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Tema 2: La Ley

[2-1] Si Hacemos las Cosas Según la Ley, ¿Puede Salvarnos? (Lucas 10:25-30)

Si Hacemos las Cosas Según la Ley, ¿Puede Salvarnos?(Lucas 10:25-30) 
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.”
 
 
¿Cuál es el mayor problema de un ser humano?
Ellos viven con muchas ilusiones equivocadas.
 
Lucas 10:28, “haz esto, y vivirás.”
Las personas viven con muchas ilusiones equivocadas. Parece que son especialmente vulnerables en este respecto. Parecen inteligentes, pero son engañados fácilmente y siguen sin ser conscientes de su lado malvado. Nacemos sin conocernos a nosotros mismos, pero aun así vivimos como si lo supiéramos. Porque las personas no se conocen a sí mismas, la Biblia nos dice que somos pecadores.
La gente habla de la existencia de sus propios pecados. Y son incapaces de hacer el bien, sin embargo, están demasiado inclinados a caracterizarse a sí mismos como buenos. Quieren alardear de sus buenas obras y lucirse. Dicen que son pecadores pero actúan como si fueran muy buenos.
Saben que no tienen ni el bien en ellos ni la capacidad de hacer el bien, pero intentan engañar a los demás y a veces incluso engañarse a sí mismos. “Vamos, no podemos ser completamente malvados. Tiene que haber algo bueno dentro de nosotros.”
Por lo tanto, miran a los demás y se dicen a sí mismos, “Caramba, ojalá que él no lo hubiera hecho. Habría sido mejor para él que no lo hubiera hecho. Habría estado mucho mejor si él hubiera hablado así. Creo que es mejor predicar el evangelio de tal o cual manera. Fue redimido antes que yo, por lo que creo que debería actuar más como alguien que ha sido redimido. Yo fui redimido hace poco, pero si aprendo más, lo haré mucho mejor que él.”
Están afilando los cuchillos en su corazón. “Solo espera. Verás que no soy como tú. Así que piensas que estás adelante de mí ahora, ¿verdad? Tú solo espera. Está escrito en la Biblia que los que vienen últimos serán primeros. Sé que se aplica a mí. Espera, y te lo demostraré.” La gente se engaña a sí misma. 
A pesar de que el haría las cosas de la misma manera si estuviera en el lugar de la persona, sigue juzgándolo. 
A la pregunta de si la personas tienen la habilidad de hacer el bien, la mayoría de la gente dice que no la tienen. Pero tienen la ilusión de que ellos mismos tienen esa habilidad. Así que se esfuerzan hasta que mueren.
Piensan que tienen ‘bondad’ en sus corazones, que tienen la habilidad de hacer el bien. También piensan que ellos mismos son lo suficientemente buenos. Independientemente de cuánto tiempo hace que nacieron de nuevo, incluso aquellos que han logrado un mayor progreso en el servicio de Dios piensan, ‘Puedo hacer esto y aquello por el Señor’.
Pero si sacamos a nuestro Señor de nuestras vidas, ¿realmente podremos hacer el bien? ¿Hay bien en la humanidad? ¿Podrá vivir haciendo buenas obras? Los seres humanos no tienen la habilidad de hacer el bien. Siempre que los humanos intentan hacer algo por su cuenta, pecan.
Algunos apartan a Jesús a un lado después de ser redimidos y tratan de hacer el bien por su cuenta. No hay más que maldad en todos nosotros. Solo podemos practicar el mal. Por nosotros mismos (incluso los que han sido salvados), solo podemos pecar. Es la realidad de nuestra carne.
 
