(Génesis 4, 1-4)
«Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda».
En Génesis 2, el Señor Dios le ordenó al primer hombre, Adán: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás». En medio del jardín estaba el árbol de la vida del que Dios quiso alimentar a la humanidad para siempre.
Sin embargo, en el capítulo 3 del Génesis, la serpiente se acercó a Eva y la tentó a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal diciendo: «Si comes del fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal, serás como Dios». Satanás quería destruir el amor y la justicia de Dios. Adán y Eva habían vivido en el Jardín del Edén, pero al final, como la serpiente los engañó y comieron del fruto prohibido, fueron expulsados del jardín de Dios.
Es indispensable que cuando creemos en la Palabra de Dios, conozcamos el verdadero significado de Su Palabra. En otras palabras, nuestra fe no debe ser ciega, sino que debe ir acompañada del conocimiento apropiado del significado de la Palabra. Debemos darnos cuenta de que Satanás está intentando corromper la Palabra de Dios, y que los que escuchan las palabras de Satanás se convierten en sus siervos. Debemos darnos cuenta de que la verdadera fe se corrompe cuando no creemos en la Palabra de Dios tal y como está escrita. Debemos creer que solamente Dios es el Rey Absoluto que puede juzgar el bien y el mal con justicia.
Satanás es el ángel caído que intentó cuestionar la autoridad de Dios. La Biblia dice que, aunque este ángel malvado retó la autoridad de Dios, nunca lo pudo vencer. Cuando la serpiente se acercó a Adán y Eva, quiso engañarlos, pero al final no pudo evitar someterse a la maravillosa providencia de Dios. Satanás retó a Dios una vez más, pero acabó siendo maldecido por Dios. Debemos darnos cuenta de que este Satanás, aunque ha sido vencido por Dios, sigue incitando a la gente a retar a Dios y comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, prohibido por Dios. Cuando examinamos el proceso que nos ha llevado a caer en el pecado, aprendemos muchas lecciones y sobre todo a no fiarnos de las palabras del Diablo.
Cuando Adán y Eva escucharon las palabras de Satanás y comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, ¿se convirtieron en Dios? Por supuesto que no. Como siempre, las palabras de Satanás no son más que mentiras. En vez de convertirse en Dios, el hombre vio como el pecado entró en su corazón, y después recibió todas las maldiciones. Los que fueron engañados por Satanás crearon su propia religión estúpida y creyeron en ella haciéndose vestiduras de hojas de parra. Cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, no se convirtieron en Dios, sino que el pecado entró en sus corazones y recibieron las maldiciones de Dios. Por eso, tejieron hojas de parra y se las pusieron, y después como cobardes se escondieron entre los árboles.
¿Qué otras lecciones nos enseña la caída del hombre? Nos enseña que debemos creer en la Palabra de Dios tal y como es, sin añadir o extraer nada. Este suceso también nos enseña la gran providencia de Dios. En el capítulo 3 del Génesis, podemos ver como Dios creó un plan especial para bendecirnos como Sus hijos. Dicho de otra manera, el pasaje en el capítulo 3 del Génesis nos enseña la providencia de Dios.
Este pasaje revela que ante Dios nadie puede ser salvado de sus pecados a través de sus propios actos de debilidad, sino por la misericordia infinita de Dios que hemos recibido a través de Jesucristo. Para poder convertirnos en hijos de Dios, primero tenemos que recibir la providencia que Dios ha preparado para nosotros. Para dar la bendición de la vida eterna a la humanidad a través de la remisión de los pecados, Dios permitió, durante un momento, que Dios nos tentase. En otras palabras, para poder recibir la gloria de convertirnos en hijos de Dios, primero tuvimos que caer en el pecado y convertirnos en objetos de la salvación de Dios. Dicho de otra manera, solo cuando los seres humanos sufren a causa de sus pecados y se libran de ellos a través de la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, pueden recibir la bendición de convertirse en hijos de Dios.
Las vestiduras de hojas de parra que Adán y Eva se hicieron después de la caída eran imperfectas, y después de unos días se rompieron y se les cayeron. Estas vestiduras hechas de hojas de parra simbolizan las vestiduras de hipocresía de los seres humanos. En otras palabras, estas ropas son las vestiduras de la religión que los seres humanos han hecho para sí mismos. Estas vestiduras hechas con la falsa bondad no pueden salvar al hombre caído. Dios ha hecho que sea imposible ser salvados de los pecados del mundo a través de las obras de la carne. Por eso Génesis 3, 21 dice: «Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió».
Como ya sabemos, las vestiduras espirituales que obtenemos al creer en la justicia de Dios son diferentes de las vestiduras de religión que están hechas de las falsas virtudes de la humanidad. En cuanto a su poder, ambas vestiduras son muy diferentes. Las vestiduras de hojas de parra que los humanos crean no pueden ocultar sus pecados. No vale la pena llevar estas vestiduras, porque se rompen al cabo de poco tiempo por culpa de sus pecados. Sin embargo, las túnicas de piel que Dios hace son las vestiduras de Su justicia, tan fuertes y duraderas que cuando se llevan, duran para siempre.
¿Qué nos dice la diferencia entre estos dos tipos de vestiduras? Nos enseña que nunca podemos resolver el problema de nuestros pecados mediante nuestras buenas obras, y que, para limpiar nuestros pecados, debemos ponernos las túnicas de piel hechas por Dios, las vestiduras de Su justicia, por fe. Pero la realidad es que la mayoría de cristianos no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu que contiene la justicia de Dios, sino que llevan las vestiduras de las oraciones de penitencia, como las hojas de parra que llevaban Adán y Eva. La Biblia enseña como la humanidad, desde que se alejó de la gracia de Dios, ha intentado cubrir su vergüenza y maldad con sus falsas virtudes.
El tipo de vida que está atrapada por la religión es miserable, ya que hay que hacerse vestiduras con hojas de parra todos los días. Sin embargo, del mismo modo en que Dios tuvo compasión por Adán y Eva y les hizo túnicas de piel para vestirlos, Dios nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu a través de Su Hijo para librar a todos los seres humanos de la trampa de la religión al cubrir todos sus pecados y su vergüenza. Este Evangelio es el Evangelio de la gran misericordia que contiene la justicia de Dios. Él ha hecho posible que recibamos la remisión de nuestros pecados a través de la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha dado, y Dios nos ha permitido a los que creemos en este Evangelio de la Verdad, estar en Su presencia como seres santos. Deben creer que Dios les ha hecho creer en Su justicia para no volver nunca a ser pecadores. Deben recordar esto y deben creer. Quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu puede ser una criatura nueva y parte del pueblo de Dios.
