(Mateo 21, 1-14)«Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo:Decid a la hija de Sion:He aquí, tu Rey viene a ti,Manso, y sentado sobre una asna,Sobre un pollino, hijo de animal de carga.Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea. Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó».
En el pasaje de las Escrituras de hoy, está escrito: «Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará» (Mateo 21, 1-3). Este pasaje de las Escrituras describe el suceso que tuvo lugar cuando Jesús llegó a una aldea llamada Betfagé antes de entrar en Jerusalén. Jesús les dijo a los discípulos: «Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos». El Señor es nuestro Maestro. Un día, cuando Jesús estaba caminando cerca del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés echando las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces Jesús les dijo: «Seguidme y os haré pescadores de hombres». Ellos dejaron sus redes y le siguieron (Marcos 1, 16-18). Con estas palabras tan simples que dijo Jesús, Pedro y Andrés empezaron a seguirle.
Esta vez, Jesús les dijo a los discípulos: «Id a la aldea de Betfagé, desatad al asno y al pollino y traédmelos». Jesús les dijo que fueran a la aldea cercana y le trajeran a un asno y un pollino. Pero los discípulos de Jesús eran gente con sentido común, así que seguramente pensarían: «Vaya, nos está diciendo que desatemos el asno de alguien y se lo llevemos sin permiso. ¿Qué nos harán si nos descubren? ¿No pensarán que somos ladrones? ¿Qué debemos hacer?».
Así que le preguntaron a Jesús: «¿Qué diremos si alguien nos dice algo?».
Entonces el Señor dijo: «Decid que el Señor los necesita».
«¿Qué haremos si alguien nos critica?».
«Decid que el Señor los necesita».
Queridos hermanos, ¿es el Señor el Rey o no? El Señor es el Creador y el Rey. ¿Qué pueden decir las criaturas cuando el Señor dice que las necesita? ¿Acaso tienen algo que decir las criaturas? La respuesta de Jesús es clara y maravillosa.
A menudo, pensamos que el Señor dice cosas demasiado raras. El Señor escoge a hermanos y hermanas en Su Iglesia, diciendo: «El Señor os necesita, venid». ¿Qué es eso? El Señor dijo que necesitaba un asno, pero ¿de verdad necesita un asno el Señor? Los asnos son muy tercos. Un asno es un animal que va por un lado cuando se le dice que vaya por el otro. Los asnos ni siquiera escuchan lo que dice su maestro.
Pero la verdad es que el Señor necesitaba un asno, y si el Señor dice que necesita algo, lo utiliza. Debemos entender que si el Señor nos dice que traigamos un asno, Él ha hecho posible que sea utilizado. Queridos hermanos, ¿cómo utilizará el Señor al asno? Como los asnos heredan el carácter de sus padres y sus hábitos, desde que nacen son muy tercos, obstinados, salvajes y dan muchas coces. Así que, ¿cómo puede el Señor necesitar algo así? Para utilizar a este asno, Él tenía que darle un corazón blando. Solo con esto, el asno ya empieza a obedecer, y sus hábitos tercos desaparecen. Cuando el Señor dice que quiere utilizar a un asno, esto significa que ya lo ha amansado. Nosotros somos tercos y malvados. Tenemos la costumbre de hacer las cosas a nuestra manera. Aunque el Señor nos ha salvado, no puede utilizarnos si no cambia nuestra naturaleza.
Muchas personas reciben la llamada del Señor. Algunas personas afirman haber recibido la llamada del Señor y están siendo utilizadas por Él después de haber escuchado la voz del Señor diciendo: «Fulanito. Te necesito. Eres mi siervo», después de haber orado al Señor. Sin embargo, aunque el asno, cuando es utilizado, decide seguir al Señor, ¿qué ocurre cuando está a punto de ser utilizado? Cuando el Señor lo utiliza, su naturaleza original vuelve a salir a la luz y es difícil amansarla. El asno sigue siendo terco, desobediente y salvaje. Muchas personas dicen estar al servicio del Señor aunque en realidad son como asnos. A esta gente se le llama «siervos autoproclamados».
