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Tema 23: Hebreos

[Capítulo 2-2] Consideremos a Jesucristo profundamente, el Sumo Sacerdote (Hebreos 2, 14-15)

Consideremos a Jesucristo profundamente, el Sumo Sacerdote(Hebreos 2, 14-15)
«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre».
 
 
Dios envió a Jesucristo en una misión para hacernos a los pecadores hijos Suyos. Hebreos 2, 14: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo». Aquí él se refiere a Jesucristo, el Hijo de Dios. Dios Padre se vistió de la carne humana como nosotros cuando envió a Su único Hijo a este mundo para librarnos de los pecados del mundo. Incluso el Salvador y Creador se vistió de carne y sangre humana. En otras palabras, el Salvador Jesucristo se convirtió en un hombre para librarnos de los pecados del mundo.
Dios Padre encarnó a Su Hijo y lo trajo a este mundo para que pudiese salvar a todos los seres humanos que son esclavos de su carne por sus pecados. Dios Padre puso a Su Hijo, el Creador del universo, entre los seres humanos para redimir todos los pecados del mundo. Esta es la razón por la que Dios Padre dejó que Su Hijo Jesucristo participase de la carne y la sangre humana. Quiso librar a su pueblo lleno de pecados de sus pecados. Y esta es la gracia de Dios. Cuando entendemos esto completamente, podemos entender el Evangelio del agua y el Espíritu.
 
 
Él también ha participado de la carne y la sangre
 
Está escrito en el pasaje de las Escrituras: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo». De este versículo podemos aprender lo que Dios Padre tenía en mente cuando nos creó a los seres humanos.
Antes de que Dios nos crease, creó a los ángeles. Satanás era al principio un arcángel, pero fue maldito por Dios por intentar ser como Él. Así Dios nos mostró que ninguna criatura puede retarle.
Entonces Dios creó a la humanidad como objeto de Su amor. Tenía un objetivo claro en mente con la creación de los seres humanos. Quería adoptarnos como Sus hijos y mostrarnos Su gracia. Así que nos hizo un poco más bajos que los ángeles durante algún tiempo. El plan de Dios era ponernos en una plataforma como hijos Suyos para mostrarnos Su amor y gracia. Cuando creó a Adán y Eva, ya sabía que la decepción de Satanás les haría caer en el pecado. Pero permitió que esto pasase porque tenía planes futuros para salvar a los seres humanos a través de Su Hijo completamente. Y cuando el pecado entró en Adán, Dios Padre envió a Su Hijo y salvó a los seres humanos según Sus planes.
¿Piensan que no es importante que hayan recibido la remisión de todos sus pecados al entender y creer en la justicia de Jesús? Quiero que sepan que han sido salvados de la destrucción por la gran Verdad de Dios. Después de aprender acerca de los grandes planes de Dios con la luz de la justicia de Jesucristo, podemos darnos cuenta de que todo fue planeado por Dios para nuestra salvación. ¿Por qué envió Dios Padre a Jesucristo a este mundo? Porque quiso rescatarnos de todos nuestros pecados, de la muerte y de Satanás y quiso mostrarnos Su favor y sentarnos a la derecha del trono de Dios en el futuro. Nos dio la gracia de salvación en Su Hijo y quiso que alabásemos Su justicia. Este es el plan de la salvación de Dios. Por esta razón solamente estamos agradecidos a Dios.
En la actualidad, los estudiantes de los seminarios estudian el concepto del Dios Trinitario. Aprenden acerca de Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como un Dios solo con diferentes funciones. Pero no entienden este concepto muy bien. Los teólogos enseñan a sus estudiantes que Dios Padre tenía un plan para la salvación de los creyentes que se iba a cumplir a través del sacrificio de Su Hijo. Sin embargo, como no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu, no pueden enseñar el concepto de la Trinidad. Como resultado, sus enseñanzas crean confusión en las mentes de sus estudiantes. Los estudiantes de postgrado que estudian con estos teólogos no pueden entender el concepto de la Trinidad, porque aprenden acerca de la obra de Dios Padre, el Hijo y el Espíritu sin conocer el Evangelio del agua y el Espíritu.
Por otro lado, los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden entender al Dios Trinitario y Su ministerio completamente. Por tanto, si quieren conocer al Dios de la Trinidad deben creer primero en el Evangelio del agua y el Espíritu. La gente que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu puede entender claramente que Jesucristo es el Salvador que eliminó todos nuestros pecados y el Espíritu Santo garantiza esta obra de la salvación. El Dios de la Trinidad creó el cielo y la tierra; planeó nuestra salvación, nos salvó para siempre de los pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso Dios entra en los corazones de los que han recibido la remisión de los pecados por fe en el Evangelio del agua y el Espíritu y promete que “viviré en vuestros corazones, no en el Templo de Salomón”. Así que, en los corazones de los que creen en la salvación de Jesucristo, que es la justicia del Hijo de Dios, el Espíritu Santo reside como Garantía.
Dios dio este derecho a convertirnos en hijos Suyos solo a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Les dio Su Espíritu a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, y nos adoptó como hijos Suyos. Para nosotros, el Espíritu Santo, que estaba con Jesucristo está con nosotros también, Ahora podemos llamar a Dios Abba Padre de la misma manera en que nuestro Salvador le llamó Padre. Podemos seguirle entendiendo que es nuestro Ayudante y quien diseñó y completó nuestra salvación. Dios es nuestro Padre, nuestro Señor Jesús es nuestro Salvador que nos libró de todos nuestros pecados, el Espíritu Santo es el Testigo que permanece en los corazones de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Nos convertimos en hijos de Dios con este conocimiento correcto del Dios de la Trinidad. Para inmovilizar al Diablo, Dios envió a Su Hijo, hizo que Su Hijo fuese bautizado, sangrase y se levantase de entre los muertos. Aunque el Diablo sigue engañando a la gente de este mundo, Dios lo encerrará en el pozo del abismo.
 
