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Sermoni

Tema 18: Génesis

[Capítulo 1-4] Primer día: en el principio Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1, 1-5)

Primer día: en el principio Dios creó los cielos y la tierra(Génesis 1, 1-5)
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día».
 
 
En el Libro de Génesis se explica el objetivo por el que Dios nos creó. Cuando un arquitecto diseña un edificio o cuando un artista pinta un cuadro, lo primero que hacen es concebir la obra que será completada en sus mentes antes de empezar a trabajar en ella. Así, nuestro Dios tenia la salvación en mente antes de crear los cielos y la tierra, e hizo a Adán y a Eva con este objetivo en mente. Y Dios tenía que explicarnos el dominio del Cielo, que no puede verse con nuestros ojos físicos, mediante una analogía con el dominio de la tierra que sí podemos ver y entender.
Incluso antes de la creación del mundo, Dios quería salvar a la humanidad mediante el Evangelio del agua y el Espíritu. Así que aunque todos los seres humanos fueron creados del polvo, deben conocer la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu por el bien de sus almas. Si la gente sigue viviendo sin conocer el dominio del Cielo, no sólo perderán las cosas de la tierra, sino que también las del Cielo.
Sin embargo, en el cristianismo de hoy en día, es casi imposible encontrar la lección que nos permita entender el dominio espiritual del Cielo que nos revela el Libro del Génesis. Esto se debe a que los líderes del cristianismo no pueden escapar de la oscuridad porque no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu ni creen en él. Por tanto, para que los cristianos se aseguren de que sus almas prosperarán según el objetivo de la creación de Dios, todos deben entender el Evangelio del agua y el Espíritu correctamente. Estas personas no encontraban la manera de convertirse en el pueblo de Dios hasta ahora y esta es aún mayor razón para tener la verdadera fe que les permite recibir las bendiciones espirituales del Cielo.
Incluso en este momento, Dios está construyendo Su Reino en los corazones de la gente mediante el Evangelio espiritual del agua y el Espíritu. Todo el mundo debe poder ver el dominio espiritual del Cielo con los ojos de la fe, creyendo en la Palabra de Dios. Esto sólo es posible si la gente es salvada de sus pecados a través de la fe en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Así, para permitirles alcanzar el dominio espiritual del Cielo, debemos predicar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo.
El objetivo que Dios tenía al crear el universo entero y todo lo que hay en él era darnos Su Reino. Aún es más, Dios decidió en Su providencia que nos daría este Reino a través del poder de Su Evangelio. En otras palabras, Dios ha comprado nuestra salvación para que podamos entrar en el Reino de los Cielos al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Nuestro Señor fue más que capaz de salvar a todos los creyentes de sus pecados de una vez por todas, porque vino al mundo, tomó todos los pecados del mundo a través del bautismo en el agua que recibió de Juan el Bautista, derramó Su sangre mientras cargaba con estos pecados y se levantó de entre los muertos.
Ahora Dios ha permitido a nuestros espíritus que alcancen el dominio del Cielo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Y Dios ha dado a todos los seres humanos el deseo de buscar el Evangelio del agua y el Espíritu, es decir, «ha puesto eternidad en el corazón de ellos» (Eclesiastés 3, 11).
A lo largo de la historia de la creación de los cielos y la tierra, Dios quiso crear Su Reino en nuestros corazones también. Cuando el pasaje de las Escrituras de hoy dice que «la tierra estaba desordenada» se refiere a la condición del corazón humano, que está esclavizado por el pecado. Y Dios dijo: «Que sea la luz». Este pasaje implica que aunque todos nacimos con muchos pecados en nuestros corazones, ahora podemos nacer de nuevo. Al iluminar a todo el mundo que tiene pecado con la luz de la Verdad de la salvación, Dios quiso corregir nuestros corazones que estaban confundidos por el pecado.
Antes de conocer el Evangelio del agua y el Espíritu, todos teníamos pecados en nuestros corazones y por tanto no podíamos darnos cuenta de ellos porque estábamos confundidos por el pecado. En otras palabras, todos estábamos viviendo sin darnos cuenta de que estábamos separados de Dios por culpa de nuestros pecados. Así que los seres humanos no podían saber lo que era la bondad ni la maldad, por no hablar de la verdadera salvación. Incluso ahora los que no han nacido de nuevo todavía están confusos, tanto que confunden la mayor de las maldades con la mayor de las bondades.
Por eso Dios dijo: «La tierra estaba desordenada». Estaba declarando que los corazones de todo el mundo estaban llenos de pecados.
Todo el mundo nace heredando los pecados de sus padres carnales (Salmos 51, 5…. «He aquí, en maldad he sido formado. Y en pecado me concibió mi madre»; Marcos 7, 21…«Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios»). La Biblia dice que no podemos evitar cometer pecados siempre porque nacemos con pecados (Romanos 7, 17-20). Sin embargo, todo el mundo ha nacido con pecado por culpa de un hombre, Adán, y por eso sólo podemos convertirnos en justos en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
 
