(Juan 15, 1-10)
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor».
Acabamos de leer Juan 15, 1-5. Aquí el Señor dijo: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador». Entonces siguió diciendo que las ramas deben vivir en la vid y que cortaría cualquier rama que no diera fruto, pero que limpiaría a todas las ramas que dieran fruto para que diesen aún más.
Meditemos acerca de este pasaje. El Señor habló sobre Sí mismo haciendo una analogía con una vid, y esta parábola significa que, aunque los que viven en el Señor dan frutos, los que no dan fruto mueren espiritualmente como una rama seca. En otras palabras, el pasaje de las Escrituras de hoy nos enseña qué tipo de fe debemos tener para vivir una vida de fe correcta.
¿Por qué nos dijo el Señor que viviésemos en la vid?
En numerosas ocasiones, nuestro Señor hizo especial hincapié en la importancia de vivir en Él, y podemos ver esto en el pasaje de las Escrituras de hoy, como está escrito: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos» (Juan 15, 7-8). Como dice el pasaje, para que la Palabra del Señor permanezca en nosotros, debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu primero. Este Evangelio proclama que Jesús ha salvado a los creyentes de todos sus pecados al venir al mundo encarnado en un hombre, cargar con los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista, derramar Su sangre en la Cruz y levantarse de entre los muertos. Si no fuese por este Evangelio del Señor, nunca podríamos haber sido bendecidos para ser salvados de nuestros pecados y convertirnos en hijos de Dios. Deben darse cuenta de que pueden vivir en el Señor y en Su Palabra completamente solo si tienen fe en este Evangelio del agua y el Espíritu.
Les voy a hacer la misma pregunta: ¿Qué conocimiento espiritual deben tener para que sus corazones tengan una fe completa en la justicia de Dios? Se necesita el conocimiento del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. El Señor cargó con todos nuestros pecados cuando fue bautizado por Juan el Bautista, y además fue crucificado por estos pecados en nuestro lugar. Al levantarse de entre los muertos de nuevo, se ha convertido en el verdadero Dios Salvador para todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Esto es lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. Por tanto, para los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu ahora, Su Padre es nuestro Padre, y Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son nuestro Dios. El Señor nos ha salvado de los pecados del mundo mediante Su amor por nosotros y nos ha dado a conocer esta Verdad a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Mis queridos hermanos, si este Señor, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, no permaneciese en nuestros corazones, no podríamos vivir una vida de fe verdadera. Por tanto, es absolutamente indispensable que nuestros corazones tengan siempre al Señor, quien vino por el Evangelio del agua y el Espíritu. El Señor nos ha salvado de nuestros pecados, y nos ama para siempre. Esta fe está siempre en nuestros corazones, ya que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Debemos creer en el Señor, quien nos ha dado el don de la salvación a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y debemos vivir siempre en esta Verdad por fe, como el Señor dijo: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15, 7). Debemos creer en el Señor, quien nos ha dado el don de la salvación a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y debemos permanecer es esta Verdad por fe, como el Señor dijo: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15, 7). De hecho, en nuestras vidas de fe, no podemos alcanzar la verdadera salvación ni recibir el verdadero amor a no ser que creamos en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. Esto se debe a que todo lo que hacemos será en vano si nos concentramos en vivir por otra cosa que no sea el Evangelio del agua y el Espíritu. Sin el Señor, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, nuestra existencia es en vano. Nuestro Señor nos creó y borró nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista para librarnos de los pecados del mundo. Fue crucificado por nuestros pecados y murió en nuestro lugar, y al levantarse de entre los muertos se ha convertido en nuestro perfecto Salvador. A no ser que creamos en este Señor, nuestra fe no significa nada, y sin el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado nuestra fe no está completa. Así que les pido a todos ustedes que crean completamente que el Señor ha borrado sus pecados al ser bautizado y que han sido salvados por fe en este Evangelio del agua y el Espíritu.
Si hemos sido salvados de todos los pecados por el Señor, quien vino por el Evangelio del agua y el Espíritu, de ahora en adelante debemos buscar la voluntad de Dios en nuestras vidas. Y debemos darnos cuenta de que esta voluntad de Dios consiste en predicar este Evangelio del agua y el Espíritu a los demás. La única manera de amar a los demás y ayudarles es predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. Si no tuviésemos el amor del Señor ni el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones sería imposible amar a la gente de este mundo. Gracias al amor y la salvación del Señor pudimos nacer de nuevo y ser personas justas para amar a los demás.