 

«¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?»

 
Jesús declara a la muerte y al Diablo: «Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley». De esta manera, es pecado es lo que lleva a todos los pecadores al infierno, la muerte eterna. Para los pecadores como nosotros, que moriremos por el aguijón de nuestros propios pecados, Dios planeó enviar a Su Hijo Jesús como el Salvador de la humanidad para pasarle todos estos pecados. Este plan se cumplió con la crucifixión de Jesús después de ser bautizad por Juan el Bautista. Podemos encontrar la justicia de Dios en la escena del bautismo de Jesús. Está escrito en Mateo 3, 15: «Permíteme hacer ahora pues conviene así que cumplamos toda justicia». Este pasaje significa que es lo más correcto para Jesús tomar todos los pecados del mundo sobre Sí mismo mediante el bautismo que recibió de Juan el Bautista. En otras palabras, Jesús tuvo que ser bautizado por Juan el Bautista para tomar los pecados del mundo y llevarlos a la Cruz, entonces murió allí, fue enterrado y resucitó de entre los muertos para poder salvar a los seres humanos de sus pecados. El pecado lleva a la muerte. Ahora la muerte no puede gobernarnos a los que creemos en esta Verdad porque Jesucristo tomó todos los pecados del mundo y murió en la Cruz y resucitó de entre los muertos. «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9, 27). Éramos seres malditos destinados a ir al infierno sin excepción. Sin embargo, nuestro Señor nos amó tanto y nos transformó a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu en Sus hijos que nunca morirán.
Debemos entender lo que el Libro de Hebreos quiso decir en este versículo. Los que han recibido la remisión de los pecados al entender la justicia de Jesús no tienen pecados. Los pecados no pueden quedarse en nosotros y la vida eterna nos espera. Dios Padre nos dice que envió a Su Hijo a este mundo para liberar a los que estaban encarcelados y esclavizados por la muerte. Solo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu no tienen pecados, sino que tienen la vida eterna.
¿Pueden permanecer intactos los pecados en nuestros corazones cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu? ¡No! Ni un fragmento de pecado puede permanecer en los corazones de los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por mucho que Satanás intente engañarnos, no tenemos pecados en nuestros corazones. Afortunadamente, el Señor nos ha dado esta gran oportunidad de escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu para que podamos recibir la remisión de nuestros pecados.
La maldición de la muerte no se encuentra en los que han nacido de nuevo al creer en el bautismo y la sangre de Jesús. Sin embargo, los pecados permanecen intactos en los que no conocen el Evangelio del agua y el Espíritu. Pagarán el precio por su ignorancia si no reciben la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por esta razón los esclavos de la muerte que están esclavizados por el poder del Diablo deben recibir la remisión de los pecados. Los pecadores siempre tiemblan de miedo. Tienen miedo de su muerte física. Viven sus vidas como esclavos de la muerte, teniendo miedo del juicio después de su muerte física.
Por otro lado, los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu entrarán en el Reino de la vida eterna. Los justos no tienen miedo de nada, excepto a vivir una vida deshonesta ante Dios. Cuando la gente está enferma, tiene miedo de morir. Sin embargo, los justos no están preocupados por la muerte. Esto se debe a que Dios está vivo en sus corazones. Cuando Jesús estaba en este mundo dijo: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí» (Juan 14, 1). ¿De qué debemos preocuparnos si Dios va a cuidar de todos Sus hijos?
 
