(Juan 19:38-20:31)
«Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos. Y volvieron los discípulos a los suyos. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas. Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre».
Nuestro Señor fue crucificado en lo que nosotros consideramos viernes. El viernes es el día en que los judíos se preparan para la fiesta del sábado. El sábado dura desde la puesta del sol del viernes hasta la puesta de sol del sábado, y los judíos no podían hacer ningún esfuerzo ese día. Así que si el cuerpo de Jesús no se enterraba enseguida, tendría que dejarse en la Cruz solo.
Así que José de Arimatea, que creía en Jesús como su Salvador, le pidió a Pilatos que le diera el cuerpo de Jesús para enterrarlo. Lo hizo incluso cuando los demás discípulos de Jesús y Sus seguidores habían huido. José recibió permiso de Pilatos y bajó el cuerpo de la Cruz y lo lavó. Nicodemo, que aparece en el Evangelio de Juan, en el capítulo tres, llevó cien libras de mirra y aloe mezcladas, y José y Nicodemo lavaron y embalsamaron el cuerpo de Jesús. Después introdujeron los restos de Jesús en una pequeña tumba en el jardín que había junto a Gólgota.
Era una costumbre judía enterrar los cuerpos en una cueva seca. En general era común para los judíos tener tumbas familiares y por eso la mayoría de cuevas tenían cuerpos de otras personas fallecidas, pero el cuerpo de Jesús fue enterrado en una tumba nueva que nunca había sido utilizada, para que la Palabra de Dios fuese cumplida.
José y Nicodemo pusieron el cuerpo de Jesús en la tumba, lo envolvieron en una sábana para que pasase por el proceso normal de descomposición y dejase solo huesos. Enterraron a Jesús antes de la puesta de sol del viernes, es decir, antes del sábado, y entonces sellaron la entrada de la tumba con una roca grande para evitar que entrasen personas o animales.
Jesús se levantó de entre los muertos
El primer día después del sábado, cuando María Magdalena fue a la tumba por la mañana temprano, vio que la piedra que estaba bloqueando la tumba había sido retirada. Entonces María fue corriendo a ver a Simón Pedro y otro discípulo y les dijo: «Alguien se ha llevado al Señor y no sé dónde lo han dejado». Así que Pedro y el otro discípulo fueron corriendo hasta la tumba y vieron que la roca había sido retirada. Como la roca era muy grande, era imposible que solo un par de hombres la hubiesen movido, pero estaba retirada. El otro discípulo miró dentro de la tumba con Pedro, pero no entró porque tenía demasiado miedo. Así que Pedro fue a la tumba y vio la sábana en el suelo y el pañuelo que cubría la cabeza de Jesús estaba doblado en otro sitio. Los judíos envolvían todos los restos con lino desde los pies hasta la cabeza, pero el pañuelo que había cubierto la cabeza de Jesús estaba doblado en un sitio diferente, separado de la sábana que cubría Su cuerpo.
Aunque el Antiguo Testamento dijo que la muerte no se tragaría a Jesús, y Jesús dijo repetidamente que resucitaría, Sus discípulos no entendieron completamente que se levantaría de entre los muertos. Así que los discípulos pensaron que alguien había robado el cuerpo de Jesús. Pero al mismo tiempo, se preguntaron por qué, si el cuerpo de Jesús había sido robado, los ladrones habían dejado el pañuelo de la cabeza bien doblado.
María Magdalena es la mujer que, después de haber sido prostituta, encontró a Jesús y recibió la remisión de los pecados. También es la mujer que rompió la jarra de alabastro con el perfume caro y lo derramó en la cabeza de Jesús. Al oír que el cuerpo de Jesús había desaparecido, María lloró en la tumba. Y cuando miró dentro de la tumba, vio a dos ángeles vestidos de blanco sentados donde Jesús había estado enterrado, uno en la parte de la cabeza y otro en la de los pies. Los ángeles le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María les contestó: «Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Entonces se dio la vuelta y vio a Jesús allí, pero no sabía que era Jesús.
Los discípulos habían salido de la tumba sin ver a Jesús. Cuando María vio a Jesús, pensó que era el jardinero, y por eso le preguntó si había movido el cuerpo. Pero entonces oyó a Jesús decir su nombre y reconoció Su voz y Su cara. María estaba sorprendida, y Jesús le dijo que no le tocara porque todavía no había ascendido al Padre. Esto ocurrió el primer día de la resurrección de Jesús.