Mis queridos hermanos, hemos recibido la remisión de los pecados por nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha dado el Señor. Por eso, siempre debemos pensar en este amor del Señor y meditar sobre Su Evangelio del agua y el Espíritu todo el tiempo. Y debemos crecer espiritualmente por esta fe en todo momento. Aunque hayamos vivido por fe durante mucho tiempo, es absolutamente indispensable pensar en el Señor, que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu y nos trajo la salvación. En otras palabras, debemos pensar siempre en la perfecta obra de salvación que el Señor ha hecho por nosotros, recordando que fue bautizado en nuestro lugar, crucificado por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos. El Señor es el Creador que nos trajo a este mundo y creó este universo infinito por el poder de Su Palabra. Por tanto nuestro deber natural como personas de fe es pensar siempre en el Señor Todopoderoso y meditar sobre Su Palabra en nuestros corazones. Solo entonces podrán tener una fe perfecta. Si vivimos según la Palabra de Dios estaremos más interesados en la esperanza del Cielo y la vida eterna. Nuestras vidas serán más generosas, en vez de egoístas, y viviremos una vida justa que mostrará solidaridad a los demás.
Piensen un momento sobre el amor verdadero y la verdadera salvación que nuestro Señor nos ha dado. Gracias a la verdadera salvación que el Señor nos dio a través del Evangelio del agua y el Espíritu pudimos convertirnos en Su pueblo perfecto. Esta salvación que el Señor nos ha dado se revela en nuestros corazones como el amor profundo de Dios, y nos hace amar a los demás aún más, entenderlos más y predicar la salvación de Dios aún más. Todo gracias al amor y la salvación del Señor. Nosotros ofrecemos el amor del Señor a los demás, no porque seamos personas buenas inherentemente, sino porque el Señor nos amó primero y tenemos fe en este amor.
Todo ser humano tiene debilidades carnales y por tanto no puede evitar ser egoísta. Sin embargo, gracias al amor misericordioso que el Señor nos ha mostrado, es posible amar a los demás, aunque no seamos perfectos. Además, nos hemos convertido en personas justas para practicar la justicia de Dios. En otras palabras, nuestros corazones están emulando este amor del Señor porque Él nos ha dado este amor verdadero de salvación y nos ha salvado de todos los pecados del mundo. Por tanto, el Señor es el único Maestro de nuestras vidas, nuestro amor, y todo lo demás. Este Señor del Evangelio del agua y el Espíritu es absolutamente indispensable para nosotros.
Aunque muchas veces vamos por el mal camino por culpa de nuestras debilidades, el Señor es nuestro Maestro y nos ama. Cuando pensamos en este amor del Señor podemos hacer Su obra, seguirle y obedecer Su Palabra. Dicho de otra manera, todos podemos superar este mundo malvado con nuestra fe inamovible. Es más que posible vivir así, ya que estamos caminando con el Señor, que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu. Somos los discípulos del Señor que se han librado de los pecados de este mundo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Desde el momento en que fuimos salvados al creer en este Evangelio verdadero, fuimos librados de nuestros pecados y nos convertimos en personas justas que reciben el amor y las bendiciones del Señor.
Como seguramente ustedes mismos admitirán, estamos viviendo en un mundo caótico. Todos los días libramos nuestra batalla espiritual contra todas las tentaciones del mundo y todos sus pecados. Sin embargo, hemos sido liberados por nuestro Señor. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, hemos recibido simultáneamente la remisión de los pecados y el don del Espíritu de Dios en nuestros corazones. Como el Espíritu Santo está en los corazones de los nacidos de nuevo, lo que Él desea es diferente a los deseos de nuestra carne y por tanto es inevitable vivir en una batalla espiritual constante. Si seguimos al Espíritu Santo en esta batalla podremos resistir los deseos de la carne y vencerlos. Por tanto, todos nosotros debemos seguir los deseos del Espíritu Santo que el Señor nos ha dado.