¿Qué hacemos siempre, el bien o el mal?
El mal
 
En nuestro libro de alabanza, ‘Alabado sea el Señor,’ hay una canción que dice así: “♪Un cuerpo sin valor que comete errores sin Jesús, sin ti soy como un barco sin velas navegando por el mar♪.” Sin Jesús sólo podemos pecar. Somos justos sólo porque hemos sido salvos. En realidad, somos malvados.
El apóstol Pablo dijo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). Si una persona está con Jesús, no importa. Pero cuando él no tiene nada que ver con Él, trata de hacer el bien ante Dios. Pero cuanto más lo intenta, más se encuentra practicando el mal.
Incluso el Rey David tenía la misma naturaleza. Cuando su país era pacífico y próspero, una tarde él subió al tejado para pasear. Vio un cuadro tentador y cayó en el placer sensual. ¡Cómo era cuando se había olvidado del Señor! Era verdaderamente malvado. Mató a Urías y tomó a su esposa, pero David no podía ver el mal en sí mismo. Puso excusas para sus acciones. 
Entonces, un día, el profeta Natán se le acercó y le dijo. “Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y este no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él” (2 Samuel 12:1-4).
David dijo: “Que el que tal hizo es digno de muerte.” Su ira se despertó en gran manera, así que dijo: “Tiene tantos de los suyos, que seguramente podría tomar uno de ellos. Pero se llevó el único cordero del pobre para preparar la comida de su invitado. ¡Él debería morir!” Y Natán le dijo: “Tú eres aquel hombre.” Si no seguimos a Jesús y no estamos con Él, incluso los nacidos de nuevo pueden ser así.
Es lo mismo para todos los hombres, incluso para los fieles. Siempre tropezamos, practicamos el mal sin Jesús. Así que hoy estamos nuevamente agradecidos de que Jesús nos salvó sin importar el mal que había en nosotros. “♪Quiero descansar bajo la sombra de la Cruz♪” Nuestros corazones descansan bajo la sombra de la redención de Cristo. Pero si dejamos la sombra y nos miramos a nosotros mismos, nunca podremos descansar.
 
 

Dios Nos Dio la Justicia de la Fe Antes que la Ley

 
¿Cuál es anterior, la fe o la Ley?
La fe
 
El apóstol Pablo dijo que Dios nos dio primero la justicia de la fe. La justicia de la fe fue lo primero. Se lo dio a Adán y Eva, a Abel, luego a Set y Enoc... hasta Noé..., luego a Abraham, luego a Isaac, a Jacob y sus doce hijos. Incluso sin la Ley, llegaron a ser justos ante Dios mediante su fe en Su Palabra. Fueron bendecidos y se les dio descanso a través de su fe en Su Palabra.
Y pasó el tiempo y los descendientes de Jacob vivieron en Egipto como esclavos durante 400 años a causa de José. Luego Dios los condujo por medio de Moisés a la tierra de Canaán. Sin embargo, durante los 400 años de esclavitud, habían olvidado la rectitud de la fe.
Así que Dios les permitió cruzar el Mar Rojo mediante Su milagro y los condujo al desierto. Cuando alcanzaron el desierto de Sin, les dio la Ley en el Monte Sinaí. Les dio los Diez Mandamientos que contienen 613 artículos detallados de la Ley. “Yo soy el Señor vuestro Dios, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Deja que Moisés suba al Monte Sinaí y yo os daré la ley.” Dios le dio a Israel la Ley.
Les dio la Ley para que tuvieran ‘el conocimiento del pecado’ (Romanos 3:20). Fue para hacerles saber lo que Le gustaba y lo que no Le gustaba y revelarles Su justicia y santidad.
Todo el pueblo de Israel que había estado esclavizado en Egipto durante 400 años cruzó el Mar Rojo. Nunca habían conocido al Dios de Abraham, al Dios de Isaac, al Dios de Jacob. No lo conocían.
Y mientras vivieron como esclavos durante esos 400 años, se habían olvidado de la justicia de Dios. En ese momento no tenían un líder. Jacob y José eran sus líderes, pero habían muerto. Parece que José no logró transmitir la fe a sus hijos, Manasés y Efraín.
Por lo tanto, necesitaban encontrar a su Dios nuevamente y encontrarse con Él porque habían olvidado la rectitud de Dios. Así que Dios les dio primero la rectitud de la fe y luego les dio la Ley después de que habían olvidado la fe. Les dio la Ley para traerlos de regreso a Él.
Para salvar a Israel, para hacerlos Su pueblo, el pueblo de Abraham, Él les mandó circuncidarse.
Su propósito al llamarlos fue primero hacerles saber que existe Dios al establecer la Ley y segundo hacerles saber que eran pecadores ante Él. Él quería que vinieran ante Él y se convirtieran en Su pueblo al ser redimidos mediante el sacrificio de redención que Dios les había dado. Y Él los hizo Su pueblo.
El pueblo de Israel fue redimido mediante la ley (el sistema de sacrificios) al creer en el Mesías que estaba por venir. Pero el sistema de sacrificios también se había desvanecido con el tiempo. Veamos cuándo fue eso.
En Lucas 10:25, “Un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle.” El intérprete de la ley era un fariseo. Los fariseos eran personas conservadoras que trataban de vivir de acuerdo a Su Palabra. Eran las personas que trataban de proteger primero al país y luego vivir según Su Ley. Y luego estaban los Zelotes que eran muy impetuosos y tendían a recurrir a las manifestaciones para lograr sus visiones.
 
