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Tema 17: La relacion entre el ministerio de Jesus y el de Juan el Bautista

[Capítulo 17-2] Juan el Bautista no fue un fracaso (Mateo 11, 1-14)

Juan el Bautista no fue un fracaso(Mateo 11, 1-14)
«Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos. Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí. Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir».
 
 

Tenemos que entender el ministerio de Juan el Bautista

 
¿Exactamente qué ministerio cumplió Juan el Bautista antes de Jesús? Muchos cristianos hoy no entienden a Juan el Bautista correctamente y por eso deben mirarle de nuevo para entenderle y apreciar su ministerio correctamente. Todos nosotros debemos conocer la relación entre el ministerio de Jesús y el de Juan el Bautista y apreciarla. Al entender correctamente esta relación, deben recibir la remisión de sus pecados por fe.
En el pasaje de las Escrituras de hoy, Jesucristo dijo a los discípulos de Juan el Bautista: «Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio».
De hecho, los ciegos que conocieron a Jesús pudieron ver, los cojos pudieron levantarse y andar, los poseídos fueron librados de sus demonios cuando se encontraron con Jesús y el Evangelio del Cielo pudo ser predicado a los pobres de espíritu.
Lo que debemos entender ante todo aquí es que el ministerio de Jesús incluye la obra de abrir los ojos a los ciegos. En estos tiempos nuestro Señor nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu, el verdadero Evangelio que abre los ojos de los pecadores que están caminando en la oscuridad.
Antes de conocer a Jesucristo, todo el mundo tenía pecados en sus corazones y era ciego ante Dios. Nosotros tampoco conocíamos la autenticidad del Evangelio del agua y el Espíritu, ni sabíamos quién era Jesús, ni tampoco conocíamos nuestros pecados y las fatales consecuencias de estos. Y no estábamos interesados en la verdadera Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, la Verdad de la salvación que Jesús nos ha dado.
Sin embargo, mucha gente ahora ha escuchado la poderosa Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y al tener fe en esta Palabra, sus ojos espirituales se han abierto y han descubierto la Verdad que les permite ser salvados de sus pecados. Los que conocen este verdadero Evangelio y creen en él ahora han descubierto la Verdad de la remisión de los pecados que no conocían antes: los ojos de la fe se han abierto y ahora han empezado a hacer la obra de Dios. Del mismo modo en que los ojos de la carne pueden ver todo lo que hay en el mundo, ahora podemos ver el mundo espiritual claramente con nuestros ojos espirituales ya que han sido abiertos por nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Así es como llegamos a comprender que el ministerio de Jesús es el ministerio para el Evangelio del agua y el Espíritu.
A cause de nuestros pecados, hemos sido ciegos y cojos espiritualmente y no podíamos ver ni el ministerio de Dios ni Su obra. En otras palabras, hemos sido pecadores que estaban condenados a ir al infierno. Sin embargo, Jesucristo vino a la tierra, fue bautizado por Juan el Bautista, derramó Su sangre en la Cruz, y así ha cumplido las obras que quitaron el pecado del mundo. Por lo tanto, quien crea en esta Verdad puede experimentar cómo todos sus pecados desaparecen. Jesucristo ha borrado todos nuestros pecados al venir al mundo, fue bautizado por Juan el Bautista y derramó Su sangre en la Cruz. Incluso ahora estas obras de Dios siguen llevándose a cabo en los corazones de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu nuestro Señor ha abierto los ojos espirituales de Sus creyentes y nos ha hecho levantarnos a los que estábamos ciegos y cojos espiritualmente.
Debemos darnos cuenta de que, si intentamos hacer la obra de Dios sin tener fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, no habrá ningún beneficio para nuestros cuerpos y espíritus. Los que todavía no han recibido la remisión de sus pecados piensan constantemente: «Debo vivir con virtud. Debo ser bueno con todo el mundo». Pero nadie es ni remotamente capaz de conseguirlo, de hacer lo que está bien y vivir con virtud.
Antes de conocer el poder del Evangelio del agua y el Espíritu, teníamos pecados en nuestros corazones y por tanto habíamos sido pecadores y como consecuencia no podíamos saber cuál era la obra justa de Dios, ni hacerla. Sin embargo, como nuestro Señor aceptó nuestros pecados en Su bautismo y como los borró todos con la sangre que derramó en la Cruz mientras cargaba con los pecados del mundo, pudimos ser salvados de estos pecados. Gracias a que Jesucristo nos ha salvado de nuestros pecados por el poder del Evangelio del agua y el Espíritu, ahora podemos vivir según la voluntad de Dios. Ahora podemos hacer que todo el mundo pruebe el poder de este verdadero Evangelio y sea salvado.
Al traer nueva vida mediante la Verdad de salvación a los que éramos cojos espirituales, Jesucristo nos ha permitido ser salvados de todos nuestros pecados y nuestras maldiciones. Lo que Jesús dijo aquí, que «los leprosos son limpiados y los sordos oyen; los muertos se levantan», también se ha cumplido en los corazones de los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Antes, como éramos pecadores, también éramos leprosos espirituales. En aquel entonces nuestros corazones tenían pecados y no podíamos ser limpiados a no ser que pusiésemos nuestra fe en el verdadero Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestro Señor también dijo que los sordos oirían. Cuando éramos pecadores, no podíamos entender la Palabra de Dios incluso cuando la escuchábamos. Pero ahora, como hemos sido revestidos del poder del Evangelio del agua y el Espíritu al tener fe en él, podemos entender la Palabra de Dios, entender su verdadero significado y creer en él de todo corazón.
