(Hebreos 10:1-18)
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”.
Acabamos de leer Hebreos 10:1-18. La mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que no siempre entendemos completamente la voluntad de Dios como está escrita en la Biblia. Como las Escrituras son muy largas, no podemos entender la voluntad de Dios si no nos acercamos a ella a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Como Hebreos 10 es un pasaje particularmente difícil, estoy seguro de que hay pocas personas que puedan entender la justicia de Dios que está explicada en este pasaje cuando se compara con la Ley. Si pudiese entender el pasaje de las Escrituras de hoy sin entender la justicia de Dios, sería aún más difícil de entender. Así que para mí es muy complicado explicar la justicia de Dios en poco tiempo. Por eso quiero explicarles por qué se escribió la Epístola de Hebreos y qué es la justicia de Dios.
La Epístola de Hebreos es una carta de alimento espiritual escrita por un siervo de Dios al pueblo de Dios esparcido por todo el mundo
En tiempos de la Epístola de Hebreos, Israel estaba gobernado por el Imperio Romano como su colonia. Alrededor del año 70 d.C., el Emperador romano envió al General Tito a Jerusalén para que lo conquistase. Jerusalén era la capital de Israel en aquel entonces, y sus murallas fueron construidas con piedras enormes. Las piedras utilizadas para las murallas eran tan enormes que algunas de ellas eran de 2 metros de altura y 6-10 m de longitud.
Pero estas murallas formidables no pudieron resistirse contra el General Romano Tito, quien destruyó Israel completamente. Como resultado de la caída de Israel, muchos de sus habitantes fueron vendidos como esclavos al extranjero y otros huyeron para huir de la esclavitud. Entre ellos había muchos cristianos que creyeron en Jesús. En otras palabras, la Iglesia Primitiva tenía muchos santos judíos dispersos por todo el mundo conocido.
Con la destrucción de Jerusalén el pueblo de Israel perdió su estado y vivió en países extranjeros. Como no tenían ningún país al que volver, tuvieron que vivir en el extranjero y seguir con sus vidas de fe como extranjeros. Así que era muy importante para los siervos de Dios encontrar una manera de servir a los creyentes judíos que creían en la justicia de Jesús. Pero, entonces no era tan fácil que los justos pudiesen encontrar siervos de Dios. El sistema de transporte en aquellos tiempos no era lo que es ahora, así que los siervos de Dios no tenían más remedio que servir a los santos mediante cartas.
En el Antiguo Testamento los gentiles llamaban al pueblo de Israel hebreos. Esto se debe a que los israelitas eran conocidos como los que cruzaron el río. Durante la era de la Iglesia Primitiva, casi todos los judíos cristianos creían en Jesús pero seguían adorando a los ángeles. Aunque los ángeles son meras criaturas de Dios, los judíos seguían teniendo la tendencia de adorarlos como si fueran divinos.
Incluso entre los cristianos judíos, la adoración de los ángeles era muy normal y esto causó muchos problemas a sus vidas espirituales de fe. Así que el autor de Hebreos dijo en el capítulo 1 lo equivocados que estaban los israelitas por adorar a los ángeles. Hebreos 1:14, dice: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” De esta manera, el autor de Hebreos explicó claramente a los santos judíos esparcidos por el mundo que Jesucristo era mucho más exaltado que cualquier ángel. Entonces siguió explicando la justicia de Jesús en el capítulo 10, comparándola con la ley de Dios, para que cualquiera pueda entender que la justicia de Dios era la mayor Verdad de la salvación.
Incluso hoy en día, muchos cristianos piensan equivocadamente que cumplir la Ley de Dios es de lo que se trata la vida de fe verdadera. Esto me entristece, ya que estos cristianos confundidos no conocen la función de la Ley. Sabemos que los mandamientos de Dios son absolutamente ciertos, pero no están para que los cumplamos, ya que la Ley tiene una función diferente. A través de la Ley de Dios podemos darnos cuenta de nuestros pecados y así debemos entrar en la justicia de Jesucristo, nuestro Salvador por fe. Todos los pecadores, en otras palabras, deben salir a la justicia de Dios.
En vez de establecer nuestra propia justicia al cumplir la Ley de Dios, debemos librarnos de nuestros pecados al creer en la justicia de Dios. Si no lo hacemos y cumplimos nuestra Ley por nuestra cuenta, seremos insensatos a los ojos de Dios. Hoy en día, incluso entre los cristianos que dicen creer en Jesús como su Salvador, hay demasiadas personas que intentan cumplir la Ley de Dios sin darse cuenta de Su justicia. El problema más grave que tienen los cristianos hoy en día es que hay demasiadas personas que dicen creer en Jesús aunque no se esfuerzan por entender la justicia de Dios.
Hebreos 10:1 dice: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas.”
