(Juan 16, 1-21)
«Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros. Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla. Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo».
Ocurrirán cosas horribles en los últimos días del mundo
¿Recuerdan lo que el Señor dijo que ocurriría en los últimos días del mundo? Dijo que cuando llegue ese momento, los nacidos de nuevo que creen en Jesús serán odiados por el mundo. De la misma manera en que Jesús fue perseguido por la gente del mundo cuando estaba en el mundo, Sus seguidores también serán perseguidos por el mundo. El Señor también dijo que cuando llegue el tiempo, cierta nación u organización segregará a los que han nacido de nuevo a través de Jesús. Esto se describe como ser arrojado de la sinagoga (Juan 16, 2). Cuando llegue la hora del retorno del Señor, la Gran Tribulación de los siete años tendrá lugar y en esos días de tribulación todo el que no reciba la marca del 666 será perseguido y ejecutado.
Para prepararse para este momento, nuestro Señor dijo en Juan 16, 1-4: «Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre».
Mis queridos hermanos, es absolutamente indispensable que vivamos con fe correctamente. Muchos cristianos viven sus vidas de fe escondidos en el bosque de la religión, es decir, practican el cristianismo como una mera religión, pero esta gente no podrá sobrevivir al final de los tiempos. La Gran Tribulación de los siete años no está muy lejos. El final de los tiempos llegará seguramente en nuestra era. Si no tiene la fe verdadera y están satisfechos con su fe nominal escondidos entre la gente religiosa del mundo, cuando llegue la Gran Tribulación se encontrará entre los que pedirán recibir la marca de la Bestia y la recibirán. Aún es peor, quizás perseguirán y ejecutarán a los nacidos de nuevo, como si recibir la marca de la Bestia solo no fuera suficiente. Así que deben creer de todo corazón en vez de fingir creer. Deben vivir creyendo en la Palabra de Dios de todo corazón.
Intentemos imaginar lo que ocurrirá al final de los tiempos. Si tenemos en cuenta lo débiles que somos, si algún oficial de una agencia del gobierno nos ordenase que recibiésemos la marca de la bestia, ¿no lo haríamos por miedo? Como esto no ha ocurrido todavía, quizás no crean que sea posible, y piensen que podrán rechazar la marca de la Bestia. Pero imaginen que son arrestados por oficiales del gobierno y le preguntan: «Así que se niega a cooperar con nuestra organización para la unidad. ¿Es esto cierto? ¿Se va a negar a colaborar con nosotros? Le vamos a dar una oportunidad más. Si no recibe la marca, será ejecutado. Depende de usted». Quien no tenga fe en la Palabra de Dios escogerá recibir la marca en ese momento.
Así que dirán temblando: «¿Qué debo hacer?». «Es muy simple. Tienen que recibir la marca en la mano derecha o en la frente. Eso es todo. No le dolerá. Es como hacerse agujeros en las orejas para los aretes». Mientras ustedes duden, verán una guillotina enorme. «Si no recibe la marca, tendrá que arrodillarse ante la guillotina y poner la cabeza dentro. Depende de usted. ¿Sí o no? Decida ahora». La gente del mundo será violenta en esos días. Quien no obedezca a las autoridades será arrestado y ejecutado enseguida.
Mis queridos santos, el final de los tiempos estará lleno de eventos terribles. Como esta será la última oportunidad de conquistar el mundo para el Diablo, no estará callado. El Diablo luchará hasta el último momento. No solo pasarán dificultades los nacidos de nuevo, sino también el resto del mundo. Lloverá fuego desde el cielo, habrá una pandemia por todo el mundo y reinará el caos por todos estos desastres. En este mundo el Diablo perseguirá a los nacidos de nuevo y los matará.
Como sabía que la Gran Tribulación de los siete años llegaría, nuestro Señor nos dijo que nos preparásemos para la hora cuando los santos nacidos de nuevo serán perseguidos y asesinados. Así que si su fe en Jesús es solo una fachada, serán engañados por el Diablo. En estos últimos días, tendrán que defender su fe por sí mismos, ya que nadie les ayudará. Aunque los que han vivido en este mundo por fe no renunciarán a su fe aunque se sientan amenazados, los que han vivido solo por su carne suplicarán para sobrevivir. No habrá amor de madre suficiente para salvar a su hijo. Todo el mundo, ya sea padre o hijo, tendrá que escoger entre la marca o la muerte.