 
«Porque ciertamente no socorrió a los ángeles»
 
Está escrito en la Biblia que Dios no envió a Jesús a socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. Entonces, ¿quiénes son los descendientes de Abraham? Dios le dijo a Abraham: «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz» (Génesis 22, 18). Aquí tu semilla se refiere a Jesucristo, pero también se refiere a quien crea en la Palabra de Dios como hizo Abraham. Espiritualmente los descendientes de Abraham son las personas justas que han recibido la remisión de sus pecados por fe en la justicia de Jesucristo. Estos herederos de salvación tienen el deseo de poner su fe en la obra justa de Jesucristo y ser salvados, aunque estén atados a su carne y destinados a morir por sus pecados. Dios Padre envió a Su Hijo Jesucristo por estas personas.
Dios Padre envió a Su Hijo Jesucristo para estas personas. Está escrito: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2, 14). Los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu somos hijos de Dios Padre. La Palabra de Dios dice que Jesucristo es nuestro Salvador y al mismo tiempo es nuestro Hermano Mayor. Esto no lo pueden comprender los que no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu.
 
 

¿Qué hizo Jesucristo en este mundo?

 
Jesús lo hizo todo como Sumo Sacerdote misericordioso y fiel ante Dios. Jesucristo es el Sumo Sacerdote fiel en el Reino de los Cielos. Le llamamos el fiel Sumo Sacerdote porque nos ha salvado a todos los seres humanos al ser bautizado por Juan el Bautista, ser crucificado y resucitado de entre los muertos. Es el único Sumo Sacerdote fiel para todos los seres humanos.
En tiempos del Antiguo Testamento, los Sumos Sacerdotes ofrecían sacrificios para eliminar los pecados de la gente. Sin hacer la propiciación de sus pecados no podían recibir la remisión de los pecados. Solamente Aarón y sus descendientes podían ser Sumos Sacerdotes. Pero en el Nuevo Testamento Jesús se convirtió en el Sumo Sacerdote misericordioso y fiel del Cielo según la orden de Melquisedec (Hebreos 5, 10).
Sin embargo, Jesucristo nació encarnado en un hombre como nosotros. Mientras Jesús estaba en este mundo tuvo que orar a Dios como hacemos nosotros. Jesús rebajó Su condición para salvarnos de los pecados y ofreció oraciones fervientes a Dios para ayudarnos como hacemos nosotros. Se convirtió en el Sumo Sacerdote fiel y misericordioso y se entregó como Cordero de Dios para salvar a todo el que quería salvar y condenar a quien quería condenar. De la misma manera en que los Sumos Sacerdotes del Antiguo Testamento hacían sacrificios por los israelitas, el Hijo de Dios, Jesucristo, salvó a Su pueblo de todos los pecados al cargar con todos nuestros pecados sobre Su cuerpo y entregarse a Dios como sacrificio para toda la humanidad. El nombre de Jesús significa Salvador como está escrito: «Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1, 21). Jesús nació para hacernos el pueblo de Dios y hacer la obra de la salvación. Entonces incita a la gente a tener el deseo de recibir la remisión de los pecados.
El Reino de los Cielos está cerca para los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Y en este Reino vive el Dios Trinitario: Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. También vivirá allí el pueblo de Dios. Solo los que han sido salvados por la justicia de Jesucristo podrán vivir allí con Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para salvar a Su pueblo y vivir con ellos para siempre en este paraíso, Dios Padre envió a Su propio Hijo como Sumo Sacerdote fiel. Dios Padre nos limpió con el agua y la sangre de Su Hijo, no con la sangre de animales.
 
