infinita y eterna. Subraya lo importante que es tener fe en Dios. La gracia de Dios es maravillosa. Si no fuera así, sería imposible no desmayarnos. 
 


Dios es perfecto

 
En las Escrituras, el número siete simboliza la perfección, la divinidad. Dios da Su gracia a Su pueblo hambriento. Como hemos visto en el pasaje de hoy, no hay duda de que Dios tiene una gracia infinita. El Señor quiere que creamos en Su perfección y Su gracia abundante.
Entonces, ¿por qué tipo de fe debemos vivir? En vez de vivir según las circunstancias, debemos pedirle a Dios más gracia cada día, creer en Él, desear Su amor más, y vivir en Su amor. Entonces debemos reafirmar nuestra fe en Dios más todavía, y vivir creyendo en Él. Deben darse cuenta, desde el fondo de sus corazones, de que el amor de Dios es infinito. Aunque hemos oído decir a muchas personas: «Dios es grande. Dios es amor», lo que de verdad Dios quiere es que nos demos cuenta de que nos ha dado Su gracia abundante. Cuando entendemos la gracia infinita de Dios y creemos en ella, podemos pasar de un estado de fe bajo que sigue nuestras circunstancias y situaciones, a un estado de fe más fuerte. 
¿Acaso no creen en Dios en su propio nivel y le siguen según sus deseos? ¿No han sido engañados por las doctrinas legalistas cristinas? Si han evaluado su vida de fe, basándose en sus propios estándares, y han quedado insatisfechos o atormentados según este resultado, ahora deben moverse de su fe a la perfecta fe, sin límites de Dios.
Si creemos en Dios, podemos vivir en Su amor infinito, porque Su amor no tiene límites. Les pido que crean en este Dios. Deben reconocer que están tan preocupados por sus problemas porque no tienen suficiente fe en Dios. Cuando no tenemos fe en la gracia infinita de Dios, nuestros corazones se llenan de desaliento. A veces pensamos que Dios no conoce nuestro sufrimiento y por eso nos atamos al sufrimiento. Por eso sufrimos en nuestras vidas de fe como si fuésemos los únicos que sufrimos. Sin embargo, aún cuando sentimos que Dios nos ha abandonado en nuestros problemas y dolor, Él todavía nos conoce y nos da Su amor infinito. Por tanto, cuando sufrimos y pasamos por dificultades, tenemos aún más razón para volver a Dios, quien nos da Su gracia infinita. Incluso hoy en día, este Dios nos está pidiendo: «Confiad en Mí, y creed en Mí».
Nuestro Dios no es el tipo de Dios que nos de Su gracia y deje de dárnosla de repente. Por el contrario, es el Dios que hizo que sobrasen siete cestas de comida después de alimentar a más de 4000 personas. No es el Dios que nos abandonaría cuando estamos cansados y necesitamos desesperadamente Su ayuda, sino que es el Dios que nos da gracia suficiente para alimentar a todo el mundo y hacer que sobre. Del mismo modo, la gracia de Dios nunca se termina, sino que se nos da continua e infinitamente. 
¿Ha habido algún momento en sus vidas en que sintieran que estaban como muertos? ¿Han sentido alguna vez como si fueran a morir? Mientras vivimos con fe, nos encontramos estos momentos, en los que parece que no tenemos fe. En momentos como este, cuando piensan que su fe ya no está y dicen: «Ya no tengo fe», deben recordar el amor y la gracia infinita de Dios, aunque su propia justicia, fuerza y fe hayan llegado a un límite. Cuando nuestra fe está agotada, sentimos que todo se ha acabado, pero esto no significa que la gracia de Dios se haya agotado.
Muchas veces, parece como si nuestras vidas se fueran a acabar. Todos hemos tenido alguna experiencia cercana a la muerte. Pero, aún así, hemos sobrevivido. Esto ha sido posible por la gracia de Dios que nos ha agarrado fuerte, aunque nuestras fuerzas estuviesen agotadas y estuviésemos cerca de la muerte. La razón por la que hemos podido continuar con nuestras vidas de fe sin morir en cuerpo y espíritu, es porque tenemos la fuerza perfecta y absoluta de Dios que nos ha agarrado. Por esta fuerza hemos podido superar crisis de fe y seguir vivos. Esta fuerza viene de Dios, quien nos ha dado Su gracia infinita, nos ha enseñado el camino de la justicia con Su amor y Su gracia, y nos ha guiado con justicia. Sabiendo que teníamos hambre, nos ha saciado. Si es así, no hay razón por la que preocuparnos cuando surjan problemas. Cuando nuestra fe parezca estar acabada, y seamos débiles, todo lo que debemos hacer es recordar el amor infinito del Señor, quien nos ha dado Su gracia a Su tiempo, y debemos creer que es el Dios que no tiene límites, porque sigue planeando darnos Su gracia en abundancia. Cuando creemos en Dios así, nos regocijamos.
Piensen en lo que Dios nos está diciendo a través del pasaje de las Escrituras. Toda la gente que estaba con Jesucristo en aquel entonces, pasó hambre durante 3 días. Muchas personas se morían de hambre en aquel entonces. Mientras vivimos con fe, hay veces que tenemos hambre, y hay veces en que nos sentimos agotados. Pero cada vez, Dios nos ha revestido de Su gracia, y seguirá haciéndolo. Pero hoy quisiera dedicarme a esto.
 