Esto es lo que nos enseña el pasaje de las Escrituras. Está escrito: «Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho» (Juan 16, 2-4). Si viven como el murciélago de la fábula de Esopo, sentados en la valla sin estar seguros de su fe y agitados por el viento del mundo, su fe nominal desaparecerá y ustedes acabarán recibiendo la marca el último día. Y en el momento de su muerte, estas personas suplicarán para que les perdonen la vida y dejarán su fe de lado sin dudarlo.
El Libro del Apocalipsis habla claramente sobre lo que ocurrirá en el final de los tiempos
Está escrito: «Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero» (Apocalipsis 14, 9-10). Es cierto. Aquí nuestro Señor se refirió a cualquier persona. Así que deben decidir si van a ser mártires o no.
Pero hay una cosa con la que debemos tener cuidado. Solo porque les haya pedido que tomen una decisión no significa que deban decidirse a ser mártires por su propia voluntad. Lo que necesitan aquí no es su voluntad temporal, sino la fe sincera y verdadera. Lo importante es que crean en toda la Palabra del Señor. Cuando llegue el momento de la tribulación, ustedes actuarán según su fe.
Pueden pensar ahora que nunca aceptarán la marca, pero todos sabemos lo débil que es la voluntad del hombre y lo fácil que se quebranta. Incluso entre nosotros, estoy seguro de que algunas personas, a pesar de tener determinación, acabarán recibiendo la marca cuando sus vidas estén en peligro. Estas personas escogerán recibir la marca en vez de ser ejecutados, y así sobrevivirán solo unos días más, porque en poco tiempo lloverá fuego y granizo y no podrán sobrevivir. O quizás tendrán una enfermedad incurable y vivirán en la miseria hasta que el Señor vuelva. Si no tienen la fe que cree de todo corazón que el Señor les ha salvado con Su agua y Su sangre, las consecuencias serán predecibles como ya les he dicho.
Al ver nuestra fe, el Señor nos ha considerado personas sin pecados. Ahora debemos escoger entre dos opciones: el martirio en la última hora de la tribulación según nuestra fe, o la marca de la Bestia. Los que tienen una voluntad fuerte, los que juran que nunca recibirán la marca, acabarán recibiéndola aún antes que cualquier otra persona. De la misma manera en que Pedro traicionó a Jesús a pesar de haber jurado nunca traicionarle, su propia voluntad se quebrantará. La voluntad del hombre no es nada. Incluso los que tienen una voluntad fuerte, si se les causa dolor, acaban derrumbándose. La voluntad del hombre no dura ni un mes, y mucho menos un año. Por eso hay un proverbio coreano que habla de la voluntad del hombre y dice que las resoluciones duran solo tres días. La mayoría de las personas ven como sus resoluciones duran solo tres días; para las personas más tercas pueden durar dos meses; pero para los que tienen una voluntad férrea no pueden durar más de un año. Pero lo que es igual para todo el mundo es que la voluntad se viene abajo tarde o temprano.
Preparamos nuestra fe para el fin de los tiempos solidificando nuestra fe en la Palabra y no mediante nuestra propia determinación
No deben confiar en su determinación personal. Por mucha determinación que tengan, nadie puede resistirse a la violencia al final. Si alguna vez han estado en un hospital psiquiátrico, habrán visto a personas poseídas por demonios gritando, dando vueltas por el suelo y diciendo todo tipo de tonterías. Pero incluso los poseídos por demonios tiemblan y dejan de gritar cuando ven que los enfermeros se les acercan para calmarles. Aunque una persona esté poseída por demonios, se queda en silencio cuando se le causa dolor, y esto se debe a que todo el mundo tiene miedo al dolor. Esto nos demuestra lo débil que es la determinación humana.
Por tanto, cuando se predica la Palabra en estos tiempos normales, deben creer en ella y vivir con su fe. Aunque sus acciones sean insuficientes, si tienen una fe fuerte, esto es suficiente. Pero si no creen, todo será en vano. No tener fe hace que todos los esfuerzos sean inútiles. En este mismo instante deben creer. Cuando llegue el día en que se les martirice, la fe que tienen ahora les permitirá superar todos sus miedos. El Espíritu Santo les recordará la Palabra que escucharon y les dará fuerzas para hacer que sus corazones sean fuertes y escojan el martirio en vez de la marca de la Bestia. En ese momento, el Espíritu Santo también les dará las palabras correctas.
Sin embargo, si no creen en la Palabra de Dios, todo será en vano. Nunca podrán vencer al Diablo si confían en sus esfuerzos humanos. A través de la Palabra, debemos entender lo que ocurrirá en los últimos días, y debemos creer en la Palabra de Dios para estar preparados para ese día. Cuando llegue el último día, el Diablo y sus seguidores tomarán a los nacidos de nuevo y les obligarán a recibir la marca de la Bestia, y si no la reciben, los ejecutarán.
