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Tema 11: El Tabernáculo

[11-24] El altar del holocausto hecho de madera de acacia y cubierto de bronce (Éxodo 38:1-7)

El altar del holocausto hecho de madera de acacia y cubierto de bronce
(Éxodo 38:1-7)
«Igualmente hizo de madera de acacia el altar del holocausto; su longitud de cinco codos, y su anchura de otros cinco codos, cuadrado, y de tres codos de altura. E hizo sus cuernos a sus cuatro esquinas, los cuales eran de la misma pieza, y lo cubrió de bronce. Hizo asimismo todos los utensilios del altar; calderos, tenazas, tazones, garfios y palas; todos sus utensilios los hizo de bronce. E hizo para el altar un enrejado de bronce de obra de rejilla, que puso por debajo de su cerco hasta la mitad del altar. También fundió cuatro anillos a los cuatro extremos del enrejado de bronce, para meter las varas. E hizo las varas de madera de acacia, y las cubrió de bronce. Y metió las varas por los anillos a los lados del altar, para llevarlo con ellas; hueco lo hizo, de tablas».
 
 

Todos los pecadores tenían que llevar una ofrenda al altar de los holocaustos

 
Para que todos los pecadores del pueblo de Israel pudieran ser redimidos de sus pecados, tenían que llevar un animal al Tabernáculo, pasarle los pecados mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal, sacarle la sangre y dársela al sacerdote. El sacerdote que estaba de guardia ponía la sangre del animal en los cuernos del altar de los holocaustos y la carne y la grasa sobre el altar, y entonces lo quemaba para que ascendiera una aroma dulce al Señor Dios. Incluso el Sumo Sacerdote tenía que poner las manos sobre un animal para pasarle los pecados ante el altar de los holocaustos para recibir la remisión de sus pecados. Este era el sacrificio de remisión ofrecido en el altar de los holocaustos hecho de madera de acacia y cubierto de bronce, y este sacrificio de la remisión de los pecados se ofrecía solamente mediante la imposición de manos y el derramamiento de sangre. 
Incluso antes de la fundación del mundo Dios ya había establecido un plan de salvación para librar a todo el mundo de sus pecados mediante la imposición de manos y el derramamiento de sangre. Al planear nuestra salvación, Dios Padre tuvo que enviar a Su único Hijo al mundo, hacer que fuese bautizado por Juan el Bautista, y que derramase Su sangre en la Cruz. Por eso Jesucristo aceptó todos los pecados de todos los pecadores a través de Su bautismo, que era lo mismo que la imposición de manos del Antiguo Testamento. Para pagar la condena por los pecados del mundo, Jesús cargó con todos esos pecados y derramó Su sangre en la Cruz en nuestro lugar. 
El altar de los holocaustos recubierto de bronce nos enseña que Dios condenará sin falta todos los pecados escritos en las tablas de los corazones humanos. Por tanto, todos los pecadores tenía que pasar sus pecados a un animal mediante la imposición de manos sobre su cabeza y después cortarle el cuello, sacarle la sangre y entonces el sacerdote ponía la sangre del animal en los cuernos del altar de los holocaustos. De esta manera en el altar de los holocaustos recubierto de bronce nos hace saber que Jesús cargó con nuestros pecados y que fue condenado en la Cruz por todos estos pecados en nuestro lugar. 
 
 