Después, los discípulos de Jesús también vieron al Señor, y dieron testimonio de que habían visto al Señor resucitado. Cuando Jesús apareció por segunda vez, Sus discípulos temblaron de miedo. Todos tenían miedo, pensando que iban a ser arrestados y crucificados como su Maestro. Entonces Jesús apareció ante ellos pasando por una pared. Como Jesús había aparecido con un cuerpo espiritual, podía atravesar paredes.
Jesús les dijo a Sus discípulos: «La paz esté con vosotros» y después les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se regocijaron por ver al Señor. Entonces Jesús les dijo de nuevo: «Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío». Entonces les echó Su aliento diciendo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos».
Jesús resucitó. Creemos que Jesús cargó con todos nuestros pecados al ser bautizado por nuestra salvación, y se levantó de entre los muertos. El cuerpo de Jesús fue crucificado. Cuando uno de los soldados romanos perforó Su costado para comprobar que estaba muerto, de Su cuerpo salió agua y sangre. Los soldados romanos comprobaron que Jesús estaba muerto y por eso es imposible que Jesús solo se hubiese desmayado. Aunque simplemente hubiese perdido el conocimiento, como Su cuerpo estaba completamente envuelto en una sábana, no podría haberse levantado. La manera en que los judíos enterraban a los muertos prueba que el Señor murió y resucitó.
Hoy es el Día del Señor. Para los judíos el sábado era el día de culto, pero ahora es el Día del Señor. El día en que Jesús se levantó de entre los muertos es el domingo por la mañana. Llamamos al domingo el Día del Señor precisamente porque es el día en que el Señor resucitó. El Señor se levantó de entre los muertos el domingo, el Día del Señor.
Cuando Jesús estaba vivo, dijo: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Juan 2:19). En este pasaje, el templo se refiere al cuerpo de Jesús, e implica que sería resucitado en tres días. Jesús era el verdadero Dios que tenía el poder de levantar a los muertos y curar a los enfermos. Su Palabra era cierta, y no había nada falso en Su Palabra. Porque la obra de la vida y el poder se encontraban en la Palabra de Jesús, los fariseos y los sacerdotes estaban preocupados porque no querían que lo que Jesús dijo se hiciera realidad. Así que cuando Jesús murió y fue enterrado, le pidieron a Pilato que pusiese a algunos soldados romanos fuera de la tumba de Jesús para vigilarla. Tenían miedo de que si alguien robaba el cuerpo de Jesús y decía que había resucitado, habría aún más conmoción y por eso pusieron soldados romanos armados para vigilar la tumba. En otras palabras, se aseguraron de que nadie entrara en la tumba de Jesús.
Sin embargo, un ángel del Señor bajó desde el Cielo y se sentó en la roca de la tumba de Jesús. Cuando los soldados que vigilaban la tumba vieron al ángel, se quedaron tan asombrados que cayeron al suelo paralizados por el miedo. El ángel retiró la roca, le quitó la sábana a Jesús y el pañuelo de la cabeza y lo dobló bien. Entonces el Señor se levantó. Había resucitado.
La resurrección del Señor es Su victoria y nuestra resurrección
El Señor tuvo que levantarse de entre los muertos para que nosotros resucitásemos. Para salvar a todos los pecadores, Dios vino a nosotros en la imagen del hombre. Había aceptado todos los pecados de la humanidad al ser bautizado, pagado la condena de todos los pecados y muerto en la Cruz en nuestro lugar para después resucitar y garantizar nuestra resurrección. Dios había resucitado a Su Hijo. Dios hizo que Dios viviese en este mundo durante 33 años en la imagen del hombre, cargase con todos los pecados del mundo y muriese en nuestro lugar. Así es como Dios nos ha salvado. Y nuestro Señor quiso decir que nos ha salvado perfectamente. De la misma manera en que el Señor se levantó de entre los muertos, los santos salvados se levantarán de entre los muertos después de la muerte física. El Señor ha resucitado para dar testimonio de esto.
