(Lucas 1, 24-55)
«Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres. Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia. En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo: engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre».
Deben dejar los deseos carnales y adorar a Jesucristo como su Salvador
Hermanos y hermanas, solo queda una semana para la Navidad. Han pasado muchas cosas este año. Estamos muy agradecidos porque Dios ha estado con nosotros este año también y porque podemos recibir la Navidad con corazones llenos de gozo.
La Biblia dice. «Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres» (Lucas 1, 24-25). Isabel, o Elisabet, era la mujer de Zacarías, un sacerdote de la división de Abías, uno de los nietos de Aarón, el Sumo Sacerdote. Isabel era ya una mujer anciana. Hasta ese momento no había tenido hijos y la gente la había tratado mal por eso. En nuestro país, hace mucho tiempo, las mujeres eran expulsadas de sus casas si no podían tener hijos. Los israelitas pensaban que las mujeres que no podían tener hijos estaban malditas. Una de las siete causas válidas para el divorcio en nuestro país hace mucho tiempo era no poder tener hijos, y estas mujeres eran expulsadas de sus casas por no cumplir con su tarea de tener hijos.
Pero Isabel no pudo tener hijos hasta ya muy entrada en años, y entonces concibió un hijo por la voluntad de Dios. Así que durante cinco meses no le dijo a nadie que estaba embarazada porque tenía vergüenza. Cuando Isabel estaba en su sexto mes de embarazo, el ángel Gabriel se le apareció a María, la prometida de José, y le dijo: «¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo». La virgen María escuchó estas palabras, se quedó sorprendida y se preguntó qué significaban. Lucas 1, 30-34 dice: «Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón».
El ángel se le apareció a María y le comunicó la voluntad de Dios. María se quedó muy sorprendida cuando le dijo: «María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lucas 1, 30-33). María se quedó turbada pensando: «Aún no estoy casada. ¿Cómo puedo tener un hijo?». Entonces el ángel dijo que sería cubierta por el poder de Dios y la Biblia sigue diciendo: «Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia» (Lucas 1, 36-38).
Al principio, María no podía creer al ángel cuando le dijo que tendría un Hijo. Pero cuando el ángel le contó lo de Isabel para ayudarla a entender mejor, aceptó la Palabra de Dios en su corazón completamente. El ángel le estaba diciendo: «Isabel también es una mujer para que la parecía imposible concebir, pero está embarazada de seis meses. No hay nada imposible para la Palabra de Dios». ¿Creen lo que les estoy diciendo? Entonces María dijo: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». María aceptó la Palabra del Señor que el ángel le entregó. Por tanto, María concibió al niño Jesús.
Si leen lo que viene a continuación, hay una parte donde María alabó a Dios; este pasaje está diciendo que deben abandonar sus propias ideas preconcebidas si quieren aceptar a Jesucristo en sus corazones. También nos dice que deben dejar atrás los deseos de la carne si quieren venir en la Palabra de Dios. Qué habría pasado si María hubiese pensado que era imposible tener un bebé porque nunca había tenido relaciones sexuales con un hombre. Estos pensamientos son las ideas fijas de los seres humanos. Pero el ángel le dijo: «Tu prima Isabel tampoco podía concebir. Pero la Palabra de Dios le vino y ahora ha concebido. No hay nada imposible para la Palabra del Señor. Dios te ha dicho que tendrás un niño. ¿Vas a dejas atrás las ideas del hombre y tus deseos y aceptar esta Palabra por fe? ¿O acaso no vas a creer porque te parece imposible?». Dicho de otra manera, el ángel le estaba preguntando: «¿Vas a creer y a aceptar esta Palabra?».
En realidad, el principio que permitió que María tuviese al niño Jesús y el que nos permite recibir la remisión de los pecados en nuestros corazones al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es el mismo. Hermanos y hermanas, nuestros propios pensamientos se convierten en obstáculos cuando queremos aceptar esta Palabra de Dios. Si pensamos según los deseos de la carne, es obvio que una persona que no ha tenido relaciones con un hombre no puede tener un hijo. Por tanto, si María hubiese estado llena de los pensamientos y deseos humanos, no podría haber aceptado la Palabra de Dios, esta Palabra bendita, que el ángel le estaba entregando. Pero María aceptó la Palabra del Señor diciendo: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Vació su corazón. Cuando vació su corazón, la obra de Dios se reveló y se cumplió.
