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布道

Tema 19: Efesios

[Capítulo 3-1] Hagan su obra espiritual sin cesar (Efesios 3, 1-21)

(Efesios 3, 1-21)
«Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén».
 
 
Cuando miramos lo que el Apóstol Pablo escribió en su epístola a los santos en Efeso, podemos ver que Dios, nuestro Padre, nos ha librado de todos nuestros pecados y nos ha salvado de la destrucción a través de Jesucristo y Su Evangelio del agua y el Espíritu. El Apóstol Pablo está dando testimonio de que Dios nos ha aceptado a los que han sido salvados en Jesucristo como Hijos Suyos, y de que nos ha dado vida eterna.
En la lectura de las Escrituras de hoy, el Apóstol Pablo está predicando la dispensación de la salvación que Dios nos ha dado, es decir, está dando testimonio de la profunda providencia de Dios. Así que podemos ver la prueba de que Dios Padre nos ha salvado a los humanos de todos nuestros pecados a través de Su Hijo Jesucristo. Por tanto también podemos darnos cuenta de la Verdad de la salvación.
Aunque la Palabra de Dios puede aplicarse a todo el mundo por igual, la Palabra de Dios se predica específicamente a través de la Iglesia de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios reveló Su Palabra a través de los profetas, mientras que en el Nuevo Testamento, Dios manifestó Su Palabra a través de los Apóstoles de Jesucristo. En particular, en esta era del Nuevo Testamento, Dios hizo que la Verdad de salvación la conociese no solo el pueblo de Israel, sino también los gentiles, para que se diesen cuenta de que Dios Padre ha salvado a todo ser humano a través de Su Hijo Jesucristo y del Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, los gentiles también se pudieron convertir en hijos de Dios y en Su pueblo a través de la fe y pudieron participar en la gloria de Su Reino.
¿Significa esto que todo el mundo nacido en esta tierra aceptó la Palabra de Dios? No, no es así. Aunque Dios hizo saber Su Palabra a todo el mundo, no permitió que todo el mundo se revistiera de Su gracia incondicionalmente. En realidad Dios le ha dado a todo el mundo una conciencia y ha puesto temor en el corazón de la gente, para que quien le busque, le encuentre, quien le quiera conocer, le conozca, y quien quiera saber quién es y adónde va, pueda saber que es un pecador destinado al infierno. En otras palabras, Dios ha hecho posible que todos nos demos cuenta de que somos objetos del amor de Dios que deben ser salvados por Él.
 
 

