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Tema 26: Levítico

[26-14] El sacrificio del Día de la Expiación en el Antiguo Testamento (Levítico 16:6-22)

El sacrificio del Día de la Expiación en el Antiguo Testamento(Levítico 16:6-22)
“Haced esto: tomaos incensarios, Coré y todo su séquito, y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo; esto os baste, hijos de Leví. Dijo más Moisés a Coré: Oíd ahora, hijos de Leví: ¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles, y que te hizo acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio? Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová; pues Aarón, ¿qué es, para que contra él murmuréis? Y envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos. Entonces Moisés se enojó en gran manera, y dijo a Jehová: No mires a su ofrenda; ni aun un asno he tomado de ellos, ni a ninguno de ellos he hecho mal. Después dijo Moisés a Coré: Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario. Y tomó cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, y echaron en ellos incienso, y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y Aarón. Ya Coré había hecho juntar contra ellos toda la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión; entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación. Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros, y dijeron: Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?”
 

Hoy me gustaría compartir con ustedes la Verdad de la remisión de los pecados mostrada el Día de la Expiación como se describe en el Libro de Levítico. El Día de la Expiación caía en el décimo día del séptimo mes del calendario judío. Está escrito en Levítico 16:29-34: “Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si ellos al ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación. Y todo Israel, los que estaban en derredor de ellos, huyeron al grito de ellos; porque decían: No nos trague también la tierra”.
Este era el día en que el pueblo de Israel era redimido de sus pecados. Este día, para lavar los pecados del pueblo de Israel, el sumo sacerdote tenía que ofrecer un sacrificio por sí mismo y por su familia primero. Esto era necesario porque el sumo sacerdote solo podía cumplir su papel y eliminar los pecados del pueblo de Israel si sus pecados eran eliminados. A través del Día de la Expiación, Dios no solo eliminó los pecados de los israelitas, sino que también prometió el don especial de la salvación a toda la raza humana. 
De entre las doce tribus de Israel, Aarón y Moisés pertenecían a la tribu de Leví. Aarón y los levitas eran responsables de realizar los sacrificios en el Tabernáculo de la Reunión y tenían que recolectar impuestos, cortar y preparar la leña, sacar agua, cortar a los animales del sacrificio en trozos y quemarlos. Su único deber era ofrecer sacrificios a Dios para eliminar los pecados de la gente. El Día de la Expiación establecido por Dios era el día en que los sumos sacerdotes tenían que pasar los pecados del pueblo de Israel a los animales vivos y eliminarlos mediante la imposición de manos sobre la cabeza. 
En el Día de la Expiación, Aarón primero ponía las manos sobre la cabeza de un toro para pasar todos sus pecados y los de su familia al toro. Después de esto, Aarón tomaba dos cabras para el pueblo de Israel, como está escrito: “Y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo; esto os baste, hijos de Leví. Dijo más Moisés a Coré: Oíd ahora, hijos de Leví” (Levítico 16: 7-8). Como se indica en este pasaje, había dos animales para sacrificar como ofrenda del Día de la Expiación. Uno de los animales era ofrecido al Señor Dios, mientras que el otro era ofrecido por la gente. 
Para resumir, para que toda la nación de Israel recibiese la remisión de los pecados el Día de la Expiación, Aarón tenía que recibir primero la remisión de los pecados por él y los levitas al pasárselos a un toro. Después de esto tenía que llevar dos cabras para el pueblo de Israel: una de ellas era para Dios y la otra para el pueblo. Este sacrificio del Día de la Expiación era ofrecido para limpiar los pecados del pueblo de Israel. ¿Por qué especificó Dios que se necesitaban dos ofrendas para el Día de la Expiación? Lo hizo para mostrar al pueblo de Israel que todos sus pecados eran pasados a las cabras del sacrificio. Esto se demostraba mediante el uso de un chivo expiatorio vivo, el segundo animal ofrecido el Día de la Expiación. 
 