Dios también dijo que proporcionaría una salida a los que vivan por fe de verdad. Por tanto, es absolutamente indispensable que vivamos por fe. Les quiero decir a todos ustedes que deben vivir por fe, y no por su propia voluntad, determinación o circunstancias, ni por sus propias decisiones, sino por la fe verdadera.
Mis queridos hermanos, cuando lleguen el última día, los nacidos de nuevo serán distinguidos claramente de los que no han nacido de nuevo. Los que no han nacido de nuevo serán los que arresten y ejecuten a los nacidos de nuevo. Y estos últimos a su vez no intentarán escapar. Los justos no serán cobardes, sino que defenderán su fe aunque sean amenazados con la decapitación, y al final sus cuerpos morirán a causa de esta fe. Sin embargo, los que no tienen fe intentarán con cobardía salvar sus vidas pero al final morirán.
Debemos vivir con la fe correcta. Debemos vivir por fe en este momento y en el futuro. Quiero repetir una vez más que su voluntad humana y su determinación serán inútiles.
Cuando llega el Espíritu Santo, nos dice tres cosas
Cuando nuestro Señor les dijo a Sus discípulos que iba a ascender al Padre, los discípulos se entristecieron. Pero el Señor les dijo: «Es por vuestro bien que me voy al Padre. Os enviaré al Consejero cuando me vaya. Os enviaré al Espíritu Santo». Y el Señor dijo que el Espíritu Santo nos dirá tres cosas cuando venga. Está escrito: «Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Juan 16, 8-11).
Veamos estas tres cosas. Primero, Jesús dijo que el Espíritu Santo condenaría al mundo por el pecado. ¿Qué es el pecado ante Dios? La Biblia dice que no creer es pecado: «De pecado, por cuanto no creen en mí» (Juan 16, 9).
No creer es pecado. ¿No creer en qué? No creer en lo que nuestro Señor dijo, en la Palabra de Dios. Aunque la gente se hace daño y comete pecados contra los demás, a los ojos de Dios hay un pecado fundamental que nos puede enviar al infierno. Esta ofensa que nos lleva al infierno es no creer en la Palabra del Señor. Negarse a creer que Dios fue concebido en el cuerpo de la virgen María para venir a este mundo como un Hombre, que tomó nuestros pecados y los eliminó al ser bautizado, que nos redimió al ser condenado en nuestro lugar en la Cruz y que resucitó al tercer día para cumplir nuestra salvación, es el pecado que nos condena a ir al infierno.
¿Por qué dijo Jesús en la Biblia «de pecado, por cuanto no creen en mí?» Después de todo, hay muchos otros pecados a parte de no creer en el Señor, desde el homicidio hasta el adulterio, hurto, codicia, odio, idolatría, etc. ¿Por qué está escrito en la Biblia que no creer en el Señor es pecado? En realidad, como el Señor tomó todos los pecados del mundo, es decir todos los pecados de la humanidad, los pecados que cometemos por nuestra carne débil no tienen nada que ver con ir al Cielo o no. En otras palabras, no importa qué tipo de pecados cometamos en este mundo, porque pueden ser redimidos siempre que creamos que Jesús es nuestro Salvador y creamos en el Evangelio del agua y el Espíritu a través del cual nos ha salvado. Sin embargo, hay un pecado que no puede ser perdonado, y es rechazar la Palabra de la salvación de Dios. La Biblia define este pecado como el pecado de blasfemar al Espíritu santo (Hebreos 6, 4-6: 10, 26-29). Aunque los pecados que se cometen por las debilidades de nuestra carne pueden redimirse a través del Evangelio del agua y el Espíritu, el pecado de blasfemar al Espíritu Santo no puede perdonarse.
Algunas personas dicen que aunque todos los pecados pueden redimirse, el pecado del adulterio no puede ser perdonado porque se comete con el cuerpo, que es el templo de Dios. Pero esto no tiene ningún sentido. También es contrario a la Palabra de Dios decir que el pecado del homicidio no puede ser perdonado, o que, aunque los pecados menores se perdonan, los pecados graves no pueden perdonarse. Nuestro Señor eliminó incluso los pecados de Hitler. Cargó con esos pecados horribles cometidos en este mundo.
¿Por qué van las personas al infierno? A los ojos de Dios, el pecado que nos impide entrar en el Cielo e insiste en condenarnos al infierno es el pecado de no creer en la salvación de Jesús ni en Su Palabra. El Señor dijo: «De pecado, por cuanto no creen en mí». Nos dijo que cuando el Espíritu Santo, el Consejero, viene, nos convence del pecado, de la justicia y del juicio.
