(Marcos 7, 14-23)
«Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. El les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre».
¡Bienvenidos, hermanos! He estado predicando en una iglesia rural y por eso me siento fuera de lugar aquí, en esta iglesia en una ciudad metropolitana tan grande como Seúl. Pero estoy encantado de conocerles a todos. Estoy un poco nervioso por estar delante de tanta gente, y me cuesta un poco acostumbrarme. Así que les pido que tengan paciencia.
Todos nuestros colaboradores en Corea y en el extranjero han estado muy ocupados. Los últimos años han sido muy estresantes, pero a pesar de todo el trabajo Dios nos ha dado muchas bendiciones. No tengo palabras para expresar lo agradecido que estoy al Señor por salvar tantas almas de sus pecados y por hacer posible que sus santos prediquen su justicia. Le doy gracias a Dios por permitirnos hacer su obra y servir al Señor todos los días. Mientras que hacemos la obra de Dios todo lo que podemos, hemos pasado por muchas dificultades, pero estamos muy contentos con esta obra y no nos hemos sentido estresados. También apreciamos el hecho de que hemos trabajado para Dios y que esto es solo una pequeña parte de todo lo que tenemos que hacer para cumplir la voluntad del Señor. Así que debemos renovar nuestros corazones y hacer el resto de la obra de Dios mientras vivimos en el fin de los días.
En los últimos años hemos tenido bastantes problemas al intentar expandir nuestro ministerio en nuevos territorios desconocidos para nosotros. Nuestra nueva serie de libros para el crecimiento espiritual es el producto de nuestro trabajo y hoy podemos presentárselos gratuitamente. Llévenselos a casa y léanlos si quieren, y compártanlos con todo el mundo, incluyendo las personas que no hayan escuchado el Evangelio del agua y el Espíritu. Estoy seguro de que todo el mundo se beneficiará espiritualmente gracias a estos libros.
No cuesta mucho esfuerzo recibir y leer nuestros libros gratuitos, pero me cuesta mucho trabajo publicarlos. De hecho, trabajé tanto para publicar el primer libro que en ese momento no quería publicar más. Pero he tenido paciencia y ahora me gustaría aprovechar esta oportunidad para darles las gracias a todos nuestros colaboradores por su trabajo.
Por supuesto no soy el único que ha trabajado duro. Estoy seguro de que todos ustedes saben cuánto trabajo han hecho nuestros santos en la Iglesia cuando se lo he pedido, y por supuesto el trabajo de los hermanos y hermanas de la escuela misionaria. Muchos hermanos y hermanas y santos de nuestra Iglesia han trabajado tan duro que están completamente agotados. Cuando los veo trabajar tanto estoy muy agradecido, pero al mismo tiempo me siento culpable por darles tanto trabajo.
Incluso he oído a los hermanos y hermanas hablar de lo mucho que trabajan en esta obra. No me lo dicen directamente, por supuesto, pero los he oído decir algunas cosas a mis espaldas. Pero aún así hemos publicado unos panfletos últimamente. Y esto lo hemos conseguido gracias al trabajo duro de nuestros santos que dedican su valioso tiempo a nuestro ministerio. Todos nuestros logros son producto de nuestro trabajo colectivo. Y cuando hay debilidades presentes, son nuestras debilidades, así que les pido que tengan paciencia. No puedo dejar de dar gracias a Dios porque a pesar de nuestras debilidades podemos servir a Dios, y estoy seguro de que sienten lo mismo.
¿Cómo es la naturaleza humana a los ojos de Dios?
Quiero hacerles una pregunta: a los ojos de Dios, ¿estamos limpios o sucios? Puede que se pregunten por qué les estoy haciendo esta pregunta al principio de este sermón. Me gustaría empezar el primer día de esta reunión de resurgimiento con una cuestión importante.
Dios dice que todo el mundo es valioso porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Pero Adán cayó en la tentación de Satanás y todos sus descendientes acabaron siendo pecadores. Y como todos los descendientes de Adán tenían pecados en sus corazones, ninguno de ellos pudo estar limpio. Aunque la mayoría de la gente intenta olvidar el hecho de que sus corazones están sucios, no podemos negar la existencia de nuestros corazones sucios. He recibido la remisión de los pecados después de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Pero cuando pienso en mi corazón carnal veo que todavía tiene deseos carnales. Solo después de cumplir los cuarenta pude admitir mi naturaleza pecadora ante Dios. Antes me enfadaba cuando alguien me decía que estaba sucio. No solo me ofendía, sino que además protestaba y me negaba a aceptar esta alegación. Sin embargo, al final me di cuenta de que mi cuerpo tendía a cometer actos impuros en este mundo, ante Dios y ante el hombre.
