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Sermões

Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 9-2] Jesús vino a salvar a los paralíticos espirituales (Mateo 9, 1-13)

Jesús vino a salvar a los paralíticos espirituales(Mateo 9, 1-13)
« Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.
Entonces él se levantó y se fue a su casa.
Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Porqué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento..
 

En la lectura de las Escrituras de hoy, en Mateo 9, aparece un paralítico al que Jesús curó de su parálisis. Mediante este pasaje, me gustaría compartir con ustedes las bendiciones de nuestro Señor, considerando la enfermedad de la parálisis y explicando cómo el Señor nos ha salvado.
Todos somos paralíticos espirituales ante Dios. Un paralítico es una persona que, aunque posee intactas sus facultades mentales, esta discapacitado físicamente porque sus miembros están paralizados. Esta parálisis hace que no pueda mover ciertas partes del cuerpo. Así que cuando alguien se queda paralítico, no puede mover su cuerpo como desearía hacerlo.
Unos hombres trajeron a un paralítico amigo suyo ante Jesús, y Él al ver la fe de este paralítico y de los que le habían traído, le perdonó todos sus pecados y le curó de su discapacidad. Entonces nuestro Señor le dijo que tomara su cama y se fuera a casa.
Cuando la Biblia habla de curación, en realidad se refiere a la remisión de los pecados del alma. Así que cuando la Biblia describe la curación de toda esta gente enferma, está refiriéndose al perdón de nuestros pecados.
Primero, pensemos quiénes somos ante Dios. Pensemos por un momento si hemos sido salvados de nuestros pecados aunque no seamos paralíticos espirituales, o si hemos recibido la remisión de los pecados porque estábamos completamente paralizados—si hemos sido salvados de nuestros pecados teniendo la misma fe en el Señor que el paralítico del pasaje de hoy. Ante nada, tenemos que saber si hemos sido paralíticos espirituales. Y después tenemos que considerar si todos somos paralíticos espirituales.
No hay duda de que ustedes y yo hemos sido paralíticos espirituales. Hay ciertos aspectos en los que nuestros cuerpos no siguen las órdenes de nuestra mente, y esto se debe a nuestra naturaleza pecadora. ¿Pero cuánto deseamos vivir según la voluntad de Dios? Aunque hayamos anhelado vivir así, ¿cuál ha sido el resultado? En nuestra carne, ¿hemos seguido al Señor con obras perfectas y vivido como Él quiere que vivamos? No, todos hemos fracasado. Por eso ustedes y yo sufríamos de un grave caso de parálisis espiritual. Aunque hayamos sido paralíticos espirituales, hemos sido salvados de nuestros pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Me conozco bien. ¿Puedo hacer todo lo que mi corazón desea? Puedo confesar sinceramente ante ustedes que no puede conseguirlo. Mi corazón desea fervientemente seguir la voluntad del Señor al 100%, y vivir cómo Él quiere que viva. Pero muy a menudo, fracaso. Muchas veces mis obras no siguen el dictado de mi corazón. Pero aún así creo: «Aunque sea un paralítico espiritual, el Señor me ha salvado de mis pecados».
Creo que ustedes son también así. Ustedes también han sido paralíticos espirituales que no podían hacer lo que querían, debido a su discapacidad, pero sé que nuestro Señor les ha salvado de todos sus pecados mediante el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Son ustedes perfectos en cuerpo y en espíritu? ¿Son su carne, sus pensamientos, sus corazones y sus obras perfectas y completas? No, pos supuesto que no. Ustedes y yo somos todos insuficientes, como el paralítico.
¿Cuántas debilidades tenemos? Al ser insuficientes, el Señor no tuvo más remedio que venir a nosotros. Y al hacerlo, tuvo que salvarnos de todos nuestros pecados. Mediante el bautismo de Jesucristo y Su derramamiento de sangre, hemos sido salvados de nuestros pecados. Cuando nos damos cuenta de que somos realmente insuficientes, podemos recibir la salvación y las bendiciones de Dios. Por tanto, todos nosotros debemos admitir nuestras insuficiencias ante Dios y vivir en Su gracia, estando agradecidos.
¿Cuándo admiten sus insuficiencias? Cuando no podemos vivir según la voluntad del Señor y cuando no podemos hacer sus obras de justicia, entonces admitimos ser seres insuficientes. Descubrimos este hecho en la práctica, no sólo en la teoría. Y nuestros corazones se hacen humildes y dóciles.
