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布道

Tema 22: Evangelio de Lucas

[Capítulo 2-5] El nacimiento de nuestro Señor (Lucas 2, 1-20)

El nacimiento de nuestro Señor(Lucas 2, 1-20)
«Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho».
 
 

Jesús nace en los corazones de los que creen en la Palabra de Dios

 
Cuando leemos la genealogía de Jesucristo, vemos que mujeres gentiles como Rahab la prostituta y Ruth, la mujer moabita, eran parte de su ascendencia. La palabra gentil implica aquí ser pecador. Pero estas mujeres gentiles tenían fe en la gracia de Dios. Creyeron en la Palabra de Dios y sus siervos. La genealogía de Jesús nos muestra la sucesión de la fe. 
De la misma manera, María era una mujer de fe. Un ángel le dijo a María que concebiría a un Hijo y que lo llamaría Jesús. Así que María le dijo al ángel: «¿Cómo puede ser esto si todavía no he conocido hombre?».
En aquel entonces si una mujer soltera se quedaba embarazada, era lapidada a muerte por su pecado de fornicación. El hombre con el que había tenido relaciones también era lapidado. Pero a pesar de esto María aceptó en su corazón lo que el ángel había dicho. Así que, cuando María fue a Belén con José para registrarse en el censo, Jesús ya había sido concebido en su vientre. Como el día del nacimiento era ya inminente, tuvo que dar a luz en Belén. 
En los campos de alrededor había pastores cuidando de sus rebaños y cuando un ángel les dijo que Jesús había nacido, fueron a buscarle y le adoraron. En Mateo 2, 4-5 está escrito que el rey Herodes les preguntó a los escribas y fariseos dónde iba a nacer Jesús. Le dijeron que nacería en Belén de Judea. Mis queridos hermanos, solo pueden estar bendecidos cuando practican su fe. Como dice Santiago 2, 17, la fe sin obras está muerta, y por eso sin practicar su fe no pueden defenderla, y además no es una fe viva. Aunque estos fariseos y escribas sabían que el niño Jesús iba a nacer en Belén de Judea, no fueron allí para adorarle. Esto demuestra que no eran hijos de la fe. 
Mis queridos hermanos, la mente de Dios es diferente a la nuestra. En nuestras mentes humanas es fácil pensar que Jesús debería haber nacido en un palacio o en una familia rica aristocrática. Pero Jesús, Dios mismo, nació en un pesebre para ganado sucio donde comían los animales. En esta aldea llamada Belén, nació el Salvador, pero no en una posada, sino en un establo para ganado, donde durmió en un pesebre. Pero contra nuestras expectativas humanas, Dios durmió en un pesebre sucio. 
Está escrito en Isaías 55, 8-9: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos». Como dice este pasaje, Dios tuvo la idea de que Jesús durmiese en un pesebre para alimentar a los animales. Nosotros podemos pensar que habría sido más adecuado que Jesús hubiese nacido como un príncipe en una familia aristocrática, pero Dios tenía otros planes. 
Está escrito: «Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres». Los corazones de los que han recibido la remisión de los pecados están llenos de gozo, y estos corazones tienen fe. Romanos 4, 8 dice: «Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado». ¿Quién es esta gente bendita? Son las personas que han aceptado la justicia de Dios y cuyos pecados no son tenidos en cuenta por el Señor por muchos pecados que hayan cometido. 
Los pastores fueron a Belén como les dijo el ángel y allí encontraron al niño Jesucristo. Estos pastores vaciaron sus corazones de toda envidia. Los reyes magos de oriente vieron una estrella brillante y la siguieron para llegar hasta el niño Jesús. Pero los sacerdotes, escribas y fariseos no fueron a buscarle aunque sabían que nacería en Belén. Esto significa que, aunque sabían acerca del nacimiento del Salvador, no lo aceptaron en su fe práctica. Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María, José y el niño Jesús en un pesebre. Les dijeron lo que el ángel les había dicho, y todos los que lo oyeron se maravillaron, pero María guardó estas cosas en su corazón. 
Está escrito: «Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho». Este pasaje significa que la gloria de Dios ha venido a los que hemos aceptado la Palabra de Dios, como está escrito en Isaías 60, 1: «Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti». Esto significa que somos la luz. Como nosotros somos la luz, debemos hacer brillar esta luz sobre todos los que están en la oscuridad. Si no hacemos brillar esta luz, todo el mundo perecerá. En otras palabras, los que hemos recibido la remisión de los pecados de Jesús debemos predicar este Evangelio de la remisión de los pecados a todo el mundo. 
Hace algún tiempo leí en un periódico que una mujer mayor donó todos sus ahorros, unos 3 millones de dólares, a una buena causa de este mundo. Aunque esto parezca una buena obra desde el punto de vista del mundo, a los ojos de Dios, estas obras no son buenas obras. Esta mujer mayor seguramente se sintió orgullosa de esta obra. Pero cuando evaluamos esta obra desde el punto de vista de Dios, no es una buena obra. No hay ninguna obra buena en este mundo. Este mundo no tiene ninguna virtud. 
 