Así que todos nosotros debemos contestar esta pregunta que Dios nos hace sinceramente: «¿Están limpios ante Mí o no?». Deben admitir que tienen pecados ante Dios y que son impuros. Dios lo sabe todo acerca de nosotros, en cuerpo y en espíritu. Solo una persona que sabe que es impura y pecadora a los ojos de Dios puede recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios. Dicho de otra manera, solo los que reconocen claramente que son pecadores ante Dios pueden ser purificados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Por qué? Porque Dios ha hecho posible que estas personas honestas purifiquen sus corazones con la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Estas personas pueden admitir sus pecados ante Dios y reconocer que están destinadas a ser condenadas por sus pecados, y solo ellas están benditas y pueden recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Hay multitud de personas en este mundo. Pero parece que pocas se dan cuenta de que van a ser condenadas por sus pecados. La mayoría de las personas viven sus vidas sin preocupaciones, olvidándose de que van a pagar la condena del pecado. Quizás viven así porque no lo pueden evitar. ¿Y qué hay de ustedes? Cuando piensan en su naturaleza, ¿creen que son personas decentes? ¿Por qué creen que son personas maravillosas cuando se miran en el espejo aunque cuando miran en sus corazones saben que no tienen ningún valor? Algunos de ustedes pueden ofenderse cuando les digo que no tienen valor por dentro, pero esto se debe a que todo el mundo es pecador ante Dios hasta que recibe la remisión de los pecados.
La mayoría de las personas se niegan a admitir sus pecados porque piensan que son perfectas, pero no les gusta cuando alguien las critica o les dice que son pecadoras. Por eso muchas personas se evalúan a sí mismas positivamente según sus propios pensamientos. Como he dicho antes, he recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Pero antes de recibir la remisión de los pecados no pensaba que fuera a pagar la condena de mis pecados de la que habla la Biblia. Sin embargo, ahora que he recibido la remisión de los pecados, sé que habría pagado esta condena si no hubiese creído en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Cuando Dios me dijo: «No puedes cumplir la Ley. Eres un pecador que comete asesinato y adulterio. Robas, eres celoso, discutes constantemente, eres arrogante y necio». Pude admitir que esto era verdad y decirle a Dios: «Sí, Señor, soy un pecador y por eso tengo que creer en el Evangelio del agua y el Espíritu». Sin embargo, después de recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, tardé mucho tiempo antes de admitir que cometía los doce pecados de los que Jesús habló en el pasaje de las Escrituras de hoy.
¿Es esto cierto sobre ustedes? ¿De verdad reconocen la Palabra de Dios en sus vidas? Si alguien les dijese que son personas sucias, ¿no perderían los nervios? Solo cuando aceptan la Palabra de Dios en sus corazones pueden admitir su condición espiritual. Todo el mundo es pecador a los ojos de Dios. Si miran dentro de sus corazones, verán que pecan constantemente. Pero a pesar de esto, muchas personas no se dan cuenta de que son pecadoras porque se engañan y creen que no pecan.
Incluso entre los animales hay algunos que se acicalan a sí mismos. Los perros y los gatos lo hacen regularmente. Hace poco me di cuenta de esto cuando vi a mi perro acicalarse. Incluso los perros se quieren limpiar. Por ejemplo, cuando un perro se llena de barro, intenta quitárselo restregándose contra el suelo o una pared.
Incluso los perros quieren estar limpios, pero hay muchas personas que se niegan a limpiar sus corazones al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Aunque todo el mundo está destinado a ser destruido por los pecados que tiene en su corazón, hay muchas personas que no tienen la intención de borrarlos al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
El Libro de Proverbios en el Antiguo Testamento dice: «Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30, 12). Esto significa que muchas personas piensan que no tienen que borrar sus pecados. Aunque tienen pecados sucios y son personas sucias, no tienen ningún interés en purificarse. Piensan que todo está bien si siguen en la misma situación, a pesar de que pueden limpiar sus pecados en el Evangelio del agua y el Espíritu. Proverbios 30, 12 dice, refiriéndose a esta gente: «Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia».
Si reconocen que son seres humanos impuros, deben por lo menos limpiar sus pecados
Muchas personas en este mundo no quieren limpiar sus pecados. Esta es una situación extraña. Si hay una manera de borrar todos sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, ¿no deberían escoger este camino? ¿Qué harían si estuviesen en esa situación? Si hay una manera de limpiar los pecados por fe, deben escogerla.
Sin embargo, muchas personas se siguen negando a exponerse ante Dios como pecadores destinados a ser condenados por sus pecados. Algunas personas intentan resolver el problema de los pecados de maneras extrañas, buscando la remisión de los pecados ofreciendo sus oraciones de penitencia y sus buenas obras. Estas personas intentan hacer muchas buenas obras y dedican su tiempo y sus esfuerzos a lo que piensan que es una buena causa, pero ¿pueden borrarse sus pecados con buenas obras? No, por supuesto que no.
Esto se debe a que nadie puede alcanzar la salvación a través de sus obras, pero nuestro Señor nos ha dado la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, la única manera por la que podemos borrar nuestros pecados. Sin embargo, para creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, primero deben reconocer que son pecadores destinados a ser destruidos por sus pecados. La Biblia dice que por culpa del pecado las personas son como las bestias que mueren.