El significado del altar de los holocaustos

 
Cada vez que se ofrecía un animal a Dios, su carne se cortaba en trozos y se ponía sobre el altar de los holocaustos para quemarse y ofrecerse como un aroma dulce a Dios. Dios Padre se sintió muy complacido al ver que Jesús era bautizado por Juan el Bautista y crucificado en nuestro lugar por todos nuestros pecados. Dios Padre se sintió complacido cuando este Jesús puro se sacrificó a Sí mismo como la ofrenda eterna para todos los pecadores. 
Los sacrificios ofrecidos sobre el altar de los holocaustos muestran como Dios ha salvado a todos los pecadores de todos sus pecados y al mismo tiempo muestran como Dios condena todos los pecados. Dicho de otra manera, el altar de los holocaustos revela la salvación de la raza humana de todos los pecados y la condena. Muestra que todos los pecadores deben ser arrojados al fuego del infierno; y también demuestra cómo todos los pecadores pueden ser librados de sus pecados. De esta manera quien tiene pecados debe ser arrojado al fuego del infierno y por tanto todo pecador debe encontrar la misericordia de Dios sin falta. 
Todo animal que se ponía sobre el altar de los holocaustos cargaba con los pecados de los pecadores y era condenado en su lugar. Había cargado con la condena que ese pecador tenía que pagar. Este holocausto realizado en el Tabernáculo nos enseña que Jesús aceptó todos los pecados del mundo a través de Su bautismo y derramó Su sangre en nuestro lugar. 
Todos los utensilios del Tabernáculo nos demuestran como Dios ha cumplido la remisión de los pecados por nosotros. Por tanto, para trazar una línea clara en su salvación deben tener la verdadera fe revelada en los utensilios del Tabernáculo. ¿Cómo pueden trazar la línea de su salvación? Deben trazar una línea clara de salvación al creer en la Verdad de salvación escondida en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido. Solo los que tienen esta fe pueden entrar en la justicia de Dios y vivir su fe correctamente. 
Dios había preparado un sacrificio que redimiría los pecados de los pecadores para que pudieran entrar en el Santuario. El Sumo Sacerdote ofrecía en sacrificio de redención en nombre de todos los pecadores para salvarlos de todos sus pecados. Dios ha cumplido Su promesa de salvación a través de Su Hijo Jesucristo en el Evangelio del agua y el Espíritu. Debemos creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu y vivir con esta fe. ¿Está su fe puesta en el Evangelio del agua y el Espíritu? Para ser salvados de todos sus pecados deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de todo corazón. La verdadera remisión de los pecados solo se puede recibir si tienen fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu como ha sido testificada por los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido. De hecho la Verdad de salvación revelada en los hilos azul, púrpura y carmesí del Tabernáculo del Antiguo Testamento está contenida en el Evangelio del agua y el Espíritu revelado en el Nuevo Testamento. ¿Están de lado del Evangelio del agua y el Espíritu? ¿O creen en el evangelio que solo da importancia a la sangre derramada en la Cruz? ¿Creen en el Evangelio que proclama que Jesucristo fue bautizado y derramó Su sangre por nosotros?
En el Antiguo Testamento, el sistema de sacrificios del Tabernáculo era la alianza de la salvación de Dios que nos prometía que nos salvaría de los pecados del mundo. Dios había revelado Su plan meticuloso de salvación mediante los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido utilizados en la puerta del Tabernáculo. Quien quisiera entrar por esta puerta tenía que creer en la verdad revelada en estos materiales. De esta manera Dios permitía que el pueblo de Israel fuese salvado de todos sus pecados a través del sacrificio del Tabernáculo, mediante la imposición de manos sobre el animal que le pasaba todos los pecados por fe, y al ofrecer su sangre a Dios. El Evangelio del agua y el Espíritu es el criterio por el que se recibe la remisión de los pecados, y por tanto solo los que creen en este Evangelio correctamente constituyen el pueblo de Dios, mientras que el resto de la gente todavía tiene que entrar a formar parte del pueblo de Dios. Esto se debe a que la Verdad revelada en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido utilizados en la puerta del Tabernáculo es el Evangelio del agua y el Espíritu del Nuevo Testamento. 
Nuestro Señor le dijo a Nicodemo en el capítulo 3 del Evangelio de Juan: «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios». Es muy importante que todos nosotros entendamos que el agua aquí se refiere al bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista. Solo si entendemos el Evangelio del agua y el Espíritu podemos ir a los brazos de Dios por fe.
 
 
 