El sacrificio del Día de la Expiación 

 
El Día de la Expiación el sumo sacerdote tenía que ofrecer dos sacrificios por el pueblo de Israel: una cabra, cuya sangre era ofrecida dentro del Lugar Santo, tenía que morir, mientras que la otra cabra iba al desierto. En ambos casos, el sumo sacerdote pasaba las iniquidades y pecados de los hijos de Israel a las cabras mediante la imposición de manos sobre la cabeza sin excepción. 
Pasemos a Levítico 16:15-20: “Entonces Moisés se enojó en gran manera, y dijo a Jehová: No mires a su ofrenda; ni aun un asno he tomado de ellos, ni a ninguno de ellos he hecho mal. Después dijo Moisés a Coré: Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario. Y tomó cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, y echaron en ellos incienso, y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y Aarón. Ya Coré había hecho juntar contra ellos toda la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión; entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación. Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo”.
Ese día, después de pasar los pecados del pueblo de Israel a la cabra del sacrificio, el sumo sacerdote tenía que sacarle la sangre y llevar esta sangre al Lugar Santísimo donde se encontraba el propiciatorio. Ahí era donde vivía Dios dentro del Tabernáculo y este lugar estaba encima del propiciatorio del Arca del Testimonio dentro del Lugar Santísimo. Este lugar era el propiciatorio del Arca. La Casa de Dios estaba dividida en el lugar Santo y el lugar Santísimo. En el Lugar Santo estaba la mesa del pan, el altar del incienso con cuatro cuernos y siete lámparas. Antes de llevar la sangre del sacrificio al Lugar Santísimo, el sumo sacerdote tenía que encender el altar del incienso. 
Todas estas cosas nos enseñan que la remisión de todos los pecados solo se cumple si hay muerte como condena por ellos. Espiritualmente hablando, el altar del incienso se refiere a la condena de los pecados y a las oraciones. El Lugar Santísimo era un lugar donde solo el sumo sacerdote podía entrar. Y cuando el sumo sacerdote entraba primero tenía que pasar todos los pecados del mundo al sacrificio mediante la imposición de manos sobre su cabeza, cortarle el cuello y sacarle la sangre para llevársela a Dios. Nos enseña que solo podíamos orar a Dios después de que nuestros pecados fuesen condenados. 
Las campanillas de los bordes del manto del Sumo 
Sacerdote
Había campanillas de oro en los bordes del manto del sumo sacerdote. Estas campanillas sonaban cuando el sumo sacerdote esparcía la sangre del sacrificio en el propiciatorio. Y el pueblo que estaba fuera del Santuario escuchaba ese sonido. Al escuchar las campanas sonando, el pueblo que estaba fuera del Santuario podía darse cuenta de que el sacrificio del Día de la Expiación había terminado, aunque solo no pudiesen ver con sus ojos lo que el sumo sacerdote estaba haciendo dentro del Lugar Santísimo. De esta manera, el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio del pecado dentro del Lugar Santísimo para sí mismo, su casa y toda la asamblea de Israel. 
Lo que debemos darnos cuenta aquí es el hecho de que, el Día de la Expiación, el sumo sacerdote pasaba los pecados del pueblo de Israel al animal del sacrificio mediante la imposición de manos. A través de la imposición de manos los pecados de Israel eran pasados al sacrificio animal. Cuando pasamos al capítulo uno de Levítico, vemos que las Escrituras dicen: “Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya” (Levítico 1:4). Y las Escrituras también dicen que el sumo sacerdote rociaba la sangre sobre todos los instrumentos del Lugar Santo y el Lugar Santísimo y así los limpiaba. 
 