¿De dónde vienen los pecados de la humanidad? ¿Salen de las circunstancias o del corazón? ¿Peca la gente por sus circunstancias o por su naturaleza? ¿Qué creen ustedes? Esta pregunta la contestó nuestro Señor en el pasaje de las Escrituras de hoy; así que leamos esta Palabra una vez más.
La explicación de los pecados que nos da el Señor
Pasemos a Marcos 7, 14-15: «Y llamando así a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre».
¿Qué dijo nuestro Señor aquí? Dijo: «Pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre». A través de esta Palabra nuestro Señor nos está diciendo: «Vuestros corazones están llenos de pecados y siempre actuáis según vuestra naturaleza pecadora».
Todo el mundo racionaliza su situación al justificar sus acciones, es decir, la gente justifica sus acciones con sus propios pensamientos. Normalmente lo justifican con sus circunstancias diciendo: «Este pecado no es culpa mía, mis circunstancias me hacen pecar. Es culpa del ambiente en el que vivo». Otra manera de justificarse es culpar a otra persona que las tentó. Protestan diciendo que eran buenas personas, pero que fueron por el mal camino y pecaron por culpa de otras personas. Culpan a otros por sus pecados y sus problemas y se consideran víctimas inocentes.
Por eso muchas personas piensan que son buenas por naturaleza y cuando hacen algo malo culpan a los demás por llevarlos por el mal camino. Sin embargo, la Biblia dice claramente que todo el mundo nace siendo pecador. Como descendientes de Adán, todo el mundo nace como un ser depravado. Como descendientes de Adán, todo el mundo nace siendo malvado. En otras palabras, todos nacemos siendo obradores de iniquidad (Isaías 1, 4).
Leamos la Biblia para ver qué dice Dios sobre esta cuestión. Está escrito en Marcos 7, 20: «Pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre». ¿Qué significa este pasaje? Esto significa que todo el mundo nace con pecados sucios. En otras palabras, pecamos en nuestras vidas porque nacimos con pecados sucios desde el principio. Esto es lo que dice la Palabra de Dios. Y esta Palabra de Dios es la Verdad irrefutable.
Los leones están en la parte superior de la cadena alimenticia y se alimentan de animales más pequeños. Cuando un león caza una gacela es natural porque es un animal carnívoro. Lo mismo podemos decir de los seres humanos. Como nacimos con pecados es natural que pequemos durante el resto de nuestras vidas. Por eso todos los seres humanos son obradores de iniquidad. Este hecho es obviamente cierto.
Pero a pesar de esto hay muchas personas que se niegan a reconocer que son pecadoras. Pero si no lo admiten no pueden ser salvadas. Por tanto, es absolutamente imperativo que entiendan su naturaleza pecadora por la Palabra de Dios. Deben empezar de nuevo al creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Si de verdad quieren convertirse en hijos de Dios, primero deben reconocer su naturaleza pecadora. Y entonces deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de todo corazón y eliminar sus pecados por fe. Solo entonces pueden convertirse en hijos de Dios.
Nuestro Señor vino a este mundo para salvarnos de todos los pecados del mundo. ¿Por qué tuvo que ser bautizado por Juan el Bautista y ser crucificado? Para cargar con todos nuestros pecados, y por este bautismo el Señor tuvo que ser crucificado hasta morir. Y Cristo tuvo que hacer todas estas cosas porque todos nacimos con pecados.
Sin embargo, multitud de personas siguen viviendo confundidas por las muchas religiones del mundo que prometen una salvación que no pueden dar. Los líderes religiosos de este mundo no admiten que nacieron como pecadores, sino que enseñan que todo el mundo es bueno y que solo comete pecados por sus circunstancias, y que solo estas personas necesitan recibir la remisión de los pecados. Pero estos líderes religiosos nacieron con pecados sucios, pero no tienen ninguna intención de admitirlo. En realidad es absolutamente imposible imaginar que admitan que son personas impuras, ya que se creen líderes religiosos puros. Así que en vez de hablar de la naturaleza pecadora de los seres humanos, intentan reconfortar a sus seguidores con su conocimiento erróneo de la naturaleza humana diciendo: «Nacisteis como seres humanos puros. Vuestro carácter e integridad son perfectos. No dejéis que nadie diga nada malo sobre vosotros». En otras palabras, estos líderes religiosos solo alimentan el ego de sus seguidores y no hablan de sus pecados. Esto no es más que lavar las tumbas con cal por fuera
A la mayoría les gusta escuchar a alguien que dice cosas buenas. En particular, todas las iglesias del mundo hacen esto cuando presentan a un nuevo miembro de la congregación como alguien decente y bueno. Pero ¿qué ocurriría si un nuevo miembro fuera presentado así: «Hoy tenemos aquí a un pecador que está buscando a Dios»? Por supuesto ningún pastor diría esto. El sentido común nos dice que esto no es factible. Sin embargo, en términos espirituales, todas las personas que no han sido salvadas son pecadoras, aunque vayan a la iglesia.