Mis queridos hermanos, somos insuficientes y paralíticos, pero aún así el Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados. Por tanto no debemos olvidar las bendiciones de Dios, que nos ha salvado de nuestros pecados gracias a nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando reconocemos nuestras insuficiencias fundamentales, no podemos más que darle gracias por Su salvación que nos ha librado de esta fatal condición. Sólo entonces podemos guardar humilde y agradecidamente guardar la Verdad de que el Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados mediante el poder del Evangelio del agua y el Espíritu.
Sin embargo, mientras vivimos nuestra fe ante Dios, solemos olvidar nuestras propias insuficiencias, pensando que todo está bien ahora que hemos recibido la remisión de los pecados. Y hay veces en que conocemos muy bien los fallos de los otros, pero no nos damos cuanta de nuestras propias insuficiencias.
Cuando una mujer fue descubierta cometiendo adulterio, fue llevada ante Jesús; Él les había dicho a los que estaban alrededor de ella y que querían apedrearla: « El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.». Cuando Jesús dijo esto, nadie puedo lanzar ni una sola piedra.
De hecho, nosotros somos también como esta mujer que fue descubierta cometiendo adulterio, porque todos nosotros también pecamos como esta mujer. No estamos en la posición de comentar si otros son imperfectos o no. Todos y cada uno de nosotros somos paralíticos espirituales, y todos somos insuficientes. Por ser como somos, nuestro Señor nos ha salvados de todos nuestros pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, y todo lo que hemos hecho es aceptar esta salvación al creer en esta Verdad.
Entre los justos, ninguno es mejor o peor que otro. Es mejor tener pequeñas habilidades y nada de lo que presumir que ser arrogantes y pensar que somos mejor que otros. Mientras que los que conocen sus propias insuficiencias encontrarán y creerán en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, aquellos que no reconozcan sus propias insuficiencias acabarán rechazando el verdadero Evangelio que puede limpiar sus pecados. Por tanto, conocernos a nosotros mismos perfectamente es muy importante, porque si no conocemos nuestras insuficiencias, es imposible que confiemos en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestro Señor dijo en la lectura de hoy: « No he venido a llamar a justos, sino a pecadores». No es justo que no reconozcamos que somos débiles e insuficientes, y aún así buscar faltas a los demás y juzgarlos. Es una tendencia humana poner todo tipo de excusas, diciendo que no es porque seamos malvados inherentemente, sino porque los demás también son malos. Consecuentemente, no reconocemos que el problema no es de los demás, sino nuestro, y que son nuestras propias insuficiencias las que explican el problema.
Incluso después de recibir la remisión de nuestros pecados, seguimos siendo insuficientes. Puede que hayamos estado haciendo las obras de Dios durante todo el día, pero, ¿hay algo de lo que podamos presumir? No. Sólo dedicamos unas pocas horas a las obras de Dios, el resto se malgasta.
Los que creen que Dios ha salvado a los que son insuficientes de todos sus pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu—estos son los que están bendecidos.
Mis queridos hermanos, no alardeen de su propia justicia ante Dios o ante el hombre. Puede que piensen: «Yo no soy así. Yo soy diferente. Soy bueno. No soy insuficiente. Cada día que pasa voy mejorando». Si piensan así, se están engañando a sí mismos. Por eso no pueden acercarse a la salvación del Señor. Por eso, aunque hayan sido salvados, no podrán ayudar a salvar otras almas mediante el Evangelio del agua y el Espíritu.
En todo momento debemos confesar al Señor: «Soy como el paralítico, Señor». Esta verdad no es una conjetura hipotética, sino que es real. Al vivir nuestra fe, debemos admitir ante Dios que siempre somos insuficientes en nuestras acciones. Sólo entonces podremos tolerar nuestras propias insuficiencias y las de los demás.
¿Qué pasa si decimos que no somos insuficientes pero que los demás sí lo son? Nuestros corazones se harán arrogantes como si fuéramos sus jueces. Pero, ¿quién puede presentarse erguido ante la Ley de Dios? ¿Ven la televisión? ¿Qué ven en las noticias? Vemos que incluso los que tienen poder, influencia y autoridad son calificados de criminales cuando quebrantan la ley. Cuando un criminal se lleva a la oficina del fiscal, tiene que mantenerse firme en el lugar designado para los criminales. Los periodistas le sacan fotografía, y él se tiene que someter a la investigación. Después tiene que presentarse en el juicio como acusado y ser sentenciado a un castigo.
