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Sermones

Tema 27: Cartas de Dios para nosotros en la era del Coronavirus

[27-4] El Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron y el cual predicaron los Apóstoles en la era de la Iglesia Primitiva ( Gálatas 2:1-6 )

( Gálatas 2:1-6 )
«Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros. 
Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron».
 

En el pasaje de las Escrituras de hoy de Gálatas 2, podemos ver que el Apóstol Pablo dice que debemos mantener la pureza del Evangelio del agua y el Espíritu que él estaba predicando a los gentiles en la era de la Iglesia Primitiva. 
El Apóstol Pablo dijo aquí que fue al Concilio de Jerusalén con Tito para presentar a la Iglesia de Jerusalén la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que estaba predicando a los gentiles en los días de la Iglesia Primitiva. Cuando examinamos el contexto de esta asamblea, podemos ver que había dos tipos de evangelios diferentes predicados al mismo tiempo: el Evangelio del agua y el Espíritu que el Apóstol Pablo estaba predicando a los gentiles y otro evangelio predicado a los judíos. Todos los varones judíos eran circuncidados cuando nacían. Tenían que practicar esta costumbre judía de la circuncisión y también tenían el deber de aprender y obedecer la Ley de Moisés. 
Mientras que los judíos tenían la Ley y la costumbre de la circuncisión que había sido heredada de sus antecesores, el Evangelio que necesitaban los gentiles al creer en Jesús como su Salvador era la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús había cumplido entre los años 1-33 d.C. Durante la era de la Iglesia Primitiva, todos los que querían creer en Jesús como su Salvador, fueran quienes fueran, tenían que creer que la Palabra del bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista eliminó todos sus pecados y los salvó de sus transgresiones, y que se convirtieron en el pueblo de Dios por esta fe. Los apóstoles de Jesús en los días de la Iglesia Primitiva fueron salvados al escuchar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús les dio. 
Sin embargo, en la Antigüedad tardía, Constantino y sus seguidores se inventaron el Evangelio de la Cruz y este es el Evangelio en el que creen la Iglesia Reformada y la Iglesia Católica. Este Evangelio de la Cruz es un evangelio falso, algo que surgió de la corrupción del Evangelio de la redención desde la Iglesia Primitiva, el Evangelio del bautismo a través del cual Jesús cargó con los pecados de la humanidad cuando vino al mundo. 
Es imperativo para nosotros distinguir el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió en la era de la Iglesia Primitiva del evangelio de la Cruz creado por el Edicto de Milán en el 313 d.C., para no ser engañados por ningún mentiroso. Debemos darnos cuenta de que no hay absolutamente ningún evangelio en este mundo que haya salvado a la humanidad de los pecados aparte de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió con el agua y la sangre. 
En los días de la Iglesia Primitiva, el pueblo de Israel y los gentiles tenían diferentes estilos de vida y costumbres, y por eso, la manera en la que creían en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu también era ligeramente diferente. En cuanto a la pureza del Evangelio, fueron los gentiles, y no el pueblo de Israel, los que creyeron en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu con mayor fervor. 
En cuanto al Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron los gentiles para alcanzar su salvación, la circuncisión que los judíos consideraron que era muy importante, era irrelevante. Todo lo que había que hacer para ser salvado era creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús había dado. Como los gentiles en la Iglesia Primitiva fueron salvados de sus pecados al creer de todo corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu cumplido por Jesús, no era importante para ellos cumplir la Ley de Dios. Ya habían alcanzado la salvación de todos los pecados al poner la fe de su corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo había cumplido. Por tanto, no tenían ningún interés en intentar cumplir la Ley de Dios, ni se sintieron obligados a ser circuncidados. 
Mientras que todos los varones judíos tenían que ser circuncidados sin falta, los gentiles no veían la importancia de la circuncisión ni su necesidad, y, por tanto, todo lo que les importaba era su fe en la Palabra del bautismo de nuestro Señor y Su Cruz. Hoy en día, muchos hombres en todo el mundo son circuncidados por motivos no religiosos, normalmente cuando son bebés. Esto se hace por razones de prevención para la salud. En contraste, los hombres judíos son circuncidados como una marca de pertenecer al pueblo de Israel. Espiritualmente hablando, la circuncisión significa la fe a través de la que los creyentes han pasado sus pecados a Jesús, y la llamamos circuncisión espiritual. Quien quiera ser librado de los pecados debe recibir la remisión de los pecados en su corazón al creer en la obra justa de la salvación que Jesús, el Salvador de la humanidad, cumplió al ser bautizado por Juan el Bautista y así cargar con los pecados del mundo. 
El Apóstol Pablo dijo aquí: «Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles» (Gálatas 2:2). Este pasaje habla indirectamente de cómo el Apóstol Pablo predicó el Evangelio del agua y el Espíritu a los gentiles como Tito en la era de la Iglesia Primitiva. Aunque Tito no era judío, sino gentil, como el Apóstol Pablo le predicó la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, pudo librarse de sus pecados y convertirse en el pueblo de Dios. Creemos que lo mismo es cierto para nuestra salvación: de la misma manera que Tito, somos salvados de nuestros pecados cuando creemos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu predicada por el Apóstol Pablo. 
Para documentar cómo había predicado a los gentiles la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron los apóstoles en la Iglesia Primitiva, el Apóstol Pablo envió un informe escrito al Concilio de Jerusalén. Decía: “El Evangelio que he predicado a los gentiles es la Palabra del bautismo de Jesús y Su sangre derramada en la Cruz en el que creyeron todos los apóstoles. Corregidme si me equivoco al predicar este Evangelio, pero si la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que he predicado a los gentiles es cierta, no les obliguéis a circuncidarse”. 