Mi testimonio
Cuando planté la Iglesia de Dios en una ciudad pequeña, no tenía suficiente dinero para abrirla en un lugar bonito. Pero aún así me sentía obligado a establecer la Iglesia de Dios porque quería servir el Evangelio del agua y el Espíritu del Señor. Así que alquilé el segundo piso de un edificio pequeño cerca del mar, que no era más que una cabaña. La brisa del mar levantaba la arena y llegaba hasta nuestra iglesia. Si no limpiaba un día, había sal y arena por el todo el suelo. Así que tenía que barrer y fregar el suelo todos los días con una toalla grande y húmeda con la que limpiaba el suelo de rodillas. El edificio era tan viejo que tenía manchas por todas partes. Pero aún así limpiaba la escalera con una toalla húmeda pensando que nadie querría venir a esta iglesia si estaba sucia y esperaba que alguien viniese si estaba limpia.
Por supuesto eso era lo que yo pensaba pero no tenía razón. Después de todo nadie va a la iglesia solo porque esté limpia. Además era imposible hacer que esa cabaña pareciese impecable porque era muy vieja. Aún así yo intentaba adecentar el edificio pintando las manchas y las zonas sucias y haciendo todo lo posible porque pareciese más limpio. Pero por lo menos aprendí una lección espiritual importante. Mientras fregaba el trapo que utilizaba para limpiar el suelo de la iglesia pensé: «Este trapo está sucio como el corazón de la gente. Cuando suban por estas escaleras para entrar en la Iglesia, les limpiaré sus pecados y las presentaré ante el Señor como Sus novias puras. El Señor cargó con los pecados de esta gente para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y les salvó al morir en la Cruz, así que les predicaré esta Verdad y haré que crean que el Señor ha limpiado sus pecados. El Señor estará feliz cuando sus corazones estén limpios. Predicaré el Evangelio del agua y el Espíritu a esta gente y la presentaré ante el Señor como Su novia».
Yo me quería convertir en un casamentero del alma que pudiese decirle al Señor: «Señor, aquí están tus novias. Han recibido la remisión de los pecados para siempre al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Estas personas son tus esposas. Por favor, permíteles entrar en el Reino de los Cielos». Y con el tiempo me di cuenta de que me había convertido en un casamentero del alma ante Jesucristo. Antes de ese momento solo pensaba que hipotéticamente era casamentero de Jesús, pero mientras estaba barriendo el suelo de la iglesia y limpiando el trapeador, me di cuenta de que mi misión en este mundo era predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a todos los pecadores del mundo, limpiar sus pecados y presentarlos ante el Señor como Sus esposas. Una vez más me di cuenta de que mi misión en este mundo era predicar el Evangelio del agua y el Espíritu.
«Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre» (Marcos 7, 20)
Nuestro Señor dijo en Marcos 7, 20-23: «Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre».
Cuando me examiné ante la Palabra de Dios me di cuenta de que el Señor hablaba sobre Mí. Y me di cuenta de que todos los seres humanos son una raza de obradores de iniquidad. Nuestro Señor nos lo dijo claramente. De hecho, cuando reconocemos la Palabra del Señor y nos examinamos honestamente, no podemos evitar admitir nuestra naturaleza pecadora y decirle: «Señor, tienes razón. Me conoces bien. Tienes toda la razón. Has hablado claramente. Tu Palabra es cierta. Soy quien dices que soy. Soy un pecador que peca con pensamientos malvados, adulterio, fornicación, asesinato, hurto envidia, maldad, engaño, lascivia, ojo malvado, blasfemia, orgullo e insensatez».
Cuando acepté la Palabra del Señor por fe y me examiné ante Dios me di cuenta de lo que el Señor dijo en el pasaje de las Escrituras iba dirigido a mí. Esta Palabra de Dios era una descripción de mi carácter porque era un pecador horrible a los ojos de Dios y mis pensamientos eras malvados, lascivos, blasfemos, orgullosos e insensatos. Cuando pensaba en mi pasado veía que era un pecador tan depravado que había cometido adulterio, hurto y asesinato en su corazón.
Pero se sorprenderán al escuchar que a pesar de mis pecados la gente de mi pueblo me respetaba mucho. Solía recibir cumplidos todo el tiempo por ser un joven educado y mis padres eran la envidia del vecindario por haber criado a un hijo tan bueno. Pero en realidad tenía los doce tipos de pecados descritos en el pasaje de las Escrituras de hoy.
Quiero contarles una historia sobre mis tiempos en el seminario para ilustrar lo mucho que luchaba contra mis pecados. Un profesor de mi seminario nos dijo una vez que no mirásemos los anuncios lascivos de algunas películas cuando pasásemos por el cine, y que dijésemos el nombre del Señor tres veces si nos sentíamos tentados. Yo tenía que pasar por delate de un cine de camino al colegio mayor donde vivía. Muchas veces no me resultaba difícil pasar por delante del cine. Pero cuando veía un anuncio con una mujer vestida de manera provocativa, me sentía atraído hacia el cine por alguna razón. Esta reacción era lascivia. Aunque la suprimía la mayor parte del tiempo, según las circunstancias, la lascivia surgía de vez en cuando.