Sin embargo, como nacieron con pecado por naturaleza, primero deben admitir que estaban destinados a ir al infierno por este pecado. La naturaleza humana es pecadora. Todo el mundo quiere pecar siempre, como Dios le dijo a Caín: «Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él» (Génesis 4, 7).
Así todos nacimos pecadores que cometen pecados a todas horas durante toda nuestra vida. Pero Dios ha salvado a estos pecadores. El Evangelio que limpia todos nuestros pecados es el Evangelio del agua y el Espíritu. Así que debemos creer en este Evangelio del agua y el Espíritu con nuestros corazones y recibir la remisión de los pecados.
Sin embargo, como la Biblia dice: «Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales» (Judas 1, 10), muchas personas en la actualidad no aceptan el Evangelio del agua y el Espíritu por culpa de su carne, y además acaban levantándose contra el Evangelio y yendo directamente por el camino de la destrucción. Hacen hincapié en sus propios pensamientos y obras, así como en su religión de falsas virtudes, y así ofenden a la Verdad de Dios. Con sus pensamientos carnales y conocimiento instintivo, la gente se inventa su propia religión hipócrita y adora a sus propios dioses. Pero ¿puede esta religión falsa borrar sus pecados? No, por supuesto que no.
Los cristianos de todo el mundo deben dejar de lado su fe actual, que han mantenido como una mera religión, y deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Hasta este momento, han intentado borrar los pecados de sus corazones con su fe en la Cruz solamente, en vez de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Pero con este tipo de fe, ¿dejan de sentirse condenados cuando pecan? No, no pueden librarse de sus pecados. Si creen en Jesús como su Salvador, pero solo según lo que su carne les dicta por naturaleza, ¿podrán borrar sus pecados con este tipo de fe? No, no podrán hacerlo. Entonces deben pensar en su fe en este momento. Y deben arrepentirse y cambiar, creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y entrar en la justicia de Dios.
El mundo está lleno de religiones. Toda sociedad tiene su propia religión, como Herbert Spencer dijo, la gente crea las sociedades porque teme por su vida, y crea la religión porque tiene miedo a la muerte. Los teólogos dicen que incluso los caníbales tienen su propia religión. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que estas religiones están apartando a la gente del camino de la Verdad. Toda religión tiene su sistema de creencias que se basa en los valores naturales y el conocimiento del hombre, quien comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, y por tanto todas las religiones están en contra del Evangelio de Verdad que ha cumplido la justicia de Dios.
Nuestro Dios nos está diciendo que no debemos intentar salvarnos con las prácticas religiosas. Al practicar las virtudes religiosas, nadie puede eliminar sus pecados, ni puede librarse de sus pecados. Debemos darnos cuenta de que cuando nos vestimos con las vestiduras justas de la salvación que Dios no ha hecho, podemos recibir la remisión de los pecados, y podemos ser personas enteras para siempre. Dios ha borrado nuestros pecados e iniquidades con el Evangelio del agua y el Espíritu.
El Evangelio de la remisión de los pecados que ios nos ha dado
En Génesis 4, 1-5 está escrito: «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante».
En realidad Caín y Abel no fueron los únicos hijos de Adán y Eva, sino que hubieron otros. Pero la Biblia solo habla de estos dos hijos, y la razón es que Dios quiso enseñarnos con este pasaje que entre los que dicen creer en Dios, algunos son salvados y otros no. Asimismo, este pasaje nos enseña que la humanidad no puede borrar sus pecados con la religión. Nos dice que si la gente quiere recibir la remisión de los pecados de Dios y convertirse en Su pueblo, debe ofrecer un sacrificio aceptable a Dios por fe, y sobre todo ofrecer el sacrificio justo de fe a Dios.
Cuando Caín y Abel crecieron, los dos se dedicaron a trabajos distintos. Caín era agricultor y Abel ganadero. Como Caín era agricultor, le ofrecía a Dios productos de la tierra, tales como patatas, maíz y arroz, y quería que Dios los aceptara. Pero Abel, por el contrario, le ofrecía a Dios el primogénito de su rebaño, le abría el estómago, sacaba la grasa y ponía la carne y la grasa en un altar para ofrecer un holocausto a Dios. ¿Qué sacrificio aceptó Dios? Dios rechazó el sacrificio de Caín y aceptó el de Abel.
El fruto de la tierra se refiere a las prácticas religiosas humanas
El fruto de la tierra que Caín ofreció a Dios no era la Verdad, no era la vida verdadera. Por mucho que los humanos ofrezcamos un sacrificio a Dios por nuestra cuenta con toda sinceridad, no podemos cumplir la justicia de Dios. Él no quiere ningún sacrificio de la tierra que consista en la devoción humana, y por eso no lo acepta. Lo que Dios quiere de nosotros es un sacrificio que tenga vida y sangre. A no ser que la gente ofrezca un sacrificio aceptable a Dios, Él lo rechaza. El primogénito del rebaño, es decir el sacrificio de la redención, restauraría nuestra vida.
Dios aceptó el sacrificio de Abel. Aceptó al primogénito del rebaño y su grasa. Este sistema de sacrificios profetizó que Dios enviaría a Su único Hijo para salvar al mundo de sus pecados mediante el Evangelio del agua y el Espíritu. Este Evangelio del agua y el Espíritu es el Evangelio a través del cual el único Hijo de Dios nos ha salvado de nuestros pecados al tomarlos sobre Su cuerpo cuando Juan el Bautista le bautizó. Cuando creemos en el que vino por el agua y el Espíritu (1 Juan 5, 6), es decir Jesucristo, como nuestro Salvador y ofrecemos esta fe a Dios, Él aprueba nuestra fe y nos da la remisión de los pecados, así como las bendiciones para convertirnos en Sus hijos. En otras palabras, cuando creemos en el bautismo de Jesús, pasamos todos nuestros pecados al cuerpo de Jesús y ofrecemos esta fe a Dios, Él perdona nuestros pecados por nuestra fe. Esta es la única Verdad de salvación con la que Dios nos ha salvado de nuestros pecados por Su amor hacia nosotros.
