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Tema 18: Génesis

[Capítulo 4-12] La remisión de los pecados conseguida solo por la Palabra de Dios (Génesis 4, 4)

 La remisión de los pecados conseguida solo por la Palabra de Dios(Génesis 4, 4)
«Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda».
 
 
Hoy me gustaría compartir la Palabra de Dios con ustedes para contestar la siguiente pregunta: “¿Qué tipo de sacrificio debemos ofrecer a Dios?”.
El pasaje de las Escrituras de hoy nos dice que cuando Abel sacrificó al primogénito del rebaño y su gordura como su ofrenda al Señor Dios, respetó a Abel y a su ofrenda. ¿Qué tipo de ofrenda debemos presentar a Dios? Debemos presentar nuestras ofrendas a Dios para darle gracias por la gracia que nos ha dado, para exaltarle y adorarle desde el fondo de nuestro corazón. Por nuestra gratitud por habernos salvado y habernos hecho hijos Suyos, ofrecemos nuestro amor a Dios y alabamos Su gloria y honor, esta es la ofrenda de fe que entregó Abel.
Abel ofreció su sacrificio a Dios con el primogénito del rebaño y su gordura. Entonces Dios respetó a Abel y su ofrenda. En otras palabras, Dios se complació en aceptar la ofrenda de fe de Abel. ¿Qué habría hecho Dios si Abel solo hubiese ofrecido al primogénito de su rebaño sin la gordura? Que no habría aceptado esa ofrenda. Sin embargo, está escrito claramente que Abel ofreció al primogénito del rebaño y su gordura.
“El primogénito del rebaño y su gordura” forman el contenido correcto de la fe indispensable para presentarnos ante Dios. En otras palabras, debemos presentarnos ante Dios confiando en Su justicia y llevando Su gloria. Cuando nos acercamos a Dios, debemos estar ante Su presencia con lo que ha hecho por Su gloria, Su Verdad y nosotros. Solo entonces se puede glorificar a Dios, y solo entonces acepta nuestras ofrendas, nos da el Espíritu Santo, y nos da la bendición de la vida eterna. Cuando llevamos nuestras ofrendas a Dios, debemos llevar la grasa también. La Biblia dice en muchas ocasiones que es indispensable que los adoradores verdaderos lleven la grasa.
¿Por qué debemos llevar la grasa cuando estamos ante la presencia de Dios? En la Biblia, la grasa, o el aceite, se refiere al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios. Cuando ofrecemos sacrificios a Dios, si nos acercamos a Él de nuestra propia manera con rituales formales, entonces Dios aceptará nuestras ofrendas. Debemos ofrecerle el sacrificio adecuado y la fe adecuada no ha especificado por nosotros.
En el Antiguo Testamento, Dios pedía un animal puro para Sus sacrificios. El animal puro se refiere a Jesucristo, quien vino a este mundo como el Cordero de Dios que se convirtió en la propiciación para toda la raza humana. Esto significa que Jesucristo es el Dios que vino a nosotros concebido por una virgen a través del Espíritu Santo, tal y como fue prometido a través del Profeta Isaías (Isaías 7, 14). En otras palabras, Dios mismo, que es el Espíritu Santo, vino a este mundo como un bebé humano. Concebido por el Espíritu Santo, el Dios sin pecado se revistió de la carne humana y vivió entre nosotros. Por eso Jesús se llama el Dios Emmanuel, que significa “Dios está con nosotros” (Mateo 1, 23).
Jesús vino a este mundo encarnado en la carne de un ser humano. Y para borrar todos los pecados de la humanidad, ofreció Su cuerpo a Dios Padre como una ofrenda de paz. Una ofrenda de paz es un sacrificio que restaura la relación dañada con Dios. Para que un pecador pueda presentarse ante Dios primero debe realizar un sacrificio para redimir los pecados. En otras palabras, para romper el muro de pecados que nos impide tener una relación con Dios, primero el pecador debía sacrificar un cordero o cabra sin mancha, ponerle las manos sobre la cabeza, sacarle la sangre y ofrecérsela a Dios, y a través de todo esto podía ser reconciliado con Dios. Por sus pecados, los seres humanos no pueden acercarse a Dios. Pero al acercarnos a Él con un sacrificio, pueden restaurar la paz con Él. Así que, cuando un pecador pasa sus pecados a su animal para sacrificar mediante la imposición de manos sobre su cabeza, mata al animal, lo corta en trozos, le quita la grasa y las entrañas y ofrece la carne en el altar de los holocaustos, Dios acepta este sacrificio con gozo. De esta manera, la grasa es un elemento indispensable de la fe correcta.
Al presentar un sacrificio de paz la humanidad puede tener una relación con Dios y recibir Su amor. Esta ofrenda de paz es Jesucristo, nuestro Salvador. Al aceptar nuestras insuficiencias y pecados en Su propio cuerpo a través de la imposición de manos de Juan el Bautista y al morir en nuestro lugar, Jesús nos permitió ser reconciliados con Dios. Ahora cualquier persona que crea en este Jesús que se ha convertido en la ofrenda de paz perfecta puede tener una relación con Dios y puede vivir con la ayuda de Dios, Su amor y bendiciones.
Está escrito en Levítico 4, 31: «Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado». El pueblo de Israel en el Antiguo Testamento ofreció su sacrificio a Dios de esta manera. En otras palabras, cuando sacrificaban a un animal como ofrenda de pecado o de paz, le cortaban el abdomen a un cordero o cabra, le sacaban la grasa del hígado, las entrañas y los riñones y la ponían en el altar de los holocaustos y la quemaban para ofrecérsela a Dios. Dios les había dicho que no ofreciesen solo la carne de un cordero o una cabra, sino también su grasa.
 