A través de la Iglesia, el Espíritu Santo nos dice a todos: «¿Cuál es el pecado que os condena al infierno? Es el pecado de no creer que Jesús ha redimido todos nuestros pecados a través de Su agua y sangre. Ese es el pecado que condena al infierno. Es el pecado de blasfemar al Espíritu Santo. Aunque podéis ser redimidos de todos los pecados, este pecado de blasfemar al Espíritu Santo no puede ser perdonado».
Cualquier persona que blasfeme lo que Dios ha hecho por la salvación de los seres humanos no puede ser perdonada. Como está escrito: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Juan 1, 14), el Señor es el Dios de la Palabra que vino a este mundo encarnado en un hombre. Entonces aceptó todos nuestros pecados a través de Su bautismo, fue condenado a morir en la Cruz, se levantó de entre los muertos al tercer día y ascendió a la derecha del trono de Dios Padre. Así nos ha salvado perfectamente. Quien no crea en esto no puede evitar ir al infierno. Dios dijo que si alguien añade o elimina algo de esta Palabra, su nombre será borrado del Libro de la Vida y Dios le enviará todas las maldiciones descritas en la Biblia. Por tanto, debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu cumplido por Jesús según la Palabra.
Dios, el Espíritu Santo, ha hablado a través de Su Iglesia: Jesús, el Hijo de Dios, vino a este mundo como un Hombre, eliminó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado a los 30 años, fue condenado al derramar Su sangre en la Cruz, se levantó de entre los muertos al tercer día, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre. Quien crea en este Jesús será salvado y entrará por las puertas del Cielo en vez del infierno. Dios, el Espíritu Santo, da testimonio de Jesús. Nos ha hablado claramente de los pecados de la humanidad y de los que están condenados al infierno.
En segundo lugar, el Espíritu Santo da testimonio de la justicia: «De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más» (Juan 16, 10). Esta justicia se refiere a la justicia de Dios e implica que Dios ha completado nuestra salvación, y el Señor ha completado la obra de salvación para librarnos del pecado para siempre. Cuando nuestro Señor vino al mundo, aceptó nuestros pecados a través de Su bautismo para siempre, murió en la Cruz una vez, se levantó de entre los muertos y borró nuestros pecados. El Señor resucitado está ahora sentado a la derecha del trono de Dios Padre. La fe en este Dios es lo que nos salva ahora.
El Señor ha cumplido nuestra salvación perfecta y completamente sin ningún fallo. No hay nada inadecuado en la salvación de Dios. Es perfecta. No necesita nada más. Creer que el Señor nos ha salvado a través del agua y el Espíritu es creer en la justicia de Dios, y es la única salvación. Creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, en la salvación de Dios, es lo que constituye la justicia para los que creen en esta Verdad. Abraham fue aprobado como un hombre justo al creer en la Palabra de Dios, y por esta fe fue aprobado como hijo de Dios, parte de Su pueblo, y el padre bendito de la fe. Así, también nosotros podemos conseguir la justicia de Dios para siempre al creer en Jesús como nuestro Salvador, al creer que Dios vino al mundo como un Hombre, fue bautizado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, ascendió a la derecha del trono de Dios, y está vivo. Quien crea en este Evangelio de salvación cumplido con el agua y el Espíritu se ha convertido en hijo de Dios.
Está escrito: «De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más» (Juan 16, 10). La salvación ya ha sido completada. Es decir, la justicia de Dios ya se ha conseguido. Por tanto, no nos falta nada para convertirnos en personas justas al creer en Jesús. Al haber completado nuestra salvación, nuestro Señor ascendió a los Cielos y ahora está sentado en la derecha del Padre. Nuestro Señor nos ha hecho personas justas. Esto es lo que nuestro Señor quiso decir cuando dijo: «De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más» (Juan 16, 10).
En tercer lugar, el Espíritu Santo habla del juicio: «Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Juan 16, 11). El príncipe del mundo es el Diablo. Es el ángel caído y arrogante que se levanta contra Dios, cuyo nombre es Satanás, el Diablo. Jesucristo le juzgó cuando vino al mundo. A través del Sumo Sacerdote, Juan el Bautista, Jesús aceptó todos los pecados del mundo en el río Jordán y después Jesús fue condenado en la Cruz. Y cuando Jesucristo fue condenado, juzgó al príncipe de este mundo.