 
Estas son las cosas que todo el mundo ha malinterpretado
 
La Palabra de Dios dice que todo el mundo está lleno de pecados por naturaleza, porque ha heredado el pecado de sus antepasados. En otras palabras, Dios dice que nadie puede evitar cometer pecados durante toda su vida porque todos nacimos con el pecado.
Sin embargo, las ideas de muchos sobre cuestiones como el pecado son falacias. Piensan que sus corazones son buenos y decentes por naturaleza y que cometen pecados involuntariamente debido a las circunstancias y que por tanto bajo las condiciones ideales no cometerían pecados. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que la gente comete no comete pecados por culpa de las circunstancias, sino que se debe a que han nacido con pecado. Debemos darnos cuenta de que los descendientes de Adán y Eva heredamos todos y cada uno de sus pecados desde el día en que nacimos, y por eso seguimos cometiendo pecados en nuestras vidas. Sólo a través de la Palabra de Dios podemos darnos cuenta de nuestros pecados y entender nuestra naturaleza.
Dios dice que todos somos una «generación de malignos» (Isaías 1, 4). La semilla de la humanidad puede ser comparada con un árbol malo. Todo árbol da fruto según su tipo. Si se plantan las semillas de un manzano y crece un árbol, ese árbol será indudablemente dará manzanas. El manzano no puede evitarlo aunque no quiera dar manzanas. Del mismo modo en que es cuestión de tiempo que el manzano de manzanas, es cuestión de tiempo que cometamos pecados mientras vivimos en este mundo, porque todo ser humano nació con pecado.
Dios dijo que como todos hemos nacido con pecado, estamos destinados a seguir pecando constantemente y debemos creer en esta Verdad y admitirla en nuestros corazones. Si nacieron siendo la semilla del pecado, como un arbusto espiritual con espinas, están destinados a pecar constantemente. Del mismo modo en que es evidente que un arbusto con espinas da espinas, es también obvio que los pecadores pecan en sus vidas. Jesús dijo: «Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos» (Mateo 7, 17).
Debemos darnos cuenta de que es evidente que los seres humanos, nacidos como pecadores, sólo pueden dar malos frutos. Como todos hemos heredado un corazón pecador de nuestros padres, estamos destinados a pecar siempre, por mucho que queramos no hacerlo. Por eso debemos creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu de corazón. La verdad es que sólo entonces nos es posible librarnos de nuestros pecados por fe y convertirnos en el pueblo de Dios. Así que todo el mundo debe creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Se han dado cuenta alguna vez de su verdadera naturaleza? Aunque mucha gente se haya preguntado a sí misma: «¿Quién soy? ¿De dónde vengo y adónde voy?» nadie en este mundo ha encontrado una respuesta satisfactoria para estas preguntas por sí mismo. Las respuestas a estas preguntas sólo se encuentran creyendo en la Palabra de Dios, pero como la gente intenta encontrar las respuestas por sus propios medios, sus mentes acaban estando más confusas. Así que muchos filósofos han acabado escondiendo su confusión con la noción abstracta que denominan «agnosticismo».
¿Están confusos espiritualmente a causa de los pecados que cometen? Si es así, no han entendido bien su naturaleza pecadora y por tanto no pueden recibir el Evangelio del agua y el Espíritu, la Verdad que limpia los pecados. Jesús le dice a todo el mundo: «Venid a Mí, todos los que trabajáis duro y lleváis una carga pesada, y os daré descanso». Pero aún así, los pensamientos de casi todo el mundo están confusos y no pueden discernir lo que está bien de lo que está mal, y sus valores están confusos. Por tanto, primero nuestros pecados deben desparecer mediante el Evangelio del agua y el Espíritu. Para ello, debemos darnos cuenta, a través de la Palabra, de que hemos nacido con pecado. Sólo entonces podemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, la Verdad de la salvación, y nuestros corazones estarán libres de pecado.
Para borrar nuestros pecados, Dios nos ha enseñado Sus dos leyes. Dios nos dio la Palabra de la Ley como una de esas dos leyes para que nos diéramos cuenta de nuestros pecados, y la otra ley, es la ley del Espíritu que libra a todo el mundo del pecado. Primero, al darnos la Ley, Dios quiso enseñarnos cuáles son nuestros pecados, y lo severo que es juzgándolos.
Como ya sabemos, hay 613 mandamientos de Dios en la Ley, y los Diez Mandamientos capturan su esencia. De estos diez, los cuatro primeros especifican las tareas que debemos cumplir para mantener una relación con Dios. Dicho de otra manera, a través de estos primeros cuatro mandamientos, Dios nos está diciendo: «Os he creado y también he creado todo lo que hay en este mundo, y por tanto no debéis adorar lo que hay en este mundo ni servirlo». Los otros seis mandamientos, desde el quinto hasta el décimo, son estatutos que los seres humanos deben cumplir para mantener una relación con el prójimo. Así Dios nos dio los Diez Mandamientos, pero nadie puede cumplir esta Ley a la perfección.
Lo admitamos o no, Dios nos ha creado. Y Dios nos ama. Dios es nuestro Maestro y nuestro Rey. Así que es justo que Dios nos diga: «No adoraréis a otros dioses». Como Dios es nuestro Creador, es imperativo que le obedezcamos. Si no creemos en Su Palabra y no la obedecemos, estamos cometiendo un pecado ante Dios. Sin embargo, desafortunadamente, no nos hemos dado cuenta de que Dios es el Creador que hizo los cielos y la tierra. Aunque Dios ordenó a la humanidad que le sirvieran a Él solamente, que le obedecieran y creyeran en Él, los seres humanos no lo han cumplido y han creído en otras cosas y las han servido.
Por tanto, para los seres humanos que nacieron con pecado, era necesario que hubiera mandamientos de Dios para que se dieran cuenta de sus pecados. Y a través de la Palabra de los mandamientos de Dios, pudimos darnos cuenta de cuántos pecados habíamos cometido a los ojos de Dios en nuestras vidas. A los que reconocen su naturaleza pecadora, Dios quería salvarlos mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, hacerlos Su pueblo y construir Su Reino con ellos. Dios estableció Su Ley para librar a la humanidad de sus pecados, bendecirla y convertirla en Su pueblo. Es absolutamente necesario que nos demos cuenta de esto y de que creamos en e Evangelio del agua y el Espíritu.
Si no conocemos la Ley de Dios, no podremos admitir nuestros pecados nunca. ¿Por qué? Porque sin la Ley de Dios nuestros pecados no pueden reconocerse. Si no existiera la Ley de Dios, que es lo que determina el bien y el mal, tampoco existirían nuestras transgresiones (Romanos 4, 15; 7, 8).
Nos creemos que somos muy sabios y tenemos nuestro propio sistema de valores. Solemos pensar: «Esto es bueno, esto es malo; esto está bien, esto está mal», pero sólo por nuestra cuenta y según nuestra propia conveniencia. Así que acabamos concluyendo que lo que nos beneficia es bueno y lo que nos hace daño es malo. Sin embargo, nos hemos inventado este juicio de valores según nuestro egoísmo.
Los seres humanos no pueden establecer ninguna ley por su cuenta, porque sólo son criaturas que deben obedecer la Ley que Dios ha establecido. Dios nos ha dado Su Ley a todos nosotros. Esta Ley de Dios nos ordena: «No adorarás a ningún otro dios». Por eso nuestros corazones deben reconocer la Ley de Dios y obedecerla.
Si reconocemos la Ley de Dios, envidiar los bienes ajenos constituye un pecado. ¿Han envidiado alguna vez las posesiones de otros y han deseado tener lo que otros tienen? Todos somos capaces de envidiar cosas ajenas, como el marido o la mujer del prójimo, su dinero o su coche. Además no sólo envidiamos cosas en nuestros corazones, sino que además lo ponemos en práctica. Dios nos dijo que no diéramos falso testimonio contra nuestro prójimo. Dijo que robar era un pecado. También el adulterio y el asesinato son un pecado. Dijo que no honrar a tu padre y a tu madre es un pecado. Y dijo que adorar a otros dioses es un pecado que nos puede destruir.
Si aceptamos la Ley de Dios en nuestros corazones y examinamos nuestras obras basándonos en la Ley, podemos darnos cuenta de que hemos cometido pecados a los ojos de Dios. Desde el momento en que nacimos, ya éramos pecadores, porque heredamos todos los pecados de los corazones de nuestros padres, desde asesinatos a adulterio y robos. Como tenemos todos estos pecados en nuestros corazones (adulterio, asesinato, robo) Dios puede decirnos: «Sois pecadores». Sin embargo, aunque los seres humanos nacieron con todos estos pecados desde el principio, no lo saben.
Aunque los seres humanos tengan deseos asesinos en sus corazones, Dios ve que no se dan cuenta. Así que al darnos Su Ley y ordenarnos que no cometiésemos asesinatos, Dios nos ha permitido darnos cuenta de que somos asesinos. En otras palabras, Dios nos dio la Ley para que supiésemos que somos «montones de pecados». Todos somos pecadores a los ojos de Dios, sin importar nuestra condición social. La Biblia nos deja claro que todos somos pecadores.
El primer hombre y la primera mujer que Dios creó fueron Adán y Eva. Pero acabaron pecando contra Él. Fueron engañados por la tentación de Satanás y traicionaron a Dios. Como consecuencia, todos los seres humanos descendientes de Adán y Eva nacen con los mismos deseos pecaminosos y la misma naturaleza que sus antepasados. Por eso todo el mundo es pecador a los ojos de Dios.
Cuando Dios dijo en el pasaje de las Escrituras de hoy: «La tierra estaba desordenada», estaba señalando que nosotros no nos damos cuenta de nuestros pecados. Como los seres humanos no se conocen a sí mismos, Dios dice: «Sois pecadores llenos de transgresiones». Por tanto, debemos aprender la Ley de Dios y a través de esta Ley debemos darnos cuenta de que somos grandes pecadores a los ojos de Dios. Así es como todo el mundo se da cuenta de que sus corazones están desordenados y de que son salvados a través del Evangelio del agua y el Espíritu, la Verdad de la salvación. Todos nosotros debemos saber que «los seres humanos pecan porque han nacido con pecado» y nuestras mentes deben entender que debemos recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Creen que son pecadores a los ojos de Dios? Sin embargo, mucha gente no se da cuenta de su naturaleza pecadores, ni sabe que la Ley nos enseña la bondad absoluta de Dios. Por tanto todos han caído en la confusión sin darse cuenta del hecho de que son grandes pecadores. Sin embargo, Dios escribe todos los pecados de la gente en las tablas de sus conciencias y en el Libro de los Hecho ante el trono de Dios, y está esperando a que llegue el día del juicio. Por mucho que hayan pecado ante Dios o los hombres, en secreto o abiertamente, si han cometido algún pecado que moleste en sus conciencias, Dios lo ha escrito en la tabla de sus conciencias: «Has cometido estos pecados» (Jeremías 17, 1). Ya reconozcamos la Ley o no, Dios escribe nuestros pecados en las tablas de nuestros corazones. Si nos olvidamos de nuestras transgresiones, no podremos escapar de la condena de los pecados, porque todos ellos están escritos en el Libro de los Hechos. Por eso los que tienen pecados no pueden tener una conciencia tranquila: «No tengo pecado», sino que sólo se pueden condenar a sí mismos, confesando: «Soy un pecador».
Como Dios ha escrito todos nuestros pecados en las tablas de nuestros corazones, nadie puede negar ser un pecador. Por ejemplo, imaginemos que hemos robado sin quererlo y que nos hemos olvidado de ello. Dios le habla a nuestra conciencia: «Has robado» y escribe este pecado en las tablas de nuestros corazones. Esto no sólo ocurre cuando robamos, sino con todos los demás pecados. Si tenemos un deseo asesino o lo llevamos a cabo, ya lo hayan visto otros o no, Dios lo escribe en las tablas de nuestros corazones y nos hace sentirnos culpables en nuestra conciencia. Así que si nadie conoce sus transgresiones, como estos pecados están escritos en nuestras conciencias, no podemos evitar confesar a Dios: «He cometido estos pecados».
Todo lo que debemos hacer es admitir nuestros pecados ante Dios y reconocer que Su Ley es estricta. Sólo debemos confesar: «Soy un pecador a los ojos de Dios». ¿Por qué nos pide esto Dios? ¿Por qué quiere Dios que admitamos que somos pecadores? Para poder borrar nuestros pecados, para eso quiere escuchar: «Soy un pecador». Esto se puede comparar con una persona con un cargo alto que da un don de misericordia a sus subordinados. Este don es todavía mejor si es algo que el que lo recibe necesita desesperadamente. Sin embargo si el destinatario recibe algo que no necesita, no estará tan agradecido por este don. Dios quiere darnos Su gracia de salvación a los que lo necesitamos desesperadamente.
Sin embargo, antes de conocer el Evangelio del agua y el Espíritu, no podíamos reconocer qué tipo de pecados habíamos cometido a través de la Palabra de Dios. Yo también era así. Antes de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y conocer a Jesús, no conocía mis pecados tan bien. Tenemos una tendencia a justificar nuestros pecados y defendernos. Y una predilección a esconderlos.
Sin embargo, cuando intentamos esconder nuestros pecados de Dios, nuestros corazones sufren. Pero cuando admitimos ante Dios que hemos pecado y cuando reconocemos nuestras mentes pecadoras, nuestros corazones quedan satisfechos. Así los que se reconocen sinceramente ante Dios pueden alcanzar la salvación a través de la obra de Jesucristo que ha borrado nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu.
 
