(Mateo 21, 12-32)«Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron, y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman Perfeccionaste la alabanza? Y dejándolos, salió fuera de la ciudad a Betania, y posó allí. Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera. Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis. Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas. Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle».
Sé que una persona debe amar y servir al Señor mientras viva en este mundo. ¿Dónde debe tener su corazón puesto la gente? La gente debe poner sus corazones en el Señor. Mientras la gente vive en este mundo, no puede evitar vivir entre seres humanos. Los seres humanos somos animales sociales. Como somos criaturas, vivimos en un mundo creado por Dios. Pero, ¿cuál es la manera de vivir correcta? Debemos saberlo, y debemos vivir según nuestras creencias.
¿No cree la gente que está bien amar a Dios y a las personas? Sin embargo, esta es una idea humana, y no de Dios. Dios nos dice que solo debemos amarle a Él. Esto es lo que debemos hacer. Si pensamos en cómo hemos vivido, hay una cosa que no hemos conseguido: amar a Dios y a la gente. Si intentamos hacer ambas cosas a la vez, seremos miserables.
Los cristianos tienen las denominadas ciento ocho agonías, que vienen del budismo. Las agonías descienden sobre las personas porque no saben lo que tienen que saber y no aman a quien tienen que amar. Las agonías caen sobre los cristianos si aman a la gente como a Dios. Está bien amar a Dios y a las personas. Pero las personas deben tener el orden claro. Dios ama a los seres humanos. Dios nos dijo que le amásemos y amásemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Para hacer ambas cosas, primero debemos amar a Dios. Debemos amar solo a Dios. La verdad es que solo cuando hacemos esto, podemos amar al prójimo. Debemos darnos cuenta de que solo podemos amar a las personas cuando amamos a Dios. Siempre debemos tener esto en mente.
Dios nos dice una cosa: que amemos a Dios sobre todas las cosas. No solo es la Ley de Dios, sino que es la verdad mediante la que los santos viven. La verdad es que, incluso cuando recibimos la salvación, debemos amar solo a Dios, quien nos ha hecho a los seres humanos de manera en que debamos amarle solo a Él. En realidad, Dios nos ha creado para eso. La Ley de Dios nos dice que los santos deben amar solo a Dios. Debemos darnos cuenta de esta verdad.
Sin embargo, como vivimos entre personas, no podemos ignorar nuestras relaciones con ellas. El Señor dijo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», así que, ¿cómo no amar a la gente? Queridos hermanos, si amamos a Dios, también podremos amar a las personas. Pero si intentamos amar a los dos a la vez, no podremos amar a ninguno. Hay un proverbio que dice: «la avaricia rompe el saco». Intentar amar a todo el mundo, hace que no podamos amar a nadie. Esto es igual cuando amamos a Dios. El proverbio es una historia exagerada, pero es la verdad. En el pasaje de las Escrituras de hoy aparece un caso similar, y podemos aplicarlo a nuestras vidas.
Si esta parte no está clara en nuestras vidas de fe, si esta ley no se cumple, y si no nos damos cuenta de esta verdad, nuestra fe se degradará, y solo agonizaremos. Es lógico decir que la vida de fe no se disfrutará si solo hay agonía. ¿No es así para los que encuentran difícil vivir con fe? Agonizamos por este motivo. Agonizamos cuando empezamos a hacernos estas preguntas, sobre si debemos amar a Dios o a las personas primero.
Sin embargo, si quieren amar a los demás, deben saber que lo correcto es amar solo a Dios. Oro por que ustedes amen solo a Dios. Al hacer esto, amaremos a los demás de forma natural, y así seremos felices. Solo cuando amamos a Dios, podemos ser felices. ¿Entienden esto? Por esta razón debemos amar solo a Dios. Debemos saber que lo correcto es amar solo a Dios y entonces vivir con fe. Me gustaría hablarles de esta parte.
Si miramos el pasaje de las Escrituras de hoy, vemos que Jesús entró en el Templo. La gente cantaba alabanzas: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!» (Mateo 21, 9). Jesús entró en la ciudad de Jerusalén sentado en un asno. Expulsó a todos los que compraban y vendían en el templo y tiró las mesas de los mercaderes. Entonces les dijo: «Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Mateo 21, 12-13). Jesús entró en el Templo de Dios y arrojó a los mercaderes. Jesús tiró todas sus mesas y asientos y expulsó a los animales. Después de esto, la gente salió corriendo.
En este pasaje podemos ver que Jesús solo amaba a Dios Padre. Él dijo: «Mi casa es una casa de oración». La gente que cree en Dios debe amarle solo a Él. Solo entonces Dios les dará todo lo que necesiten. Esta es la manera de recibir las bendiciones. Pero la gente estaba sacando provecho del Templo. Vendía palomas y ovejas dentro del Templo mientras que decía creer en Dios. Esta gente estaba ganando dinero mediante el nombre de Dios. ¿Cómo puede la gente buscar solo su beneficio mientras dice creer en Dios? Por supuesto que amarían a Dios. Pero se amaban antes a sí mismos. Con esto no quiero decir que no deban amarse a sí mismos y a otras personas, sino que, cuando amamos solo a Dios, podremos amar a las personas también.
Cuando Jesús entró en el Templo, echó a todos los mercaderes. Curó a los ciegos y a los cojos y recibió alabanzas de los niños pequeños. Entonces, salió de la ciudad y se quedó en Betania. Fuera de la ciudad, cuando el Señor vio una higuera con hojas muy verdes, la maldijo. Se acercó a él pensando que tenía buenos frutos, pero vio que no tenía ningún fruto y que solo tenía hojas bonitas, y por eso dijo: «Que no crezca ningún fruto de este árbol nunca».