No habría sido tan importante si solo hubiese mirado el anuncio durante un segundo. Si el anuncio era particularmente provocativo, solía acercarme a la puerta donde había anuncios más pequeños. Si iba con alguien, le decía: «¿Por qué no vas delante? Tengo cosas que hacer». Cuando me preguntaban dónde iba, decía: «Tengo algo importante que hacer. Iré después de ti. Te veré en un par de minutos». Y si mi amigo quería ir conmigo, le decía: «Tengo que ir solo. Ya nos veremos allí». Después de despedirme de mi amigo de esta manera, iba directamente al cine para ver los anuncios pequeños que había en la entrada para disfrutarlos. Por algún motivo no podía desaprovechar la oportunidad aunque después siempre me sentía culpable. Pero la razón por la que quería mirar los anuncios era simple: lascivia.
Nunca entré en ese cine. Pero lo importante no es si veía las películas o solo miraba los anuncios con pensamientos lascivos en mi mente, porque lo que quiero decir es que estaba siendo lascivo a los ojos de Dios. Pero aún así era orgulloso y me decía a mí mismo que por lo menos no había visto la película. Así que de camino a mi colegio mayor me felicitaba a mí mismo por no caer en la tentación ni malgastar mi dinero en una película lasciva. Me sentía orgulloso porque a pesar de ser tentado, solo miraba los anuncios y las fotografías pero no entraba en el cine para ver la película. Entonces justificaba mi comportamiento diciéndome a mí mismo que no había caído en la tentación. Por supuesto, nunca le hablaba a nadie de lo que hacía en el cine, pero estaba satisfecho porque nunca entraba a ver las películas.
Me sentía orgulloso de ser un estudiante de seminario que parecía estar obedeciendo la voluntad de Dios porque no entraba en el teatro. Cuando volvía al colegio mayor mis amigos me preguntaban dónde había estado. Y yo les decía: «En ninguna parte; tenía cosas que hacer». Sin embargo, cuando nuestra conversación nos llevaba a las películas, decía sin pensar: «Hay una película en el cine, he visto una parte hoy. Parecía ser buena». Cuando me preguntaban cómo había visto la película, les decía: «No he visto la película, solo he visto el anuncio». Pero después descubría que no era el único que había visto el anuncio, sino que todos mis amigos lo habían visto también. Pero como todos éramos estudiantes de seminario, nos sentíamos un poco culpables por nuestro comportamiento. Así que intentábamos proteger nuestro orgullo justificando que no habíamos entrado en el cine. Intentábamos proteger nuestro orgullo como seminaristas y cristianos.
Sin embargo, como todo el mundo es lascivo a los ojos de Dios, ¿acaso no era un hombre lascivo por no pagar por ver películas vulgares? Por supuesto que era lascivo. Esto es como tener alucinaciones. Cuando observo mi vida, veo que todos mis pecados están expuestos porque el Señor los señaló en el pasaje de las Escrituras de hoy, desde la envidia hasta la maldad, el adulterio, el asesinato, el hurto, los pensamientos malvados, etc. De hecho soy un hombre sucio. Soy un hombre depravado. Por eso necesitaba al Señor. Necesitaba al Señor, quien había borrado todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Era un hombre sucio que creía en la justicia del Señor y así es cómo recibí la remisión de los pecados.
Creí en Jesús como mi Salvador quien vino por el Evangelio del agua y el Espíritu porque era un hombre sucio. Ahora que he recibido la remisión de mis pecados, cuando miro la Palabra de Dios me doy cuenta una y otra vez que no soy nada ante Dios. No tengo ningún mérito a los ojos de Dios a parte de creer en que Jesucristo ha borrado todos mis pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Todo lo que recuerdo es que el Señor ha borrado todos mis pecados, y esta es la única cosa de la que puedo hablar con confianza. Y este es mi orgullo y mi gozo. No tengo nada más que presentar ante Dios. No tengo nada que mostrarle con orgullo.
Todo el mundo está destinado a hacer cosas impuras durante toda su vida
Eclesiastés 9, 3 dice: «El corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez en su corazón durante su vida; y después de esto se van a los muertos». Como dice la Biblia, los corazones y las acciones de todo el mundo están llenos de insensatez.
Además era un hombre sucio a los ojos de Dios. Como el Señor me ha librado de todos mis pecados, he recibido la remisión de los pecados y he alcanzado mi salvación. Esta tarde todos nosotros debemos darnos cuenta de que somos seres humanos sucios. ¿Estamos limpios o sucios ante Dios? Dejemos de lado lo que Jesucristo hizo por nosotros por un momento y pensemos en nuestra naturaleza humana. ¿Estamos limpios o sucios ante Dios? ¿Se sienten cómodos admitiendo que están sucios con tantos santos a su alrededor? ¿Todavía piensan que no están sucios? Piensen en su pasado y examínense sinceramente ante la Palabra de Dios. Vean por sí mismos si están sucios o no, si sus acciones son buenas, si su corazón es recto, si sus pensamientos son justos, si hay algo sucio en sus corazones y si hacen cosas sucias en sus vidas.