Para eliminar sus pecados, la gente del Antiguo Testamento tenía que ofrecer sacrificios en el Tabernáculo siguiendo los estatutos de Dios. Más adelante, para eliminar los pecados del pueblo de Israel en el Día de la Expiación, el Sumo Sacerdote ponía las manos sobre la cabeza del animal, como especificó Dios, y así le pasaba los pecados de los israelitas. Este sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, así como los sacrificios ofrecidos por los israelitas, era una profecía de Jesús y Su justicia. El sistema de sacrificios del Tabernáculo que aparece en el Antiguo Testamento era absolutamente indispensable para que el pueblo de Israel pudiera eliminar sus pecados cuando pecaba contra Dios.
Durante el Antiguo Testamento, cuando llegaba el Día de la Expiación, el Sumo Sacerdote tenía que pasarle los pecados anuales del pueblo de Israel al sacrificio especificado por Dios mediante la imposición de manos. Cuando el Sumo Sacerdote pasaba sus propios pecados a la cabeza del animal, tenía que ponerle las manos sobre la cabeza de la misma manera. El Sumo Sacerdote servía en el Tabernáculo y tenía el deber de pasar los pecados de los israelitas a través de la imposición de manos. Los sacerdotes también tenían que ofrecer un sacrificio en nombre del pueblo de Israel al poner al animal del sacrificio sobre el altar de los holocaustos con fuego. Para eliminar los pecados de los israelitas, los sacerdotes también ponían la sangre de los sacrificios en los cuernos del altar de los holocaustos y arrojaba el resto al suelo. Su deber era hacer estas cosas para que su pueblo pudiese recibir la redención de los pecados.
Cuando un israelita buscaba la remisión de los pecados tenía que ofrecer un animal a Dios y para ello tenía que poner las manos sobre la cabeza del animal y confesar sus pecados. La Ley de Dios y Sus mandamientos se ofrecían en el Antiguo Testamento para que Su pueblo se diese cuenta de sus pecados. A través de la Ley, Dios le dijo al pueblo de Israel lo que tenía que hacer y lo que no. De la misma manera, a través de la Ley podemos darnos cuenta de nuestros pecados, pero ahora, en vez de ofrecer animales a Dios como los israelitas, debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, que es la justicia de Dios, para limpiar nuestros pecados y alcanzar nuestra salvación.
Hay muchos cristianos que dicen estar viviendo una vida de fe aunque no conozcan la justicia de Dios mediante el Evangelio del agua y el Espíritu
La remisión de los pecados para la raza humana se encuentra en la justicia de Dios, que fue cumplida por el bautismo que Jesucristo recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz. La Verdad indispensable de salvación es que Jesucristo ha eliminado todos nuestros pecados con el bautismo que recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz. La fe en esta Verdad es lo que nos salva. Sin embargo, no hay muchas personas que sepan que Jesús ha eliminado todos nuestros pecados con Su bautismo y Su sangre derramada en la Cruz. Incluso entre nosotros hay muchas personas que, a pesar de creer en Jesús como su Salvador, habían vivido con un corazón pecador hasta que conocieron el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios está muy contento de usar a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu como Sus instrumentos.
Como Dios ama a todos los pecadores, ha hecho posible que salvemos de todos los pecados a todo el que quiera ofrecer el sacrificio de la eliminación de los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu en la Iglesia de Dios. Dios nos dijo: “Si queréis eliminar los pecados de la gente como sacerdotes del Reino de los Cielos, deben pasarle sus pecados a Jesucristo, quien ha cumplido la justicia de Dios, mediante la imposición de manos sobre Su cabeza por fe. Entonces debéis enseñarles a creer en la sangre de Jesucristo derramada en la Cruz y por qué la derramó”. Dios prometió a los israelitas en el Antiguo Testamento que, si ofrecían sacrificios por el pecado, según Sus requisitos, limpiaría sus pecados. Hoy, la remisión de nuestros pecados se ha cumplido tal y como Dios lo había prometido.
Dios hizo posible que nos diesemos cuenta, cuando comparamos Su justicia con Su Ley, de que la justicia de Jesucristo es la culminación de la Ley. Podemos ver en la Palabra de Dios la gran diferencia entre nuestra fe en la justicia de Jesucristo y la fe legalista y cuál es la fe aprobada por Dios. Cuando nos hacemos estas preguntas, Dios hace que sea posible que nos demos cuenta de que nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu es la fe verdadera y de que es mucho más superior que cualquier fe legalista. La justicia de Dios, entonces, es la Verdad de la salvación con la que Jesucristo ha eliminado todos nuestros pecados con Su bautismo y sangre. Ahora podemos ver que la Ley de Dios no es más que una sombra del Evangelio de la justicia de Dios. La Ley de Dios es la tutora que nos lleva a Jesucristo.
A través del sistema de sacrificios del Tabernáculo, el Señor nos prometió que eliminaría todos nuestros pecados para siempre con el Evangelio del agua y el Espíritu. La obra de salvación de nuestro Señor era el cumplimiento de esta promesa. Si hubiésemos nacido en el Antiguo Testamento, habríamos pecado contra Dios y contra otros humanos, y habríamos tenido que pasar nuestros pecados a una ofrenda animal establecida por Dios mediante la imposición de manos.
