Search

דרשות

Tema 23: Hebreos

[Capítulo 2-1] Debemos creer aún más en las cosas que hemos escuchado (Hebreos 2, 1-18)

Debemos creer aún más en las cosas que hemos escuchado(Hebreos 2, 1-18)
«Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad. Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, O el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, Le coronaste de gloria y de honra, Y le pusiste sobre las obras de tus manos; Todo lo sujetaste bajo sus pies.’ Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: ‘Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré.’ Y otra vez: ‘Yo confiaré en él.’ Y de nuevo: ‘He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.’ Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados».
 
 

Debemos arar los campos de los corazones de la gente y predicarles el Evangelio del agua y el Espíritu

 
Debemos empezar volviendo nuestra atención a Hebreos 2, 1-3: «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad».
Como nos dice este pasaje, es muy importante guardar y defender nuestra fe con mucho cuidado para no perder la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Todos nosotros los que creemos en este verdadero Evangelio debemos tener cuidado de no mezclarnos con los cristianos del mundo y no acabar contaminados por ellos. Esto se debe a que los cristianos de este mundo no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu aunque esté estrictamente basado en la Palabra de Dios, y si nos mezclamos con esta gente, podemos acabar renunciando a nuestra fe en este Evangelio, que es lo que determina si estamos bendecidos o malditos por Dios.
Cuando miramos el Antiguo Testamento, vemos que la Biblia menciona dos montañas: el Monte Gerizim, la montaña de las bendiciones y el Monte Ebal, la montaña de las maldiciones (Deuteronomio 11, 29). Dios nos mostró a través de esta narración que nos daría maldiciones o bendiciones según la actitud de Su pueblo hacia Su Palabra.
El mismo principio se puede aplicar a los que escuchan el Evangelio del agua y el Espíritu. Hemos estado predicando el Evangelio del agua y el Espíritu a muchas personas, y los que escuchan esta Palabra de Dios pueden diferenciarse en dos tipos: los que están bendecidos por Dios al escuchar y creer en Su Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y los que están malditos por Dios negándose a creer en este Evangelio. De hecho hay demasiadas personas en este mundo que han sido malditas por Dios por negarse a creer en el Evangelio del agua y el Espíritu después de escuchar esta Palabra de la justicia de Dios con sus oídos. Esto es tan trágico que habría sido mejor que no hubiesen escuchado la Palabra de la justicia de Dios en primer lugar, porque entonces habrían tenido otra oportunidad de escucharla. Los que se niegan a creer en la Palabra de Dios de la justicia aunque la estén escuchando están perdiendo su oportunidad de volver al Dios justo.
Por eso Dios dijo en el pasaje de las Escrituras de hoy: «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído» (Hebreos 2, 1). Y por eso quien no crea en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que constituye la justicia de Dios no puede recibir la remisión de los pecados. ¿Entonces por qué tienden a rechazar este Evangelio del agua y el Espíritu después de escucharlo una vez? Porque no se dan cuenta de su naturaleza pecadora. Por tanto, cuando damos testimonio del Evangelio del agua y el Espíritu a los pecadores no debemos plantar la semilla del Evangelio sin primero arar los campos de sus corazones. Si plantamos la semilla del Evangelio del agua y el Espíritu sin arar los campos de sus corazones, Satanás la devorará. La única manera de salvar a estas personas de todos sus pecados es arando los campos de sus corazones primero y después predicando el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, es extremadamente importante arar los campos de sus corazones primero antes de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. Otra cosa que debemos recordar es que debemos llevar a los nuevos creyentes a la Iglesia de Dios y seguir escuchando la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Así que tenemos que asegurarnos de que los llevamos a la Iglesia de Dios y de que les predicamos Su Palabra de manera continua.
 
 