Como el Señor nos necesita, nos llama, aunque seamos como asnos. Pero lo que les quiero decir es cómo Dios nos usa a pesar de ser como asnos. Como hemos leído en el pasaje de las Escrituras de hoy, cuando Jesús entró en la ciudad de Jerusalén, lo hizo montado en un asno, y la gente gritaba: «Hosanna». En aquel momento, ¿piensan que el asno se sorprendió? Con todo el griterío, seguramente el asno se podría haber sobresaltado y empezado a dar coces. ¿Piensan que Jesús podría haber entrado en Jerusalén montado en un asno que daba coces? Aunque lo hubiera montado a la fuerza, se habría caído. Jesús no puede montar en un asno que da coces como un caballo salvaje. Sin embargo, nuestro Señor entró en Jerusalén montado en un asno. Nuestro Señor amansó al asno.
¿Cómo puede un asno llevar al Señor obedientemente? Los asnos son malvados por naturaleza y dan coces. Pero el Señor perdonó todos los pecados. Está escrito: «Mas todo primogénito de asno redimirás con un cordero; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. También redimirás al primogénito de tus hijos» (Éxodo 13, 13). Incluso los pecados de ser terco, desafiante y la actitud de no hacer lo que se nos pide, fueron redimidos por el Señor cuando se convirtió en el Cordero del sacrificio.
A causa de estos pecados, el asno tuvo que ser maldito y sacrificado, pero al sacrificar a un cordero inocente y obediente en lugar del asno, se podía salvar al asno mediante la redención de sus pecados. Mientras el asno llevaba al Señor, podría haber dado coces, y podría no haber escuchado al Señor. Sin embargo, como el Señor ya se había ocupado de sus pecados, y el asno estaba agradecido por ello con un corazón puro, el asno pudo suprimir su corazón pecador.
Un asno puede soportar llevar una carga, pero no humana. Pero, como este asno había recibido la remisión de los pecados, estaba contento de cargar con Jesucristo. Incluso estaba contento cuando entró en Jerusalén cargando con Jesús y escuchando a la gente gritar Hosanna, y por eso el asno entró en la ciudad con una sonrisa en la cara. Nuestro Señor nos ha cambiado. No podemos ni imaginar cuánto ha hecho por nosotros. Al redimir nuestra naturaleza malvada, toda la desobediencia y la disposición a cometer pecados, como los asnos, el Señor se convirtió en nuestro Cordero y nos cambió. Queridos hermanos, ¿creen en esta verdad? Estoy seguro de que sí. Como nuestro Señor nos ha cambiado a todos los que le hemos conocido, ahora tenemos un corazón agradecido.
En el pasado, era difícil para nosotros seguir al Señor, e incluso esto evoca sentimientos de fracaso. Pero, como el Señor nos ha redimido de todos los pecados y de toda la maldad, ahora llevar encima al Señor es maravilloso. Ahora, todo ha cambiado. Ahora, la felicidad de servir al Señor y vivir según Su voluntad es mejor que vivir en el mundo, y por eso servimos al Señor voluntariamente.
Ya no somos los mismos de antes. El objetivo de nuestras vidas ha cambiado. Después de haber recibido la remisión de los pecados, todavía tenemos un corazón malvado, pensamientos propios, e ideas humanas, pero ha habido un gran cambio en la manera en la que vivimos comparada con la manera en que vivíamos antes de conocer al Señor. Nuestro sistema de valores, nuestra forma de pensar y nuestros hábitos han cambiado. Como todos los aspectos han cambiado, debemos deshacernos del pasado.
