(Lucas 14, 25-33)
«Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo».
¿Quién se convierte en un discípulo del Señor?
Mis queridos hermanos, si queremos convertirnos en discípulos del Señor, debemos saber tres cosas. Nuestro Señor dijo: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 26). Para convertirse en un discípulo del Señor tenemos que hacer lo mismo. Nuestro Señor nos dice directamente lo que debemos hacer si queremos seguir al Señor.
Mis queridos hermanos, ¿quieren convertirse en discípulos del Señor? Es fácil ser salvados de todos los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, pero no es fácil convertirse en discípulos del Señor. Pero aquí, el Señor habla de tres cosas necesarias para convertirnos en Sus discípulos.
En primer lugar, para convertirnos en discípulos del Señor, debemos aborrecer a nuestros padres y madres, mujeres e hijos, hermanos y hermanas, e incluso nuestras propias vidas. ¿Qué significa esta Palabra? Cuando dice que debemos aborrecer a nuestros padres, mujeres e hijos e incluso nuestras vidas, no quiere decir que debamos caer en la trampa del nihilismo, detestar a la sociedad y a la humanidad y matar a las personas. Esto significa que si nuestras propias vidas o relaciones con los miembros de nuestras familias, como nuestros padres, nuestras mujeres e hijos, nuestros hermanos y hermanas, nos impiden seguir al Señor, nos dice que debemos odiar estas relaciones y cosas mundanas. Esta es la primera cosa necesaria para convertirnos en discípulos del Señor.
Cuando estamos dispuestos a seguir al Señor después de nacer de nuevo al recibir la remisión de los pecados a través de la Palabra de Dios, el primer obstáculo es nuestra familia, especialmente nuestros padres. Por ejemplo, si estamos dispuestos a obedecer a Dios, nos sentiremos un tanto desleales ante nuestros padres; si obedecemos la voluntad de nuestros padres, nos sentiremos desleales ante Dios. Este es el primer problema con el que nos encontramos. En otras palabras, este es el primer problema con el que se encuentran cuando quieren seguir al Señor y convertirse en Sus discípulos.
Pero esto no significa que deban odiar todas las relaciones del mundo incondicionalmente. Solo cuando algo nos impide seguir al Señor, debemos odiarlo. Solo entonces podremos seguir la voluntad del Señor. Recuerden que a veces solo podemos seguir al Señor cuando odiamos nuestras propias vidas.
Si es así, ¿acaso no es fácil convertirse en discípulo del Señor?
Cuando empezamos a seguir al Señor nos encontramos con algunos problemas. Yo me pasé 10 años como un cristiano entusiasta antes de conocer al Señor. Pero el primer problema con el que me encontré después de conocer al Señor fue que mis madres, mis hermanos y hermanas de la carne se convirtieron en un obstáculo. Mi madre adoptiva tenía una casa de oración enorme y me la iba a pasar a mí. Me dijo: «Hijo mío. Has estudiado tanto. ¿Por qué te comportas así ahora? Me has escuchado y obedecido. Dirige conmigo esta casa de oración como hacíamos antes. ¿Por qué tienes que irte y empezar una nueva denominación solo porque Dios te lo haya dicho? ¿Tienes que ser tú el que salga a proclamar el Evangelio y actuar como si fueras alguien importante? Si actúas así, complacerás a Dios, pero no a mí. La gente de nuestra denominación creerá que eres otra persona». Pero la abandoné y seguí la voluntad del Señor. Cuando intentamos seguir al Señor, solo los que odian todo lo que se opone a la voluntad de Dios podrán convertirse en Sus discípulos.
En segundo lugar, para convertirnos en Sus discípulos, como el Señor nos ha dicho: «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 27), debemos cargar con nuestra cruz y seguirle. Solo entonces podemos convertirnos en discípulos del Señor. Por supuesto, es mejor seguir al Señor cómodamente que con dificultad. Pero todos tenemos nuestra propia cruz cuando seguimos al Señor. Tenemos dificultades. Nos hemos convertido en Sus discípulos cuando cada uno de nosotros cargamos con nuestra cruz y le seguimos. Así, convertirse en seguidores del Señor puede ser fácil y difícil al mismo tiempo. En conclusión, solo los que pueden seguir al Señor en las dificultades pueden convertirse en Sus discípulos.
¿Qué necesitamos para convertirnos en los discípulos del Señor?
«Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 33). Hay una expresión que dice: «De la sartén al fuego». ¿Sienten lo mismo cuando el Señor dijo que si no abandonamos todo lo que tenemos no podemos ser Sus discípulos? ¿Qué significa renunciar a todo lo que se posee? Justo antes de esto, el Señor nos cuenta la parábola del que construyó la torre para explicarlo. Lo que nos dice a través de esta parábola es que si construimos una torre, debemos sentarnos primero y calcular los costes antes de poner los cimientos y empezar a construir. Si no calculamos los costes antes, empezamos a construir la torre y no podemos seguir construyendo porque no nos queda dinero, ¿acaso no seremos motivo de burlas? La gente se burlará de nosotros diciendo: «Esos hombres empezaron a construir una torre sin saber sus límites y no pudieron terminarla».
El Señor también lo explicó con otra parábola, la parábola del rey que se preparó para la guerra: un rey iba a declarar la guerra a otro rey. Antes de empezar la guerra, el rey se sentó y contó cuántos soldados tenía el otro rey y cuántos tenía él, y si consideraba que no tenía posibilidad de ganar, enviaría a una delegación para establecer las condiciones del tratado de paz, mientras que el otro rey estaba lejos. Por eso dijo: «Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 33).
Entonces, ¿qué significa todo lo que poseemos? El Señor no se está refiriendo a las cosas materiales cuando habla de esto. El Señor nos da todas las cosas materiales que necesitamos. Pero el Señor dijo que, como tercera condición para convertirse en Sus discípulos, nadie puede seguirle si no abandona sus posesiones, es decir, su orgullo y justicia. Mis queridos hermanos, todo el mundo tiene su propio respecto aunque nazca de nuevo, y tiene muchas cosas de las que alardear. No nos gusta abandonar el respeto por uno mismo ni nuestra propia justicia. Todos queremos mantener estas cosas. Pero nadie puede seguir al Señor si no se deshace de ellas. No puede convertirse en discípulo del Señor. Mis queridos hermanos, lo digo de nuevo; si no podemos dejar de tener respeto por nosotros mismos y nos deshacemos de nuestro orgullo por el Señor, no podremos convertirnos en discípulos del Señor. Un siervo arrogante, un discípulo que sigue al Señor pero tiene una opinión propia firme, y una persona que no puede dejar de lado sus ideales, aunque se le amenace con una espada al cuello, no podrá convertirse en un discípulo del Señor. Aunque nuestras personalidades sean así, el Señor nos dice que abandonemos estas cosas. Para convertirnos en discípulos del Señor después de ser salvados, esta tercera batalla es la más dura. ¿Debemos insistir en nuestra propia justicia, nuestra lealtad y nuestro orgullo incluso después de recibir la remisión de los pecados? ¿O debemos rendirnos ante Él como está escrito: «¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 31-33). «Nuestro Señor, no tengo justicia propia. No soy nadie. Aunque diga ser alguien, no soy más que un trapo viejo ante Ti. No tengo nada de lo que alardear. No tengo nada bueno comparado contigo, mi Señor. Solo Tú eres majestuoso y solo Tu Palabra es Verdad, salvación y tu justicia es verdadera». Así, solo los que han abandonado el respeto por sí mismos y han abandonado toda su justicia pueden convertirse en discípulos del Señor.
Mis queridos hermanos, ¿qué sienten cuando ven a hermanos y hermanas que están siendo entrenados como siervos de Dios después de recibir la remisión de los pecados? Es difícil para nosotros convertirnos en discípulos del Señor cuando tenemos mucha justicia propia. ¿Entienden lo que estoy diciendo? En realidad, es más fácil para una persona que no tiene nada de lo que alardear convertirse en discípulos. ¿Por qué? Como estas personas no tienen nada de lo que alardear, nada de lo que estar orgullosas, cuando el Señor les dice que hagan una cosa, le seguirán diciendo: «Sí, Señor». Cuando nuestro Señor les dice que hagan otra cosa, dirán que sí. Por eso solo pueden contestarle: «Sí, Señor».
Pero un siervo que tiene mucha justicia propia actuará de forma diferente. Si el Señor le dice que haga una cosa, le preguntará: «¿Por qué, Señor?». Si el Señor le pide que haga otra cosa, le volverá a preguntar: «¿Por qué, Señor? ¿Por qué? ¿Qué? ¿Cómo?». Se levantará contra el Señor y causará una discusión en todo lo que haga. Si la Palabra del Señor es verdad, y nos dice que hagamos algo, debemos ser obedientes como buenos siervos diciendo: «Aunque tengo otra idea, Tu Palabra es cierta. Sí, Señor. Tu Palabra es cierta. Sí. Te seguiré». Pero un siervo del Señor que tiene muchas cosas de las que alardear insistirá en sus ideas y se levantará contra el Señor en todo, diciendo: «¿Por qué nos dio el Señor esta Palabra? Si yo fuera Él, no habría dicho eso. Hubiera dicho otra cosa».