Miren dentro de sí mismos y digan claramente si están sucios o limpios a los ojos de Dios. Si piensan que no están sucios, tendrán que poder decir claramente: «No estoy sucio. Otras personas pueden estar sucias, pero yo estoy completamente limpio». Si de verdad piensan que no están sucios, deben poder decir esto ante Dios. Si, por otro lado, piensan que están sucios, deben admitirlo ante Dios y decir: «Señor, tienes razón. Soy un hombre sucio. Pero aunque estoy sucio, ¿acaso no me salvaste? Te doy gracias por salvar a un hombre tan depravado como yo. Te alabo y te doy gracias». Sin Cristo todos nosotros somos personas sucias.
Mis queridos hermanos, todos los que han recibido la remisión de los pecados deben glorificar a Dios esa tarde. Por otro lado, si hay alguien que todavía no ha recibido la remisión de los pecados, es decir, si alguien ha vivido sin darse cuenta de que está sucio por naturaleza, debe entenderlo hoy. Si no se han parado a pensar si han recibido la remisión de los pecados o no, y si están limpios o sucios, les pido de todo corazón que lo sepan esta tarde.
Les voy a hacer esta pregunta una vez más: «¿Están limpios o sucios? ¿Por qué hay muchas personas que todavía no han contestado esta pregunta? Se lo voy a preguntar otra vez porque es indispensable admitir ante Dios si estamos sucios o limpios. ¿Están sucios o limpios ante Dios? Son seres humanos sucios ante Dios. Aunque hayan recibido la remisión de los pecados su existencia como seres humanos es sucia por naturaleza. Y está en nuestra naturaleza humana hacer cosas sucias en nuestras vidas. ¿Están de acuerdo?».
Veo algunas muchachas adolescentes aquí y me recuerdan todos los pecados sucios que tenía en el pasado. Solía tener una mente tan sucia que cuando miraba a las muchachas de mi edad me parecían ángeles comparadas conmigo. Pero en realidad, estas muchachas inocentes no eran mejores que yo, e incluso algunas eran peores.
Mis queridos hermanos, todos los pecados de sus corazones saldrán antes o después. Lo que han comido esta tarde estará ahora en sus estómagos, pero pronto pasará. Si nacimos como personas sucias, estamos destinados a hacer cosas sucias en esta vida. Así es la vida. Si intentamos racionalizar nuestras acciones y creemos no vivir una vida sucia, no estamos siendo sinceros. Y los que son pobres de espíritu ante Dios no hacen esto. Esta actitud no es la de una persona que le pide a Dios Su gracia y misericordia.
Jesús dijo en Mateo 5, 3: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos». Los pobres de espíritu admiten enseguida que son sucios, que nacieron como seres humanos sucios y que viven siendo sucios. Admiten que no pueden evitar una vida sucia porque su naturaleza es impura. Estas personas que reconocen que no tienen justicia propia, que son sucias, y que tienen muchas debilidades, están benditas. Y el Cielo pertenece a estas personas. El Cielo pertenece a los que saben que son personas sucias.
Por supuesto esto no significa que el Señor vaya a dejarles entrar en el Cielo con esa suciedad, sino que el Señor primero les limpia y después les deja entrar en el Reino de pureza y gloria. Por eso Jesús dijo que los que reconocen que están sucios están benditos.
Todos nosotros debemos revelarnos y admitir nuestra naturaleza ante Dios, especialmente en una reunión como esta. Aunque no hayan hecho cosas tan sucias hasta ahora, con el tiempo están destinados a hacer lo que hacen los demás. Todo el mundo es igual; no hay nada que les haga mejores que los demás en cuanto a su naturaleza. Nadie es mejor que los demás. Son iguales que la persona que está sentada a su lado.
Hay muchas lilas preciosas delante del altar hoy. ¿Son diferentes de las demás? No, todas son la misma especie de plantas. Algunas están en plena flor, mientras que otras no, pero esto no significa que sean flores diferentes. Cuando se les da suficiente agua y tiempo, todas florecen. De la misma manera en que las lilas en flor se marchitarán, las lilas que no han empezado a florecer también se marchitarán con el tiempo. Lo mismo pasa con los seres humanos. Como todos los seres humanos son sucios, todos estamos destinados a hacer cosas sucias hasta el día en que morimos. La única diferencia es la etapa y las circunstancias en las que nos encontramos.