El derramamiento de sangre por la remisión de los pecados

 
Hebreos 9:22 dice: “Y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Por eso el sumo sacerdote roció la sangre del sacrificio siete veces sobre el propiciatorio ante Dios, donde Dios concedía Su gracia. La sangre del sacrificio era rociada por todo el Arca del Testimonio que estaba en el Lugar Santísimo. Las Escrituras dicen que, debajo del Altar de los Holocaustos situado en la corte exterior del Santuario, la sangre fluía como un río. La sangre fluía como un río porque el pueblo de Israel cometía muchos pecados y tenía que sacrificar a muchos animales por sus pecados. ¿Pueden imaginar cuántos animales habían muerto allí? 
Para que el pueblo de Israel recibiese la remisión de los pecados de Dios, todos los instrumentos del Santuario tenían que limpiarse primero, el sumo sacerdote tenía que estar limpio y esto requería un sacrificio animal. Este animal tenía que aceptar todos los pecados del pueblo de Israel para que recibiese la remisión de los pecados y Aarón y su casa tenían que estar limpios. ¿Cómo se limpiaban? Mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal del sacrificio, como una cabra, un toro o corderos, y después mediante el derramamiento de su sangre. 
El pueblo de Israel tenía prohibido mirar dentro del Lugar Santísimo y tampoco podía hacerlo ya que el Santuario estaba vallado y cubierto de pieles de animales. Sin embargo, como había campanillas en los bordes del manto del sumo sacerdote, cuando escuchaba el sonido de las campanillas sonar, podía saber lo que estaba pasando dentro del Lugar Santísimo. A través del sacrificio del Día de la Expiación ofrecido por Aarón, el sumo sacerdote, su casa, sus hijos y el pueblo de Israel recibía la remisión de los pecados, y quien creía en este sacrificio también la recibía. Sin embargo, todavía quedaba una pregunta: ¿cómo podía el pueblo de Israel, que estaba fuera del Santuario y no podía entrar, confirmar que había sido redimido de todos los pecados cometidos por sus debilidades y fallos que también están escritos en las tablas de sus corazones? 
El décimo día del séptimo mes, que era el Día de la Expiación, era el día en el que el pueblo de Israel recibía la remisión de los pecados sin excepción. Los sacrificios del Antiguo Testamento nos enseñan que, en la era del Nuevo Testamento, el Señor Jesús cargó con todos los pecados del mundo para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y redimirlos derramando Su sangre, dejando a todo el mundo sin ningún pecado. Dios no eliminó solamente los pecados de algunas personas y dejó otros. El décimo día del séptimo mes Dios redimió todos los pecados del pueblo de Israel al 100%, sin excepción. Esto significaba que el pecado había desaparecido de la asamblea de Israel como nación. Ese día Dios eliminaba todos los pecados de los israelitas a través del sacrificio animal, quisiesen o no. El hecho de que Dios redimió todos los pecados del pueblo de Israel cuando se ofrecía el sacrificio del Día de la Expiación el décimo día del séptimo mes es la prueba de que Jesús ha redimido todos los pecados de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su propia sangre. 
Es absolutamente importante que todos nos demos cuenta de que Jesús cargó con todos los pecados del mundo cuando fue bautizado por Juan el Bautista, y que ha eliminado estos pecados al derramar Su sangre. Pero ¿estábamos allí cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista? No, por supuesto que no. ¿Ha entrado alguien en el Tabernáculo del Antiguo Testamento? No, ninguno de nosotros ha entrado en el Santuario. Después de todo, ¿cómo podríamos, como gentiles, entrar en el Santuario cuando ni siquiera el pueblo de Israel podía? Entonces, ¿podemos saber y creer que Jesucristo se ha convertido en nuestro Salvador? Sabemos y creemos esto gracias al bautismo a través del cual el Señor cargó con nuestros pecados para siempre, incluyendo la sangre que derramó en la Cruz. La prueba de esta salvación viene del bautismo de Jesús y la sangre del sacrificio que derramó como nuestro chivo expiatorio. 
La palabra chivo expiatorio significa convertirse y abandonar. ¿Qué se abandonaba el Día de la Expiación? Una cabra pura tenía que entregarse, como está escrito: “Y cuando termine la expiación del Lugar Santo, el tabernáculo de reunión y el altar, traerá el macho cabrío”. Esta era la profecía de Jesucristo, quien vendría por el agua y la sangre en la era del Nuevo Testamento. Dicho de otra manera, en las profecías, Jesús eliminaría todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista y así pudo derramar Su sangre en la Cruz. 
Está escrito en Levítico 16, 21-22: “Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto”.
 