Todo el mundo vive en un estado de sed y hambre espiritual. Sufren de cojera y sordera espiritual. Pero el Señor todavía les da la oportunidad de ser sanados al dejar que les prediquemos el Evangelio del agua y el Espíritu. Debemos apiadarnos de ellos. Debemos recordar que cuando no conocíamos este Evangelio de salvación, el Evangelio del agua y el Espíritu, no teníamos ninguna satisfacción, y que no podíamos vivir con los pecados de nuestros corazones. No deberíamos olvidar Su gracia y misericordia que ha convertido a los pecadores en justos.
En realidad, lo que el Señor les dijo a los discípulos de Juan el Bautista sobre los milagros que había hecho fue para hacerles saber que Jesús es el Hijo de Dios, el verdadero Salvador y el Mesías que ha de venir.
Algunos dirán que mientras Juan el Bautista estaba en la cárcel, fue tentado y dudó de que Jesús fuese el Mesías, y por eso envió a sus discípulos a Jesús. Pero esto no es cierto. ¿Quién era Juan el Bautista? El hombre más grande nacido de mujer. Era incluso mayor que cualquier otro siervo de Dios. En otras palabras, Juan el Bautista no envió a sus discípulos a Jesús para que le preguntasen: «¿Eres el que ha de venir?» porque no creyera en Él, sino que estaba intentando educar a sus discípulos para que supiesen quién era Jesús en realidad.
Juan el Bautista ya sabía y creía que Jesús era el Salvador y el Hijo de Dios: aún, es más, escuchó el testimonio de Dios Padre cuando bautizó a Jesucristo en el río Jordán (Mateo 3, 17), y también dio testimonio de Jesús. Como algunos de sus discípulos no conocían a Jesús correctamente, Juan el Bautista los envió a Jesús para enseñarles que Jesucristo es el Salvador que iba a venir. De hecho, después de que Juan el Bautista supiera que Jesucristo era el Mesías por venir, intentó dejar su ministerio y enviar a sus discípulos al Señor. Para revelar a Jesús a Israel, Juan dijo: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Juan 3, 30). Por ejemplo, Andrés, el hermano de Simón Pedro, había sido un discípulo de Juan, pero siguió a Jesús cuando escuchó a Juan dar testimonio de Jesús (Juan 1, 40).
Pero aún así los críticos de Juan el Bautista están diciendo toda clase de tonterías, aunque ni siquiera lo conozcan, y afirman: «Juan el Bautista fue un fracaso. Cayó en la tentación y no creyó en Jesús. Su fe se vino abajo cuando estaba en la cárcel».
Pero, mis queridos hermanos, ustedes no deben dudar de la fe de Juan el Bautista. Él y Jesús tenían sus funciones que cumplir juntos en la providencia de Dios Padre. Estas funciones eran las de bautizar y ser bautizado, los ministerios que cumplirían la justicia de Dios. Por eso Jesús y Juan el Bautista dieron testimonio de estos dos ministerios.
Mateo 11, 7-9 dice: «Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta».
Jesús dijo aquí: «¿A qué salisteis al desierto? ¿A ver a un profeta? Os digo que Juan el Bautista es más que un profeta». Entonces Jesús explicó a Juan el Bautista refiriéndose a Malaquías 3, 1 de las Escrituras.
Mateo 11, 10 es un pasaje que cita a Malaquías 3, 1. En él Jesús dijo: «Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti». Refiriéndose al pasaje escrito en Malaquías 3, 1, Jesús dio testimonio de que Juan el Bautista era el mensajero de Dios que fue enviado antes que Él.
¿Quién es el mensajero de Dios descrito en Malaquías 3, 1? Es Juan el Bautista. Malaquías 4, 5-6 también habla del mensajero de Malaquías 3, 1 («Envío a mi mensajero») y también se refiere a Juan el Bautista.
En Mateo 11, 11, Jesús dijo: «De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él».
¿Por qué nos dijo esto el Señor? ¿Por qué dice que Juan el Bautista es el mayor de los nacidos de mujer? Jesús nos está diciendo que Juan el Bautista era el mensajero de Dios profetizado en el Antiguo Testamento, y que es el representante de la humanidad.
Este pasaje sigue con otra frase difícil: «Pero el que es menor en el reino de los cielos es mayor que él». Muchos falsos maestros juzgan a Juan el Bautista como un fracaso por este pasaje. Dicen: «Como Juan el Bautista dudaba que Jesús fuese el Mesías, fue estimado como el menor de todos por el Señor». Pero eso es absurdo.
En realidad, lo que Jesús está diciendo aquí es que, aunque Juan el Bautista era el representante de la humanidad, espiritualmente hablando, era sólo un hombre humilde que no podía compararse con los que se habían convertido en hijos de Dios. En otras palabras, aunque Juan el Bautista era el representante de todos los seres humanos en la carne, no podía compararse con los nacidos de nuevo.
En realidad, Juan era el mayor desde un punto de vista humano. Fue educado como un nazareno y vivió una vida ascética en el desierto alimentándose de langosta y de miel silvestre. Desde el punto de vista de la justicia humana, era el hombre más grande. Pero esta justicia humana no vale de nada cuando se compara con la justicia de Dios, que se da a todo el mundo que puede entrar en Su Reino por fe. Y como los que se han convertido en la gente del Reino de los Cielos al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu han recibido la justicia de Dios, son mayores que cualquier persona que confíe en su propia justicia. Una persona puede ser representante de la humanidad en la tierra en la carne, pero es menor que los que se han convertido en el pueblo de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Por lo tanto, cuando Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». Él dijo esto porque Juan el Bautista le había bautizado y le había pasado los pecados del mundo. Por eso Juan el Bautista era el último Sumo Sacerdote y profeta del Antiguo Testamento, y su ministerio acabó cuando bautizó a Jesús y dio testimonio de Él. Jesús nos está diciendo, en otras palabras, que todo lo que hay en el Antiguo Testamento acabó con la aparición de Jesús y de Juan el Bautista, y con el ministerio del bautizo de Jesús llevado a cabo por Juan.