En el mismo instante en que creímos en el Evangelio del agua y el Espíritu, recibimos la remisión de los pecados, y al mismo tiempo el Espíritu Santo entró en nuestros corazones para que pudiésemos vivir una vida espiritual. Ahora está dentro de todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso debemos poner nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu y pensar en él todos los días, viviendo en obediencia al Espíritu Santo, porque solo así podemos evitar caer en la confusión espiritual. Deben entender que esta es la verdad eterna, una lección indispensable que se puede aplicar a sus vidas diarias.
La justicia del Señor es absolutamente indispensable para todos nosotros
Como hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, podemos seguir viviendo una vida espiritual. Para nosotros lo que es absolutamente indispensable es el Señor y Su Evangelio del agua y el Espíritu. Algunas personas pueden pensar: «Ahora que he recibido la remisión de los pecados, ya no necesito el Evangelio del agua y el Espíritu». Pero esto es una conjetura inútil. Todo no se acaba cuando se recibe la remisión de los pecados, sino que debemos pensar siempre en el Señor y en Su Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones todo el tiempo, como dijo el Señor: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15, 7). Como el Señor siempre está vivo en nuestros corazones y como creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, nos recuerda la justicia de Dios todos los días.
Al ser bautizado por Juan el Bautista en este mundo, el Señor aceptó los pecados de este mundo en Su propio cuerpo para siempre. Además, como cargó con todos los pecados del mundo, pudo ser crucificado y derramar Su sangre por nosotros en nuestro lugar. Y al levantarse de entre los muertos al tercer día se ha convertido en el Salvador eterno para todos los que creen en Él. Quien cree en esta Verdad está obligado a caminar hacia el Señor en todos los aspectos de su vida, porque este es el objetivo de su vida. Por eso nuestro Señor dijo: «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos» (Juan 15, 8). El Señor es nuestro Maestro, nuestro Dios y nuestro Salvador, que nos ha librado de todos nuestros pecados. Aunque hemos recibido la remisión de los pecados, debemos pensar en la Palabra del Señor constantemente y siempre seguir Su justicia en nuestras vidas.
Nuestra naturaleza humana se olvida de todo cuando está resuelto, sea lo que sea. Sin embargo, nuestro Señor, cuyo amor es infinito, nunca nos olvida. Aunque ha terminado completamente la obra de salvarnos de nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu, nunca nos abandonará. Como todavía tenemos debilidades carnales, debemos permanecer en el Señor en todo momento, en nuestros pensamientos, en nuestros corazones y en nuestros planes. Necesitamos al Señor y Su amor todo el tiempo porque somos débiles. Este Buen Pastor es absolutamente indispensable para nosotros, porque somos un rebaño de ovejas que no sabe dónde ir. El Señor nos guía en la dirección correcta y nos enseña por qué tipo de fe debemos vivir. De hecho, el Señor que vive dentro de nosotros nos da fuerzas para hacerlo todo. Así, Jesucristo es todo para los que queremos vivir por fe.
Dios Padre dijo que es el Labrador. Esto significa que Dios nos da fertilizante verdadero a los que creemos en el Señor y le seguimos. Jesús también se compara con la vid, y dice que nosotros somos sus ramas. Si las ramas están en la vid, dan muchos frutos, pero si se separan de la vid, se secan enseguida. Así debemos vivir en el Señor y pensar en Él siempre, de la misma manera en que las ramas permanecen en la vid. Aunque nos olvidemos de algo, no debemos olvidar el amor de nuestro Señor. Debemos meditar sobre este amor todo el tiempo para recibir fuerzas de Dios Padre todos los días para que siempre podamos hacer Su obra justa.
¿Tienen sus corazones una base firme para la fe? ¿Están viviendo por fe en la justicia de Dios? Por casualidad, ¿no estarán guiándose a sí mismos? Como dijo el Señor: «El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15, 5), debemos permanecer absolutamente en el Señor si queremos dar frutos abundantes. De la misma manera en que las ramas que permanecen en la vid dan mucho fruto, quien permanece completamente en el Señor da fruto de justicia abundante. Así es como se glorifica al Padre y se es un verdadero discípulo de Jesús, al dar mucho fruto de justicia.
El Señor dijo: «Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Juan 15, 10). Los mandamientos nos piden que amemos al Señor, nuestro Salvador, y que nos aseguremos de que está en nuestros corazones siempre. El Señor dice aquí que, cuando guardamos y practicamos estos mandamientos, amamos al Señor y a nuestro prójimo.