Ya no somos pecadores
Satanás tentó a Adán y Eva y les hizo caer en el pecado. Al llevarles al pecado, el Diablo se convirtió en el príncipe del mundo. Fue el príncipe y rey del mundo secular. Todos los seres humanos se convirtieron en súbditos del Diablo y tuvieron que obedecerle. Satanás reinó sobre la raza humana.
Sin embargo, cuando nuestro Señor vino a este mundo, aceptó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado, y entregó Su cuerpo y fue crucificado. De esta manera Jesús crucificó los pecados de la humanidad. Al haber cargado con todos nuestros pecados en Su cuerpo, nuestro Señor entregó Su cuerpo a los soldados romanos para que le crucificaran. Fue castigado por los pecados de la humanidad al derramar Su sangre al tiempo en que cargaba con todos los pecados del mundo en Su cuerpo. Entonces Satanás no pudo seguir sometiendo a la raza humana.
Los seres humanos ya no son pecadores. Ya no están condenados ni destinados al infierno. Ya no hay condena para los seres humanos. Esto significa que hemos sido restaurados a nuestra inocencia original. Cuando Dios creó al hombre, lo creó a Su imagen, y ahora el hombre ha sido restaurado a ese estado original. En realidad, el cambio ha sido aún mejor, ya que los seres humanos han sido elevados a la condición de hijos de Dios y seres inmortales que no serán destruidos.
Satanás fue juzgado en el momento en que Jesús fue condenado en la Cruz. El Diablo ya no es el príncipe de este mundo ni su maestro. Ahora Jesucristo es el Rey de este mundo y del Reino de los Cielos. Jesús recuperó toda la autoridad de la tierra y el Cielo cuando vino a este mundo. Y se convirtió en Rey de reyes. Al haber cumplido toda la salvación, Jesús ascendió al Cielo y nos envió al Espíritu Santo en Su lugar.
El Espíritu de la Verdad ha venido a nosotros
Está escrito: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16, 13). El Señor dijo aquí que cuando el Espíritu de verdad viene, nos guía a toda la verdad. El Espíritu Santo, el Consejero, ha venido a los corazones de todos los que han recibido la remisión de los pecados al creer en Jesucristo. ¿Dónde nos lleva este Espíritu? Nos guía a toda la verdad. Dicho de otra manera, nos guía a todo lo que es cierto y verdadero. Esto significa que el Espíritu Santo nos enseña quién es Dios, cómo podemos vivir una vida recta, y qué es la Verdad. El Espíritu Santo es quien nos enseña todas estas cosas.
Jesucristo es nuestro Salvador, y Dios, el Espíritu, es nuestro Consejero, quien nos ayuda. El Espíritu Santo nos despierta de nuestra ignorancia y nos enseña todo, desde quién es Jesucristo hasta cómo nos ha salvado, y quién es Su Padre. Así que, como El Espíritu Santo está con nosotros, nos guía a toda la Verdad, nos enseña y elimina todo lo que no es cierto de nuestros corazones. Por tanto, los que tienen al Espíritu Santo en sus corazones, no escuchan nada que no sea cierto. No pueden tolerar escuchar nada que sea falso, ya que les resulta repulsivo. Pueden distinguir la Verdad de las mentiras porque el Espíritu Santo les enseña.
La Biblia dice que Dios, el Espíritu, «hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16, 13). Nuestro Señor hizo que Su Palabra fuera escrita a través del Espíritu Santo. Esta Palabra fue escrita por la inspiración de Dios, el Espíritu Santo. Y hoy, cuando ustedes leen o escuchan esta Palabra, el Espíritu Santo en sus corazones les enseña esta Palabra, para que puedan en tender lo que la Palabra les está diciendo hoy. Dios, el Espíritu Santo, les habla acerca de la fe en ese momento. No todo el mundo lo sabe, pero cuando leo la Biblia en mis sermones, el Espíritu Santo me dice claramente lo que quiere que les enseñe en mis sermones. En otras palabras, el Espíritu Santo en mí interpreta esta Palabra por ustedes. Por tanto, el Espíritu Santo no habla por Su cuenta, sino que habla según la Palabra escrita. El que diga lo que escucha (Juan 16, 13) significa que habla según la Palabra escrita.
Dios, el Espíritu Santo, nos aprueba cuando creemos en esta Palabra escrita tal y como es, y nos sella como personas justas. Creo que cuando Jesús fue bautizado todos mis pecados se le pasaron a Jesús en ese momento. Creo que Jesús fue condenado en la Cruz en mi lugar. Creo que cargó con todos los pecados del mundo por mí y fue condenado por todo el mundo. Cuando creemos en la Palabra de Dios de esta manera, el Espíritu Santo dentro de nosotros nos sella con Su aprobación y nos asegura nuestra salvación. Por eso Jesús llamó al Espíritu Santo nuestro Consejero.