Todo el mundo debe darse cuenta de que será condenado sin falta por sus pecados

 
Como está escrito en Marcos 7, 21 y en adelante, todo el mundo tiene los mismos 12 tipos de pecados que proceden de su corazón. En primer lugar, los pensamientos malvados son pecados ante Dios. El asesinato, adulterio, hurto, envidia, maldad, orgullo e insensatez son todos pecados. Los pensamientos malvados que hay en los corazones de la gente son la fuente verdadera del pecado que ofende la santidad de Dios. Aunque Dios hizo a Adán en Su imagen y semejanza como una criatura eterna, Adán pecó contra Dios, y como resultado todos los descendientes de Adán nacimos como pecadores, sin poder escapar de la condena de Dios. Como todos nacimos siendo pecadores como descendientes de Adán, está en nuestra naturaleza cometer pecados y ofender a la santidad de Dios, tanto de pensamiento como de obra; y por tanto no podemos evitar pecar hasta que morimos. De hecho todos los seres humanos son fundamentalmente malvados en sus pensamientos por naturaleza, y son seres frágiles que se dejan engañar fácilmente por Satanás que está siempre retando la santidad de Dios. 
Dios dijo que solo pensamientos malvados proceden del corazón humano. Todos los seres humanos están expuestos como pecadores depravados llenos de los doce tipos de pecados expuestos en el capítulo 7 de Marcos, desde asesinato hasta adulterio, hurto, envidia, fornicación, insensatez, etc. La naturaleza humana está llena de pensamientos malvados. Hay muchas personas que están retando la santidad de Dios con su piedad religiosa. Así que todos teníamos que ser condenados por Dios por nuestros pecados sin falta. Por eso los animales de ofrenda se quemaban constantemente en el altar de los holocaustos día tras día en el Tabernáculo. El atrio del Tabernáculo estaba lleno del aroma de la carne quemada y de la leña.
 
 

Debemos lavar nuestra suciedad con el agua en la fuente de bronce

 
Los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían que estar rodeados todos los días del olor desagradable de la carne quemada y del humo negro. Así que era imposible que estuviesen limpios, ya que sus caras estaban negras del humo y sus cuerpos estaban cubiertos de grima. Por eso necesitaban la fuente de bronce en el atrio del Tabernáculo para poder lavarse. Los sacerdotes tenían que lavarse la suciedad con el agua de la fuente de bronce todos los días. 
Esta fuente de bronce del Tabernáculo denota que en los días del Nuevo Testamento Jesús borró los pecados de este mundo al ser bautizado por Juan el Bautista. El hecho de que los sacerdotes del Antiguo Testamento lavasen sus cuerpos con el agua de la fuente de bronce en el Tabernáculo se refiere al bautismo de Jesucristo, que era tan importante para Su obra de salvación como la sangre que derramó en la Cruz. El bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista era absolutamente indispensable para borrar nuestros pecados, y sin este bautismo nadie podría ser limpiado. De hecho, los sacerdotes podían mantener su santidad porque podían ir a la fuente de bronce del Tabernáculo y limpiar toda la grima acumulada durante su trabajo en el Tabernáculo. 
El que los sacerdotes se lavasen en la fuente de bronce implica que se debe admitir la naturaleza pecadora y que todos estamos condenados y destruidos por Dios por nuestros pecados. El camino de la salvación se les abrirá cuando admitan ante Dios que serán condenados y arrojados al infierno para sufrir para siempre por sus pecados. La única manera de ir ante Dios es admitir nuestros pecados y creer en la Verdad de la salvación que Jesús ha cumplido por nosotros. El Mesías vino al mundo para salvarnos de los pecados del mundo; cargó con nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista; y fue condenado en la Cruz en nuestro lugar. Esta es la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, y es la Verdad indispensable de la salvación en la que debemos creer. 
Todo ser humano tiene pensamientos malvados, y por tanto todos tienen deseos de hacer daño a los demás, causarles dolor, e incluso asesinarles. Deben reconocer lo malvados y depravados que son los seres humanos. ¿Por qué son tan malvados los seres humanos? Porque son una semilla de maldad por naturaleza, y siempre tienen pensamientos malvados y cometen pecados. Como los seres humanos cometen todos los doce tipos de pecados todo el tiempo, son como una bomba que está a punto de explotar. De hecho practican la maldad todo el tiempo, se mienten constantemente, se roban mutuamente, cometen adulterio y fornicación, blasfeman la gloria de Dios, y aman la insensatez y la locura. Como semilla de maldad por naturaleza, los seres humanos siempre tienen pensamientos malvados y desafían la santidad de Dios durante todas sus vidas. 
 
 

¿Cómo de malvados somos a los ojos de Dios?