 

La raza humana debe reconocer la Verdad que ha borrado sus pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu

 
Todos nosotros sabemos exactamente cómo Dios ha borrado los pecados de la humanidad. Todos debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Todos debemos darnos cuenta de que el Señor tomó nuestros pecados de una vez por todas al ser bautizado y que cargó con la condena de esos pecados en nuestro lugar al ser crucificado. Si escuchamos el Evangelio del agua y el Espíritu y creemos en él de corazón, todos nuestros pecados serán borrados y seremos salvados.
Nuestras vidas no terminan aquí en la tierra. Dios quiso borrar nuestros pecados, dejarnos sin pecado, llevarnos al Reino de los Cielos y vivir con nosotros para siempre. Así que hizo planes antes de la creación del mundo y cuando llegó la hora, envió a Su Hijo Jesucristo y lo cumplió todo según el plan. Sin embargo, sólo si creemos y aceptamos que Dios ha borrado nuestros pecados, podremos ser salvados. Por eso todos nosotros debemos creer en Jesucristo como nuestro Salvador. Así que como todos nacimos con pecados, estamos destinados a seguir pecando hasta el día en que muramos, y por tanto sólo si lo admitimos y ponemos nuestra fe en Jesucristo, podemos recibir la gracia y el amor de Dios.
 