 

El Señor nació en este mundo como el Salvador

 
El Señor vino a este mundo tal y como lo había prometido en el Antiguo Testamento. Dios dijo en Isaías 62, 6-7: «Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra». Esto significa que los que se han convertido en hijos de la luz deben hacer brillar la luz sin cesar. 
Cuando conozco a cualquier persona, le predico el Evangelio sin cesar. Aquí, los que se acuerdan de Jehová son los siervos de Dios. Dios ha hecho que no se callen ni de noche ni de día, y yo también intento predicar el Evangelio siempre. A través de los labios de los siervos de Dios que han recibido la remisión de los pecados, la Verdad se predica, proclamando que Jesucristo tomó todos nuestros pecados al ser bautizado y al derramar su sangre en la Cruz, y nos ha dado la vida eterna al resucitar de entre los muertos. La Biblia también dice que no debemos dejar descansar al Señor hasta que nos establezca y haga Jerusalén un lugar de alabanza en la tierra (Isaías 62, 7). Este pasaje significa que debemos orar a Dios sin cesar para que no deje de trabajar en la salvación de las almas perdidas. 
Mis queridos hermanos, el Salvador nació en este mundo: «¡Feliz Navidad!» ¡Feliz Navidad! Repitan conmigo: ¡Feliz Navidad!
Mis queridos hermanos, nuestra salvación la ha cumplido Dios mismo y no nosotros. Romanos 4, 5 dice: «Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia». 
¿Son ustedes justos? No. No hemos sido salvados por nuestra justicia, ni por nuestras buenas obras, sino por fe. La Biblia dice: «Los justos vivirán por fe» (Romanos 1, 17). Por fe han entrado en el Reino eterno de la gloria. Por esta fe reciben la vida eterna y no al hacer ninguna obra propia, o añadir sus propios méritos. Como dice Efesios 2, 8: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios», nuestra salvación es un don de Dios. Un don es algo gratuito. Una recompensa es algo que se recibe por hacer algo bueno, y no es un don. Nosotros hemos recibido la salvación por fe. 
Obtener la vida eterna por fe es simple y fácil. Está escrito: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3, 14-15). Cuando los israelitas fueron mordidos por serpientes en el desierto durante su largo camino hasta la tierra de Canaán, se podían curar al mirar una serpiente de bronce en un palo si tenían fe (Números 21, 9). Era fácil. 
Entonces, ¿qué ocurrió? Hoy en día hay muchas personas que después de recibir la remisión de los pecados al nacer de nuevo y escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu, vuelven al mundo de nuevo. Esto se debe a que la salvación es tan fácil de conseguir que no se la toman en serio y vuelven a tener sus propios pensamientos, sus propias obras y hacen las cosas del mundo. Así que cuando vemos las tarjetas de Navidad que felicitan por el nacimiento de nuestro Señor, muchas de ellas representan el pesebre de manera romántica y artística, y al niño Jesús bien adornado como si fuera un príncipe con vestiduras de seda, y con ángeles regordetes y rosas sentados a su lado. 
Sin embargo, el nacimiento de Jesús no fue un evento de cuento de hadas. La gente piensa en este evento según sus propias ideas y lo hacen parecer algo fantástico y fácil. Pero la verdad es que el Señor nació en un pesebre, no en un palacio. Además cargó con todos los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista y nos dejó sin pecados. Todas estas cosas son reales y es cierto que Jesús fue crucificado para pagar la condena de los pecados de la humanidad, se levantó de entre los muertos al tercer día y así nos dio la vida eterna. 
Pasemos a Filipenses 2, 8: «y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Aunque el Señor le pidió a Dios Padre que apartase su cáliz de sufrimiento, se sometió a la voluntad del Padre y fue crucificado para derramar sangre y agua (Juan 19, 34). Así es como nos ha salvado de todos los pecados y de la muerte eterna. 
Sin embargo, los que rechazan esta salvación, o no se la toman en serio, cantan villancicos para celebrar el nacimiento de Cristo sin darse cuenta de su significado verdadero. Cuando se acerca la Navidad, todos los grupos religiosos y la gente del mundo se interesan en hacer obras de caridad y todo tipo de campañas para ayudar a los pobres. Esto significa que incluso el cristianismo se ha convertido en una religión de méritos que busca la salvación con méritos propios. Los cristianos dicen: «Puedo ser salvado si hago buenas obras. Tengo que hacer tantas buenas obras como pueda». Sin embargo esto no es nada más que una idea humana, y las ideas de Dios son completamente diferentes. 
Pasemos a Tito 3, 3-7: «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna».
Mis queridos hermanos, la Biblia nos dice claramente que hemos sido salvados por fe y no por obras, caridad o habilidades. Efesios 2, 8 dice: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios». De esta manera, nuestra salvación es un don que el Señor nos ha dado gratuitamente. 
Voy a utilizar una analogía para explicarlo mejor. Digamos que ha nevado toda la noche, pero su hijo pequeño ha quitado la nieve de la entrada del garaje. Así que le dan un reloj como recompensa. Este reloj se convierte en recompensa por el trabajo de su hijo y no un regalo. No se lo han dado gratuitamente. Pero la salvación de Dios es un regalo. En otras palabras, la salvación es gratuita. Pero, a pesar de esto piensan en sus mentes: «Aún así tengo que hacer buenas obras». Estos pensamientos son del Diablo. 
Cuando Jesús vino a este mundo, la Biblia dice que no había sitio para Él. Esto nos indica que los corazones de la gente estaban llenos de las cosas del mundo, con las virtudes y vicios del mundo. En su parábola de las semillas, el Señor dijo que algunas semillas cayeron en el camino y los pájaros se las comieron ya que por ese camino pasaba mucha gente. En otras palabras, no había suelo blando donde plantar las semillas y por eso los pájaros se las comieron pronto. 
¿Por qué pasó esto? Porque la semilla no podía plantarse en el suelo. De esta manera si nuestros corazones están llenos de las cosas triviales del mundo, no podemos aceptar el Evangelio de la remisión de los pecados. No podremos recibir el Evangelio de la remisión de los pecados. Pero el Señor dijo que algunas semillas cayeron en suelo rico y produjeron una cosecha diez veces o sesenta veces más grande. 
 