Así que por muy poderoso que uno sea en este mundo, si ha cometido un crimen y quebrantado la ley, no sólo se arruinará su orgullo, sino también su reputación y su estatus. Todo el poder que tenía esa persona no queda más que en un sueño cuando se viene abajo—así es el perfil de un criminal. Incluso ante la ley secular de este mundo, cualquiera que comete un delito se convierte en un personaje deplorable.
Nosotros tampoco podemos evitar convertirnos en personajes deplorables, si aplicamos la ley estrictamente a nuestras vidas. Pero, desde la Ley podemos ver nuestra naturaleza pecadora, y al poner nuestra fe en el bautismo que Jesucristo recibió de Juan y el derramamiento de Su sangre como nuestra salvación del pecado, debemos ser perdonados por todos nuestros pecados. Entonces podemos estar seguros y confiados en esta fe nuestra en el Evangelio del agua y el Espíritu. Jesucristo nos ha salvado de todos nuestros pecado como nuestro Salvador justo. Debemos tener fe y poner nuestra fe en este Señor.
Si no fuera por esta fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, ¿quién podría presentarse ante la Ley de Dios? Mis queridos hermanos, los hipócritas que querían apedrear a la mujer adúltera eran unos santurrones porque sus pecados no se habían revelado todavía, pero si se hubieran presentado ante la Ley de Dios con sinceridad, ¿se hubieran atrevido a levantar una sola piedra?
Al presentarnos ante Dios, sólo al creer en el Evangelio de Su Justicia podemos entrar en el Cielo. Todos somos pecadores y siempre lo seremos a no ser que creamos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Los pecadores no son nadie a los ojos de Dios. Si no fuera por este Evangelio de la Justicia de Dios, no podríamos vivir con fe. Aunque uno dijera: «Estoy completamente libre de toda culpa y no tengo nada que esconder», sin la poderosa misericordia de Dios, no podría ser salvado de sus pecados.
El paralítico fue llevado a Jesús por sus amigos. Jesús le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Mis queridos hermanos santos, ¿cuántos pecados podría haber cometido un paralítico? ¿Habría cometido más pecados que alguien sano y normal? ¿Por qué, entonces, dijo Jesús: «Hijos, tus pecados te son perdonados»? Esto significa que ustedes y yo somos pecadores por causa de nuestros padres carnales, del mismo modo en que este paralítico había heredado su naturaleza pecadora de sus padres, y por tanto fue perdonado por sus pecados. Como está escrito en Mateo 26, 41: “ el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”, tanto nuestros corazones como nuestras acciones no están completos.
Desde el momento en que nacimos del vientre de nuestras madres, heredamos todos los pecados de este mundo, los doce tipos de maldad, y así nacemos pecadores desde el principio. Por tanto, desde ese día en adelante hemos sido paralizados espiritualmente. Como hemos nacido en este mundo con corazones llenos de pecado no podemos hacer lo que nuestros corazones desean. Y como no hemos podido vivir según la voluntad del Señor, como nuestros corazones desearían, nos hemos dado cuenta de que hay pecado en nuestros corazones.
El Apóstol Pablo confesó su naturaleza pecadora: « Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.
Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.». (Romanos 7, 14-20).
Deben darse cuenta de que Jesús no dijo esto porque el paralítico hubiera cometido más pecados contra Dios que nosotros. El paralítico somos ustedes y yo que tenemos que ser perdonados por todos nuestros pecados. Por tanto, los que no han recibido la remisión de los pecados deben admitir primero la verdad de que son pecadores mortales ante Dios, y deben estar ansiosos por ser salvados de sus pecados. Primero deben lamentarse como Pablo: «  ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? » (Romanos 7, 24).
¿Quién nos ha librado a ustedes y a mí de este cuerpo de muerte? Jesucristo. El haber sido librados de todos nuestros pecados y que podamos entrar en el Reino celestial de Dios, depende del bautismo que Jesús recibió, Su derramamiento de sangre y Su poder. Si nos damos cuenta de cómo Jesucristo ha borrado todos los pecados que cometemos durante toda nuestra vida por nuestras insuficiencias, y si creemos en Su Evangelio de Verdad con todo nuestro corazón, podemos ser salvados de nuestros pecados. La Biblia nos dice que nadie puede entrar al Reino de los Cielos a no ser que haya nacido de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu (Juan 3, 5).