¿Quién no cree en Dios de verdad?
 
Dios dice en Mateo 15, 8-9: «Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres». Jesús dijo esto pensando en los fariseos. Los seguidores de la religión solo se fijan en las apariencias. Los fariseos también eran los típicos seguidores de la religión de aquel entonces, así que invocaban el nombre de Dios por su propio interés, diciendo: «Todo lo que importa es que estéis limpios y actuéis con justicia propia en apariencia». Así que fingían servir a Dios, diciendo: «Como Dios nos dijo que sirviésemos a nuestros padres, así lo haremos. Pero no es un requisito imprescindible, si decimos que lo que debía haberse entregado a nuestros padre, se lo dimos a Dios» (Marcos 7, 11). Estos fariseos, seguidores de la religión, ponían demasiada importancia en la pureza superficial. Insistían que había que lavarse las manos sin falta cada vez que se volvía a casa, pero ponían excusas para su comportamiento e intentaban corromper la Palabra de Dios para sus propios fines, diciendo: «Eso es lo que nos pide la Palabra de Dios, pero siempre hay una excepción».
El Señor nos dice: «Lo que entra por la boca del hombre, no le contamina, es lo que sale de su corazón lo que le contamina» (Marcos 7, 18-20). Debemos ser librados de esta pureza superficial. Esto significa que cualquier doctrina que diga que debemos estar limpios por fuera, como si lo que entrara por nuestras bocas nos contaminase, no es cierto. En otras palabras, todas esas cosas que entran por la boca, no pueden perjudicarnos, pero lo que sale de dentro de una persona, sí la contamina. Muchas personas religiosas piensan: «lo que entra por la boca de un hombre, le contamina». Mis queridos hermanos, les pido a todos ustedes que entiendan que lo que entra por la boca no puede contaminar a nadie. Por muy religiosos que seamos en apariencia, si por dentro tenemos pecados sucios, no somos limpios.
Nuestro Señor dice que lo que entra por la boca no es el problema. La gente piensa que si lavan lo que pasa por la boca antes de comérselo, estará limpia por dentro. Eso es lo que pensaban los fariseos. Pero no solo eran los fariseos los que pensaban que esto era cierto, sino que había otros que pensaban de esta manera. Pensaban que si limpiaban lo que entraba por sus bocas, estarían limpios, pero no era así. Jesús dice: «Lo que procede de la boca viene del corazón, y lo que sale de un hombre es lo que le contamina».
 