Dios nos encontró a todos los que le buscamos sinceramente

 
Les voy a dar un ejemplo concreto. Cuando pasamos a Hechos de los Apóstoles 8, 26-40, vemos que Felipe predicaba el Evangelio a un eunuco etíope. El eunuco acababa de empezar un viaje largo a su país después de haber ido a Jerusalén a adorar a Dios, y cuando volvía, iba leyendo las Escrituras en su carruaje, específicamente el pasaje de Isaías 53, 7-8:
«Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido».
En aquel entonces el eunuco etíope no podía entender este pasaje, ni sabía para quién estaba escrito, ya que no conocía el Evangelio. Sabiendo esto de antemano, Dios había enviado a Felipe, el diácono, y le había dicho que le enseñase el significado de este pasaje al eunuco. Así que Felipe se acercó al carruaje del eunuco y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Cuando el eunuco dijo que no entendía qué quería decir este pasaje, Felipe le explicó que estaba hablando de Jesús y Su salvación, diciendo: «Jesucristo ha venido para convertirse en nuestro Salvador, cargando con todos nuestros pecados a través de Su bautismo, muriendo en la Cruz y levantándose de entre los muertos. Esto es lo que este pasaje de Isaías dice, ya que profetiza que Jesucristo salvaría a toda la raza humana mediante Su sacrificio personal». Al escuchar la explicación de Felipe, el eunuco etíope pudo entender el significado del pasaje que estaba leyendo, creyó en Jesús y fue salvado.
Así Dios ha permitido que todo el mundo que le busca sinceramente, le encuentre. Sin embargo, el problema es que la gente no busca a Dios aunque Dios les haya dado la habilidad de conocerle (Romanos 1, 19). Por el contrario, no solo se niegan a creer en Dios, sino que piensan que son como Dios. Si esto no fuera suficiente, han creado falsos dioses con las cosas perecederas creadas por Dios y los han adorado. Por tanto Dios dice que todos los seres humanos están destinados a ser destruidos, ya que han adorado a falsos ídolos en vez de a Dios. Además, desde que nacemos, heredamos los pecados de Adán, el padre de la raza humana, y por tanto todo pecador y todo ser humano necesita la gracia de salvación que Jesucristo, el Hijo de Dios, está ofreciendo.
En este período del Nuevo Testamento somos como hijos de Dios si creemos en la Palabra de Verdad que dice que Dios Padre nos ha salvado de todos nuestros pecados a través de Jesucristo. En otras palabras, Dios nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu a través de Su Iglesia nacida de nuevo en este era del Nuevo Testamento. Así que, como el Apóstol Pablo predicó el Evangelio del agua y el Espíritu durante la era de la Iglesia Primitiva, los que han escuchado y han creído en este Evangelio fueron salvados para formar la Iglesia de Dios y convertirse en ciudadanos de Su Reino.
En aquel entonces, no solo era el Apóstol Pablo quien predicaba el Evangelio del agua y el Espíritu. Sus compañeros también lo predicaban con él. Dios levantó a muchos Apóstoles y evangelistas y les hizo predicar que Dios amó tanto a los seres humanos que los salvó a través de Su Hijo y los libró de todos sus pecados, de la destrucción y del infierno; pero Dios hizo que esta Verdad la supiesen solo los que le buscaban. Dios ha permitido que solo los que creyeron en este Evangelio predicado por los siervos de Dios recibieran la salvación, la vida eterna, y aceptaran a Jesucristo en sus corazones.
El Apóstol Pablo testificó que fue salvado porque Dios Padre había salvado a la raza humana de todos sus pecados a través de Jesucristo. Pablo fue encarcelado como un criminal para dar testimonio del Evangelio del agua y el Espíritu, e incluso fue asesinado. Fue encarcelado solo por predicar esta Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Pero aún así, Pablo estaba tan agradecido a Dios que testificó: «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo» (Efesios 3, 8).
 
 

El Evangelio predicado por el Apóstol Pablo era el Evangelio del agua y el Espíritu

 
No solo fue el Apóstol Pablo quien predicó el Evangelio del agua y el Espíritu, sino que también el Apóstol Juan y el Apóstol Pedro predicaron el mismo Evangelio del agua y el Espíritu. El Apóstol Pablo dijo: «Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gálatas 3, 27); el Apóstol Juan dio testimonio: «Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad» (1 Pedro 5, 6), y el Apóstol Pedro dijo: «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva» (1 Pedro 3, 21). Como demuestran estos pasajes, el Evangelio que todos los Apóstoles predicaron durante la era de la Iglesia Primitiva era el Evangelio del agua y el Espíritu.
Incluso antes de la fundación del mundo, Dios Padre había planeado salvarnos a los seres humanos de todos los pecados a través de Su Hijo. Dios quería salvarnos según este plan al enviar a Jesucristo a este mundo. Todo esto está explicado en el Evangelio del agua y el Espíritu. Este Evangelio muestra el plan de salvación diseñado por Dios, el Creador de todas las cosas, como está escrito en Efesios 3, 9: «Y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas». Como el Apóstol Pablo, ahora estamos revelando el Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo.
 
