Search

דרשות

Tema 22: Evangelio de Lucas

[Capítulo 15-2] El Señor quiere mostrarnos amor y misericordia (Lucas 15, 1-32)

El Señor quiere mostrarnos amor y misericordia(Lucas 15, 1-32)
«Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado».
 
 
Mis queridos hermanos, ¿cómo están?
Nuestro Señor buscó a los pecadores que eran pobres en cuerpo y espíritu. En el pasaje de las Escrituras de hoy, dijo: «Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14, 12-14). ¿Por qué dijo esto? Porque si invitan a los ricos y les invitan a comer, les pagarán por ello y no tendrán ninguna recompensa de Dios. A través de las Escrituras de hoy, sabemos que nuestro Señor ama y salva a los que son insuficientes y débiles más que a los grandes y ricos.
 
 

Jesús vino a salvar a los que fueron revelados como pecadores

 
En el pasaje de las Escrituras de Lucas 15, Jesús invitó a los publicanos y pecadores y compartió comida y la Palabra con ellos. Jesús fue a casa de un fariseo, pero la gente que invitó eran pecadores y publicanos. Mis queridos hermanos, ¿qué significa esto? Jesús invitó a las personas que eran reconocidas como pecadoras, como los publicanos. Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo en la carne, comió con publicanos y pecadores, y les habló de la Palabra. Pero los fariseos y escribas persiguieron a Jesús por eso. Jesús sabía que los corazones de los fariseos y escribas estaban endurecidos y les habló de la Palabra de Verdad a través de tres parábolas.
La primera parábola es la de la oveja perdida entre cien.
El Señor dijo: «¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Lucas 15, 4-7). Esta parábola de la oveja perdida habla de la Providencia de la salvación de Dios. Nuestro Señor habló en una parábola diciendo: «Una persona con cien ovejas perdió una. Así que dejó a las noventa y nueve en el campo y se fue a buscarla».
¿Qué tipo de persona es la oveja perdida de la que hablamos? Las ovejas perdidas son los verdaderos pecadores; la gente que busca a Dios para recibir la remisión de los pecados en sus corazones; la gente que sabe que es pecadora; la gente que sabe que va a ir al infierno, y la gente que sabe que son personas perdidas para Dios. El pastor que busca a esta oveja es Dios buscando a la gente perdida. Mis queridos hermanos, hay muchas personas en este mundo, casi 6500 millones. Pero los que están perdidos para Dios no son más que uno entre cien o diez mil.
No todas las personas son ovejas que se han perdido. La mayoría de las personas viven sin problemas aunque no conocen a Dios. Pero, ¿qué otro tipo de personas hay? Hay almas que luchan por resolver el problema de sus pecados. Hay almas que buscan a Dios porque han perdido su hogar y no saben dónde ir. No saben en qué creer o cómo deben creer en Dios. Dios dice que busca a las almas y las viste en la gracia de Su salvación.
Nuestro Dios dijo que deja a las personas que no tienen ningún problema y no se preocupan de sus almas ni del problema del pecado. ¿Qué dijo el Señor que vino al mundo y nos salvó? Dijo: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, al arrepentimiento» (Lucas 5, 32). Esto es cierto. El Señor nunca viene a los que fingen ser justos. Nuestro Señor vino al mundo para la gente que se siente culpable por los pecados cometidos, por sus corazones malvados y por los pecados del pasado y el presente. En otras palabras, vino por los que tienen una conciencia culpable ante Dios por el pecado de sus corazones.
Pero, ¿cómo son las personas? De entre cien, noventa y nuevo no tienen conciencias culpables. Viven sin culpa en sus conciencias. La gente que no tiene pecados en sus conciencias dadas por Dios y no tiene problemas, los que no sienten culpa y solo creen en sus corazones no pueden ser las ovejas perdidas de Dios. Por supuesto Dios quiso vestir a todas las almas con la salvación de los pecados. Pero como Dios quiso encontrar a los pecadores y hacerlos justos, nos dijo a través de la Palabra de hoy que hay una persona entre cien que será salvada.
Estoy seguro de que la primera parábola del Señor es para todo el mundo. Toda la gente del mundo debe saber que será salvada entre cien. Si leen el Antiguo Testamento, verán que dice: «Y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion» (Jeremías 3, 14). Hay mucha gente en este mundo, pero muchas no encuentran al Señor. Por otro lado, hay más personas que van al infierno.
Si un pastor cría a un rebaño de ovejas y las deja en el campo para encontrar a la oveja perdida, ¿qué pasará con el rebaño? Será devorado por los lobos o morirá de hambre. Esto quiere decir que muchas personas que no pueden recibir la salvación del Señor van por el camino de la destrucción. Así son las cosas. Muchas personas van por el camino de la destrucción por sus pecados y pagan el precio de esos pecados después de vivir en este mundo.
Hay muchas personas que están perdidas a los ojos de Dios y hay muchas personas que serán destruidas. Muchas personas nacen en este mundo, pero es difícil encontrar a una persona que haya recibido la remisión de los pecados en su corazón.
 
 

Todos los que están perdidos

 
El Señor habla en la segunda parábola de la moneda perdida. El Señor dijo: «¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15, 8-10). Tener gozo cuando se encuentra a una oveja perdida entre cien, o una moneda perdida entre diez, significa encontrar a las personas, a los pecadores, que estaban perdidos para Dios.
Cuando Dios encuentra un pecador, hace que se arrepienta, hace que reciba la remisión de los pecados, hace que sea justo y cuando le da la gracia de la remisión de los pecados, se regocija con Sus siervos. Los siervos de Dios también llamaron a toda la gente del vecindario, se regocijaron y dieron una fiesta después de salvar a un alma perdida. Las tres parábolas del pasaje de las Escrituras de hoy hablan de cómo Dios salva a los pecadores. Dios, a través de Sus siervos, busca a las personas, que entre tanta gente en el mundo, que han pecado y están perdidas; a los que se dan cuenta de que no pueden evitar ir al infierno, y que no pueden ser salvados y por eso están a punto de suicidarse; a los que no tienen voluntad de vivir porque serán destruidos y los que no tienen esperanza si no fuera por Dios.
En realidad, los siervos de Dios debemos encontrar a los que están perdidos entre la gente que vive en este mundo. Debemos encontrar a los que no tienen esperanza sin Dios y vestirlos de la salvación, a los que están rotos y heridos; a los que sufren por sus pecados; a los que agonizan pensando que no pueden evitar ir al infierno; a los que no tienen justicia; y a los que esperan la salvación de Dios. Predicar el Evangelio a cualquier persona no funciona. Debemos predicar el Evangelio correctamente a los pecadores ante Dios que necesitan a Jesús. El Señor no vino por las personas que piensan: «No necesito a Jesús. Puedo vivir bien sin Jesús. No soy inseguro y no sufro por los pecados sin Jesús. Estoy bien».
Las personas a las que el Señor busca son las otras. Dios está buscando a la gente del mundo que no está satisfecha aunque beba alcohol, cante y baile. Está buscando a la gente que quiere encontrar a Dios porque no tiene satisfacción aunque busque cualquier filosofía o religión; la gente que quiere encontrar la Verdad y obtenerla con libertad y disfrutarla, y las almas que obtienen satisfacción al encontrar la Verdad y nada más en este mundo. El Señor dijo a Sus siervos que encontrasen a estas almas.
Así es. El Señor no nos dijo que predicásemos el Evangelio a los ricos o a los poderosos. El Señor dijo que debemos encontrar a los perdidos, miserables y buscar la gracia de Dios física y espiritualmente. Debemos predicarles el Evangelio. El pasaje de las Escrituras de hoy nos dice que debemos vestir a las personas perdidas con la gracia de la salvación al predicar este Evangelio.
 
 

El corazón de Dios

 
Ahora leamos la tercer parábola del Señor: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo» (Lucas 15, 11-19).
Voy a explicarle esto para que lo entiendan fácilmente. Cierto hombre tenía dos hijos y el segundo hijo tomó la propiedad del padre, se fue y la malgastó hasta que se quedó sin nada. Se quedó en la miseria. Incluso tuvo que comer la comida de los cerdos en secreto, pero eso ni siquiera le llenaba. Así que pensó: «¿Cuántos de los siervos de mi padre tienen más que suficiente para comer?» y quiso volver a la casa de su padre. En cuanto llegó a su casa, su padre salió a recibirle descalzo, le dio un beso en los labios, le puso un anillo en el dedo, le dio zapatos, lo vistió en la ropa más fina, y tomó un becerro y dio una fiesta para todo el vecindario.
Pero el primer hijo no estaba contento con este festín para su hermano menor. Así que se quejó a su padre: «He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo» (Lucas 15, 29-30). Así que, ¿qué dijo su padre? «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (Lucas 15, 31-32).
Mis queridos hermanos, la tercera parábola del Señor es para los siervos y los santos de Dios en la Iglesia. ¿Cómo somos? Los siervos de Dios y Su pueblo que han recibido la remisión de los pecados al principio se quejan al Señor porque no les reconoce por servirle en la Iglesia con dificultades. Dicen que siempre les dice qué hacer y les trata como personas que han vivido mal en el mundo, después escucharon el Evangelio y recibieron la remisión de los pecados y fueron a la Iglesia. Entonces, es natural que estén celosos de los nuevos santos en sus corazones. Acaban teniendo resentimiento por Dios pensando: «Me he sacrificado a mí mismo y te he servido bien desde que recibí la remisión de los pecados en esta Iglesia. ¿Cómo puede una persona tan desesperada recibir la salvación? Aunque haya sido salvada, le queda mucho tiempo hasta ser como yo. Pero esa persona es la única que es tratada bien en la Iglesia».
Pero esta noción del hijo primogénito en el pasaje de las Escrituras de hoy es errónea. EL Señor nos está hablando a los que hemos recibido la remisión de los pecados primero y hemos sido siervos de Dios primero. Está diciendo: «Has trabajado muy duro, pero piensa que es natural celebrar una fiesta cuando tu hermano menor vuelve a casa». Es verdad. No tenemos nada de lo que estar celosos. Debemos tener gozo con Dios. En otras palabras, debemos conocer el corazón de Dios. Así que, ¿cómo es el corazón de Dios? Celebra un festín y se regocija cuando un pecador vuelve y es salvado. El amor de Dios Padre es devolver a la vida a los muertos y los miserables y bendecirles. Por eso, como siervos de Dios que han recibido la remisión de los pecados, debemos tener el mismo corazón que Dios.
El segundo hijo del pasaje de las Escrituras es una persona que ha vuelto al seno de Dios. Quería comer comida de cerdos, pero ni eso podía comer, y entonces pensó: «Voy a morir de hambre. Mejor vuelvo al país de mi padre y trabajo como uno de sus siervos. Soy su hijo, pero me contentaré con ser como un siervo». Y así volvió a su padre.
 
 

La doctrina de las religiones del mundo es como comida de cerdos

 
En realidad, toda la gente del mundo es hija de Dios hecha a Su imagen, Todo el mundo es valioso pero busca las cosas del mundo, las cosas materiales, los placeres y las religiones. El segundo hijo del pasaje de las Escrituras que quería comer comida de cerdos, pero ni eso podía comer, simboliza a la gente que busca las religiones del mundo en vano. Las religiones no pueden satisfacer a la gente. Las religiones les dicen a las personas lo que tienen que hacer, les piden su sacrificio, pero no pueden dar verdadera satisfacción. Por supuesto, nuestro Dios también hace que la gente trabaje. Pero, ¿qué hay de diferente entre Dios y las religiones del mundo? La gracia de la remisión de los pecados que Dios nos da satisface a las almas. La gente que no obtiene satisfacción de las religiones del mundo está muriendo espiritualmente solo puede ser satisfecha cuando vuelve a Jesucristo.
Piensen en esto un momento. ¿Podemos obtener satisfacción en las religiones del mundo? No. No hay ninguna religión que dé satisfacción a las almas de los hombres. ¿Acaso ustedes no eran almas perdidas también? ¿Acaso no éramos todos almas perdidas? Éramos un alma perdida entre cien, el dracma perdido entre diez, y el hijo perdido. ¿No éramos todos así?
Todos teníamos el problema del pecado. Aunque teníamos pecados en nuestros corazones, las religiones del mundo no podían resolverlos. Éramos personas que no podían vivir bien sin Dios. Es así. Éramos la oveja perdida. Mis queridos hermanos, debemos reconocer el hecho de que éramos personas perdidas ante Dios. Debemos saber que éramos este tipo de personas por naturaleza. No estoy hablando de otras personas, sino de nosotros. Estábamos perdidos. Estar perdido significa estar muerto. Éramos personas perdidas que sufrían la destrucción y la ruina sin Dios.
¿Qué le pasará a la oveja que abandona el rebaño en el pasaje de hoy? Que estará en una situación muy grave. Llegará hasta un acantilado y se caerá al intentar comer la hierba que hay al fondo del acantilado, o que será devorada por un lobo en el campo. Esto significa que estamos cerca de sufrir este tipo de muerte en este mundo cruel. La moneda perdida y el segundo hijo que se fue de casa se refieren a nosotros. Éramos personas que tenían que morir y no podían evitar ir al infierno. ¿Qué nos pasó? El Señor nos ha encontrado. Nos ha encontrado y nos ha salvado completamente.
¿Creen que nuestro Señor nos ha encontrado y ha eliminado todos los pecados a través del agua y la sangre? Piensen en esto por un momento. Si nuestro Señor no hubiese tomado todos nuestros pecados a través de Su bautismo y hubiese recibido el juicio por ellos en la Cruz en nuestro lugar, o si Dios Padre no hubiese enviado a Su Hijo Jesucristo a este mundo y no hubiese hecho esta obra justa por nosotros, ¿qué esperanza tendríamos? No tendríamos ninguna esperanza. No podríamos evitar ser destruidos. Así que debeos recordar esto. Por muy maravillosos que seamos, por muy inteligentes y buenos, todos estábamos perdidos. Debemos recordar esto.
 
 

La vida

 
Mis queridos hermanos, no podemos evitar llorar cuando nacemos y tendremos que morir cuando muramos también. Aunque parezca que somos diferentes a otras personas, el final es inevitablemente el mismo: la destrucción eterna. Todos nacimos con el destino de ir al fuego del infierno. Pero nuestro Señor nos salvó a los que teníamos este destino miserable. Nos ha salvado completamente a través de la gracia de la remisión de los pecados. Debemos darnos cuenta de esta gracia de nuestro Señor. ¿Cómo de grande es la gracia del Señor? Piensen en esto durante un momento. ¿Cómo podríamos tener paz en nuestros corazones si no fuese por la gracia del Señor? ¿Cómo podríamos vivir con gozo? Si no fuese por el Señor, ¿cómo podríamos reír? Seríamos miserables sin el Señor. No podríamos creer a nadie, nos engañaríamos y nos haríamos daño. Intentaríamos vivir bien pero no podríamos evitar vivir desesperados. Somos personas que no podían evitar ser miserables.
¿Nos sale todo bien en nuestras vidas si lo intentamos? ¿Hay algo que vaya bien en nuestras vidas solo porque intentemos conseguirlo? Satanás dice que podemos hacerlo todo si lo intentamos. Muchas personas antes que nosotros vivieron diligentemente, creyendo en esto. Pero, ¿vivieron felices hasta que murieron? Tomen un micrófono y hagan entrevistas a los muertos.
Vayan ante una tumba y digan: «Perdón, sé que estás durmiendo. Soy un reportero de Hephzibah Broadcasting. Te quiero preguntar una cosa. ¿Lo intentaste todo en esta vida?».
«Sí».
«Así que ¿creíste en la filosofía de que las cosas salen bien si intentas todo?».
«Sí».
«Así que, ¿lo probaste todo porque pensabas que todo saldría bien, fuese lo que fuese?».
«Sí, lo creí y lo intenté todo».
«¿Así que las cosas te salieron siempre como quisiste?».
«No».
«¿Cuántas cosas te salieron bien?».
«Ni una».
«De acuerdo. Gracias».
Si van a ver otras tumbas, oirán a otras personas decir: «He recibido las enseñanzas de este mundo que dicen que todo saldrá bien si intento vivir bien, pero no ha funcionado». Si van a diferentes tumbas, oirán que mucha gente murió desesperada y no pudo cumplir nada al 100%. Eso es cierto. No hay nadie en este mundo que haya conseguido nada por su propia voluntad. Una persona está contenta si consigue tan solo 10% de lo que esperaba conseguir. Estará contenta con una décima parte de sus expectaciones. La gente ha intentado hacer todo lo posible, pero el poder humano no es nada. Las cosas no salen bien solo por intentar conseguirlas.
 
 
Debemos encontrar a Jesús, que es el Dios de la justicia
 
Mis queridos hermanos, la gente que está perdida ante Dios debe conocerle. Entonces les bendecirá, les llevará por el camino bendito, les vestirá bien y les pondrá anillos preciosos en sus dedos. El padre del pasaje de las Escrituras de hoy puso un anillo en el dedo de su hijo pródigo para simbolizar el cambio de estado en su vida. El que le vistiese con ropas finas significa que se convirtió en un hombre justo, y el que le pusiera zapatos en los pies significa que le dio el Evangelio. El Señor nos hizo hijos de Dios y nos dio todas las bendiciones del Padre para que las disfrutásemos todas. Ninguna de estas bendiciones se obtiene con tan solo intentarlo. Así son.
Si la gente quiere vivir vidas benditas, primero debe encontrar al Buen Pastor. Debe encontrar a Jesús. Debe recibir la remisión de los pecados en sus corazones al encontrar a Jesús. Debe recibir la remisión de los pecados a través de Jesucristo, que es el Hijo de Dios. Jesús es nuestro Salvador. Tomó todos nuestros pecados. Nos salvo de todos los pecados. Nos vistió con la completa gracia de salvación al tomar nuestros pecados sobre Su cuerpo a través de Su bautismo al ser juzgado por ellos en la Cruz. Solo la gente que tiene al Pastor y recibe al Señor en sus corazones puede disfrutar de la verdadera paz. Cuando el Buen Pastor les lleva a pastos verdes y aguas tranquilas, esas ovejas que le han conocido viven bien llenas, con descanso y con la paz de ser protegidas por primera vez.
Mis queridos hermanos, hemos encontrado al Señor, que es el perfecto Pastor. ¿Acaso no están verdaderamente agradecidos por haberle conocido? Hay un gran problema si no saben cómo estar agradecidos por haber conocido al Señor. Este tipo de persona es como el hijo primogénito del pasaje de las Escrituras de hoy. Está en la misma situación que el hijo primogénito que solía quejarse. Pero nosotros no somos el hijo primogénito. Somos como el segundo hijo que se perdió y volvió. Es impresionante creer que Jesús tomó nuestros pecados cuando fue bautizado y que derramó Su sangre para recibir el juicio de la Cruz por nosotros. Espero que no desprecien esta fe. Es verdaderamente increíble. ¿Dónde pueden escuchar esta Palabra de Verdad? No pueden escucharla en ninguna denominación de este mundo.
Pensemos un momento en el Tabernáculo que es el modelo de Jesús. Había una entrada con una puerta tejida con hilos azules, púrpura y escarlata y lino fino entretejido. A treinta metros hacia el oeste había otra puerta para el Santuario. También estaba tejida con hilo azul, púrpura, escarlata y lino fino. El velo que separaba el Lugar Santísimo y las cortinas interiores que cubrían el Santuario estaban hechas también de hilo azul, púrpura y escarlata y de lino fino entretejido. ¿Qué representa este hilo azul, púrpura y escarlata? Representa el Evangelio del agua y el Espíritu en el que creemos. Su salvación no puede ser conseguida al creer en Jesús de cualquier manera. Debemos creer en este Evangelio que nos dio el Señor.
¿Qué es lo primero que debemos creer cuando empezamos a creer en Jesús? Debemos creer que recibió la transferencia de nuestros pecados al ser bautizado en el río Jordán. Esto es lo primero que debemos creer. Lo segundo es que Jesús derramó Su sangre en la Cruz y fue juzgado por nosotros. Los santos que han recibido la remisión de los pecados en sus corazones por fe deben vivir en la casa de Dios, hacer la obra de Dios mientras viven ahí y adoptar lo que es de Dios como si fuera suyo. Dios nos da todo lo que necesitamos.