 

Por muy fervientemente que la gente ofrezca oraciones de penitencia, el Espíritu Santo no se recibe así

 
Cuando aceptamos la Verdad de que Jesucristo eliminó todos nuestros pecados a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó por nuestros pecados, el Espíritu Santo entra en nuestros corazones reconociendo nuestra fe. En resumen, el Espíritu Santo no se recibe mediante oraciones de penitencia. Entra en nuestros corazones solo cuando aceptamos la justicia de Dios en nuestros corazones.
Si alguien dice creer en Jesús como su Salvador sin conocer la justicia de Dios no ha recibido la remisión de sus pecados ni el Espíritu Santo. Podemos recibir la remisión de los pecados solo si entendemos sin duda exactamente por qué Dios Padre envió a Su Hijo a este mundo y qué tipo de sacrificio ofreció Su Hijo para librarnos de los pecados del mundo. Cuando creemos con el conocimiento adecuado en la obra justa que Jesucristo ha hecho podemos recibir la remisión de los pecados, y solo entonces el Espíritu Santo puede entrar en nuestros corazones. De lo contrario es absolutamente imposible recibir la remisión de los pecados o el Espíritu Santo. Como Jesucristo tomó todos nuestros pecados de la manera más adecuada mediante la imposición de manos (Mateo 3, 15), ustedes también tienen que creer en Jesucristo según el Evangelio del agua y el Espíritu para poder recibir la remisión de los pecados o el Espíritu Santo. En otras palabras, si no reconocen la obra justa por la que Jesús eliminó los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, sus pecados seguirán intactos en sus corazones y el Espíritu Santo no podrá entrar en ellos.
El que hayamos podido recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es gracias al plan de Dios para nuestra salvación. Jesucristo vino a este mundo en obediencia a Dios; fue bautizado por Juan el Bautista y derramó Su sangre para salvarnos de todos nuestros pecados. Cuando aceptamos esta Verdad, recibimos la remisión de nuestros pecados y el Espíritu Santo como un don. En ese momento, el Espíritu Santo aprueba nuestra ciudadanía en el Reino de Dios. Y esta aprobación es para siempre porque el Espíritu Santo es el mismo Dios que Dios Padre y que Jesucristo, el Hijo. Sin embargo, si creemos en Jesús omitiendo aunque sea una sola cosa del plan maestro de Dios, el Espíritu Santo no puede vivir en nuestros corazones. El Espíritu Santo es el mismo que Dios Padre, así que solo puede vivir en los corazones limpios de los que han recibido la remisión de los pecados. Entrará en nuestros corazones solo cuando estemos unidos a Jesús creyendo en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Me parece patético cuando muchas personas dicen: “Recibí el Espíritu Santo ofreciendo oraciones de penitencia” cuando les preguntamos: “¿Cómo se recibe el don del Espíritu Santo?”. Como no conocen los planes de Dios ni la justicia de Jesús que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu insisten en que han recibido el don del Espíritu Santo ofreciendo oraciones de penitencia fervientemente. Están convencidos de esta noción.
Pero la verdad es que el Espíritu Santo entra solamente en los corazones de los que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Está escrito: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hechos 2, 38). Como dice este versículo, el Espíritu Santo entra en nuestros corazones cuando recibimos la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Entonces el Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios y de nuestra salvación mediante Jesucristo. Puede que cometamos errores y nos olvidemos de la gracia de Dios, pero el Espíritu Santo, el Ayudante que vive en nosotros, nos guía para que podamos vivir con fe. Certifica que nos hemos convertido en hijos de Dios. También da testimonio de que nos ha salvado a seres tan insuficientes como nosotros a través del bautismo del agua de Jesús y Su sangre derramada en la Cruz. Y graba en nuestros corazones el Evangelio del agua y el Espíritu para que no olvidemos que hemos recibido la remisión de los pecados. Así que alabemos la justicia del Señor para siempre. El Espíritu Santo está en los corazones de los justos.
 