 
Como el Apóstol Pablo, estamos dando testimonio del Evangelio del agua y el Espíritu
 
El Evangelio del agua y el Espíritu que estamos predicando es el gran misterio de salvación que Dios había planeado incluso antes de la fundación del mundo y que cumplió en Jesucristo. Como creemos en este Evangelio del agua y el Espíritu, debemos darnos cuenta de que este Evangelio es el gran plan de salvación de Dios para todos los humanos. Al creer en este plan de salvación diseñado en Jesucristo podemos ir ante Dios con confianza y sin miedo. La única manera de que los seres humanos puedan acercarse a Dios sin vergüenza es recibiendo la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Aunque hay muchas religiones en este mundo, el objeto de su fe no es Dios. Estas religiones deifican a cualquier criatura y la adoran como ídolo. La única fe verdadera es la que se basa en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios. Los que pueden ir ante Dios son los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu de todo corazón, el Evangelio mediante el que Jesucristo ha salvado a todos los seres humanos. Por el contrario, los que están siguiendo doctrinas religiosas de este mundo no pueden alcanzar la justicia de Dios.
La Palabra de Dios que el Apóstol Pablo está predicando aquí, en el pasaje de las Escrituras de hoy, es la Palabra que todos debemos entender y creer sin falta. El Apóstol Pablo quería que todos entendiésemos esta Palabra, para creer en profundidad en la voluntad de Dios, y por tanto recibiésemos a Cristo en nuestros corazones. Este deseo del Apóstol Pablo está expresado en Efesios 3, 17: «Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor».
 
 

¿Cómo viene Jesucristo a nuestros corazones?

 
Esto solo es posible a través de la fe en la justicia de Dios. Nuestro Señor nos ha salvado al cargar con los pecados de la raza humana al ser bautizado por Juan el Bautismo, morir en la Cruz, y levantarse de entre los muertos. Al creer en esta Verdad pudimos recibir al Señor en nuestros corazones. En otras palabras, debemos recibir la remisión de los pecados al creer que nuestro Señor ha borrado nuestros pecados, y así es como podemos aceptar a Jesucristo para que viva en nuestros corazones limpios. De hecho, es nuestra fe la que hace posible que Jesucristo viva en nuestros corazones.
A través de Su Hijo Jesucristo, Dios Padre ha hecho Su obra de salvación. Dios sigue obrando a través del Evangelio del agua y el Espíritu cumplido por Su Hijo. Es decir, Jesucristo está obrando continuamente a través de Su pueblo que conoce esta salvación y cree en ella. Así que no debemos olvidar nunca que Jesucristo puede vivir en nuestros corazones solo porque tenemos fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Cómo vive Jesucristo en nuestros corazones? Vive como el Espíritu Santo en los corazones de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso el Apóstol Pablo testificó que gracias al Espíritu Santo que vivía en su corazón se pudo convertir en un obrero de Dios valioso.
El Apóstol Pablo era un sacerdote espiritual. Nosotros también somos sacerdotes espirituales. Como el Apóstol Pablo, todos nosotros somos sacerdotes espirituales. Puede que sepan que no había sillas ni sillones en el Tabernáculo ni en el patio. Esto significa que los sacerdotes no descansaban mientras llevaban a cabo sus tareas de sacerdocio. ¿Descansaba el Apóstol Pablo cuando llevaba a cabo sus tareas de sacerdote? No, eso era imposible. Pablo confesó en 1 Tesalonicenses 2, 9: «Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios».
El problema del cristianismo actual es que hay demasiados sacerdotes que no hacen nada. Está mal que un sacerdote no lleve a cabo sus tareas. Del mismo modo en que el Apóstol Pablo llevó a cabo sus tareas de sacerdote todos los días, sin cesar, nosotros debemos cumplir con nuestro sacerdocio sin parar.
Para cumplir con nuestro sacerdocio correctamente, es necesario entender qué hace un sacerdote. Un sacerdote es una persona que intercede entre Dios y Su pueblo para borrar sus pecados. A través de sacerdotes como nosotros, Dios cumple Su justicia y amor, y como predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu, los pecadores son salvados de todos sus pecados al pasárselos al Cordero de Dios a través del principio de la imposición de manos, es decir a través del bautismo de Jesucristo. Dios nos ha encargado estas tareas a todos los sacerdotes, y del mismo modo en que el Apóstol Pablo llevó a cabo estas tareas en tiempos de la Iglesia Primitiva, nosotros estamos llevando a cabo estas tareas en la actualidad.
 