Mis queridos hermanos santos, la remisión de nuestros pecados, ha sido posible sólo al creer en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Seguir al Señor y hacer sus obras sólo es posible cuando creemos en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. El difundir este Evangelio del agua y el Espíritu sólo es posible mediante el poder de nuestro Dios.
En el último capítulo de Oseas, está escrito: « Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes caerán en ellos.» (Oseas 14, 10).
Mis queridos hermanos, ¿cómo podemos mantenernos erguidos si no es por nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Cómo podremos vencer los planes de Satanás si no es con nuestra fe en este Evangelio de poder? Es absolutamente imposible a no ser que pongamos toda nuestra fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso el pasaje de Oseas declara que sólo los justos siguen el camino del Señor.
Cada domingo, van a su iglesia y se presentan ante Dios para adorarle pero, ¿realmente pueden acercarse a Su presencia y adorarle sólo con sus acciones, sin el poder de su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu? No, es imposible. El difundir este verdadero Evangelio es imposible sin poner nuestra fe en el Señor.
¿Puede alguien, cuyas acciones son rectas y que no ha cometido ningún pecado en el mundo, difundir el Evangelio del agua y el Espíritu? Esta gente que cree que sus acciones son rectas no puede creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, ni predicar la Justicia de Dios. En nuestra carne no podemos hacer obras justas.
¿Pueden vivir tan sólo un día sin pecar? ¿Se dan cuenta ahora de que ustedes y yo somos insuficientes ante Dios, y que Dios ha salvado a gente como nosotros, que hemos sido paralíticos? ¿Reconocen el poder del Evangelio del agua y el Espíritu?
Aunque seamos insuficientes, Dios nos ha salvado de los pecados del mundo. Por tanto, podemos confesarnos así: «Señor, Tú eres el Cristo y el Rey de reyes. Tú eres el verdadero Dios. Tú eres el Rey de reyes. Tú eres el Señor de la creación que hizo el universo y todo lo que hay en él. Señor, Tú eres el Hijo de Dios y viniste a salvarme». En Romanos 7 y 8 podemos ver que el Apóstol Pablo creyó en Jesús como su Dios y su Salvador. Y nosotros, también, creemos en Jesús como Pablo creyó.
Mis queridos hermanos santos, en momentos como este cuando el mundo está oscureciendo, el pecado está extendido, y el egoísmo y el individualismo abundan en él, debemos andar en la Justicia del Señor con atrevimiento poniendo nuestra fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. En esta era, si queremos vivir en la Iglesia de Dios hasta el fin del mundo creyendo en el poder de este Evangelio de la Justicia de Dios, debemos darnos cuenta de que somos insuficientes, y de que debemos vivir nuestras vidas ante Dios con fe, creyendo en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Al poner toda nuestra fe en el poder de este Evangelio, debemos alabar a Dios y correr hacia Él.
Mis queridos hermanos, ¿puede alguno de nosotros presentarse ante Dios con sus propios méritos? Nunca digan que sí a esta afirmación errónea. Si alguno de vuestros hermanos o hermanas es insuficiente a sus ojos, no intenten juzgarlos. ¿Quién puede juzgar a quién y quién puede condenar a quién? Para ser sincero, ¿Pueden los pastores conocer todas las dificultades por las que pasan los laicos? ¿Puede alguien que nunca ha trabajado conocer la dureza del trabajo? ¿Pueden los pastores jóvenes entender las dificultades de las que se tienen que ocupar los pastores mayores? Todo lo que sabemos es superficial, sólo una mínima idea de lo que se ve por fuera, pero no podemos entender las dificultades de los demás. Por tanto, deben postrarse ante el Señor poniendo su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, y deben hacer Sus obras con humildad, en vez de juzgar a los demás.
¿Es duro vivir en esta época? Las palabras no son suficientes para describir el estrés por el que pasamos a diario. El mundo entero se mueve contra la voluntad de Dios, pero nosotros, la minoría, vamos a contra corriente. Así, el estrés y la dureza de esta situación son bastante obvios para nosotros.
¿Creen que andamos por el camino del Señor porque no sabemos como seguir la corriente de este mundo? No, se debe a que vivimos revestidos del poder del Evangelio del agua y el Espíritu y por eso hemos dejado de lado la corriente del mundo, y sólo obedecemos la voluntad de Dios y corremos hacia Él.