Pensemos en los pecados que salen del corazón de la humanidad


Tenemos que considerar las siguientes cuestiones aquí: «¿Cómo de sucia es la humanidad? ¿Cómo de inútil es la limpieza externa?». Jesús dijo que todo lo que sale de la boca de la humanidad proviene del corazón, y esto significa que lo que sale del corazón es la naturaleza humana. El Señor nos está diciendo que lo que sale de la boca de un hombre, es él mismo y esto contamina a otros. Lo que sale de la boca es lo que sale del corazón y por eso debemos saber que sale de nuestra boca, es decir, de nuestro corazón.
Pasemos a Mateo 15, 19: «Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias». Jesús dijo aquí que lo que sale del corazón son malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios y blasfemias, y que todas estas cosas contaminan al hombre. Si nos miramos como seres humanos, y dejamos un momento de lado el hecho de que Jesús ha borrado nuestros pecados, ¿cómo somos? Mírense y miren a otros. Cuando nos vemos reflejados en la Palabra de Dios, y dejamos a Jesús de lado cuando nos miramos, vemos que somos pecadores. Practicamos el mal constantemente. Estamos llenos de malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios y blasfemias. Si dejamos nuestra fe en Jesús, vemos que los seres humanos somos pecadores. La naturaleza de la humanidad, lo que procede de los seres humanos, y lo que procede del corazón del hombre, es todo malo. No exagero si digo que la naturaleza humana está manchada con iniquidades como malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos. Está tan claro como el día que la humanidad es una raza de pecadores que no puede evitar pecar y hacer el mal.
Aunque mucha gente, a la que le han lavado el cerebro con enseñanzas religiosas, piensa que es buena, en realidad es tan malvada que desea tener algo bueno. Por eso la gente quiere practicar la bondad, para esconder su naturaleza verdadera con sus méritos, y piensa que la humanidad puede tener virtudes. Sin embargo, si nos observamos como seres humanos, vemos que la humanidad es sucia. Si se conociesen a sí mismos, admitirían que los seres humanos son sucios, que tienen malos pensamientos, que son blasfemos, y que mienten a menudo. Se darán cuenta de esto con tan solo mirarse a sí mismos. Pero si no lo reconocen, se engañarán a sí mismos y pensarán que son buenas personas. Además, cuando nos consideramos virtuosos, estamos asociados con la religión y la hipocresía religiosa. Por nuestra cuenta, no hay nada que justifique pensar que somos buenos. Como Jesús dijo en la Biblia, no hay ninguna duda de que la gente que vive en el planeta tierra, incluyéndome a mí, somos depravados, sucios, malvados y practicamos el mal. 
Los seres humanos no valen para nada. Cuando miramos el corazón humano, vemos que está sucio. La Biblia dice: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17, 9), no hay nada más sucio y depravado que el corazón humano. Todo en este mundo, como las flores, está limpio. Pero los seres humanos intentan esconder su suciedad con su hipocresía. De toda la creación, solo la humanidad practica la hipocresía, y no lo reconoce. Como los seres humanos son hipócritas, se creen virtuosos. Pero, al contrario que las flores, que son bonitas por naturaleza, cuando los seres humanos exponen su naturaleza, son sucios, malvados, feos y más sucios que una cloaca. ¿Y más que excrementos llenos de gusanos? Por supuesto. Si es así, los seres humanos son más sucios que los excrementos y los gusanos que viven en ellos. Esta es la naturaleza de la humanidad. 
 

¿Se conocen bien?
 