Podemos recibir bendiciones según la voluntad de Dios cuando vaciamos nuestros corazones de deseos y dejamos atrás nuestros deseos y pensamientos de la carne y creemos en la Palabra de Dios porque es la Palabra de Dios, aunque tengamos otras ideas. Cuando decimos: «Creo que la Palabra de Dios se cumplirá», el poder de la Palabra de Dios entra en nuestros corazones y obra en ellos como el niño Jesús nació en el vientre de María. Es lo mismo que creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Si miramos la Palabra de Dios desde una perspectiva humana, no podemos creer en ella porque no la hemos visto con nuestros ojos ni la hemos escuchado personalmente. Pero si la miramos por fe, todos los pecados de los israelitas fueron transferidos a los animales utilizados en el sacrificio cuando el Sumo Sacerdote les ponía las manos en la cabeza en el Antiguo Testamento. Todos los pecados eran transferidos aunque no se realizara la imposición de manos personalmente sobre el Señor y el Señor pudo cumplir toda la obra justa de Dios al ser bautizado por Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, que era lo mismo que imponer las manos. En otras palabras, está escrito que el Señor nos dio la justicia de la remisión de los pecados de Dios. Si vaciamos nuestros corazones, abandonamos nuestros deseos y nuestras ideas carnales y decidimos creer y aceptar la Palabra de Dios, estamos libres de pecado. Si tenemos esta fe, nuestros pecados están redimidos y el Espíritu Santo viene a nuestros corazones. Por tanto, Jesús puede ser concebido en nuestros corazones. El Espíritu Santo entra en nuestros corazones.
El niño Jesús se concibe espiritualmente
Si queremos concebir al niño Jesús en nuestros corazones, debemos dejar nuestros deseos carnales y mundanos. Una persona debe dejar de lado sus ideas fijas y los criterios del hombre para acercarse a Dios. Cuando dejamos de lado los deseos de la carne y confesamos que creemos en la Verdad porque es la Palabra de Dios, podemos ser salvados de los pecados al creer que Jesús es el Redentor que vino a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
María dijo: «He aquí la esclava del Señor». María dijo que había vaciado su corazón completamente. Cuando lo vació, pudo decir: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Las obras de la Palabra se cumplieron en ese momento. Hermanos y hermanas, debemos vaciar nuestros corazones. Todo lo que tenemos que hacer es vaciar nuestros corazones para que la Palabra de Dios pueda obrar en nosotros. Debemos saber cómo vaciar nuestros corazones.
Isabel, la mujer de Zacarías, y la Virgen María se regocijaron juntas
Como Isabel y María eran descendientes de Abraham, y como todos los israelitas venían del mismo antecesor, todos eran de la misma familia. Isabel era parienta de María. Así que Isabel reconoció a María cuando fue a verla y le dijo: «¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?». Hermanos y hermanas, Isabel reconoció que María había concebido. Juan el Bautista, que estaba en su vientre, también lo sabía. Saltó para saludar al Señor como si estuviese diciendo que el Señor había venido. Isabel dijo: «¿Por qué se me concede que la madre de mi Señor venga a mí?». Las dos se regocijaron y María alabó a Dios llena del Espíritu Santo: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones» (Lucas 1, 46-48).
Hermanos y hermanas, nosotros también alabamos la justicia del Señor. El Señor vino a este mundo para salvarnos de los pecados del mundo y fue bautizado y clavado a la Cruz, donde murió, y al tercer día resucitó de entre los muertos para salvarnos a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre después de haber resucitado. Alabamos la justicia del Señor. Alabamos al Señor, quien abandonó su trono celestial para salvarnos a las personas humildes, vino al mundo y nos salvó de los pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu que cumplió en sus 33 años de vida entre nosotros. Nuestras almas alaban al Señor porque nos hizo hijos de Dios, nos dio el Reino eterno del Cielo y nos convirtió en criaturas nuevas al hacernos nacer de nuevo y darnos bendiciones infinitas. Nuestros espíritus alaban al Señor. Si dejamos de lado los deseos de nuestros corazones y dejamos de lado nuestros pensamientos, no podremos evitar alabar al Señor con nuestra fe.
De la misma manera en que María profesó su fe en Dios y alabó al Señor en su espíritu diciendo: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». Nosotros también hemos vaciado nuestros corazones y hemos aceptado el Evangelio del agua y el Espíritu por fe. Nos regocijamos por nuestra salvación al creer de todo corazón que Jesús tomó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan, que murió por nosotros en la Cruz, resucitó, eliminó todos nuestros pecados y nos salvó. Con este tipo de fe podemos regocijarnos como María y alabar a nuestro Salvador que sabe que somos seres humildes.
También somos personas humildes
Originalmente somos personas humildes. Dios nos dijo que somos peores que la suciedad del mundo. Si nos conocemos a nosotros mismos, no podemos evitar admitir que somos humildes. Los seres humanos nacemos en este mundo, vivimos durante 70 o 80 años y después morimos en la vejez o de una enfermedad. Somos personas humildes que desean la vida eterna pero que no la pueden conseguir por si mismos, que esperan no enfermar, pero enferman y mueren, que esperan no envejecer, pero envejecen y que esperan no morir, pero mueren.