Después de nacer de nuevo, al principio solemos pensar: «Esto es un poco extraño. No creo que pueda seguir al Señor hasta el final». Sin embargo, no es cierto. Como Satanás, el Diablo, no puede engañarnos de nuevo, nosotros somos nuevas criaturas e hijos de Dios. Esto se debe a que no nos hemos dado cuenta de que el Espíritu Santo está en nuestros corazones, y que estos se han hecho puros y nuestra naturaleza ha cambiado. En realidad, todo ha cambiado. No nos hemos dado cuenta de esto completamente. Lo que antes nos gustaba del mundo, ahora lo despreciamos.
Las cosas del mundo que nos gustaban pueden parecer buenas para nosotros por un momento, pero pronto nos damos cuenta de que no son beneficiosas para nuestros espíritus. Esto se debe a que el Espíritu Santo vive en nosotros y a que nuestros corazones son puros y aman al Señor. Debemos saber que tenemos un corazón puro, y no un corazón malvado que se opone a la voluntad del Señor. Claramente, tenemos este corazón ahora. Solo porque no somos maduros en la fe no significa que no tengamos un corazón puro.
Cuando el Señor dijo que nos iba a utilizar, aunque fuésemos como asnos, estaba hablando de cambiar nuestros corazones completamente. Antes de nacer de nuevo, las cosas del mundo lo eran todo para nosotros. Pero ahora, nos hemos dado cuenta de que estas cosas no nos dan la felicidad, porque somos como asnos que estiman acompañar al Señor en vez de cargar con las cosas del mundo. Incluso después de recibir la remisión de los pecados, cuando somos jóvenes, decimos que el mundo no nos satisface, pero la verdad es que tenemos aún deseos del mundo. Esta es nuestra situación.
Sin embargo, nuestro corazón es diferente. Nuestros pensamientos y corazones viven según la voluntad del Señor. Claramente, mientras alguien nos guíe, tendremos el deseo de vivir según la forma de vivir que nos enseñan. Así es el corazón de una persona que ha nacido de nuevo del agua y el Espíritu. Dios nos ha dado el Espíritu que nos permite convertirnos en hijos de Dios. Como Dios nos ha dado Su Espíritu, podemos ser adoptados como hijos de Dios.
En los corazones de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, por el que Jesús borró todos nuestros pecados, ya no hay pecado, y como el Espíritu Santo reside en ellos, ahora desean obedecer, someterse y seguir la voluntad del Padre. Dentro de los corazones de los santos, existe el deseo de hacer la voluntad de Dios y el deseo de ofrecer sus esfuerzos para cumplir su voluntad.
¿Cuánto cambió nuestra naturaleza después de recibir la salvación? A menudo, algunas personas dejan de seguir al Señor después de verse insuficientes, pero el Señor, en vez de descartar al asno a mitad de camino, siguió montado en él. Aunque seamos insuficientes, espero que nos demos cuenta de que nuestro Señor siguió montado en el asno y lo intentó cambiar. A veces, cuando desesperamos, queremos distanciarnos del Señor. Por eso queremos salir corriendo cuando algo va mal.
Pero no hay una sola persona en la Iglesia de Dios que les vaya a echar la culpa de sus problemas. La Iglesia de Dios resalta nuestra maldad cuando se revela, pero en vez de condenarnos, nos enseña a alabar al Señor, quien ha tomado todos nuestros pecados por el agua, la sangre y el Espíritu. Por favor, no piensen que la Iglesia de Dios no podrá soportar sus fallos e insuficiencias. Cuando humillan sus corazones, reconocen sus errores y se presentan ante el Señor pidiéndole ayuda, el Señor les usa como recipientes valiosos.