Al haber predicado a los gentiles el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyó, el Apóstol Pablo estaba señalando que obligar a los gentiles a ser circuncidados además de tener fe en este Evangelio era un error grave que obstaculizaría la obra del Evangelio, y, por tanto, le pidió al Concilio de Jerusalén que corrigiera este error. 
Pablo llevó a Tito, un griego, al Concilio de Jerusalén y presentó una petición por escrito: “Este hombre llegó a creer en Cristo cuando le prediqué el Evangelio del agua y el Espíritu. Si le obligase a circuncidarse como los judíos, esto afectaría negativamente nuestros esfuerzos de predicar el Evangelio. Esto me tiene muy preocupado y, por tanto, pido que no impongáis la circuncisión a los gentiles. Si lo que hago está mal, regañadme; si lo que digo está bien, debéis dejar de obligar a los gentiles a ser circuncidados como los judíos”. 
Aquí hay una lección importante para los cristianos de hoy que creen en el Evangelio de la Cruz que fue creado en la Edad Media. La humanidad tiene dos evangelios ahora. Uno es la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que proclama que Jesús ha borrado todos los pecadores de todos los pecados al venir a este mundo en el año 1-33 d.C., al ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán para cargar con los pecados de la humanidad, derramar Su sangre en la Cruz para ser condenado por esos pecados y levantarse de entre los muertos de nuevo. El otro evangelio es el Evangelio de la Cruz, que fue creado en el año 313 d.C. por Constantino y sus seguidores. De estos dos evangelios, el Evangelio del agua y el Espíritu es el que Jesucristo mismo cumplió con Su propio cuerpo, mientras que el otro es el evangelio de la Cruz que fue creado por motivos políticos. 
Deben darse cuenta por fe que pueden ser salvados de todos sus pecados al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en el que los apóstoles de la Iglesia Primitiva creyeron y el cual predicaron. Ahora mismo, la mayoría de ustedes creen en el Evangelio de la Cruz que fue creado por un hombre injusto en la Antigüedad tardía, pero quiero explicar por qué deben creer de ahora en adelante en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor cumplió. Espero y oro sinceramente que encuentren las bendiciones de Dios en este momento. 
 


¿Por qué les dio Dios la ley a los gentiles también?


Pasemos a Romanos 3:19-29: 
«Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles». 
Antes de aprender acerca de la fe de los apóstoles de la Iglesia Primitiva, primero debemos saber la razón por la que Dios le dio la Ley a la humanidad. Como nosotros somos gentiles, es muy importante entender esta razón. Primero debemos averiguar la función de la Ley en Romanos 3:19, donde está escrito: «Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él». Lo que podemos ver aquí es que «los que están bajo la ley» se refiere a nosotros. 
¿Cuál es el papel de la Ley? Es revelar nuestros pecados, ya que lo primero que debemos hacer para creer en Jesús como nuestro Salvador es entender nuestros pecados. Esto se debe a que, a menos que suframos por nuestros pecados, no buscamos a Jesús. Ya lo queramos o no, todo el mundo tiene un criterio en el corazón, conocido como conciencia, y cuando la gente hace algo malo para incumplir este criterio, su conciencia se alarma y les pide que corrijan su error. Como nuestro corazón humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, del mismo modo en que Dios es justo nuestros corazones anhelan la justicia. 
Sin embargo, por otro lado, también tenemos el instinto de pecar y por eso anhelamos las iniquidades también. Hay una batalla en nuestros corazones como consecuencia de esto, y cuando nuestra conciencia está demasiado vacía y débil, necesitamos la Ley de Dios, que es más fuerte que nuestra conciencia. Cuando reflexionamos con la Ley de Dios vemos nuestro verdadero ser. Cuando nos observamos a nosotros mismos según el criterio de la justa Ley de Dios, podemos darnos cuenta de nuestros pecados, y como consecuencia, reconocemos que necesitamos a Jesús, el Salvador de la humanidad, para eliminar nuestros pecados. Esto se debe a que Jesucristo es nuestro Salvador, quien no solo cargó con los pecados de los pecadores a través de Su bautismo, sino que también cargó con la condena de nuestros pecados en nuestro lugar. 
Por tanto, para reconocer a Jesús como nuestro Salvador, debemos presentarnos ante la Ley de Dios y reconocer nuestra naturaleza verdadera. ¿Por qué dio Dios a toda la humanidad la Palabra de la Ley que está compuesta de Sus reglas? Esto se debe a que todos los seres humanos nacieron en este mundo como semillas del mal que no pueden evitar pecar contra Dios y violar Sus estatutos. Precisamente porque los seres humanos son pecadores a los ojos de Dios, les dio Su Ley para que admitieran sus pecados por lo que son: iniquidades. Así es cómo llegamos a creer en Jesús como nuestro Salvador que libra a los pecadores de sus pecados. En otras palabras, Dios nos dio la Ley para que nos diésemos cuenta de nuestros pecados. 
La Palabra de la Ley de Dios es toda justa. Toda Palabra de la Ley de Dios es correcta y no hay ni una jota ni una tilde incorrecta. Por el contrario, todos los seres humanos son pecadores porque nacieron en un estado pecador del vientre de sus madres. Por tanto, es obvio que todo ser humano nacido de mujer con pecados es un pecador ante la Ley que determina el criterio de Dios. Aunque la Palabra de la Ley de Dios es completamente perfecta, el problema es que, como seres humanos, nacimos como descendientes de Adán y vivimos en pecado. 