Dios, el Espíritu Santo, nunca habla por Su propia cuenta. El Espíritu Santo nos habla según lo que está escrito en la Palabra de Dios, nos convence del pecado, nos salva, nos da la confirmación de nuestra salvación, nos enseña la justicia y el juicio y nos reprende y elogia. Así, Dios, el Espíritu Santo, tiene una función muy importante. Esta era actual es la era del Espíritu Santo.
Si alguien simplemente reconoce la Palabra de Dios tal y como es, el Espíritu Santo entrará en esa persona y la sellará con Su aprobación. Por eso la gente cree en Dios. Por eso se llaman personas justas. Y por eso están convencidos de que entrarán en el Cielo. Esto nunca se consigue con nuestra voluntad o sabiduría humanas. Esto viene por la seguridad de Dios, el Espíritu Santo, Su sabiduría y Su voluntad. Dios, el Espíritu Santo, nos dice: «Habéis sido salvados». Nos lo asegura. Nos dice: «Habéis sido salvados de verdad». De esta manera, Dios, el Espíritu Santo, nos ayuda. Por tanto, debemos creer en el Espíritu Santo y en toda la Palabra de Dios escrita.
Dios, el Espíritu Santo, escribió sobre Jesucristo. El Espíritu Santo dice que este Jesús nos ha salvado de todos los pecados a través del agua y la sangre, a través de Su carne y Su sangre. El Señor nos ha salvado, no solo por la sangre, ni tampoco por el agua solo, sino por el agua, la sangre y el Espíritu Santo, y estos tres son uno (1 Juan 5, 7). Todos han salido de uno. Así que es absolutamente importante creer en la Palabra escrita tal y como es.
Tener el criterio de salvación de La Biblia es absolutamente importante. Probablemente no se dan cuenta de lo importante que es que la fe salga solamente de la Palabra de las Escrituras. Si alguien cree en Dios según su catecismo doctrinal, en vez de la Palabra de Dios, será arrojado al infierno. Lo que convence a estas personas de la salvación no es el Espíritu Santo, sino las denominaciones humanas. El resultado final para las personas que creen en su salvación por sus denominaciones es el infierno. Lo que convence a estas personas de la salvación no es el Espíritu Santo, sino las denominaciones humanas. El resultado final es que estas personas irán al infierno. Solo los que tienen seguridad en su salvación por el Espíritu Santo irán al cielo. El Cielo está reservado solamente para los que han sido aprobados por el Espíritu Santo.
¿A quién aprueba el Espíritu Santo entonces? Aprueba a los que creen en la Palabra de Dios tal y como es. Por eso debemos creer en Jesús según la Palabra escrita. Entonces podremos ser aprobados por Dios, el Espíritu Santo, y ser guiados a la Verdad por Él. Los que permanecen en la Verdad porque tienen al Espíritu Santo, encontrarán libertad para sus almas y vivirán más felices que reyes y príncipes.
La Biblia dice acerca del Espíritu Santo: «Os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16, 13). El Espíritu Santo nos dice las tribulaciones que sufriremos en el futuro y la gloria que recibiremos, según la Palabra escrita. Aunque pasaremos por tribulaciones, también recibiremos gloria. Las tribulaciones que suframos en este mundo no se pueden comparar con la gloria infinita que disfrutaremos en el futuro.
¿Entienden este universo completamente? El hombre nunca podrá comprender el universo completamente. Este universo es infinitamente grande. Nadie ha visto su fin, y nadie lo verá. Como el universo es tan enorme, solo podemos ver una porción con nuestros ojos. No solo es imposible medir el universo, sino que además nuestra mente no puede entenderlo completamente. De la misma manera no podemos entender completamente la gloria que nos espera.
Nuestro sufrimiento no tiene comparación con la gloria que disfrutaremos para siempre en el Reino de Dios
Sufriremos mucho en los últimos días. Pero este sufrimiento no se puede comparar con la gloria que tendremos. Nuestro sufrimiento es temporal, pero la gloria que disfrutaremos es eterna. Dios, el Espíritu Santo, nos enseña el futuro.
Cuando los justos sufren de verdad, su fe se solidifica aún más gracias a la Palabra de Dios grabada en sus corazones. Por contraste, los que no tienen fe en la Palabra de Dios escrita tal y como es, y creen según sus circunstancias, situaciones y pensamientos, no dejarán de tener fe completamente cuando llegue el sufrimiento. Por tanto, debemos creer en la Palabra de Dios ahora, en este momento, tal y como es.