¿Cuál es nuestra naturaleza? ¿Cuál es el verdadero retrato de los seres humanos? Los seres humanos somos sucios por naturaleza. Dios nos lo ha revelado. ¿Se sienten ofendidos? En realidad yo me siento lleno de gozo cuando veo mi naturaleza pecadora expuesta. Esto se debe a que solo cuando veo mi naturaleza fundamental puedo encontrar la grandeza del Evangelio de Dios que ha resuelto este problema. Por eso estoy tan contento. No importa lo sucios que estén; incluso el hombre más sucio puede estar limpio al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Les quiero hacer otra pregunta a todos los que están reunidos aquí: «¿Están viviendo una vida perfecta y sin fallos ante Dios?». Les hago el mismo tipo de preguntas repetidamente porque antes muchos no contestaron. No se queden callados. Tomen una decisión y hablen con Dios: «Sí, Señor, tienes razón. Estoy sucio. Tienes toda la razón. Soy un hombre sucio». Es una bendición maravillosa poder descubrirse a uno mismo.
Así que deben admitir su naturaleza pecadora y confesar ante Dios que son sucios. Y entonces deben decirle a Dios: «Por favor, Señor, sálvame, Me has dicho que estoy sucio, y por eso te pido que me limpies. Me has mostrado la suciedad que hay dentro de mí. Otras personas dicen cosas buenas sobre mí, pero Tú eres el único que has expuesto mi naturaleza sucia. Solo Tú me conoces completamente. Solo Tú eres verdadero. Soy un hombre sucio como Tú has dicho. Pero creo que Tú puedes limpiarme. Ten piedad de mí, Señor, y límpiame». Con esta confesión, tendrán fe en sus corazones esperando el reino de los Cielos.
Esta era es la era de la hipocresía. Así que es imposible ver y reconocer su naturaleza fundamental como ser humano al confiar en una religión del mundo. Quiero darles un ejemplo. No pueden decirle a una mujer que lleva demasiado maquillaje. Hoy en día la demanda de productos cosméticos es tan alta que hay todo tipo de cosméticos hechos con todo tipo de ingredientes. Hace un tiempo vi un anuncio en la televisión en el que había mujeres poniéndose barro en la cara. No me acuerdo qué marca era, pero por lo visto el barro es la última moda en la industria cosmética. Quizás se deba a que los seres humanos fueron creados del polvo, y el barro tiene muchos ingredientes beneficiosos para la piel.
Cada vez que voy de visita a Seúl hay una cosa que siempre me confunde: el hecho de que todas las mujeres que veo se parecen mucho. Por alguna razón todas estas mujeres en Seúl tienen caras parecidas, como si saliesen del mismo horno. Todas me parecen iguales. No pasa lo mismo en las ciudades pequeñas, ya que las mujeres muestran por lo menos alguna variación al utilizar maquillaje. Pero aquí en Seúl todas las mujeres llevan el mismo color de maquillaje. Parece que todas las mujeres de esta ciudad metropolitana saben disfrazarse bien. Por supuesto que no me estoy quejando del maquillaje. Me gusta ver a mujeres bellas. No hay nada malo en la belleza. Lo que quiero decir es que no deben disfrazar su corazón de la misma manera que disfrazan su apariencia.
No pasa nada por tener una apariencia limpia, pero no debemos disfrazar nuestros corazones ante Dios y los hombres. Este mundo está tan lleno de mentiras que es muy fácil seguir las modas del mundo. Pero no debemos dejar que el mundo nos arrastre con sus mentiras. Si quieren vivir una vida recta no deben engañar a su corazón. Hay una sociedad diferente, una sociedad de personas justas que se han vestido de la gracia de Dios y viven una vida recta. Así que aunque este mundo esté sucio, no todo está sucio. Si de verdad quieren vivir una vida recta y limpia, esto es más que posible. Pueden encontrar la gracia de Dios si se exponen completamente, y esto lo pueden hacer en la Iglesia de Dios. Así que les pido que no engañen a su corazón ante Dios.
Sócrates dijo una vez: «Conócete a ti mismo». Lo dijo porque hay muchas personas que eran demasiado hipócritas en sus tiempos de la misma manera en que hoy en día hay muchas personas que son así de hipócritas. Pero los que reconocen su naturaleza pecadora antes de morir son las personas más felices del mundo. Los que se conocen a sí mismos reciben la remisión de los pecados, entran en el Cielo siendo personas felices. Nadie es más feliz. Pero los que mueren sin darse cuenta de esto son las personas más tristes del mundo. Los que no conocen su naturaleza pecadora y no se dan cuenta de cómo son ante Dios y ante los hombres, y los que malgastan sus vidas sin darse cuenta de la misión que Dios les ha dado, son las personas más trágicas del mundo. La Biblia dice lo siguiente acerca de estas personas: «El hombre que está en honra y no entiende, Semejante es a las bestias que perecen» (Salmo 49, 20). Estas personas que no se conocen a sí mismas son como las bestias que perecen.