 
Todos los sacerdotes deben llevar a cabo sus tareas
 
Nosotros nos hemos convertido en sacerdotes espirituales a los ojos de Dios. Estos sacerdotes pueden borrar los pecados de la gente de este mundo. En particular, pueden redimir los pecados de la gente que cae en la trampa de los falsos profetas. La tarea del sacerdote es quitar los pecados de la gente a través de un sacrificio justo y cumplir el amor de Dios hacia la gente. Pero esta no es la única función de los sacerdotes. Además tienen que hacer de profetas. Por tanto, ningún sacerdote puede decir que ha cumplido su función al señalar los pecados de los demás. El sacerdote tiene la tarea importante de hacer saber la obra justa de salvación de Jesucristo a todo el mundo.
Jesucristo fue el primero en cumplir esta tarea de sacerdote. Tomemos un momento para ver qué ha hecho Jesucristo por nosotros. Ante todo, ha cumplido Su función de Profeta del que se habló. Nos ha enseñado nuestros orígenes fundamentales, nos ha explicado cómo somos pecadores ante Dios, adónde van los pecadores, y en qué debemos creer para recibir la remisión de los pecados. Por eso Jesús cargó con todos nuestros pecados en Su cuerpo, al ser bautizado por Juan el Bautista. Entonces entregó Su cuerpo y se ofreció a Dios como propiciación de nuestros pecados, y así nos ha traído el amor de Dios a nuestros corazones. A través del Evangelio del agua y el Espíritu Jesucristo ha hecho posible que seamos salvados de nuestros pecados, nos convirtamos en hijos de Dios, y recibamos la vida eterna. Gracias al sacrificio de Jesucristo conocemos la justicia de Dios y Su amor.
Un sacerdote es una persona que sirve a Dios y a los hombres simultáneamente. Una de sus funciones es salvar a la gente de sus pecados. El sacerdote no solo señala los pecados de la gente, sino que también debe salvarles de morir por esos pecados. Por eso Dios nos ha nombrado sacerdotes, para que hagamos la obra de salvar almas. Por eso debemos ofrecernos a Dios como Sus sacerdotes y hacer nuestras tareas de sacerdotes. Los que se han convertido en sacerdotes hoy en día deben trabajar sin cesar para salvar a todo el mundo del pecado, de la condena y la destrucción.
Todos los sacerdotes deben dedicar sus cuerpos y corazones a Dios para cumplir sus tareas de sacerdotes. Todo lo que tenemos que hacer como sacerdotes es ofrecernos a Dios con confianza, porque nos estamos dedicando a una causa justa. Dedicarse a la obra justa de Dios es lo que hace un sacerdote para servirle. El sacerdocio consiste en dedicarse a servir a Dios, y todo sacerdote debe dedicarse a la obra justa de Dios.
Hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Cuál es nuestra función en el mundo? Como he mencionado anteriormente, somos los sacerdotes de estos tiempos. Ninguno de nosotros debemos descansar de nuestro sacerdocio, sino que debemos luchar por ser sacerdotes fieles en esta era y llevar a cabo nuestras funciones correctamente. Para poder llevar a cabo el sacerdocio, no debemos seguir nunca la maldad de este mundo. Después de todo, dedicarnos a predicar el Evangelio del agua y el Espíritu en vez de a una causa malvada, es lo que significa ser buenos sacerdotes.