Dios estableció el Día de la Expiación para el pueblo de Israel para que el Sumo Sacerdote ofreciese un sacrificio en su nombre y así quien creyese en esta verdad pudiese recibir la remisión de los pecados. El Día de la Expiación, el Sumo Sacerdote tenía que pasar los pecados anuales del pueblo de Israel a un animal y después ponía la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos y sobre el propiciatorio. Los animales sacrificados del Antiguo Testamento como ovejas, cabras, becerros y palomas eran todas sombras del cuerpo de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Dios estaba prometiendo en el Antiguo Testamento que Jesucristo vendría a este mundo y salvaría a la raza humana de todos sus pecados para siempre a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Por tanto, mientras que Dios nos dios la Ley compuesta de Sus mandamientos, como sabía que éramos incapaces de cumplirla, preparó la justicia de Jesucristo por nosotros. En otras palabras, Dios Padre decidió salvarnos de todos nuestros pecados para siempre a través de la justicia de Jesucristo. Por eso el Señor nos mostró el sistema de sacrificios del Tabernáculo antes de darnos el Evangelio del agua y el Espíritu, como una sombra del verdadero Evangelio. De esta manera, con la Ley de Dios, el Señor hizo que fuese posible darnos cuenta de nuestros pecados, y al mismo tiempo nos dio el sistema de sacrificios justo para que fuésemos salvados de nuestros pecados.
El Señor nos dio el Evangelio del agua y el Espíritu a todos nosotros
Con Su Palabra, Dios nos prometió que eliminaría nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. La Verdad de la salvación se nos da a todos a través de la Palabra de Dios de la promesa. Por tanto, todos los cristianos deben aprender sobre la justicia de Dios, darse cuenta de ella completamente y creer en ella. En los días del Antiguo Testamento, los sacerdotes tenían que ofrecer sacrificios a Dios todos los días en nombre de los pecadores. Actualmente, en la era del Nuevo Testamento, todos deben recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Hoy, como en el pasado, la remisión de los pecados debe recibirla todo el mundo porque los seres humanos no pueden evitar cometer pecados todo el tiempo, porque todos están llenos de debilidades. De la misma manera, el pueblo de Israel pecó contra Dios constantemente, y nosotros también pecamos día tras días, constantemente. En el Antiguo Testamento, cuando un israelita quería recibir la remisión de los pecados, había que llevar a un animal para ser sacrificado al Tabernáculo, ponerle las manos sobre la cabeza, sacarle la sangre y dársela a los sacerdotes antes de volver a casa. Entonces los sacerdotes ofrecían un sacrificio justo a Dios en nombre del pecador, haciendo posible que recibieran la remisión de los pecados.
Sin embargo, incluso después de haber recibido la remisión de los pecados ofreciendo un sacrificio así, el pueblo de Israel tenía que volver al Tabernáculo y buscar a los sacerdotes de nuevo porque no podía evitar seguir pecando. Por tanto, para eliminar sus pecados, tenían que seguir yendo a los sacerdotes y ofrecer sacrificios una y otra vez. Esto pasaba también después de haber recibido la remisión de los pecados anuales el Día de la Expiación. Al confiar en el sistema de sacrificios, el pueblo del Antiguo Testamento no podía resolver el problema de sus pecados permanentemente. Así que, año tras año, el Sumo Sacerdote tenía que ofrecer sacrificios en su nombre el Día de la Expiación como Dios lo determinó.
Una vez al año, el décimo día del séptimo mes, el Sumo Sacerdote tenía que entrar en el Lugar Santo y ofrecer un sacrificio a Dios en nombre de todo el pueblo de Israel. Y tenía que hacerlo año tras año. Por contraste, en el Nuevo Testamento, quien cree en la justicia de Dios puede recibir la remisión eterna de los pecados para siempre, porque Jesucristo se ha convertido en nuestro sacrificio eterno al ser bautizado por Juan el Bautista, derramar Su sangre en la Cruz y levantarse de entre los muertos.
Mis queridos hermanos, incluso hoy en día, aunque hay muchos cristianos que dicen creer en Jesús como su Salvador todavía tienen que librarse de sus pecados porque están viviendo una vida de fe religiosa según sus pensamientos, sin conocer el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios. Estos cristianos confusos no solo están viviendo sus vidas de fe en completa ignorancia de la justicia de Dios, pero tampoco tienen deseo de aprender. En vez de confiar en la justicia de Dios están intentando cumplir la Ley de Dios por su cuenta. Por eso, no nos sorprende que estas personas sigan sin ser capaces de estar sin pecados al creer en la justicia de Dios.