Como los seres humanos nacimos con un corazón pecador como descendientes de Adán, están atados inevitablemente al pecado con su cuerpo y corazón mientras viven en este mundo, y por eso necesitamos a Jesús, el Salvador de la humanidad, para limpiar nuestros pecados. Al haber nacido con pecados, no podemos evitar cometer pecados como dicta nuestra naturaleza interior, aunque no sea lo que queremos. Hay transgresiones que cometemos indistintamente como pecadores. Nacimos en este mundo como semillas de maldad. La humanidad es una especie extraña de pecadores que no se puede sentir viva si no peca. Son seres humanos débiles que no pueden evitar pecar desde el día en que nacieron hasta el día en que mueran, y por tanto acuden a la religión en un intento en vano de eliminar sus transgresiones. Así que, la gente va de una religión a otra hasta que al final acude a Jesucristo y encuentra salvación en Su justicia. Por eso la vida es una peregrinación, donde uno va perdido buscando a Jesucristo. 
Aunque la gente va de una religión a otra intentando encontrar la respuesta, el Único que puede resolver el problema del pecado es Jesucristo, y su vagar no acaba hasta que se dan cuenta de que Cristo solamente es el Salvador que puede resolver el problema de sus pecados. Solo si la gente encuentra la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, el Evangelio en el que creyeron los apóstoles en la era de la Iglesia Primitiva y que borró sus pecados, puede resolver el problema del pecado y recibir la bendición de la vida eterna para terminar con la peregrinación en felicidad. 
Como heredamos todos los pecados de nuestros antecesores desde el momento en que fuimos concebidos en el vientre materno, estamos viviendo en este mundo con los doce ingredientes del pecado en nuestro corazón. Así que la gente comete asesinato porque nació con un corazón asesino, y hace cosas insensatas porque nació con un corazón insensato. Aparte de estos dos pecados, por lo menos hay diez más pecados que todos los seres humanos cometen mientras viven en este mundo. En resumen, todo el mundo es un pecador incorregible. 
El Apóstol Pablo está diciendo a los pecadores de hoy en día que viven en pecado que necesitan la Ley de Dios. Entonces, ¿quién está bajo la ira de la Ley de Dios? Todo ser humano está viviendo bajo la ira de Dios, porque todo el mundo nació como un descendiente de Adán y es un pecador que comete pecados. La Ley revela las iniquidades de los pecadores. Los que están bajo la ira de Dios son los pecadores incapaces de guardar Sus mandamientos y por tanto merecen ser condenados por sus pecados. Por eso están bajo la Ley de Dios. 
Por tanto, la Palabra de la Ley de Dios expone a los objetos del castigo que deben pagar el precio del pecado. Entonces, ¿qué está diciendo Dios ahora a la humanidad a través de Su Palabra de la Ley? Esto es lo que está diciendo: “Eres un pecador que ha nacido con un corazón pecador. Por tanto, eres un malhechor, un pecador que debe enfrentarse al castigo del infierno que he preparado por vuestros pecados”. Dicho de otra manera, la Ley está apuntando que estamos en el callejón de la muerte condenados por nuestros pecados. 
Dios está diciendo que le ha dado la Ley a la humanidad para hacer saber a todos los seres humanos de todo el mundo que son pecadores y están bajo Su juicio. El Dios viviente está diciendo a todos los pecadores que serán condenados por sus pecados. Dios les ha dado Sus reglas, y estas reglas gobiernan su comportamiento y constituyen la Ley. Lo que la Ley dice está dirigido a los pecadores que están bajo el juicio de Dios. Les dice lo terribles que son sus pecados y lo horrible que es el castigo al que se enfrentarán por sus iniquidades. Por eso es tan importante que nos demos cuenta, a partir de los estatutos de Dios, de que somos pecadores que no pueden evitar cometer transgresiones. 
Lo que Dios quiere de nosotros no es simplemente reconocer nuestros fallos éticos y admitir nuestras debilidades a conciencia. Mientras que dichos fallos son también transgresiones, Dios quiere que vayamos más allá de esto para reconocer nuestra naturaleza fundamental pecadora, que nacimos con pecado y nuestros corazones están llenos de iniquidades. Y Dios quiere que recibamos la remisión de todos nuestros pecados al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la que creyó la Iglesia Primitiva y que se nos pasó a nosotros. Para ello, primero debemos reconocer nuestros pecados por lo que son ante Dios. Para admitir nuestros pecados ante Dios, debemos tener Su criterio, examinar nuestro corazón y acciones según este criterio de Dios, y darnos cuenta de que no llegamos a él ni de cerca. Entonces podemos reconocer de verdad que somos pecadores a los ojos de Dios. 
Al crear los cielos y la tierra, Dios reina en este mundo y el Reino de los Cielos, y es Dios quien establece el criterio para todo. El Dios Trinitario es nuestro criterio y nuestro Gobernante absoluto. El que establece el criterio para todo le ha dado Sus estatutos a la humanidad. Estos estatutos no solo eran para los judíos, sino para toda la raza humana. Por tanto, es obligatorio que apliquemos las reglas que componen el criterio de Dios a nuestro corazón y nuestras acciones. Cuando aplicamos las reglas del criterio establecido por Dios a nuestra vida y nuestro corazón para examinar cómo hemos vivido y en qué condición está nuestro corazón, todos podemos darnos cuenta de que somos pecadores horribles.