Por tanto, cuando alguien dice: «No puedo ir a la Iglesia de Dios porque soy insuficiente», no es porque la Iglesia de Dios no quiera a esa persona. Al contrario, la persona no puede venir a la Iglesia porque la persona está atada a sus propios pensamientos. ¿Quién puede condenarles dentro de la Iglesia de Dios? Jesucristo ha borrado todos los pecados del mundo por el agua y la sangre, pero ¿cómo puede alguien condenarles? Jesús no condenó a la mujer que fue descubierta cometiendo adulterio, sino que le dijo: «Mujer, ¿dónde están los que te acusan? ¿Te ha acusado alguno? Yo tampoco te condeno» (Juan 8, 10-11). ¿Por qué dijo eso? Porque había quitado todos los pecados del mundo, incluido el suyo, al ser bautizado en el río Jordán. Por favor, confirmen el hecho de que Jesús ha borrado todos sus pecados. Del mismo modo en que Jesús lavó los pies de Pedro, cuando confirman una vez más que Jesús ha tomado todos sus pecados, estarán comprometiéndose, sus espíritus se recuperarán y tendrán un nuevo corazón para servir y acompañar al Señor. Esto es meditar sobre el Evangelio a diario, y a través de esta meditación, sus almas pueden revivir.
¿Creen que Dios abandonará a una persona por sus hábitos de la carne y por su suciedad? No. Nuestro Señor ha dicho que necesita un asno. El Señor nos utiliza, porque somos como asnos. Si nos acostumbramos al Señor, nos hemos convertido en asnos que el Señor puede utilizar. Debemos estar agradecidos por el hecho de que el Señor nos ha cambiado. Queridos hermanos, ¿han cambiado mucho? ¿Han cambiado o no? Sí. Aunque hay cosas que nos gustan en el mundo, se dan cuenta de que esas cosas no pueden serlo todo para ustedes, ¿no? Esto es lo que ha cambiado. ¿No es maravilloso? Nuestro sistema de valores, que nos había sometido durante tanto tiempo, ha cambiado.
El hecho de que el corazón haya cambiado es la prueba de que nuestro sistema de valores ha cambiado. Cuando miramos a una persona que es respetada por el mundo como una gran persona, si esa persona no ha recibido la remisión de los pecados, vemos que está por debajo de nosotros. Esto no significa que despreciemos a esa persona, sino que no ha recibido la gracia de Dios que le permitiría ser perfecta. Al contrario que esa persona, nosotros nos hemos convertido en hijos del Señor que son perfectos por Él. Le doy gracias al Señor quien nos usa al cambiarnos según Su voluntad.
Voy a leer el Evangelio según Mateo 21, 5: «Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga». Queridos hermanos, ¿cómo puede el Señor montar en asno? La verdad es que un caballo blanco hubiera sido más elegante. Incluso un ángel sería poco, ya que tiene el poder de montar en una nube. Aunque un carro tirado por mil sementales blancos no sería suficiente para demostrar Su gloria, el Señor montó en un asno, incluso en un asno terco.
El Señor es tan humilde como para trabajar con nosotros, que somos como asnos. El Señor es muy humilde y puro. Si no fuera así, ¿cómo podría trabajar con seres humanos como nosotros? ¿No creen? Si pensamos en que el Señor nos necesita, vemos que es muy humilde, y lleno de benevolencia. Ante el Señor, quien es tan benevolente, me gustaría que entregasen sus vidas y sus preocupaciones y le pidiesen ayuda.
El peso del corazón es más pesado que el de la carne. Un corazón que tiene una enfermedad es más difícil de curar que una enfermedad física. La Biblia dice: «El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?» (Proverbios 18, 14). Por eso espero que todas sus enfermedades del corazón se curen antes. Espero que se sientan ligeros de corazón. Entonces darán gracias al Señor por quitarles toda la carga y por necesitarles.
Leamos los versículos 12 al 14 del pasaje de hoy: «Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó».
Esto ocurrió después de que el Señor entrase en la ciudad de Jerusalén, y demuestra lo que la gente salvada hace en la Iglesia de Dios. Después de haber entrado en Jerusalén, el Señor echó a los mercaderes del Templo. Como la Biblia dice que hizo eso, debemos examinar esta parte. Para los nacidos de nuevo, leer la Biblia con ojos que dudan la verdad de la Palabra, está mal, pero está bien utilizar los ojos que buscan la verdad para entender el mensaje espiritual en ciertas partes de la Palabra. El Señor arrojó a los mercaderes que cambiaban divisas en el Templo, y los que compraban y vendían animales para los sacrificios. En vez de echarles con educación, tiró sus mesas y el dinero.