Muchos cristianos intentan limpiar sus corazones obedeciendo la Ley de Dios
Por desgracia, su fe es incorrecta. ¿Quién entre ustedes puede cumplir la Ley y toda la Palabra de Dios todos los días? Nadie puede obedecer la Palabra de Dios literalmente. De la misma manera en que la gente del Antiguo Testamento no podía cumplir la Ley de Dios completamente, las personas que viven en esta era presente del Nuevo Testamento no pueden cumplir la Ley completamente. Por eso la Biblia dice que no hay nadie en este mundo, ni una sola persona, que no haya cometido ningún pecado. Pero aún así, quizás algunos de ustedes piensen que ofrecer oraciones de penitencia es indispensable para la fe. Si piensan que sus pecados desaparecerán cuando ofrecen oraciones de penitencia, están equivocados. Estas oraciones no son nada más que una ilusión creada por pensamientos incorrectos. De hecho, estoy seguro de que, en su corazón, saben muy bien que no pueden limpiar sus pecados al ofrecer estas oraciones de penitencia estúpidas.
¿Quién les ha enseñado que pueden limpiar todos sus pecados al ofrecer oraciones de penitencia? Esta enseñanza es un grave error. Sus pecados no se eliminan ofreciendo oraciones de penitencia; sino que todos los pecados se lavan cuando entienden la justicia de Dios y creen en ella. Las creencias religiosas que han tenido no eliminan sus pecados. Su corazón solo puede ser limpiado si creen que el Señor tomó todos los pecados de la humanidad sobre Su carne para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y pagó con la condena de todos los pecados al ser crucificado para morir.
Esto significa que Dios, que nos creó a los seres humanos, conocía nuestras debilidades. Con este conocimiento cumplió el Evangelio del agua y el Espíritu y nos está ofreciendo la remisión de los pecados a todos los que creemos en este Evangelio. Dios prometió claramente en el Antiguo Testamento que borraría todos nuestros pecados. ¿Dónde encontramos esta promesa? Está escrito en Jeremías 31:31-34: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”.
La Palabra bendita del Nuevo Pacto que Dios nos dio desde el Antiguo Testamento
¿Qué nos dijo el Señor en Jeremías 31:31? Dijo: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá”. Entonces, ¿qué es este nuevo pacto que el Señor hizo con el pueblo de Israel y con nosotros? Este nuevo pacto es la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor cumplió en el Nuevo Testamento. Como nuestro Señor cargó con todos los pecados de toda la raza humana para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y como derramó Su sangre por nosotros en la Cruz; Jesús y ya no recuerda los pecados de los que creen en esta justicia de Dios.
A los ojos de Dios no hay ni una persona que no cometa pecados. Pero a pesar de esto hay multitud de cristianos que intentan ser salvados de todos sus pecados cumpliendo la Ley de Dios. Esto le rompe el corazón a Dios. Estos cristianos confusos están viviendo una vida de fe legalista de mera religión en vez de vivir una vida verdadera de fe. Cuanto más tiempo pasa, más se dan cuenta, por su propia naturaleza, de que son simplemente incapaces de cumplir la Ley de Dios. Aunque digan creer en la Ley de Dios, en realidad están observando los rituales de la Ley. En sus corazones saben que no pueden cumplir la Palabra de Dios. Nosotros también vivimos una vida religiosa hasta que creímos en la justicia de Dios. Como el pueblo de Israel, y muchos cristianos actuales, también teníamos la Ley en un pedestal y la adorábamos en vez de adorar a Dios.
Nadie puede cumplir la Ley perfectamente. Pero Dios nos prometió: “Eliminaré todos vuestros pecados para siempre y os haré Mi pueblo. A pesar de vuestras acciones y fallos, eliminaré todos vuestros pecados y me convertiré en vuestro Dios. Os salvaré de todos vuestros pecados. Y os dejaré saber en vuestros corazones y mentes que me he convertido en vuestro Dios”. Y Dios ha cumplido esta promesa con Su justicia.
¿Con qué ha cumplido Dios Su Palabra de Promesa bendita?
Todas las bendiciones, que Dios nos ha dado, han venido por el Evangelio del agua y el Espíritu que constituye la justicia del Señor. Dios Padre había planeado Su obra justa de salvación para eliminar todos los pecados de Su pueblo. Este plan consistía en que Dios Padre enviase a Su propio Hijo encarnado en un hombre para cargar con todos los pecados de la humanidad sobre Su cuerpo de sacrificio a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, dejase que Su Hijo fuese condenado por todos los pecados en la Cruz y que así salvase a toda la raza humana de todos los pecados.
En otras palabras, Dios cumplió nuestra salvación perfectamente al hacer que Jesús fuese bautizado por Juan el Bautista, derramase Su sangre en la Cruz y resucitase de entre los muertos para salvar a todos los pecadores de sus pecados. Nuestro Señor nos está diciendo: “Os he salvado de todos los pecados del mundo para siempre a través del Evangelio del agua y el Espíritu”. Por eso los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu se llaman justos, porque han recibido la remisión de los pecados por su fe en la justicia de Dios, que fue cumplida por Su Hijo a través de Su bautismo y Su sangre en la Cruz, en vez de cumplir la Ley de Dios.