Dicho de otra manera, desde la época en que Juan el Bautista y Jesús vinieron al mundo, toda la justicia de Dios se cumplió. Como Jesús vino al mundo y fue bautizado por Juan, la era del Nuevo Testamento comenzó. Esta era del Nuevo Testamento es la era del Evangelio de poder, y es una era en la que cualquiera que crea en el Evangelio del agua y el Espíritu puede recibir la remisión de los pecados y convertirse en un hijo de Dios. Como la era del Antiguo Testamento duró hasta los días de Juan el Bautista, cuando Jesús vino a la tierra, tomó los pecados del mundo en Su bautismo, derramó Su sangre y limpió nuestros pecados, las puertas del Cielo se han abierto a todos los que creen en esta Verdad.
Cuando Jesús tomó todos los pecados del mundo al ser bautizado, la era del Nuevo Testamento ha empezado. Las profecías del Antiguo Testamento se cumplieron a través de Juan el Bautista y Jesucristo. Jesucristo aceptó todos los pecados del mundo de una vez al ser bautizado por Juan el Bautista, derramó Su sangre en la Cruz y así ha borrado todos los pecados del mundo. Por eso nuestro Señor dijo que desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el Reino de los Cielos sufre violencia.
Como Jesús aceptó los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista, quien crea en esta Verdad puede entrar en el Cielo por fe. Dicho de otra manera, como Juan el bautista pasó los pecados de la humanidad a Jesús a través de este bautismo, Jesús tomó los pecados de una vez. Como Juan el Bautista nació de unos descendientes de la casa de Aarón, el Sumo Sacerdote, pudo cumplir la función de pasar los pecados del mundo a Jesús como Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento.
El que cualquiera que crea en esta Verdad puede entrar en el Cielo por fe, se debe a que Juan el Bautista pasó los pecados del mundo a Jesús al bautizarlo, y como Jesús tomó estos pecados del mundo, la era de la salvación de la humanidad ha comenzado. Con este hecho histórico más relevante de la historia, la era del Antiguo Testamento terminó, y la era del Nuevo Testamento comenzó. Y Jesucristo cumplió Su ministerio como nuestro Salvador a la perfección al tomar los pecados de la humanidad mediante Su bautismo, derramar Su sangre y levantarse de entre los muertos. Por lo tanto, se ha abierto una nueva era para los que creen en el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista, época en la que el Reino de los Cielos sufre violencia.
El Reino de los Cielos no puede ser tomado por la fuerza con la fuerza de la carne. ¿Cuál es entonces el significado espiritual de este pasaje? Es el siguiente: Jesús está contándonos el misterio del Cielo, que al aceptar todos los pecados del mundo cuando Juan el Bautista le bautizó y que, al ser crucificado, derramar Su sangre y levantarse de entre los muertos, todo el mundo puede ir al Cielo al creer en este Evangelio.
Nuestro Señor dijo: «Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan». En otras palabras, las profecías del Antiguo Testamento duraron hasta los días de Juan el Bautista. Por supuesto, es más correcto decir que la era del Antiguo Testamento terminó con el nacimiento de Jesús. Pero exactamente cuando Juan el Bautista bautizó a Jesús las profecías del Antiguo Testamento se cumplieron espiritualmente.
 
 

Elías que estaba por venir era este hombre, Juan el Bautista

 
Jesús dijo en Mateo 11, 14: «Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir». Este pasaje nos dice que el mensajero de Dios del que se habla en Malaquías 3, 1 y 4, 5-6 se refiere a Juan el Bautista. Como Juan el Bautista era el representante de la humanidad, el mayor de los nacidos de mujer, esto significa que era incluso mayor que los profetas del Antiguo Testamento. Juan el Bautista era un siervo de Dios que era mayor que cualquier otro siervo de Dios, como Moisés, Elías, Jeremías, Ezequiel y Daniel.
Cuando vino al mundo cumplió la función de profeta y como representante de la humanidad cumplió la función de Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento. Como Juan el Bautista bautizó a Jesús en el río Jordán, los pecados de la humanidad se pasaron a Jesús de una vez. Todas las profecías del Antiguo Testamento se cumplieron a través del ministerio de Juan el Bautista y el ministerio de Jesús.
Por lo tanto, debemos darnos cuenta y creer que la función de Juan el Bautista era absolutamente indispensable para la obra de salvación de la humanidad. El ministerio de Juan el Bautista ayudó a Jesucristo a cumplir el Evangelio del agua y el Espíritu. Todos debemos darnos cuenta de que, al ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús cumplió las profecías del Antiguo Testamento.
En cuanto a la providencia de Dios para la salvación de la humanidad, todos debemos conocer la Verdad y creer en ella en profundidad. Lo que les estoy explicando aquí es la relación entre el ministerio de Jesús y el de Juan el Bautista. Por necesidad estos ministerios de Jesús y Juan el Bautista tuvieron que cumplir la voluntad de Dios Padre conjuntamente. Y si Juan el Bautista no hubiese dado testimonio de Jesús como el Salvador y si no hubiese pasado los pecados del mundo a Su cuerpo mediante el bautismo, Jesús no habría podido cumplir el ministerio que borró todos los pecados del mundo.