¿No creen que el Señor tiene un gran temperamento? ¿Creen que el Señor solo es amable y humilde? El Señor no deja pasar las cosas malas, sino que las arroja. En vez de decir: «¡Fuera! ¡No podéis hacer esto!», saca el genio y dice: «¡Gente sucia! ¿Qué es esto?». Cuando vio que había un vendedor de palomas en el templo, el Señor cogió la jaula, que debía ser bastante pesada, y la tiró. Se rompió con gran estruendo. ¿Creen que las palomas salieron volando? Todas se escaparon. Pero al Señor no le importaba que se escaparan, porque rompió todas las jaulas. En el Evangelio de Juan se dice que el Señor, con un látigo, expulsó a todos los mercaderes del Templo.
Nuestro Señor hizo esto. Los nacidos de nuevo no pueden buscar el beneficio de las personas dentro de la Iglesia de Dios. Si hacemos la obra de alabar a las personas, la obra por el beneficio propio o de comprar y vender bienes dentro de la Iglesia, seremos expulsados por el Señor. Algunos predicadores dicen: «Recibe el fuego, y recibe el Espíritu Santo» en todas las reuniones mientras reciben grandes cantidades de dinero como honorarios. Este tipo de comportamiento es tan vulgar, que prefiero no hablar de él. ¿Qué piensan que el Señor le hará a esta gente? El Señor no deja a esta gente en paz. Los expulsa a todos.
Para que estas cosas no ocurran, la verdadera Iglesia de Dios no debe tolerarlas. No podemos dejar a una persona que no ha nacido de nuevo estar detrás de un púlpito y predicar la Palabra solo porque tenga una buena educación, y sea diligente o elocuente. Todas cosas no pueden ser toleradas. Lo que debemos hacer es decirle a esa persona: «No eres del pueblo de Dios». Pero si escuchamos los sermones de esta persona, porque nos gusta su apariencia física, seremos estúpidos. Nuestro Señor no deja estas cosas en paz, como comprar y vender bienes, o alabar a los seres humanos, o buscar dinero en Su Iglesia, sino que expulsa a los que practican estas cosas. Debemos darnos cuenta de que nuestro Señor no tolera estas cosas.
Cuando miro las iglesias hoy en día, siento pena. Me gustaría que hubiera más iglesias de Dios en todas las ciudades. Me gustaría que hubiese por lo menos cinco iglesias de Dios en Chun-cheon city, donde yo vivo. Si esto ocurre, Chun-cheon se convertirá en una ciudad que cree en el verdadero Evangelio y por tanto estará bendecida. Cuantas más iglesias de Dios haya, más cambiará el mundo.
El convertirse en anciano por ofrecer donaciones monetarias a la iglesia se ha convertido en un fenómeno muy común en las comunidades cristianas de hoy en día. Si una persona va a una iglesia y ofrece el diezmo, va a las reuniones de culto semanales, va a las reuniones de oraciones durante un año, y ofrece donaciones, esa persona se convertirá en un anciano pronto. Aunque los no nacidos de nuevo hagan esto, la Iglesia de Dios, cuya cabeza es Jesucristo, nunca puede hacer esto.
Recientemente, mientras nuestra iglesia celebraba una reunión de renacimiento espiritual, un hombre entró y actuó con orgullo diciendo: «Soy un anciano de la iglesia X». Fue un espectáculo. Nosotros echamos a esta gente con cuidado. Les decimos: «Si quieren recibir la remisión de los pecados al escuchar la Palabra, pueden sentarse, pero si no quieren, salgan en silencio. Si quieren tener una larga conversación sobre qué denominación es la correcta, podemos hacerlo en otra ocasión. Les invitaré a comer. Pero recuerden una cosa, si quieren recibir la remisión de los pecados, ¿dejarán su puesto en la iglesia y escucharán la Palabra con un corazón humilde? ¿Tienen pecados en sus corazones? Si tienen pecados, ¿cómo pueden ser ancianos? Si tienen pecados, ¿cómo pueden ser pastores? Son solo trabajadores asalariados. Los pecadores como ustedes tienen que recibir la remisión de los pecados al escuchar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y creer en él».