Ahora que el Señor ha cumplido su justicia completamente en este mundo al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre en la Cruz, ha hecho que todos los que crean en esta justicia de Dios sean Sus hijos. A través de la Ley, nos hemos dado cuenta de nuestros pecados, y al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, hemos podido darnos cuenta de la justicia de Dios y recibir la remisión de los pecados por fe. Como nuestro Señor nos ama a través del Evangelio del agua y el Espíritu, nos ha bendecido al salvarnos de todos nuestros pecados si creemos de verdad en la justicia de Dios.
Nuestro Señor nos está diciendo: “He borrado todos vuestros pecados para siempre a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Esta es la justicia de Dios que he cumplido y, si creen en esta justicia de Dios, serán el pueblo de Dios”. El plan del Señor es hacer que todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu estén sin pecados para siempre. Por eso el Señor prometió en el Antiguo Testamento que nos haría saber que es nuestro Dios. Y de la misma manera en que el Señor nos prometió que nos bendeciría para obtener la salvación de Dios en mente y de corazón, nos ha salvado de todos nuestros pecados.
El autor de la Epístola de Hebreos escribió esta carta a todos los santos esparcidos por todo el mundo. El siervo de Dios está diciendo aquí que las bendiciones de Dios pertenecen a los que conocen y creen en Su justicia y no a los que se esfuerzan por cumplir Su Ley. Al haber tomado los pecados de todo el mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, Jesús cargó con la condena de todos los pecados, se levantó de entre los muertos y así ha salvado a todos los que creen en la justicia de Dios. Esto significa que la fe de los que creen en la justicia de Dios es muy superior a la fe de los legalistas.
Somos incapaces de cumplir la Ley de Dios a la perfección. Solo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos ser librados de todos nuestros pecados. Esto es lo que nos está intentando decir la Biblia aquí. Nadie puede librarse de sus pecados intentando cumplir la Ley de Dios, porque nadie puede cumplir la Ley a la perfección. Por el contrario, la justicia de Jesucristo nos ha librado a todos los que creemos en esta justicia de todos nuestros pecados para siempre.
La Ley de Dios dice que el precio del pecado es la muerte. De la misma manera, todos los pecadores deben reconocer que serán condenados por sus pecados e ir ante Dios confiando en Su justicia. Por eso Jesús cumplió la justicia de Dios al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre en la Cruz, para que pudiese llevar la verdadera salvación a todos los pecadores. Por eso la justicia de Jesucristo es la buena noticia que da la verdadera salvación a todos los que creen en la justicia de Dios.
¿Cuál es el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu del que habla la Biblia?
El Evangelio del agua y el Espíritu proclama que Dios Padre ha conseguido nuestra salvación al enviar a Jesucristo, Su único Hijo, a este mundo, haciendo que aceptase todos los pecados para siempre sobre Su cuerpo de sacrificio a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y dejando que fuese crucificado y derramase Su sangre en la Cruz. El Hijo de Dios aceptó todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista, cargó con la condena de todos nuestros pecados al ser crucificado en nuestro lugar y triunfó sobre la muerte, levantándose de entre los muertos de nuevo. Y ahora, sentado a la derecha del trono de Dios Padre, Jesucristo volverá a juzgar a todo el mundo. Gracias a todas estas obras de salvación, quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu ha sido salvado completamente por Dios.
El Señor nos ha salvado de verdad a través de este Evangelio del agua y el Espíritu y se ha convertido en nuestro propio Protector. Y quiere que sepamos que este Evangelio del agua y el Espíritu es la verdad última. Por tanto, debemos entender esta verdad como el Señor quiere que la entendamos.
Por eso el siervo de Dios, quien escribió la Epístola de Hebreos, nos explicó la justicia de Jesucristo, al compararla con la Ley de Dios, y por eso quiso que creyésemos en ella y le diésemos toda la gloria a Dios. El Nuevo Testamento da testimonio de la superioridad de la justicia de Jesucristo, como está escrito en Hebreos 10:5: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo”. Esto significa que Jesús, el Hijo de Dios, ha preparado la justicia de Dios para nuestra salvación.
La verdadera salvación de todos los pecadores es la justicia de Jesucristo
El nombre de Jesucristo denota Sus títulos. Mientras que el nombre Jesús significa el Salvador, el nombre de Cristo significa el Ungido. Esto implica que Jesucristo vino a este mundo a cumplir los tres cargos de Rey, Sumo Sacerdote y Profeta, ya que estos tres cargos tenían que ser ungidos en el Antiguo Testamento. Para cumplir estos cargos Cristo tuvo que venir a este mundo, encarnarse en un hombre y hacer Su obra de salvación como el Sumo Sacerdote del Cielo, nuestro Juez y Profeta. Como Jesucristo es el Creador que hizo todo el universo, es el Rey de reyes, el Rey de la justicia, quien juzga toda la injusticia.