 
Jesucristo se convirtió en la ofrenda de paz que elimina todos los pecados de la humanidad
 
Jesucristo, que se convirtió en la sustancia del sacrificio del Antiguo Testamento, se convirtió en el Sumo Sacerdote de la raza humana, y al cargar con nuestros pecados sobre Su cuerpo y ofrecérselo a Dios como nuestra ofrenda de paz, hizo posible que no nos faltase nada para acercarse a Dios y estar en Su presencia. Este Jesús, que ha borrado nuestros pecados en nuestro lugar es nuestra ofrenda de paz. Se convirtió en nuestra ofrenda de paz para restaurar nuestra relación con Dios.
Jesucristo es Dios mismo. La Segunda de Persona de Dios, el Hijo, es el Espíritu sagrado, y vino a este mundo encarnado en la ofrenda de paz para toda la humanidad. Como ofreció la carne y la grasa a Dios, es decir, como Dios mismo fue bautizado y pagó la condena en la Cruz, cuando murió, nuestros pecados pudieron desaparecer. Ahora, cuando nos presentamos ante Dios con la ofrenda de fe en Jesucristo, pudimos acercarnos a Dios sin ningún obstáculo.
El Apóstol Juan testifica que Jesús es el verdadero Dios que vino por el agua y la sangre. También dice que el agua, la sangre y el Espíritu dan testimonio de que Jesucristo se convirtió en la ofrenda de paz (1 Juan 5, 6-8). Para que un animal se convierta en una ofrenda de paz legítima, debe ser pura y debe aceptar el pecado a través de la imposición de manos y derramar su sangre hasta morir. Además, la carne y la grasa de este animal debían ponerse en un altar para ofrecer un holocausto. Solo cuando estos tres requisitos se reunían completamente se podía recibir la remisión de los pecados para reconciliarse con Dios.
¿De qué da testimonio el agua? El agua da testimonio del bautismo que Jesús recibido. En otras palabras, esto significa que Jesús aceptó todos los pecados de los seres humanos al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad, mediante la imposición de manos.
¿De qué da testimonio la sangre? Da testimonio del Señor, quien cargó con nuestros pecados, derramó Su sangre en la Cruz, y cargó con el castigo de nuestros pecados. En último lugar, ¿de qué da testimonio el Espíritu? El Espíritu da testimonio de que Jesús es Dios. Da testimonio de que, como Dios vino al mundo encarnado en un hombre, pudo convertirse en nuestra propiciación perfecta. Por tanto, el hecho de que Abel sacrificase a Dios el primogénito del rebaño y su grasa como su ofrenda significa que tenía la misma fe que la del Apóstol Juan, quien creyó en el testimonio del agua, la sangre y el Espíritu.
Hoy en día muchas personas dicen que cualquiera que crea en Jesús puede ser salvado. La mayoría de los cristianos solo rocían la sangre del Cordero en vez de ofrecer Su carne y grasa. Por eso no pueden ser reconciliados con Dios, aunque crean en Jesús. Así que vemos su triste realidad porque no pueden acercarse a Dios por miedo de sus pecados. ¿Por qué siguen teniendo pecados en sus corazones? Porque, aunque creen en Jesús, no le conocen correctamente y no le ofrecen la carne y la grasa del Señor. Aunque ofreciesen miles de corderos, ¿se los comería Dios? Todo en el universo le pertenece a Dios.
Muchos cristianos no ofrecen la grasa del Cordero con Su carne. Aunque saben que Jesús cargó con la Cruz en Su cuerpo y murió en ella, y creen así, ¿borra esto sus pecados? En otras palabras, aunque aprecien el sufrimiento que Jesús soportó en la Cruz preguntándose: “¿Cuánto dolor padeció Jesús en la Cruz? ¡Qué doloroso y vergonzoso debió ser!”, ¿pueden ser salvados al creer en la sangre de la Cruz solamente?
Solo cuando creemos en la justicia de Jesucristo somos salvados. Como la Biblia dice: “Jesús tomó los pecados para siempre y se convirtió en nuestro sacrificio. Dios le envió como nuestra ofrenda de paz para borrar todos nuestros pecados” debemos creer en esto. Hemos sido salvados al creer en la Verdad de que Jesucristo cargó con nuestras maldiciones y pecados vergonzosos y pagó el precio de nuestros pecados con Su muerte en la Cruz. Sin embargo, si una persona se pregunta simplemente: “¡Qué doloroso debió ser! ¡Cuánto debió haber sufrido!” entonces solo es un sacrificio de sus emociones hacia Dios, es decir un sacrificio de su propia carne.
Cuando Abel ofreció al primogénito del rebaño y su grasa, Dios aceptó su sacrificio con placer, pero rechazó el sacrificio de Caín. Caín llevó muchos frutos de la tierra como su ofrenda para Dios. Sin embargo, no había sangre ni grasa en el sacrificio de Caín. Aunque una planta tiene vida, no tiene sangre y es la sangre lo que elimina los pecados de la gente. Y cuando se ofrece la carne de un animal puro con su grasa, los pecados desaparecen. Jesús puede convertirse en una ofrenda de paz solo si elimina nuestros pecados. No es aceptable llevar ante Dios algo que no sea puro como nuestra ofrenda.
¿Se dan cuenta de cuántos fallos y faltas tienen los seres humanos? Por eso Dios no acepta nada que venga del hombre. Por eso tomó a Su único Hijo sin pecado como propiciación para derribar el muro de pecados que nos separaba de Dios. Y al pasar nuestros pecados a Su Hijo mediante la imposición de manos de Juan el Bautista sobre Su cuerpo, y al tomarlo como nuestra ofrenda de paz, Dios eliminó nuestros pecados. Como Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo vino a este mundo, cargó con nuestros pecados al ser bautizado, y fue castigado en la Cruz en nuestro lugar, y por eso ahora podemos ser reconciliados con Dios completamente.
Ahora debemos centrar nuestra atención en el Antiguo y Nuevo Testamento, y examinar la ofrenda de paz perfecta sacrificada a Dios.
 