Nuestro Señor no solo nos ha salvado del pecado, sino que también nos ha librado de la muerte física. Jesucristo, que nos ha salvado a todos, cargó con nuestros pecados, fue condenado a muerte en nuestro lugar, y se levantó de entre los muertos. Para darnos vida nueva, murió por nosotros y sustituyó nuestra vida con la Suya, muriendo y resucitando. Tenemos vida gracias a este amor de Jesús. Nuestro Señor hizo esta obra que solo Dios puede hacer. Es físicamente imposible que una persona muera y viva de nuevo. Esto es algo que solo Dios puede hacer: solo Dios pudo cargar con los pecados del mundo, ser condenado a muerte en nuestro lugar, y levantarse de entre los muertos. Dios hizo esto porque es el Señor de la vida. Por eso solo Dios puede darnos vida y resucitarnos de entre los muertos.
El Señor describió la muerte de los santos como si estuviesen durmiendo. Jesús tenía muchos santos y discípulos amados. Entre los santos amados estaban Marta, María y Lázaro. Pero cuando Jesús se enteró de que Lázaro estaba muy enfermo y a punto de morir, no fue a verle. Solo cuando Lázaro estaba completamente muerto, dejó de respirar, y empezó a pudrirse, nuestro Señor dijo: «Mi amigo está dormido. Vamos a despertarle». Una persona que está dormida puede despertarse de nuevo. Nuestro Señor no vio a los muertos, como muertos, sino dormidos, porque todos los santos muertos serán resucitados cuando el Señor vuelva a este mundo.
Viviremos de nuevo
Mis queridos hermanos, cuando ya no nos queden fuerzas, dejemos de respirar en este mundo y durmamos, no estaremos muertos para siempre. Viviremos de nuevo. De la misma manera en que Jesucristo resucitó, nosotros seremos resucitados con un cuerpo espiritual nuevo. Viviremos de nuevo en un cuerpo no se corrompe ni tiene limitaciones, un cuerpo que puede disfrutar de los placeres de la vida pero que no experimenta las cosas malas, y que vive para siempre. Todos los nacidos de nuevo vivirán para siempre.
Todos los que no han nacido de nuevo serán resucitados el último día. Cuando los pecadores se levanten de sus tumbas, serán resucitados con cuerpos inmortales como pecadores de nuevo. Los pecadores no pueden ser resucitados con los justos. La Biblia habla del orden de la resurrección: «Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia» (1 Corintios 15:23-24). Jesús es el único que ha sido resucitado. Y nosotros, los nacidos de nuevo, resucitaremos cuando el Señor descienda del Cielo con un grito, con la voz de un arcángel, y la trompeta de Dios (1 Tesalonicenses 4:16). En resumen, los santos resucitarán antes del Reino Milenario. Pero los pecadores resucitarán y serán castigados para siempre cuando acabe el Milenio (Apocalipsis 20:7-15). La Biblia dice que, mientras que Dios dará la vida eterna a los justos primero y les dará las bendiciones del Cielo, arrojará a los pecadores de la segunda resurrección al fuego eterno del infierno.
Nuestro Señor nos ha salvado. Cargó con todos nuestros pecados en este mundo, fue condenado por ellos, y murió en la Cruz en nuestro lugar. Y al levantarse de entre los muertos, dio testimonio durante 40 días, y ascendió a los Cielos ante muchos testigos. Nuestro Señor volverá de nuevo. Con los arcángeles y sus trompetas, descenderá a este mundo de nuevo. La primera epístola de Tesalonicenses dice en el capítulo cuatro que cuando Jesús vuelva, los justos que duermen en las tumbas resucitarán primero, y después serán tomados en el cielo con el Señor. El Señor los tomará desde las nubes. Esto será lo último que ocurra en el mundo, y cuando Jesús tome a los santos, este mundo acabará y empezará un nuevo milenio.
Los que no saben lo que ocurrirá en el fin del mundo piensan que solo los santos vivos serán tomados, mientras que los muertos se quedarán aquí. Pero esto no es cierto. Deberán comprobar esto en la tumba. Vayan a la tumba de un santo justo y vean si ha sido tomado por el Señor. Si la tumba está cerrada, los santos muertos no habrán sido tomados por el Señor. Los santos que están dormidos en sus tumbas serán los primeros en ser resucitados y tomados, y los santos vivos irán después de ellos. En este momento veremos el final de este mundo y el comienzo de uno nuevo.