Todos los pecadores son descendientes de Adán y por eso deben ofrecer el sacrificio que Dios les exige cuando se presentan ante Él. Esta es la ley de la salvación que Dios prometió con todo detalle en el libro de Levítico. En el capítulo 1 de Levítico, Dios llamó a Moisés en el Tabernáculo y le dijo: «Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda» (Levítico 1, 2). Entonces Dios le dijo al pueblo de Israel que su sacrificio para Dios tenía que ser una ofrenda pura. En otras palabras, Dios les dijo a los israelitas que si querían recibir la remisión de los pecados, tenían que ofrecer un sacrificio puro.
En el Antiguo Testamento, los animales puros como los toros, ovejas, o cabras se ofrecían como sacrificio a Dios. Él aceptaba estos sacrificios con gran gozo. «Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová» (Levítico 1, 3). El tener que ofrecer el sacrificio por su propia voluntad significaba que no había que ofrecerlo de la manera que a uno le apeteciese, sino cumpliendo todos los requisitos del sistema de sacrificios que Dios había establecido. En otras palabras, los animales para el sacrificio que Dios especificó eran toros, ovejas o cabras, y antes de sacrificarlos, el pecador tenía que poner las manos sobre el animal para pasarle los pecados. Así que Dios dijo: «Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya» (Levítico 1, 4). Esto significa que, cuando una persona ponía las manos sobre la cabeza de un animal, Dios aceptaba este animal como expiación para los pecados. Esto significa que cuando uno ponía las manos sobre la cabeza del sacrificio, Dios lo aceptaba como expiación de sus pecados, es decir, el que ofrecía el sacrificio recibía la remisión de los pecados. En otras palabras, como sus pecados se pasaban al sacrificio, Dios aceptaba esa ofrenda y perdonaba sus pecados. Así es como ofrecía sacrificios a Dios la gente en el Antiguo Testamento.
Pasemos a Levítico 4, 27-31: «Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y delinquiere; luego que conociere su pecado que cometió, traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su pecado que cometió. Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto. Luego con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar. Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado».
En el Antiguo Testamento, todo el pueblo de Israel, tanto los nobles como los plebeyos, tenían la Palabra de la Ley, que especificaba con todo detalle lo que se podía hacer y lo que no. Esta Ley gobernaba sus vidas y algunos de sus mandamientos eran: «No tendrás otros dioses ante Mí. No crearás ídolos. No te postrarás ante ellos. No tomarás Mi nombre en vano. Observarás el Sabbath. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No codiciarás». Estos 10 estatutos de Dios nos dan una idea general de la Ley y reciben el nombre de los Diez Mandamientos.
Como los seres humanos son demasiado débiles, cometen pecados constantemente. ¿Qué les decía Dios a los israelitas cuando cometían pecados con sus corazones o sus obras? Cuando el pueblo de Israel pecaba sin quererlo y no cumplía alguno de los mandamientos del Señor, admitía su culpa y ofrecían animales como sacrificio para Dios. Primero pasaban los pecados al animal mediante la imposición de manos sobre la cabeza del sacrificio, y después lo mataban y se lo ofrecían a Dios (Levítico 4, 27-28).
La mayoría de ustedes habrán visto una especie de cuadro en el que aparece un altar de holocaustos hecho de piedra con leña, un animal muerte encima y fuego por debajo. Este es el holocausto que se le ofrecía a Dios. Siempre que la gente del Antiguo Testamento cometía pecados, pasaba esos pecados, mediante la imposición de manos, al animal que iba a ser sacrificado, se le sacaba la sangre cortándole el cuello, y se entregaba esa sangre al sacerdote. Entonces, el sacerdote tomaba un poco de sangre con el dedo, la ponía en los cuernos del altar de los holocaustos, y derramaba el resto de la sangre por el suelo. Entonces sacaba la grasa el animal, la ponía encima del altar de los holocaustos junto con la carne, la quemaba y se la ofrecía a Dios.
Cuando pasamos al Libro de Levítico, vemos cómo Dios estableció el sistema de sacrificios para perdonar los pecados de la gente y cómo especifica los requisitos para estos sacrificios, como los holocaustos, las ofrendas de paz o del pecado. Dios dejó claro que un pecador debía matar a un animal para que muriera en su lugar, luego se debía poner sobre el altar de los holocaustos y ofrecerlo a Dios como ofrenda para la expiación de los pecados. Según este sistema de sacrificios, los pecadores del Antiguo Testamento tenían que ofrecer un animal y pasarle los pecados mediante la imposición de manos. El sacrificio animal que aceptaba los pecados de la gente a través de la imposición de manos, debía morir para pagar el precio del pecado en lugar del pecador. En otras palabras, el que pasaba los pecados al animal, tenía que matarlo, sacarle la sangre y entregársela al sacerdote. Entonces el sacerdote tomaba un poco de sangre con el dedo, la ponía sobre los cuernos del altar de los holocaustos, y derramaba el resto de la sangre por el suelo. Después ofrecía toda la carne a Dios y la quemaba. Cuando el sacerdote realizaba el sacrificio a Dios, el pecador podía recibir la remisión de los pecados. A través de este sistema establecido por Dios, el pecador podía ser redimido de sus pecados. Mediante este sistema de sacrificios Dios abrió el camino para que el pueblo de Israel fuera redimido de sus pecados por fe, por muchos pecados que tuviera. Este era el sistema de sacrificios.
Por tanto, como Dios prometió que perdonaría todos los pecados de Su pueblo, según esta promesa, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento imponía las manos sobre la cabeza del animal y ofrecía su sangre a Dios. Como pecaban todos los días, tenían que expiar sus pecados todos los días y recibir la remisión de sus pecados a diario.
Pero era demasiado trabajo ofrecer sacrificios a diario. Así que Dios estableció otro rito para el pueblo de Israel, el estatuto que regulaba el Día de la Expiación. Este rito de sacrificios permitió al pueblo de Israel pasar todos los pecados que habían acumulado durante todo el año. Era un sacrificio de misericordia, mediante el cual Dios permitía al Sumo Sacerdote pasar todos los pecados de Su pueblo a un animal a través de la imposición de manos.
Este sacrificio del Día de la Expiación se ofrecía todos los años en el décimo día del séptimo mes. Leamos Levítico 16, 29-30: «Esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová».