Hay 613 estatutos y mandamientos en la Ley de Dios si los contamos todos. Cuando condensamos la Palabra de la Ley de Dios pensamos en diez reglas. Estos son los Diez Mandamientos, como: “No tendréis otros dioses ante Mí. No haréis imágenes grabadas ni las adoraréis ni os postraréis ante ellas”. Estas reglas son los estatutos del criterio de Dios que se aplican, no solo al pueblo de Israel, sino también a los gentiles. Cuando los estatutos de Dios que establecen Su criterio se aplican a los seres humanos, todos y cada uno de nosotros es un pecador sin excepción. 
Si amase a otra persona, que es una mera criatura, más que a Dios, nuestro Creador y Maestro, estaría pecando contra Dios; y si crease una imagen grabada para postrarme ante ella y adorarla, estaría cometiendo el pecado de la idolatría a los ojos de Dios. Como Dios nos ha dicho: “No tendréis otros dioses ante Mí”, cuando aplicamos este mandamiento a nuestra situación actual, todos somos pecadores ante Dios y debemos ser condenados. Por esto precisamente todos los seres humanos están bajo el juicio de Dios. 
Cuando aplicamos la Palabra de la Ley de Dios a nuestras vidas, no tenemos más remedio que admitir que estamos bajo el juicio de Dios. Solo los que reconocen a nuestro Dios y el criterio establecido por Su Palabra de la Ley pueden creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la salvación que elimina los pecados, y por esta fe recibimos la remisión de los pecados que Jesucristo trajo a la humanidad en la era de la Iglesia Primitiva. Gracias a la Palabra de la Ley de Dios, todos podemos darnos cuenta de lo siguiente: “¡Estamos bajo el juicio de Dios! Cuando nos enfrentamos a la condena por no cumplir la ley de Dios y pecar, vamos al infierno como nuestro castigo”. 
 


La Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Apóstol Pablo predicó a toda la humanidad en la era de la Iglesia Primitiva


Durante la era de la Iglesia Primitiva, el Apóstol Pablo predicó la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, no solo a los judíos, sino también a los gentiles, y Tito era uno de los gentiles que creyó en este Evangelio. Entre las lecciones que el Apóstol Pablo enseñó a Tito y todos los gentiles en los días de la Iglesia Primitiva, estaban los siguientes: primero, ¿quién es el Dios que creó los cielos y la tierra? Segundo, Dios dio la Ley a la humanidad, pero ¿a quién se aplica la Ley? Y tercero, ¿cuándo y a quién se aplica la Ley? 
El criterio que Dios estableció con Su Palabra de la Ley nos permite darnos cuenta de nuestros pecados. La Ley es eficaz al acusar a todos como pecadores. Dicho de otra manera, a través de la Ley Dios nos revela a los pecadores que estamos bajo Su juicio. Sin embargo, al mismo tiempo, Pablo dice que esta es la función y eficacia de la Ley. 
Tito, de la era de la Iglesia Primitiva, no era un judío, sino un gentil. Como era un gentil, no conocía la Ley de Dios bien. Aun así, como nació en este mundo con los pecados de sus padres heredados desde el día en que fue concebido en el vientre de su madre, todavía era un pecador. Sin embargo, Tito pudo alcanzar la salvación por fe, porque el Apóstol Pablo le había predicado la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la que creyeron los apóstoles en la Iglesia Primitiva. 
Los gentiles primero tuvieron que conocer la Ley antes de poder creer en Jesucristo y, por tanto, el Apóstol Pablo les enseñó la Ley primero. Está escrito en Romanos 3:20: «Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado». ¿Quién entre nosotros puede decir que no tiene pecados cuando en realidad cometemos pecados todos los días? Nuestra carne está llena de deseos pecadores. Como esta naturaleza pecadora siempre está latente en la humanidad, no podemos evitar pecar cuando tenemos la oportunidad. Por tanto, los seres humanos son poco más que instrumentos del pecado, que cometen transgresiones con la naturaleza pecadora de su corazón y carne. Por eso las personas pecan contra Dios habitualmente durante toda su vida. Cometemos pecados de manera tan habitual y repetida que no pasa un día sin que pequemos. 
¿Qué función tiene la Palabra de la Ley de Dios para la humanidad? El Apóstol Pablo de la Iglesia Primitiva nos enseña aquí que la única función de la Palabra de la Ley de Dios es permitir a la humanidad que se dé cuenta de sus pecados. De las reglas que Dios le ha dado a la humanidad sale el entendimiento de que el corazón humano está lleno de pecados; la Ley no tiene ningún otro objetivo. Por tanto, la Ley de Dios por sí misma no puede hacernos espirituales. 
Pero, la gente suele estar confundida acerca de la Palabra de Dios. Algunas personas que creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media se deciden a cumplir la Ley con fidelidad, diciendo: “Cumpliré toda la Ley de Dios. Santificaré el Día del Señor como un buen cristiano”. Estos creyentes en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media siempre alardean de su justicia cumpliendo la Ley. 
Estas personas que creen en el evangelio de la Cruz no conocen la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron los apóstoles en la era de la Iglesia Primitiva. Una de las características es que están llenos de su propia justicia, porque creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media. Como estas personas no conocen todavía el poder de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la que creyeron los apóstoles en la Iglesia Primitiva, no pueden eliminar sus pecados, y como resultado, siguen intentando alcanzar la salvación a través de sus propios esfuerzos al cumplir los estatutos de la Ley de Dios. 