El significado espiritual de la cabra del sacrificio 

 
Hablando espiritualmente, la cabra del sacrificio aquí se refiere a Jesús. Donde las Escrituras dicen: “Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo”, el macho cabrío aquí se refiere a Jesucristo en el Nuevo Testamento, enseñándonos que el Salvador sería bautizado por Juan el Bautista y derramaría Su sangre en la Cruz.
Pasemos a Hebreos 9:9-12: “Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas. Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.
En el Antiguo Testamento, Aarón, el sumo sacerdote, estaba a cargo de todos los sacerdotes. Cuando sus hijos cumplieron los 30 años, pudieron sustituirle en su ministerio de sumo sacerdote. Las Escrituras dicen que, en el Antiguo Testamento, Aarón ponía las manos sobre la cabeza de la cabra. ¿Por qué ponía Aarón las manos sobre la cabeza del sacrificio? Para pasarle los pecados de su pueblo. Está escrito que Aarón confesaba todas las iniquidades del pueblo de Israel y todas sus transgresiones y ponía todos estos pecados sobre la cabeza de la cabra de esta manera. En ese momento los pecados de los israelitas eran pasados al sacrificio a través de la imposición de manos de Aarón. 
Esta cabra, cargando con los pecados del pueblo de Israel, era abandonada en el desierto para morir allí. Espiritualmente hablando, ¿a qué se refiere este sacrificio animal? Se refiere a Jesucristo, nuestro Señor. Cuando Jesús vino a este mundo cargó con los pecados de todos para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista, fue arrastrado fuera de Jerusalén hasta Gólgota y derramó Su sangre en la Cruz hasta morir. De la misma manera en que la cabra del Día de la Expiación aceptaba todos los pecados del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y se convertía en pecado por ellos, Jesús aceptó todos los pecados de Su pueblo para siempre al ser bautizado. Por eso las Escrituras dicen que Jesucristo se ha convertido en el Salvador al entregar Su cuerpo, al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre, en vez de utilizar la sangre de cabras y becerros en el Antiguo Testamento. 
Esto se hizo para cumplir la Palabra prometida en el Antiguo Testamento. A través del bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, un descendiente directo de Aarón pudo cargar con todos los pecados del mundo. Juan el Bautista nació en este mundo seis meses antes de que Jesús naciese. Nació de Zacarías e Isabel, ambos descendientes de Aarón. Nacido en la casa del sumo sacerdote seis meses antes que Jesús, Juan el Bautista fue declarado el mayor hombre nacido de mujer por Dios y pasó los pecados del mundo a Jesús al bautizarle. Como el animal del sacrificio del Antiguo Testamento, Jesús aceptó todos los pecados del mundo sobre Su cuerpo completamente y se ofreció a Sí mismo a Dios Padre; y al hacerlo eliminó los pecados de todo el mundo y así ha salvado perfectamente de sus pecados a todo el mundo en estos tiempos cuando creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. 
Como Cordero de Dios, Jesús, cargó con todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista, y fue condenado por estos pecados al morir en la Cruz en nuestro lugar, aunque ninguno de nosotros viésemos esto con nuestros ojos. Así es cómo Jesús hizo que fuese posible que todos fuésemos librados de nuestros pecados. Dicho de otra manera, el significado espiritual del Día de la Expiación se encuentra en el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz. 
Ahora, en estos tiempos del Nuevo Testamento, el sacrificio del Día de la Expiación se ofrece espiritualmente por fe, a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Jesucristo, nuestro Salvador, aceptó todos los pecados del mundo para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y al ofrecer Su propio cuerpo a Dios Padre, salvó a Su pueblo. Al ser bautizado por Juan el Bautista Jesús aceptó todos los pecados de todo el mundo para siempre. Para ofrecer Su cuerpo sin pecados y sin mancha a Dios Padre, como nuestro sacrificio, Jesucristo recibió Su bautismo de Juan el Bautista y derramó Su sangre; y así ha hecho posible que todo el que cree en la justicia de Dios reciba la remisión de los pecados. De esta manera, el bautismo de Jesucristo y el derramamiento de sangre nos han permitido a los creyentes de la justicia de Dios recibir la perfecta remisión de los pecados. 