Todo el mundo es un pecador

 
Cuando un agricultor planta una semilla primero ara el campo y lo hace más blando para preparar el suelo. De manera similar, el campo del corazón también debe ararse primero antes de plantar la semilla del Evangelio. Esto se hace exponiendo los pecados de la gente para que se dé cuanta de que necesitan la salvación. Aunque algunas personas aprecian la gravedad de sus pecados, otras no sienten que sus pecados sean tan graves. De hecho, la mayoría de la gente no se toma sus pecados en serio y por eso es importante que aremos los campos de sus corazones y les mostremos lo graves que son sus pecados hasta que se den cuenta. Si siguen sin admitir sus pecados ante Dios correctamente, entonces debemos enseñarles acerca de la Ley de Dios y explicarles que no cumplirla constituya un pecado mortal. Cuando sus pecados quedan expuestos, debemos dejarles claro que serán condenados y destruidos de sus pecados.
Cuando los corazones de la gente son arados de esta manera, se rendirán ante Dios y creerán en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando se arrodillen ante la Ley de Dios y admitan sus pecados, todos creerán en el Evangelio del agua y el Espíritu. Mientras plantemos la semilla del Evangelio del agua y el Espíritu correctamente en estos pecadores francos, serán salvados y se unirán a la Iglesia de Dios.
El punto clave aquí es sembrar la semilla correctamente, es decir, debemos asegurarnos completamente de que aramos los campos de los corazones de los pecadores primero antes de sembrar la semilla del Evangelio del agua y el Espíritu, o de lo contrario será casi imposible que nazcan de nuevo. Hoy en día es muy fácil para nosotros predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a los que no conocen la justicia de Dios. Sin embargo, solo si predicamos el Evangelio correctamente después de arar sus corazones primero esta gente podrá ser salvada de sus pecados y vivir su fe sin dudas.
Debemos examinarnos a nosotros mismos. Somos pecadores malditos, ¿no es así? De hecho, por naturaleza todos somos seres pecadores a los ojos de Dios. Y como teníamos tantos pecados que merecían la condena de Dios, todos estábamos destinados a ir al infierno. Sin embargo, aunque éramos pecadores malditos Dios nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso estamos viviendo nuestras vidas de fe en la Iglesia de Dios. Aunque la gente de este mundo pueda pensar que los creyentes del Evangelio del agua y el Espíritu somos extraños, en realidad somos los que estamos viviendo la vida de fe correcta. Cuando nos damos cuenta de que no tenemos nada bueno en nuestros corazones, sabemos que tenemos que aceptar el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios en nuestros corazones. Ningún ser humano tiene un buen corazón.
 
 

¿Por qué vino Jesucristo a este mundo encarnado en la misma carne y sangre que nosotros?

 
Cuando Jesús vino a este mundo a buscarnos, vino encarnado en la misma carne y sangre que nosotros. Todo el mundo nace en este mundo en la carne para recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. En otras palabras, todo ser humano nace para convertirse en un hijo de Dios en Su gracia. Y como Jesucristo nació en este mundo encarnado en un hombre pudimos convertirnos en los hijos de Dios Padre ya que Cristo pudo salvarnos a todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu ahora de todos los pecados. Jesucristo pudo salvarnos a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de todos los pecados del mundo. Esto se debe a que nacimos como pecadores y por eso nuestro Salvador vino a este mundo encarnado en la misma carne que nosotros, y por eso fue posible para Él salvarnos a todos los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Pero, para conseguir esto, nuestro Señor primero tuvo que cargar con todos los pecados de este mundo sobre Su propio cuerpo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y había una buena razón para esto.
Esta razón está explicada en Hebreos 2, 14-15: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre». Este pasaje implica que gracias a la encarnación de Jesucristo en este mundo muchas personas recibirían la remisión de los pecados y se convertirían en hijos de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Estas personas somos nosotros. Y todavía hay muchas personas en este mundo que se convertirán en hijos de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Ahora estoy seguro de que saben bien por qué nacieron los seres humanos en este mundo: nacieron para poder convertirse en hijos e hijas de Dios. Aunque Jesús es nuestro Salvador, es el Primer Hijo a los ojos de Dios Padre. Y todos nosotros, los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, somos los hermanos pequeños de Jesús, es decir, también somos hijos e hijas de Dios.
Destinados a ser condenados por nuestros pecados, no teníamos otro remedio que tener miedo a la muerte constantemente y vivir bajo su asedio durante toda nuestra vida, pero nuestro Señor Dios envió a Su Hijo a este mundo para librar a esta gente maldita como nosotros de todos los pecados del mundo. La Biblia dice en el pasaje de las Escrituras de hoy que Dios Padre dejó que Su Hijo fuese encarnado en la carne y sangre de un hombre para «destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2, 14). Dicho de otra manera, para hacernos Sus hijos e hijas Dios Padre envió a Su único Hijo en la misma carne y sangre que nosotros. Por eso Jesucristo tuvo que ser bautizado por Juan el Bautista y ser crucificado hasta morir en este mundo en el mismo cuerpo que el nuestro. Dios mismo tuvo que convertirse en un Hombre para salvar a la raza humana de todos sus pecados. Para eso Jesucristo tuvo que tener el mismo cuerpo que nosotros. Entonces tuvo que cargar con todos los pecados del mundo sobre Su propio cuerpo al ser bautizado de Juan el Bautista. Solo entonces todos nuestros pecados fueron pasados a Jesucristo. Y todas estas cosas eran absolutamente indispensables para que Jesucristo erradicase todos nuestros pecados.
 
