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Sermones

Tema 28: Si Tienes Confusión y Vacío en Tu Corazón, Busca la Luz de la Verdad

[28-6] El Señor Nos Ha Dado Agua Viva para Nunca Más Tener Sed (Juan 4:4-14)

El Señor Nos Ha Dado Agua Viva para Nunca Más Tener Sed
< Juan 4:4-14 >
“Y le era necesario pasar por Samaria
Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta.
Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer.
La mujer Samaritana le dijo: “¿Cómo tú, siendo Judío, me pides a mí de beber, que soy mujer Samaritana?” Porque Judíos y Samaritanos no se tratan entre sí.
Respondió Jesús y le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’; tú le pedirías, y él te daría agua viva”.
La mujer le dijo: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”
Respondió Jesús y le dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”’
 

Visita de Jesús a Samaria

Hoy, me gustaría compartir con ustedes las bendiciones de Dios del pasaje de Juan capítulo 4 que acabamos de leer. En este pasaje, vemos a una mujer Samaritana que se encuentra con Jesús junto a un pozo, y en la conversación que mantienen podemos ver fluir la verdadera Palabra que hace que nunca más volvamos a tener sed. Para ti y para mí que ahora vivimos en este mundo, la mujer Samaritana es también nuestra sombra. 
Jesús iba de camino a Galilea cuando se detuvo en Samaria, donde residía esta mujer. De hecho, Jesús lo hizo deliberadamente, yendo al pozo de Jacob y esperarla, para encontrarla. La ciudad Samaritana llamada Sicar, de donde era la mujer, fue donde vivieron Jacob y su hijo José, los antepasados de los israelitas, y allí se conservó el pozo de Jacob.  
Los judíos dudaban en tratar con la gente de Samaria. Esto se debe a que, durante la época del Antiguo Testamento, los reyes Asirios seguían una política de asimilación mediante el reasentamiento forzoso de sus territorios conquistados, y cuando conquistaron Israel, reasentaron a varios grupos paganos en Samaria y promovieron los matrimonios mixtos. Así, los judíos rechazaron deliberadamente a los Samaritanos, despreciándolos como una raza mixta por mezclarse con los paganos. Los Samaritanos eran despreciados por los judíos por haber perdido su pureza como pueblo de Israel. 
Era mediodía cuando Jesús se detuvo junto al pozo de Samaria, por lo que era imposible evitar el sol. Así que se encontró con la mujer Samaritana bajo el sol abrasador, y comenzó su diálogo de vida con ella pidiéndole agua. 
 


Si Supieras Quién Es Él Que te Dice: “Dame de Beber”