 

«En el principio Dios creó los cielos y la tierra»

 
Antes de la creación del mundo, Dios había pensaba crear a los seres humanos y hacer que naciesen de nuevo en Jesucristo. El primer día de Su creación, Dios hizo dos cosas: primero creó el dominio de los cielos y la tierra, y después creó la luz. Dios creó la humanidad, pero no sólo la creó, sino que también le dio la luz de la salvación y creó el universo entero con el propósito de hacernos, a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, Sus hijos.
Nuestras creencias y nuestra fe deben empezar sabiendo la respuesta a la siguiente pregunta: «¿Para qué creó Dios a la raza humana?». Sólo entonces podremos saber qué tipo de fe quiere Dios que tengamos, y sólo entonces podremos conocer a Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando creó este universo entero y todo lo que hay en él, ¿cómo manifestó Su objetivo? El fin de la creación era hacernos nacer de nuevo y convertirnos en el pueblo de Dios. Esta tarea es la que nuestro Señor Jesucristo cumplió. El fin por el cual Dios creó el universo y la humanidad era hacernos nacer en este mundo, iluminarnos con la luz de la salvación, convertirnos en el pueblo de Dios y hacernos perfectos.
Está escrito: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día» (Génesis 1, 3-5).
La primera cosa que Dios quiso hacer con nosotros está escrita en Génesis 1, 1-5. Del mismo modo en que un constructor hace una casa por una razón, Dios creó el universo entero y todo lo que hay en él según Su plan. ¿Cuál era Su plan? Hacernos Su pueblo. Y lo consiguió.
Por eso ustedes y yo debemos aceptar la luz de la salvación en nuestros corazones mientras seguimos viviendo en este mundo, antes de que vayamos a Dios. Debemos saber exactamente por qué Dios creo a la humanidad y cómo diseñó nuestra salvación en Jesucristo y así creer y aceptarlo. ¿Por qué nos creó Dios? ¿Cuál era el objetivo de Dios al crearnos? Debemos entender qué significa lo que Dios dijo: «Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena». Dios dijo esto para hacer que los pecadores fueran justos mediante la luz de la Verdad.
Génesis 1, 1 dice: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra». Este pasaje no sólo explica que Dios creó el universo y todo lo que ven nuestros ojos, sino que también implica que Dios hizo el dominio espiritual del Cielo por nosotros. Del mismo modo en que el universo fue creado por Dios, todos los pecadores son recreados por Dios y se hacen justos a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Incluso ahora mismo nuestro Dios está trabajando para hacer que los pecadores sean justos a través de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Así que aunque Dios creó el dominio de las criaturas, Su verdadero objetivo era hacernos hijos Suyos. En otras palabras, Dios hizo el dominio de las criaturas para darnos la bendición de convertirnos en Su pueblo. La voluntad de Dios es convertirnos a ustedes y a mí en Su pueblo.
Cuando leemos en la Biblia: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra», debemos darnos cuenta de por qué Dios creó el universo y todo lo que hay en él. Dios hizo el universo y todo lo que hay en él para crear a la humanidad e hizo que los seres humanos fueran Su pueblo al borrar sus pecados mediante Jesucristo, la luz, y transformándolos en hijos de la luz. Debemos entenderlo y creer. Dios escribió la Biblia para salvarnos.
Dios creó el universo y todo lo que hay en él, y esta Verdad nos dice que lo hizo para transformar a los pecadores en justos. Así que aunque ahora nos hemos convertido en justos al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, antes de alcanzar este estado, todos éramos pecadores. La Palabra de Dios que nos ha enseñado esta Verdad es maravillosa.
Cuando nos examinamos a nosotros mismos, vemos lo malos que somos y que sólo somos un puñado de polvo. Pero aún para seres tan malos como nosotros, Dios ha creado estos maravillosos dominios del cielo y de la tierra para hacernos Sus hijos. Cuando pensamos en esto, recordamos a Pablo, que confesó: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Romanos 11, 33) y «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11, 36).
Mientras el Apóstol Pablo predicaba el Evangelio del agua y el Espíritu en este mundo y trabajaba para la obra de Dios, descubrió la grandeza de la voluntad de Dios para nosotros, y se maravillaba. En realidad, ¿qué son los seres humanos para que Dios creara el dominio de los cielos para convertir a los pecadores en justos y convertirlos en Su pueblo? Cuando el ángel de la luz, Lucifer, retó a Dios, nuestro Padre no le perdonó, sino que lo arrojó al Hades. Pero para los seres humanos, Dios ideó un plan para permitirles convertirse en Sus hijos al creer en la Palabra de la Verdad, el don de la salvación de Dios, y lo cumplió todo en Jesucristo.
Dios nos dijo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Así que cuando Dios dijo que se hiciera la luz, la luz se hizo y Dios iluminó este mundo con su luz. A los que obedecen a esta luz, Dios les permite ser Su pueblo a través de Su gracia, y a los que rechazan la luz de Dios, los juzga según Su justicia. Dios hizo una obra majestuosa por nosotros a través de Su providencia que no podemos entender a no ser que la conozcamos a través de la luz de la Verdad.
Como el Señor me ha dado la remisión de mis pecados, y como ahora sigo con mi vida, no hay nada que pueda hacer aparte de darle gracias a Dios, porque Su plan para nosotros es grandioso y magnífico. Como no tenemos nada de lo que alardear ante Dios, todo lo que podemos hacer es darle gracias a través de nuestra fe. Creó que Dios creó el universo porque tenía un plan maravilloso para la humanidad. ¿Creen en esto? Como tenemos el Espíritu Santo dentro de nosotros podemos creer en el plan de Dios con nuestros corazones. Dios planeó nuestra salvación en el Evangelio del agua y el Espíritu, y por eso nos creó.
Dios nos ha iluminado con la luz de la salvación. Este Dios, que nos ha iluminado con la luz de la salvación, hace que haya tesoros en sus corazones y en el mío, en estos recipientes de arcilla. Gracias a la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que tenemos en nuestros corazones, podemos creer en la Palabra de Dios y trabajar con Él. Hay muchas partes de la Biblia que simplemente no podemos entender si pensamos en términos carnales. Sin embargo, como tenemos el Espíritu Santo en nuestros corazones, podemos entender la obra de Dios y creer en ella.
Debemos entender lo que Dios nos intenta decir en esta Palabra de las Escrituras. Para creer en la Verdad de Dios y convertirnos en Su pueblo, debemos darnos cuenta de qué plan tiene Dios para nosotros y qué tipo de obra ha logrado. Muchos de los cristianos de hoy en día estudian la Biblia, pero hay algo más aparte de estudiarla intelectualmente y memorizar pasajes. El objetivo de estudiar la Biblia, la Palabra de Dios, es averiguar cuál es el plan de Dios.
La Biblia dice que Dios nos ha hecho luz y debemos aceptar la verdadera luz de salvación. Dios llama a los que no aceptan la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, hijos de Satanás. Debemos darnos cuenta de que Dios tiene un plan magnífico de salvación para nosotros y de que lo ha cumplido. Mientras vivimos nuestras vidas de fe, sólo cuando nos damos cuenta de las bendiciones que Dios nos ha dado, y sólo cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, podemos creer en Su voluntad de verdad.
 