Como Juan el Bautista dio testimonio de Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» ahora podemos ser salvados de nuestros pecados si creemos en este testimonio. Así es como hemos sido limpiados de todos los pecados hoy al tener fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Podemos creer en el Evangelio completamente cuando creemos completamente en el pasaje de las Escrituras que describe quién es Juan el Bautista. Para ello debemos abrir nuestras Biblias en Malaquías 3, 1, confirmar este pasaje con nuestros ojos y creer que este mensajero de Dios no es otro que Juan el Bautista. Sólo entonces podemos predicar con confianza y explicar la función de Juan el Bautista y de Jesús cuando damos testimonio del poder del Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo.
Malaquías 3, 1 dice: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo y el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos».
¿Quién es el mensajero de este pasaje? El Señor de los ejércitos dijo que enviaría a Su siervo al mundo y en Mateo 11, 10, en el Nuevo Testamento, Jesús dio testimonio de este pasaje del Antiguo Testamento. Cuando comparamos estos dos pasajes podemos ver claramente que el mensajero de Dios no es otro que Juan el Bautista del que Jesús dio testimonio. ¿Quién creemos que fue Juan el Bautista? El mensajero de Dios que nos prometió enviar en el Antiguo Testamento es Juan el Bautista.
 
 

El ministerio que era absolutamente indispensable para borrar los pecados del mundo

 
Leamos la última parte de Malaquías 3, 1 de nuevo: «Y el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos». El mensajero de la alianza profetizado aquí se refiere a Jesucristo. Así que la profecía del Antiguo Testamento debía ser cumplida por Juan el Bautista y Jesucristo al ser enviados al mundo según la voluntad de Dios Padre. Este pasaje está relacionado con otra profecía que dice: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7, 14). En Isaías 53, 5 está escrito: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados». Esto nos dice que Jesucristo, el Hijo de Dios prometido en el Antiguo Testamento, vendría al mundo a borrar los pecados de la humanidad por completo.
Dios siguió diciendo en Malaquías 3, 2-3: «¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia».
Del mismo modo en que Dios nos prometió en este pasaje que «purificaría a los hijos de Leví y los afinaría como a oro y plata para que trajeran ofrenda al Señor en justicia» esta Palabra de promesa se ha cumplido ahora.
En el Nuevo Testamento, al tomar Jesús los pecados del mundo al haber sido bautizado por Juan el Bautista y al derramar Su sangre, cumplió nuestra salvación. Este pasaje habla del poder de la remisión de los pecados de la humanidad que Jesucristo ha cumplido al ser bautizado por Juan y al derramar Su sangre.
Dios dijo en Malaquías 3, 2: «¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?». ¿Quién pudo estar en pie cuando Jesucristo vino al mundo? ¿Quién pudo impedir que llevara a cabo el ministerio de borrar los pecados del mundo al venir a la tierra, ser bautizado por Juan y derramar Su sangre?
Cuando la gente agarró a Jesús e intentó matarlo tirándolo por un acantilado, Él siguió Su camino con gran dignidad y pasó entre ellos (Lucas 4, 28-30). Debemos conocerle como el Dios Magnificente.
Nuestro Señor tomó nuestros pecados de una vez por todas mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, los borró con el poder de este Evangelio en Su crucifixión y volverá a llevarse a los que creen en esto. ¿Quién de entre los que no creen puede levantarse ante Dios en este Día del Juicio? Está escrito: «¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?». Sólo los que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden estar en pie en Su presencia. Nadie más podrá hacerlo. Si estamos en pie ante Jesucristo en este día con todos nuestros pecados, seremos destruidos. 
Malaquías 3, 2 dice: «Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores». ¿Quién es Él? Es Jesucristo, el único Salvador que ha borrado los pecados de la humanidad como el fuego purificador y el jabón de los lavadores. Este pasaje está profetizando que Jesucristo limpiaría los pecados de todo el mundo al ser bautizado, y que limpiaría los corazones mediante Su sangre derramada.
Mis queridos hermanos, cuando nuestro Señor vino al mundo, tomó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista. Y cargó con estos pecados del mundo hasta la Cruz, fue crucificado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos y así nos ha salvado de los pecados del mundo y de su condena. Así es cómo Jesucristo ha borrado los pecados de todo el mundo. Jesús es el Salvador que ha borrado todos los pecados de los que creen en Dios como jabón de los lavadores. Nuestra ropa se limpia cuando utilizamos jabón, y de este mismo modo quien cree en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu puede limpiar sus pecados y puede librarse de la condena del pecado. Quien cree en el Evangelio del agua y el Espíritu será perdonado por todos sus pecados perfectamente.
Pero a pesar de esto muchos cristianos todavía tienen pecados en sus corazones, aunque afirmen creer en Jesucristo como su Salvador, porque no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu.
No todas las pepitas de oro del mundo son de oro puro. Para convertirlas en oro puro primero deben ser refinadas. Para ello se ponen en un horno y se calientan a muchos grados de calor. Cuando las pepitas se derriten, las impurezas flotan a la superficie. Entonces se quitan las impurezas con las herramientas adecuadas y las pepitas se convierten en oro puro; si no se quitan las impurezas, el oro no es puro. Del mismo modo en que estas pepitas pasan por un proceso de purificación que quita las impurezas, los pecados del mundo fueron borrados gracias a que Jesús quitó nuestros pecados y los tomó sobre Sí mismo en Su bautismo y después derramó Su sangre por ellos. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu nuestros pecados son borrados.
Malaquías 3, 3 continúa: «Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia». Esto nos dice que el Señor ha purificado a los hijos de Leví, es decir les ha quitados sus pecados. En términos espirituales, los hijos de Leví se refieren a los santos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu.