La mujer Samaritana le dijo a Jesús: “¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides agua a mí, una mujer Samaritana?”. Jesús le dijo entonces, “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Podemos ver aquí que la mujer Samaritana ya tenía sentimientos hostiles hacia los judíos incluso antes de empezar a conversar con Jesús. Esta mujer se sentía muy orgullosa por el hecho de que el pozo de Jacob estaba en Samaria, así que no sólo consideraba que la fe de sus antepasados era superior, sino que también estaba muy interesada en la diferencia entre esta fe y la fe de los judíos. 
Era alrededor del mediodía cuando la mujer llegó al pozo. Desde el mediodía hasta las dos de la tarde, la gente de aquella región interrumpía sus actividades y echaba la siesta, pues hacía demasiado calor. Era su rutina diaria disfrutar de la siesta después del almuerzo hasta alrededor de las 3 p. m., y luego comenzar sus actividades de la tarde una vez que el sol abrasador se volvía menos intolerable. Sin embargo, en contraste con esta costumbre, la mujer de la lectura bíblica de hoy fue al pozo a sacar agua en un momento en que todos los demás dormían la siesta. Podemos decir a partir de este comportamiento que la mujer tenía una razón de peso para acercarse al pozo y sacar agua mientras trataba de evitar a los demás. 
Jesús dijo en Juan 4:10, “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Viendo lo que la mujer le dijo a Jesús, podemos entrever que estaba pensando: “Es bastante absurdo que me ofrezcas agua viva cuando ni siquiera tienes un balde para sacar agua. Este pozo perteneció a mi antepasado Jacob, así que ¿cómo puedes Tú, judío, pedirme su agua?”. 
El agua que nuestro Dios está ofreciendo a los sedientos es agua viva, que es su gracia. El don de Dios que Jesús ofrece aquí a la mujer es la remisión de sus pecados. El regalo de Dios para ella es Su gracia que la salvaría de sus pecados. A esto se refería Jesús cuando le dijo, “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Sin embargo, la mujer no entendía lo que Jesús le estaba diciendo. 
¿Qué es lo que Dios quería darle a esta mujer? Quería darle el evangelio que proclama que Jesús había quitado los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista. En otras palabras, Jesús quería darle el regalo de la salvación y hacerle saber que Él cargó con sus pecados en este mundo y se convirtió en su propiciación. 
¿Cuál es el don de la salvación que el Señor ofrece gratuitamente a la humanidad? Es el hecho de que Jesús cargó con los pecados de la humanidad de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, y en consecuencia se sacrificó en lugar de los pecadores como su propiciación. Es porque Jesús cargó con los pecados de la humanidad a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista que fue crucificado como nuestra ofrenda sacrificial. Debemos creer con el corazón que este Señor que fue bautizado por Juan el Bautista es nuestro Salvador. 
Debemos creer que Jesucristo es nuestro Salvador que quitó los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y fue crucificado para derramar Su preciosa sangre en la Cruz. Fue para cargar con los pecados de este mundo que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. Y fue condenado por nuestros pecados en la Cruz. Es cuando creemos en esta salvación que verdaderamente nacemos de nuevo. La fe en el bautismo del Señor y Su sangre en la Cruz es la maravillosa y bendita fe que nos transforma ahora en hijos de Dios. 
Así como el Señor quitó los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, el juicio de Dios reservado para nosotros se cumplió con la sangre que Jesús derramó en la Cruz. El bautismo que recibió Jesucristo, el Hijo de Dios, y la sangre que derramó en la Cruz constituyen el sacrificio de expiación que aplacó la ira de Dios Padre. Jesús está diciendo que la Verdad que nos salva de los pecados de este mundo es la gracia de Dios.   
El Señor quiso hacer de nosotros, que éramos todos pecadores, el pueblo santo de Dios. Para ello, se complació a sí mismo pagando el precio de nuestros pecados con el bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su sangre en la Cruz. Jesús ofrece ahora la salvación a todos aquellos que creen en el Señor bautizado como su Salvador. La salvación de la humanidad del pecado es posible por la fe en la gracia de la salvación, creyendo que Jesús cargó con los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y derramó Su sangre en la Cruz por nosotros. Jesús cargó con los pecados de este mundo en Su propio cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista, y es creyendo en esta obra de salvación que recibimos la verdadera salvación en nuestros corazones. Quien cree que nuestro Señor quitó los pecados de la humanidad de una vez por todas al ser bautizado y derramar Su sangre en la Cruz puede ser salvo, y nada menos que esto es la misericordia de Dios.
Debido a que Jesús cargó con los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista, podemos encontrar consuelo para nuestros corazones y espíritus al creer en este hecho. Que Jesús pagó con Su sangre la paga de nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista y crucificado es el don de Dios que salva de sus pecados a todos los que creen en este hecho. 
Al ver que los seres humanos estaban sentenciados a ser condenados por sus pecados, Jesús no podía simplemente hacer la vista gorda ante ellos. Por eso buscó personalmente a la mujer Samaritana y salió a su encuentro, para darle el don de la salvación de todos los pecados. De hecho, Jesús podría haber pasado fácilmente por alto la tierra de Samaria y haber tomado una ruta diferente a su destino. A pesar de esto, pasó por la tierra de Samaria deliberadamente porque tuvo compasión de la mujer Samaritana y quería librarla de todos sus pecados. Dicho de otro modo, Jesús quería otorgar su gracia de salvación a la mujer Samaritana.
 

  
¿Cuál Es el Agua Viva Que el Señor Nos Ofrece a Ti y a Mí?