 
Los seres humanos son egoístas por naturaleza. Los científicos dicen que un ser humanos tiene cientos de trillones de células, y cada una de estas células es tan egoísta que nunca realiza ninguna concesión a las demás células. Por eso los seres humanos son tan egoístas. Como todo el mundo está programado para ser egoísta de esta manera, nadie puede sobrevivir en este mundo sin normas y reglas sociales que regulen el comportamiento. Los seres humanos son tan egoístas que sin estas normas se matarían mutuamente. Las reglas para la coexistencia se han establecido para la supervivencia. Así es como se inventaron las normas sociales. Las normas sociales limitan la inclinación destructiva del hombre y fomentan un ambiente más cooperativo. En resumen, como los seres humanos son tan malvados fue necesario establecer normas sociales y leyes que gobernasen su comportamiento y limitasen sus tendencias malvadas. Cuanta más maldad había en el mundo, más necesario se hizo tener normas sociales y leyes. 
Si de verdad quieren creer en Jesucristo como su Salvador y entrar en la presencia de Dios Padre, deben darse cuenta sin falta que son malvados por naturaleza, admitir que son pecadores depravados destinados al infierno, y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Deben creer en la justicia de Jesucristo y recibir la remisión de los pecados. Aunque Dios es santo, los seres humanos son absolutamente malvados y por tanto no pueden evitar pecar todo el tiempo. Aunque estaban hechos a la imagen de Dios, blasfemaron Su santidad. Por eso los seres humanos solo pueden ser salvados si creen de todo corazón en el Evangelio del agua y el Espíritu de Jesucristo. Pueden alcanzar su salvación solo si buscan la justicia de Jesucristo, la entienden y creen en ella. Deben encontrar la justicia de Dios y creer en Su gracia, diciendo: «Señor, admito que siempre soy malvado. Estoy lleno de fallos. Peco constantemente y por tanto merezco ser castigado en el infierno. Por eso la salvación que me estás ofreciendo a través del Evangelio del agua y el Espíritu es absolutamente indispensable. Creo que me has salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu». Solo los que admiten sus debilidades y su maldad pueden creer en la justicia de Jesucristo. 
Se dice que Sócrates fue inspirado por una inscripción que encontró en la pared de un lavabo que decía: «¡Conócete a ti mismo!». Esto impresionó a Sócrates ya que eso era lo que estaba en su mente. Así que cuando Sócrates veía a alguien que se consideraba bueno y fingía ser virtuoso y sabio, reprendía a esa persona diciendo: «¡Conócete a ti mismo antes!». Este mandato tan simple fue suficiente para hacer a Sócrates un gran filósofo famoso hasta nuestros días. 
No puedo dejar de repetir lo importante que es que se den cuenta de su naturaleza pecadora, que sepan que serán arrojados al infierno para pagar el precio del pecado, y que admitan esto con su corazón. No pueden entender de verdad la justicia de Dios a no ser que se den cuenta de que son pecadores depravados ante Dios y que están destinados a ir al infierno. Por eso todo el mundo debe admitir las consecuencias de sus pecados primero. El altar de los holocaustos estaba hecho de madera de acacia y estaba recubierto de bronce. Esto implica que todo el mundo tiene que ser condenado por sus pecados, y todos los pecadores no pueden hacer nada por escapar del infierno. Pero los que saben lo desesperados que están por su propia cuenta pueden venerar la justicia de Jesús y creer en Su amor. 
Pasemos un momento a Lucas 18, 10-14: «Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Los fariseos de los tiempos de Jesús eran muy piadosos en su apariencia externa, y enseñaban a todo el mundo a vivir de esa manera. ¿Pero cometieron algún hurto o adulterio? Sí, por supuesto que sí. Aunque los fariseos fingían ser piadosos por fuera, cuando nadie miraba, cometían aún más pecados y peores que nadie. Pero a pesar de esto se hipnotizaban a sí mismos para creer que estaban sin pecados, y también fingían estar sin pecados frente a la gente de su alrededor. Precisamente estos son los pecadores más depravados que desafían la santidad de Dios. 
La oración de un publicano era diferente a la de un fariseo. Estaba claro que ante todo el mundo el publicano era un pecador. De hecho, cuando se presentaba ante Dios no podía levantar la cabeza, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Dios, sé misericordioso conmigo porque soy un pecador». Entonces Dios escuchaba la oración del publicano y le salvaba de todos sus pecados ya que creía en el Verdad del agua y el Espíritu. Por el contrario, un fariseo era un pecador a los ojos de Dios. El publicano era aprobado por Dios por su justicia, y el fariseo no. 