Si queremos hacer lo que complace a Dios, debemos servir al Evangelio del agua y el Espíritu. Si sirven a algo diferente están desviándose de sus tareas. Todos debemos entender por qué debemos vivir. El que vivamos una vida de fe correcta o no depende de si creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu y lo servimos. Es decir, nuestro sacerdocio no depende de cuánto conocimiento secular tengamos, sino de si creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios y escogemos hacer lo correcto.
La gente que se gana la vida con el conocimiento secular son los profesores de escuela o de universidad. El trabajo de un profesor es dedicarse a enseñar a sus estudiantes y compartir su conocimiento con ellos. La única responsabilidad que tiene un profesor hacia sus estudiantes es enseñar las asignaturas correctamente, ya que esta es la forma en la que se ganan la vida.
Por el contrario, los que tienen las tareas de sacerdocio no pueden permitirse solo enseñar. No es suficiente que un sacerdote enseñe la Palabra de Dios correctamente, sino que todos los sacerdotes deben servir a la justicia de Dios. Todos los sacerdotes deben cumplir sus tareas fielmente, del mismo modo en que Jesucristo cumplió fielmente toda Su obra de salvación al cargar con todos nuestros pecados en Su cuerpo a través de Su bautismo, ser crucificado hasta morir, y levantarse de entre los muertos. Al venir al mundo como nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo se ofreció a Sí mismo ante Dios como propiciación perfecta y así toda la raza humana puede recibir ahora la remisión de los pecados y entrar en el Reino de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Jesús es el Sumo Sacerdote del Cielo, y del mismo modo en que el Apóstol Pablo es un sacerdote celestial, nosotros somos también sacerdotes celestiales. Por eso debemos ofrecernos a la obra de Dios. No estoy seguro de cómo me ven, pero yo también soy un sacerdote de Dios que sirve al Señor con toda su devoción. Y como yo, ustedes están dedicando sus cuerpos y corazones al Evangelio del agua y el Espíritu del Señor para apoyar su ministerio. Jesús fue bautizado y derramó Su sangre para cumplir la obra que se le confió como Sumo Sacerdote del Reino de los cielos. Como los sacerdotes de este mundo siguen Sus paso, nosotros estamos ofreciendo nuestros cuerpos a Dios como sacrificio vivo todos los días. Ahora estamos cumpliendo nuestras tareas dedicando nuestros cuerpos y corazones a la obra del Señor.
Por casualidad, ¿hay alguien que haya dejado su sacerdocio? ¿O hay alguien que quiera dejar su tarea como sacerdote que ha estado llevando a cabo hasta ahora? Cuando leemos la Biblia, vemos que se menciona el día del Sabbath, así como los años sabáticos. El pueblo de Israel descansaba en el día del Sabbath y en el año sabático. Cuando se cultivaba un trozo de tierra durante seis años, el séptimo año se dejaba descansar. Muchos pastores de este mundo hacen mucho hincapié en su año sabático. Cuando un pastor lleva siete años trabajando en la misma iglesia pide un año sabático para descansar y renovarse espiritualmente. Entonces su iglesia le da este año sabático pero sigue recibiendo su salario, para que así pueda descansar durante un año. Estos pastores pueden descansar porque consideran que su ministerio es un simple trabajo del mundo.
 