 
¿Qué nos libera de la confusión caótica de nuestros corazones?
 
Pasemos a Génesis 1, 2: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
En la Biblia, la tierra denota los corazones humanos. El que la tierra estuviera desordenada significa que los corazones humanos están vacíos. En otras palabras, la gente está viviendo en confusión y está vacía, porque no ha encontrado la Palabra de la Verdad de salvación. Para quitar esta confusión de la humanidad debemos comprender correctamente «el pecado, la justicia y el juicio» (Juan 16, 8). Dicho de otra manera, cuando escuchan y creen en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden recibir la remisión de los pecados y ser librados de la confusión de sus corazones. Pero desafortunadamente, mucha gente no conoce el Evangelio del agua y el Espíritu y por eso tanto sus pensamientos como sus corazones están confundidos y perdidos.
Los que todavía no han recibido la luz están luchando porque no pueden escapar de sus pensamientos confusos. Sin embargo, cuando la luz de la Verdad de la salvación llega a sus corazones, su confusión desaparece de repente.
Dios nos dice: «Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena». Cuando Dios iluminó este mundo oscuro con la luz, la oscuridad desapareció instantáneamente. De este modo, Dios vio lo que había hecho por nosotros y que era bueno. Nuestro conocimiento de Dios empieza por conocer la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu que ha venido de la mano de Jesucristo. Cuando nos ilumina con la luz de la salvación, no hay oscuridad que nos detenga.
Por tanto, los que nos hemos convertido en la luz de la Verdad debemos difundir este Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo. Cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu en este mundo, la confusión desaparece de los corazones de la gente. No hay duda de que el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creemos y que predicamos ayudará a mucha gente a llegar a Jesucristo. Cuando creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, el vacío de sus corazones desaparecerá y sus pecados serán borrados. Si aceptan este Evangelio del agua y el Espíritu en sus corazones, sus pecados desaparecerán.
La Biblia habla de la luz de la Verdad de la salvación. La base de esta salvación es la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Al tiempo en que el Evangelio del agua y el Espíritu es la base de la Verdad de la salvación, también es la luz de la salvación y todo está incluido en este Evangelio. Las vidas de los justos están fundadas en este Evangelio, así como nuestra fe, nuestra esperanza y todas las bendiciones que Dios nos ha prometido.
Dios está obrando como la luz de la Verdad de la salvación en los pensamientos de la gente, en su confusión, en su vacío, y en las mentes de los pecadores. La Biblia dice: «Y el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1, 2). Dios obra según Su Palabra escrita.
Nosotros también debemos servir al Evangelio y vivir con fe y creer en la Palabra de Dios. Cuando creemos en la Palabra escrita y predicamos lo siguiente con fe: «Esto es el Evangelio del agua y el Espíritu», el Espíritu Santo obrará a través de Su Palabra y nuevos creyentes recibirán el amo de Dios. «El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1, 2). Dios obra a través de Su Verdad según Su Palabra. El Espíritu de Dios obra en los corazones de los que están confundidos, vacíos y llenos de pecados, a través del Evangelio del agua y el Espíritu y borra todos sus pecados.
Dios está diciendo: «Y el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1, 2). El «Espíritu» aquí se refiere al Espíritu Santo. Al ver este pasaje, estamos convencidos de que el Espíritu de Dios ha permitido que la gente alcance la salvación mediante la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. El Espíritu Santo está en los corazones de los que ahora creen en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Sienten cómo el Espíritu Santo obra en sus corazones a través de la Palabra de Dios? El Espíritu Santo obra a través de la Palabra de Dios, según nuestra fe. Cuando escuchamos la Palabra de Dios y creemos en ella, el Espíritu Santo que está en nuestros corazones, da testimonio dentro de nosotros. Nos habla desde el corazón: «Sí, eso es correcto. Cree y acepta. Sigue con fe en Dios».
El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. ¿Qué significan esta agua? En la Biblia, y en especial en este pasaje, el agua se refiere a la Palabra de Dios. En concreto, esta agua se refiere al bautismo que Jesucristo recibió de Juan el Bautista. 1 Pedro 3, 21 dice: «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva». Dios obra exactamente según Su Palabra, junto con la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu.
Debemos darnos cuenta de que cuando sabemos que el Espíritu Santo obra según esta Palabra, cuando lo aceptamos y seguimos la Palabra de Dios, Él hará crecer nuestra fe. Debemos tener fe en la Palabra de Dios.
 
 
La Biblia dice: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz».
 