Solo al creer en la justicia de Dios con nuestros corazones hemos recibido la remisión de nuestros pecados, y no al confiar en nuestras propias obras. Como nuestras obras siempre se quedan lejos de la santidad de Dios, no podemos evitar cometer pecados todo el tiempo, y por tanto merecemos ser condenados con fuego por nuestros pecados, de la misma manera en que se quemaban a los animales del sacrificio en el altar de los holocaustos por los pecados del pueblo de Israel. Por tanto, debemos confesar a Dios lo pecadores que somos y ser salvados de nuestros pecados y de la condena de los mismos al creer en Jesucristo solamente. 
Cuando contemplamos el fuego y el humo que sale del altar del holocausto cubierto de bronce, podemos ver que a los ojos de Dios somos pecadores destinados a ir al fuego del infierno por nuestros pecados. Todos debemos darnos cuenta de esto. Solo entonces podemos ser librados completamente de nuestros pecados y de la condena de los mismos al creer en el bautismo de Jesucristo y Su sangre del sacrificio. Jesucristo les está ofreciendo su salvación de todos los pecados, pero no pueden buscar esta salvación voluntariamente si no admiten ante Dios que son totalmente malvados, y que no pueden evitar ser condenados por sus pecados. Solo cuando creen en esta Verdad de salvación de todo corazón pueden alcanzar su salvación, ser librados de todos sus pecados y de su condena, y aceptar el amor de Dios. Pero como he dicho antes, antes de poder creer en la Verdad de la salvación, primero deben darse cuenta de quiénes son verdaderamente y honestamente para admitir su naturaleza pecadora y sus debilidades ante Dios. Solo los que admiten sus pecados pueden reconocer la santidad y la justicia de Dios. En otras palabras, solo pueden recibir la remisión de los pecados al creer en el bautismo y la sangre de Jesús si admiten primero que, aunque Dios es absolutamente justo, honesto y sincero, ustedes son injustos, sucios y malvados a Sus ojos. 
Si, por el contrario, son justos por su propia cuenta como los fariseos que se consideraban virtuosos ante Dios, entonces deben darse cuenta de que están colgando de un hilo. En vez de encontrar la misericordia de Dios serán abandonados por Él. Pero si son como el publicano, pueden admitir que son pecadores destinados a ir al infierno por sus pecados, y encontrarán la misericordia de Dios por su humildad. De hecho, Dios ha borrado todos los pecados de los que son humildes como el publicano a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y los ha salvado al enviar al mundo a Su único Hijo Jesucristo. 
Aunque hay muchas personas en este mundo, todas pueden ser divididas en dos categorías específicas: las que han recibido la remisión de los pecados y las que no. Las primeras son las que han admitido su naturaleza depravada y su destino en el infierno, y como resultado ha buscado la misericordia de Dios. Estas personas han recibido la remisión de sus pecados al creer en la salvación de Jesucristo. Reconocen a Dios sinceramente y confía en Su santidad, justicia y fidelidad. Por el contrario, el otro tipo de personas no solo se niega a recibir la remisión de sus pecados, sino que además se levanta contra Dios, ya que no ha creído en Jesucristo como su Salvador ni admite sus pecados. Deben creer que Dios ha borrado completamente sus pecados con la verdad de los hilos azul, púrpura y carmesí. Solo los que tienen esta verdad completa pueden conseguir su salvación. 
El altar del holocausto cubierto de bronce nos demuestra que, aunque todos estábamos destinados a ser condenados por Dios por nuestros pecados, estos han desaparecido al creer en el bautismo de nuestro Señor y Su crucifixión. Pero antes de que digan creer en Jesús como su Salvador y confesar su fe, deben admitir primero que merecen ser condenados por Dios por todos los pecados que han cometido, de la misma manera en que los animales se quemaban en el altar de los holocaustos que estaba recubierto de bronce. Solo si admiten su naturaleza pecadora primero podrán entender el bautismo de Jesucristo y creer en Su sangre derramada en la Cruz como su salvación, y solo entonces podrán convertirse en el pueblo de Dios. 
 