 
La Biblia dice que Jesucristo es el Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos
 
Dios envió a Su Hijo para hacernos hijos Suyos y esto queda explicado mejor en el pasaje de las Escrituras de hoy: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Hebreos 2, 17). Aquí se dice que era necesario que Jesucristo fuese como nosotros durante un poco de tiempo para «venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Hebreos 2, 17). Este pasaje muestra claramente que Dios nos ha dado Su misericordia y que desea que busquemos Su misericordia y no sacrificios. Dicho de otra manera, Dios les da Su misericordia a los que la buscan y los salva de todos sus pecados, pero condena a los que tienen un corazón demasiado duro para buscar Su misericordia por sus pecados. Dios les da Su misericordia y salvación a personas débiles como Jacob, mientras que quien intente establecer su propia justicia de la carne será rechazado por Dios y arrojado al infierno.
Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote fiel, como dice la Biblia: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Hebreos 2, 17). Nuestro Sumo Sacerdote llevó a cabo Su obra de salvación para borrar completamente todos nuestros pecados. Al haber venido a este mundo en la misma carne que la nuestra, Jesús cargó con todos los pecados del mundo sobre Su cuerpo, y ofreció Su sangre de la vida a Dios Padre en vez de ofrecer simplemente la sangre de un animal. Por eso Dios Padre dijo aquí, en el pasaje de las Escrituras de hoy, que Jesús es el Sumo Sacerdote más fiel que nos ha salvado perfectamente de todos nuestros pecados.
 
 
¿Entienden por qué Jesucristo vino a este mundo en la misma carne que la nuestra, por qué fue bautizado por Juan el Bautista y por qué fue crucificado hasta morir?
 
Espero y confío que todos entiendan por qué Jesucristo fue bautizado por Juan el Bautista, y por qué entregó Su cuerpo en la Cruz. Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote fiel. También es Dios mismo que nos ha dado Su misericordia y es nuestro Salvador que vino a este mundo en la misma imagen que la nuestra. Como dice Hebreos 2, 14: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo», Dios vino a este mundo encarnado en la carne y sangre nuestra para poder salvarnos y hacernos hijos Suyos.
Pasemos a Hebreos 9, 11-14: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?».
Al venir encarnado a este mundo en un hombre para salvarnos de todos nuestros pecados, Jesucristo sacrificó Su propio cuerpo por nosotros como cabras y becerros en el Antiguo Testamento después de recibir la remisión de los pecados del pueblo de Israel. Pero en vez de ofrecer la sangre de cabras y becerros, Cristo ofreció Su sangre, como está escrito: «Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención» (Hebreos 9, 12).
En el Antiguo Testamento el Sumo Sacerdote era quien pasaba los pecados del pueblo de Israel a los animales del sacrificio en su nombre. Pero cuando Jesús vino a este mundo, no solo pasó los pecados de Su pueblo a un animal para ser sacrificado, sino que aceptó todos los pecados sobre Su cuerpo a través de la imposición de manos de Juan el Bautista y así se convirtió en el sacrificio por el perdón de nuestros pecados.
Como Dios mismo, Jesús no tiene pecados. Pero a pesar de esto vino encarnado en un hombre, cargó con todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, entregó Su vida por nosotros y así ha conseguido nuestra redención eterna para siempre. Cuando pasamos a Levítico 16, vemos que en el Día de la Expiación, también conocido como Yom Kippur, el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo con la sangre del animal del sacrificio y la rociaba siete veces en el propiciatorio. Los israelitas que creían en el sacrificio del Día de la Expiación eran redimidos de sus pecados anuales. De la misma manera, todos los que creemos en el sacrificio de Jesús podemos entrar en el Santuario eterno del Cielo como Jesús, como está escrito en Hebreos 9, 14: «¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?».
 
 
¿Qué significa que nuestras conciencias sean limpiadas de las obras muertas?
 