Dios hizo que el Sumo Sacerdote ofreciese el sacrificio que borrara los pecados que el pueblo de Israel había cometido durante todo un año. Antes de esto, cuando los israelitas cometían un pecado pequeño, tenían que ofrecer un sacrificio animal, pasar los pecados al animal poniendo las manos sobre la cabeza de este, matarlo y quemarlo. Pero esto era demasiado complicado, y no había suficientes animales para sacrificar por los pecados de los israelitas, y por eso Dios hizo que el Sumo Sacerdote ofreciera un sacrificio especial para borrar todos los pecados de un año. En otras palabras, Dios les dio el estatuto que borraba sus pecados anuales de una sola vez. Por eso, según este estatuto, el Día de la Expiación, un hombre llamado Aarón ofrecía un sacrificio a Dios en su función de Sumo Sacerdote.
El sacrificio eterno de la expiación
Pasemos a Levítico 16, 17-22: «Ningún hombre estará en el tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario, hasta que él salga, y haya hecho la expiación por sí, por su casa y por toda la congregación de Israel. Y saldrá al altar que está delante de Jehová, y lo expiará, y tomará de la sangre del becerro y de la sangre del macho cabrío, y la pondrá sobre los cuernos del altar alrededor. Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel. Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto».
El hombre llamado Aarón era el Sumo Sacerdote, y este hombre, como representante del pueblo de Israel, pasaba todos los pecados del pueblo a un animal. En primero lugar, preparaba dos cabras, una sería sacrificada en el Tabernáculo, y la otra sería sacrificada ante el pueblo de Israel. Esta segunda cabra se llamaba el «chivo expiatorio». Aarón ponía las manos sobre la cabeza del chivo expiatorio y así le pasaba los pecados de su pueblo de una vez, para después soltarlo en el desierto. Entonces el chivo expiatorio vagaba por el desierto y moría con los pecados del pueblo a sus espaldas.
Este es el sacrificio de expiación que el pueblo de Israel ofreció. Por tanto, los que querían vivir limpios todos los días, tenían que ofrecer un sacrificio animal todos los días, pasarle sus pecados al poner las manos sobre su cabeza, matarlo y darle la sangre al sacerdote. La Biblia dice: «Sin derramamiento de sangre, no hay remisión» (Hebreos 9, 22). Como los sacrificios de los israelitas aceptaban los pecados a través de la imposición de manos, los animales tenían que derramar su sangre.
Este es el cumplimiento de la Palabra de Dios: «Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6, 23). Quien tiene pecado ante Dios debe ser condenado por sus pecados, y esta es la razón por la que Dios envió a Su único Hijo al mundo por nosotros. Cuando la Biblia dice: «Porque Dios amó tanto al mundo que entregó a Su único Hijo», significa que Dios entregó a Su único Hijo por Su amor hacia nosotros, y como Dios nos amó, se sacrificó a Sí mismo y nos salvó del pecado para devolvernos a la vida.
A diferencia de la época del Antiguo Testamento, ahora podemos borrar nuestros pecados para siempre a través del Evangelio del agua y el Espíritu
Ahora estamos viviendo en la época del Nuevo Testamento. Aunque vivimos en una era donde reina la razón, seguimos pecando. ¿Quién no peca? Todo el mundo peca sin excepción.
Algunas personas dicen que sus pecados desaparecen cuando ofrecen oraciones de penitencia. Así que, aunque cometen pecados todos los días, van a la iglesia y oran: «Señor, he pecado. Perdóname». Pero, ¿de verdad pueden ser perdonados de esta manera? Por supuesto que no. Nadie puede eliminar sus pecados personales a través de oraciones de penitencia.
¿Creen que hay algún cristiano que intente no cumplir la Ley a propósito? No. La mayoría de los cristianos intentan cumplir la Ley. Pero, ¿pueden hacerse justos al cumplir la Ley de Dios a la perfección? ¿Pueden recibir la remisión de los pecados a través de su devoción religiosa y sus obras altruistas? Nunca. Desde el principio, Dios dejó claro que nadie puede esconder sus pecados vistiéndose con hojas de parra. En otras palabras, ningún pecador puede recibir la remisión de los pecados a través de la religión del mundo.
¿Con qué podemos borrar nuestros pecados? Dios dijo que nos ha salvado del pecado mediante la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, y que por eso podemos recibir la remisión de los pecados. En otras palabras, cuando entendemos el Evangelio del agua y el Espíritu que ha borrado nuestros pecados, y creemos en él, podemos ser salvados de nuestros pecados. Mientras que los seres humanos no pueden ser salvados del pecado a través de los frutos de la carne, si no creen en el Evangelio de justicia completado por el Señor Dios, no pueden recibir la remisión de los pecados y ser justos. Es más difícil que un rico entre al Reino de los Cielos a través de su propia justicia, que un camello pase por el ojo de una aguja, pero Dios ha completado nuestra salvación de los pecados, que es imposible completar mediante nuestras propias obras, y que Él nos ha dado gratuitamente. Por eso cuando Jesús habló de nuestra salvación del pecado, dijo: «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible» (Mateo 19, 26).
Mientras vivimos en este mundo, no podemos evitar cometer pecados todos los días, porque somos demasiado insuficientes. ¿Quién no peca en este mundo? Si hay alguien que no peca ante Dios u otros seres humanos, que hable ahora. Los cristianos de la actualidad dicen: «Creed en Jesús. Iréis al Cielo si creéis en Jesús», pero cuando les preguntamos: «¿Acaso no pecan los cristianos cuando viven en este mundo?», ellos dicen: «Por supuesto que sí, los cristianos también pecan». Cuando preguntamos: «Entonces, ¿qué hacéis cuando pecáis?», ellos dicen: «Todo lo que hay que hacer es ir a la iglesia y ofrecer oraciones de penitencia».
¿Tiene esto sentido? Queridos hermanos, esto no tiene ningún sentido. De hecho, esta es la razón por la que muchas personas denuncian a los cristianos. Les preguntan: «Si un hombre mata a una persona y va a la iglesia a orar a Dios para que le perdone, ¿se le perdona este pecado?». Esta es una buena pregunta; el pecado no se perdona por ofrecer oraciones de penitencia.
Otras personas creen que si hacen obras de caridad y ofrecen mucho dinero en las ofrendas, sus pecados se borrarán, como si hubiesen saldado una deuda. Esto no es cierto, sino que es el resultado de «lo que saben por naturaleza» (Judas 1, 10). Solo porque los cristianos ofrezcan dinero a Dios, ¿desaparecerán sus pecados? ¿Recibirán las bendiciones de Dios si ofrecen dinero en la iglesia? En otras palabras, ¿desaparecerán los pecados de sus corazones si entregan su dinero ganado con el sudor de su frente a Dios? ¿Es nuestro Dios tan injusto como para aceptar un soborno como este y evitar que los pobres pongan un pie en Su Iglesia?