 

La fe en la sangre de Jesús solamente no es suficiente

 
Algunos de ustedes pueden estar pensando: «¿Por qué el Reverendo Jong siempre dice que debo admitir mis pecados cuando ya creo en la sangre de Jesús? Es cierto que tengo algunos fallos, pero no soy tan pecador que merezca ser condenado por Dios por mis pecados. No creo que todos mis pensamientos, todas mis intenciones y todas mis acciones sean tan malvadas que merezca ser condenado por eso». Si piensan así, deben darse cuenta de que están tan equivocados como un fariseo. Están cometiendo un gran error al considerarse así de buenos. 
La Biblia dice claramente que el precio del pecado es la muerte. A los ojos de Dios todos los pecadores son iguales, ya sean muy pecadores o poco. Quien tiene pecados a los ojos de Dios, aunque sea un pecado pequeño, será condenado por ese pecado y será arrojado al fuego del infierno. No importa lo grande o pequeño que sean sus pecados, siempre y cuando tengan pecados, son pecadores a los ojos del Dios santo. 
¿Por qué? Porque Dios es santo y por tanto no puede tolerar el pecado por muy trivial que ustedes piensen que son sus pecados. Dios debe condenar todos los pecados in excepción. 
Cuando exponemos nuestras vidas ante Dios, ninguno de nosotros puede decir que solo ha cometido unos pocos pecados. Si dicen que han cometido pocos pecados, quizás se consideren a sí mismos personas virtuosas, por lo menos según los criterios de este mundo. Pero solo dicen esto porque su idea sobre el juicio de Dios y de la condena de los pecados es completamente incorrecta, y no tienen ni idea de lo estricto que es Dios. En otras palabras, están evaluándose según sus propios criterios de vanidad en vez de utilizar los criterios de Dios, y por eso están muy equivocados. Por tanto deben examinarse objetivamente ante la Ley de Dios y preguntarse: «¿Cómo soy a los ojos de Dios? Cuando Dios me mira, ¿parezco alguien que deba ser condenado? ¿No he cometido pecados innumerables que me van a mandar al infierno?». Así deben examinarse objetivamente ante Dios y darse cuenta de que son pecadores destinados a ir al fuego del infierno como precio por sus pecados. 
Es absolutamente necesario que reconozcan que lo que no se hace por fe es un pecado ante Dios (Romanos 14, 23), que cometen pecados constantemente y que serán condenados por esos pecados. Solo así pueden darse cuenta de la Verdad de salvación y entender que el Señor ha salvado a un pecador tan depravado de todos su pecados a través de los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido, y que en ese momento pueden recibir la remisión de los pecados.
Cuando miramos la Palabra de Dios que nos explica el Tabernáculo con todo detalle, no podemos evitar confesar lo siguiente: «Señor, de verdad todos estábamos destinados a ser condenados por nuestros pecados, ya que no podemos dejar de cometer pecados a todas horas. Pero aún así, Tú nos has librado completamente de nuestros pecados y su condena al ser bautizado y derramar Tu sangre para salvarnos. Al creer en Tu Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu hemos sido salvados de todos nuestros pecados y de la condena. Todos estábamos destinados a ir al infierno. Pero gracias a Ti hemos sido salvados de todos nuestros pecados al creer en el sistema de sacrificios que estableciste. Creemos que este es el don de salvación que Tú nos has dado. Todo lo que podemos hacer antes esta gracia maravillosa es creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y darte gracias».
Todavía hay muchas personas en este mundo que no han entrado en la justicia de Cristo. Hay demasiadas personas que no conocen la Verdad de la salvación y no se dan cuenta de que el Señor ha salvado a todos los pecadores de los pecados del mundo a través de la Verdad de los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido. Estas personas no tienen ni idea de lo malvadas que son, ni de que están destinadas a ir al infierno por sus pecados. Aunque cometen pecados todo el tiempo y serán condenados por sus pecados, no se dan cuenta de que son pecadores depravados, y se engañan a sí mismos. Además piensan incorrectamente que están haciendo buenas obras ante Dios y están dispuestos a alardear de sus virtudes. Cuando se acercan a Dios no dudan en sacar a relucir su propia justicia en vez de la justicia de Dios. Como son arrogantes piensan que no irán al infierno aunque tengan pecados. Están completamente convencidos de que nunca irán al infierno, porque piensan que como solo tienen unos pocos pecados solo deben recibir la remisión de esos pecados. 