La gracia de la salvación que Jesús nos ofrece a ti y a mí es el hecho de que Él llevó nuestros pecados sobre Su propio cuerpo y los lavó al ser bautizado por Juan el Bautista. A través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, el Señor mismo quitó los pecados de este mundo de una vez por todas. Para salvarnos de los pecados de este mundo y de nuestro juicio, Jesús fue bautizado por Juan el Bautista y de esta manera resolvió los pecados de este mundo y, por lo tanto, ahora es capaz de librar de sus pecados a todos aquellos que conocen, creen y aceptan el bautismo del Señor. El bautismo de Jesucristo y Su sangre en la Cruz son el don de la salvación que el Señor ofrece a los pecadores. 
Ahora podemos alcanzar la salvación por medio de la fe, al darnos cuenta y creer que el Jesús que fue bautizado por Juan el Bautista también fue condenado por nuestros pecados en nuestro lugar. A través de nuestra fe en el bautismo y la sangre de Jesús, podemos ser salvos para siempre para nunca más tener sed. Aquellos que ahora aceptan y creen en el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y Su sangre como su salvación, verán la gracia de salvación de nuestro Señor brotando y fluyendo en sus corazones como una fuente. 
Tal gracia de salvación es algo que solo pueden recibir aquellos que creen en el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista en esta tierra. Si bien esta agua viva de salvación se ofrece a todos los pecadores que viven en esta tierra, esta gracia de salvación puede ser recibida sólo por aquellos que creen que Jesús quitó los pecados de este mundo al ser bautizado por Juan el Bautista. La salvación que Dios ofrece a los pecadores brota de la fe en Jesús, al creer que Él quitó los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista y murió en la Cruz por nuestros pecados en nuestro lugar. Como dice un himno: “¡Paz! ¡Paz! ¡Maravillosa paz, que desciende del Padre de lo alto! Barre mi espíritu para siempre, te lo ruego, en insondables olas de amor”. 
El bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista es el amor de Dios que nos salva de una vez para siempre a los que hemos sido pecadores desde el día en que nacimos en este mundo. Al ser bautizado, Jesús cargó sobre su propio cuerpo con los pecados de la humanidad de una vez por todas. Y la sangre que derramó cuando fue crucificado fue para llevar la condenación de nuestros pecados en nuestro lugar, y así traer la salvación a todos los que creen. En resumen, somos salvos de todos nuestros pecados si aceptamos en nuestro corazón el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó para librarnos del pecado. Entonces llegaremos a sentir el amor de Dios y veremos brotar en nuestros corazones la gracia de la salvación para lavar nuestros pecados.
Para darnos a los pecadores el don de la salvación, Jesús mismo lavó todos los pecados de la humanidad de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista. El Señor quiso darnos la verdadera salvación y dotarnos de la verdadera paz de espíritu. Así que, incluso en este mismo momento, el Señor está ofreciendo la salvación a quien crea que Jesús mismo ha librado a los pecadores de todos sus pecados al ser bautizado por Juan el Bautista. 
Éramos pecadores como la mujer Samaritana, pero en lugar de abandonarnos a nuestro estado pecaminoso, el Señor vino a esta tierra a buscarnos, fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, derramó Su sangre en la Cruz, y nos ha enseñado a los creyentes lo que es la verdadera salvación. En otras palabras, el Señor mismo vino a buscar a los pecadores, y personalmente se encargó del lavado de sus pecados. Al aceptar todos nuestros pecados de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y al ser condenado por nuestros pecados de una vez por todas con la sangre que derramó, el Señor ha cumplido nuestra verdadera salvación por nosotros. La Verdad del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista es la Verdad del lavamiento de los pecados que nos salva a los creyentes de los pecados de este mundo de una vez por todas. 
Debes darte cuenta y creer que a causa del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, todos tus pecados y los míos fueron pasados a Su cuerpo. Como Jesús cumplió la justicia de Dios al ser bautizado por Juan el Bautista, todos nuestros pecados fueron pasados a Su cuerpo gracias a esta obra, y la paga de nuestros pecados fue pagada de una vez por todas con la sangre que Jesús derramó en la Cruz. Debemos tener fe en esta Palabra del evangelio del agua y el Espíritu. Si creemos en el bautismo que nuestro Señor recibió de Juan el Bautista y en Su sangre como nuestra salvación, el río de la gracia de la remisión de los pecados se derramará en nuestros corazones para sumergirnos en el amor de Dios. 
Para todos los que vivimos en este mundo cruel y sin amor, Jesús ha lavado ahora nuestros pecados con el bautismo que recibió de Juan el Bautista, y por lo tanto podemos ser libres de todos nuestros pecados gracias al bautismo y a la sangre de Jesús que constituyen la Verdad de la salvación. Así pues, por muchos defectos que tengamos, todos debemos creer y mantenernos firmes en la Verdad de que somos lavados de nuestros pecados al creer en el Señor que fue bautizado por Juan el Bautista por nuestra causa. Cuando rumiamos la Palabra del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, podemos ver que nuestro corazón rebosa del gozo de la salvación, gracias al bautismo del Señor que nos ha traído la remisión de los pecados. 
La vida en este mundo es tan dura hoy en día que la gente de todo el mundo se lamenta de lo difícil que es seguir adelante con sus vidas. Innumerables personas luchan por sus vidas, preocupadas por las cargas fiscales cada vez mayores y el empeoramiento del cambio climático. Sin embargo, aunque vivamos en un mundo tan duro, y aunque nuestros corazones hayan sido pecadores hasta ahora, mientras creamos en este momento que Jesús quitó los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, y creamos en este Señor como nuestro Salvador, entonces desde esta hora en adelante todos podemos vivir por la fe rodeados del amor de la salvación que el Señor nos ha dado. No importa cuán difícil se vuelva el mundo en el que vivimos, si podemos recibir el lavamiento de los pecados en nuestros corazones al darnos cuenta y creer que la Verdad del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y la gracia del derramamiento de Su sangre son para nuestra salvación, todos podemos ser verdaderamente felices ante Dios. 
Si creemos que Jesús cargó con los pecados de este mundo de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y que fue condenado por nuestros pecados al derramar Su sangre en la Cruz, entonces somos salvos de todos nuestros pecados a través de nuestra fe en la Verdad de la salvación. Mientras creamos que el Señor quitó nuestros pecados a través de Su bautismo y fue crucificado para pagar su salario, todos podemos vivir en medio de las bendiciones de la salvación dadas por Dios al poner nuestra fe en Su amor. ¡Qué maravillosa bendición es que tú y yo ahora estemos sin pecado en nuestros corazones! No hay palabras para describir lo agradecidos que estamos a Dios por el hecho de haber recibido la remisión de los pecados. Nuestra fe actual que nos ha salvado puede lavar todos nuestros pecados, porque Jesús cargó con todos los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, todos nuestros pecados fueron pasados a Su cuerpo, y creemos en esta justa salvación del Señor. 
Nuestros corazones rebosan de acción de gracias porque hemos alcanzado la verdadera salvación al aceptar la Palabra del bautismo de Jesús en nuestros corazones. Todos podemos ser salvos por la fe en la Palabra del bautismo del Señor. Los que se dan cuenta y creen en esta asombrosa Palabra del lavamiento de los pecados están destinados a estar siempre en paz, con la alegría brotando de lo más profundo de sus corazones. Por lo tanto, lejos de vivir sufriendo por nuestros pecados, ahora podemos vivir una vida en la que nuestras almas nunca más tendrán sed, todo porque creemos en la Palabra del bautismo que nuestro Señor recibió por nosotros. Así es como llegamos a dar gracias y gloria a nuestro Señor en nuestras vidas por bendecir nuestros corazones para que rebosen con el gozo de la salvación. 
 