El pueblo de Israel se componía de 12 tribus: Jacob tuvo 12 hijos, y los descendientes de esos hijos constituyeron las 12 tribus de Israel. De entre estas tribus, los descendientes de Leví fueron escogidos para servir a Dios como sacerdotes que se dedicaban completamente a las tareas del Tabernáculo. Así que sólo los descendientes de Leví podían convertirse en sacerdotes de Dios. Y Dios primero borraba sus pecados mediante el sistema de sacrificios del Tabernáculo.
Del mismo modo, hoy en día, Dios ha permitido a los que creen en Él servirle si primero limpian los pecados de sus corazones mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, como el oro que se refina y la ropa que se lava con jabón para hacerla blanca.
Dios dijo en Malaquías 3, 3: «Y traerán a Jehová ofrenda en justicia». Nuestros Señor vino al mundo y con la ayuda de Juan el Bautista aceptó los pecados al ser bautizado, derramó Su sangre y así los ha borrado todos. Juan el Bautista pasó todos los pecados del mundo a Jesús al bautizarle, y Jesucristo, al aceptar estos pecados de una vez por todas al ser bautizado por Juan, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos, ha borrado perfectamente los pecados de la humanidad. Todo el mundo que cree en Dios y en este poder del Evangelio del agua y el Espíritu, sea insuficiente o no, puede recibir la remisión de los pecados mediante este poder del bautismo y derramamiento de sangre de nuestro Señor.
Como Jesús fue bautizado y derramó Su sangre por nosotros, pudo borrar nuestros pecados perfectamente. Al ser bautizado por Juan y derramar Su sangre, Jesús ha borrado los pecados de la humanidad como si los hubiera lavado con lejía. Nuestro Señor ha limpiado los pecados y los ha dejado blancos como la nieve, como ropa lavada con jabón. Nuestro Señor ha borrado los pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestro Señor vino al mundo y tomó nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista. Creer en esto no implica que Juan el Bautista sea otro Salvador. Juan el Bautista era el último profeta del Antiguo Testamento y el representante de la humanidad, y el último Sumo Sacerdote que fue enviado al mundo para cumplir la Palabra de profecía del Antiguo Testamento, y especialmente la profecía sobre el Elías que había de venir.
Gracias a que Juan el Bautista, que vino al mundo 6 meses antes que Jesucristo, bautizó a Jesús, todos los pecados del mundo se pasaron a Él. Por lo tanto, todas las profecías del Antiguo Testamento sobre Jesús se cumplieron con la aparición de Juan el Bautista, el bautismo que le dio a Jesús, y con la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando Jesús vino al mundo, borró los pecados de la humanidad al aceptarlos a través de Su bautismo. Al tomar los pecados del mundo, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos, Jesús se ha convertido en nuestro perfecto Salvador. Ahora, quien crea en esta Verdad podrá ser salvado de todos sus pecados. Y al convertirse en nuestro Salvador, Jesús cumplió a la perfección la voluntad de Dios.
Todos debemos conocer la verdad de que, gracias a la ayuda de Juan el Bautista, Jesús tomó los pecados del mundo. Todos debemos darnos cuenta de que tanto el ministerio de Juan el Bautista como el de Jesús son indispensables para la remisión de los pecados y debemos creer en ellos. Asimismo, debemos reconocer y creer que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista para borrar los pecados de la humanidad. Debemos creer que porque Jesús fue bautizado por Juan el Bautista pudo derramar Su sangre en la Cruz y así borrar nuestros pecados. En el Evangelio del agua y el Espíritu se encuentra el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y la providencia de la salvación que cumplió la voluntad de Dios.
El Evangelio del agua y el Espíritu implica la función indispensable de Juan el Bautista y este Evangelio incluye la Verdad de que gracias a la función de Juan el Bautista, Jesús cumplió toda la Palabra del Antiguo Testamento, y así se ha convertido en el perfecto Salvador de todos los que creen en esto. Junto con esta función de Juan el Bautista, Jesús cumplió las promesas del Antiguo Testamento. Debemos creer que Jesús, al ser bautizado, ha borrado nuestros pecados y los ha limpiado hasta dejarlos más blancos que la nieve.
Mis queridos hermanos, ¿creen en esto? ¿Creen que Jesucristo borró los pecados del mundo al ser bautizado y derramar Su sangre? Jesús de verdad aceptó los pecados de la humanidad y los borró al ser bautizado por Juan el Bautista. Con este bautismo, Jesús acepto todos y cada uno de los pecados del mundo sin dejar ni uno, los borró y fue condenado por todos ellos.
Cuando Jesús vino al mundo no obró solo, sino que para tomar los pecados del mundo y cumplir toda la Palabra del Antiguo Testamento, fue bautizado por Juan el Bautista, el Sumo Sacerdote del mundo. Al recibir este bautismo, cumplió todas las profecías de la expiación en el Antiguo Testamento con Su propio cuerpo. Al ser bautizado para aceptar los pecados de la humanidad, derramar Su sangre y levantarse de entre los muertos, Jesús ha borrado nuestros pecados para siempre de una vez por todas. Este es el Evangelio del agua y el Espíritu.
Con este Evangelio del agua y el Espíritu Jesús ha borrado todos los pecados de todos los creyentes. A través de Su bautismo, Jesús aceptó todos los pecados del mundo sin excepción, los llevó a la Cruz, derramó Su sangre para ser condenado por esos pecados, se levantó de entre los muertos y así nos ha dado la remisión de los pecados y los ha dejado más blancos que la nieve de una vez por todas. ¿Creen en esto?
En Mateo 11, cuando Juan el Bautista mandó a sus discípulos a Jesús, Él contestó su pregunta y los volvió a enviar a Juan, y dijo lo siguiente a la multitud: «¿Qué habéis ido a ver a la multitud? ¿Una caña? ¿O un profeta? Sí, veréis al profeta que Yo he enviado, Juan el Bautista. Es el más grande de los nacidos de mujer. Es el representante de la humanidad. Pero el que es menor en el Reino de los Cielos es mayor que él. Juan el Bautista es el representante de la humanidad, pero si se presenta ante Dios con tan sólo su justicia, es menor que cualquiera que ha nacido de nuevo».