Los justos participarán en el nuevo mundo que tendrá lugar en el Reino Milenario
Cuando nuestro Señor vuelva, si alguno de nosotros está dormido, será resucitado primero. Los que han nacido de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu serán tomados primero y recibirán un cuerpo espiritual. Como Jesús, los justos podrán disfrutar de todos los placeres de la vida en este mundo y podrán hacer cosas supernaturales como traspasar paredes. Recibirán un cuerpo que no estará limitado por los límites de las leyes naturales, es decir, un cuerpo perfecto y sin fallos, que estará hecho a la imagen de Dios. El cuerpo de los justos ya no estará hecho de polvo, sino que estará hecho de sustancia espiritual como el de Dios.
Por eso es una gran bendición haber recibido la remisión de los pecados. Los que han recibido la remisión de los pecados serán resucitados de nuevo y entrarán en el Cielo, donde no habrá ni dolor ni destrucción. Los que no han recibido la remisión de los pecados también serán resucitados, pero no será una buena resurrección, ya que volverán a vivir para ser juzgados. Así que debemos darnos cuenta de lo maravilloso que es haber recibido la remisión de los pecados. Como hemos recibido la remisión de los pecados nos espera la resurrección para entrar en el Cielo y así poder recibir una vida nueva. La remisión de los pecados es la bendición celestial. Al recibir la remisión de los pecados podemos ser hijos de Dios y gente justa que vive de nuevo y disfruta del esplendor y la gloria para siempre. Gracias a esta remisión de los pecados se reciben todas las bendiciones.
Por tanto, mientras vivimos en este mundo debemos darnos cuenta de que lo que hay en este mundo no lo es todo, y que somos simples turistas en este mundo durante poco tiempo. Un turista se queda en un lugar durante poco tiempo, aunque sea un lugar bonito, y finalmente lo deja atrás para emprender su viaje a su destino. Los que han recibido la remisión de los pecados son como turistas que están de paso hasta su destino final, que es el Cielo.
La resurrección de la vida eterna está reservada solo para los que han recibido la remisión de los pecados, y solo ellos pueden ir al Cielo. Y solo estas personas redimidas tienen el poder y la autoridad de borrar los pecados de la gente. Cuando los que han recibido la remisión de los pecados hablan del Evangelio del agua y el Espíritu los demás pueden recibir la remisión de los pecados. Nuestro Señor les dijo a los discípulos: «A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos» (Juan 20:23).
Como verdaderos santos, nosotros tenemos la autoridad y la bendición que nos ha dado el Señor. Debemos creer que los que mueren después de recibir la remisión de los pecados, se levantarán en la resurrección de la vida eterna, mientras que los pecadores se levantarán para recibir el juicio. La resurrección del juicio significa que los pecadores también resucitarán de entre los muertos, y que la vida en este mundo no es todo lo que hay. Si hay alguien aquí que no ha recibido la remisión de los pecados, aunque haya prosperado en este mundo y haya vivido una vida virtuosa en este mundo, cuando nuestro Señor vuelva, será resucitado con un cuerpo maldito para sufrir en el fuego eterno del infierno. Como estas personas no han recibido la remisión de los pecados, tendrán que sufrir todas las maldiciones y el odio. Sin embargo, si reciben la remisión de los pecados, recibirán todas las bendiciones, todo el amor, y toda la gracia.
¿Hay alguien aquí que no piense que la resurrección de Jesús no sea importante? Quizás haya personas que no estén agradecidas por su salvación, que piensan solamente carnalmente para calcular lo que han ganado y perdido al recibir la remisión de los pecados, y que si ven que no han ganado nada carnalmente, piensan que no ha valido la pena recibir la remisión de los pecados. Sin embargo, es completamente incorrecto pensar de esta manera. El hecho de que hayan recibido la remisión de los pecados es un don. Como han recibido la remisión de los pecados, podrán participar en la resurrección buena y recibir la vida eterna. Si alguien no ha recibido la remisión de los pecados, participará en la resurrección maldita y será juzgado. Cualquier persona que no haya recibido la remisión de los pecados resucitará para recibir dolor y ser juzgado.
No debemos ser personas sin fe
Entre los discípulos de Jesús había un discípulo llamado Tomás. Entre todos los discípulos de Jesús, Tomás era el que menos fe tenía. Es asombroso ver cómo se convirtió en un discípulo de Jesús, pero aún así, era mil veces mejor que Judas, quien traicionó a Jesús. Tomás será resucitado para vivir con el Señor para siempre en gloria. Judas será resucitado, pero resucitará para ir al fuego eterno del infierno.