Todos nosotros debemos darnos cuenta de nuestra naturaleza verdadera. Debemos encontrar la gracia de Dios y convertirnos en las esposas del Señor al vestirnos con vestiduras limpias y entrar en Su Reino después de nuestras vidas cortas en este mundo. Mientras vivimos en este mundo, todos nosotros debemos recibir la bendición de ser el pueblo de Dios, es decir, la bendición de convertirnos en santos, para entrar en el Reino de los Cielos. ¿Para qué nos puso Dios en este mundo? Para hacernos Su pueblo. Por tanto, todos nosotros nos damos cuenta de nuestra condición como pecadores, nos presentamos ante Dios y encontramos Su gracia.
¿Han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu?
¿Y qué hay de ustedes? ¿Acaso no tienen pecados en sus corazones? ¿De verdad no hay nadie aquí que no tenga pecados? Estoy seguro de que por lo menos hay algunas personas que siguen teniendo pecados pero que se niegan a admitirlo. Si ustedes son así, deben escuchar la Palabra de Dios y admitir honestamente sus pecados. Entonces deben poder revestirse de la gracia de salvación de Dios. Muchos de ustedes han recibido la remisión de los pecados y han encontrado la gracia de Dios, y por eso recibirán la gracia de salvación. ¿Admiten que ustedes y todos sus familiares son personas sucias? Nacieron como pecadores y por eso deben recibir la remisión de los pecados de Dios mientras puedan, para poder entrar en Su Reino. Si no reciben la remisión de los pecados, no podrán alcanzar la felicidad por mucha prosperidad que tengan en este mundo.
Queridos hermanos, las riquezas de este mundo no pueden darles la felicidad. La verdadera felicidad se consigue cuando alcanzan la salvación. Por tanto, no solo deben recibir la remisión de los pecados, sino que también deben ayudar a sus familiares, amigos y conocidos a recibir la remisión de los pecados para que entren en el Cielo con ustedes. Un día, cuando nuestro Señor decida que ha llegado el momento de juzgar al mundo y llevarnos a Su Reino, tendremos que confiarnos al Señor para entrar en este Reino según Su voluntad, mientras que el resto del mundo será dejado para sufrir las plagas de las siete copas que el Señor hará descender sobre este mundo.
Cuando nuestras vidas en este mundo se acaben, nuestro Señor nos llevará a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu al Reino de los Cielos. Así que por muchas tribulaciones que suframos, debemos vivir por fe unidos a la Iglesia de Dios, servir al Señor con lealtad e ir a Su Reino. ¿Dónde irían si no hubiesen recibido la remisión de los pecados y viviesen por la prosperidad carnal? ¿Cuál sería su destino?
Para encontrar la respuesta, leamos la Palabra de Dios. Quiero acabar mi sermón después de leer el último pasaje en el Libro de Isaías. Está escrito en Isaías 66, 24:
«Y saldrán, y verán
los cadáveres de los hombres
que se rebelaron contra mí;
porque su gusano nunca morirá,
ni su fuego se apagará,
y serán abominables a todo hombre.»
Este pasaje nos demuestra claramente que el infierno existe. Nuestras vidas en este mundo no lo son todo. El Reino de Dios es lo que importa. Por tanto, Dios nos ha dado la remisión de los pecados. Y para hacernos recibir la remisión de los pecados y convertirnos en Su pueblo Dios nos permitió nacer en este mundo. Este mundo no lo es todo en nuestras vidas. Les pido que no pongan toda su esperanza en este mundo y sus vanidades. Hay otro mundo esperando, un mundo eterno y nuevo que Dios ha preparado para ustedes. Así que les pido que reciban la remisión de los pecados mientras están en este mundo, y después deben entrar en el Reino que Dios ha preparado para ustedes. Y para esto deben dejar de engañar a su corazón.
Les quiero hacer esta pregunta por última vez: ¿son personas sucias o se consideran decentes? Son personas sucias. Admítanlo ahora mismo. Todos los que estamos aquí somos sucios, ¿quién puede condenar? La única manera de ser condenados es insistiendo que no somos sucios aunque todos aquí somos sucios por igual. Escucharán a muchas personas decir: «¿Cómo no vamos a estar sucios? Es mentira. No eres diferente. Si crees que somos sucios, eres un necio. No seas ridículo». Si niegan su naturaleza verdadera solo serán más sucios.
Así que les voy a hacer esta pregunta de nuevo: «¿Admiten que están sucios?». No les estoy haciendo la misma pregunta porque sea impaciente, sino admitir su naturaleza pecadora es el primer paso para recibir la remisión de los pecados. Yo mismo soy un hombre sucio. Pero he recibido la remisión de los pecados gracias a nuestro Señor. Esta es la única diferencia. ¿Piensan que soy más limpio que ustedes? No, no es cierto. Soy tan sucio como todos los demás.
¡Queridos hermanos! Recuerden que los que son pobres de espíritu están bendecidos por Dios. Los que exponen sus pecados ante Dios son los que reciben Sus bendiciones. Así que deben exponer sus pecados ante nuestro Señor, buscar Su misericordia y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Entonces Dios les salvará de sus pecados.