Sin embargo, el problema es que no nos conocemos bien. A veces, incluso los que han recibido la remisión de los pecados, no se conocen a sí mismos. Así que se llenan de orgullo cuando consiguen algo, pero cuando sus insuficiencias son expuestas, acaban más decepcionados. 
Había mucha gente hambrienta que seguía a Jesucristo. Él tuvo mucha compasión por la gente que estaba muerta de hambre, e hizo un milagro para alimentarla, pero ¿quiénes son los hambrientos de espíritus? Son los que saben quién son. Cuando los seres humanos se conocen a sí mismos, saben quién son, tienen tanto hambre espiritual que se quedan agotados. Así que les piden a los dioses del mundo ayuda en vano. Solo Dios puede darles Su gracia divina. 
Por otro lado, hay muchas personas que viven sin conocerse a sí mismas, pero no tiene sentido llegar a Dios y pedirle ayuda sin conocerse a sí mismo. No tiene sentido suplicarle a Dios: «Por favor, ayúdame un poco; por favor, perdóname esta vez». Esta oración no es buena, porque equivale a decir: «Todavía estoy sucio, y solo necesito un poco de ayuda. Yo me encargaré del resto». Cuando se dan cuenta de su depravación total, conocen su maldad y admiten: «Soy sucio. Mis pensamientos son sucios, como mis acciones, no soy más que basura humana», entonces son pobres de corazón y pueden estar hambrientos y sedientos de justicia. 
Si ustedes y yo seguimos pensando que tenemos algo bueno por nuestra cuenta, incluso después de nacer de nuevo, debemos pensar de nuevo. Si, por casualidad, piensan que pueden practicar la justicia, que hay algo bueno en ustedes, y que tienen ciertas virtudes, esto significa que todavía no están hambrientos de espíritu. Todos los seres humanos, incluidos ustedes y yo, estamos depravados, como dice el Señor. Desde el momento en que nacemos, estamos destinados a corrompernos. Desde la caída de Adán y Eva, todos los seres humanos nacieron sucios y depravados. Si nos damos cuenta de quiénes somos, en vez de alardear, lloraremos. Aunque nos decepcionemos cuando nos conozcamos a nosotros mismos, ¿qué ocurrirá después? Que nos daremos cuenta de que Dios da Su gracia a la gente que admite sus pecados. Entonces podemos creer en Dios al confiar y aceptar esta gracia, y los que creen en esto pueden encontrar esta gracia por fe. 
Sin embargo, los que no saben qué tipo de gente son, se consideran capaces de hacer la justicia, y por eso se mantienen ocupados sirviendo a Dios y a sí mismos. Por otro lado, los que saben que son insuficientes, reconocen que están depravados por completo y ponen sus expectativas en la gracia de Dios solamente, aunque a veces se desvíen del buen camino. En otras palabras, al confiar en Dios y en Su gracia, tienen fe en Su Palabra y Su gracia. 
 