Todo predicador debe hablar solamente de la Palabra de Dios. En otras palabras, los predicadores deben hablar solamente de la Palabra de Dios y no de sus denominaciones y pensamientos. Un buen sermón consiste en explicar la Palabra de Dios guiado por el Espíritu Santo que vive en el corazón y la mente.
Nosotros ascenderemos al Reino de los Cielos y disfrutaremos de una gloria infinita. Esto se debe a que podemos recibir la gloria de Dios, porque hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu según la Palabra escrita de Dios. Esta Verdad de salvación es así de valiosa. El Espíritu Santo es nuestro Consejero, que nos enseña todas estas cosas. El Espíritu Santo está siempre con los nacidos de nuevo. A través del Espíritu Santo, que está con nosotros en todo momento, podemos ver la Palabra de Dios. ¿Creen en esto, queridos hermanos?
Predicar la Palabra de Dios no se trata de dar un sermón, sino que es diferente a cualquier lección o hipótesis del mundo presentada en un manuscrito preparado con antelación. Un buen sermón habla de la Palabra de Dios. Es el Dios Todopoderoso hablando a través de Sus siervos. Así que cuando escuchamos la Palabra de Dios siendo predicada, o cuando adoramos a Dios, debemos dejar de lado nuestra propia voluntad y pensamientos como ramas inútiles, someternos a Dios y escuchar la Palabra con nuestros corazones.
Nuestro Señor dijo: «Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Juan 16, 15). Jesús habló sobre el Cielo, y habló de las tribulaciones con las que nos encontraríamos, y también nos dijo que, aunque sufriésemos, disfrutaríamos de la gloria más tarde.
Jesús tuvo que ser bautizado, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos
Todo lo que pertenece al Padre, también pertenece a Jesús. Por eso quien cree en Jesús es salvado por Dios Padre. Los que son recompensados por Jesús, son recompensados por el Padre. Lo que Jesús dijo es lo que Dios Padre nos dijo. Nuestro Señor nos ha mostrado el sufrimiento que recibió en el mundo, y nos mostró que resucitó tres días después de Su muerte en la Cruz. Nos hizo saber de antemano que resucitaría después de sufrir y morir. Jesús les dijo a Sus discípulos todo lo que ocurriría en el futuro, y también a nosotros, los que creemos, a todo el mundo e incluso al Diablo.
Cuando Jesús les dijo a Sus discípulos que se tenía que marchar, se quedaron sorprendidos al principio. Así que le preguntaron: «¿Adónde vas?». Jesús entonces les contestó: «Me voy a Mi Padre. Pero estáis tristes. Cuando una mujer va a dar a luz, siente mucho dolor, pero cuando da a luz, recibe mucho gozo. Por eso, vosotros estaréis tristes durante algún tiempo mientras no esté aquí, pero os enviaré al Consejero, el Espíritu Santo. Cuando os envíe al Espíritu Santo, Su ayuda os dará mucho gozo. Vuestra salvación estará completa. Vuestra vida eterna estará completa. Y seréis hijos de Dios. Como he aceptado todos los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, ahora tengo que morir en la Cruz. Debo morir y resucitar y debo ascender al Padre de la misma manera en que llegué aquí».
Antes de Su muerte, antes de su resurrección y antes de Su ascensión al Cielo para sentarse a la derecha del trono de Dios Padre, nuestro Señor les dijo todo a Sus discípulos: acerca del pecado, la justicia, el juicio, la tribulación de los últimos días, y la gloria que les esperaba a los discípulos. Como si estuviese dejando Su testamento, Jesús les explicó todo lo que pasaría en el futuro. Dijo que, aunque estaríamos tristes durante algún tiempo, nuestros corazones se regocijarían como una mujer que da a luz, que aunque sufre en su cuerpo, se olvida de todo el dolor cuando da a luz a su hijo.
Nuestros hermanos y hermanas que no han tenido hijos seguramente no sabrán lo que este pasaje significa. Les voy a dar otro ejemplo. Digamos que tienen un problema muy grave, y que es imposible de resolver. Pero este problema tiene que resolverse. Es un problema muy complejo que les arruinará si no se resuelve, pero que les dará una gran recompensa si lo resuelven. Así que han estado muy preocupados por este problema, pero un día se resuelve de repente. Pueden imaginarse lo contentos que estarían si esto ocurriese. La gloria que se recibe después de superar el fin de los tiempos es enorme.