¿A quién quería Jesús encontrarse?
Pecadores sin pastor
 
Hay gente como ellos incluso hoy en día. Lideran movimientos sociales con lemas como ‘Salven al pueblo oprimido del país.’ Creen que Jesús vino a salvar a los pobres y los oprimidos. Así que aprenden teología en seminarios teológicos, participan en política e intentan ‘liberar a los desfavorecidos’ en todos los ámbitos de la sociedad.
Son ellos los que insisten, “Vivamos todos según la Ley santa y misericordiosa. Estar a la altura de la Ley, por Sus Palabras.” Pero no se dan cuenta del significado real de la Ley. Intentan vivir según la letra de la Ley pero no reconocen la revelación divina de la Ley.
Así que podemos decir que no hubo profeta, el siervo de Dios, durante unos 400 años antes de Cristo. De esta manera se convirtieron en un rebaño de ovejas sin pastor. 
No tenían la Ley ni un líder. Dios no se reveló a través de los hipócritas líderes religiosos de esa época. El país se había convertido en una colonia del Imperio Romano. Así que Jesús dijo a los israelitas que lo siguieron al desierto que no los despediría hambrientos. Se compadeció del rebaño sin pastor. Había muchos que estaban sufriendo en ese momento.
Eran esencialmente los intérpretes de la ley y otros en tales posiciones los que tenían los derechos adquiridos; los fariseos eran del linaje de Israel, del Judaísmo. Eran muy orgullosos.
Y este intérprete de la ley le preguntó a Jesús en Lucas 10:25: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Al intérprete de la ley le pareció que no había nadie mejor que él entre el pueblo de Israel. Así que este intérprete de la ley (uno que no había sido redimido) lo desafió, diciendo: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”
Este intérprete de la ley no es más que un reflejo de nosotros mismos. Le preguntó a Jesús: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”
Él respondió y dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” 
Jesús le dijo: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás.”
Desafió a Jesús sin saberse malvado, una masa de pecado que nunca podría hacer el bien. Así que Jesús le preguntó: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”
 
¿Cuál es su lectura de la Ley?
Somos pecadores que nunca podremos guardar la Ley.
 
“Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:26-28). 
“¿Cómo lees?” Esto significa cómo conoces y entiendes la Ley.
Como hace mucha gente hoy en día, este intérprete de la ley también pensó que Dios le dio la Ley para que él la guardara. Entonces él respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
La Ley era sin culpa. Nos dio una Ley perfecta. Nos dijo que amáramos al Señor con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y mente y que amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es correcto que amemos a nuestro Dios con todo nuestro corazón y nuestras fuerzas, pero era la santa palabra la que nunca podía guardarse.
“¿Cómo lees?” significa que la Ley es correcta y correcta, pero ¿cómo la entiendes? El intérprete de la ley pensó que Dios se lo había dado para que él obedeciera. Pero la ley de Dios fue dada para que conozcamos nuestros defectos y expongamos nuestras iniquidades por completo. Expone nuestros pecados: “Has pecado. Mataste cuando te dije que no mataras. ¿Por qué me desobedecisteis?”
La Ley expone los pecados en el corazón de las personas. Supongamos que de camino hacia aquí vi sandías maduras en el campo. Dios me advirtió mediante la Ley: “No recojas esas sandías para comer. Me avergonzaré si lo haces.” “Sí, padre.” “El campo pertenece al Sr. fulano de tal, por lo tanto, nunca debes recogerlos.” “Sí, padre.”
En el momento en que oímos por la Ley que nunca debemos recogerlas, sentimos un fuerte impulso de recogerlas. Si empujamos un resorte hacia abajo, éste tiende a empujarnos hacia arriba como reacción. Los pecados de las personas son así. 
Dios nos dijo que nunca hiciéramos el mal. Dios puede decir eso porque es santo, porque es completo, porque tiene la capacidad de hacerlo. Por otro lado, nosotros ‘nunca’ podemos no pecar y ‘nunca’ hacer el bien. ‘Nunca’ tenemos el bien en nuestros corazones. La Ley dice que nunca (se estipuló con la palabra ‘nunca’). ¿Por qué? Porque la gente tiene lujuria en sus corazones. Actuamos de acuerdo a nuestra lujuria. Cometemos adulterio porque tenemos adulterio en nuestros corazones.
Debemos leer la Biblia con atención. Cuando creí por primera vez en Jesús, creí según la Palabra. Leí que Jesús murió en la Cruz por mí y no pude evitar que las lágrimas fluyeran. Yo era una persona tan malvada y Él murió en la Cruz por mí. Me dolía tanto el corazón que creí en Él. Entonces pensé, ‘Si fuera a creer, creería según la Palabra.’
Cuando leí Éxodo 20, decía: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Oré en arrepentimiento según esta palabra. Busqué en mi memoria para ver si alguna vez había tenido otros dioses delante de Él, si había invocado Su nombre en vano o si alguna vez me había inclinado ante otros dioses. Me di cuenta de que me había inclinado ante otros dioses muchas veces durante los rituales en honor de mis antepasados. Había cometido el pecado de tener otros dioses.
Así que oré en arrepentimiento, “Señor, he adorado ídolos. Tengo que ser juzgado por ello. Por favor perdona mis pecados. Nunca lo volveré a hacer.” Por lo tanto, un pecado fue tratado.
Yo luego traté de pensar si alguna vez había llamado Su nombre en vano. Entonces recordé que cuando comencé a creer en Dios, fumaba. Mis amigos me dijeron, “¿No estás avergonzando a Dios al fumar? ¿Cómo puede fumar un cristiano?”
Estaba llamando Su nombre en vano, ¿no es así? Así que volví a rezar, “Señor, he invocado Tu nombre en vano. Por favor, perdóname. Dejaré de fumar”. Así que traté de dejar de fumar, pero continué encendiéndolo de vez en cuando durante un año. Fue muy duro, casi imposible dejar de fumar. Pero al final, conseguí dejar de fumar por completo. Sentí que otro pecado había sido tratado.
El siguiente fue “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.” Significaba no hacer otras cosas los domingos; no hacer negocios, ni ganar dinero. Así que detuve eso también.
Luego estaba “Honra a tu padre y a tu madre.” Yo los honraba cuando estaba fuera, pero ellos eran una fuente de dolor cuando estaba cerca. “Oh Dios mío, he pecado ante Dios. Por favor perdóname, Señor.” Oré en arrepentimiento.
Pero ya no podía honrar a mis padres porque ambos habían muerto para entonces. ¿Qué podía hacer? “Señor, por favor perdona a este pecador sin valor. Tú moriste en la Cruz por mí.” ¡Qué agradecido estaba! 
De esta manera pensé que había lidiado con mis pecados uno por uno. Había otras leyes, como no matar, no cometer adulterio, no codiciar... Me di cuenta de que no había cumplido ni una sola. Recé toda la noche. Pero ya sabes, orar en arrepentimiento no es agradable. Hablemos de eso.
Cuando pensé en la crucifixión de Jesús, pude simpatizar con lo dolorosa que fue. Y murió por nosotros que no pudimos estar a la altura de Sus palabras. Lloré toda la noche pensando cuánto me amaba y le agradecí por darme verdadero placer.
Mi primer año de asistencia a la iglesia fue, en general, bastante fácil, pero los dos años siguientes, más o menos, se hicieron muy difíciles porque tenía que pensar mucho más para que las lágrimas fluyeran, ya que lo hacía muy a menudo. 
Cuando las lágrimas aún no salían, muchas veces iba a orar a las montañas y ayunaba durante 3 días. Luego las lágrimas volvieron. Me empapé de lágrimas, volví a la sociedad y lloré en la iglesia.
La gente a mi alrededor decía, “Te has vuelto mucho más santo con tus oraciones en las montañas.” Pero las lágrimas inevitablemente volvieron a secarse. El tercer año se volvió muy difícil. Pensaba en los errores que les había hecho a mis amigos y compañeros cristianos y volvía a llorar. Después de 4 años de esto, las lágrimas se secaron nuevamente. Tenía glándulas lagrimales en mis ojos, pero ya no funcionaban.
Después de 5 años, no podía llorar por mucho que lo intentara. Después de un par de años más de esto, me disgusté conmigo mismo y volví a recurrir a la Biblia.
 