Éramos Como la Mujer Samaritana por Naturaleza

Todos éramos como la mujer Samaritana a los ojos del Señor. Llena del peso de la vida, la mujer Samaritana vino a sacar agua mientras todos los demás dormían la siesta. Dado que vino al pozo de Jacob a sacar agua a mediodía bajo un sol abrasador, debe haber tenido una vida muy dura en este mundo. Podemos ver que ella misma no estaba contenta con su vida. Lo más probable es que no tuviera más remedio que sacar agua del pozo a esa hora si quería preparar la comida para su familia y seguir con su vida cotidiana. Y cuando se quedó sin agua al día siguiente, debe haber vuelto al pozo otra vez. Así, la mujer vivía en este mundo, con una sed constante e insaciable. 
Nosotros somos como esta mujer. Por ejemplo, algunas personas piensan que comprar un inmueble les mejorará la vida. Así que piden una hipoteca para comprar un inmueble, pero luego tienen que apretarse el cinturón durante años para poder pagar los intereses y el capital de la hipoteca. La gente también puede pensar que encontrar un buen trabajo les haría felices, pero esto tampoco es siempre cierto. Incluso si superan todo tipo de obstáculos para conseguir un buen trabajo en una gran empresa, pueden verse fácilmente despedidos cuando la empresa que parecía garantizarles el futuro quiebra. 
Algunas personas hacen todo lo posible por ascender en la escala social. Para ilustrarlo, pensemos en una mujer que frecuenta un club social exclusivo reservado solo a la clase alta. Paga la cuota del club, aprende el pulido lenguaje de la clase alta e invierte mucho dinero en embellecer y hacer atractiva su apariencia exterior, comprando bolsos y ropa de lujo. Luego piensa para sí misma: “Esta es la única manera en que puedo ascender. ¡Si conozco a un solo hombre agradable aquí, ¡podré dar un vuelco a mi vida!”.
Finalmente, la mujer consigue conocer a un hombre aparentemente agradable. Él le dice que la ama y, tras un período de noviazgo, se casan. Sin embargo, con el tiempo se da cuenta de que su marido era igual que ella, que intentaba ascender en la escala social. Su matrimonio fue producto del engaño mutuo y, una vez que se conocieron bien con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que estaban tratando de hacer lo mismo. 
Entonces, la mujer se divorcia de su esposo y busca a otro hombre. Un día, conoce a un hombre así en el club social. Pero este hombre también resulta ser un fiasco. Se va a vivir con él y las cosas van bien durante los primeros meses. Piensa para sí misma: “¡Vaya, esta vez he acertado! Genial, a partir de ahora todo irá sobre ruedas. Pondré todo en esta relación para que no pueda darse el lujo de abandonarme. Debería quedar embarazada de él. ¡Me casaré con él pase lo que pase!”. La mujer invierte todo en esta relación, pero el hombre vuelve a decepcionarla. Este segundo hombre la engaña y se fuga con otra mujer. Como resultado, la vida de la mujer vuelve a arruinarse. 
Entonces, la mujer piensa para sí misma: “Con quienquiera que me encuentre la próxima vez, voy a investigar a fondo sus antecedentes antes de comprometerme”. Conoce a otro hombre, y esta vez investiga bien. El hombre es rico y todo parece ir bien. Se va a vivir con él y todo le parece estupendo, hasta que descubre que en realidad está casado. Su tercer intento también termina siendo un fracaso. 
En su cuarto intento, conoce a un anciano rico, pero éste cae enfermo y muere pronto. Ella cree que heredará sus riquezas, pero no consigue nada, ya que el cuarto hombre no la incluyó en su testamento y murió repentinamente sin casarse. Así pues, su cuarto intento vuelve a fracasar. La Biblia dice que la mujer Samaritana vivía con su quinto hombre, y el hombre con el que estaba ahora no era su marido. Imaginemos por un momento que la mujer Samaritana estaba en la misma situación que el ejemplo hipotético discutido anteriormente. La mujer se encontraba en circunstancias similares, y el hombre con el que vivía no era su marido, sino alguien que fácilmente podía decepcionarla y abandonarla en cualquier momento. 
Jesús le dijo: “Si me pides agua, y bebes del agua que yo te doy, beberás agua viva para no tener sed jamás”. La mujer dijo: “Si tienes esa agua, dámela”. Jesús le dijo entonces: “Trae a tu marido”. La mujer dijo entonces sin vacilar: “El hombre con el que vivo no es mi marido. No tengo esposo”. Jesús le dijo: “Tienes razón. Has tenido cinco maridos, pero el hombre con el que estás ahora no es tu marido, así que lo que dices es verdad”. Al ver cómo Jesús conocía todos los detalles sobre ella, la mujer Samaritana empezó a preguntarse sobre Él, pensando para sí misma: “Este Hombre no es un hombre común”. Al final, llegó a darse cuenta de que Jesús era el Cristo.
 