Dios también les da la misma salvación a los gentiles 

 
Un día, mientras Jesús viajaba por la región de Sidón, una mujer cananita de esa zona se le acercó y le suplicó: «Ten piedad de mí, oh Señor, Hijo de David. Mi hija está poseída». ¿Qué significa que una mujer gentil de la región de Canaán buscase a Dios y le pidiese misericordia? Esencialmente, significa que esta mujer sabía que era pecadora y estaba sucia. Además la mujer no solo se reconoció a sí misma, sino que también vio como su hija estaba poseída por un demonio, y cuando se enteró de esto, no tuvo más remedio que confiar en Jesús y aferrarse a Él. 
Por eso corrió hacia Jesús gritando: «Ten piedad de mí, Hijo de David». Esta mujer, que se conocía bien, le suplicó a Jesús que ayudase a su hija diciendo: «Mi hija está poseída. Por favor, ten piedad de mí». Pero a pesar de esto, Jesús no se dio la vuelta, sino que dijo: «No está bien tomar el pan de los niños y dárselo a los perros». Jesús estaba tratando a esa mujer como a un perro. Le estaba diciendo: «No eres mejor que un perro». Pero miren cómo contestó la mujer, a pesar del insulto: «Sí, Señor, pero aún así los perros comen de las sobras de sus dueños. Soy un perro». Jesús mencionó a los perros porque sabía la suciedad que había en el corazón de la mujer, pero la mujer lo admitió porque sabía que era como un perro. En otras palabras, había dejado a su hija de lado, y había admitido ser pecadora. Así es como esta mujer encontró la gracia de Dios.
Mis queridos hermanos, aunque hemos nacido de nuevo, ¿qué tipo de gente somos? No somos mejores que los perros. Jesús dijo que lo que sale del corazón humano, contamina al ser humano. Lo que sale del corazón humano incluye malos pensamientos, homicidios, adulterios, hurtos, envidia, conflictos, orgullo, etc. En otras palabras, Jesús dijo que los seres humanos nacen con estos pecados, como perros. Se dice que un perro vuelve donde ha vomitado una vez (Proverbios 26, 11).
Los perros se comen sus propios vómitos. La humanidad es igual. La gente saca la suciedad de dentro y se la vuelve a tragar; comete pecados, se arrepiente, y los vuelve a cometer, una y otra vez. ¿Qué creen ustedes? ¿Creen que los seres humanos son mejores que los perros? No. Nuestros corazones están más sucios y depravados que un perro. Cuando se paran a pensar en sí mismos, se dan cuenta de lo vil y desgraciados que son, y se quedan decepcionados. 
¿Qué ocurriría si la gente se viese a sí misma correctamente? Quedaría decepcionada por su imagen depravada y sucia. Se quedaría triste y pensaría: «¡Qué desgraciado soy!». ¿No es así? Cuando se miran a sí mismos, ¿acaso no se quedan decepcionados? Todo el que se examina a sí mismo, se queda decepcionado. Sin embargo, a veces, incluso la decepción puede ser una buena medicina, porque en momentos como este la gente tiene hambre y sed de justicia. Como ustedes saben que son insuficientes, su corazón se llena de deseo por Jesucristo y por creer en lo que Él dice. Entonces se niegan a sí mismos y confían en la Palabra de Dios. Cuando se dan cuenta de su suciedad, saben que este cuerpo sucio no puede vivir sin el Señor, y con gratitud, desean la gracia de Jesucristo, Sus bendiciones, Su amor infinito y Su salvación sin límites.
Sin embargo, mucha gente no se conoce bien. Sócrates dijo hace tiempo: «Conócete a ti mismo», pero muchas personas siguen sin saber quiénes son. Hay muchas personas que no se dan cuenta de que no son mejores que un perro, y que no son más que basura humana. Incluso ahora mismo, ebrios con las enseñanzas de la religión, siguen creyendo en su imagen embellecida e hipócrita. Los seres humanos, no valemos nada por nosotros mismos. Por eso, no hay duda de que si se nos quita la fe a los nacidos de nuevo, todo el mundo será inútil ante Dios. 
Si Jesús, quien ha borrado todos los pecados del mundo, les fuera arrebatado, ¿qué tipo de personas serían? Imaginen lo que ocurriría si se quedarán sin la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Qué tipo de persona sería? No tendríamos ningún valor. Nos convertiríamos en personas que serían como animales. Acabaríamos siendo alimañas, comiendo y bebiendo todos los días, y queriendo más y más (Proverbios 30, 15). ¿No es cierto? Por supuesto que sí. Por eso no tenemos más remedio que creer en Jesús, quien ha borrado todos nuestros pecados. Esto se debe a que éramos pecadores inútiles que necesitaban a Jesús. Después de pasar mucho hambre, estuvimos agradecidos y contentos por haber encontrado a Jesús.
Por eso creemos en Jesús. Creemos que Jesús aceptó todos nuestros pecados y fue condenado en nuestro lugar. También creemos que Él nos da vida eterna. Creemos que ha borrado nuestros pecados por Su amor y que nos ha salvado por fe. De verdad necesitamos a Jesucristo. 
Incluso después de nacer de nuevo, también necesitamos a Jesucristo. Como seres humanos, seguimos siendo sucios después de nacer de nuevo, pero Jesucristo nos habla y nos permite creer en Él, y por tanto nuestra fe en el Señor limpia nuestros corazones, nos hace actuar con justicia y nos guía por el buen camino. ¿Creen en esto? Por nuestra cuenta somos incapaces de practicar la justicia. Gracias al Señor practicamos la virtud. Gracias al señor, conocemos el amor de Dios, y gracias a Él podemos amar a otros. Gracias al Señor caminamos por el camino recto, ya que por nuestra cuenta es imposible. 
Si un nacido de nuevo ha hecho algo bueno, ha predicado el Evangelio y ha servido al Señor de diversas maneras, se debe a que Dios le ha dado un buen corazón, fe y la habilidad y fuerza para practicar la justicia. Debemos entender aquí que solo porque el Señor nos ha ayudado, podemos amarle, servirle y predicar el Evangelio a la gente. Si tuviésemos que amar al Señor por nuestra cuenta, nunca podríamos amar a la gente ni servir al Señor. 
 