Esta tercera prueba es mucho más difícil y dura que la primera y la segunda. Una persona que está bien preparada con la primera prueba, puede seguir al Señor, aunque tenga muchas dificultades al cargar con su propia cruz en la tercera prueba. Pero una persona que está llena de su justicia tiene a dejar de seguir al Señor durante esta prueba.
Mis queridos hermanos, si se van a convertir en siervos del Señor, Sus discípulos, deberán pasar las tres pruebas. La primera cosa es, cuando nuestra familia se convierte en una piedra de tropiezo al seguir al Señor, debemos poder aborrecerla, aunque sean sus padres, mujeres, hijos y hermanos y hermanas. Debemos ser como las personas que odian todas las cosas que son un obstáculo para seguir al Señor. En segundo lugar, aunque pasemos muchas dificultades siguiendo al Señor, debemos poder soportarlas. En tercer lugar, debemos abandonar toda nuestra justicia.
En este mundo, no hay ni una sola persona que no tenga nada de lo que alardear. Todos tenemos muchas cosas de las que estar orgullosos, no solo un par de cosas. En nuestras propias mentes, tenemos por lo menos una docena de cosas de las que estar orgullosos. «Soy bueno en este campo. Soy honesto. Soy diligente. Soy educado. Nunca miento. Casi nunca cometo pecados. Soy muy honesto pase lo que pase. Aunque alguien me amenace con una espada en el cuello, no pecaré contra el Señor». Mis queridos hermanos, ¿estará nuestro Señor satisfecho con una persona así? De hecho, al Señor no le gusta este tipo de personas. Probablemente diría: «Sí, eres muy bueno. Puedes convertirte en un maestro. Así que no necesitas ser Mi discípulo. Aléjate de mí. No puedes estar conmigo».
Cuando dos personas se conocen, una debe ser el maestro
Cuando dos personas se conocen, una debe ser el maestro y la otra el estudiante. Debemos ser estudiantes. Pero si están intentando convertirse en discípulos del Señor, seguirle y acompañarle con muchas cosas de las que alardear, causarán demasiados problemas. Será difícil que el Señor les use como siervos para Su obra. El Señor nos diría: «Sois muy orgullosos. No puedo ser vuestro maestro. No estoy cualificado para ser vuestro maestro. Prefiero ser vuestro seguidor. ¿Cómo vais a ser Mis discípulos? Graduaros. Graduaros de Mí. Entonces seré vuestro estudiante y me podréis enseñar. Si vuestra palabra es cierta, os seguiré». Pero no puede convertirse en nuestro estudiante porque nuestras palabras no pueden ser la verdad. Así que dirá: «Dejad de seguirme. Fuera de mi camino». Entre los nacidos de nuevo hay muchas personas que piensan que son inteligentes y que tienen muchas cosas de las que alardear. Pero estas personas no pueden servir al Señor. No pueden convertirse en Sus discípulos.
Mis queridos hermanos, yo también tengo algo de lo que estar orgulloso. En mi opinión, sé hacer algunas cosas. Yo sé que ustedes también tienen estas cosas. En nuestra opinión, todos somos buenos. Si pensamos en esto, siempre estamos por encima de otras personas, no por debajo ni por detrás. La gente es buena en su propia mente, pero el Señor nos dice lo contrario: «¿Quieren convertirse en mis discípulos después de abandonar todo de lo que están orgullosos? ¿O quieren convertirse en maestros como son tan buenos? ¿Quieren ir por diferentes caminos? Escojan». Esto es lo que el Señor nos está diciendo: «Pueden seguir estando orgullosos, y Yo sé que soy bueno. Así que ambos somos maestros. No podemos seguir teniendo este tipo de relación. Vayamos por caminos diferentes».
El Señor está cansado de estas personas. Así que pienso: «¿Debería insistir en mi propia justicia o abandonar?». Por supuesto, no es fácil abandonar nuestra propia justicia. Pero lo que es Señor quiere de nosotros es que vivamos como Sus discípulos: «Abandonad vuestra propia justicia. Dejad todo vuestro orgullo. Deshaceros de vuestra justicia y tomad Mi justicia, y sed obedientes a Mi Palabra y seguidme solo a Mí». Mis queridos hermanos, ¿entienden la voluntad del Señor? Esto es lo que le complace.