En la tarde del día de Su resurrección, cuando todas las puertas estaban cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos, Jesús entró en ese lugar y les dijo: «La paz esté con vosotros». Y les demostró Sus manos perforadas, diciendo: «He resucitado por vosotros». Como había sido crucificado con clavos grandes, tenía marcas visibles en Sus manos, aunque se hubieran sanado. Jesús no solo les mostró las manos, sino que también les mostró las marcas del costado y los pies. Les dijo a los discípulos: «He resucitado. Y he venido a vosotros. ¿Acaso no os dije que resucitaría? No tengáis miedo, porque he resucitado». Jesús consoló a los discípulos y les dio fuerzas.
Leamos Juan 20:24-29 juntos. «Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron».
Imaginen la poca fe que Tomás debería haber tenido para que Jesús le ofreciera las manos y el costado para que pusiera los dedos. Tomás estaba avergonzado. Así que creyó diciendo: «Creo. Eres mi Señor y mi Dios». Los que tienen muchas dudas como Tomás puede creer solamente de esta manera. Sin embargo, deben creer en la Palabra de Dios y en que hay una resurrección, y en que Jesús es el Cristo.
Está escrito en los versículos 30-31: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre». Este pasaje nos advierte que debemos creer que Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo. La palabra de Cristo significa que Jesús es nuestro Dios, el Sumo Sacerdote que tomó todos nuestros pecados, nuestro Salvador que fue condenado para redimirnos, y el Profeta que nos enseña todo. La Palabra de Dios fue escrita para decirnos esto.
Tengamos fe en la resurrección
Hoy, en el día de la Pascua, estamos conmemorando la resurrección de Jesús. Nosotros, los redimidos, debemos creer que seremos resucitados. Aunque mueran, cuando llegue el momento, solo dormirán. Debemos creer que viviremos para siempre a través del Señor. Debemos tener fe en que los que hemos nacidos de nuevo por el agua y el Espíritu, solo dormiremos durante un tiempo y después nos despertaremos para vivir para siempre. Creemos de todo corazón que seremos resucitados, y que por esta fe podemos predicar la manera de recibir la vida eterna y la resurrección.
Hemos sido bendecidos enormemente. Hemos recibido tantas bendiciones que tardaríamos todo el día en nombrarlas y aún así no tendríamos suficiente tiempo. Todo lo que hemos recibido es la remisión de los pecados, pero a través de esta remisión resucitaremos. ¿Qué bendición tan grande es esta? Como hemos recibido la remisión de los pecados, no solo nos hemos convertido en santos, sino que seremos resucitados y recibiremos un cuerpo espiritual. Es una bendición maravillosa poder tener un cuerpo espiritual como Dios, vivir con Él, compartir con Él, resucitar en un cuerpo que puede sentir todo lo que Dios siente y verle cara a cara.
Algunos de nosotros podemos pensar que hemos recibido solamente la remisión de los pecados, pero ahora nos esperan bendiciones maravillosas. Cuando reciben la remisión de los pecados por primera vez, no saben que les esperan estas bendiciones. Pero sé que su cuerpo deteriorado será resucitado en un cuerpo que nunca enfermará. La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, y Dios cumple todas Sus promesas sin falta. Les pido que crean que Dios bendecirá a los que creen en Él. Les pido que sean creyentes y no personas sin fe. Así que todos debemos vivir el resto de nuestras vidas con fe en Dios.
Nuestro Señor volverá a este mundo. Si nos dormimos antes de que vuelva el Señor, nos despertará cuando llegue. Cuando seamos resucitados para vivir en el Reino Milenario, los que no han recibido la remisión de los pecados, serán excluidos de este Reino. Solo después de disfrutar todas las bendiciones de Dios durante miles de años, estos pecadores serán resucitados para ser juzgados. Aunque suframos en este mundo por el Señor, Él nos recompensará por todos los sufrimientos durante mil años. Después de ser recompensados durante mil años, el Reino de los Cielos descenderá sobre nosotros, mientras el juicio del pecado descenderá sobre los pecadores. Por eso el Señor resucitará a los pecadores durante mil años después resucitarnos. Cuando entremos en el Reino eterno de los Cielos, los pecadores se darán golpes en el pecho y serán arrastrados al infierno.
Creo que de la misma manera en que el Señor se levantó de entre los muertos, nosotros seremos resucitados. Le doy gracias a Dios por darnos una vida nueva y eterna.