Cuando los que creen en el evangelio de la Cruz creado por Constantino no cumplen la Ley de Dios, tienen una tendencia fuerte a intentar eliminar sus pecados con las oraciones de penitencia, pero al final no consiguen nada. Muchos de los creyentes del evangelio de la Cruz en la actualidad hacen mucho hincapié en sus oraciones de penitencia, pero estas creencias doctrinales son erróneas y han caído en esta falacia precisamente porque creen en las lecciones del evangelio de la Cruz creado en la Edad Media. La fe de estas personas está equivocada y confían en una teoría cristiana de penitencia que no hace más que calmar su conciencia. Oran a Dios solo para calmar su conciencia y recibir perdón, diciendo: “Señor, he cometido un error. Si perdonas mis pecados esta vez, nunca volveré a pecar. No volveré a repetir esta transgresión. Así que, por favor, perdóname esta vez”. 
Sin embargo, tanto la Biblia como la verdadera Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la que creyeron los apóstoles de la era de la Iglesia Primitiva dicen claramente que los pecados de la humanidad pueden eliminarse solo con fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu cumplido por Jesús. Por eso Jesús cargó con todos los pecados de la humanidad para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán. El Señor dice: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).
Aun así, los que solo creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media creen que pueden recibir la remisión de los pecados a través de sus oraciones de penitencia. Es absolutamente imperativo que nos demos cuenta de que el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron los apóstoles en la era Primitiva y el evangelio de la Cruz creado por Constantino en el 313 d.C, son evangelios completamente diferentes. Esto se debe a que, si no conocemos la diferencia entre estos dos evangelios diferentes, podemos caer fácilmente en un error fatal cuando se trata de recibir la remisión de los pecados al creer en Jesús como nuestro Salvador. 
Aunque la Biblia nos dice que nos “arrepintamos”, esto es muy diferente a simplemente “ofrecer oraciones de penitencia”. Mientras que la “penitencia” significa darse la vuelta del camino incorrecto y volver al camino correcto, ofrecer “oraciones de penitencia” literalmente significa arrepentirse con solo palabras. La Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió y dio a los apóstoles y santos en la era de la Iglesia Primitiva es el Evangelio que Jesús mismo cumplió en este mundo, mientras que el evangelio de la Cruz, creado en el Primer Concilio de Nicea, es un evangelio hecho con los pensamientos propios de la humanidad, que surgen cuando los hombres se reúnen y consultan. 
El Evangelio de la Cruz creado con los pensamientos propios del hombre enseña a sus seguidores que pueden eliminar sus pecados al ofrecer oraciones de penitencia, que se tarda mucho tiempo en ser completamente santificados después de creer en el evangelio de la Cruz, y que al final recibirán el Espíritu Santo si oran a Dios durante mucho tiempo y con mucha intensidad. Debemos darnos cuenta de que es a través de aquellos cuyos corazones siguen teniendo pecados que estas doctrinas ridículas se han esparcido por todo el mundo. Entre las cosas que debemos saber, debemos prestar atención a lo que la Biblia dice sobre la “confesión”. 
La Biblia nos dice que, cuando los nacidos de nuevo cometen pecados, deben “confesar”. ¿Cuál es el significado bíblico de la “confesión”? La confesión significa admitir a Dios todo sobre nosotros tal y como es. Para ilustrar esto con un ejemplo, lo que la Biblia dice que significa confesar es como un espía que se entrega. Cuando confesamos a Dios, somos como un espía que se entrega a sí mismo admitiendo: “Soy un espía nacido en tal país y formado como infiltrado en tal base militar. Vine a este país para recoger información secreta. Pero ahora me entrego. Suplico clemencia y pido ser aceptado como un ciudadano de esta nación. También suplico que se me proporcione apoyo económico para poder asentarme en este país. Seré un ciudadano respetuoso de las leyes de ahora en adelante”. Así es como un espía se entrega a sí mismo. 
De la misma manera, nosotros también debemos confesarnos ante Dios diciendo: “Dios, ahora que me he dado cuenta de mis pecados gracias a Tu Ley, confieso que soy un pecador. Aunque he intentado cumplir Tus estatutos, simplemente era arrogante, y ahora conozco mis debilidades. Señor, confieso que no puedo evitar cometer pecados porque nací con iniquidades por naturaleza, y no puedo cumplir Tus estatutos. Soy una semilla de pecados incapaz de cumplir Tus estatutos fundamentalmente. Nací en este mundo como pecador por naturaleza, habiendo heredado todos los pecados de mis antecesores, y de ahora en adelante no soy más que un montón de pecados. Así que, admito que soy un pecador que incumple constantemente Tu Ley todos los días de mi vida. Señor, por favor, ten misericordia de un ser tan despreciable y sálvame de todos mis pecados”. Dios concede Su gracia de salvación a los que buscan Su misericordia. 
Entonces, los que han confesado sus pecados de esta manera deben alcanzar la salvación al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo, el Hijo de Dios Padre, cargó con todos nuestros pecados para siempre y los eliminó con la Palabra de Su bautismo. Debemos creer que el Hijo de nuestro Dios, Jesucristo, es el Salvador que vino a este mundo para darnos la salvación para siempre a todos los pecadores que no pueden cumplir la Ley mientras viven en este mundo. Debemos darnos cuenta del bautismo de Jesús, nuestro Salvador, y Su muerte, y debemos ser salvados de nuestros pecados por fe. La Iglesia Primitiva predicó acerca del bautismo que Jesucristo recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó cuando vino a este mundo. Debemos creer que esto es nuestra salvación. Pudimos ser salvados cuando nos dimos cuenta de que Jesús había eliminado todos nuestros pecados con Su carne y sangre. Cuando creemos que el Señor había venido a este mundo para darnos la verdadera salvación y que nos había dado la salvación al cargar con nuestros pecados con Su bautismo y derramamiento de sangre, pudimos convertirnos en hijos de Dios. 