La Iglesia debe hacer estas obras que nuestro Señor ha hecho. Al hacer la obra del Señor, debemos hacerla con cuidado, pero cuando alguien es malvado y no escucha a los siervos de Dios, a veces debemos dejar a esa persona. A pesar de ser malvada, si esa persona se reconoce como malvada, debemos tolerar sus errores y enseñar a la persona la Palabra de Dios para darle una nueva vida.
En la Biblia, está escrito que la Casa del Señor es la Casa de oración. ¿Quiénes son los que pueden ofrecer oraciones en la Iglesia de Dios? Son los que han recibido la remisión de los pecados. Nunca es el caso de que la Iglesia de Dios sea para el beneficio de un solo ser humano. Por tanto, en la Iglesia de Dios, ningún ser humano debe ser rey. Debemos escuchar lo que el Señor está diciendo, y debemos tenerle a Él como único Rey de nuestros corazones. Solo entonces los justos pueden ofrecer oraciones a Dios en Su Iglesia.
Cuando nos damos cuenta de la voluntad de Dios a través de la Biblia, todo lo que tenemos que hacer es seguir adelante con toda seguridad, sin pensarlo más. Aunque la obra parezca imposible para los seres humanos, la Iglesia de Dios sigue adelante con su tarea por fe. Aquí en el centro del púlpito de nuestra Iglesia hay una silla vacía, ¿quién debe tomar esa silla? El Señor. Como es el trono del Rey, ningún ser humano debe sentarse allí. Una Iglesia verdadera es un lugar donde la gente recibe la remisión de los pecados del Señor, busca la voluntad del Señor y trabaja por la expansión del Reino de Dios. La Iglesia de Dios es un lugar donde el pueblo de Dios se reúne para vivir. Hablando espiritualmente, es Jerusalén, la ciudad de paz. El Señor ha llevado a cabo esta obra en Jerusalén.
¿No creen que algunas personas, al venir a la Iglesia de Dios y ver que no se les trata tan bien pueden preguntarse qué ocurre? A veces el Señor trata a la gente con dureza. El Señor hace esto con la gente que es arrogante de espíritu. Los que se creen santos y dicen: «Oh Dios, santo y misericordioso, Te oro», a pesar de tener el corazón lleno de pecados, son hipócritas. El Señor no deja estar a esta gente, sino que les dice lo que está mal. Aunque no sean creyentes, imitan a los siervos de Dios muy bien. El Señor no deja a estas personas en paz, sino que les reprende duramente. Los discípulos del Señor pueden hacer lo mismo. En vez de gobernar la Iglesia de Dios con ética humana, la Iglesia debe ver lo que el Señor ha hecho y seguir adelante unida.
No debemos evaluar a la Iglesia con los criterios de la ética humana. Si evaluamos la Iglesia de Dios con la ética humana y la moral, solo obtendremos descontento y la Iglesia parecerá una mala idea. Si vemos a través de los ojos de la cortesía, juzgaremos las cosas de la Iglesia, diciendo: «No debería ser así». Los que acaban de nacer de nuevo, todavía sienten que es difícil adaptarse al nuevo ambiente, es decir a la Iglesia, porque han vivido todas sus vidas con los criterios de la ética. Cuando entran en la iglesia de Dios, no pueden adaptarse al principio porque viven llevando la Ley a las espaldas solamente.
Sin embargo, debemos pensar: «¿Qué dijo el Señor? ¿Qué tipo de obra hizo el Señor dentro del Templo?». El Señor ha quitado toda la maldad, es decir, el que los hombres buscasen solo su propio beneficio. Entonces, la Iglesia de Dios debe hacer lo mismo. Esto se debe a que el Señor debe convertirse en el Rey por todos nosotros, que somos justos, y a que el Señor debe ser exaltado sobre todo lo demás. Debemos vivir con la gracia del Rey al ofrecer oraciones que busquen la salvación ante el Señor, el Rey de reyes.