Entonces Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan».
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y nuestro Señor siguió diciendo: «los violentos lo arrebatan». Este pasaje no significa que los poderosos pegarán a los guardianes del Cielo, abrirán sus puertas y se meterán a la fuerza.
Ahora es el tiempo en el que el Evangelio del agua y el Espíritu tiene que demostrar su poder. Nadie puede entrar en el Reino de los Cielos si no ha nacido de nuevo y ha limpiado sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu (Juan 3, 5). Dicho de otra manera, podemos entrar en el Reino de Dios si creemos en este ministerio del Evangelio del agua y el Espíritu.
Por eso Jesús dijo que el tiempo de entrar en el Cielo comenzó en los días de Juan el Bautista. Gracias a que Juan el Bautista pasó todos los pecados de la humanidad a Jesús al bautizarlo, nuestro Señor aceptó todos nuestros pecados, los borró y pagó su condena en la Cruz. Quien cree en esta Verdad recibirá la remisión de los pecados porque cree y entrará en el Cielo con esta fe.
Lo que Jesús dijo aquí no implica de ninguna manera que el Cielo sea un lugar donde sólo los poderosos en la carne puedan entrar, sino que quiso decirnos que sólo la gente de fe que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu puede entrar en el Cielo.
La gente que no conoce el poder del Evangelio del agua y el Espíritu dudan sobre el pasaje de Mateo 11, 12, que dice: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». Se quedan perplejos pensando: «¿Acaso los violentos no son maleantes?».
Cuando se dice aquí que el Reino de los Cielos sufre violencia, se refiere a nuestra fe confiada en la justicia de Dios que nos permite tomar el Cielo como nuestro. Nos está diciendo que los que tienen fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu pueden hacer suyo el Cielo. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu ante Dios y sólo mediante esta fe podemos hacer nuestro el Reino de los Cielos. No podemos entrar en el Cielo con nuestra propia justicia. Si nos presentamos ante Dios con nuestros propios méritos y desméritos, ninguno de nosotros podrá mantenerse en pie. Sin embargo, cuando nos revestimos de Su perfecta justicia al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, podemos estar seguros de que entraremos en el Cielo y podremos mantenernos de pie ante Dios (Gálatas 3, 27). Todo el mundo que cree en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu puede hacer suyo el Cielo.
¿Y ustedes? ¿No quieren hacer suyo el Reino de los Cielos al tener fe en el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Han creído en el Evangelio del agua y el Espíritu hasta ahora? ¿Han creído en el ministerio de Jesús y en el de Juan el Bautista para hacer suyo el Cielo?
Quien no haya hecho el Cielo suyo es porque no ha tenido fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Deben creer en esta Verdad. La Verdad que les permite entrar en el Cielo no es otra que el Evangelio del agua y el Espíritu. La fe en el Evangelio del agua y el Espíritu es la esencia de la fe cristiana porque estamos justificados por fe y sólo por fe.
Esto nos dice que como Juan el Bautista pasó todos los pecados del mundo a Jesús al bautizarlo, y como Jesús aceptó todos los pecados a través de Juan el Bautista al ser bautizado, Él ha borrado los pecados de los que creen en Él, del mismo modo en que la ropa se lava con jabón y lejía. Al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre, nuestro Señor ha borrado nuestros pecados completa y perfectamente. Por eso quien cree en el papel de Juan el Bautista y en el bautismo y derramamiento de sangre de Jesús como la Verdad de la remisión de los pecados puede entrar en el Reino de los Cielos porque sus pecados han sido borrados. Este Reino de los Cielos pertenece a los violentos de la fe, los que tienen una fe fuerte.
La remisión de los pecados se recibe mediante la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Y podemos entrar en el Cielo si creemos que Jesús es Dios mismo, que es el Dios que nos creó, que es nuestro Salvador y que ha borrado todos nuestros pecados al ser bautizado. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos convertirnos en hijos de Dios y estar sin pecado. Jesús y Juan el Bautista han hecho posible que entremos en el Reino de los Cielos por fe. ¿Creen en esto?
Los que tienen pecados en sus corazones no tienen fe en el Evangelio del agua y el Espíritu y por eso siguen siendo pecadores. No sólo se niegan a reconocer el Evangelio del agua y el Espíritu, sino que niegan la importancia existencial de Juan el Bautista.
Debemos darnos cuenta de que no reconocer a Juan el Bautista que obró con Jesús para pasarle nuestros pecados, o considerarle un fracaso, es lo mismo que negar a Jesús y rechazar la salvación. Esta gente mantiene los pecados en sus corazones, aunque digan que creen en Jesús, y todavía piensan que Jesús es su Salvador a ciegas. Los pecadores cuyos corazones todavía tienen pecados creen según sus propias ideas subjetivas, y por eso sus corazones no han sido lavados y siguen luchando con sus pecados.
Hace tiempo, se me acercó un grupo de cristianos que decía que Juan el Bautista era un fracaso basándose en el pasaje de la Biblia de hoy. Su argumento era que como Juan el Bautista envió a sus discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Eres el que ha de venir o debemos esperar a otro?» Esto podía significar solamente que Juan el Bautista dudó de que Jesús fuera el Salvador. Esta gente había malinterpretado las palabras de Juan porque consideraron que era un fracaso y por eso hacían estas afirmaciones ridículas.