En segundo lugar, como Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos, Jesucristo es el Salvador de todos los pecadores. Para salvarnos de todos nuestros pecados, y para llevarnos al Reino de Dios, Jesucristo vino a este mundo encarnado en un hombre, cargó con todos los pecados de la humanidad sobre Su cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista y fue crucificado hasta la muerte en nuestro lugar. Y se levantó de entre los muertos al tercer día. Al ofrecer Su propio cuerpo a Dios Padre, como sacrificio para todos los pecadores, el Señor hizo un sacrificio para la remisión de nuestros pecados en nuestro nombre, y con este sacrificio, nos ha salvado a todos los que creen en esta Verdad. Ha terminado toda Su obra de salvación para que, de ahora en adelante, quien crea en la justicia de Jesús sea salvado de todos los pecados. Así es como el Señor ha hecho que los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu no tengan pecados y los ha bendecido para entrar en el Reino de los Cielos.
De esta manera, Jesucristo ha cumplido Su papel como el verdadero Profeta para todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Nos ha enseñado de dónde somos, adónde vamos, para qué nos creó Dios y en qué debemos creer si queremos vivir según este propósito, es decir, el Evangelio del agua y el Espíritu. Es Jesucristo quien nos ha enseñado todas estas cosas. Ha venido a este mundo como el Salvador de todos los pecadores.
Cuando llega la Navidad, alabamos la justicia de Jesucristo, cantando: “Gozo en el mundo, el Señor ha venido”. El 25 de diciembre la gente del todo el mundo celebra la Navidad. Todos los cristianos dan gracias al Dios de la salvación por venir a este mundo. Como lo prometió, Jesucristo vino a este mundo encarnado en un hombre a través del cuerpo de la Virgen María. Por eso, cuando alabamos a Dios en Navidad, cantamos: “Gozo en el mundo, ha venido el Señor; que la tierra lo reciba como su Rey”. Alabamos a Dios así por preparar Su justicia para nosotros. El día en que Jesús nació en este mundo, los ángeles cantaron en el Cielo: “¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
Los ángeles celestiales cantaron así porque el Hijo de Dios había venido a este mundo a salvar a la humanidad de todos los pecados, para que nos hiciera Su gente justa. Los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu tienen la justicia del Señor. El Señor ha hecho posible que todos los que creemos en Su justicia seamos salvados de nuestros pecados. Esto se debe a que el Señor nos ha librado de nuestros pecados al venir a este mundo. Dios Padre dijo que no quiere ningún sacrificio u ofrenda nuestros porque la justicia de Jesús ha sido preparada. Por eso las Escrituras dicen que Dios Padre ha preparado un cuerpo para nosotros.
Todos debemos entender la justicia del Señor claramente en nuestras mentes y creer en ella sinceramente de todo corazón. Dios no quiere que le ofrezcamos un sacrificio para recibir la remisión de los pecados, como se hizo en el Antiguo Testamento. Por el contrario, Dios nos ha preparado la justicia de Jesucristo como dicen las Escrituras: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5). Esto cumplió lo que Dios nos había prometido a través del Profeta Isaías 700 años antes de que Jesús viniese al mundo, diciendo: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
Al hacer que Su Hijo Jesús fuese bautizado por Juan el Bautista, Dios Padre hizo que el Hijo cargase con los pecados del mundo. Al dejar que el cuerpo de Jesús fuese crucificado, Dios Padre condenó todos nuestros pecados, y así Dios ha hecho que los creyentes estén sin pecados. Así es como Dios ha hecho posible que estemos con Él para siempre. Todas estas cosas fueron planeadas por Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es Jesucristo quien nos permite darnos cuenta de que nuestra salvación de todos los pecados del mundo se ha alcanzado a través de la justicia de Dios. Así que, Dios ha hecho todo para salvarnos, para que podamos ser salvados de todos nuestros pecados solo si creemos con un corazón agradecido en la obra justa de salvación que Jesús ha hecho para librarnos de los pecados, es decir, en Su bautismo y sangre. Por eso ahora podemos participar en la obra justa de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu.
De ahora en adelante, debemos servir la justicia de Dios, porque los creyentes del Evangelio del agua y el Espíritu hemos recibido la remisión de los pecados por fe. Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo a buscarnos para librarnos de todos los pecados del mundo. Y, al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad, y levantarse de entre los muertos de nuevo, el Hijo de Dios nos ha salvado a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de todos los pecados. Nuestra salvación era fundamentalmente la obra de Dios. Por esta razón Dios Padre había preparado un cuerpo para cumplir la salvación de la humanidad.
Jesucristo es la ofrenda del sacrificio preparada por Dios para salvar a la humanidad. Para cumplir esta obra justa de Dios Jesucristo fue bautizado por Juan el Bautista y crucificado en este mundo. Por eso Dios Padre le dijo a Su Hijo: “Este es Mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia” (Mateo 3:17).
El Señor ha librado a los creyentes del Evangelio del agua y el Espíritu de todos sus pecados. Por eso Dios dijo que había preparado un cuerpo de sacrificio por nuestra salvación. El sacrificio preparado por Dios Padre que eliminó todos nuestros pecados es el cuerpo de Jesús, como está escrito: “Y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:9-10).