Imaginemos por un momento que hay un electricista aquí, cuyo trabajo es subirse a un poste eléctrico y repararlo. El electricista sube al poste, saca sus herramientas y se le cae una. El electricista mata a alguien por accidente. Como podemos ver, los seres humanos cometen pecados constantemente, pero ¿desaparecen sus pecados cuando ofrecen oraciones de penitencia? No, por supuesto que no. Ya pequemos a propósito o sin querer, todos los pecados se borran al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, donde se manifiesta la justicia de Dios.
Todos los pecados de la humanidad se borrar si se conoce el Evangelio del agua y el Espíritu y se confía en él. El Dios en el que creen los cristianos es un Dios justo, y por eso Dios dijo: «Si matas a alguien, debes morir». Aunque no pequemos a propósito, todavía podemos pecar sin querer, y por eso la Ley justa de Dios se nos aplica, y por esa regla deberíamos haber muerto un millón de veces.
Dios es justo. Dios es muy justo. La Ley dice que si alguien mata por accidente, debe morir sin falta (Números 35, 16-21). Dicho de otra manera, Dios había establecido una ley que decía: «Ojo por ojo y diente por diente». Según la Ley de Dios, si alguien pegaba a otra persona y le rompía un diente, tenía que quitarse un diente también. En los países islámicos, la Ley se aplica al pie de la letra, y por eso, cuando se castiga a un ladrón, se le corta la mano. La Ley de Dios es así de estricta. Así que si la Ley de Dios se aplicase a todo el mundo, todavía estaríamos siendo condenados por nuestros pecados.
Entonces, ¿cómo pueden los seres humanos evitar la muerte si no dejan de pecar constantemente? ¿Cómo pueden ser salvados? Como Dios amó tanto a la humanidad, no podía dejar morir a los seres humanos por sus pecados. Por eso Dios creó el sistema de sacrificios para borrar los pecados de la humanidad justamente. En otras palabras, Dios permitió que los pecadores preparasen un animal para ser sacrificado, pasar sus pecados al animal mediante la imposición de manos, matar al animal para pagar el precio del pecado, y ser redimidos de estos pecados. Al establecer este sistema de sacrificios, Dios cumplió tanto Su amor como Su justicia.
Aunque sigamos pecando, Dios ya ha borrado todos nuestros pecados
¿Hay alguien en este mundo que no peque ante Dios u otros seres humanos? No, no hay nadie. Yo también cometo pecados. ¿Cómo puedo evitar la muerte, el precio del pecado? En otras palabras, ¿cómo puedo evitar el castigo eterno del infierno? No hay ninguna manera para que podamos borrar los pecados por nosotros mismos, solo Dios puede darnos la remisión de los pecados. Entonces, ¿cómo borra Dios nuestros pecados? Dios ha borrado nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu que ha cumplido Su justicia.
Pasemos a Mateo 3, 13-17: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento anticipó el Nuevo Testamento, y la base de este sistema era la propiciación que Jesús reveló en el Nuevo Testamento. Algunas personas dicen: «El amor de Dios y Su justicia se encontraron en la Cruz». Proclaman que Dios ha salvado a los humanos de sus pecados solamente a través de la sangre derramada en la Cruz, y predican un seudo evangelio. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que en el Evangelio del agua y el Espíritu, la justicia de Dios y Su amor se perfeccionan. En otras palabras, Jesús, Dios mismo, ofreció Su cuerpo como expiación eterna de nuestros pecados a través del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, y por eso hemos recibido «el amor de la verdad» (Tesalonicenses 2, 10).
Para salvarnos de los pecados del mundo, Dios Padre envió a Su único Hijo al mundo como hombre de carne y hueso, pasó todos los pecados a Su Hijos a través del bautismo, y lo crucificó para que sangrase y muriese en lugar de los pecadores. Entonces Dios Padre resucitó al Hijo. La Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu explica cómo nos salvó Jesús de los pecados. Este es el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió.
Cuando Jesús cumplió 30 años, para cargar con todos los pecados a través de Su bautismo, tuvo que ir a Juan, que estaba bautizando al pueblo de Israel en el río Jordán. Jesús quería ser bautizado por Juan el Bautista. Aquí aparece Juan el Bautista que bautizó a Jesús como representante de la humanidad. Él es el hombre más grande nacido de mujer (Mateo 11, 11).
Cuando Jesús le pidió a Juan el Bautista que le bautizase, Juan le dijo: «Yo necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?». Con esto Juan quiso decir: «Jesús, Tú eres el Hijo de Dios y el Creador de la humanidad, ¿por qué quieres que Te bautice? Soy yo quien debería ser bautizado por Ti».
Entonces Jesús le ordenó a Juan el Bautista: «Déjame hacer ahora, pues conviene así que cumplamos toda justicia. Solo si hacemos esto podremos cumplir toda justicia. Solo cuando pongas tus manos sobre Mi cabeza y me pases todos los pecados de la humanidad, podré llevarlos a la Cruz y derramar Mi sangre para cumplir la voluntad de Dios Padre. Solo entonces podremos cumplir la justicia y el amor de Dios y así la humanidad podrá ser salvada. Así que deberías bautizarme». Por eso Jesús fue bautizado por Juan el Bautista.
La Biblia declara que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista para cumplir la justicia de Dios (Mateo 3, 15). Para borrar todos los pecad de la humanidad, Jesús quiso ser bautizado por Juan el Bautista, y esto era indispensable. Cuando Jesús salió del agua después de ser bautizado, las puertas del Cielo se abrieron y Dios dijo: «Este es Mi Hijo querido, en quien tengo mi complacencia».
Tal y como está escrito en Juan 3, 16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Dios nos dio a Su único Hijo por el bien de la humanidad. El mundo aquí se refiere a la raza humana.