A veces no conocemos el verdadero estado de nuestra fe
 
Mientras los nacidos de nuevo viven con fe, es posible seguir engañados: «Señor, te he servido todo este tiempo, ¿pero qué has hecho Tú por mí? ¿Has hecho algo por mí? Todo lo que has hecho ha sido darme problemas. ¿Qué has hecho por mí? No quiero servirte más. Prefiero dejar mi fe ahora». Algunos de nosotros estamos así de equivocados.
Pero esto no es correcto. Si han servido al Señor de todo corazón, deben estar agradecidos por darles justicia, por permitir que Su Palabra entrase en ustedes, y que le sirvan. Deben darle gracias por utilizarles como instrumentos de Su justicia. No somos nosotros los que hemos servido al Señor, sino que el Señor nos ha servido a nosotros, para que le podamos servir. Debemos darnos cuenta de que no hemos practicado la justicia por nuestra cuenta, sino que el Señor nos ha dado la fuerza para practicar la justicia. 
Incluso entre los nacidos de nuevo, algunos están decepcionados y diciendo: «He seguido al Señor, pero ¿qué he recibido de Él?». Esto se debe a que no se dan cuenta de lo sucios y depravados que son, de que son como perros. Como no saben lo depravados que son y lo inútiles que son, se presentan con su propia justicia ante el Señor, pensando que son valiosos. Sin embargo, ustedes deben darse cuenta de que son meros seres humanos. De hecho, no somos nadie si el Señor nos deja. Sin el señor somos incapaces de practicar la justicia, y solo cometeremos pecados. Tampoco podremos amar, sino que tendremos maldiciones. ¿Es así como quieren pasar el resto de sus vidas, llenas de suciedad y de mal olor?
Es bastante evidente que si nos quitasen al Señor, nos ahogaríamos en agua sucia y vomitaríamos cosas sucias, para caer aún más dentro del pecado. Pero, aunque no podemos evitar vivir así, Dios nos ha salvado y por eso les pido que le den gracias a Dios. Como Dios ha tenido compasión por nosotros, aunque éramos malvados, depravados y sucios, vino a salvarnos, borró nuestros pecados, nos guió e hizo posible que practicásemos la justicia. Nos ha enseñado lo que está bien y cuál es la verdad, nos ha hecho amarle, y nos ha permitido vivir una vida justa. Esto es lo que Dios ha hecho por nosotros. Esta es la razón por la que debemos dar gloria a Dios. Nosotros no hemos amado a Dios, sino que le hemos servido. El Señor es quien nos ha amado, y ha evitado que malgastásemos nuestras vidas, y nos guía por el buen camino, para darnos Su recompensa.
Mis queridos hermanos, ¿quién es el dueño de nuestras vidas? ¿Son sus vidas suyas de verdad? No. Entonces, ¿quién es la fuerza que mueve sus vidas y que les ha permitido tener justicia y virtudes, amar y vivir con rectitud? Es Jesucristo, no nosotros. 
Sin el Señor, los seres humanos no valen para nada, porque siempre cometen errores. De vez en cuando, cuando me examino a mí mismo, me doy cuenta de que: «Si no fuese por la obra del Señor, sería completamente inútil, y solo pecaría». No solo pecaría, sino que sería un experto pecador. Estoy seguro de que viviría en este mundo con malicia y disfrutando de todos los placeres del mundo, cometiendo todos los pecados imaginables, mientras intentaba escapar de la ley para evitar ir a la cárcel. Quizás ustedes son demasiado virtuosos para esto. Algunos piensan que aún serían buenos si no siguieran al Señor, pero yo sé que sin Él soy un pecador. Así que sé muy bien que haga lo que haga, soy pecador. Por supuesto, solo entendí esto después de recibir la remisión de los pecados.
De hecho, antes de nacer de nuevo, nunca pensé que fuera tan malvado. Me consideraba bastante bueno, aunque los demás fueran malos. Cuando me encontraba con un niño perdido por la calle, me aseguraba de llevarlo a su casa; cuando veía que el vendedor de carbón de mi vecindario, no podía empujar su carro, me aseguraba de ayudarle; y cuando veía a un hombre mayor llevando peso a sus espaldas, yo le llevaba la carga. Así que pensaba que yo era un bueno hombre. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que: «Si no sigo al Señor, seré un estafador inútil».
¿Y ustedes? ¿No son así también? ¿Puede alguno de ustedes ser justo sin Jesús? ¿Pueden ser como los grandes sabios de la historia sin Jesús? Está claro que sin Jesús serían malos.
 