Génesis 1, 3-4 dice: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena». Dios vino a este mundo oscuro para ser la luz. Esto significa que el Señor ha borrado nuestros pecados y ahora vive en nuestros corazones. En otras palabras, con esta luz de Verdad, Dios ha borrado todos nuestros pecados, nos ha hecho Su pueblo, nos ha dado Su Espíritu y por ello ahora pertenecemos a Jesucristo. El habernos convertido en el pueblo de Dios es el mayor milagro de todos.
Antes de que Jesucristo nos diera el Evangelio del agua y el Espíritu, este mundo estaba totalmente oscuro. Está escrito: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1, 2). Este mundo estaba tan oscuro que sólo había confusión, vacío y tinieblas, pero cuando Dios ordenó con Su Palabra: «Sea la luz», la luz se hizo en el mundo. La Biblia deja claro que sólo hubo luz porque Dios ordenó que la hubiera.
Así nuestro Señor vino al mundo y nos hizo Su pueblo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Es decir, como Dios habló mediante Su Palabra, todo se cumplió según ella y así hemos sido salvados de los pecados del mundo y nos hemos convertido en el pueblo de Dios. EL que nos hayamos convertido en el pueblo de Dios se consiguió exactamente según la Palabra que Dios nos dio.
Como no teníamos a Dios en nuestros corazones y estábamos llenos de pecados, todo lo que podíamos hacer era esperar a ser arrojados al infierno, a nuestra muerte eterna. Todos estábamos lejos de Dios, porque teníamos pecados. Por culpa del pecado de Adán y Eva, nacimos con una maldición y no había ni un rayo de luz en nuestros corazones, sino que sólo había vacío y pecado. Es decir, no había luz de vida en nuestros corazones. En otras palabras, no teníamos el Evangelio de Verdad. Nuestros pecados no tenían nada más que oscuridad, vacío y confusión, pero aún así Dios dijo: «Sea la luz» y la luz existió en nuestros corazones. La Biblia dice que la luz existió cuando Dios dijo que hubiera luz.
La creación de los cielos y la tierra habla del renacimiento de nuestras almas. Por naturaleza las almas humanas están vacías, oscuras y confusas, pero entonces Dios nos habló. Dios nos dijo que Jesucristo vino al mundo y nos iluminó con la luz de la salvación. El Señor nos está diciendo que vino al mundo, que estaba lleno de confusión y vacío, y que entró en los corazones de los que aceptaron Su luz. Mis queridos hermanos, ¿cómo nos convertimos en el pueblo de Dios? Si contestamos desde el punto de vista de la Palabra de Dios, esto parece una verdad obvia, pero si nos miramos a nosotros mismos, que podemos llamar a Dios Padre y que somos Su pueblo, parece algo imposible si no fuera por el Evangelio bendito del agua y el Espíritu. Esto hubiera sido completamente imposible si nuestro Señor no hubiera venido por nosotros mediante el Evangelio del agua y el Espíritu.
Gracias a que Dios obró en nuestros corazones a través del Evangelio del agua y el Espíritu, ahora somos justos, y gracias a que Dios nos ha salvado a través de este Evangelio del agua y el Espíritu, nos hemos convertido en Su pueblo. De hecho, podemos alcanzar nuestra salvación al aceptar por fe todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Cuando nos preguntamos: « ¿Cómo nos convertimos en los hijos de la luz? ¿Cómo nos convertimos en hijos de Dios?» y reflexionamos sobre estas preguntas, nos quedamos maravillados por la gracia de Dios. Con esta Palabra, Dios nos ha hecho hijos de la luz.
Cuando Dios creó los cielos y la tierra, el universo entero y todo lo que hay en él, Dios ordenó que hubiera luz y la luz se hizo en este mundo oscuro. Así es como las tinieblas salieron del mundo. Entonces apareció vida en el mundo: animales, aves en el cielo y peces en el agua. Gracias a la Palabra de Dios todo existió. Del mismo modo en que todo lo que hay en el universo existió por la luz ordenada por Dios, Él nos ha hecho hijos Suyos a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Todos los árboles y la hierba de este mundo, las aves en el cielo, los peces en el mar y toda la gente de este mundo han recibido vida nueva gracias a la luz y existieron gracias a ella. ¿Quién es el Dios que ordenó que hubiera luz? Jesucristo, el Salvador que nos ha salvado del pecado.
 
 

Jesús es nuestro Dios y Salvador que ha creado los cielos y la tierra

 
A lo largo del Libro del Génesis descubrimos a Jesucristo. Él es el Dios Creador. El Dios que ordenó que hubiera luz en este mundo es Jesucristo. Es nuestro Mesías. Jesús es Dios, el mismo que con Su Palabra creó el universo y todo lo que hay en él. En otras palabras, Dios, que creó los cielos y la tierra con Su Palabra, hizo el universo y todo lo que hay en él. Por eso decimos que Jesús es Logos, el Dios de la Palabra.
Pasemos al Evangelio según Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Juan 1, 1-3).
El Dios de la Palabra que creó los cielos y la tierra se convirtió en hombre, vino al mundo y nos salvó del pecado. Este Dios creó la luz en el universo y vino al mundo para borrar los pecados de los corazones de la gente. Todos heredamos el pecado como descendientes del primer hombre caído, Adán, y como resultado de esta herencia, no podemos evitar morir presas del pecado, la confusión y el vacío. Pero el Señor vino a nosotros, se convirtió en la luz de nuestros corazones y ha salvado nuestras vidas. En conclusión, Dios nos ha salvado de los pecados del mundo.
Todos debemos alcanzar la verdadera salvación por fe, sabiendo que al darnos la remisión de los pecados, Dios nos ha transformado en la luz del mundo. Aquellos de nosotros que han recibido la remisión de los pecados son la luz del mundo. La Biblia dice que Dios ordenó que hubiera luz y la luz se hizo. Esto implica que Dios nos ha salvado del pecado a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Así es como Dios nos ha hecho justos.
Muchos predicadores dicen en sus sermones: «Mis queridos hermanos, debemos convertirnos en la luz del mundo viviendo como santos», pero no podemos ser justos o convertirnos en la luz mediante nuestros propios esfuerzos. En realidad cuando creemos en la Palabra de Dios tal y como Él la dijo, todo se cumple según esta Palabra. Como Dios nos ha salvado a través del agua y la sangre, nos hemos convertido en la luz. Aunque haya días claros y nublados en nuestras vidas, debemos entender el hecho de que somos la luz, de que nos hemos convertido en la luz.
 