Mis queridos hermanos, no intenten nada por su propia cuenta. Hagan lo que hagan, si lo hacen sin el Señor, sus límites quedarán expuestos pronto. No podemos hacer nada sin Jesús. En todo momento, ya seamos fuertes o débiles, debemos luchar nuestra batalla espiritual por fe, y para ello debemos confiar siempre en el Señor de todo corazón. Entonces el Señor nos dará fuerzas si somos débiles, y nos dará poder si no tenemos poder. Además, cuando tengamos que hacer tareas que parezcan imposibles, nuestro Señor trabajará con nosotros para asegurarse de que podemos hacerlas.
El Señor nos dará todo lo que necesitemos. Aunque no tenemos autoridad para bendecir a nadie, el Señor nos bendecirá a todos, porque es la fuente de todas las bendiciones. Lo que no podemos hacer con nuestras propias fuerzas, nuestro Señor lo hará por nosotros. Este Señor permanecerá en nosotros hasta el fin del mundo y hará posible que demos abundante fruto espiritual. Todo depende del Señor. Por tanto, debemos tener al Señor siempre en nuestras mentes, confiar en Él en todo momento, y confiar en Su justicia constantemente.
Les pido que vivan su fe sinceramente en vez de a medias
¿Tienen en sus corazones al Señor que vino por el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Quién nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Quién es el Salvador que vino a este mundo y nos salvó según el plan de Dios Padre para ser sellados por el Espíritu Santo? No es otro que Jesucristo. ¿Es entonces Jesús una mera criatura y ser humano? No, por supuesto que no. Es el Creador que hizo todo el universo y a toda criatura viviente que vemos con nuestros ojos, desde las montañas hasta los mares, los pájaros y los peces, y a todo hombre y mujer. Pero este Dios Todopoderoso y nuestro Señor vino al mundo personalmente encarnado en un hombre para salvarnos de los pecados, y al ser bautizado y derramar Su sangre, se ha convertido en nuestro verdadero Salvador. Por eso Su nombre es Jesucristo. El nombre de Jesús significa el que salvará a Su pueblo de sus pecados, como dice la Biblia: «Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1, 21).
Aunque Cristo vino a este mundo encarnado en la carne de un hombre humilde como nuestro Salvador, esto no cambia el hecho de que sea Dios. Es nuestro Salvador y Dios mismo, nuestro Mesías. Por eso le llamamos Jesucristo, nuestro Salvador. Debemos creer sin dudar que Jesús es el Dios Todopoderoso y nuestro Salvador, y debemos aceptarle en nuestros corazones. Cuando son salvados al creer en este Jesús, empiezan a vivir una vida de fe recta.
Nada ocurre por nuestras propias fuerzas. Cuando se le acaban las fuerzas y están completamente cansados, piensen en Jesús, su Salvador, y confíen en Él completamente. Cuando piensan en Jesucristo, que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu, sus fuerzas serán renovadas en cuerpo y espíritu, y sus corazones estarán tranquilos, humildes y amables. Por eso no debemos dejar de pensar en Jesús todo el tiempo. No intenten hacer la obra de Dios solo con lo que ustedes tienen. Deben renovar sus fuerzas al confiar en Jesús, y así hacer la obra de Dios. Todos nosotros debemos vivir por la fuerza que Jesús nos da. Como no tenemos fuerzas propias, debemos pedirle al Señor que nos ayude en nuestras oraciones y confiar en Él. Cuando le pedimos ayuda a Dios, nuestro Señor nos contesta sin excepción. Si pensamos en Jesús y le oramos, Dios Padre nos dará todo lo que necesitamos.
Dios Padre es el labrador de la vid que gobierna este mundo. Por tanto, orar al Padre es lo mismo que orar a Jesús. Pero no olvidemos a Jesús en nuestras vidas. ¿Acaso no ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu y les ha salvado? Jesús es quien les ha salvado, ¿vino Dios Padre al mundo a salvarles al ser bautizado y crucificado? Por eso debemos pensar en Jesús. Debemos encontrarnos con Dios Padre a través de Jesús, nuestro Salvador.
Todo en este mundo es desechable, pero Jesús no lo es. Él es eterno. Jesús es indispensable para nosotros para siempre. Así que debemos tener a Jesús en nuestros corazones y vivir con nuestra fe hasta el día en que retorne.