Mis queridos hermanos santos, si alguien que conozcan está pasando por un mal momento, deben tratar de entenderle, en vez de juzgarle. «Así que por eso está pasando por un mal momento». Así es como deberían pensar. Todos nosotros debemos simpatizar con nuestros hermanos santos. Mientras servimos al Evangelio del agua y el Espíritu, muchas cosas buenas nos pasarán. Lo que quiero decir es que vivan poniendo su fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu ante Dios.
Con toda sinceridad, yo también he sido un paralítico espiritual, pero el Señor me ha salvado de todos mis pecados. Y francamente, ustedes también han sido paralíticos, pero el Señor les ha salvado de todo el pecado del mundo. No hay ninguno entre ustedes a quien el Señor haya salvado aún siendo perfecto. ¿Acaso no nos ha salvado el Señor mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, aunque ustedes y yo hayamos sido como el paralítico?
No sólo admitimos de palabra ser paralíticos y que somos insuficientes. ¿No somos insuficientes en la carne? Por supuesto que sí. ¿Tienen alguna idea de cuánto tiempo le cuesta a una persona conocerse a sí misma? No es fácil conocerse a uno mismo. Así que quien conoce su naturaleza fundamental es una persona extraordinaria.
Si admitimos que somos paralíticos, entonces, tenemos que andar por la fe desde ahora en adelante: debemos vivir con fe, difundir el Evangelio con fe, defender nuestro corazón con fe, postrarnos ante Dios con fe, vencer a este mundo con fe, y tratarnos unos a otros con fe. ¿Qué más tenemos aparte de nuestra fe? No les queda nada si les quitan la fe.
Las facultades básicas del hombre no valen nada. No somos nadie sin el poder del Evangelio. ¿Qué grandeza hay en la humanidad? Somos efímeros como el rocío y frágiles como la hierba. Está escrito: «Porque:
Toda carne es como hierba,
Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Mas la palabra del Señor permanece para siempre. » (1 Pedro 1, 24-25).
Las plantas tardan mucho en crecer, pero tardan poco en marchitarse una vez han florecido. Fíjense en las flores del jarrón de su casa. Las hierbas que adornan las flores puede que estén firmes ahora, pero déjenlas durante un par de semanas y verán lo que pasa. Se marchitarán. Lo mismo pasará con las flores, cuya belleza es sólo efímera, también se marchitarán. Los humanos somos como estas flores que se marchitan. La vida es así. Del mismo modo en que las flores se marchitan en poco tiempo, nosotros también nos marchitaremos.
Aunque seamos seres efímeros, ahora tenemos la eterna Palabra de Dios que nos ha hecho gente de fe e hijos de Dios que no perecerán. En realidad, al tener fe en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu somos justos, y podemos vivir por la Justicia de Dios con esta fe. Como hemos puesto nuestra fe en Cristo como nuestro Salvador, y como predicamos el Evangelio, seguimos en este mundo; no hay otra razón.
Dios nos ha hecho Su pueblo de fe. Pero todavía hay muchas almas en este mundo que están muriendo por desconocer el Evangelio del agua y el Espíritu. Como todavía quedan muchas almas para ser salvadas de sus pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu, me gustaría pedirles que predicaran este Evangelio a esta gente. No les estoy pidiendo que se hagan santos. Sólo quiero darles ánimos para que pasen el resto de sus vidas dedicándolo al Evangelio del agua y el Espíritu. No quiero nada más de ustedes.
Cuando estoy cansado me pongo de mal humor por nada. Soy así de insuficiente. Ustedes y yo sabemos muy bien que somos insuficientes. Aún así, tenemos la responsabilidad de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo, hasta el último día. Ustedes y yo vivimos por esta razón. Aunque seamos insuficientes, sabemos que como tenemos que hacer cosas en este mundo, predicar este Evangelio por todo el mundo, tenemos que seguir con nuestras vidas.
No pidan nada más—buen humor o un comportamiento virtuoso, por ejemplo—el uno del otro. Predicar el Evangelio del agua y el Espíritu y tener hermandad en la fe el uno con el otro, esto es todo lo que tienen que hacer en todo momento. Si no difundimos el poder del Evangelio, ¿quién lo hará?