 

Los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu nunca podemos descansar de nuestro sacerdocio

 
Si descansamos del sacerdocio durante un año muchas personas pueden morir espiritualmente como resultado. Por supuesto, es cierto que deseamos descansar cuando estamos cansados físicamente. Pero no podemos permitirnos tomarnos un descanso, porque mucha gente moriría. Todos los sacerdotes deben continuar predicando el Evangelio del agua y el Espíritu sin cesar, día tras día, mes tras mes, y año tras año. Todos debemos ofrecernos al Señor una y otra vez. Esta es nuestra llamada como sacerdotes.
Si alguien que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu no hace su obra como sacerdote, practicará inevitablemente la maldad. Creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu; sabemos que Dios es nuestro Padre y que Jesucristo es nuestro Salvador; y también conocemos la Iglesia de Dios. Pero, a pesar de esto, si no nos dedicamos a servir a la justicia de Dios, ¿qué nos ocurrirá a los pecadores en este mundo? Que moriremos. Si no hacemos la obra de Dios a pesar de creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, se debe a que nuestros corazones no tienen comunión con Dios. Si su corazón no está dedicado completamente a esta valiosa obra de Dios, acabarán yendo por el mal camino y perdiéndose. No les importará si el Evangelio de Dios se está predicando o no, cuánta gente está visitando la página Web de The New Life Mission, o si nuestro ministerio literario va bien o mal.
Todo sacerdote espiritual debe ofrecer su fe a Dios. Solo entonces podremos tener comunión con Dios y llevar a cabo nuestras funciones como sacerdotes. El Apóstol Pablo deseó en el pasaje de las Escrituras de hoy lo siguiente: «Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones» (Efesios 3, 17), y si de verdad queremos que Cristo obre en nuestros corazones así, debemos obedecer Su voluntad. Para ello debemos darnos cuenta de que somos sacerdotes, y debemos dedicarnos a hacer la obra que complace a Cristo.
Sin embargo, el problema es que a menudo nos sentimos tentados a dejar de ser sacerdotes. Si sus corazones no están dedicados más a este sacerdocio, están lejos de Cristo, y por tanto, aunque intenten hacer la obra de Dios, están destinados a sufrir en cuerpo y espíritu, y acabarán dejando de ser sacerdotes tarde o temprano. Esto le puede pasar a cualquiera de ustedes; si sus pensamientos se desvían de la justicia, acabarán dejando de ser sacerdotes. A veces yo también desearía ir a otro sitio y tomar un descanso durante unos cuantos días. Cuando estoy cansado, deseo poder descansar durante algunos días sin que nadie me moleste.
 
 
¿Qué le pasaría al mundo si dejamos de servir a la justicia de Dios?
 
Si los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu no hacen nada y solo descansan, no solo no habrá esperanza para los pecadores de este mundo, sino que no podremos ganar nada. Nuestras mentes se separarán de Cristo y se cansarán. Nuestros corazones estarán consternados y nuestros cuerpos enfermarán sin motivo. Por eso debemos hacer la obra del Señor y servirle aunque sea difícil, porque si no lo hacemos nuestros corazones estarán en peores condiciones.
Cuando estoy en el Centro de entrenamiento de discípulos pienso en cómo hacer que nuestro campamento de discípulos sea más eficiente y seguro, para que nuestros santos crezcan espiritualmente y también lo pasen bien. Es normal que yo piense en la obra de Dios de esta manera porque me he convertido en uno de Sus sacerdotes. De hecho, para convertirnos todos en sacerdotes espirituales, no debemos dejar de pensar ni un momento en la obra de Dios. Esto se debe a que pensar en la obra de Dios es servir a Dios, como dijo el Apóstol Pablo, que hagamos lo que hagamos, ya comamos o bebamos, debemos hacerlo todo por la gloria de Dios. Así todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu debemos hacer la obra de Dios cada minuto y cada segundo.
Debemos darnos cuenta de que cuando nos ofrecemos a Dios para hacer Su obra justa, estamos cumpliendo con nuestra tarea de sacerdotes correctamente. Por muy cansados que estemos cuando servimos al Evangelio, no podemos permitirnos descansar durante mucho tiempo. Esto se debe a que si descansamos unos días, nuestra pasión por Dios desaparece considerablemente. Cuando el corazón de un sacerdote se une al mundo, se separa de Dios de manera descontrolada. Cuando nuestros corazones se separan de Dios es muy difícil volver, y por eso debemos hacer la obra de Dios todos los días durante el resto de nuestras vidas.
 
 
Es casi imposible que alguien que haya salido de la Iglesia para adorar al becerro de oro vuelva a la Iglesia
 