 
«Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado»
 
Está escrito: «Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2, 18). Jesucristo tomó de manera justa todos nuestros pecados a través de Su bautismo, fue tentado y sufrió en la Cruz. Cuando leemos las Escrituras vemos que fue tentado de toda manera, es decir, por los deseos de la carne, de los ojos, y el orgullo de la vida. Fue tentado por comida, por lo que es visible y lo que es honorable. Mientras estuvo en el desierto durante 40 días ayunando y orando fue guiado por el Espíritu Santo y fue tentado por el Diablo. Durante esos 40 días fue tentado de toda manera posible para los humanos.
Lo importante aquí es que ha superado todas estas tentaciones y pruebas. Además, como el Señor mismo ha sufrido y ha sido tentado, ¿acaso no puede ayudar a los que son tentados? Jesucristo sabía qué tipo de pecados íbamos a cometer y cuáles son nuestras debilidades. Así es como Jesucristo pudo tomar todos los pecados del mundo sobre Su cuerpo. No tomó solamente los pecados de hoy de manera que tengamos que ocuparnos de los pecados futuros ofreciendo oraciones de penitencia, sino que ha tomado todos nuestros pecados, los del pasado, los del presente y los del futuro, para siempre.
La Biblia declara: «El precio del pecado es la muerte» (Romanos 6, 23). Como dice el versículo anterior, nuestros pecados no pueden ser erradicados si no se paga el precio por ellos. Sin el pago no se puede resolver el problema del pecado. Si nuestro Señor solo hubiese tomado los pecados del pasado y no los del futuro, ¿cómo podemos recibir nuestra salvación por fe? Como Dios entiende completamente a los que han sido tentados por los pecados, tomó todos los pecados a través del bautismo. Jesús cargó con todos nuestros pecados, incluyendo los pecados del futuro. Como sufrió en Su carne, siendo tentado, conocía todas nuestras debilidades, fe, memoria y voluntad. Sabía que no podíamos hacer nada bueno y por eso tomó todos nuestros pecados con Su bautismo y nos hizo perfectos.
Esta es la verdad que el autor del Libro de Hebreos nos cuenta. Recuerden que nadie puede recibir el perdón de sus pecados, incluso los de un día solo, ofreciendo oraciones de penitencia. La Biblia nos dice claramente que el problema del pecado no puede resolverse solo con palabras. Declara: «Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Hebreos 9, 22). Dios dice que debemos pagar el precio de nuestros pecados con ofrendas para el pecado. Para los pecados contra las cosas santas del Señor eran necesarios monedas de plata para pagar este pecado (Levítico 5, 14).
Queridos hermanos, deben saber que no se merecen ni el fondo del infierno si llevan a su prójimo al infierno guiándolo por el mal camino con doctrinas falsas. Se merecerán un lugar peor que el infierno si lo hubiese. La verdadera cuestión es “¿Pueden resolver el problema de sus pecados si pagan el pecado por su cuenta?”. ¡No! ¡Por supuesto que no! Recibir la remisión de los pecados a través de las oraciones de penitencia no tiene ningún sentido. Con algún conocimiento de las ofrendas del pecado en el Antiguo Testamento podrán entender esta verdad.