Jesús no tiene pecados. Nunca cometió ningún pecado. Pero aun así aceptó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista para salvarnos de todos nuestros pecados y obedecer la voluntad de Dios Padre. Era la voluntad de Dios Padre sacrificar a Su Hijo para salvar a todo el mundo de sus pecados. En obediencia a esta voluntad de Dios Padre Jesús aceptó todos nuestros pecados sobre Su cuerpo al ser bautizado y derramó Su sangre en la Cruz en nuestro lugar. En resumen, el Señor hizo posible que recibiésemos la remisión de los pecados de Dios si creemos en Su justicia. 
Al creer en la justicia de Jesucristo, el Sumo Sacerdote puro y sin mancha del Reino de los Cielos, podemos ser salvados y redimidos de todos nuestros pecados. Para salvarnos de todas nuestras iniquidades Jesucristo vino a este mundo, aceptó todos nuestros pecados para siempre al ser bautizado en el río Jordán, murió en la Cruz en nuestro lugar para cargar con la condena de nuestros pecados y se levantó de entre los muertos de nuevo. La ofrenda del sacrificio que ha eliminado los pecados de la humanidad es Jesucristo y esta ofrenda no tienen mancha. Jesucristo no conoció el pecado. Se convirtió en nuestra ofrenda del sacrificio para cargar con los pecados de todos los pecadores y cargó con la condena de nuestros pecados para salvarnos. 
Por el bautismo de Jesucristo y el derramamiento de Su sangre podemos creer que es nuestro Salvador y podemos confirmarlo. Dios ha hecho posible que, quien crea en Su justicia, es decir, todos los que crean que Jesucristo aceptó todos sus pecados al ser bautizado en el río Jordán y se sacrificó en la Cruz, para que recibiesen la completa remisión de sus pecados. 
Desde la perspectiva de nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos ver claramente que todos los pecados de la gente de este mundo han sido eliminados, de la misma manera en que el pueblo de Israel recibía la remisión de sus pecados el Día de la Expiación. Es absolutamente importante que todos nos demos cuenta de esta Verdad gloriosa y creamos en ella. En el Nuevo Testamento también, todos los pecados de este mundo han desaparecido completamente gracias a Jesucristo, Su bautismo en el río Jordán, Su Cruz, Su resurrección, Su ascensión y Su retorno. Todos los pecados de todo el mundo han sido eliminados. Todos los pecados han desaparecido a los ojos de Dios. Dios ya no nos acusa de nuestros pecados. Por el contrario, nos está diciendo: “Recibid la remisión de los pecados al creer en Jesucristo, en el sacrificio de la redención que Mi Hijo hizo para eliminar vuestros pecados. He eliminado todos vuestros pecados. Soy el Dios del amor. No sois vosotros los que me amasteis primero, sino que Yo os amé primero a vosotros”. 
Todo el que cree en la justicia de Dios está sin pecados. El Diablo está intentando esconder la Verdad para que la gente no sepa que nuestro Señor Jesús ha borrado todos los pecados del mundo. Así que, cualquier persona en este mundo puede estar sin pecados si cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. Sin embargo, el problema es que mucha gente no tiene esta disposición. 
Somos los sacerdotes a los ojos de Dios y por eso debemos pasar todos nuestros pecados a través de nuestra fe en la justicia de Dios y creer que Jesucristo cargó con todos nuestros pecados a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, por muchos pecados que tengamos. Y debemos creer y predicar que Jesucristo tomó todos los pecados del mundo. Gracias a la justicia de Dios, todo el mundo está sin pecados. ¿Y ustedes? ¿Tienen pecados en sus corazones? No tenemos más pecados. Todos nuestros pecados fueron pasados a Jesucristo a través de Su bautismo. 
También es muy importante que los que creen en la justicia de Dios se den cuenta de que nadie en este mundo tiene pecados en sus corazones, incluso los que no creen. Pero la gente no lo sabe. Cuando sabemos esto claramente podemos dar testimonio del Evangelio correctamente. No solo estamos sin pecados como justos, sino que todo el mundo está sin pecados, incluyendo nuestras familias y los que todavía tienen que venir a nosotros. En Cristo nadie puede tener ningún pecado. Así, cuando estamos completamente convencidos de que no hay pecados en los creyentes, podemos predicar el Evangelio con confianza. Y podemos establecer la Iglesia de Dios por fe. Si no tenemos esta fe, no podemos predicar el Evangelio. 
Esto es cierto. Es la verdad. El Señor dijo que la verdad nos haría libres. Le doy gracias a nuestro Señor por eliminar todos nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu y por erradicar todos los pecados de todas las personas, todos los pecados de todo el mundo y todos los pecados de nuestros hermanos y hermanas.