Debemos vivir por los valores y el orden establecidos por Dios, y ante todo, debemos amar a Dios. En el Evangelio de Mateo 23, está escrito: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello». Según la Palabra de Dios, debemos amar a Dios primero y después a la gente. Debemos amar a Dios primero, respetar Su voluntad, y después amar a la gente. Este es el sistema de valores y el orden que Dios ha establecido. Además, no debemos perder esa fe. En Su Iglesia, primero debemos seguir la voluntad de Dios, y contarle a la gente cómo estar en la gracia de Dios y cómo recibir Sus bendiciones, y después llevar al pueblo de Dios en la dirección en la que pueda recibir las bendiciones.
Si solo nos importa la gente y no Dios, debemos darnos cuenta de que esto se puede convertir en una maldición. En realidad, si solo nos preocupa la gente, esto ya es una maldición. Si queremos ser felices de verdad, debemos recibir las bendiciones de Dios. Para ellos, debemos darnos cuenta primero de cuál es la voluntad de Dios y seguirla por fe. Los que recibimos la fe antes que otros, debemos guiar al pueblo de Dios para que siga nuestros pasos. Debemos orar a Dios y pedirle Sus bendiciones para que otros santos reciban bendiciones en sus corazones.
Cuando hacemos esto, nuestras vidas mejoran. Cuando la gente de fe ofrece oraciones por otras almas, toda la generación siguiente será bendecida y la gracia de Dios estará sobre todo. Cuando abandonan los pecados de los corazones ante Dios en tiempos difíciles, el Señor escucha sus oraciones y les ayuda en sus necesidades. Por tanto, la bendición de Dios desciende en abundancia sobre los que están juntos en la Iglesia de Dios. Nunca debemos juzgar la obra que la Iglesia hace desde un punto de vista ético. Debemos verla con fe. Debemos escuchar lo que el Señor nos dice.
Asimismo, nuestro Señor entró en Jerusalén, y entonces quitó todas las impurezas y curó a los ciegos y cojos que se le acercaban. El Señor había curado a los que tenían un corazón dispuesto a recibir las bendiciones del Señor y a vivir según la voluntad del Señor pero no podían. Hay gente que quiere vivir según la voluntad del Señor pero no puede porque no conoce el camino. Nosotros, los justos, tenemos la responsabilidad de poner rectas las piernas de los que cojean espiritualmente. Como Jesús nos ha sanado, nosotros también podemos sanarlos. Debemos corregir su fe falsa, ayudarles a caminar con el Señor, llenarles cuando están vacíos, vestirlos, orar por ellos, protegerlos, salvarlos y librarlos de los herejes. Estas son las obras que los justos tenemos que hacer. Del mismo modo en que Jesús sanó a los ciegos y a los cojos, el Señor nos pide a los que somos como asnos que hagamos esta obra.
Está escrito: «El Señor los necesita», pero, ¿a quién necesita el Señor? A nosotros. ¿Qué obra hace el Señor? El Señor ha purificado por completo la fe falsa y el materialismo que prevalecían en el Templo de Jerusalén, y por otro parte, ha curado a los que estaban dentro del Templo que eran ciegos y cojos. Al hacer esta obra en nuestros corazones, el Señor ha borrado todos los pecados y nos ha permitido ser perfectos para poder utilizarnos.
Espero que recuerden que el Señor nos utiliza para la obra de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a los que no han recibido la remisión de los pecados y son ciegos y cojos espirituales que buscan a Dios y la Verdad. Si entendemos esto, mientras servimos al Señor, podremos servir al Señor correctamente y caminar en la fe. Estoy seguro de que el poder de Dios y Sus bendiciones están sobre los que hacen la obra que Dios les ha encargado.