Tanto los hombres como las mujeres tienen respeto por sí mismos. Los seres humanos alardean de sí mismos, por poco que tengan de lo que alardear. Pero el Señor quiere que dejemos de estar orgullosos. El Señor quiere que dejemos de alardear de nosotros mismos y de nuestra propia justicia. El Señor quiere que revelemos nuestros fallos delante de Él y de nuestros hermanos y hermanas. Quiere que proclamemos: «Tengo muchos fallos. Te necesito más y más, mi Dios. Pero quiero ser un discípulo de Jesucristo y seguir a Dios toda mi vida».
Pero si Dios me dice que no me puede utilizar porque estoy demasiado orgulloso de mí mismo, no está bien. Todos debemos dejar nuestra propia justicia. Sé que si tenemos demasiadas cosas de las que alardear, si estamos llenos de nuestra propia justicia, y si Dios nos dice que no puede utilizarnos, debemos dejar todo lo que nos impide convertirnos en Sus discípulos. Lo que nuestro Señor quiere de nosotros es que dejemos nuestra justicia, las cosas de las que estamos orgullosos, cosas que pensamos que son buenas y verdaderas.
No es cierto que no podamos ser discípulos de Jesús porque tengamos muchos fallos
No podemos convertirnos en discípulos del Señor porque somos demasiado orgullosos. No podemos convertirnos en Sus seguidores porque pensamos que somos demasiado inteligentes, buenos, que lo sabemos todo. Pero, si no fuésemos tan listos y hubiésemos aprendido más despacio, el Señor nos podría haber utilizado como Sus discípulos. Debemos decirle a Dios: «¡Dios mío! ¡No tengo nada de lo que alardear!». Nos dice que consideremos si podemos luchar con diez mil soldados contra una armada de veinte mil. Si no pensamos que no podemos ganar, debemos enviar una delegación y pedir las condiciones de la paz.
Debemos pensar esto ante el Señor. Debemos considerar lo justos que somos ante Él. Debemos observar cómo de justos somos, cómo de grandes somos y cómo de amables somos. Mis queridos hermanos, ¿están absolutamente seguros de que son perfectos en sus vidas? ¿Pueden mantener las cosas buenas en sus vidas hasta el final? Si no pueden hacerlo, deberán rendirse ante Dios y confesar: «¡Oh, Señor! No soy justo. No soy perfecto. Mi Señor, soy muy insuficiente. Solo Tú eres verdadero y Tu Palabra es cierta. Tú tienes razón, Señor. Creo en Ti». Tienen que rendirse ante Él y seguirle solo a Él. Después de un cálculo rápido, debemos rendirnos ante Dios diciendo: Aunque he vivido por Tu Palabra hasta ahora, oh Dios, no tengo nada bueno en mí, no tengo justicia ni orgullo». Si se van a convertir en discípulos del Señor, deberán rendirse rápidamente. ¿Lo entienden?
Mis queridos hermanos, tengo algo que quiero compartir con ustedes. En realidad, no tengo nada de lo que estar orgulloso. Solo cuando el Señor vino a mí, tuve algo de lo que estar orgulloso; solo cuando me dio Su justicia, me convertí en una persona justa; solo cuando me dio Su salvación, fui salvado, y solo cuando me hizo Su siervo, me convertí en un siervo de Dios. Les puedo asegurar que ante Dios no soy un siervo de Dios porque sea grande, que no estoy haciendo este ministerio porque sea justo y tenga muchos talentos.
Mis queridos hermanos, no soy justo. No soy una persona justa por mí mismo. No les estoy diciendo estoy como una mera teoría. No tengo nada bueno en mí. Pero a veces me siento cómodo porque no tengo nada bueno. Estoy compartiendo estos fallos con ustedes, hermanos y hermanas, y estoy viviendo cómodamente, me siento bien, sin engañar a nadie con hipocresía. Estoy muy cómodo en el Señor.
Ahora, estoy viviendo así, pero solía tener mucha justicia propia. Incluso si alguien me amenazase con una espada al cuello, yo no cedía. Si pensaba que algo era correcto, lo defendía hasta el final. Era muy terco. Hay un dicho coreano que dice: «Los Chois son tan tercos que la hierba no crece donde se hayan sentado». Así que pensaba que los Choi eran los únicos tercos. Pero otra persona me dijo que los Kang eran tercos. Pero los Jong, que son mi familia, también son tercos. Nunca he conocido a nadie tan terco como un Jong. Estas personas tercas son las que están delante de las manifestaciones. Son personas con mal temperamento que van a manifestaciones o sacrifican sus vidas por su propia justicia. Pero pensando en esto, los Ahn también son tercos. El hermano Hong Gyu Ahn me dijo una vez que los Ahn son muy tercos. No sabía que eran tan tercos. Yo pensaba que solo los Choi, Kang y Chang eran los únicos clanes tercos, pero me di cuenta de que también los Ahn eran tercos. ¿Son los Kim tercos? Muy tercos. ¿Son los Lee tercos? ¿Son los Park tercos? Todas estas personas son tercas. Yo pensaba que los Choi eran el único clan terco, pero todo el mundo es así.