“Así Conviene que Cumplamos Toda Justicia” (Mateo 3:15)


Recapitulemos aquí. Es para salvarnos de todos nuestros pecados que Jesucristo vino a este mundo encarnado en la carne de la humanidad. Él vino a esta tierra buscándonos con el nombre de “Jesús”, porque Él es el Único que salvaría a Su pueblo de sus pecados. Es importante que nos demos cuenta aquí que, durante la época del Antiguo Testamento, el Sumo Sacerdote podía comenzar a cumplir sus deberes sacerdotales a la edad de 30 años, y Jesús tenía 30 años cuando fue al río Jordán en busca de Juan el Bautista. Esto significa que fue para cumplir Su oficio como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos que Jesucristo fue a buscar a Juan el Bautista a la edad de 30 años y llevó los pecados de la humanidad en Su propio cuerpo al ser bautizado.
Buscando ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús le dijo: “Porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15). He leído este versículo docenas de veces, y también lo he buscado en el texto original. Jesús fue a Juan el Bautista y buscó ser bautizado por él porque quería quitar los pecados de este mundo a través de Su bautismo, porque Él era el Cristo. Este bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista tuvo el mismo efecto que la imposición de manos del Antiguo Testamento.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, Su cuerpo fue sumergido en el agua del río Jordán y emergió de él. Esto nos muestra que Jesús estaba llevando a cabo la obra de salvación para liberar a la humanidad del pecado. El bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista fue la obra a través de la cual Él quitó los pecados de este mundo. Además, es porque Jesús nos quitó nuestros pecados a través de Su bautismo que sufrió la muerte en la Cruz para ser condenado por ellos en nuestro lugar. Cuando Jesús dijo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15), estaba diciendo: ‘Estoy siendo bautizado por ti, Juan el Bautista, para quitar ahora todos los pecados de la humanidad y así cumplir toda la justicia de Dios de una vez por todas’. Al ser bautizado por ti, asumo ahora todos los pecados de este mundo y los lavo”. 
¿Quién era, pues, Juan el Bautista? ¿Qué pensamos del hombre que bautizó a Jesús? Es imperativo que conozcamos la razón exacta por la que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. Juan el Bautista fue el más grande de los nacidos de mujer, tal como dijo Jesús: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Juan el Bautista puede ser descrito como el representante de la humanidad. Cuando examinamos el nacimiento de Juan el Bautista, vemos que era hijo de Zacarías, nacido en una casa de Sumos Sacerdotes cuyo linaje se remonta hasta la época del Antiguo Testamento. Cuando Juan el Bautista intentó bautizar a Jesús, dijo: “Así conviene que cumplamos toda justicia”. En griego, la palabra “así” aquí es "ουτως" (hutos), que significa “de esta manera”, “de ninguna otra manera sino de esta”, o “de tal manera”, y se refiere al bautismo que Jesús buscaba recibir de Juan el Bautista.
Al ser bautizado por Juan el Bautista de esta manera, Jesús quitó los pecados de la humanidad de una vez por todas. Como Juan el Bautista, el representante de la humanidad, pasó sus pecados al cuerpo de Jesús de una vez por todas a través del bautismo que le dio a Jesús, toda la justicia de Dios se cumplió. Como Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, todos los pecados de este mundo fueron pasados a Su cuerpo de una vez por todas. Fue la voluntad de Dios que Jesús lavara todos los pecados de la humanidad de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista. Al borrar así los pecados de todos, Jesús cumpliría la justicia de Dios. Así, Jesucristo está diciendo que cuando vino a esta tierra, Él quitó los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad, y esto es lo que ahora ha cumplido la justicia de Dios.
Debido a que Jesús aceptó los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, se cumplió toda la justicia de Dios, tal como Él dijo: “Porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15). Cuando Jesús colocó Su cabeza bajo las manos de Juan el Bautista para ser bautizado por él, los pecados de la humanidad pasaron a Su cuerpo de una vez por todas. Así, Jesús aceptó los pecados de la humanidad a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y Su cuerpo fue sumergido completamente en el agua del río Jordán. Cuando salió del agua, los cielos se abrieron, el Espíritu Santo descendió como paloma y se oyó la voz de Dios Padre, que decía sobre Jesús bautizado: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”
 


“Este Es Mi Hijo Amado, en Quien Tengo Complacencia” (Mateo 3:17)