¿Cuánta gente en este mundo está sufriendo sin el Evangelio del agua y el Espíritu? Podemos ver muchos cristianos desdichados que intentan por todos medios vivir según la voluntad de Dios mediante su penitencia y su propia determinación. De hecho, lo hacen porque están poseídos por demonios. ¿Sienten compasión por ellos? En realidad hay mucha gente en este mundo que no ha oído hablar del Evangelio del agua y el Espíritu, y si pudiera hablarles del Evangelio, estaría satisfecho. Es por el Evangelio que mis ojos están inyectados en sangre; es por el Evangelio que lloro; y es por el Evangelio que hago diferentes obras. Nunca hubiera podido hacer nada de esto de no ser por el Evangelio. Si no hubiera dedicado mi vida a difundir el Evangelio, estaría trabajando para mi propio beneficio. Pero como no es así como estamos viviendo, sino que vivimos por el Evangelio, todos nosotros estamos haciendo preciosas obras. Dios nos ha confiado estas obran tan extremadamente importantes.
A veces nuestros hermanos son ordenados como obreros de Dios y enviados a su lugar de ministerio. Algunas veces, veo que algunos dudan y piensan: «¿Por qué me han enviado aquí en vez de allá?». Entonces les digo: «¿Por qué os importa dónde vivís cuando vivís para difundir el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Qué es más importante que esto en el mundo entero? Puede que vayáis allí y no hagáis mucho la mayoría del tiempo, pero si predicáis el Evangelio del agua y el Espíritu a una sola persona, el Señor os aprobará. ¿Cómo haríais esta preciosa obra en el mundo? Si no fuera por la Iglesia de Dios, ¿dónde haríais estas preciosas obras?». Sé que todos nosotros, los que servimos al Evangelio, desde nuestros ministros hasta ustedes y yo, somos extremadamente importantes para Dios. Al creer en el poder de este Evangelio, todos nos hemos convertidos en el pueblo de Dios.
La gente se está ahogando en las mentiras que Satanás ha plantado en este mundo, sin conocer el Evangelio del agua y el Espíritu. Todo lo que debemos hacer es difundir la verdad del Evangelio del agua y el Espíritu por toda la tierra, que está llena de mentiras, e ir al Señor cuando vuelva a por nosotros. Si el Señor no vuelve mientras vivamos, entonces sigamos predicando el Evangelio.
A veces nos prestamos voluntarios a hacer trabajos difíciles por el Evangelio. Pero también hay muchos buenos momentos cuando servimos al Evangelio con fe. Dios nos da consuelos y renueva nuestras fuerzas cuando anhelamos Su ayuda.
Mis queridos hermanos, anhelo predicar el poder del Evangelio hasta el día en que vuelva el Señor. Si no puedo predicar el Evangelio yo mismo, por estar débil, por lo menos me gustaría cumplir con mi papel de apoyar al Evangelio. Yo también debo servir al Evangelio con mis oraciones hasta el día en que vuelva el Señor, y ustedes también.
Apoyémonos unos a otros, ayudémonos, confiemos el uno en el otro para que entre todos lo consigamos. Sé que aunque no lleguemos a cierto nivel de santificación en este mundo, si predicamos el poder del Evangelio por todo el mundo, el Señor se complacerá. Vivamos para difundir el Evangelio, y vayamos al Señor después de predicar este Evangelio. Si la gente no acepta el Evangelio después de escucharlo, déjenlos sin salvar y prediquen el Evangelio a otros. Y si nadie lo acepta, por mucho que lo prediquemos, paremos de predicarlo y esperemos a que Él vuelva.
El paralítico de la lectura de hoy recibió el perdón de los pecados al encontrarse al Señor y creer en Su poder. Como era insuficiente, recibió esta remisión de los pecados por su fe—en otras palabras, por creer en el poder del Señor. Si sus acciones no hubieran sido imperfectas, no hubiera venido a Jesús para pedirle la salvación, y al final, no hubiera sido salvado de todos sus pecados por creer en el poder del Señor.
Mis queridos hermanos, ante Dios, sólo los que han sido extremadamente deficientes en sus hechos pueden recibir la remisión de sus pecados al creer en el poder del Evangelio del Señor. ¿Creen que practicando el ascetismo, como si fuéramos Buda, podemos ser salvados de nuestros pecados? Son los que saben que son pilas de pecados los que pueden ser salvados de todos sus pecados al creer en el poder del Evangelio, en que Jesús vino a la tierra y que ha borrado todos sus pecados con el agua y la sangre.
Le doy gracias al Señor por salvarnos de todos nuestros pecados. Amén.