Si no entendemos la función de Juan el Bautista y lo importante que fue su ministerio, acabaremos malinterpretándolo. Si esta gente hubiera tenido el mínimo conocimiento del Antiguo Testamento, y su hubiera sabido que el ministerio de Juan el Bautista había sido profetizado en detalle en el Libro de Malaquías, no hubieran hecho esta interpretación errónea. Lo mismo se puede decir de nosotros. Si no hubiésemos entendido correctamente la función de Juan el Bautista y el ministerio de Jesús, no podríamos haber entendido el Evangelio del agua y el Espíritu. Si esto fuera así, ¿qué consecuencias habríamos sufrido?
Algunos discípulos de Juan no creyeron en Jesús como el Mesías por venir. Por eso Juan el Bautista había enviado a sus discípulos a Jesús para que viesen quién era, para que escucharan Su Palabra con sus propios oídos y creyeran en Él y le siguieran. Si no se entiende el ministerio de Juan el Bautista, no se puede entender el verdadero Evangelio, y si no se entiende el Evangelio correctamente, no se puede conocer a Jesús correctamente, y como consecuencia uno se separa de la Verdad y acaba por no poder creer en ninguna verdad.
Por eso el pasaje de Malaquías es tan importante. Por supuesto, todos los pasajes del Antiguo Testamento son importantes, pero el Libro de Malaquías es especialmente significativo porque profetiza la venida de Jesús y la de Juan el Bautista, el siervo de Dios que bautizó a Jesús. En este Libro de Malaquías acaban las profecías del Antiguo Testamento.
Después del profeta Malaquías, no apareció ningún siervo de Dios durante 400 años. Después de este lapso apareció Juan el Bautista. ¿Dónde apareció? En el desierto. Cuando se mostró a la gente, Juan el Bautista gritó a los israelitas de su tiempo: «Arrepentíos, obradores de iniquidad». Era un siervo de Dios que vestía con piel de camello y comía langosta y miel silvestre. Juan el Bautista era un verdadero mensajero de Dios.
Todos ustedes deben entender el hecho de que Juan el Bautista cumplió su función, que era la de bautizar a Jesús. Las profecías sobre Juan el Bautista estaban escritas en el Libro de Malaquías y en el de Isaías. Mateo 3, 3 dice mediante una cita de Isaías 40, 3: «Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas». Como hemos visto en estas profecías, está escrito que Juan el Bautista vendría al mundo y que junto con Jesucristo borrarían todos los pecados del mundo.
Nuestro Señor dijo en Malaquías que purificaría a los hijos de Leví. Esto significa que borraría todos los pecados de los que creen en el ministerio del Evangelio del agua y el Espíritu. Nuestro Señor estaba profetizando que así es cómo nos haría entregar el sacrificio de la justicia a Dios, y que nos haría ofrecer nuestra fe, la fe en la Verdad de que Dios ha borrado nuestros pecados.
Jesús dijo en Mateo 11, 13: «Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan». Las profecías del Antiguo Testamento duraron hasta que la función de Juan el Bautista se cumplió. El Antiguo Testamento profetizó cómo Jesús vendría al mundo y cómo tomaría los pecados y este Antiguo Testamento duró hasta los días de Juan. Y Juan bautizó a Jesús, y Jesús fue bautizado, tomó los pecados del mundo y nos salvó de nuestros pecados. Jesús tomó todos nuestros pecados para cumplir todas las profecías del Antiguo Testamento y así el Nuevo Testamento comenzó. Por lo tanto, cuando creemos en la Palabra del Antiguo y el Nuevo Testamento podemos ser salvados.
Jesús siguió diciendo en el versículo 14: «Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir». El profeta Elías, cuya venida se profetizó en el Libro Malaquías, es Juan el Bautista. Entonces no cabe duda de que debemos tener gozo cuando aceptamos en nuestros corazones la Palabra de esta profecía, la Palabra del cumplimiento de esta profecía.
Algunas personas se preguntarán: «¿Dónde se menciona a Elías en la profecía del Antiguo Testamento?». Volvamos a Malaquías 4, 5-6: «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4, 5-6).
Cuando dice aquí: «Antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible» se refiere a la llegada del Día del Juicio. Así que Dios dijo aquí que lo enviaría a él antes de la llegada del Día del Juicio y en Mateo 11, 14 Jesús dijo: «Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que habia de venir». Ambos pasajes hablan del mismo Elías que está por venir. ¿Quién es él del que Jesús habló? Es definitivamente Juan el Bautista.
El Antiguo Testamento es la Palabra de profecía y promesa, y el Nuevo Testamento es el cumplimiento de esta Palabra de profecía y promesa.
Del mismo modo en que Dios había prometido enviar a Elías, Juan el Bautista nació 6 meses antes que Jesús. Además, nació por la maravillosa providencia de Dios. Juan no nació en una familia ordinaria, sino que nació en la casa del Sumo Sacerdote. Su padre, Zacarías, era un descendiente de Aarón (Lucas 1, 5). Esto significa que Juan el Bautista también pertenecía a la casa de Aarón, el Sumo Sacerdote. Nuestro Señor es el Dios que cumple todo lo que promete a Sus siervos según Sus promesas y que es siempre fiel, por eso empezó Su obra de salvación con el nacimiento de Juan el Bautista tal y como prometió en el Antiguo Testamento.
En el Libro de Levítico en el Antiguo Testamento Dios había prometido al pueblo de Israel que perdonaría sus pecados cuando el Sumo Sacerdote pasaba los pecados al animal del sacrificio mediante la imposición de manos sobre su cabeza, le cortaba el cuello y vertía su sangre, ponía la sangre en los cuernos del alta de los holocaustos ofreciéndola y poniéndola en el suelo, llevaba la sangre al lugar santísimo del santuario de Dios y la esparcía al este del Arca del Testimonio (Levítico 16). Dios había prometido que así es cómo perdonaría los pecados de la humanidad.