Dios Padre decidió enviar a Su Hijo a esta tierra y hacerle cargar con los pecados de este mundo de una vez por todas, y Jesucristo el Hijo de Dios cumplió esta voluntad del Padre en obediencia al ser bautizado por Juan el Bautista sirviendo como el representante de la humanidad. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Al ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús quitó los pecados de la humanidad de una vez por todas. Al recibir el bautismo de Juan el Bautista de una sola vez según la voluntad de Dios Padre, Jesús aceptó todos los pecados de este mundo de una vez por todas. De este modo, Jesús hizo lo que agradó a Dios Padre al ser bautizado por Juan el Bautista y cargar así con todos los pecados de la humanidad sobre Su propio cuerpo.
Cada palabra tiene un significado. Si profesamos creer en Jesús como nuestro Salvador, aunque no comprendamos el verdadero significado de lo que Jesús dijo en Mateo 3:15: “Así conviene que cumplamos toda justicia”, es semejante a pretender poseer un terreno a ciegas sin conocer siquiera sus límites dibujados en un mapa catastral. Creer ciegamente en Jesús como nuestro Salvador sin conocer el plan de salvación de Dios Padre es como hacer tal afirmación sin fundamento. 
Oculta en la Palabra del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista está la profunda providencia del Dios Triuno. El problema, sin embargo, es que la gente de hoy no conoce la razón por la que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, ni entiende exactamente cómo Jesús les quitó sus pecados y por qué fue crucificado. Si crees en Jesús sin entender lo que Jesús le dijo a Juan el Bautista en el río Jordán, ¿piensas que aun así podrías ir al Cielo? No, esto no es posible. Por eso dedico ahora tanto tiempo a explicar el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, para que podáis comprender su significado. Cada vez que les predico la Palabra del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, les explico repetidamente que Jesús quitó los pecados de la humanidad de una vez por todas y los cargó sobre Su propio cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista. Hago esto para que sea más fácil de entender para ustedes, porque muchos de ustedes no saben sobre el bautismo de Jesús a pesar de que todos creen en Él. 
Todos nuestros pecados pasaron al cuerpo de Jesús a través del bautismo que le dio Juan el Bautista. Jesús aceptó los pecados de la humanidad de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y Él cargó con nuestros pecados y los lavó de una vez por todas para aquellos que ahora creen en Él. Por lo tanto, debido a que todos los pecados de la humanidad fueron pasados al cuerpo de Jesús de una vez por todas, cada pecado que está en nuestros corazones es ahora lavado de una vez por todas por la fe. Ya que nuestros pecados en el mundo fueron pasados al cuerpo de Jesús a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, todos han sido limpiados de nuestros corazones. Y porque Jesús quitó los pecados de la humanidad de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, Él fue condenado por nuestros pecados en la Cruz en nuestro lugar. Estoy haciendo todo lo posible para desenredar y explicar este evangelio de salvación en términos simples, para que todos puedan entenderlo con facilidad. 
Estoy seguro de que algunos de ustedes no están bien versados en términos teológicos. Si usted es uno de ellos, tendrá dificultades para entender mi sermón si utilizo términos teológicos. Los predicadores deberían abstenerse de utilizar vocabulario teológico en sus sermones y, en su lugar, recurrir a palabras sencillas y cotidianas para explicar la razón por la que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista y derramó Su sangre. Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, aceptó los pecados de la humanidad de una vez por todas. A causa de este bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, cargó todos nuestros pecados sobre Su propio cuerpo, y derramó Su sangre y murió en la Cruz. Así, siempre que predico, mi intención es dar mis sermones en términos tan sencillos como sea posible, de modo que hasta un niño de primer grado pueda entenderlos.
 


¿Cómo Podemos Obtener el Agua Viva del Señor para Nuestros Corazones?