Cuando Jesús vino a este mundo a salvarnos, tuvo que volver a Dios Padre para salvarnos completamente. Al aceptar los pecados del mundo a través de Su bautismo, Jesús tuvo que morir en la Cruz, levantarse de entre los muertos al tercer día, y volver al Padre. Esto no fue fácil. Jesús sufrió mucho dolor. Jesús les explicó a Sus discípulos, que le habían seguido todo el tiempo, por qué tenía que sufrir tanto.
«Cuando me vaya, os enviaré al Espíritu Santo. Les enviaré al Consejero. Os enviaré al Espíritu de Verdad. Como creéis en Mí, os enviaré al Espíritu Santo para que os ayude, para que vuestra fe sea más fuerte y el Espíritu les ponga Su sello. Cuando Él venga, convencerá al mundo del pecado, de la justicia y del juicio. Convencerá al mundo del pecado porque la gente no cree en Mí. Quien no crea que he salvado a todo el mundo a través del agua, la sangre y el Espíritu tiene todos sus pecados intactos en su corazón y por tanto tendrá que pagar el precio del pecado. No creer que Dios vino al mundo encarnado en un Hombre por vosotros, y que fue bautizado, murió en la Cruz, y se levantó de entre los muertos, es pecado. No creer en Mí es el pecado que lleva al infierno».
«El Espíritu convencerá al mundo de la justicia porque he completado vuestra salvación perfectamente. Y ahora iré a Mi Padre. No tienen nada de lo que preocuparse. Creed en Mí. Yo juzgaré al príncipe de este mundo. Yo venceré al Diablo que ha sometido este mundo y lo ha gobernado como su príncipe. Como seré condenado en la Cruz, el Diablo que os tormenta ahora no será vuestro príncipe nunca más. Ya no podrá atormentaros. Ahora Yo soy vuestro Maestro».
Jesús dijo esto. Sus discípulos estaban confusos en aquel momento, ya que no podían entender lo que Jesús les estaba diciendo. Sin embargo, cuando Jesús fue crucificado y resucitado, el Espíritu Santo descendió sobre ellos como Jesús había prometido, y pudieron entender lo que Jesús quiso decir. Se dieron cuenta de que Jesús tenía razón todo el tiempo. Después, los discípulos de Jesús dieron testimonio del Evangelio guiados por el Espíritu Santo que estaba en ellos. Nosotros también debemos darnos cuenta de lo que nuestro Señor nos dijo en Juan 16.
Si superamos el fin de los tiempos al confiar en Jesús, veremos un mundo mejor
En el final de los tiempos, la gente de este mundo nos perseguirá y se complacerá en matarnos, pensando que está haciendo la voluntad de Dios. Estas personas dirán: «Purgar a estas personas de la faz de la tierra es servir a Dios con lealtad. Dios estará contento si los matamos». La Biblia dice que lo harán porque no conocen a Jesús ni a Dios Padre. Llegará la hora en que las naciones se unirán, y todas las religiones serán una y toda la raza humana estará unida. Habrá un tipo de personas que no se unirá con el resto del mundo, y estas personas serán las justas. La gente del mundo perseguirá y ejecutará a los justos.
Mis queridos hermanos, les pido de todo corazón que recuerden la Palabra de Dios cuando nos ejecuten. No hay nada que temer. Ya seamos martirizados o tomados por el Señor en las nubes, todo lo que tenemos que hacer es hacer Su obra hasta el final para ir al Señor. Podemos pasar por cualquier sufrimiento al creer de todo corazón que el Reino de los Cielos está esperándonos después de ser martirizados o de ser tomados por el Señor en las nubes cuando vuelva a por nosotros. Debemos recordar la Palabra que nos promete que nos espera un paraíso en este mundo para disfrutar de toda la gloria y el esplendor. Cuando llegue ese día, debemos recordar esta Palabra que estamos escuchando ahora. Y no debemos tener miedo. Pase lo que pase debemos tener fe.
El Apóstol Pablo dijo: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8, 18). Debemos seguir adelante por fe. Debemos vivir solamente por fe. No somos pecadores destinados al fuego del infierno. Somos justos. Los justos son los que entrarán en el paraíso donde está Jesucristo, y vivirán eternamente felices con el Señor. Debemos vivir por fe porque somos los justos. Debemos creer en la Palabra de Dios en todo momento. Hoy y mañana y siempre debemos meditar sobre el Evangelio del agua y el Espíritu, vivir por fe hasta el último día y ver un mundo mejor ese día.
¡Que las bendiciones abundantes de Dios estén siempre con ustedes!