 

La Ley es para el Conocimiento del Pecado

 
¿Qué debemos darnos cuenta acerca de la Ley?
Nunca podremos guardar la Ley.
 
En Romanos 3:20, leemos “Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” Consideré esto como un mensaje personal para el apóstol Pablo y solo creí en las palabras que elegí. Pero cuando mis lágrimas se secaron no pude continuar mi vida de fe.
Entonces, pequé repetidamente y descubrí que tenía pecado en mi corazón y que era imposible vivir según la Ley. No pude soportarlo. Pero yo no podía descartar la Ley porque creía que había sido dada para ser obedecida. Al final, me convertí en un intérprete de la ley como los que se ven en las Escrituras. Se volvió muy difícil llevar una vida de fe.
Así que, para alejarme de la penuria, oré y busqué al Señor con fervor. Después de eso, me encontré con el Evangelio del agua y el Espíritu a través de la Palabra, y llegué a saber y creer que todos mis pecados habían sido redimidos (Quitado el Pecado).
Cada vez que veía las palabras de que estaba sin pecado, era como una brisa fresca que soplaba en mi corazón. Tenía tanto pecado que mientras leía la Ley, comencé a darme cuenta de esos pecados. Había violado todos los Diez Mandamientos en mi corazón. Pecar en el corazón también es pecado, y sin querer me había convertido en un creyente de la Ley. 
Cuando guardé la Ley fui feliz. Pero cuando no pude guardar la Ley, me sentí miserable, irritada y triste. Eventualmente, me quedé ojeroso por todo ello. Si tan solo me hubieran enseñado desde el principio: “No, no. Hay otro significado para la Ley. Te muestra que eres una masa de pecado; tienes amor por el dinero, por el sexo opuesto, y por las cosas que son hermosas a la vista. Tienes cosas que amas más que a Dios. Quieres seguir las cosas del mundo. La Ley te ha sido dada, no para que la guardes, sino para que te reconozcas pecador con maldad en tu corazón.”
Si alguien me hubiera enseñado entonces, no habría tenido que sufrir durante 10 años. Así había vivido bajo la Ley durante 10 años hasta que llegué a esta realización.
El cuarto mandamiento es “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”. Significa que no debemos trabajar en el día de reposo. Significa que debemos caminar, no montar en coche si viajamos largas distancias. Y pensé que debía caminar hasta el lugar donde debía predicar para ser honorable. Después de todo, estaba a punto de predicar la Ley. Por eso pensé que tenía que practicar lo que predicaba. Fue tan difícil que estuve a punto de rendirme.
Como está registrado aquí: “¿Cómo lees?” No entendí esta pregunta y sufrí durante 10 años. El intérprete de la ley también lo entendió mal. Pensó que si obedecía la Ley y vivía con cuidado, sería bendecido ante Dios.
Pero Jesús le dijo: “¿Cómo lees?” Sí, respondiste bien; lo estás tomando tal como está escrito. Intenta conservarlo. Vivirás si lo haces, pero morirás si no lo haces. La paga del pecado es muerte. “Morirás si no lo haces” (Lo opuesto a la vida es la muerte, ¿no es así?).
Pero el intérprete de la ley seguía sin entender. Este intérprete de la ley somos nosotros, tú y yo. Estudié teología durante 10 años. Lo intenté todo, leí todo e hice de todo: ayunos, ilusiones, hablar en otras lenguas... Leí la Biblia durante 10 años y esperaba lograr algo. Pero espiritualmente yo era un hombre ciego. 
Por eso el pecador tiene que encontrarse con alguien que pueda hacerle ver que el Salvador es nuestro Señor Jesús. Entonces se da cuenta de que “¡Ajá! Nunca podremos guardar la Ley. Por mucho que lo intentemos, sólo iremos al infierno intentándolo. ¡Pero Jesús vino a salvarnos con el agua y el Espíritu! ¡Aleluya!” Podemos ser redimidos por el agua y el Espíritu. Es la gracia, el don de Dios. Así que alabamos al Señor.
Tuve la suerte de graduarme de una situación desesperada, pero algunos pasan toda su vida estudiando teología en vano y nunca se dan cuenta de la verdad hasta el día de su muerte. Algunos creen durante décadas o de generación en generación, pero nunca son nacidos de nuevo.
Nos graduamos de ser pecadores cuando nos damos cuenta de que nunca podremos guardar la Ley, entonces estamos ante Jesús y escuchamos el evangelio del agua y el Espíritu. Cuando nos encontramos con Jesús, nos graduamos de todos los juicios y de toda maldición. Somos los peores pecadores, pero llegamos a ser justos porque Él nos salvó por el agua y la sangre.
Jesús nos dijo que nunca podemos vivir en Su voluntad. Le dijo esto al intérprete de la ley, pero él no entendió. Así que Jesús le contó una historia para ayudarle a entender.
 