 

El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento

 
Debemos pasar a Levítico 4, 27-31: «Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y delinquiere; luego que conociere su pecado que cometió, traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su pecado que cometió. Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto. Luego con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar. Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado».
Cuando el pueblo de Israel se dio cuenta de sus pecados, ofreció un sacrificio de redención, y este era su sacrificio diario. Aunque había varios tipos de pecados en este sistema de sacrificio, podemos saberlo todo acerca del sistema de sacrificios con tan solo contemplar el sacrificio típico ofrecido por la gente común.
Antes de construir el Tabernáculo Dios había entregado la Ley al pueblo de Israel. Al permitirles darse cuenta de sus pecados a través de la Ley, Dios les permitió recibir la remisión de los pecados a través de los sacrificios ofrecidos en el altar de los holocaustos situado en el Tabernáculo según los estatutos de Dios. En otras palabras, la Ley no se nos dio para que la cumpliésemos, sino para que a través de ella nos diésemos cuenta de nuestra condición de pecadores (Romanos 3, 20). Al darnos la Ley, los descendientes de Adán, que nacieron siendo pecadores y no pueden evitar pecar durante toda la vida, Dios hizo posible que nos diésemos cuenta de lo depravados que éramos.
Después de permitirnos darnos cuenta de nuestros pecados a través de la Ley, Dios nos dio el Tabernáculo. Nos dio el sistema de sacrificios a la gente que recibiría la remisión de los pecados mediante los sacrificios en el Tabernáculo y fuera bendecida. La Ley no desaparece. Incluso en este momento sigue señalando los pecados de la gente.
La Ley es la colección de los decretos de Dios que especifica lo que se debe y no se debe hacer. Hay 613 estatutos en la Ley de Dios. Todos los estatutos son santos, justos y buenos (Romanos 7, 12). Sin embargo, como somos malvados, no cumplimos la Ley sin querer muy a menudo y cometemos más pecados. Por supuesto, a veces cometemos pecados intencionadamente, pero más a menudo lo hacemos sin querer.
En el capítulo cuatro de Levítico, Dios dijo que si se pecaba sin querer y uno se daba cuenta del pecado después de cometerlo, había que llevar una cabra pura como ofrenda, ponerle las manos encima de la cabeza y sacarle toda la sangre cortándole el cuello en el lugar de los holocaustos. Entonces, se entregaba la carne al sacerdote de turno. Los sacerdotes debían poner la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, en sus cuatro rincones, rociar el resto de la sangre por el suelo, y ofrecer toda la grasa a Dios quemándola en el altar. Entonces el pecador podía recibir la remisión de los pecados de Dios. Esta es la gracia de Dios.
El animal del sacrificio tenía que morir por un pecador. Había aceptado las iniquidades del pecador a través de la imposición de manos sobre su cabeza y tenía que morir por estos pecados. La imposición de manos significa “pasar o transferir”. Así que el pecado se pasa mediante la imposición de manos al sacrificio animal.
Por otro lado, si una persona poseída por un demonio les pone las manos encima, el demonio se pasa a ustedes. Entre los revivalistas en Corea hay un pastor llamado Choseok Lee, y mientras estaba un día viendo un vídeo de una de sus reuniones, le vi hablando en una lengua sucia mientras ponía las manos sobre la cabeza de la gente. Entonces la persona sobre la que Choseok Lee puso las manos empezó a hablar en la misma lengua que el pastor. Cuando un hombre poseído por un demonio habla en lenguas mientras pone las manos sobre la cabeza de una persona, esa persona empieza a hablar en lenguas. Esto significa que el demonio se ha transferido a la otra persona. Hoy en día hay muchas personas poseídas que hablan en lenguas. Hablan en lenguas sin saber lo que están diciendo. Así que cuando escuchan bien lo que están diciendo, se dan cuenta de que están blasfemando a Dios. Es horrible.
Ayer hablé con una hermana que estaba estudiando en una organización evangélica. Cuando le pregunté: “¿Por qué fue Jesús bautizado?”, ella me contestó: “Fue bautizado como ejemplo de humildad”. Entonces le pregunté: “¿Dónde está eso escrito en la Biblia?”. Entonces dijo que, aunque no sabía donde estaba escrito en la Biblia exactamente, como había aprendido de muchos pastores que Jesús fue bautizado por Su humildad, ella lo creía. Insistió en esto hasta el final y después cada uno nos fuimos para un lado. Mis queridos hermanos, a pesar de creer tan tercamente, está claramente escrito en la Biblia que Jesús fue bautizado para cumplir toda justicia (Mateo 3, 15).
Levítico 1, 1-4 dice: «Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda. Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová. Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya». Mis queridos hermanos, Dios está diciendo que cuando se presentasen ante Él para ofrecer un sacrificio, esta imposición de manos debe hacerse sin falta. Y esta imposición de manos en el Antiguo Testamento profetizaba el bautismo que Jesús recibió de Juan el Bautista.
Entre los doce hijos de Jacob había uno llamado Levi. El nombre de Levi significa unirse. El Libro de Levítico contiene muchos estatutos que regulan el sistema de sacrificios en el que los sacerdotes de la tribu de Levi permitían que el pueblo de Israel se uniese a Dios mediante sacrificios de redención. Dicho de otra manera, enseña de manera clara y concreta cómo una persona puede unirse a Dios mediante sacrificios.