Volviendo al punto principal, aunque la gente crea en Jesús como su Salvador, si tratan de ser salvos de sus pecados creyendo solo en la doctrina de la Cruz, todos fracasarán. Esto es porque Jesús dijo que cualquiera que desee nacer de nuevo debe “nacer de nuevo del agua y del Espíritu”. Jesús dijo, “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). El Señor nos dice aquí: “Si me conoces bien y bebes el agua que te ofrezco, tu corazón rebosará de agua viva. Entonces nunca más volverás a tener sed. Para ello, primero debes traer tus pecados ante Mí”.
Debido a que todos nacimos como descendientes de Adán, todos tenemos pecado en nuestros corazones por nuestra naturaleza fundamental, y por lo tanto no podemos evitar ser arrojados al infierno. Esto se debe a que, según la Ley de Dios, la paga del pecado es la muerte. A través de la Ley que Dios estableció para exponer los pecados de todos, Él está diciendo: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La Palabra de la Ley dada por Dios es lo que Dios nos ha ordenado seguir. Debemos darnos cuenta claramente aquí que cualquiera que rompa este mandamiento y sea culpable de cualquier pecado ante Dios será condenado por este pecado. 
El Reino de Dios es un dominio santo donde los que no tienen pecado se reúnen para vivir juntos. Debido a que todos nacimos en este mundo como pecadores por nuestra naturaleza, todos debemos ser condenados por Dios por nuestros pecados. Sin embargo, Jesús quiso quitar todos los pecados de este mundo a través del bautismo que recibiría de Juan el Bautista, y quiso ser condenado en nuestro lugar. Por lo tanto, si nos damos cuenta y creemos que Jesús cargó con los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, entonces también podemos darnos cuenta del hecho de que todos los pecados que estaban en nuestros corazones fueron trasladados al cuerpo de Jesús. Ahora tenemos la Palabra del bautismo que Jesús recibió para salvarnos de todos los pecados de este mundo. Al creer en la Palabra que nos libra de todos nuestros pecados—es decir, la Palabra del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista—todos podemos recibir el lavamiento de los pecados en nuestro corazón.
Jesús le habló a la mujer Samaritana acerca de su agua viva. Al igual que la mujer Samaritana, siempre estábamos sedientos sin importar cuánta agua de este mundo bebiéramos. Por eso debemos darnos cuenta del hecho de que el Señor quitó nuestros pecados al cumplir Su ministerio como el Cristo, y que también fue condenado por ellos. La mujer Samaritana aquí no es otra que tú y yo, y Jesús es nuestro Salvador que quitó los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista. Para salvarnos de los pecados de este mundo, Jesús nació en esta tierra a través del cuerpo de una mujer, y Él es el Salvador que cargó con los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista.
Habiendo cargado con todos tus pecados y los míos de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, Jesús fue crucificado, resucitó de entre los muertos y se convirtió así en nuestro verdadero Salvador. Y se ha convertido en nuestro Rey eterno. Ahora nos hemos convertido en hijos santos de Dios, porque conocemos y creemos en la justicia de Jesucristo. Habiendo sido así salvados de todos nuestros pecados y convertidos en hijos de Dios, ahora servimos a nuestro Señor como Salvador. Al creer en la justicia de Jesús, nos hemos convertido en el pueblo de Dios que ha sido liberado de los pecados de este mundo. Creemos que el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó constituyen nuestra salvación, y a causa de esta fe, ya hemos sido hechos hijos de Dios. 
Fue al darnos cuenta y creer en la justicia de Dios con nuestro corazón que pudimos ser salvos de todos nuestros pecados. ¿Qué hay de ti? ¿Crees que el Señor quitó los pecados de este mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista? Este bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista por nosotros fue más que suficiente para que Jesús quitara todos nuestros pecados.
El ministerio de Jesucristo se cumplió a través de tres oficios. Él trató de cumplir estos tres oficios como el Rey de reyes, el Sumo Sacerdote y el Profeta. Entonces, el Señor fue bautizado por Juan el Bautista para quitar tus pecados y los míos, derramó Su sangre y murió en la Cruz, y así completó Su obra de salvación para lavar todos nuestros pecados de una vez por todas. Por eso Jesucristo es el Salvador que vino a liberar a Su pueblo de sus pecados. Él es el “Sumo Sacerdote” del Reino de los Cielos. Como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos, Él recibió el bautismo sobre Su cuerpo en el Río Jordán por nosotros, y Él es el Salvador que fue condenado por nuestros pecados al ser crucificado a muerte. En la época del Antiguo Testamento, era el Sumo Sacerdote, como Aarón, quien pasaba los pecados del pueblo de Israel a su animal de sacrificio. Como Sumo Sacerdote, era deber de Aarón lavar los pecados de su pueblo una vez al año con una ofrenda por el pecado. Para cumplir con este deber sacerdotal, Aarón pasaba los pecados del pueblo de Israel al animal del sacrificio poniendo sus manos sobre su cabeza, extraía su sangre, la rociaba siete veces sobre el propiciatorio dentro del Tabernáculo de Dios, y ponía la sangre restante sobre los cuernos del altar del holocausto. Durante la era del Antiguo Testamento, si el Sumo Sacerdote no hacía esta ofrenda por el pecado en nombre de su pueblo en el Día de la Expiación, el pueblo de Israel no podía ser perdonado de los pecados que cometía durante todo el año. 
En la era del Nuevo Testamento, si Jesús no hubiera sido bautizado por Juan el Bautista, el más grande de los nacidos de mujer, para lavar todos los pecados de cada pecador en este mundo, entonces habría sido imposible para cualquier pecador en cualquier parte del mundo ser salvo de sus pecados. Cumpliendo Su deber como Sumo Sacerdote para salvar a la humanidad de los pecados de este mundo, Jesús completó Su obra de salvación al sacrificar Su propio cuerpo. 