Ahora estamos escuchando la salvación en la que creyeron los apóstoles y los santos de la era de la Iglesia Primitiva. Sin embargo, por desgracia, todavía hay muchas personas que han caído en una falacia al creer en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media. Así que debemos entender correctamente la función de la Ley que el Señor les ha dado a los pecadores, y debemos convertirnos en hijos de Dios al creer en el bautismo de Jesús y Su sangre. Incluso ahora, hay personas que piensan que pueden eliminar sus pecados si ofrecen oraciones de penitencia cuando no cumplen la Ley de Dios. Pero estos pensamientos surgen de las lecciones humanas falsas enseñadas por el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media. Estos pensamientos dogmáticos son completamente falsos originados del evangelio de la Cruz creado en la Edad Media. 
Si las oraciones de penitencia propias tuvieran el poder de eliminar los pecados de cualquier persona, Jesús no habría necesitado ser bautizado por Juan el Bautista cuando vino a este mundo, ni haber sido crucificado para derramar Su sangre hasta morir. Así que la gente debe darse cuenta de que intentar eliminar sus pecados con sus oraciones de penitencia es igual que convertir a Dios en un mentiroso. Deben entender que esto no es más que una doctrina falsa creada por ellos. Sus oraciones de penitencia no son más que un espectáculo religioso; fundamentalmente, ninguna oración de penitencia puede eliminar ningún pecado. 
Los cristianos de hoy en día que creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media deben evitar los pecados que cometen por no conocer la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu con la que el Señor eliminó todos los pecados de la humanidad. Deben darse cuenta de que intentar cumplir la Ley de Dios por todos los medios, ofrecer oraciones de penitencia y servir a Dios con fervor no es la verdadera fe. Hoy en día, cuando los cristianos ofrecen oraciones de penitencia, piensan: “Esta es una virtud que todo buen cristiano debe practicar ante Dios”. Estos cristianos deben darse cuenta de que están retando la justicia de Dios. Se puede decir que están haciendo todo lo posible para provocar la ira de Dios. 
Los que ahora creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media están caminando a ciegas, aunque han perdido el rumbo en su vida. El rumbo de su fe es completamente diferente de lo que el Señor quiere, que es que creamos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Al darle Su Ley a la humanidad, Dios ha hecho saber que todo el mundo es un pecador que no cumple Sus reglas. Así que, si todavía tienen pecados a los ojos de Dios, les pido que entiendan y crean que Dios les ha permitido ser liberados de Su juicio al poner su fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en el que se creyó en la Iglesia Primitiva. Como todos los seres humanos son pecadores a los ojos de Dios, deben pedirle la salvación y creer en la verdadera Palabra de la salvación, diciendo: “Dios, estoy destinado al infierno. Por favor, sálvame de todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu”. 
Por tanto, debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyó el Apóstol Pablo y el cual predicó a los gentiles en la era de la Iglesia Primitiva, es decir, debemos creer en la Verdad de que Jesús cargó con los pecados de la humanidad a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, eliminó los pecados de los pecadores y pagó el precio de nuestros pecados con Su sangre y muerte en la Cruz para darnos vida nueva a los creyentes. 
Como nosotros también somos gentiles, si tratamos de creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu a través de la cual Jesús le ha dado la salvación a la humanidad, entonces debemos creer en la función de la Ley de Dios, la Palabra del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, y la Palabra de Su sangre como la predicó el Apóstol Pablo. Debemos ser salvados de los pecados de este mundo de esta manera. 
 


Pedro era un apóstol de los judíos


Pedro no era un apóstol de los gentiles, sino un apóstol de los judíos que predicó el Evangelio del agua y el Espíritu al pueblo judío. Este era el ministerio de Pedro guiado por el Espíritu Santo. Al contrario que Pedro, el Apóstol Pablo fue enviado a predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a los gentiles. El Evangelio predicado por el Apóstol Pablo era la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu predicado a los gentiles. El Evangelio predicado por los apóstoles de la Iglesia Primitiva era la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. 
Por el contrario, el evangelio que Constantino creó en la Antigüedad tardía con sus seguidores era el evangelio de la Cruz. El Credo de Nicea, elaborado en el Primer Concilio de Nicea celebrado en el 325 d.C. como precursor del Credo de los Apóstoles, dio lugar a una fe que se llamó el evangelio de la Cruz y ha sido pasada hasta el día de hoy. Sin embargo, el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyeron los apóstoles de la era de la Iglesia Primitiva era el Evangelio que Jesús mismo había cumplido por ellos, y con este Evangelio, Jesús había eliminado todos los pecados de Pedro para siempre mucho antes de que los cometiera, sabiendo de antemano que se desviaría. 