 
Los seres humanos son la obra incompleta de Dios
 
«Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Génesis 1, 3). De este modo todo se cumplió según la Palabra de Dios.
Nosotros, que nos hemos convertido en la luz al creer en la luz de la Verdad, vivimos en este mundo como su luz. No estamos a caballo entre la luz y las tinieblas, no somos la luz un día y oscuridad al día siguiente. Por muy insuficientes y débiles que seamos, seguimos siendo la luz. Esto es un milagro. Nuestro Dios nos recrea a los seres humanos finitos e imperfectos, y nos completa como Su obra final.
Cuando Dios creó los cielos y la tierra, el universo entero y todo lo que hay en él estaba incompleto. Este mundo estaba lleno de oscuridad, confusión y vacío, y no tenía vida. El universo entero era un caos. Todo estaba desordenado, tanto la tierra como el cielo y las estrellas.
Sin embargo, como Dios ordenó que hubiera luz, la luz se hizo y así puso orden en todas las cosas y las hizo funcionar con precisión. Dios hizo que las estrellas orbitaran por el universo sin chocarse unas con otras y que otras se chocaran, para extinguir unas y crear otras nuevas. Así Dios hizo posible que la naturaleza se mantuviera, puso orden para que todo funcionara durante miles de millones de años. Dios hizo un mundo imperfecto y luego lo perfeccionó y hace lo mismo con los seres humanos.
Cuando Dios nos hizo a los seres humanos, no nos hizo completos desde el principio. Nos creó del polvo y nos hizo imperfectos. Nos hizo capaces de ser tentados por Satanás. De hecho, dejó que Satanás nos tentase, y después nuestro Señor vino y nos hizo perfectos. Al alumbrar el dominio desordenado del universo, Dios acabó con toda la confusión y le dio un orden preciso. Del mismo modo, el Señor, que es la luz, vino a nuestros corazones que habían caído en el pecado y habían sido confundidos por el abismo de las tinieblas, y nos hizo ser la luz.
«Y fue la tarde y la mañana un día» (Génesis 1, 5). Dios no nos hizo perfectos desde el principio. Esta es la providencia de Dios que nos permite nacer de nuevo. Cuando Dios creó el universo entero y nos creó a nosotros, tenía un objetivo, y este objetivo era vivir con nosotros en el Reino de los Cielos para siempre y disfrutar de la gloria con nosotros. Mis queridos creyentes, ¿saben la razón por la que Dios creó el universo y a los seres humano? ¿Entienden que Dios nos creó para disfrutar de la gloria con Él y vivir eternamente? Por eso Dios nos hizo nacer en este mundo siendo imperfectos, nos llamó y nos salvó a su debido tiempo, nos hizo Su pueblo y nos transformó de oscuridad en luz, y nos permitió vivir para siempre como Hijos Suyos.
Este Dios nos ha hecho justos. Esta es la recreación de Dios. Este es el mayor milagro de todas las obras que Dios ha hecho por los seres humanos en este mundo. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, sus pecados han sido borrados y nos hemos convertido en hijos de Dios. Los pecadores se han convertido en justos. Este es el mayor milagro. Está escrito: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Génesis 1, 3). Dios nos ha salvado de todos nuestros pecados y por eso ahora somos justos.
Ahora vivimos en este mundo como justos. A veces pensarán que son insuficientes y débiles, pero son justos. ¿No es este un gran milagro, el que a pesar de ser montones de pecados vivamos como hijos de Dios?
«Y vio Dios que la luz era buena» (Génesis 1, 4). Dios está tan contento por habernos hecho justos y habernos transformado en luz que Su gozo no puede explicarse con palabras. Por eso hay una celebración en el Reino de los Cielos cuando un pecador admite sus pecados, cree en el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo nos dio, es salvado y se convierte en la obra completa de Dios (Lucas 15, 7-10).
Sin embargo, el problema es que al vivir nuestras vidas, a menudo no sabemos que nos hemos convertido en la luz. Al convertirnos en la luz, Dios está diciendo que está contento de vernos. Aunque Dios esté contento, en realidad nosotros a menudo no aceptamos el hecho de que somos la luz.
Los que, a pesar de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, no se dan cuenta de que son la luz del mundo, deben recapacitar sobre la Palabra una vez más. Los que piensan: «Me falta algo para ser la luz», aunque hayan sido salvados de sus pecados, deben reafirmar el Evangelio del agua y el Espíritu una vez más. Mis queridos hermanos, mientras vivimos debemos darnos cuenta de cómo fue posible convertirnos en la luz, cómo nos hemos convertido en la luz y creer en esto. Debemos reflexionar sobre nosotros mismos para ver si de verdad creemos que somos la obra de Dios y debemos dar gracias a Dios una vez más por hacernos la luz. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, debemos convertirnos en las obras completas de Dios. Somos la luz del mundo y damos gracias a nuestro Señor por permitirnos vivir en este mundo sin pecado.
 
 

Dios separó la luz de las tinieblas

 
Mis queridos hermanos, al leer Génesis 1, 3: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz», debemos creer que nos hemos convertido en la luz. La Biblia sigue diciendo: «Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche» (Génesis 1, 5), y por eso debemos entender que Dios separó la luz de las tinieblas.
Dios separó estos dos elementos. Los que han recibido la remisión de los pecados son la luz, mientras que los que no la han recibido son las tinieblas. A los ojos de Dios, los que han recibido la remisión de los pecados a través de la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu son la luz. Ellos son los hijos de Dios, en otras palabras. Sin embargo, los que no aceptan el Evangelio del agua y el Espíritu son las tinieblas. Los hijos de las tinieblas son los hijos del Diablo.
Hay dos tipos de gente en este mundo. Aunque todo el mundo ha nacido incompleto, hay gente que se convierte en la luz al creer en la luz que Dios ha eliminado, y otros que siguen siendo tinieblas porque no quieren creer. Esta luz es el Evangelio del agua y el Espíritu. Y ante este Evangelio del agua y el Espíritu, todo el mundo se separa en dos tipos de gente: justos y pecadores.
Los que aceptan esta salvación que Jesucristo nos ha dado, es decir, los que aceptan el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo nos ha dado, se convierten en hijos de Dios. Y como hijos de Dios, viven iluminando este mundo. Cuando llegue el momento, Dios Padre les llevará a Su Reino eterno.
Sin embargo, los que no aceptan esta Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu en sus corazones siguen siendo hijos de las tinieblas. Se convierten en los hijos del Diablo. La noche es el momento en que las tinieblas están sobre la faz del abismo. ¿Les gusta la noche? La noche es muy peligrosa. Piensen en una noche oscura, sin luz alguna. El dominio de la noche es un mundo caótico, desordenado, peligroso, espantoso y cegador.
«Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Génesis 1, 3). Dios llamó al mundo iluminado día y a las tinieblas noche. Debemos creer que Dios separó estos dos mundos. Como está escrito: «Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz » (Efesios 5, 8), Dios ha dividido a Su pueblo en Sus hijos e hijos del Diablo. Todo el mundo se fija en la apariencia exterior, pero algunas personas son hijos de Dios y otras no. Así que Dios le dice a un tipo de personas: «Sois Mis hijos y Mi pueblo», pero a otros dice: «No sois Mis hijos».
Y el último día, el destino de estos dos tipos de personas se sella. Los que no han nacido de nuevo del agua y el Espíritu serán justamente castigados como hijos de la oscuridad. Dios dijo en el Apocalipsis que echaría a los hijos de la oscuridad al lago de fuego y azufre, junto con los falsos profetas. Los falsos profetas y sus seguidores serán arrojados al fuego del infierno. Sin embargo, los hijos que se han convertido en la luz entrarán en el Reino de Dios.
 