 

¿Cuál es la verdadera fe? 

 
Mateo 2, 11 dice: «Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Aquí la Biblia dice que los reyes magos de oriente se postraron y le adoraron. Pero no adoraron a María o a José sino al niño Jesús, a quien le presentaron sus tesoros y oro, incienso y mirra. 
El oro simboliza a los reyes, implicando que Jesús es el Rey de reyes. Cuando pasamos a Éxodo 25, 6, vemos que el incienso se utilizaba en los sacrificios que se ofrecían en el Tabernáculo de Dios, como dice este versículo: «Aceite para la lámpara, y especias para el aceite de la unción y el incienso dulce». Cuando se quemaba el incienso Dios los aceptaba contento ya que un aroma dulce subía hasta el Cielo. Dicho de otra manera, esto significa que Dios se complace al escuchar nuestras oraciones. 
La mirra se utilizaba para tratar a los cuerpos de los difuntos. Esto simboliza la Verdad inamovible. Mis queridos hermanos, Jesucristo fue bautizado para cargar con todos los pecados del mundo y por estos pecados derramó su sangre en la Cruz y murió para salvarnos a todos. Según 1 Corintios 1, 23 esto es una piedra de tropiezo para los judíos y locura para los gentiles. ¿Por qué es una piedra de tropiezo para los judíos? Los judíos estaban demasiado orgullosos de ser descendientes de Abraham. No podían tolerar que Jesús, un hombre que no parecía mucha cosa, les predicase el Evangelio diciendo que tenía la autoridad de borrar los pecados, y que gracias a Él todos estarían sin pecados. Para los judíos que eran ricos en sus corazones y estaban llenos de su propia justicia, el Evangelio de la remisión de los pecados de Jesús era una piedra de tropiezo inaceptable. Era locura para los judíos. Cuando abro la boca para predicar la Palabra de Dios, muchas personas se ríen de mí porque no entienden la Palabra de Dios. En los días de Jesús, la gente pensaba que nada bueno podía salir de Nazaret. 
Pero a pesar de esto, Dios había empezado su gran obra de salvación a través de un cuerpo humilde. Jesús dijo en Juan 6, 38: «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió». Como Jesús vino al mundo encarnado en un hombre antes de ser crucificado le dijo a Dios Padre: «Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Marcos 14, 36). En otras palabras, como el Señor tuvo que convertirse en un hombre, sintió el dolor que los seres humanos sufren. Por eso le pidió a Dios Padre que apartase esa copa de Él. Pero aún así obedeció la voluntad del Padre diciendo: «Mas no lo que yo quiero, sino lo que tú». 
Está escrito en Filipenses 2, 8: «Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Aunque Jesús es Dios mismo, como se encarnó en un hombre, tuvo que sufrir el dolor de la muerte. A pesar de esto, le pidió a Dios Padre que se hiciese su voluntad y no la del Hijo, y por eso murió en la Cruz, y al levantarse de entre los muertos cumplió la voluntad de Dios Padre. 