Para salvarnos del pecado, Dios Padre envió a Su Único Hijo al mundo, e hizo que fuese bautizado en el río Jordán de la misma manera en la que se realizaba la imposición de manos en el Antiguo Testamento, para que Jesús aceptase todos los pecados del mundo. En otras palabras, nuestro Señor aceptó todos los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista, para poder eliminar todos los pecados que cometemos durante toda la vida, incluso los pecados de nuestros antepasados, y los de todas las personas que vivirán hasta el final de los tiempos. Esta obra es el Evangelio del agua y el Espíritu que se cumplió mediante el bautismo que Jesús recibió en el río Jordán y la sangre que derramó en la Cruz.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista y salió del agua, Dios Padre dijo: «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo Mi complacencia». Con esto Dios estaba diciendo: «Este es Mi Hijo, quien tomó vuestros pecados al ser bautizado, y quien derramará Su sangre y morirá en la Cruz. Pero Yo resucitaré a Mi Hijo Jesucristo. Esta es Mi obra justa para salvaros del pecado. Este es Mi amor». Como Dios nos amó tanto, hizo que Jesús fuese bautizado por Juan el Bautista y derramase Su sangre hasta morir. Esta es la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
El bautismo de Jesús equivale a la imposición de manos sobre el sacrificio animal en el Antiguo Testamento. Del mismo modo en que en el Antiguo Testamento Dios mataba un animal para los pecados de la humanidad y de la misma manera en que vistió a Adán y Eva con túnicas de piel, Él nos dio la salvación mediante la propiciación de Jesús, el Cordero de Dios. No podemos ser salvados a través de cualquier religión que adora a ídolos humanos. Como Dios nos ha vestido con las vestiduras de la salvación eterna que nos hizo con el Evangelio del agua y el Espíritu, ahora nos ha salvado de todos los pecados.
Jesús vino al mundo hace 2000 años. Cuando cumplió los 30, fue bautizado por Juan el Bautista para poder cumplir toda la justicia de Dios. Como está escrito en Mateo 3, 15: «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó», Jesús borró los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista mediante la imposición de manos. La palabra así en Mateo 3, 15 significa que en el Antiguo Testamento los pecados eran pasados al animal mediante la imposición de manos, y Dios aceptaba este sacrificio y borraba los pecados cuando el animal sangraba y moría, y de esta misma manera Jesús fue bautizado y salió del agua.
Como Jesús aceptó nuestros pecados al ser bautizado, es decir, cuando aceptó todos nuestros pecados como la ofrenda en el Antiguo Testamento, tuvo que derramar Su sangre y morir, y por eso fue crucificado por nosotros. Después se levantó de entre los muertos. En otras palabras, aunque no teníamos otra opción que morir por nuestras transgresiones y pecados, el Señor fue bautizado por nosotros, derramó Su sangre por nosotros, y se levantó de entre los muertos. Esta es la razón por la que Jesús vino al mundo. Jesús tomó todos nuestros pecados de una vez por todas cuando fue bautizado por Juan el Bautista.
Jesús es el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo
Leamos Juan 1, 29: «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
Como Jesús aceptó todos los pecados del mundo de una vez mediante Su bautismo, cumplió toda justicia y cargó con todos los pecados en Su cuerpo Por eso Jesús se convirtió en el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo. A través de este bautismo que recibió de Juan el Bautista, tomó todos los pecados del mundo para siempre.
Todos cometen pecados en este mundo. Pero Jesús quitó todos los pecados del mundo para llevarlos a la Cruz. Así es como Jesús se convirtió en nuestro Salvador.
Jesucristo cargó con todos los pecados de este mundo para siempre, los llevó a la Cruz y derramó Su sangre por nosotros. Está escrito en Juan 19, 17-18: «Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio».
¿Por qué tuvo que ser crucificado Jesús y derramar Su sangre? Porque tenía que aceptar todos los pecados del mundo para siempre mediante Su bautismo. Debemos comprender la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Jesús fue bautizado por Juan el Bautista para borrar nuestros pecados, y como los aceptó, tuvo que pagar su precio al ser crucificado.
Juan dijo lo siguiente acerca de la crucifixión y muerte de Jesús en la Cruz en Juan 19, 28-30: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu».
Mis queridos hermanos, cuando Jesús fue crucificado y derramó Su sangre, cuando estaba a punto de morir en la Cruz, dijo: «¡Está acabado!» (Juan 19, 30). ¿Por qué dijo esto antes de morir? Porque Jesús había tomado todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y ahora, cargando con esos pecados a la Cruz, tenía que pagar su precio derramando Su propia sangre. Jesús quitó nuestros pecados para siempre. Al levantarse de entre los muertos, nuestro Señor dijo: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 19-20).
¿Somos justos si creemos en la justicia de Dios?
Pasemos a Romanos 3, 19-20. «Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado».
Nadie en este mundo puede ser salvado de sus pecados por creer en Jesús como una práctica religiosa. Dios dijo: «Todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley». ¿Qué significa este pasaje? Significa que la Ley habla a los que no se dan cuenta que Dios les ha salvado, y a los que están atados a sus pecados y van a ir al infierno. ¿Qué dice entonces la Ley? Dice: «Toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios». En otras palabras, declara: «Estáis expuestos como pecadores ante la Ley, y por eso debéis ser condenados por vuestros pecados».
Asimismo, nuestro Señor dijo: «Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado». Por esto el Señor dejó claro que la salvación no se puede alcanzar al creer en el cristianismo como una mera práctica religiosa, como si fuera una mera religión del mundo. Por muy virtuosa que sea una persona, nadie puede cumplir la Ley al 100 por cien. A través de la Ley, Dios nos dijo: «No tendréis otros dioses ante Mí; no cometeréis adulterio; no robaréis; no daréis falso testimonio; no codiciaréis». Dicho de otra manera, Dios nos está diciendo a través de la Ley: «Sois pecadores, tenéis otros dioses en vuestros corazones, cometéis adulterio todos los días, solo dais falso testimonio, robáis siempre que podéis, y no podéis controlar vuestra codicia».
La Ley nos pide santidad. Jesús dijo a propósito de este requisito de la santidad: «Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5, 28). Los seguidores de la religión piensan que hacen el bien mientras no trasgredan la Ley con sus acciones. Pero el Señor dijo que quien tiene deseos carnales en su corazón comete adulterio. Por tanto nadie puede escapar de la condena de la Ley de Dios, y nadie puede ser salvado de sus pecados al cumplir la Ley.
Pasemos a Romanos 3, 21-22: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia».
La Biblia dijo aquí: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios». Esto significa que ahora podemos obtener la salvación del pecado si creemos en la justicia de Dios, no a través de la religión o de las oraciones de penitencia, ni por ofrecer más dinero a la iglesia o vivir con rectitud. En otras palabras, Dios ha abierto un camino nuevo para alcanzar la salvación del pecado. Esto significa que Jesucristo nos ha salvado al ser bautizado por Juan el Bautista para aceptar todos nuestros pecados, morir en la Cruz, y levantarse de entre los muertos. En resumen, al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, podemos ser salvados de nuestros pecados.