¿Por qué? Porque cuando un sacerdote deja que su corazón sea cautivado por el mundo, no puede volver a los brazos de Dios aunque quiera. Como este mundo es como un pantano, cuando caen en él, se hunden más cuando intentan salir. Por tanto no debemos descansar de hacer la obra de Dios ni siquiera un momento. Los que solo buscan las ganancias del mundo y adoran a ídolos están llenos de tanta culpa que no pueden volver a la Iglesia de Dios, porque piensan: «La Iglesia de Dios no me aceptará después de haberme pervertido tanto». Cuando los justos salen al mundo no pueden volver a la Iglesia de Dios, no porque alguien se lo impida, sino porque ellos mismos no pueden soportarlo. Sus corazones están demasiado cautivados por las cosas del mundo y no pueden volver. Así que nunca debemos poner un solo pie en este sucio mundo.
Estamos predicando el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo con el mismo deseo que el Apóstol Pablo tenía para la gente de sus días, cuando dijo: «Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones» (Efesios 3, 17). El Evangelio del agua y el Espíritu es el misterio de Cristo. Dios Padre nos ha salvado a través de Su Hijo con el agua, la sangre y el Espíritu (1 Juan 5, 6-8). Jesucristo aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista y nos salvó al ser crucificado hasta morir y después levantarse de entre los muertos. Los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu no tenemos pecados en nuestros corazones. El Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados a través de esta Verdad del agua y el Espíritu, y nos hemos convertido en hijos de Dios al creer en esta Verdad. ¿Cómo podemos dedicar nuestros corazones a las cosas del mundo en vez de a la obra de Dios? Si hay alguien entre nosotros que se dedique a las cosas del mundo, Dios le considerará malvado.
Al habernos salvado de nuestros pecados, Dios nos ha dicho que seamos sacerdotes para predicar Su Evangelio. ¿Qué diría Dios si no hiciésemos Su obra e hiciésemos otra cosa desobedeciendo Su voluntad? Dios nos regañaría por tener un corazón malvado y adorar a ídolos. Si esto ocurre, no nos reconciliaremos con Dios al final, y por tanto nuestros corazones no estarán en paz. Dios se sentiría molesto con nosotros, y nosotros no nos atreveríamos a acercarnos a Él. Como no estaríamos unidos a Dios en un solo corazón, nuestra relación con Dios no sería correcta. Como nuestra relación con Dios estaría en mal estado, nuestros corazones también estarían en mal estado. Además la sabiduría espiritual que tenemos desaparecería, y como resultado nos convertiríamos en personas incapaces espiritualmente incapaces de hacer nada a pesar de estar en la Iglesia de Dios.
La sabiduría viene de Dios; cuando alguien es fiel a Dios, Él le da sabiduría celestial a esa persona (Proverbios 9, 10; Salmos 111, 10). Los que son sabios espiritualmente pueden reconocer a los que son discapacitados espiritualmente. Los sabios espirituales pueden superar todos los retos que les ofrece este mundo. Por eso Dios les enseña todo. Esto se debe a que tienen la sabiduría que les ha dado Dios. Por tanto debemos estar en paz con Dios. Debemos estar en armonía con Dios siempre. Si queremos recibir las bendiciones en cuerpo y espíritu, es absolutamente necesario que nos reconciliemos con Dios.
 
 
¿Cómo ofrecemos el sacrificio de paz que nos reconcilia con el Señor?
 