Durante la era del Antiguo Testamento, cuando el pueblo de Israel pecaba, buscaba la remisión de los pecados al llevar al Tabernáculo un animal para sacrificar como lo había especificado Dios, pasándole los pecados a este animal mediante la imposición de manos sobre la cabeza y ofreciéndoselo a Dios como holocausto. Sin embargo, la remisión de los pecados que se obtenía de esta manera era solo temporal, ya que pecaban de nuevo y tenían que ofrecer otro sacrificio. Por la Ley nadie podía recibir la remisión de los pecados eterna, como estaba escrito en el pasaje de las Escrituras de hoy: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1).
Por la Ley de Dios era imposible para nosotros estar sin pecados completamente. Por eso Dios quiso quitarla, para establecer lo último. Y por eso Jesucristo vino a este mundo como dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí” (Hebreos 10:7). Como está escrito aquí, Jesús vino a este mundo para hacer la voluntad de Dios Padre, Pero ¿cuál es esta voluntad? Es salvar a la raza humana de todos sus pecados a través de la justicia de Dios, como está escrito en Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Así ama a Dios a todo el mundo. Sean como sean de altos, bajos, ricos, pobres, jóvenes y viejos. Dios amó a todos los seres humanos tanto que cargó con todos sus pecados a través de Su bautismo y los eliminó todos.
Dios dijo en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.
Este pasaje claramente nos muestra que cuando Dios creó al hombre, no lo creó por cualquier motivo, sino que tenía un objetivo en mente. Aunque Dios sabía que los seres humanos caerían en el pecado por sus debilidades, estaba dispuesto a salvarlos de todos sus pecados para hacerles hijos Suyos. Esta era la voluntad de Dios. Dios creó a los seres humanos porque los amaba y quiso hacerlos hijos Suyos, llevarlos a Su reino y vivir con ellos para siempre. Para eso nos creó Dios. Dios Padre nos creó por esta razón y envió a Su Hijo Jesucristo a este mundo para ser bautizado por Juan el Bautista. Y por esta razón Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.” Es importante prestar atención especialmente al verbo en segunda persona del plural y al pronombre “nuestra”. Estas palabras se utilizaron para mostrarnos que el hombre fue creado por la obra del Dios Trinitario.
Para nosotros, Jesucristo, Dios Padre y el Espíritu Santo son el Dios de la Trinidad. Cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, planeó nuestra salvación. Por eso Dios Padre envió a Su Hijo a este mundo como el Salvador de la humanidad según Su plan y voluntad. Cuando Dios Padre envió a Su Hijo a este mundo, le dijo al Hijo que cumpliese estas tres funciones de Cristo. En primer lugar, como Rey de reyes Cristo tenía que salvar a Su pueblo de todos los pecados del mundo. En segundo lugar, tenía que ser el Sumo Sacerdote del cielo, y para ello, Dios Padre le dijo a Su Hijo que aceptase todos los pecados de este mundo sobre Su cuerpo del sacrificio y fuese crucificado hasta morir. Por eso el Hijo de Dios fue bautizado y derramó Su sangre en la Cruz. Así es como el Hijo de Dios pagó el precio de los pecados del mundo justamente e hizo un sacrificio eterno a Dios Padre en nuestro nombre y nos salvó a todos los que creemos en Él.
En tercer lugar, Cristo tenía que cumplir Su función como nuestro Profeta para enseñarnos que toda esta obra de salvación fue cumplida por Dios, de la misma manera en que los profetas del Antiguo Testamento habían enseñado a los israelitas la verdad. Estos tres títulos de Rey de reyes, Sumo Sacerdote y Profeta fueron cumplidos por el Hijo de Dios Padre en este mundo antes de volver al Cielo.
“Y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último” (Hebreos 10:19)
Esto significa que la función de la Ley de Dios era la de señalar los pecados, pero no podía erradicar completamente todos nuestros pecados. Pero el precio de nuestros pecados debe pagarse según la Ley, y nuestro Salvador Jesús fue quien pagó este precio por completo, al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre en la Cruz. Así es como recibimos la remisión de los pecados. Así es como se cumple la salvación justa de Dios a través de la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. La Ley de Dios no es defectuosa. Por el contrario, la Ley de Dios nos enseña acerca de nuestros pecados para que podamos reconocerlos.
La Ley nos da una serie de mandamientos para prohibir y mandar ciertos comportamientos, como no cometer asesinato, no cometer adulterio no robar, etc. ¿Hay algo en estos estatutos de Dios que sea incorrecto? No, por supuesto que no. La Ley nos manda hacer cosas buenas y no malas. Aunque esta Ley de Dios no sea algo que los seres humanos podamos cumplir perfectamente, Jesús puede cumplir todos estos requisitos porque es Dios mismo. Y según la demanda de la Ley de que los pecados deben pagarse, Cristo cargó con todos nuestros pecados sobre Su cuerpo al ser bautizado y murió en la Cruz, cumpliendo este mandamiento de la Ley.