Dios dijo en Romanos 3, 23-26: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús».
¿Qué significa este pasaje? Significa que cuando Jesús vino al mundo, cumplió la justicia de Dios. ¿Cómo consiguió esto Jesucristo? Lo consiguió al aceptar todos nuestros pecados mediante el bautismo que recibió de Juan el Bautista, al pagar la condena de esos pecados en la Cruz en nuestro lugar, la condena que tendríamos que haber pagado nosotros, y al salvador. Así hemos sido justificados justamente por la gracia de salvación que Dios nos ha dado. Este es el don de la justicia de Dios.
La justicia de Dios se completó con la obra justa (Romanos 5, 18) de Jesucristo, el único Hijo de Dios Padre, y se nos entregó gratuitamente. Esta obra justa de Jesucristo consistió en aceptar todos los pecados del mundo a través del bautismo, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos para salvarnos de nuestros pecados. Este es el don del amor de Dios. Por eso la Biblia dice que somos justificados libremente por Su gracia.
Al admitir la obra justa de Dios con nuestros labios podemos alcanzar nuestra salvación. Como hemos recibido el don de la salvación al creer en la justicia de Dios completada por Jesús, ahora somos justos e hijos de Dios. En otras palabras, no podemos ser redimidos de nuestros pecados si no cometemos pecados, ni por hacer buenas obras, ni por ofrecer mucho dinero u oraciones de penitencia, ni por vivir una vida religiosa. La verdadera salvación se consigue al creer en la justicia de Dios a través de la que Jesucristo nos ha salvado. Este es el Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Verdad que nos lleva al Cielo.
Dios dijo en Romanos 4, 1-8: «¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado».
Mis queridos hermanos, ¿qué tipos de personas son bendecidas ante Dios, y qué tipos no lo son? Los bendecidos son los que han sido salvados de sus pecados. Aunque Abraham fue aprobado por Dios como un hombre justo, esto no significa que fuese aprobado por su propia justicia por no haber cometido pecado o haber vivido con justicia. ¿Cómo fue justificado Abraham? Fue salvado de sus pecados al creer en la justicia de Dios. ¿A través de qué tipo de fe recibió la salvación de todos sus pecados?
Dios abrió los ojos espirituales de Abraham: hizo que Abraham descubriese el significado de Su justicia contenida en el sacrificio de expiación. En otras palabras, Abraham se convirtió en un hombre justo porque creyó en que Dios aceptaba los pecados de los pecadores y los borraba cuando le presentaban un animal y le pasaban los pecados mediante la imposición de manos, y que de la misma manera Jesucristo vendría al mundo, tomaría nuestros pecados al ser bautizado, moriría en la Cruz, se levantaría de entre los muertos y nos salvaría a todos. Abraham fue salvado de sus pecados al creer en Dios, a través de la Palabra que le dio. Así es como Abraham se convirtió en un hombre feliz ante Dios.
La Biblia dice aquí: «Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado». Mis queridos hermanos, ¿significa esto que aunque hayamos pecado ante Dios, Él no tendrá en cuenta los pecados sin ningún motivo? Por supuesto que no. Dios dijo que Su Hijo vendría al mundo y cumpliría toda Su justicia. En otras palabras, aunque cualquier ofensa cometida por la humanidad es un pecado ante Dios, nuestro Señor nos ha salvado de todos los pecados al ser bautizado por Juan el Bautista y derramar Su sangre en la Cruz. Significa que Jesús, Dios mismo, pagó el precio del pecado.
Por tanto, quien crea en este Jesucristo, que ha borrado todos nuestros pecados, como su Salvador, está bendecido. Al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, se nos han perdonado todas nuestras iniquidades, y somos personas bendecidas. Las personas más felices del mundo son las que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Romanos 4, 25 dice que Jesús «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación». Como Jesucristo vino al mundo, como fue bautizado por Juan el Bautista, y como tomó todos los pecados del mundo, tuvo que presentarse ante la corte de Pilato, ser flagelado cuarenta veces menos una, y derramar Su sangre hasta morir en la Cruz; y al final se levantó de entre los muertos. El Señor fue bautizado por nuestras ofensas, murió por nosotros y se levantó de entre los muertos de nuevo.
Cometemos transgresiones ante Dios todos los días. Pero, a través del bautismo que Jesucristo recibió de Juan el Bautista, Él tomó nuestras transgresiones, tanto las cometidas de corazón como las cometidas con nuestras obras, y murió por nuestros pecados para levantarse de entre los muertos. Para salvarnos de nuestros pecados, Jesucristo fue bautizado en nuestro lugar y pagó la condena del pecado en nuestro lugar. Después se levantó de entre los muertos para devolvernos la vida.
Por eso Romanos 5, 1-2 dice: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios». En otras palabras, hemos sido justificados por fe. Hemos alcanzado la justicia al creer la Verdad. Dios nos ha salvado al entregar a Su propio Hijo, porque nos amó. Del mismo modo en que Dios aceptó un sacrificio ofrecido según los requisitos del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, Dios ha aceptado a los que creen en la expiación eterna que Jesús ofreció a través de Su bautismo y la sangre derramada en la Cruz, y les ha dado la remisión de los pecados.
Pasemos a Hebreos 10, 9-10: «Diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre». «Lo primero» aquí se refiere a la Ley. Significa que nuestra salvación no se puede alcanzar mediante la Ley. Cuando la humanidad cayó, Dios nos dio la Ley, y a través de esta nos permitió darnos cuenta de nuestros pecados. Solo cuando vemos nuestros pecados podemos conocer y creer en Jesucristo como nuestro Salvador, y conseguir la remisión de todos nuestros pecados.
¿Qué vino a hacer Jesucristo al mundo? Vino a hacer la voluntad de Dios Padre. Mientras que los líderes de otras religiones vieron por la gloria de su propia carne y para demostrar su propia justicia, Jesucristo vino al mundo con un gran plan para salvarnos de nuestros pecados. Y a través de los labios de David, el Profeta, Jesús habló sobre lo que haría más adelante: «Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Hebreos 10, 7; Salmo 40, 6-8).