Sea cual se el tipo de pecado que tengan, su precio debe pagarse. Por eso la Ley dice: «Ojo por ojo y diente por diente» (Éxodo 21, 14). Si dejan a alguien ciego, deberán quedarse ciegos también. “Diente por diente, mano por mano y pie por pie. Si alguien llama a Dios en vano, deberá ser lapidado”. En el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos de esto: había alguien que tuvo que ser ejecutado por trabajar en el sábado, y gente que codició cosas materiales injustas como Acán tuvo que ser lapidada. ¿Acaso Acán no confesó sus pecados a Josué y pidió perdón? ¿Qué ocurrió después? Que fue lapidado. Admitir sus pecados con palabras no puede serlo todo. ¿Les perdona Dios solamente cuando dicen: “Señor, perdóname, no lo haré de nuevo”?
La Ley de Dios dice: «Ojo por ojo y diente por diente». Dios es el Dios de la justicia y nunca ignora ningún pecado. Antes de que Dios perdone, necesita un rescate. Para darnos la remisión de los pecados completamente Dios envió a Su hijo, Jesucristo, en la carne de un hombre; Pasó todos los pecados a Su Hijo y dejó que cumpliese el castigo por esos pecados. Nos liberó de esta manera. Dios nos dice que hemos sido perdonados porque castigó a Jesús en nuestro lugar después de que tomase todos los pecados a través de Su bautismo.
Como Jesús mismo fue tentado, puede ayudarnos a los seres humanos que somos tentados. Así que puede salvarnos de todos los pecados del mundo. Él, como Sumo Sacerdote fiel, nos ha salvado con Su cuerpo bautizado, no con la sangre de animales. Dios no nos perdonó incondicionalmente solo porque creemos en Jesús. Él envió a Su Hijo como el Sumo Sacerdote fiel, hizo que tomase todos nuestros pecados correctamente con Su bautismo e hizo que pagase el precio de nuestros pecados al ser crucificado. Así es como nos ha salvado de todos nuestros pecados. Al hacer que Su Hijo fuese el Sumo Sacerdote del cielo y la ofrenda del pecado para todos los humanos, Dios pasó todos los pecados del mundo a Su Hijo y tomó Su sangre para poder salvarnos a todos. De lo contrario Su pueblo habría tenido que ofrecer sacrificios todos los días, sin resolver el problema del pecado fundamentalmente. Así es como somos salvados. La palabra redención significa esto. Así es como Jesús se ha convertido en nuestro Redentor. Se ha convertido en el Sumo Sacerdote del Cielo.
Vino a este mundo encarnado en un hombre para salvarnos. Entonces fue bautizado por nosotros a los 30 años. Su bautismo fue para tomar nuestros pecados sobre Su cuerpo. CUando estaba a punto de ser bautizado le pidió al siervo Juan el Bautista: “Permíteme hacer ahora, pues conviene así que cumplamos toda justicia” (Mateo 3, 15) aunque él se negase al principio. El bautismo de Jesús era necesario para eliminar todos los pecados de la raza humana. Jesús fue bautizado porque tuvo que cargar con todos los pecados de este mundo sobre Sí mismo para darnos la salvación a todo el mundo. Mateo 3, 13-17 lo confirma. Fue bautizado para cumplir toda la justicia. El bautismo de Jesús era la manera que Dios tuvo de pasar todos los pecados a Jesús. Jesús es nuestro Sumo Sacerdote eterno. Como nuestro Sumo Sacerdote puso todos los pecados del mundo sobre Su espalda y se entregó como ofrenda del pecado para cumplir toda la justicia, redimir todos nuestros pecados y librarnos de sus pecados para siempre.
El Señor es el Dios Santo que no tiene pecados. Su nacimiento empezó con la obra del Espíritu Santo, como está escrito: «Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo» (Mateo 1, 18). Es Dios mismo, quien vino a este mundo en un cuerpo humano para ser fiel a Dios Padre. Está escrito: «El cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo» (Hebreos 3, 2-3).
 