Somos personas bajas, pero el Señor nos amó. El Señor nos amó aunque éramos bajos y nos salvó. Se convirtió en nuestro Salvador al salvarnos, darnos la vida eterna, y el Reino de los Cielos, y la bendición de convertirnos en hijos eternos de Dios. El Señor nos revistió del amor eterno de Cristo de la misma manera en que dio a su sierva humilde sus bendiciones. Tenemos deseos del mundo en nuestros corazones en todo momento. Si los dejamos de lado, buscamos al Señor y nos presentamos ante Él podemos alabar al Señor porque el Señor nos ha salvado a los humildes de todos nuestros pecados a través de la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
Podemos alabar la justicia del Señor completamente. Somos personas muy humildes; ¿cómo no podemos alabar la justicia del Señor que nos ha hecho altos y nobles? Somos personas bajas en el mundo también. Toda la gente de este mundo nos está alabando, diciendo que estamos benditos, la gente de Cristo, y el pueblo de Dios. Somos personas humildes, y por eso alabamos al Señor quien nos amó, y le damos gracias. Le damos toda la gloria. ¿Son así o no?
Si nos examinamos sinceramente, vemos que somos personas humildes. Los seres humanos nacen como encarnaciones de la avaricia y viven intentando cumplir sus deseos hasta que mueren. Así es la vida. Pero el Señor salvó a estas personas bajas a través del Evangelio del agua y el Espíritu con su amor. ¿Cómo no vamos a alabarle? Debemos vaciar nuestros corazones y alabar la justicia de Dios.
Si nuestras cabezas están llenas de pensamientos y deseos carnales, no podremos alabarle y acabaremos estando desconectados. No debemos hacer esto. Cuando dejan una vida en una secta del cristianismo y vienen a la Iglesia, deben dejarlo todo, vaciar sus corazones, pensar en la justicia de Dios, pensar en el Señor que nos salvó del pecado y alabar su exaltación y magnificencia. Debemos alabar a Dios por fe en su justicia. Dios nos dio todas las razones para darle toda gloria, alabanza y gracias. ¿Qué cosas tan gloriosas tenemos para que el Señor nos ame? Me da asco mirarme al espejo. No entiendo por qué Dios nos ama a personas tan humildes. Como dice la Biblia: «Por que Dios amó tanto al mundo», quizás ama a la gente humilde por su humildad. Al principio éramos muy nobles y altos al ser creados a la imagen de Dios. Quizás nos amó porque quiso devolvernos esa condición que habíamos perdido. Por tanto, debemos alabar al Señor por amarnos. Debemos alabarle con nuestros corazones, pensamientos, cuerpos, fe, servicio y actividades.
La confesión de nuestra fe es la misma que la de María. Si leemos Lucas 1, 49-55, vemos que dice:
«Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre».
Dios Padre, quien es verdaderamente grande, y Jesucristo han hecho una obra enorme por nosotros. De la misma manera en que el Señor hizo una obra grande por María, ha hecho una gran obra por nosotros. Hemos sido salvados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y esto es similar a cuando María concibió al niño Jesús. Los que hemos sido salvados nos convertimos en hijos de Dios, y nos convertimos en personas altas y nobles al creer en Jesucristo somos espiritualmente iguales que María. Todos los hermanos y hermanas aquí son espiritualmente iguales que María.
Después de que Jesús resucitase y volviese al Cielo, el ejército romano atacó a los israelitas. Si conocen la historia de Israel, sabrán que los israelitas han tenido una historia turbulenta. Vivieron esparcidos por todo el mundo durante más de 2,000 años, fueron ejecutados en cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial, y no fueron tratados como seres humanos. Incluso en los tiempos de María, los israelitas estaban bajo el dominio del Imperio Romano. Pero afortunadamente, María vació su corazón y aceptó la Palabra de Dios que le entregó un ángel. Aceptó la Palabra del Señor como ustedes han aceptado la Palabra de los siervos del Señor que predican el Evangelio del agua y el Espíritu. Se convirtió en una persona muy bendita.
María dijo: «Todas las generaciones me llamarán bendita», y esto está hablando de nosotros, los que hemos sido salvados. Entre las muchas personas del mundo, somos los que tienen esta gracia especial. Hay muchas personas en este mundo ahora que tienen poder y autoridad. Hay muchas personas que tienen mucho dinero. ¿Pero a quién le da Dios el amor incondicional y Su compasión? ¿A quién muestra Dios misericordia? Este amor se otorga a las personas que temen a la Palabra de Dios. Dios dice que les da misericordia a los que le temen de generación en generación.