Mis queridos hermanos, tenemos que abandonar nuestro propio orgullo ante Dios. Debemos dejar todas las cosas que nos hacen pensar que somos grandes. Debemos librarnos de nuestra justicia, honra, obras buenas, etc. Solamente entonces podemos aferrarnos a la voluntad del Señor y convertirnos en Sus siervos. Ante el Señor, tenemos que abandonar todas las cosas de las que estamos orgullosos. Algunas personas nunca abandonan su propia virtud. Mis queridos hermanos, si nuestra virtud es contraria a la virtud de Dios, nos convertimos en enemigos de Dios. Es un gran vicio y un pecado grave. Nuestra virtud suele cometer alta traición contra Dios.
Les he dicho que tenemos que pensar en tres cosas si queremos convertirnos en discípulos del Señor. Si la gente del mundo nos molesta, o si nuestras familias nos paran, si no están de acuerdo con la voluntad del Señor, debemos odiar a estas personas. Por eso el Señor dijo: «Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna» (Marcos 10, 29-30).
En segundo lugar, sean cuales sean las dificultades que tengamos, debemos seguir al Señor cargando con ellas como nuestra cruz. En tercer lugar, debemos abandonar nuestra propia justicia. Debemos deshacernos de nuestra propia justicia ante Jesucristo. Esto no significa que debamos arruinar nuestras vidas. Solamente debemos abandonar las cosas de las que estamos orgullosos. Tienen muchas cosas de las que estar orgullosos, ¿no es así? ¿Tienen cosas de las que estar orgullosos? Sé que tienen muchas cosas. No sé cuántas. Pero no sabían que su orgullo y su justicia son cosas que les alejan del Señor, verdad? El orgullo y la justicia propia se oponen a Dios.
Por eso los fariseos no creyeron en Jesús. Los fariseos son los que siguieron la Ley fervientemente. Siempre intentaban seguir la Palabra de Dios. Entonces, ¿por qué odiaba Jesús a estas personas tanto? ¿Por qué llamó Jesús «generación de víboras» a los escribas y fariseos? No podían aceptar la salvación de Jesús porque estaban llenos de su justicia y orgullo diciendo: «Soy justo y vivo por la Palabra de Dios. Otras personas no lo hacen, pero yo vivo según la Palabra de Dios, aunque me amenacen con una espada al cuello».
Solo cuando dejamos de lado nuestra propia justicia podemos ser salvados de nuestros pecados. Cuando somos salvados de nuestros pecados, debemos abandonar nuestra justicia. Incluso después de haber sido salvados, debemos abandonar nuestra justicia. Esta es la parte más difícil. Satanás, el Diablo, nos provoca para que nos quedemos con nuestra propia justicia diciendo: «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14, 27). Mis queridos hermanos, solo los que lo dejan todo pueden ser discípulos del Señor. ¿Creen en esto?
Hasta ahora hemos vivido por la gracia del Señor. Mis queridos hermanos, ¿tienen justicia propia? Hagan sus cálculos. ¿Creen que pueden mantener su justicia, que es tan pequeña como un garbanzo, durante toda su vida? No pueden. Si creen que pueden, alardeen de su justicia hasta el final. Pero si saben que no pueden, deberán rendirse ante el Señor diciendo: «Oh, Señor, soy tan insuficiente. No tengo nada de lo que alardear».
Abandonen sus méritos. Admitan ante Dios que son seres humanos insuficientes. Deben confesar: «Mi Señor, aunque sea tan insuficiente, creeré en Tu Palabra y te seguiré. No te podré seguir al 100%, pero sé que seguirte es lo correcto. Te seguiré. Aunque no tengo justicia propia, te seguiré hasta el final. Soy insuficiente, no tengo nada de lo que alardear, y soy insuficiente ante la Palabra de Dios, y por eso te seguiré a pesar de estas insuficientes». Solo estas personas se pueden convertir en discípulos del Señor y Dios podrá utilizarlas. A través de Dios podremos recibir toda la gloria.
Crean en esto. Deben recordar estas cosas si están dispuestos a convertirse en discípulos del Señor.