Ofreciendo Su cuerpo en nuestro lugar, Jesucristo quitó todos los pecados de este mundo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad; entregó Su cuerpo en la Cruz para derramar Su sangre y morir en ella; y así ha salvado a todos los que creen en Él. Por lo tanto, es a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su sangre en la Cruz que Jesús ha salvado a Sus creyentes de todos los pecados de este mundo de una vez por todas. Él es nuestro verdadero Salvador que fielmente llevó a cabo Su trabajo como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos cuando vino a este mundo. 
Jesucristo es nuestro Profeta. Él también es nuestro Dios, nuestro Salvador, y nuestro Sumo Sacerdote, y Él ahora ha resuelto nuestros pecados de una vez por todas. Cuando nos enfrentábamos a la muerte como pecadores a causa de nuestras transgresiones, el Señor ofreció Su propio cuerpo como nuestra propiciación, fue bautizado por Juan el Bautista para quitar nuestros pecados, y pagó su precio al ser crucificado en nuestro lugar—Él es nuestro Salvador. 
Jesucristo vino a buscarnos a nosotros los pecadores con los tres oficios de Rey, Sumo Sacerdote y Profeta, y nos ha salvado de todos nuestros pecados por medio de Su bautismo y Su sangre. Debemos darnos cuenta y creer que Él quitó todas nuestras transgresiones de una vez por todas a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y fue condenado por nuestros pecados derramando Su sangre. Debemos recibir la salvación de todos nuestros pecados por fe. Como nuestro Salvador, Jesucristo es también nuestro Buen Pastor. Por lo tanto, debemos ser salvados de todos nuestros pecados solo por la fe, confiando en la obra justa de Jesucristo mostrada en Sus tres oficios. 
Esta verdadera Palabra de salvación no puede ser reemplazada por ninguna enseñanza teológica de este mundo. Las doctrinas teológicas en las que creen tantas personas en este mundo son hechas por el hombre, inventadas por teólogos a partir de su propia imaginación. Por el contrario, la verdadera fe consiste en mirar hacia el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz cuando vino a esta tierra, creer en ellos con el corazón y recibir la salvación a través de esta fe. Jesucristo es el Dios de la Palabra, y en obediencia a la voluntad de Su Padre, Él ha salvado a aquellos que están bajo la condenación de los pecados a través de Su bautismo y sangre. Nuestra fe ahora debe ser puesta en la obra justa de Dios que Jesús llevó a cabo al ser bautizado por Juan el Bautista y así quitar los pecados de la humanidad, y por esta fe debemos ser salvos y convertirnos en hijos de Dios. 
Aquellos en esta tierra que creen en el bautismo que nuestro Señor recibió de Juan el Bautista y Su sangre recibirán salvación y nueva vida del Señor. Es por la fe en la justicia del Señor que recibimos la remisión de nuestros pecados en nuestros corazones. Ninguna doctrina, filosofía o teología hecha por el hombre puede hacer posible que seamos lavados de todos nuestros pecados de una vez por todas. Por el contrario, al entender y creer en la justicia de Jesucristo, podemos ser salvos no sólo de nuestros pecados pasados, sino también de todos nuestros pecados futuros, y podemos vivir verdaderamente nuestra fe. 
Jesucristo nos ha salvado de todos nuestros pecados mediante el bautismo que recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz por nosotros. Debemos creer en el bautismo de Jesús y en el derramamiento de Su sangre, sabiendo que sin ellos nuestra remisión de pecados no habría sido posible. Las doctrinas teológicas hechas por el hombre en este mundo no tienen la Verdad de la regeneración. Nuestra salvación se encuentra solo en el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y en la sangre que derramó en la Cruz, y esta salvación se alcanza de una vez por todas creyendo en la Palabra del Evangelio. 
Solo por la fe podemos nacer de nuevo de una vez por todas, creyendo en el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y en su sangre. Nacidos una vez como pecadores, los seres humanos están destinados a ser condenados por sus pecados y no tienen más remedio que acabar en el infierno. Sin embargo, el Señor ha realizado nuestra salvación a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su sangre en la Cruz, y creyendo en esta salvación, ahora podemos ser salvos de una vez por todas. Aunque todos nacimos como pecadores una vez, podemos nacer de nuevo por segunda vez de este estado pecaminoso a justos al poner nuestra fe en el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y Su sangre. 
Si ahora creemos que el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y la condenación que Él llevó en la Cruz constituyen la justa salvación de Dios, entonces hemos nacido de nuevo, porque el Señor quiere ser nuestro Salvador. Al creer en la remisión de los pecados que nuestro Señor ha cumplido mediante el bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su sangre, somos salvos de todos nuestros pecados para convertirnos en el pueblo de Dios. 
La mujer Samaritana gritó: “¡He encontrado al Mesías! ¡Gente, vengan aquí! ¡He encontrado al Mesías!”. El Mesías es Jesucristo, el Salvador de la humanidad. El Mesías había venido a buscar a la Samaritana mientras ella vivía en este mundo, y ahora ella lo había encontrado. En griego, la palabra Mesías es χριστοσ (christos) y significa "ungido". Debemos darnos cuenta aquí de que nuestra liberación del pecado se alcanza poniendo nuestra fe en la salvación que se ha cumplido con el agua y el Espíritu. Al creer en el bautismo que el Señor recibió de Juan el Bautista y en Su sangre, somos salvos de todos nuestros pecados y nacemos de nuevo. Es con el bautismo que Él recibió de Juan el Bautista y Su sangre que el Señor nos ha permitido a nosotros Sus creyentes nacer de nuevo. 
Debido a que conocemos y creemos en la justicia de Jesucristo nuestro Salvador, ahora hemos nacido de nuevo de todos nuestros pecados y nos hemos convertido en justos de una vez por todas. Al creer en el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y en la sangre que derramó en la Cruz, podemos convertirnos en pueblo de Dios. Habiéndonos convertido también en obreros de Dios, somos capaces de vivir nuestras vidas por fe. Nos hemos convertido en testigos que predican el Evangelio de la salvación por la fe. Nuestro Dios ha bendecido nuestras vidas para poder difundir una salvación tan asombrosa y predicar el evangelio de Su justicia, y doy toda la honra y las gracias a Dios por esta maravillosa bendición. ¡Aleluya!