Hay ciertos requisitos especificados por Dios para Su sacrificio. Para hacer un sacrificio que Dios aceptase, había que ofrecer un animal puro, y después el pecador tenía que pasarle los pecados a la ofrenda mediante la imposición de manos sobre la cabeza del animal. Entonces Dios aceptaba esa ofrenda con placer. En otras palabras, Dios aceptaba la ofrenda de los israelitas solo cuando le pasaban los pecados al animal mediante la imposición de manos, lo mataban y ofrecían su carne y grasa a Dios; si no lo hacían, Dios no aceptaba el sacrificio.
Cuando la gente de Israel en el Antiguo Testamento sacrificaba su ofrenda para recibir la remisión de los pecados, ponían las manos sobre la cabeza del animal para pasarle sus pecados, y cuando sus pecados eran pasados, le cortaban el cuello al animal y le sacaban la sangre. Pueden imaginar cuánta sangre había, ya que le sacaban toda la sangre al animal. Después de sacarle toda la sangre, el sacerdote tomaba un poco de sangre con su dedo y la ponía en el altar del holocausto, y después derramaba el resto en la base del altar (Levítico 4, 30). El suelo, o el campo se refiere al corazón humano. En la Parábola del Sembrador Jesús ilustró el corazón humano mediante una comparación con el suelo.
El que la sangre del animal del sacrificio se pusiese en el altar de los holocaustos manifestando que las iniquidades del pecador que ponía las manos sobre el sacrificio significaba que el sacrificio redimía con su sangre. Jeremías 17, 1 dice:
«El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares». Los cuernos del altar de los holocaustos se refieren a los Libros del Juicio en los que están escritos los pecados de la gente ante Dios. Como los pecados están escritos con un cincel de hierro y la punta de un diamante, están escritos con todo detalle y nunca pueden ser borrados por los seres humanos. El pecado solo puede ser redimido con vida. Dicho de otra manera, el precio del pecado es la muerte (Romanos 6, 23).
Por eso Dios ha establecido la ley de la salvación de redención. En otras palabras, mientras que todos los pecadores deben morir y ser condenados, Dios permitió que el sacrificio animal aceptase los pecados de los pecadores y entregase su vida por la del pecador. Esto significa que la sangre, el precio de la vida, se debe ofrecer a Dios. Como el precio del pecado es la muerte, solo se puede redimir con sangre, es decir, con vida. Así que cuando Dios vio la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos y la esparcida por la base del altar, Dios aprobaba el sacrificio, “El precio de vuestros pecados ha sido pagado”. Este era el sacrificio diario del pueblo de Israel.
Cuando una persona comete pecados, estos pecados quedan escritos en su corazón. Aunque los cometa por error sin darse cuenta, Dios los escribe en la tabla de su corazón. Así que, aunque diga haberlos olvidado, el pecado sigue en su corazón y no puede borrarse. Por es cuando un pecador intenta orar, acaba confesando: “Señor, por favor, perdona mis pecados”. Cuando hay pecados en nuestros corazones, la conciencia solo se puede limpiar si pagados el precio del pecado. Si no pagamos el precio no podremos tolerar el sufrimiento que hay en nuestras conciencias. Así que, en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, el hecho de que la sangre del animal se esparciera por el suelo significa que la conciencia estaba limpia y el pecador se daba cuenta de que “aunque mis pecados estaban escritos en mi corazón, mi sacrificio murió en mi lugar y pagó el precio de esos pecados”.
Un sacrificio animal no conoce el pecado. Por eso puede cargar con los pecados de la humanidad. Los animales no tienen pecados. Como no tienen la Ley, el pecado no ha sido establecido para ellos. Solo los seres humanos conocen el pecado. Sin embargo, al mirar la sangre de su sacrificio pueden darse cuenta de que “teníamos que morir por esto, pero este animal va a morir en mi lugar”. Así que los que pasaban sus pecados al sacrificio mediante la imposición de manos sobre su cabeza volvían a casa con sus corazones libres de pecado.
Después de esto, el sacerdote cortaba el animal en trozos, ponía los trozos de carne y la grasa en el altar de los holocaustos y lo quemaba todo para ofrecerlo a Dios. Entonces Dios aceptaba este sacrificio. Era un aroma dulce para Dios que condenaba al animal con fuego en lugar de los pecadores. Aunque una persona con pecados tenía que morir al final, como Dios ama a la humanidad, permitió que los pecadores del Antiguo Testamento matasen a un animal y recibiesen la remisión de los pecados a través del sistema de sacrificios, y así los reconciliaba con Él y les permitía entrar en el Reino de los Cielos. Así la gente del Antiguo Testamento se presentaba ante Dios.
El pueblo de Israel en la era del Antiguo Testamento recibía la remisión de los pecados de esta manera. Sin embargo, todo el mundo comete pecados todos los días. En el momento en que alguien nos hace daño, nos enojamos con esa persona y la maldecimos. Los israelitas del Antiguo Testamento eran iguales; cuando recibían la remisión de los pecados un día, al día siguiente volvían a pecar. Entonces tenían que volver a llevar un animal puro y ponerle las manos sobre la cabeza. El sacerdote tenía que matar el animal, cortarle el cuello, poner la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, rociar el resto de la sangre en el suelo, cortar la carne a trozos, tirar las tripas, quitar la grasa y quemarlo todo en el altar de los holocaustos.
Estos sacrificios tenían que ser ofrecidos repetidamente día tras otro. Así que pueden imaginarse lo pesado que debía ser esto. Ofrecer sacrificios tan a menudo, ofrecer toros, ovejas y cabras era necesario. Esto implica que el pueblo de Israel tenía ganado para los sacrificios más que para comer. Por eso Dios les dio a los israelitas el sistema de los sacrificios del Día de la Expiación, en el que podía pasar los pecados anuales de una vez, en vez de hacerlo a diario, para que no se les hiciese tan pesado ofrecer sacrificios diarios y no dejasen de recibir la remisión de los pecados y acabasen en el infierno.
 