 

«Y fue la tarde y la mañana un día»

 
Génesis 1, 5 dice: «Y fue la tarde y la mañana un día». Un día en el mundo empieza con la mañana y acaba con la tarde. Las cosas de este mundo son efímeras, relucen sólo durante un corto período de tiempo y se vuelven a convertir en tinieblas. La historia de la humanidad también es así. Sin embargo, el dominio de Dios es diferente. El dominio de Dios empieza con la imperfección pero acaba con la perfección. El dominio de Dios siempre es así.
La puerta del Tabernáculo estaba orientada hacia donde sale el sol, hacia el Este. ¿Dónde estaba el Arca? En el Oeste. El dominio de Dios empieza siendo imperfecto y acaba siendo perfecto. Así es como obra Dios. Por eso Dios nos dijo a los humanos que debíamos nacer de nuevo. Dios nos está diciendo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3, 5). Aunque el principio fue imperfecto, Dios llega a completarlo hasta la perfección.
Nuestras vidas de fe son también así. Después de recibir la remisión de los pecados, seguimos siendo imperfectos. En otras palabras, aunque estemos salvados, no sabemos mucho, parece que nada haya cambiado, y no estamos seguros de lo que es correcto. Así que una vez estamos salvados, podemos apreciar nuestra imperfección mejor. Esto se debe a que nuestras vidas deben cambiar y debemos vivir por fe. Antes, solíamos vivir por nuestra carne y sólo vivíamos por nuestros deseos carnales, pero ahora si confiamos en la fuerza de la carne, estaremos malditos y por eso debemos confiar en Dios y vivir por fe. Por eso vemos nuestras insuficiencias mejor y nos desorientamos y luchamos cuando vemos que fracasamos. Por eso nuestro principio es imperfecto.
Sin embargo, si entramos en el dominio de Dios y vivimos en él, si vivimos por fe, seremos perfeccionados, aunque parezcamos imperfectos al principio. Las obras de Dios son siempre así. Aunque a los ojos de la carne parezcamos imperfectos, cuando creemos en la Palabra de Dios, la seguimos y entramos en ella, nos daremos cuenta de que la vida de fe es perfecta y completa. Sabemos que es así como Dios obra.
Si tuviéramos que resumir lo que Dios hizo el primer día, diríamos que fue hacernos justos, es decir hacernos la luz. Dios nos ha hecho ser la luz y nos ha hecho vivir como luz. Les pido que reafirmen esta fe en que Dios nos ha hecho la luz.
¿Ustedes, los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, creen que son la luz? Dios separó la luz de las tinieblas el primer día. Así que quien no haya nacido de nuevo de sus pecados sigue siendo tinieblas. Por mucho que se haya disciplinado, por mucho que sus ojos brillen con sabiduría, por mucha confianza que tenga en sí mismo, las tinieblas son tinieblas. Su corazón está confundido.
Sin embargo, los nacidos de nuevo son la luz del mundo ahora. Como nos hemos convertido en los hijos de la luz en el Evangelio del agua y el Espíritu por fe, podemos distinguir. Esto se debe a que el Espíritu Santo que está en nosotros nos habla, nos enseña y nos guía. Los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu son siempre perfectos porque el Espíritu Santo vive en ellos.
Mientras vivimos debemos recordar siempre que somos la luz del mundo. El que nos hayamos convertido en la luz es el mayor milagro de todos. ¿Puede alguien convertirse en la luz por sus propias obras? No, es imposible hacerlo con sus propias obras.
La única cosa que nos permite ser la luz es la Palabra de Dios. Jesucristo, la Palabra, vino a nosotros y nos dijo: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Génesis 1, 3). No necesitamos otras palabras aparte de Su Palabra. Cuando entran en una habitación oscura y encienden la luz, la oscuridad desaparece en el momento en que la luz se hace en la habitación y la llena. Del mismo modo, gracias a que Jesucristo tomó todos los pecados del mundo y los borró a través de Su bautismo cuando vino al mundo, si creemos en esta luz de la Verdad, nuestros corazones están sin pecado de inmediato y se convierten en luz pura.
Dios es todo poderoso. Dios nos dio la luz en este mundo oscuro, en este mundo lleno de confusión, vacío y oscuridad. Como Dios ordenó: «Sea la luz», la luz se hizo y las tinieblas desaparecieron.
La salvación que recibimos gracias a la venida de Jesucristo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Al hablar, la luz perfecta apareció en la tierra. Gracias a la Palabra de Dios, las tinieblas desaparecieron de una vez por todas y sólo existió la luz. Como este Dios que nos ha salvado es omnipotente, todos nuestros pecados fueron borrados de una vez por todas mediante la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Verdad de Dios.
A través de la Palabra de Verdad, el Señor prometió salvarnos del pecado y lo cumplió. Esta Palabra de la alianza, que prometía salvarnos, se nos entregó cuando maldijo a Satanás. Dios dijo: «Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Génesis 3, 14-15).
Al dar esta promesa a la humanidad, cuando llegó el momento, Dios nació de María en la carne de un hombre como la Semilla de la mujer, tomó todos los pecados del mundo de la manera más adecuada al ser bautizado, y fue condenado y derramó Su sangre en la Cruz. El Jesús divino que se convirtió en hombre para cumplir los requisitos de la Ley cargando con todos nuestros pecados y su condena a través del bautismo y la sangre, y pagando el precio de la muerte, nos convirtió en el pueblo de Dios a los que habíamos sido esclavos del Diablo, es decir, nos hizo justos. Cristo nos hizo el pueblo de Dios y nos presentó a Dios Padre.
¿No es perfecta esta salvación? No hay imperfección en la obra de Dios. Él lo completó todo a la perfección. Dios nos permitió convertirnos en hijos de la luz, para que no nos faltase nada para convertirnos en Su pueblo. ¿No es maravillosa esta salvación de Dios? ¡Qué bendición tan maravillosa es habernos convertido en hijos de la luz, habernos transformado en la luz! Nuestra salvación del pecado no nos la dio el oro y la plata que perecen, sino la Palabra eterna de Dios (1 Pedro 1, 23).
El que la Palabra nos haya hecho justos significa que Dios nos ha hecho justos. Al creer en la Palabra de Dios nos hemos convertido en Su pueblo. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu hemos recibido bendiciones perfectas. Doy infinitas gracias a Dios.
En este momento, damos gracias una vez más a Dios por hacernos la luz, por el hecho de ser luz ahora, de habernos convertido en luz. Dios no sólo ordenó que hubiera luz en el universo físico, sino que para sacar la oscuridad de nuestros corazones, Dios vino a nuestros corazones como la luz de la Verdad y nos hizo justos. Debemos dar gracias a Dios una vez más creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu.