(Mateo 12, 31-32)«Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero».
Lo que les he explicado en mis escritos hasta ahora tiene sus límites, pero lo que les he intentado explicar en mis libros es el Evangelio del agua y el Espíritu. Y estoy seguro de que quien crea en esta Verdad del Evangelio recibirá la remisión de sus pecados. Nuestro Señor dijo en Romanos 10, 10: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación», y también dijo en Romanos 10, 17: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios». Quien cree en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu será salvado de sus pecados y se convertirá en justo, sin excepción alguna. Si todavía tienen dudas sobre esta fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, les pido que abran sus corazones una vez más y crean. Todos los que quieran ser lavados de sus pecados deben dejar de lado sus propias ideas y creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Todos los pecados del mundo han sido eliminados porque Jesucristo los borró todos al ser bautizado por Juan el Bautista.
Hoy les explicaré el pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Mis queridos hermanos, los que no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu sino que blasfeman contra él, son los que cometen el pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Este pecado es tan mortal que el Señor dijo que no sería perdonado ni en este mundo ni en el venidero. Así que todos debemos entender correctamente esta blasfemia contra el Espíritu Santo.
1 Juan 3, 9 dice: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios». Este pasaje significa que los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, el Evangelio de poder y de la remisión de los pecados, no cometen el pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Sin embargo, está escrito en Hebreos 6, 4-8: «Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,
y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,
y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio.
Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios;
pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada». También está escrito en Hebreos 10, 26-29: «Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?».
Todos estos pasajes nos advierten de que si alguien, aunque conozca el bautismo de Jesucristo que recibió de Juan y Su derramamiento de Sangre, niega y rechaza el Evangelio, está convirtiéndose voluntariamente en alguien que blasfema contra el Espíritu Santo. Cuando la Biblia habla sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo, se refiere al pecado de rechazar o negar que Jesucristo nos ha salvado a todos a través de Su bautismo y derramamiento de sangre. Por tanto cualquiera que comete esta blasfemia no puede ser librado de sus pecados de otra manera. Esta gente no cree que la imposición de manos sobre el sacrificio expiatorio y su derramamiento de sangre en el Antiguo Testamento es lo mismo que el bautismo que Jesucristo recibió de Juan el Bautista y su derramamiento de sangre en la Cruz. Por eso no pueden recibir la remisión de sus pecados.
Está escrito en 1 Juan 5, 16: «Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida».
Este pecado que lleva a la muerte es el pecado de la incredulidad que se comete al no creer en el bautismo que Jesucristo recibió en la Cruz como remisión de los pecados. En otras palabras, este pecado de no creer en el Evangelio del agua y el Espíritu constituye la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Los que temen a Dios creen que Jesús tomó y borró los pecados del mundo con el bautismo que recibió de Juan el Bautista y Su derramamiento de sangre en la Cruz. La Biblia nos avisa que si abandonamos esta fe en el bautismo y derramamiento de sangre de Jesucristo como la Verdad de la remisión de los pecados, sufriremos un dolor inimaginable.
Incluso en este momento, Satanás engaña a mucha gente que no cree en el bautismo y derramamiento de sangre de Jesucristo, pero ustedes no deben abandonar su fe en esta Verdad. El Diablo engaña a la gente con todo tipo de trucos para que no crean en el bautismo de Jesucristo. Por eso la Biblia dice en 2 Pedro 3, 17-18: «Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza.
Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén».
Este pasaje nos dice que nos aferremos al conocimiento de la Verdad del Evangelio, que Jesucristo tomó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista y pagó el precio del pecado al ser crucificado y derramar Su sangre en la Cruz, y que por tanto que recibamos la vida eterna. Por tanto debemos dejar otros tipos de fe que rechazan la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu como la Verdad de la salvación.
Entonces, ¿qué debemos hacer una vez recibimos la remisión de nuestros pecados para vencer a los engaños de Satanás y mantener nuestra fe?
Está escrito en 2 Corintios 6, 14-16: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?
¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
Habitaré y andaré entre ellos,
Y seré su Dios,
Y ellos serán mi pueblo». En relación con este pasaje, está escrito en 1 Corintios 6, 19, donde se dice que los cuerpos de los justos que han recibido la remisión de los pecados son el templo sagrado de Dios.
Los justos que han recibido la remisión de los pecados no deben hacer la obra de Dios con los pecadores que no han sido librados de sus pecados, ni pueden hacer Su obra. Esto se debe a que al Espíritu de Dios no le complace. Los justos que han recibido la remisión de sus pecados deben juntarse sólo con los justos, y en esta hermandad de los justos deben vivir su fe, predicar el Evangelio y defender su fe.
No debemos juntarnos con pecadores. Por ejemplo, si unas personas que llevaran ropa blanca tuvieran que trabajar en las minas de carbón, ¿no se volverían negras? Así, si los justos intentan servir al Evangelio del Señor con los pecadores, acabarán corrompiendo la Verdad de la remisión de los pecados. Si esto nos ocurre, perderemos el Evangelio del agua y la sangre, y engañados por Satanás, caeremos en la confusión una vez más.
Satanás aprovecha cualquier oportunidad para hacer presas a los nacidos de nuevo cuando se separan de sus iglesias y sus líderes. Por ejemplo, como se ve en los documentales sobre la naturaleza, cuando los depredadores acechan un rebaño de animales herbívoros, siempre son los que se quedan atrás o se separan del rebaño los que caen presa de lo ataques de los depredadores. Así, los que salen de la reunión de los justos mueren.
Por eso Dios Padre ha establecido Su Iglesia en la tierra reuniendo a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. En Mateo 16, 16-18 se habla de la Iglesia de Dios: «Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.». Debemos prestar atención al hecho de que la Iglesia de Dios se estableció en la fe en Jesucristo como verdadero Salvador, tal y como Jesús le dijo a Pedro.
En otro pasaje, en 1 Corintios 1, 2, se dice lo siguiente acerca de la Iglesia de Dios: «a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro». El Apóstol Pablo define a la Iglesia de Dios como la reunión de los santos que han recibido la remisión de los pecados. Dicho de otra manera, Dios dijo que Su Iglesia es la reunión de los que han sido librados de todos sus pecados gracias a su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Y Dios también dijo en Jeremías 3, 14-15: «Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion;
y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia».
Como Dios prometió, ha levantado a los siervos nacidos de nuevo cuyos corazones están de acuerdo con el Suyo como líderes de la Iglesia, y les ha hecho obrar de diferentes maneras, para que alimenten a los hijos de Dios nacidos de nuevo. Como Dios dijo hay una Iglesia de los nacidos de nuevo en este mundo, y hay siervos Suyos nacidos de nuevo. La voluntad de Dios para sus nacidos de nuevo es poner a Sus pastores en Su Iglesia para alimentar con la Palabra de Dios y cuidar a los santos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Así es como los santos se hacen más fuertes en la Verdad.
El Apóstol Pablo testificó su llamada ante el rey Agripa, diciendo: «librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío,
para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados» (Hechos de los Apóstoles 26, 17-18). Dios quiere librar a todos los pecadores de sus pecados a través de Su Iglesia y sus siervos para que hereden el Reino de los Cielos y todas las bendiciones por la fe.
Convertirse en miembros de la Iglesia de Dios es el privilegio de ser salvados. Y ahora tenemos el privilegio de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo en unión con la Iglesia de Dios. Cuando somos fieles a estos privilegios podemos llevar a toda la humanidad hacia la nueva vida.