 

La salvación eterna profetizada por el sacrificio del Día de la Expiación

 
Pasemos a Levítico 16, 29-30: «Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová».
Dios estableció el décimo día del séptimo mes como el Día de la Expiación e hizo que el pueblo de Israel le ofreciese sacrificios para redimir todos los pecados cometidos por todo Israel durante un año entero. Para el pueblo de Israel, que cometía pecados todos los días, y estaba cansado de ofrecer sacrificios diarios, frustrado y casi sin esperanza, Dios creó otra opción para reconciliarse con Él y entrar en Su Reino. Cuando los israelitas ofrecían este sacrificio el Día de la Expiación por fe, todos los pecados del año que el pueblo de Israel había cometido desde el Día de la Expiación del año anterior hasta el Día de la Expiación siguiente se eliminaban.
Leamos Levítico 16, 6-10 juntos: «Y hará traer Aarón el becerro de la expiación que es suyo, y hará la reconciliación por sí y por su casa. Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto».
Aarón era el líder de todos los sacerdotes, es decir el Sumo Sacerdote. Después de preparar dos cabras, Aarón las sacrificaba por el pueblo de Israel en décimo día del séptimo mes, el Día de la Expiación. Para ofrecer el sacrificio de redención por el pueblo de Israel, primero tenía que redimir sus pecados. Así que sacrificaba un toro por sus pecados y los de su casa antes. Entonces tomaba la primera cabra, le pasaba los pecados del pueblo de Israel mediante la imposición de manos sobre su cabeza, la mataba, le sacaba la sangre y tomaba esa sangre y la llevaba al Lugar Santísimo. Dentro del Lugar Santísimo estaba el Arca de la Alianza. Este Arca estaba tenía una cubierta de oro decorada con dos querubines en cada extremo, y ahí era donde Dios daba Su misericordia y redimía los pecados, y se llamaba Propiciatorio. Aarón esparcía la sangre del toro con su dedo sobre el Propiciatorio y después rociaba la sangre sobre Él siete veces (Levítico 16, 11-16). El Sumo Sacerdote llevaba cascabeles de oro en los bordes de su túnica, así que cuando Aarón rociaba la sangre, el sonido de los cascabeles se escuchaba fuera del Tabernáculo (Éxodo 28, 33-34).
La sangre es la vida. La vida del cuerpo está en su sangre. Sin ella el hombre no puede vivir. Los científicos dices que mientras todos los órganos y tejidos que forman el cuerpo humano son misteriosos, no hay nada tan misterioso ni maravilloso como la sangre; Dios se aseguró que la vida del cuerpo se mantuviese por la sangre. Y por mucho que avance la ciencia y la medicina moderna, la sangre no se puede crear artificialmente. Aarón rociaba la sangre del animal como el precio de los pecados del pueblo de Israel. Como Dios dijo: «Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona» (Levítico 17, 11), el pueblo de Israel quedaba sin pecados porque la sangre del animal del sacrificio, que aceptaba todos sus pecados a través de la imposición de manos del Sumo Sacerdote, pagaba el precio del pecado.
 
 

El significado de rociar la sangre del sacrificio siete veces

 
El número siete es el número de Dios y representa la perfección. Después de crear los cielos y la tierra y todos los ejércitos en seis días, Dios descansó el séptimo día. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó (Génesis 2, 2-3). Por eso, el que la sangre se rociase en el Propiciatorio siete veces nos dice que el pueblo de Israel recibía la remisión de los pecados cometidos durante todo el año según la ley justa de la redención establecida por Dios. Así que, cuando la gente fuera del Tabernáculo escuchaba las campanas de oro sonar la séptima vez, podía estar segura: “¡Menos mal! Todos los pecados que he cometido durante este año han sido redimidos por Dios”.
Cuando Aarón terminaba de realizar la redención en el Lugar Santísimo, el Tabernáculo de la Reunión y el altar, llevaba la otra cabra ante el pueblo de Israel, le ponía las manos sobre la cabeza en su lugar y confesaba sus pecados. “Señor, hemos cometido todo tipo de pecados ante Ti. Por eso deberíamos morir. Por eso paso todos los pecados que tu pueblo ha cometido en el último año a este cabrito. Acepta esta ofrenda y perdona todos nuestros pecados”.
“La imposición de manos” significa “pasar los pecados a algo”. Cuando Aarón ponía las manos sobre el sacrificio, ¿dónde iban los pecados de los israelitas? Se pasaban a la cabra. Esto significa que ahora, todos los pecados del pueblo de Israel estaban en la cabra. Entonces Aarón le pasaba la cabra que llevaba los pecados de los israelitas a un hombre adecuado y la enviaba al desierto (Levítico 16, 20-22). La cabra, que llevaba los pecados anuales de Israel, se perdía por el desierto hasta que moría. De esta manera, los israelitas recibían la remisión de los pecados con el precio de la vida del chivo expiatorio. Este era el sacrificio del Día de la Expiación.
Este era el sacrificio anual del pueblo de Israel. Los israelitas recibían la remisión de los pecados mediante un sacrificio anual. Sin embargo, este tipo de sacrificio no conseguía la remisión de los pecados eterna. Como los israelitas cometían pecados de nuevo tan pronto como volvías a casa después del sacrificio del Día de la Expiación, no podían evitar convertirse en pecadores de nuevo. Por tanto, este sacrificio del Día de la Expiación no les salvaba de sus pecados perfectamente, sino que era un estatuto que profetizaba que Dios salvaría a toda la raza humana de los pecados a través de Su único Hijo Jesucristo.
Levítico 16, 29 dice: “Este será un estatuto para vosotros par siempre”. En otras palabras, el que todos los pecados anuales del pueblo de Israel fueran pasados al sacrificio cuando Aarón, el representante de la humanidad, le ponía las manos sobre la cabeza, era el precursor de la redención eterna. La ofrenda que aceptaba los pecados de los israelitas y moría en su lugar era precursora de Jesús, quien cargó con nuestros pecados. Después de todo, ¿cómo podía un animal borrar nuestros pecados correctamente? (Hebreos 10, 4). El que Jesucristo es el Cordero de Dios tiene el mismo significado. Esto significa que, aunque Dios no tenía pecados, tomó todos los nuestros. Por eso Jesucristo, Dios mismo, vino a este mundo encarnado en un hombre, aceptó nuestros pecados sobre Su cuerpo sin pecado a través de la imposición de manos, murió en la Cruz en nuestro lugar, se levantó de entre los muertos y así ha hecho posible que todo el mundo reciba la remisión de los pecados al conocer y creer en Cristo. Por esta razón Jesucristo vino a este mundo.
 