Hay ciertas transgresiones que cometemos aunque sepamos que hay pecados. El que Jesús nos haya limpiado de las obras muertas significa que nos ha limpiado de todas estas transgresiones y nos ha permitido servir al Dios vivo. Las Escrituras dicen que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para salvarnos de todos nuestros pecados Jesucristo vino al mundo y ha librado nuestras conciencias de todos los pecados para que podamos servir al Dios vino de la justicia.
Al ser bautizado por Juan el Bautista, el Señor tomó todos nuestros pecados para siempre, y fue crucificado hasta morir mientras cargaba con estos pecados. A través del bautismo que recibió de Juan el Bautista en el río Jordán, el Señor cargó con todos nuestros pecados. De la misma manera en que la Ley de Dios nos expone como pecadores, no hay nadie en este mundo que pueda vivir con una conciencia limpia todo el tiempo. ¿Pueden pensar en alguien que tenga una conciencia completamente limpia? Todo el mundo ha hecho algo alguna vez que le hace sentirse culpable en su conciencia. ¿Significa esto que solo cometemos pecados cuando hacemos algo contra nuestra conciencia? No, no es así. Hay dos tipos de pecados que todo el mundo comete: los que se cometen conscientemente y hace que la conciencia se sienta culpable, y los que se cometen sin querer al no cumplir los mandamientos de la Palabra de Dios sin querer. Ambos tipos de pecados son pecados igualmente. Aunque una persona no conozca la Palabra de Dios, cuando esa persona hace algo que moleta su conciencia, este pecado queda escrito en su corazón y queda prisionero de él. Esto aparece en el capítulo 2 de Romanos.
Para ver esto, pasemos a Romanos 2, 14-15: «Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos». Por eso los que no creen se sienten culpables en su conciencia cuando hacen algo malo. Y lo que hace que su conciencia se sienta culpable es un pecado. Su conciencia es una ley para ellos porque les muestra sus pecados. Antes de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu tenemos que arar los corazones de la gente profundamente con la Palabra de Dios para que su naturaleza pecadora quede expuesta. Cuando sus pecados están expuestos y las obras muertas de su conciencia son reveladas, querrán escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu.
Mis queridos hermanos, les pido que no dejen que la Palabra de Dios que han escuchado hoy se aleje. Es completamente imperativo que sigamos pensando en esta Palabra que hemos escuchado hasta ahora y que prediquemos el Evangelio del agua y el Espíritu. No debemos dejar que la Palabra de Dios que hemos escuchado hasta ahora se aleje. El que estén bendecidos por Dios por su fe o sean malditos por no creer depende de ustedes. Por tanto, deben creer de todo corazón en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que han escuchado hasta ahora, y deben armarse con esta fe inamovible. Cuando leemos la Biblia leemos muchos casos en los que se contrastan dos tipos de personas y esto nos enseña acerca de la absoluta importancia de la fe. La historia de Caín y Abel nos enseña esta lección junto con las historias de Isaac e Ismael, Jacob y Esaú. ¿Qué nos enseñan estas historias? Nos enseñan que toda la gente de fe, desde Abel a Isaac y Jacob, fue bendecida porque creyó en la Palabra de Dios cuando la escuchó, mientras que otras personas como Caín, Esaú e Ismael fueron malditas porque ignoraron la Palabra de Dios y se negaron a creer en ella incluso después de haberla escuchado muchas veces.
Ninguno de ustedes debe dejar de escuchar la Palabra de Dios y creer en ella siempre. Y cuando escuchen la Palabra de Dios o lean las Escrituras, no deben ignorar ninguna parte aunque parezca breve. Toda la Palabra de Dios es vida, porque en ella está escrito el Evangelio del agua y el Espíritu claramente. Por tanto, si piensan en esta Palabra del Evangelio detenidamente y creen en ella de todo corazón, recibirán las bendiciones abundantes de Dios por su fe, pero si no cuidan de su fe, acabarán perdiendo incluso las bendiciones que ya han recibido. Así que les pido a todos los miembros del Workplace Mission Team que no descuiden ninguna parte de la Palabra de Dios que hayan escuchado hasta ahora y crean en ella aún más firmemente.
El hecho de que nacimos en este mundo y escuchamos la Palabra de Dios sobre el Evangelio del agua y el Espíritu es la prueba de que Dios les ama.
¡Aleluya!