 
Comparemos la lealtad de Jesús y la de Moisés
 
¿Cómo era Moisés? Fue llamado siervo de la casa de Dios. Está escrito: «Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo». ¿Acaso no hay constructores de arquitectura visible? ¿Acaso esta casa no fue construida por alguien? Todos los rascacielos de Manhattan tienen sus constructores también.
Entonces, ¿qué hay de esta gran casa, el universo? Jesús es el constructor y el propietario de este universo. El autor del Libro de Hebreos lo sabía bien. Jesucristo es quien creó los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos. Jesús es quien creó este universo, las estrellas y este bello planeta tierra. Por tanto, es más fiel, más honrado y más digno de gloria que nadie. De la misma manera en que hay un constructor para cada casa, Jesús es el constructor de este universo y de todo lo que hay en él.
¿Quién en este mundo es más fiel a Dios? ¿Quién nos ama más? Jesucristo es nuestro Creador y Salvador, como está escrito:
«Porque un niño nos es nacido,
hijo nos es dado,
y el principado sobre su hombro;
y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9, 6).
Es el Sumo Sacerdote más fiel a Dios. No es únicamente el Dios Creador, sino también el Sumo Sacerdote para Su Padre. Es Jesucristo y nuestro Dios. ¿Creen en esto? ¿Quién nos ha amado tanto? Solo Jesucristo. El nombre de Jesucristo merece nuestra alabanza y honor. Por eso le llamamos Señor. Es el Señor que nos ha creado. Es el Salvador que nos ha librado de todos nuestros pecados. Por eso el Apóstol Pablo dijo que toda rodilla se arrodillará ante el nombre de Jesús, entre los que hay en el Cielo y en la tierra y bajo la tierra (Filipenses 2, 10).
Sin embargo, ¿qué le hicieron los hombres mientras estaba en el mundo como hombre? La gente no le recibió bien. El Diablo también provocó a la gente para que se burlase de Él. La gente le apaleó en el Calvario diciendo: “¡Eh! ¡Bastardo! ¿Estás diciendo que eres el Hijo del Altísimo?”. Le escupieron en la cara y le gritaron que bajase de la Cruz. Algunas personas incluso le pegaron en la cara. Sabiendo lo que pasaría, Jesús tuvo que recibir el bautismo en el Río Jordán para salvarnos de todos los pecados.
Jesús nos ha salvado completamente de los pecados del mundo. Jesús es el Dios Todopoderoso y el Hijo de Dios Padre y nuestro Maestro. Esta es la razón por la que todos nos arrodillaremos ante la justicia del Señor. Incluso los demonios se arrodillarán ante Él. Se irán cuando les digamos: “Os ordeno en el nombre de Jesucristo que os apartéis, demonios”. El Diablo y los demonios no pueden hacer nada más que huir por nuestra fe en lo que Jesús ha hecho. Se irán cuando alguien con pecados les pida que se vayan en el nombre de Jesús por fe. Incluso los no nacidos de nuevo pueden asustarlos utilizando el poder en el nombre de Jesús.
«Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.» (Hebreos 3, 5-6). ¡Aleluya! Este pasaje nos dice cómo hemos sido salvados gracias a la justicia de Jesucristo, que es el Apóstol de nuestra fe y la verdad. Dicho de otra manera, es inevitable ser salvados cuando nos aferramos a la justicia de Dios. Después recibimos el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios. Y nos convertimos en una casa en la que Dios puede morar. El siervo que escribió el Libro de Hebreos describe que las personas salvadas son la morada de Dios. Somos Su casa si Dios está en nuestros corazones. Por eso el corazón de los justos se llama el templo de Dios. Nuestros cuerpos son el templo de Dios. El Señor nos llama Su casa. Los que han sido salvados son Su casa. Jesús es el Apóstol de la fe y nuestro Sumo Sacerdote. Dios es nuestro Padre y Su Hijo es nuestro Sumo Sacerdote. Gracias a Su justicia el Espíritu Santo puede entrar en nuestros corazones.