Para reconciliarnos con Dios debemos ofrecer un sacrificio según los requisitos del sistema de sacrificios de Dios. Si hemos recibido la remisión de los pecados de verdad y somos sacerdotes por fe, entonces debemos servir al Señor siguiendo este sistema de sacrificios. Debemos llevar a cabo las tareas de sacerdotes de Dios y borrar los pecados de la gente. Todo sacerdote debe hacer un sacrificio para estar en paz con Dios. Solo entonces nuestros corazones pueden estar en paz.
Es nuestro destino como nacidos de nuevo llevar a cabo la obra de Dios. Quien se haya convertido en un sacerdote a los ojos de Dios debe cumplir con sus tareas sin cesar. Nosotros somos sacerdotes ante Dios, ¿no es así? Aunque solo los descendientes de la tribu de Leví podían ser sacerdotes en el Antiguo Testamento, en esta era del Nuevo Testamento, quien haya recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es un sacerdote a los ojos de Dios. Él ha permitido que todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu estén en Su presencia, y nos ha prometido que escuchará sus oraciones, y por tanto, en esta era presente, solo los que han nacido de nuevo por el agua y el Espíritu son sacerdotes de Dios.
Ahora vamos a examinar con más detalle lo que hacían los sacerdotes en el Antiguo Testamento. Los sacerdotes del Antiguo Testamento mediaban entre el pueblo de Israel y Dios, y realizaban ofrendas de paz en su nombre. Cuando el pueblo de Israel ofrecía un animal para el perdón de los pecados, le pasaba los pecados al animal mediante la imposición de manos, y después le sacaba la sangre; entonces los sacerdotes hacían el sacrificio por el pueblo de Israel, y ponían la sangre de los animales en los cuernos del altar de los holocaustos y quemaban la grase (Levítico 3, 1-5). Este era el sacrificio que Dios quería que realizase el pueblo de Israel. Si los sacerdotes hubieran descansado un día, el pueblo de Israel se hubiera rebelado porque no podría haber recibido la remisión de los pecados. Así que los sacerdotes tenían que hacer su trabajo sin perder un solo día. Estas tareas de sacerdocio solo las podemos hacer nosotros en esta era.
El Apóstol Pablo dijo en el pasaje de las Escrituras de hoy: «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo» (Efesios 3, 8). La misma gracia se nos entregó a nosotros. Del mismo modo en que el Apóstol Pablo llevó a cabo esta obra de Dios, nosotros estamos haciendo la misma obra, porque somos los sacerdotes santos de Dios (1 Pedro 2, 5). Si no servimos a Dios aunque nos hayamos convertido en Sus sacerdotes en esta era, seremos tan miserables en nuestros corazones que no podremos soportar nuestras vidas y nuestros corazones se pervertirán.
Incluso en este momento, estamos llevando a cabo la obra del Señor con fidelidad, y para ello estamos evangelizando a todo el mundo. Asimismo seguiremos llevando a cabo esta obra hasta el día en que vuelva el Señor sin importar lo que digan los demás. Cuando predicamos la Palabra de Dios, predicamos solo el Evangelio del agua y el Espíritu. Nosotros nos estamos ofreciendo a Dios para servir y predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. De hecho todo sacerdote debe dedicarse a sí mismo a borrar los pecados de la gente, y solo entonces un sacerdote puede vivir una vida espiritual recta.
Cuando llevamos a cabo nuestras tareas de sacerdotes, no podemos conseguir nada si predicamos el Evangelio solo con nuestros labios. Debemos ofrecernos al ministerio del Evangelio completamente. Por esa razón precisamente estamos publicando nuestros libros sobre el Evangelio en unidad con Dios. Algunos de nosotros estamos trabajando para realizar contribuciones económicas, mientras que otros trabajamos en la página Web para procesar las solicitudes de todos los países, y aún otros distribuyen nuestros libros a las almas de todo el mundo. Gracias a este esfuerzo colectivo, muchas personas pueden leer nuestros libros sobre el Evangelio y recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por supuesto, aunque la gente reciba y lea nuestros libros sobre el Evangelio, quien no crea en el Evangelio no podrá recibir la remisión de los pecados. Pero a través de nuestro ministerio literario, nosotros estamos predicando el Evangelio en unidad y llamando a todas las almas perdidas para que reciban la remisión de sus pecados.
Del mismo modo en que el Señor sacrificó Su propio cuerpo para pagar el precio de nuestros pecados, debemos sacrificar nuestros cuerpos para llevar a todo el mundo a la salvación. En resumen, como nos hemos convertido en sacerdotes, debemos sacrificarnos para salvar a los demás. El Señor nos ha confiado esta obra a nosotros, del mismo modo en que se la confió al Apóstol Pablo. Por tanto no debemos olvidar el hecho de que somos sacerdotes espirituales, y de que debemos hacer nuestro trabajo de sacerdotes en nuestras vidas diarias.
En estos tiempos nosotros, los que hemos nacido de nuevo a través del Evangelio del agua y el Espíritu, somos los únicos verdaderos sacerdotes. Así que no debemos olvidarlo nunca y debemos ofrecernos al Señor y vivir como Sus siervos fieles hasta el día en que muramos.