Pero hay muchas personas en este mundo que tienen poder, autoridad, inteligencia, y que piensan que son grandes; estas personas no temen a la Palabra de Dios. Se levantan contra la Palabra de Dios diciendo que lo que ellas piensan es cierto. Dios no perdona a este tipo de personas, sino que las rebaja.
Hermanos y hermanas, entre la gente del mundo, que es tan numerosa como las estrellas del cielo, nos hemos convertido en personas que han recibido las bendiciones de Dios y su amor como María. Dios es una Persona que les quita todo a los ricos. Incluso el hombre más rico del mundo no puede llevarse nada con él cuando muere. Aunque se ponga dinero en su ataúd, no puede llevárselo. Cuando una persona muere, sus familiares queman el dinero o lo entierran con la persona para que se lo lleve a la vida siguiente; pero esto es inútil. Todas las cosas del mundo no son nada ante Dios. Dios les quita todo a los ricos y esparce a los poderosos y orgullosos. Los envía al infierno. Pero nos ha llenado a los humildes que estábamos hambrientos de cosas buenas. Nos ha ayudado a los humildes. Ayudó a Israel, tuvo compasión de su pueblo, y como dijo a Abraham, nuestro antecesor de la fe, nos dio bendiciones eternas a sus descendientes.
¿Quien es la gente espiritual de Israel? Los que son salvados por Dios son la gente espiritual de Israel y el pueblo del Señor. La gente de Dios que ha sido salvada de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es como Jacob. Jacob era malvado y no tenía una buena disposición, pero aceptó la Palabra de Dios en su corazón. Si lo miran desde una perspectiva humana, era una persona que no hacía mucho bien. Pero cuando aceptó la Palabra de Dios, abandonó sus pensamientos. La compasión de Dios y su amor están dirigidos a este tipo de personas para siempre. Hermanos y hermanas, entre las personas del mundo, nos hemos convertido en personas benditas.
Hermanos y hermanas, hemos obtenido la compasión y el amor de Dios como María. Somos personas que se han revestido del amor de Dios y han recibido bendiciones magníficas. Somos personas que han recibido la bendición de la salvación y la vida eterna como María. Hemos recibido las bendiciones de Dios en cuerpo y espíritu. Por tanto, mientras celebramos esta Navidad, tenemos que dar gracias al Señor por cuidar de personas tan humildes, y debemos seguir alabándole en nuestros corazones y pensamientos. Como hemos recibido estas bendiciones, debemos alabar a Dios esta Navidad. Espero que se conviertan en personas que saben cómo dar gracias a Dios. El Señor es una Persona que se merece nuestra gratitud. Por tanto, debemos saber cómo dar gracias de todo corazón. Nos hemos revestido del amor de Dios y de su salvación por muy desesperados que estemos. Hemos recibido bendiciones magníficas.
Así que nos hemos convertido en personas que alaban a Dios como María:
«Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen» (Lucas 1, 46-50).
Aceptamos la Palabra de Dios en nuestros corazones y tememos a Dios. Todas las personas que han sido salvadas por Dios saben cómo temerle. Hay personas que saben cómo obedecer la Palabra de Dios. Este tipo de personas están salvadas. ¿Han sido salvados?
Hermanos y hermanos, ¿creen que la remisión de los pecados es algo que se hizo fácilmente? La remisión de los pecados es la gracia de Dios que descendió del Cielo. Bajó de Dios. Hemos recibido la salvación que es preciosa. Por tanto, deben saber cómo estar agradecidos por la salvación que han recibido, y deben saber cómo alabar a Dios de corazón. Deben alabar a Dios porque les ha salvado.
Hermanos y hermanas, nuestra salvación no es barata y sin motivo. No es como ir al mercado y encontrarse un producto de marca a bajo precio por suerte. Nuestra salvación es muy valiosa. ¿Creen en esto?
Nunca cambiaría esta gracia de salvación con la que el Señor me ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu, aunque alguien me ofreciese mil millones de dólares. Nunca cambiaría esta salvación de los pecados que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu por nada del mundo. No cambiaría esta salvación recibida por el Evangelio del agua y el Espíritu aunque alguien me ofreciese hacerme presidente de nuestro país o Secretario General de la ONU. Esta salvación que hemos recibido es muy valiosa. ¿Cómo podemos cambiarla aunque alguien nos haya ofrecido el universo entero? No podemos cambiarla. Ustedes también deben saber que han recibido esta bendición.
Hermanos y hermanas, deben vaciar sus corazones y mentes ante Dios, alabar la Palabra de Dios, estar agradecidos y servir al Señor más. Al vivir por fe, deben estar agradecidos por la justicia del Señor que les ha permitido darle más gloria a Dios.