Nuestros pecados, cometidos bajo la Ley de Moisés, no desaparecen con nuestras oraciones de penitencia; sino que hemos sido salvados al creer en la justicia del Hijo fiel de Dios. El Señor perfeccionó la salvación de los pecados del mundo por el Evangelio del agua y el Espíritu y nos lo ha dado a todos nosotros. También nos hizo a los que creemos en Él perfectamente limpios de pecado. Esto es lo que el autor del Libro de Hebreos nos está diciendo en los capítulos 2 y 3. En el siguiente capítulo nos dice que nos aferremos a la Verdad que nos ha salvado de los pecados. También nos avisa diciendo: «No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto». Sigue diciendo: “Confiad en la justicia de Jesucristo, que es el Apóstol de la fe”. Les avisa a los que no creen en la justicia de Dios que irán al infierno. Esto es lo que le pasará a cualquiera que pise el nombre del Hijo de Dios.
Hemos recibido la salvación al confiar en Jesús según la justicia de Dios. Cuando el Señor nos salvó, eliminó todos nuestros pecados para llevarnos al Cielo. Eliminó todos esos pecados al transferirlos a Su cuerpo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y al pagar el precio por todos esos pecados en la Cruz. Ahora podemos presentarnos ante Dios al creer en Él de esta manera. El autor del Libro de Hebreos nos dice que este es el camino hacia la fe.
¿Conocen la Verdad de la fe que puede salvarnos de todos los pecados del mundo? ¿Cuál es la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu que eliminó nuestros pecados? Jesús recibió el bautismo de Juan el Bautista porque tenía que tomar todos nuestros pecados sobre Sí mismo. Entonces recibió el castigo por todos esos pecados en nuestro lugar. Entonces, debemos entender la justicia de Dios antes de poner nuestra fe en ella. El Hijo de Dios salva a la gente por la ley de la fe. El Libro de Hebreos también nos habla de que debemos creer con el conocimiento correcto que nos ha salvado cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, como nuestro Salvador.
Todos sabemos que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y creemos en ello. «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo» (Hebreos 2, 14). La palabra hijos en este versículo se refiere a los hijos de Dios. La razón por la que Jesús participó de la sangre y carne humana se explica en los versículos 15 y 16: «Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham» (Hebreos 2, 15-16). El Señor tomó parte de la carne y la sangre para socorrernos.
Queridos hermanos cristianos, ¿se han convertido en la descendencia de Abraham? ¿Quién es la descendencia de Abraham? Nosotros somos la descendencia que cree en la justicia de Jesucristo. El Nuevo Testamento empieza con el siguiente pasaje: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mateo 1, 1). ¿Quiénes son los que se han convertido en Su pueblo en la justicia de Jesucristo? Somos los que hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Hemos nacido de nuevo de nuestro estado de pecadores al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Queridos hermanos, ¿seguimos teniendo pecados los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Tenemos los pecados intactos en nuestros corazones? No, para nada.
Imaginemos que vamos a una tienda a pagar las cosas que compramos con crédito. Y digamos que vamos y se nos ha olvidado que pagamos ayer. Cuando le dijésemos a la tendera: “Señora, le debo dinero, ¿verdad?”, ella contestaría: “Me pagaste ayer”. Pero como no nos acordamos de que pagamos, insistimos y le damos el dinero diciendo: “Está equivocada”. ¡Qué tontería! Como en este ejemplo, la gente que ofrece oraciones de penitencia todos los días no admite el hecho de que Jesucristo ha eliminado todos los pecados y sigue pidiendo perdón por ellos aferrándose solamente a la Cruz.
Si no conocen la justicia de Jesús y creen que han sido salvados, están equivocados. Es incorrecto decir todos los días: “Señor, por favor, quita mis pecados”. Pero muchos cristianos lo hacen creyendo que deben ofrecer oraciones de penitencia para eliminar sus pecados que permanecen intactos en sus corazones. Esta gente sufrirá enfermedades mentales más adelante.
Queridos hermanos, debemos creer en Jesucristo según la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Dios Padre envió a Jesucristo, Su Hijo, para salvarnos; nos hemos convertido en Sus Hijos por fe en la obra de la salvación de este Jesucristo. Por eso el Espíritu santo ha entrado en nuestros corazones.
Le doy gracias al Señor por fe por todas las bendiciones que nos ha dado.