 

Jesucristo vino a salvarnos de los pecados del mundo

 
Está escrito en Mateo 1, 18: «El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo». Después de que María se comprometiera con José y antes de que viviesen como marido y mujer, Jesús fue concebido en su cuerpo a través del Espíritu Santo, aunque era una virgen. Cuando el embarazo de su prometida se empezó a notar, José intentó romper el compromiso en silencio sin propagar rumores. Lo hizo porque si se hubiesen enterado de que su prometida se había quedado embarazada viviendo con él, la hubieran lapidado. Pero como José era un hombre justo quiso mostrarle misericordia y romper el compromiso en silencio.
Sin embargo, un ángel se le apareció a José en sueños y le dijo: «Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» (Mateo 1, 20-21). Esto significa que Jesús nació a través del cuerpo de la Virgen María para que Dios mismo pudiese encarnarse en un hombre para salvar a Su pueblo. ¿Por qué vino Jesús como un hombre? Se encarnó para salvar a Su pueblo de sus pecados (Mateo 1, 21). Cuando vino a este mundo, ayudó a su familia en Nazaret, una aldea de Galilea, hasta que cumplió los 30 años, esperando el día en que salvaría a la humanidad de sus pecados.
Entonces, cuando cumplió los 30 años empezó Su ministerio para borrar los pecados de toda la raza humana en este mundo. Leamos Mateo 3, 13-17: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
“Entonces” significa cuando Jesús cumplió los 30. Cuando Jesús cumplió los 30, fue a Juan el Bautista, que estaba bautizando en el Río Jordán. Jesús le dijo a Juan el Bautista que le bautizase diciendo: “Todo el mundo va a ir al infierno por culpa de los pecados, y está sufriendo por esos pecados. Debo eliminar todos los pecados del mundo. Para eso debes bautizarme”.
¿Quién es Juan el Bautista? Es un descendiente de Aarón, el representante de la humanidad (Lucas 1, 5-13; Mateo 11, 11). En el sacrificio del Día de la Expiación, Aarón, el representante del pueblo de Israel, pasaba todos los pecados anuales del pueblo de Israel a un chivo expiatorio mediante la imposición de manos sobre su cabeza. De la misma manera, Juan el Bautista, como el mayor hombre nacido de mujer, es decir, el representante de la humanidad, bautizó a Jesús en la forma de imposición de manos sobre Su cabeza y así le pasó los pecados de toda la raza humana para siempre.
Cuando Jesús le dijo a Juan el Bautista: “Permíteme hacer ahora, pues conviene así que cumplamos toda justicia”, Juan obedeció y le bautizó. Cuando Jesús fue bautizado, ¿dónde fueron los pecados de todo el mundo? Fueron pasados al cuerpo de Jesús. Como Jesús cargó así nuestros pecados y pagó su precio, tuvo que ser castigado por ellos en la Cruz.
Nuestros pecados también fueron pasados a la cabeza de Jesucristo. Está escrito:
«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.» (Isaías 53, 5-6). Como Jesús aceptó todos nuestros pecados fue herido y molido. Por tanto, si Jesús hubiese muerto en la Cruz sin ser bautizado primero, todo habría sido en vano. Para que pudiésemos recibir la remisión de los pecados, primero aceptó nuestros pecados y después murió en la Cruz.
Jesucristo es el Hijo de Dios. No tiene pecados. Aunque no tiene pecados, cargó los pecados de la humanidad y se ofreció a Sí mismo a Dios como nuestra propiciación, y así es como hemos sido salvados. Así todo el mundo pude recibir la remisión de los pecados solo si cree en Jesús quien vino por el agua y el Espíritu. Nada puede ser más fácil que creer en Jesucristo.
 
 

Jesús cargó con los pecados del mundo al ser bautizado y llevó los pecados a la Cruz