Sin el Señor, no valemos para nada
 
Ustedes y yo, como todo el mundo, debemos reconocer y admitir que somos inútiles, y debemos confiar en el Señor. Sin Jesucristo y sin la Palabra de Dios, no valemos para nada. Sin el Señor, nuestras vidas son absolutamente en vano. Hay un himno titulado No puedo vivir sin mi Señor y en realidad no hay nada que hacer sin Jesús. Si se nos quitase al Señor y Su Palabra, no podríamos decir la Verdad. Sin el Señor, seríamos como un barco a la deriva. La dirección de nuestras vidas sería la opuesta y no podríamos vivir con justicia. Una vida sin el Señor es una vida malgastada, como un barco a la deriva en el mar inmenso. Sin la Palabra del Señor, no podemos poner un rumbo recto a nuestras vidas, y sin el Señor dentro de nosotros, solo cometemos pecados. Así somos. 
Abran sus oídos a lo que dijo la mujer de Canaán. Aunque Jesucristo le había dicho: «No es bueno tomar el pan de los niños y dárselo a los perros», esta mujer respondió: «Sí, Señor, incluso los perros se comen las sobras de sus dueños». En otras palabras, la mujer le dijo: «Aunque sea como un perro, quiero comer aunque sea un poco de Tu gracia en mi vida. Por favor, Señor, dame Tu gracia aunque sea un como un perro».
Al escuchar las palabras de esta mujer, el Señor dijo: «Oh, mujer, grande es tu fe». ¿Quién tiene una fe grande? Los que saben que son como perros y lo admiten. Esta gente reconoce el hecho de que, sin Jesús, no pueden evitar ir al infierno, porque no hay nada bueno en ellos. Son incapaces de hacer algo bueno, entonces le piden a Jesucristo la gracia de salvación y el don de Dios en sus vidas. Esta gente tiene una fe enorme. El Señor mismo le dijo a aquella mujer que su fe era grande.
Cuando el Señor viajó con Sus discípulos, nuestro Señor enseñó a una gran multitud. Pero había demasiada gente entre la multitud, que estaba hambrienta sin comida para la carne, mientras seguían a Jesús durante 3 días. Al tercer día, Jesús dijo: «He estado con esta multitud durante 3 días, y tengo mucha compasión por ellos, así que no puedo dejarlos hambrientos». Cuando Jesús dijo esto, alguien le trajo unos pocos peces y panes. Pero cuando Jesús puso Sus manos sobre esta comida, la bendijo, y la distribuyó a la multitud, más de 4000 personas comieron, contando solo a los hombres. En la Biblia, nunca se cuenta a las mujeres ni a los niños. Esto no significa que la Biblia los ignore, sino que cuando los israelitas contaban a la gente, solo contaban a los hombres. Fue solo después de la llegada de Jesucristo cuando las mujeres fueron tratadas igual que los hombres, y ahora somos todos las esposas de Jesucristo.
 