Hemos recibido la remisión de los pecados. Esto puede parecerles insignificante, pero no es así. Dejen que pase algún tiempo. Entonces pregúntense si de verdad es insignificante. Si vuelven al mundo después de recibir la remisión de los pecados, no serán nada. En ese momento no serán nada. Serán más miserables que antes. Todas las enfermedades que tenían antes y todo su dolor volverán. Tendrán más dificultades que antes. Así que, queridos hermanos, espero que tengan sus prioridades en el lugar correcto.
Ante todo, debemos saber que el Señor encontró a pecadores débiles y los salvó. Debemos darnos cuenta de que los que somos obreros del Señor antes que otros al recibir la remisión de los pecados debemos encontrar a las almas perdidas y traerlas ante Dios. Hay muchas almas perdidas en este mundo. Hay muchas personas que viven sin saber que son almas perdidas.
La gente de este mundo está perdida. Todos son pecadores. Son personas que deben recibir la remisión de los pecados al creer en este Evangelio del agua y el Espíritu. Pero los que han recibido la remisión de los pecados son pocos. Jesús vino a la gente que pensaba que no podía evitar ir al infierno y que no tenía esperanza en sus corazones, y eliminó los pecados de estas personas. Las salvó completamente. Nuestro Señor no vino a encontrar a las personas que piensan: «Estoy bien sin Jesús. No le necesito». Se acerca a estas personas pero las deja defraudadas.
No traten demasiado bien a las personas que viven bien y tienen mucho dinero. Son personas que irán al lugar caliente después de haber vivido bien sin Jesús. Sin embargo, hay muchas personas en este mundo que no pueden disfrutar de la satisfacción aunque tengan propiedades, fama, poder y religión. Hay personas que quieren encontrar al verdadero Dios y recibir la remisión de los pecados. Esto significa que hay almas perdidas ante Dios. Esto significa que hay personas que saben que están perdidas. Este es el tipo de personas que podemos encontrar. Debemos encontrarlas y predicarles el Evangelio del Señor.
Podemos clasificar a los que visitan la Iglesia por primera vez en dos grupos. Un grupo consiste en los que piensan que no están perdidos. Estas personas no nos creen, digamos lo que digamos. No son ovejas perdidas ante Dios. Como no son almas perdidas, no pueden recibir la salvación de Dios tampoco.
¿Cuál es el otro tipo de personas? Las personas que vienen a nuestra Iglesia y piensa que está perdida. Dice: «Tengo pecados mientras vivo en este mundo. No sé nada y las cosas son difíciles. Me gustaría que alguien me salvara». Cuando les hablamos de nuestra naturaleza pecadora basándonos en la Palabra de Dios dicen: «Es cierto. Soy así». Si les predicamos a estas personas la Palabra del Evangelio de que Jesús les ha salvado con el agua y la sangre, la aceptan, creen en Jesús inmediatamente y se convierten en Su pueblo. Así es como funciona. Las personas que conocen su naturaleza pecadora se convierten en personas justas ante Dios y ante Sus hijos, y pueden vivir para siempre en el Reino de Dios.
Hay dos tipos de personas vayan donde vayan: los que están perdidos y los que no. Hay dos tipos de personas que visitan la Iglesia y dos tipos de personas en el mundo. ¿Cómo éramos los que hemos recibido la remisión de los pecados? Estábamos perdidos. Estábamos entre los perdidos.
Los que no han recibido la remisión de los pecados aunque hayan escuchado el Evangelio del Señor no están perdidos. Debemos mirar dentro de sus corazones hasta que veamos si están perdidos. Debemos trabajar duro para labrar sus corazones hasta que se den cuenta de que son personas perdidas. Debemos encontrar a estas personas siempre. ¿Creen que los que hemos recibido la remisión de los pecados estábamos perdidos? ¿Creen que Dios nos encontró y nos salvó? Solo los que creen pueden recibir la verdadera gracia de salvación de Dios.
Le doy gracias al Señor por salvarnos. Debemos ser siervos justos de Dios que dan siempre gracias por la gracia del Señor y que intentan encontrar a los débiles y a los perdidos.