Exactamente de acuerdo con esta profecía, Jesucristo vino al mundo, aceptó nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, fue condenado por nuestros pecados al morir en la Cruz, y así ha borrado nuestros pecados. Al hacer todas estas cosas, se ha convertido en nuestro Salvador.
«¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿A ver una caña? ¿A un hombre vestido con vestimentas delicadas? ¿O a ver a un profeta? Estáis en lo cierto si fuisteis a ver a un siervo de Dios. En el desierto está el representante de la humanidad y en este desierto podréis ver a Juan el Bautista, el hombre más grande de todos. Él es Elías. Yo prometí que os enviaría a Mi siervo Elías, y este Elías es Juan el Bautista. Es Juan el Bautista quien cumple la función de Elías. Juan es el siervo de Dios que permite a todo el mundo entrar en Su Reino al recogerlos a todos para a Mí y darles testimonio a todos ellos de que “Jesucristo es el Hijo de Dios, el Salvador que aceptó todos los pecados de la humanidad, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, y de esa manera ha salvado a la humanidad de sus pecados. Él es el Mesías”».
Cuando Juan el Bautista vino al mundo, cumplió dos ministerios importantes: pasó nuestros pecados a Jesucristo y dio testimonio de nuestro Salvador. ¿No son maravillosos estos ministerios? Gracias a la ayuda de Juan el Bautista, Jesús pudo cumplir la Palabra de la promesa. Ahora podemos darnos cuenta de que a través de Juan el Bautista Jesús cumplió toda la Palabra del Antiguo Testamento, y que el testimonio de Juan confirmó cómo Jesús pudo cumplir toda la Palabra del Antiguo Testamento, y de que Dios ha completado nuestra salvación a través de los ministerios de Jesús y Juan el Bautista. A través de Juan el Bautista, podemos entender que Jesús y el cumplieron la promesa de Dios. ¿Creen en esto?
Por eso cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu no podemos dejar afuera el papel que desempeñó Juan el Bautista. Si alguien dice que Juan el Bautista era un fracaso, o subestima su importancia, entonces ni es un siervo de Dios ni es del pueblo de Dios.
Mis queridos hermanos, al ser bautizado y derramar Su sangre, Jesús ha borrado nuestros pecados. Probablemente todos saben lo que significa blanquear la ropa, especialmente si son mujeres. Cuando lavan la ropa, ¿qué ocurre cuando utilizan cloro para lavar la ropa? Que se vuelve de un blanco resplandeciente. Esto es lo que significa blanquear y es lo que Jesús ha hecho con nuestros pecados.
En la Corea premoderna la gente utilizaba un limpiador químico fuerte para lavar la ropa muy sucia. En aquellos días los coreanos sólo llevaban ropa blanca de modo que Corea se llamaba «una nación de vestimentas blancas». Estas vestimentas blancas se manchaban y se volvían amarillentas con el tiempo. Entonces se ponía la ropa en grandes recipientes con ese químico fuerte y se hervían. Después, se sacaba la ropa y se volvían a lavar con jabón y se le daba golpes con una paleta. Entonces la ropa se volvía blanquísima.
Así Jesús ha lavado nuestros pecados tan blancos como es posible, todo gracias a que tomó nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, y morir en la Cruz por nosotros. Él ha borrado todos los pecados, como las manchas, así que no queda nada que quitar. Él ha borrado todos nuestros pecados para siempre perfectamente.
Así es como Jesús se ha convertido en nuestro Salvador. De esto trata este pasaje de Mateo 11, 1-4 que es tan importante. Cuando damos testimonio del Evangelio a otras almas, pasamos por este pasaje como algo rutinario, pero creo que debemos entenderlo con todo detalle para que nuestra fe se refuerce en nuestros corazones todavía más.
Esta fe que ustedes y yo tenemos es realmente valiosa. No es sólo un puñado de personas del mundo el que ha recibido la salvación a través de esta Palabra. Hay muchas almas de todo el mundo que han recibido la remisión de los pecados al creer en Evangelio del agua y el Espíritu. Toda esta gente, como nosotros, ha recibido la remisión de los pecados al creer en los ministerios de Juan el Bautista y de Jesús. Nunca deben avergonzarse de esta fe. Esta fe es tan digna y honorable que todos podemos predicarla sin duda.
Yo puedo proclamar esta Verdad a todo el mundo por todo el mundo con toda confianza. Puedo proclamarlo a gritos a todos los pastores y teólogos de todo el mundo: «Todo el mundo, sea quien sea, debe conocer el poder del Evangelio del agua y el Espíritu y creer en él».
Los nacidos de nuevo no somos perfectos en la carne, sino en espíritu y somos los más justos del mundo. Yo creo en esto. Creo que nuestra fe es la fe más grande del mundo y no tiene ningún defecto. Yo creo que somos los levitas espirituales y que del mismo modo en que los levitas limpiaban los pecados de la nación de Israel por fe, los justos nos hemos convertido en los Sumos Sacerdotes y estamos ofreciendo la justicia a Dios para limpiar los pecados del mundo con el Evangelio del agua y el Espíritu.
Mis queridos hermanos, ¿creen de verdad en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu? Ofrecer esta verdadera fe a Dios es ofrecerle nuestro sacrificio puro. Esta fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu es la fe que nos permite hacer nuestro el Cielo; esta fe nos convierte en instrumentos de la justicia; y esta fe hace posible que seamos obreros de Dios. Este tipo de fe es el correcto sacrificio a Dios.
Doy gracias a Dios por darnos esta fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.