¿Qué hace corrompa a la persona en la vida de fe?
Pecado
 
“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto” (Lucas 10:30). Jesús le estaba diciendo que todos sufrieron toda su vida así como este hombre fue golpeado por ladrones y casi muere.
Un hombre descendió de Jerusalén a Jericó. Jericó es el mundo secular y Jerusalén representa la ciudad de la religión, la ciudad de la fe, de los jactanciosos de la ley. Nos dice que si creemos en Cristo como nuestra religión, no podemos sino arruinarnos. 
“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.” Jerusalén era una gran ciudad con una gran población. Allí había un sumo sacerdote, una hueste de sacerdotes, levitas y muchos hombres sobresalientes de la religión. Había muchos que conocían bien la Ley. Allí, ellos trataron de vivir de acuerdo a la Ley, pero eventualmente fallaron y se dirigieron a Jericó. Siguieron cayendo en el mundo (Jericó) y se encontraron con ladrones.
El hombre se encontró con ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó y fue despojado de sus ropas. ‘Ser despojado de su ropa’ significa que perdió su justicia. Es imposible que vivamos por la Ley. El Apóstol Pablo dijo en Romanos 7:19-20: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Ojalá pudiera hacer el bien y vivir según Sus palabras. Pero en “del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-22).
Porque están en nuestros corazones y salen continuamente, hacemos lo que no queremos hacer y no hacemos lo que queremos hacer. Seguimos repitiendo esos males en nuestros corazones. Lo que el diablo tiene que hacer es darnos sólo un pequeño impulso para pecar.
 
 
Los Pecados Dentro del Corazón de Toda la Humanidad 
 
¿Podemos vivir según la Ley?
No
 
Se dice en Marcos 7: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre.”
Jesús nos está diciendo que hay malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaño, lascivia, envidia, maledicencia, soberbia e insensatez en el corazón del hombre. Todos tenemos homicidio en el corazón.
No hay quien no asesine. Las madres les gritan a sus hijos, “No. No hagas eso. Te dije que no hicieras eso, maldita sea. Dije que no hagas eso.” Y luego, “Ven aquí. Te lo dije una y otra vez que no hicieras eso. Te voy a matar por eso.” Eso es asesinato. Puedes matar a tus hijos con tus palabras irreflexivas.
Pero si descargamos toda nuestra ira contra ellos, morirán niños. Los habremos matado delante de Dios. A veces nos asustamos a nosotros mismos. “¡Ay dios mío! ¿Por qué lo he hecho?” Miramos los moratones después de pegar a nuestros hijos y pensamos que debimos estar locos para hacer eso. Actuamos así porque tenemos asesinato en el corazón.
Así que ‘Hago lo que no quiero’ significa que hacemos el mal porque somos malos. Y es muy fácil para Satanás tentarnos a pecar.
Digamos que un hombre que no ha sido redimido se sienta en una choza durante 10 años, de cara a la pared y meditando como Sung-chol, el gran monje coreano. Está bien mientras está sentado de cara a la pared, pero alguien tiene que traerle comida y quitarle la inmundicia.
Entonces tiene que tener contacto con alguien. No sería un problema si se tratara de un hombre, pero supongamos que se trata de una hermosa mujer. Si por casualidad él la ve, toda su sentada habrá sido en vano. Piensa, “No debería cometer adulterio; lo tengo en mi corazón, pero tengo que despojarme de él. Tengo que sacudírmelo. ¡No! ¡Sal de mi mente!”
Pero su determinación se evapora en el momento en que la ve. Después de que la mujer se va, él mira dentro de su propio corazón. 10 años de duro trabajo, todo para nada.
Es tan simple para Satanás quitarle la justicia a una persona. Todo lo que Satanás tiene que hacer es darles un empujoncito. Cuando una persona lucha sin ser redimida, sigue cayendo en pecado. Esa persona paga el diezmo fielmente cada domingo, ayuna por 40 días, 100 días de oraciones al amanecer... pero Satanás los tienta con las cosas buenas de la vida.
“Me gustaría darte un puesto importante en la empresa, pero eres cristiano y no puedes trabajar los domingos, ¿no? Es una gran posición. Tal vez podrías trabajar 3 domingos e ir a la iglesia sólo una vez al mes. Entonces gozarías de un alto prestigio y tendrías un sueldo de los gordos. ¿Qué te parece?” En esto, probablemente 100 de cada 100 personas serán compradas.
Si esto no funciona, hay quienes tienen debilidad por las mujeres. Satanás pone una mujer delante de él, y él se enamora perdidamente y se olvida de Dios en un instante. Así es como la justicia del hombre es despojada.
Si intentamos vivir según la Ley, lo único que tenemos al final son las heridas del pecado, el dolor y la pobreza; perdemos toda justicia. “Descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.”
Esto significa que aunque intentemos permanecer en Jerusalén viviendo según la voluntad del Dios Santo, tropezaremos una y otra vez a causa de nuestras propias debilidades y nos arruinaremos. 
Y entonces oraremos arrepentidos ante Dios. “Señor, he pecado. Por favor, perdóname; no volveré a hacerlo. Te prometo que ésta será realmente la última. Te ruego e imploro que me perdones sólo por esta vez.”
Pero nunca dura. La gente no puede vivir en este mundo sin pecar. Quizás consigan evitarlo un par de veces, pero sería imposible no volver a pecar. Así que se vuelven a cometer pecados. “Señor, por favor, perdóname.” Si esto continúa, se alejarán de la iglesia (la religión). Se alejan de Dios a causa de sus pecados y terminarán en el infierno.
Viajar a Jericó significa caer en el mundo secular, acercarse al mundo y alejarse de Jerusalén. Al comienzo, Jerusalén sigue estando más cerca. Pero a medida que se repite el ciclo de pecar y arrepentirse, nos encontramos de pie en las calles de Jericó, caídos profundamente en el mundo.
 