 
Pasemos a Juan 1, 29: «El día siguiente, Juan vio que Jesús iba hacia él y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”». Esto pasó el día después de que Juan el Bautista bautizase a Jesús. Juan el Bautista lo sabía porque había pasado los pecados del mundo a Jesús, y ahora llevaba nuestros pecados como Cordero de Dios. Por eso Juan el Bautista proclamó esto.
El bautismo se realizaba en forma de imposición de manos. Y el significado del bautismo es lo mismo que la imposición de manos. En otras palabras, el bautismo significa pasar, transferir, lavar o enterrar. Esto implica que, como todos los pecados fueron pasados a Jesús a través de Su bautismo, ahora tenía que morir y ser enterrado. Como nuestros pecados fueron pasados a Jesús, esto significa que fueron lavados. “la imposición de manos” también significa pasar o transferir. Significa lo mismo. Entonces debe estar claro para todo el mundo que todos los pecados del mundo fueron pasados a la cabeza de Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad.
 Los pecados de sus padres también fueron pasados a Jesús. ¿Y los pecados que cometieron cuando eran bebés? ¿Fueron pasados a Jesús o no? Todos fueron pasados a Jesús. Todos los pecados que cometieron hasta los 20 años también fueron pasados. Todos los pecados que han cometido y que cometerán hasta los 30, 60 o hasta que mueran fueron pasados a Jesús a través de Su bautismo. En otras palabras, cuando Jesús vino al mundo hace 2,000 años, cargó con todos los pecados del mundo en esta generación. Cumplió la obra justa que borró completamente nuestros pecados.
Después de tomar todos nuestros pecados, ¿dónde fue Jesús mientras cargaba con ellos? Fue a la Cruz. De camino a la Cruz durante tres años, nos dijo que creyésemos en Él, que es el Salvador que nos ha salvado de los pecados. Este es Jesucristo. Así cargó con todos ellos. Al ser bautizado, Jesús cargó con los pecados de todo el mundo para siempre.
¿Todavía tienen pecados o están sin pecados? Aunque vayan por el mal camino, cometan pecados y errores, no tienen pecados. ¿Por qué? Porque Jesús tomó todos los pecados para salvarles y llevarles al Cielo y por tanto están sin pecados. Al creer en Jesús de esta manera pueden ir al Cielo. No entran al Cielo por creen en Jesús arbitrariamente, sin creer en Su bautismo. Solo cuando creen de corazón en Jesucristo, quien vino por el agua y el Espíritu, podrán entrar en el Cielo. No se entra a Cielo con las obras propias, sino por creer de todo corazón en la Verdad de que todos sus pecados fueron pasados a Jesús cuando fue bautizado.
Hace un tiempo, di testimonio del Evangelio y el Espíritu a una señora mayor que había tenido una embolia. Esta señora mayor, que vivía sola, me dijo: “Toda mi vida había creído en el budismo y no sabía que Jesús había tomado todos mis pecados al ser bautizado. Pero ahora lo sé; muchas gracias”. Entonces creyó en Jesús. Estaba llena de preocupaciones y de ansiedad, preguntándose quién cuidaría de su funeral cuando muriese. Pero ahora que había recibido la remisión de los pecados y su cara se había encendido. Y dijo: “Ahora puedo ir al Cielo, no tengo miedo a la muerte”. Dos veces por semana íbamos a visitarla y a adorar con ella, y cada vez que íbamos a verla, nos estaba esperando fuera. Aunque esta anciana nunca había leído la Biblia en toda su vida, ni había conocido a Dios, ni había pagado ningún diezmo, todavía creía que Jesucristo la amaba y que tomó todos sus pecados hace 2,000 años a través de Su bautismo. Así es como fue salvada por fe, aunque no había hecho otra cosa que creer.
Mis queridos hermanos, Jesucristo es el Cordero de Dios que tomó los pecados del mundo. ¿Hay más pecados en este mundo? No, no hay pecados. Incluso los pecados que la humanidad cometería en el futuro fueron tomados. Como Jesús nos ama cargó con todos nuestros pecados, incluso los pecados futuros. ¿Tenía Hitler pecados? No. Sin embargo, como no sabía que Jesús había tomado todos sus pecados al ser bautizado, fue enviado al infierno. Esto se debe a que no pueden creer que vayan a ser enviados al infierno.
En realidad, la mayoría de la gente no puede creer en Jesús solamente porque no le conocen. Algunas personas no pueden creer aunque se les enseñe acerca de Él, y así acaban en el infierno como resultado. Por otra parte, entraremos en el Cielo porque creemos en Jesús como el verdadero Salvador. Así que a los que creen en Jesús, Dios los cuenta como justos. Sus corazones no tienen pecados porque creen en Cristo. Por eso se llaman justos. Porque no tienen pecados, se llaman justos y como no tienen pecados, no tienen pecados porque Dios los eliminó.
Pasemos a Juan 19, 30: «Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu». Después de cargar con los pecados del mundo, Jesucristo fue crucificado y derramó Su sangre. La sangre es la vida. Nosotros éramos los que teníamos que derramar nuestra sangre y morir, pero como Jesús había cargado con nuestros pecados, fue crucificado en nuestro lugar para derramar Su sangre, y entregó Su vida por nosotros. Cuando murió dijo: “Consumado es”. En otras palabras, Jesús terminó la obra de borrar todos los pecados del mundo. ¿Creen que todos sus pecados han sido redimidos? Jesús ha librado a todos Sus creyentes de las manos del Diablo. Les ha permitido vivir para siempre en el Reino de Dios.
Leamos Hebreos 10, 10 juntos: «En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre». Al creer en la obra justa cumplida por el Señor, hemos sido santificados para siempre. No estamos santificados a diario. No somos santificados al arrepentirnos todos los días, ni al rogar, ni soportar, sino al creer. El que Jesús tomase nuestros pecados al ser bautizado es la Verdad absoluta. Su bautismo es el recibo que prueba que todos nuestros pecados fueron pasados a Él. Esto es lo que tenemos que creer. ¿Creen que todos sus pecados fueron pasados a Jesús cuando Juan el Bautista le bautizó?
Deben confesar con sus labios que creer de corazón. Romanos 10, 10 dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación». Si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu se convertirán en hijos de Dios y entrarán en Su Reino. Mis queridos hermanos, ¿tienen pecados o no? No tienen pecados. Aunque somos débiles y pecaremos mañana, Jesús ya tomó los pecados.
¿Significa esto que podemos cometer pecados libremente sin tener cuidado? No, cometemos pecados solamente porque somos demasiado débiles aunque no lo hagamos queriendo, porque, ¿quién quiere cometer pecados? Es como tirarse a un pantano sucio con ropa limpia. Aunque una persona que lleve harapos pueda dormir en un contenedor de basura, una persona que lleve ropa limpia no quiere dormir debajo de un montón de basura. En otras palabras, los justos no se atreven a cometer actos sucios sin pensar. Pero los que no han nacido de nuevo pueden hacerlo, y aunque los que han recibido la remisión de los pecados pueden ser tentados, el Espíritu Santo guía nuestros corazones para que no vivamos cometiendo locuras.
La Biblia dice: “Por eso habremos sido santificados a través del sacrificio del cuerpo de Jesucristo para siempre”. Al creer en el bautismo de Jesús, al pasarle todos los pecados de nuestra vida, hemos recibido la remisión de nuestros pecados. Ahora debemos pasar a Hebreos 10, 11-14: «Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados».
Este pasaje describe el sacrificio que Jesús entregó con Su cuerpo como un “sacrificio para los pecados para siempre”. Mientras que no sabemos cuántos años tenemos en esta vida, el fin del mundo llegará seguro. Y Dios prometió que haría unos cielos y una tierra nuevos y podríamos vivir allí. Dios ha erradicado todos los pecados del universo, desde la creación de los cielos y la tierra hasta el fin del mundo. Jesús tomó todos los pecados del universo, fue condenado por ellos al morir en la Cruz, se levantó de entre los muertos y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre hasta el día en que juzgue a Sus enemigos. Sus enemigos son los que no creen en Dios, los que no creen que Jesús tomó Sus pecados. Quien no crea en Jesucristo y diga que no borró sus pecados es un enemigo de Dios. Es una persona que ha rechazado el amor de Dios. El Señor aplastará a toda esa gente.
Pero, a los que crean que el Señor ha borrado todos los pecados del mundo con Su bautismo y Su sangre derramada en la Cruz, Dios les dice con aprobación: “Creéis que os he salvado con Mi trabajo. Sois muy valiosos para Mí”. Sin embargo, Dios convertirá en estrados para Sus pies a los que digan que solo ha eliminado el pecado original pero no los pecados personales. ¿Qué hará Dios a estas personas tan ingratas que se merecen ser destruidas? Las aplastará para siempre día tras día. Aunque Jesús tomó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, si no creemos en lo que Dios ha hecho por nosotros nos convertiremos en Sus enemigos.
La Biblia dice que Jesús es el Cordero de Dios que tomó todos los pecados del mundo. Dios no es tan cruel que solo tomó unos pocos pecados aquí y allá cada vez que alguien ofrecía oraciones de penitencia, sino que ha eliminado todos los pecados del mundo para siempre. ¿Creen en esto, queridos hermanos? Así es Dios. Es el Dios del amor.
Hebreos 10, 14 dice: «Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados». ¿Dice este versículo que Jesús nos perfeccionaría? ¿O dice que nos ha perfeccionado? Dice que nos ha perfeccionado. Dice que Jesús ha perfeccionado para siempre a los que creen que ha eliminado sus pecados, incluyendo los pecados que cometerían en el futuro, y a los que han recibido la remisión de los pecados para siempre. Nos ha perfeccionado a los que creemos en Él para toda la eternidad.
Sigamos leyendo Hebreos 10, 15-18: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado».
En la frase, “donde hay remisión de estos”, “estos” se refiere al “pecado”. En otras palabras, significa que Dios ha redimido todos nuestros pecados. Significa que Jesús reunió todos los pecados que hemos cometido en el pasado, que estamos cometiendo ahora y que cometeremos en el futuro; que cargó con estos pecados y que fue condenado por ellos. ¿Creen en esto? Si es así, ¿dice esto que todavía hay una ofrenda para los pecados, o que no hay ofrenda para los pecados? Dios dijo: “no hay más ofrenda por el pecado”.
Gracias a esta gracia abundante no podemos evitar estar contentos ante Dios y darle gracias. Nuestro Dios ha hecho posible que siempre estemos agradecidos, alabándole: “Gracias, Señor, porque has eliminado todos mis pecados aunque sea un hombre horrible”. Este es Jesús.
¿Pueden ofrecer oraciones de penitencia por todas sus malas acciones? No, es imposible. ¿Cómo podrían ofrecer oraciones de penitencia por cada pecado cuando se les olvida con el paso del tiempo? Sin embargo, Jesús ha eliminado todos nuestros pecados para siempre con Su bautismo y Su sangre. Por eso Hebreos 9, 12 dice: «Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención». Así es como podemos entrar en el Reino de Dios con Él. Jesucristo ha borrado así todos nuestros pecados.
 