Debemos pedirle Su gracia, porque es la fuente de todas las bendiciones
 
Está escrito en el pasaje de las Escrituras de hoy: «Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande? Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos. Y mandó a la multitud que se recostase en tierra. Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños».
Mis queridos hermanos, todos estábamos hambrientos. Éramos insuficientes, pobres y no teníamos justicia. Los seres humanos no solo vivimos del pan de la carne, sino que también debemos comer el pan espiritual también. Así es como nos alimentamos. Cuando teníamos demasiado hambre como para seguir viviendo, Jesús nos tocó. De hecho, si Jesús no hubiese venido al mundo, no podríamos comer el pan espiritual, ni el pan del corazón. Sin Jesús, el planeta entero y todo lo que hay en él, sería basura. Aunque haya mucha gente sabia, como Buda o Confucio, Platón, Sócrates y Gandi, sin Jesús, todo lo que sale de la humanidad es basura.
Pero, ¿qué ocurrió? Se dice en el pasaje de las Escrituras de hoy, que Jesucristo alimentó a la multitud. También se dice que después de que todos quedasen satisfechos, quedó suficiente comida para llenar siete canastas. Ahora como antes, la gracia de Dios no tiene límites. Cuando creemos en la gracia infinita de Dios, podemos seguir disfrutando de Su gracia. Si los seres humanos, que son finitos, se decidieran a seguir al Señor, ¿podrían practicar la justicia a través de sus esfuerzos o méritos? No, la justicia humana se agota enseguida. 
El Señor nos ha dado Su oración, y nos ha enseñado cómo y por qué debemos orar. Entre estas peticiones, Jesús nos dijo que orásemos: «Danos nuestro pan de cada día». Como el Señor nos dijo que pidiésemos por el pan diario, ¿no creen que se ocupará de nuestra necesidad? La gracia de Dios es eterna e infinita. El pan de Dios, que es Su gracia infinita, es nuestro pan diario de amor, Verdad y gracia. Nuestro Dios nos ha dado este pan eterno y todos los días comemos de este pan por fe. La gracia abundante que Dios nos ha dado no es algo pasado, sino que algo que dura hasta el futuro. 
Mientras vivimos con fe, nos frustramos de vez en cuando. Sin embargo, cuando renovamos nuestra fe, la gracia de Dios es infinita, y nuestra frustración se convierte en esperanza. Les pido que crean en esto, en que la gracia de Dios es infinita y en que Dios tiene suficiente gracia como para llenar 7 cestas de sobras. Si creen en esto, entonces la gracia de Dios seguirá recayendo sobre ustedes para siempre. Si creemos que la gracia de Dios sigue en nosotros, seremos librados de la pobreza y de las circunstancias difíciles. 
En contraste, si creemos en nosotros mismos y confiamos en nuestras fuerzas, en vez de creer en la gracia infinita de Dios, tendremos hambre de nuevo, nos cansaremos y nos perderemos en el desierto. Somos seres débiles. ¿Y ustedes? Aunque corran hacia el Señor con todas sus fuerzas, ¿no tienen hambre a veces y se quedan desnudos en su debilidad? En estos momentos necesitamos la gracia infinita de nuestro Dios. Cuando creemos en esta gracia infinita que recibimos todos los días, cuando le pedimos a Dios Su gracia, y cuando confiamos en Él, quedamos satisfechos día tras día. De esta manera, ustedes y yo podemos vivir ante el Señor y con Sus bendiciones. 
¿Por qué están todavía desanimados si el Señor está con nosotros y nos sigue dando Su gracia infinita? La razón por la que nos sentimos desalentados y caemos en la desesperación es que no creemos en la gracia infinita de Dios y Su gracia y Verdad. Aunque seamos insuficientes y limitados, Dios es infinito. El amor de Dios y Sus bendiciones no tienen límites. Aunque nuestra propia justicia es débil o pasajera, Dios es eterno, nos da Su gracia a toda la humanidad, y todavía tiene más gracia para siempre. En este momento nos está dando esta gracia. 
Mis queridos santos, el Señor vive en sus corazones. El Apóstol Pablo dijo a los creyentes de Corintio: «Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado. No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois estrechos en vuestro propio corazón. Pues, para corresponder del mismo modo (como a hijos hablo), ensanchaos también vosotros» (2 Corintios 6, 11-13). Debemos grabar este mensaje en nuestros corazones. Solo cuando nuestros corazones tienen sed y buscan la gracia de Dios, podemos recibir Su amor infinito, Su Verdad eterna y bendiciones sin límite. Si no podemos pedir la ayuda de Dios, esto se debe a que nuestros corazones tienen restricciones. Por eso, les pido que crean que Dios es infinito y que Su corazón está siempre abierto para ustedes. Cuando tenemos problemas, esto se debe a que hemos restringido el amor de Dios en nuestros corazones. El amor infinito, la Verdad eterna, la salvación ilimitada, y las bendiciones infinitas que Dios nos ha dado nunca tienen restricciones. ¿Creen en esto, mis queridos hermanos?
Pidamos esta gracia de Dios por fe durante el resto de nuestras vidas. Creo que las bendiciones de Dios recaerán sobre nosotros abundantemente.