En realidad hay muchos cristianos en todos el mundo que piensan que, aunque creen en Jesús, siguen teniendo algunos pecados, y que estos pecados pueden desaparecer cuando se ofrecen oraciones de penitencia; y asimismo creen que serán santificados de algunas manera y de que entrarán en el Reino de los Cielos. Muchos cristianos están seguros de que, aunque tienen pecados, Dios no les juzgará porque creen en Jesús. Pero aunque la gente esté convencida de esto, está destinada a ir al fuego ardiente del infierno. Si piensan que no irán al infierno aunque no conozcan el misterio de la salvación que está revelada en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido del Tabernáculo, o si solo creen que Jesucristo fue crucificado por ustedes, pero no creen en Su bautismo, su fe es incorrecta e imperfecta. De esta manera, si creen que no irán al infierno aunque sus corazones tengan pecados, solo porque creen en Jesucristo como su Salvador de cualquier manera, están desafiando la santidad de Dios. El infierno es un lugar preparado precisamente para este tipo de personas arrogantes que no creen que serán condenadas por Dios. 
Es una gran tragedia que haya tantos pecadores insensatos que no se dan cuenta de que están de camino al infierno. Pero la Biblia dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3, 23), y por tanto todo el mundo debe ser arrojado al infierno, porque todos son pecadores. La gloria de Dios es Jesucristo, quien vino por el agua y el Espíritu. Aunque hay muchos cristianos que afirman creer en Jesús, la mayoría de ellos siguen sin estar salvados porque no entienden que Jesús ha venido por el agua, la sangre y el Espíritu. Si no conocen o no creen en este Jesucristo que ha venido por los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido, no han sido redimidos de sus pecados todavía, y por tanto no pueden entrar en la Casa resplandeciente de Dios. Si no pueden entrar en la Casa de Dios, en vez de tomar parte en el Reino de Dios, serán arrojados en el infierno al final. 
Por tanto, ya sean cristianos que profesen creer en Jesucristo como su Salvador o no, si no han nacido de nuevo realmente, deben admitir que están destinados a ir al infierno por sus pecados y creer en Jesucristo correctamente de ahora en adelante. La ley de Dios afirma claramente que el precio del pecado es la muerte y ustedes deben reconocer esta ley divina y creer en ella sin oponer resistencia. Solo si admiten que están destinados a ir al infierno por sus pecados, podrán creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de Dios. El don de la salvación de Dios es la remisión de los pecados, y este don se le concede a todo el que cree en el bautismo de Jesucristo, Su muerte en la Cruz y Su resurrección.
Nuestra salvación y libertad de todos nuestros pecados no la conseguimos nosotros mismos, sino que es un don de Dios para nosotros. Ninguno de nosotros nació en este mundo por su propia voluntad, sino que Dios nos permitió nacer en este mundo para hacernos hijos Suyos. Al darnos cuenta de que Dios nos ha permitido alcanzar nuestra salvación solo si creemos en el bautismo de Jesús, Su muerte en la Cruz y Su resurrección, todos nosotros debemos creer en esta Verdad. 
Al establecer Su ley que declara que la paga del pecado es la muerte, Dios planeó darnos la vida eterna en Jesucristo, nuestro Señor. Dios ordenó que se hiciese un altar de holocaustos de madera de acacia y recubierto de bronce, y que se pusiera fuego en él. Esto implica que la paga del pecado es la muerte y que todos los pecados deben ser condenados para siempre. Esta ley de Dios no puede borrarse ni cambiarse. Por eso debemos admitir que no podemos hacer nada y debemos aceptar la Verdad de la salvación en nuestros corazones por fe. Es absolutamente imprescindible que reconozcamos y creamos en todas las leyes que Dios ha establecido y ha cumplido por nosotros. 
Si conocen el Tabernáculo correctamente y tienen la fe verdadera Dios no solo les salvará de sus pecados y de la condena de esos pecados, sino que además les dará todas Sus bendiciones. Si por el contrario se niegan a considerar sus pecados seriamente una vez, y piensan que no tienen casi pecados, que nunca han cometido ningún pecado mortal o que los pocos pecados que tienen no son nada comparados con las buenas obras que hacen, sus almas estarán sujetas a la ley de la ira de Dios. 
Jesucristo es Dios, y ustedes pueden librarse de todos sus pecados si creen en Cristo como su Salvador y confían en la justicia de Dios que ha sido cumplida por el Señor; y cuando sean librados de todos sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, podrán vivir en Dios para siempre. 
Le doy todas las gracias a Jesucristo por salvarnos de todos nuestros pecados a través de la Verdad de salvación escondida en el sistema de sacrificios del Tabernáculo.
 
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El TABERNÁCULO (III): Una Sombra del Evangelio del Agua y el Espíritu