¿Quién puede salvarse?
Aquellos que renuncian a intentarlo por sí mismos 
 
¿Con quién se encontró el hombre camino a Jericó? Se encontró con ladrones. Uno que ni siquiera vive en la Ley se convierte en un perro vulgar. Bebe y se queda dormido en cualquier lugar, orina en cualquier lugar. Este perro se despierta al día siguiente y vuelve a beber. Un perro vulgar se comería su propia mierda. Por eso es un perro. Él sabe que no debe beber. Se arrepiente a la mañana siguiente pero vuelve a beber.
Es como el hombre que se encontró con ladrones camino a Jericó. Queda atrás, herido y casi muerto. Sólo hay pecado en su corazón. Esto es lo que es un humano. 
La gente cree en Jesús y vive según la Ley en Jerusalén, pero se queda atrás con solo el pecado en sus corazones. Todo lo que tienen que mostrar por su vida religiosa son las heridas del pecado. Los que tienen pecado en el corazón son arrojados al infierno. Lo saben pero no saben qué hacer. ¿No hemos estado allí tú y yo también? Sí. Todos estábamos igual.
El intérprete de la ley que entendió mal la Ley de Dios lucharía toda su vida pero terminaría herido en el infierno. Él somos nosotros, tú y yo.
Sólo Jesús puede salvarnos. Hay tantas personas inteligentes a nuestro alrededor y siempre están alardeando de lo que saben sin cesar. Todos pretenden vivir según la Ley de Dios. No pueden ser honestos consigo mismos. No pueden decir directamente lo que está bien o mal, pero siempre están empeñados en arreglar su apariencia exterior para parecer fieles.
Entre ellos están los pecadores que van camino a Jericó, los que son golpeados por ladrones y los que ya están muertos. Tenemos que saber cuán frágiles somos ante Dios.
Debemos admitir ante Él, “Señor, iré al infierno si no me salvas. Por favor sálvame. Iré a donde Tú quieras, ya sea granizo o tormenta, si me permites escuchar el verdadero evangelio. Si me dejas, iré al infierno. Te suplico que me salves.”
Los que saben que se dirigen al infierno, los que renuncian a intentarlo por su cuenta y se cuelgan del Señor, estos son los que pueden ser salvos. Nunca podremos ser salvos por nuestra cuenta.
Tenemos que saber que somos como el hombre que cayó entre ladrones.
 
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