¿Qué es tan increíble cuando confirmamos que Jesucristo es nuestro Salvador, que vino al mundo para cumplir toda la justicia de Dios? ¿Qué es la justicia de Dios? La justicia de Dios es Su obra de salvación que nos ha librado del pecado y la condena al ser bautizado por Juan el Bautista y al cargar con nuestros pecados, morir en la Cruz, y levantarse de entre los muertos. En otras palabras, el hecho de que, por nuestro bien, Jesucristo, el Hijo de Dios, nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu.
Está escrito: «Y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (Hebreos 10, 9-10). Siguiendo la voluntad del Padre, Jesucristo ofreció Su cuerpo para siempre. Como Jesús fue bautizado una vez, murió en la Cruz para siempre, y se levantó de entre los muertos de nuevo, hemos sido santificados. ¿Somos santificados al cumplir la Ley? Por supuesto que no. Hemos conseguido la santidad al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Mis queridos hermanos, si quieren creer en Jesús, primero deben conocer el Evangelio del agua y el Espíritu y creer en él correctamente. Los que no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu, o los que no creen en él, no pueden recibir la remisión de los pecados. Muchos cristianos dicen: «Si peco, todo lo que tengo que hacer es ir a la iglesia y pedirle al Señor que me perdone». Estas personas están blasfemando contra el Evangelio. Por culpa de esta gente, los que no son cristianos, tienen tanta aversión hacia el cristianismo.
Pasemos a Hebreos 10, 11-14: «Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados».
Jesucristo dice aquí que Él ofreció el sacrificio eterno para nuestros pecados. Esto significa que Jesús fue bautizado y murió en la Cruz para eliminar todos esos pecados; y al hacerlo, ofreció un sacrificio eterno para siempre. En otras palabras, Jesucristo cargó con todos los pecados que cometemos hasta que morimos, y por eso se convirtió en nuestra propiciación eterna. Al ofrecer este sacrificio eterno, Jesucristo se levantó de entre los muertos y ascendió al Cielo, y ahora está sentado a la derecha de Dios Padre. El Señor ya no obra para borrar los pecados del mundo.
Todo el mundo puede conseguir la salvación si cree en el Evangelio del agua y el Espíritu, que declara que Jesucristo ha borrado todos los pecados del mundo. Jesús vino al mundo hace 2000 años, vivió aquí durante 33 años y cumplió toda la justicia de Dios al ser bautizado y derramar Su sangre. Jesús ha borrado todos nuestros pecados. Ahora quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu recibirá la remisión de los pecados. Jesús ha cumplido toda la justicia de Dios.
El pasaje de Hebreos dice que Jesús ofreció un sacrificio eterno a Dios Padre, y después se sentó a Su derecha, pero lo que precede es de crucial importancia: «De ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10, 13-14). Esto significa que cualquiera que crea en lo que Jesús ha hecho por él, podrá recibir la remisión de los pecados para siempre; pero quien no crea en la obra del Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús cumplió, será condenado por sus pecados. Los que no creen en la justicia de Dios se convierten en Sus enemigos precisamente por no creer. El Señor esperará hasta que Su Iglesia termine de difundir el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo, y cuando llegue ese momento, elevará a todos los que creen en el Evangelio y les dará la bienvenida a la boda; pero derramará Su ira sobre los que no creen en el Evangelio de Verdad. Cuando el pasaje dice que el Señor hará de Sus enemigos estrado de Sus pies, Dios está expresando Su ira justa, diciendo que tomará a Sus enemigos que rechazaron Su amor y se levantaron contra Él, y los destruirá a todos.
Dios sigue diciendo en Hebreos 10: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado» (Hebreos 10, 15-18).
Mis queridos hermanos, Dios dijo: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado». Todos los pecados que han sido cometidos y que se cometerán en este mundo están incluidos en «sus pecados y transgresiones», desde los pecados que ya hemos cometido, hasta los que cometeremos hoy, los que cometeremos hasta el día en que muramos, los pecados de nuestros antecesores, los de nuestros padres, y los pecados de nuestros descendientes. Nuestro Señor ha borrado todos esos pecados. Jesús fue entregado por nuestras ofensas, y resucitado por nuestra justificación (Romanos 4, 25). Por tanto, ante nuestro Señor, no hay otra manera de alcanzar nuestra salvación si no creemos en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu con nuestros corazones. Debemos creer en el Evangelio con el que Dios nos ha salvado. No podemos ser salvados a través de nuestra fe religiosa.
La palabra religión proviene de la palabra latina religio, que significa «atar fuerte». Esta palabra implica agarrarse a algo en lo que confiamos. Pero no tiene nada que ver con nuestra salvación. Cuando un helicóptero rescata a alguien que se está naufragando en medio del océano, si esa persona se agarra a la cuerda con sus manos en vez de atársela a la cintura, se caerá tarde o temprano. Por muy fuertes que sean sus brazos, si el helicóptero entra en una zona de turbulencias durante horas, el náufrago se cae al agua, aunque sea el campeón mundial de pulsos. Aferrarse a Dios a ciegas no puede salvarnos; solo podemos ser salvados por completo cuando Dios nos agarra con Su Palabra verdadera de salvación. Debemos alcanzar nuestra salvación al creer en el hecho de que el Señor ha borrado nuestros pecados. Esto no se consigue con nuestras obras o suplicando al Señor que nos perdona, ni tampoco si ofrecemos oraciones matinales, ni ofreciendo la décima parte de nuestro salario, ni mucho menos viviendo con rectitud.
Sé que algunas personas se preguntan: «Si se recibe la remisión de los pecados para siempre, ¿acaso no se puede cometer pecados libremente?». Esto no es así, los que están sin pecados por creer en el Evangelio del agua y el Espíritu están menos predispuestos a pecar, porque tienen miedo a pecar. ¿Lo entienden? Aunque cometan pecados porque son insuficientes en la carne, sus corazones lo sienten cada vez que pecan, ¿no es así? ¿Acaso el Espíritu Santo no se disgusta cuando pecan?
¿A quién es más fácil encontrar en un sitio sucio: a alguien que lleva ropa limpia o a alguien que lleva ropa sucia? A la persona que lleva ropa sucia no le importa dónde ir, ya que su ropa ya está sucia. Pero la persona que lleva ropa limpia evita la suciedad. Si su corazón ha recibido la remisión de los pecados por la fe, preferirán no ir a sitios sucios que les puedan ensuciar. ¿No es cierto?
Nuestro Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados. Nadie puede ser salvado de sus pecados a través de sus propios esfuerzos. Solo cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, que es la justicia de Dios, podemos alcanzar nuestra salvación.