 

Dios nos ha dado la perfecta remisión de los pecados para que no tengamos pecados nunca más

 
Hebreos 10, 16 dice: «Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor; Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré». Veamos si la Ley de Dios está escrita en nuestros corazones o mentes. La ley de Dios es la ley del amor. La ley del amor de Dios nos permite darnos cuenta de nuestros pecados al darnos la Ley, y recibir la vida eterna al creer en Jesucristo. ¿Creen que Jesús tomó todos sus pecados? ¿Están nuestros corazones sin pecados ahora? Si es así, entonces la ley del amor de Dios está escrita en nuestros corazones. Y cuando los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu pensamos en esto racionalmente, es obvio que no hay pecados en este mundo y todos nuestros pecados han desaparecido. Esto se debe a que la ley de Dios del amor está escrita en nuestros corazones. Esta es la salvación. Podemos entender esto porque el Espíritu Santo ha llegado a nuestros corazones.
¿Somos personas justas ahora, o seguimos siendo pecadores? Somos justos. Noé, después de cultivar una viña, se embriagó con el vino y durmió desnudo. Esto significa que incluso Noé tenía fallos. Pero a pesar de esto el Señor llamó a Noé un hombre justo (Génesis 6, 9). Incluso los justos cometen pecados, pero como Jesús tomó estos pecados y los redimió, son justos. No es por sus obras justas, sino por su fe que son justos. Solo los justos pueden entrar en el Cielo; los pecadores no pueden ir allí.
Hebreos 10, 18 dice: «Ahora donde hay remisión de estos, ya no hay ofrenda para el pecado». ¿Cómo de refrescante es esta Palabra en nuestros corazones? Esto significa que los que han recibido la remisión de los pecados no necesitan pedir a Dios con lágrimas: “Por favor, perdona mis pecados”. Hemos recibido la remisión de los pecados por fe. Nos hemos convertido en justos que no tienen ningún pecado en sus corazones. Nos hemos convertido en los santos de Dios.
Cuando recibimos la remisión de nuestros pecados el Espíritu Santo desciendo sobre nosotros como don de Dios para nosotros. El Espíritu Santo no se recibe de ninguna otra manera especial. Hechos 2, 38 dice: «Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo». ¿Creen que la frase arrepentirse se refiere a ofrecer oraciones de penitencia? No. El verdadero arrepentimiento es dejar de lado el pecado de haber seguido cosas falsas y creer en Jesús, que vino por el agua y el Espíritu diciendo: “Jesucristo aceptó todos mis pecados al ser bautizado. Y fue condenado en la Cruz en mi lugar. Por tanto, estoy sin pecados”. Creer en esto es el verdadero arrepentimiento.
Por eso Hechos 3, 19 dice: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio». Si creen que todos sus pecados fueron pasados a Jesús cuando fue bautizado y que todo el precio del pecado fue pagado cuando derramó Su sangre y murió en la Cruz, han recibido la remisión de los pecados. Y también han recibido el don del Espíritu Santo. El Espíritu Santo se recibe como un don en los corazones de los que han sido redimidos de todos sus pecados y ahora no tienen pecados.
El Espíritu Santo es, como dice Su nombre, Santo. Desciende solamente en los que no tienen pecados. ¿Están sus corazones sin pecados? Si es así, el Espíritu Santo ya ha entrado en sus corazones. Así es como el Espíritu Santo ha descendido sobre nosotros. No desciende sobre nuestros corazones solo porque intentemos recibirlo. ¿Viene a nosotros el Espíritu Santo solo cuando lo llamamos como si llamásemos a alguien por su nombre? Por supuesto que no. Cuando creemos en lo que Jesucristo ha hecho por nosotros el Espíritu Santo vive en nuestros corazones y nos aprueba diciendo: “Vuestra fe es correcta. Estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.
El Señor es nuestro Salvador. Nos ha salvado a todos. Doy toda mi alabanza al Señor.
¡Aleluya!