La revelación de Dios se cumplió. La encarnación Divina significa que el Señor apareció en la imagen de un hombre y obedeció al Padre hasta morir en la Cruz. Jesucristo es Dios encarnado. Y este Dios encarnado obedeció al Padre hasta morir en la Cruz y esta divina encarnación, desde un punto de vista carnal, es una humillación. El que Dios se encarnase en un hombre significa que se rebajó todo lo posible. De esta manera, al ser bautizado, el Señor aceptó todos los pecados del mundo en su cuerpo, murió en la Cruz, y borró todos los pecados de los humildes. Así es como la gloria del Cielo descendió a la tierra. De esta manera, el objetivo por el que Jesús nació en este mundo fue resolver el problema de los pecados y de la destrucción. 
Leamos Isaías 53, 2-6:
«Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros».
Mis queridos hermanos, el dolor y el sufrimiento deberían haber sido para nosotros. Pero Dios mismo cargó con este dolor por nosotros y murió en nuestro lugar. Romanos 5, 7-8 dice: «Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros».
Mis queridos hermanos, todos éramos como ovejas que se habían perdido. Las ovejas son miopes y por eso solo pueden ver lo que tienen justo delante. Por eso, cuando están pastando, siguen la hierba que tienen delante, incluso hasta el borde de un acantilado y acaban cayéndose. Los seres humanos también seguimos lo que nuestros ojos ven en este mundo. Pero todas las cosas que vemos son corruptibles y acabamos muriendo si las seguimos. Esto está grabado en la naturaleza humana. 
La Palabra de Dios dice: «No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4, 18). Por eso, tanto para los que murieron hace tiempo y los que viven en el presente, para los cristianos y no cristianos, Dios ha puesto un anhelo de eternidad en sus corazones. Mientras vivimos en este mundo nos preguntamos por lo menos una vez en la vida: «¿De dónde vengo, adónde voy?». En otras palabras, el corazón humano desea las cosas eternas. 
Jesucristo ha abierto el camino al Cielo al romper el velo que nos separaba de Dios. Está escrito: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne» (Hebreos 10, 19-20). Ahora hemos podido entrar en la vida eterna gracias a la salvación de Jesucristo. Ahora podemos vivir en Jesús para siempre. ¿Lo entienden?
Pasemos a Mateo 27, 51: «Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron». Mis queridos hermanos, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Esto significa que podemos acercarnos al trono de la gracia de Dios, como está escrito en Hebreos 4, 16: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». 
Este milagro ocurrió cuando el Señor murió en la Cruz y dijo: «Está acabado» (Juan 19, 30). En ese momento el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo. En el Antiguo Testamento, solo el Sumo Sacerdote podía pasar detrás del velo una vez al año con cascabeles de oro en el dobladillo de sus vestiduras, y allí ofrecía un sacrificio para obtener la remisión de los pecados para su pueblo. Pero ahora, con la muerte de Jesús, el velo del Templo se ha partido en dos. Esto significa que nuestra salvación se ha cumplido. 
Mis queridos hermanos, estas Navidades, debemos darnos cuenta de por qué el Señor vino encarnado en un hombre humilde y por qué el niño Jesús durmió en un pesebre y debemos aceptar esta gracia en nuestros corazones. Jesús es nuestro verdadero Salvador. Debemos confesar que es nuestro Señor. 
Para acabar este sermón, leamos Lucas 2, 28-32 juntos: 
«Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel» ¡Amén!