Por tanto, cuando la Biblia dice aquí que Dios quita lo primero (la Ley), no quiere decir que la Ley quede abolida, sino que el juicio justo del pecado se ha cumplido. En otras palabras, al eliminar todos nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu, el Señor cumplió todos los requisitos de la Ley, y por tanto no tenemos que pagar la condena del pecado. De esta manera, Dios ha cumplido perfectamente Su obra justa para salvarnos de nuestros pecados como está escrito en Hebreos 10:10-14: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”.
Mis queridos hermanos, ¿quién creó este universo? Es Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para eliminar todos los pecados de la humanidad, Jesucristo ofreció un sacrificio eterno con Su propio cuerpo al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre en la Cruz.
Dios dice que la fe de los que intentan recibir la remisión de los pecados cumpliendo Su Ley es fundamentalmente diferente a la fe de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu
Hemos eliminado todos nuestros pecados y nos hemos convertido en hijos de Dios al creer de todo corazón que Jesús vino a este mundo a través del cuerpo de la Virgen María, aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, murió en la Cruz y se levantó de entre los muertos de nuevo y así nos salvó. Y nuestra fe, como creyentes salvados del Evangelio del agua y el Espíritu, es fundamentalmente diferente de la fe de los que intentan eliminar sus pecados diarios al ofrecer sus oraciones de penitencia a pesar de creer en Jesús. Hay una gran diferencia entre la fe legalista y la fe de en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Qué fe aprueba Dios? La fe de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por esta verdad creemos que la justicia de Jesús, que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu, constituye nuestra salvación. Por el contrario, muchos cristianos actuales confían en sus obras propias como dice la Ley. Aunque hay muchas personas que dicen creer en Jesús, muchas de ellas no creen en la justicia de Jesús y están intentando eliminar sus pecados al rechazar la justicia de Dios. Está mal intentar eliminar los pecados al cumplir la Ley de Dios. Estas personas quieren eliminar sus pecados al ofrecer muchas oraciones de penitencia continuamente. Estas personas deben darse cuenta lo antes posible de que no pueden cumplir la Ley por mucho que lo intenten.
Por muchos esfuerzos que hagamos, al final descubrirán que son demasiado débiles para observar la Ley de Dios a la perfección. Aunque cumplan la Ley durante algún tiempo, tarde o temprano será imposible que cumplan la Ley siempre. Por tanto, todas estas personas deben creer en la justicia de Dios, dándose cuenta de que nadie puede cumplir Su Palabra de la Ley a la perfección. Deben darse cuenta de que la Ley de Dios está para que se den cuenta de sus pecados. Pero, a pesar de esto, muchos cristianos siguen intentando cumplir la Ley desesperadamente, ya que piensan que deben cumplirla literalmente. Por eso no pueden descubrir la justicia de Dios. Intentar obedecer la Ley de Dios no es en sí negativo, sino que es algo bueno. Sin embargo, al confiar en las obras propias no se puede tener una fe aprobada por Dios.
Estos cristianos confusos le dicen a Dios: “Señor, ¿acaso no he intentado vivir con virtud? Por lo menos deben darme crédito por mis buenas intenciones”. Estas personas, mis queridos hermanos están viviendo una vida de fe legalista, y por tanto su fe es completamente incorrecta.
¿Qué tipo de fe quiere Dios de nosotros?
La fe que Dios quiere de nosotros es la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, que constituye la justicia de Dios. La fe que Dios Padre quiere de nosotros es la que cree que Dios Padre envió a Su Hijo al mundo para eliminar nuestros pecados. Quiere que creamos que hizo que Su Hijo recibiese el bautismo de Juan el Bautista para aceptar todos nuestros pecados. Y quiere que creamos que, al ser bautizado por Juan el Bautista, Su Hijo aceptó todos nuestros pecados para siempre. Dios nos está diciendo: “Mi Hijo aceptó todos los pecados de la humanidad a través de Su bautismo y fue crucificado hasta morir en vuestro lugar para pagar el precio de vuestros pecados. Y al levantarse de entre los muertos, Mi Hijo se ha convertido en vuestro Salvador. Al ser bautizado por Juan el Bautista, y al morir en la Cruz, Mi Hijo ha ofrecido un sacrificio eterno para vosotros. A través de Su vida en este mundo ha eliminado todos vuestros pecados para siempre y ha hecho que todo el mundo que crea en esto sea Mi hijo. Os ha dado la misericordia de la salvación a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Os pido que creáis en esto”. Esto, mis queridos hermanos, es la fe que Dios nos pide.
Dios nos está diciendo que creamos en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón, que recibamos la remisión de los pecados y volvamos a Él. Nos está diciendo: “Quiero que seáis salvados por esta fe solamente”. Dios quiere que estemos sin pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y quiere que le demos gracias porque somos demasiado débiles para cumplir la Ley de Dios perfectamente. El Señor ha eliminado todos nuestros pecados con Su justicia. La Biblia dice que Dios ha quitado la Ley porque sabe que no podemos cumplirla. La salvación de la humanidad no puede cumplirse simplemente confiando en la primera Ley y por eso Dios ha conseguido nuestra salvación a través de Su propia justicia, al establecer la segunda.