Sin embargo, por desgracia, multitud de cristianos han sido engañados para creer en el evangelio de la Cruz creado por Constantino durante más de 1.500 años, pensando que este evangelio es el Evangelio del agua y el Espíritu. Desde el 325 d.C. al año 2022, el evangelio de la Cruz ha fingido ser el Evangelio del agua y el Espíritu y ha engañado a muchos cristianos. Aunque la gente puede recibir la remisión de los pecados solo si cree de todo corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió en este mundo, Satanás la ha engañado para creer en el evangelio de la Cruz y para recibir la remisión de los pecados de manera falsa. El Señor no quiere que nadie dude más. De ahora en adelante, el Señor quiere que todos crean en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que les dio a los apóstoles de la Iglesia Primitiva y que así nazca de nuevo del pecado por completo. 
Ustedes también pueden nacer ahora de nuevo de sus pecados para siempre si creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor le dio a la Iglesia Primitiva. La voluntad de Dios para ustedes se cumplirá en este mundo. De la misma manera en que Jesús dijo en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10), serán bendecidos para que la voluntad de Dios se cumpla en su corazón. 
La Ley de Dios hace que todo el mundo conozca sus pecados, y el Evangelio del agua y el Espíritu permite que todo el mundo nazca de nuevo de ellos a los ojos de Dios. El Evangelio predicado por el Apóstol Pablo era el Evangelio de la remisión de los pecados perfeccionada por el bautismo de Jesús, Su muerte en la Cruz y Su resurrección. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor les dio a Sus discípulos en la Era Primitiva podemos recibir la remisión de los pecados. No es demasiado tarde. Jesús es el Señor de los que creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. 
El pueblo de Israel tenía la obligación de cumplir la Ley de Dios fielmente y los hombres judíos tenían que ser circuncidados a los ocho días después de nacer. Por costumbre, si un varón judío no era circuncidado a los ocho días, esta persona no era reconocida por la nación de Israel como judío fueran cuales fueran las circunstancias. Así, para que un hombre judío fuera un verdadero israelita y un verdadero creyente en el Señor Dios, tenía que ser circuncidado sin falta. 
Sin embargo, el Apóstol Pablo enseñó que el ritual judío de la circuncisión no debía mezclarse con el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu, el Evangelio a través del cual el Señor ha salvado a los pecadores de sus pecados para nacer de nuevo. Así que les pido que se den cuenta de que la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en el que creyó la Iglesia Primitiva y que se ha pasado hasta el presente es la Palabra que permite nacer de nuevo, crean en esta Palabra y así nazcan de nuevo para convertirse en parte del pueblo de Dios. Espero y oro que Dios les dé la bendición de nacer de nuevo a través de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. 
En el pasaje de las Escrituras de hoy, el Apóstol Pablo estaba muy enfadado con la Iglesia de Galacia. Por eso envió al Concilio de Jerusalén de la Iglesia Primitiva la Palabra pura del Evangelio del agua y el Espíritu que permitió incluso a los gentiles nacer de nuevo por fe. El Apóstol Pablo advirtió que exigir a los gentiles que fuesen circuncidados además de creer en Jesús era un acto de obstrucción que evitaría que naciesen de nuevo al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Mientras que no era inusual que los judíos cumpliesen la Palabra de la Ley y fuesen circuncidados según sus costumbres, incluso después de creer en Jesús, para los gentiles la práctica judía de la circuncisión y el cumplimiento de la Ley eran obstáculos que hacían difícil que naciesen de nuevo al creer completamente en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús había cumplido. 
Como los gentiles no tienen conocimiento de la Ley de Dios, su entendimiento de la Ley que Dios ha dado a la humanidad es extremadamente limitado. Apenas saben que la Ley es lo que les permite darse cuenta de sus pecados. Sin embargo, después de darse cuenta de esto pueden recibir la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo de Dios al acudir a Jesucristo y creer en Su bautismo y sangre. Cuando los gentiles reciben la remisión de los pecados de esta manera al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús dio a la Iglesia Primitiva, deben vivir como obreros que difunden por todo el mundo la Palabra de salvación que permite a todo el mundo nacer de nuevo. Si los gentiles, al haber sido salvados al creer en Jesús, todavía tuviesen que ser circuncidados y cumplir la Ley, sería muy difícil para ellos cumplir este deber. El Señor no estaría contento si tuviésemos que realizar rituales de sacrificios de la Ley o de la circuncisión incluso después de haber nacido de nuevo al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que le dio a la Iglesia Primitiva. Hay que admitir aquí que insistir en los rituales de la Ley y la circuncisión impone una carga demasiado pesada a los que han sido salvados por fe. Cargarles con estos rituales hará que les sea imposible hacer la obra de Dios de predicar el Evangelio. 
¿Entienden ahora lo que el Apóstol Pablo nos está enseñando aquí? Para los gentiles de todo el mundo la Palabra de la Ley de Dios es efectiva solamente si funciona como una herramienta para que se den cuenta de sus pecados. Cuando se dan cuenta de esto pueden recibir la remisión de los pecados en su corazón al creer en el bautismo de la remisión de los pecados que Jesús recibió y la sangre que derramó en la Cruz. Esta es la razón por la que Dios Padre estableció la Ley. Solo entonces los gentiles pueden creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo dio a la Iglesia Primitiva, nacer de nuevo por esta fe de la salvación, alabar a Dios, vivir por la proclamación del Evangelio e ir al Cielo. ¿No es así? Esta es la esencia de por qué el Apóstol Pablo se sometió al Concilio de Jerusalén. 
Como sabemos bien, no somos israelitas, sino gentiles. Esto significa que debemos recibir la remisión de los pecados al creer en la Verdad de la salvación de corazón, en cómo Jesucristo cargó con nuestros pecados y eliminó su condena con la Palabra de Su bautismo y sangre que entregó a la Iglesia Primitiva. Si hemos sido salvados de nuestros pecados para siempre al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu entregada por el Señor, de ahora en adelante, todo lo que nos queda es predicar el Evangelio entregado a la Iglesia Primitiva mientras vivamos en este mundo e ir al Cielo cuando el Señor nos llame. Ahora no hay motivo para ser circuncidados físicamente como el pueblo de Israel. Por el contrario, todo lo que necesitamos es la circuncisión espiritual de la fe en nuestro corazón que demuestra que nuestros pecados han sido eliminados y convertirnos en personas santas. ¿No es así? La Ley de Dios es la Palabra que establece el criterio por el cual debemos temer a Dios, y también es la Palabra que nos enseña que, en nuestra carne humana, somos incapaces de cumplirla perfectamente. 
Por tanto, para los que creemos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu entregado a la Iglesia Primitiva, debemos seguir la Ley del Espíritu de Dios. Está escrito en Gálatas 5:18-26: «Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros». El espíritu de la Ley de Dios es el siguiente: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Por el contrario, la Ley del Espíritu que Dios nos ha dado nos exige que recibamos la remisión del pecado al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu dado a la Iglesia Primitiva, que recibamos el don del Espíritu Santo y así nos convirtamos en el pueblo de Dios. Y también nos dice: “Amaos los unos a los otros. Apreciaros los unos a los otros. No os hagáis mal los unos a los otros”. Esta es la Ley del Espíritu. 
La Ley del Espíritu nos exige que transcendamos el amor por nuestra carne y creamos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor le dio a la Iglesia Primitiva. Su mensaje es el siguiente: “Amaos los unos a los otros, y en unidad, predicad el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo”. Esto es lo que Dios nos está diciendo a todos los que han nacido de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. 
¿Por qué estoy predicando ahora la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor dio en la era de la Iglesia Primitiva? Porque en el presente hay muchos cristianos, no solo en nuestro país, sino en todo el mundo, que viven una vida insensata de fe a pesar de confesar creer en Jesús, porque creen en el evangelio de la Cruz creado en la Edad Media, están atados a una fe legalista y no saben lo que es la guía del Espíritu Santo. Los cristianos de hoy en día están viviendo una vida de fe insensata, creyendo que el evangelio de la Cruz, que fue creado en el Primer Concilio de Nicea convocado por Constantino en la Antigüedad tardía, es la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Confunden el evangelio de la Cruz completado en el Primer Concilio de Nicea en el 325 d.C. con la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió en los años 1-33 d.C. y entregó a la Iglesia Primitiva, y creen en este evangelio falso con devoción, pero solo acaban viviendo una vida de fe ruinosa. 
Estos cristianos ni siquiera saben dónde en la Biblia pueden encontrar la Palabra que permite a la humanidad nacer de nuevo del agua y el Espíritu. Creen a ciegas en el Jesús crucificado, aunque no tienen ni idea de cuándo nacerán de nuevo, y a veces caen en una fe legalista, siguen fanáticamente el movimiento carismático, sucumben a la teología moderna para creer en Jesús solo en nombre en sus mentes, o se convierten en defensores de la doctrina que solo creen en las doctrinas sectarias. 
Debemos darnos cuenta de lo siguiente: Si solo creemos en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor le dio a la Iglesia Primitiva, no nos faltará nada para nacer de nuevo de nuestros pecados y vivir como pueblo de Dios. Así que les pido que piensen en cuando el Señor cumplió la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu entregado a la Iglesia Primitiva, y cuándo y por qué el evangelio de la Cruz surgió en la Edad Media. Y les pido que se conviertan en santos nacidos de nuevo al creer en esta Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que les permite nacer de nuevo de sus pecados y se conviertan en obreros de Dios que predican esta Palabra. Espero y oro que glorifiquen a Dios con su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. 
El Señor les ha dado la bendición de nacer de nuevo a través de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Lo que debemos entender aquí es que, aunque es correcto vivir por toda Palabra de Dios, como nuestra fe es débil, no podemos cumplir la Palabra de la Ley y, por tanto, debemos admitir al Señor que somos incapaces de cumplir toda la letra de Su Ley. Precisamente porque no podemos cumplir los estatutos de la Ley de Dios estamos bajo Su juicio en última instancia, y por eso debemos ser salvados de nuestros pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu ahora. De ahora en adelante, debemos alcanzar la salvación al creer en la Palabra del bautismo y la sangre de Jesús que nos ha dado. 
Es absolutamente indispensable que creamos en la justicia de Jesucristo como el Evangelio del agua y el Espíritu y que la reconozcamos como tal en nuestro corazón. Jesucristo vino a este mundo a salvarnos de todos los pecados del mundo y de toda la condena, y nos dio la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la era de la Iglesia Primitiva, la Palabra del bautismo de la salvación. Al creer en Su amor y esta Palabra debemos convertirnos en hijos de Dios y alabarlo. Debemos convertirnos en hijos de Dios al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. 
De ahora en adelante debemos seguir la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que constituye la justicia de Dios, amarnos los unos a los otros y predicar este Evangelio a nuestro prójimo para darle gozo a Dios. De ahora en adelante, debemos dejar de lado la fe legalista que nos obligaba a cumplir la Palabra de la Ley literalmente, creer de todo corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, el único Evangelio que limpia los pecados dado por Jesucristo, y así alcanzar la salvación de todos nuestros pecados. En resumen, de ahora en adelante, debemos recibir la remisión de los pecados al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo nos ha dado, y vivir según esta fe como instrumentos de la justicia por este mundo.