¿Qué nos dice todo esto? Si los que dicen que aman a Dios, le siguen solo a Él, darán frutos. Pero el pasaje nos dice que Dios maldijo a la gente religiosa que no da fruto, porque ama a la gente en vez de a Dios. Si la gente solo amase a Dios, recibiría todas las bendiciones de Dios y daría muchos frutos. También amaría a los demás dentro de la Ley establecida por Dios. Pero la gente no lo hace así. Estas palabras también van dirigidas a nosotros.
Nosotros, los nacidos de nuevo, debemos seguir solo a Dios. Esto significa que debemos amar solo a Dios. Solo entonces, a través de nosotros, Dios salva a los que están a nuestro alrededor y les bendice. Nadie puede servir a dos amos. Si intentamos servir a las personas y a Dios a la vez, surge un conflicto en nuestros corazones. Dios nos ama a los seres humanos y sabemos que es bueno amar a los demás.
Pero Dios nos dice que le amemos a Él solamente. La verdad es que solo entonces podemos amar a los demás. Solo cuando amamos a Dios y escogemos a Dios como nuestra primera prioridad, Él nos da todo lo demás. Esta es la ley de Dios. Por todas las Escrituras, han visto al pueblo de Israel ganando riquezas y teniendo la paz cuando seguía solo a Jehová Dios, y cuando cumplía la Ley de Dios. Pero, ¿qué les ocurrió cuando empezaron a amar a la gente y a servir a ídolos mientras decían amar a Dios? Que se arruinaron. Debemos recibir sabiduría de esta lección. Debemos creer en lo que Dios nos dice y debemos amarle solo a Él.
Para recibir las bendiciones de Dios, tengo la responsabilidad de contarles esta verdad, ya la entiendan o no. Si no les guío correctamente, sus corazones se perderán por no haber recibido la instrucción necesaria, y serán malditos por el Señor. Si esto ocurre, será culpa mía. Así que debo enseñarles correctamente, incluso con palabras. Ustedes deben entender esto correctamente. Aunque sus obras sean insuficientes, deben seguir viviendo entendiendo la Palabra y creyendo en ella.
Es fácil recibir la remisión de los pecados. Quien se niegue a sí mismo y acepte la Palabra podrá recibir la remisión de los pecados. Dios ha borrado los pecados de la gente y cualquiera puede recibir la remisión de los pecados. Sin embargo, los que reciben las bendiciones de Dios son los que creen que es justo amar solo a Dios. Solo los que conocen a Dios correctamente y le aman, pueden recibir las bendiciones en espíritu y en cuerpo mientras viven en el mundo.
¿Por qué maldijo Jesús la higuera? Al ver que no daba frutos, la maldijo. ¿Por qué no había ningún fruto en la higuera? ¿Dónde hay higueras que no dan frutos? Las higueras crecen en regiones de clima templado. Por eso hay muchas higueras en Japón, donde el clima es más caliente que en Corea. Por cierto, ¿por qué no dio frutos esta higuera? ¿Dónde estaba esta higuera? Estaba en Israel, donde crecen bien las higueras. Por la intervención divina de Dios, la higuera no dio frutos. Sus hojas grandes dan mucha sombra. Jesús se acercó a la higuera, pero no había frutos, así que la maldijo para que nunca diera frutos.
Si solo miramos el exterior, una persona que solo ama a Dios, puede que tenga defectos, pero su espíritu y su carne reciben bendiciones. Los que saben que amar solo a Dios es lo correcto, aunque cometan errores, reciben abundantes bendiciones de Dios. La gente que sirve a Dios solo siempre recibe bendiciones. Un hombre que solo tiene a Dios en su corazón, un hombre que conoce a Dios y le ama y le sigue ante todo en este mundo, recibe bendiciones aunque se caiga en un agujero mientras camina. Todo lo que hace sale bien.
Sin embargo, si amamos tanto a Dios como a la gente, con estos dos objetos de nuestro amor al mismo nivel, no habrá ningún fruto de fe. Por eso, solo se verán las hojas verdes. Para convertirnos en higueras benditas, debemos amar solo a Dios. Debemos darnos cuenta de que amar solo a Dios es lo correcto. El que los santos reciban bendiciones es muy simple. Recibir la remisión de los pecados es fácil, pero recibir las bendiciones también. Si alguien amase solo a Dios y obedeciese solo a Dios, esa persona recibiría bendiciones. Cuando una persona recibe bendiciones, se puede observar, y se puede decir: «Esa persona está recibiendo bendiciones de Dios».
Sin embargo, hay personas que dicen: «Somos seres humanos, así que debemos hacer esto», pensando que saben más que Dios, y aman a las personas más que a Él. Pero esto tiene que ver con la condición humana débil. Después de recibir la remisión de los pecados, debemos amar solo a Dios. ¿Lo entienden? Debemos amar a Dios en primer lugar, y después podemos amar otras cosas. Amar a la gente está bien, pero no debemos amar a la gente y a Dios de la misma manera. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas y después debemos amar a las personas. Debemos establecer nuestras prioridades.
Esta parte debe estar bien definida en nuestros corazones. Solo entonces podremos dar fruto en nuestras vidas y recibir bendiciones. Pero muchas personas se equivocan después de recibir la salvación. Debemos ayudarles. Debemos tener el siguiente orden en nuestros corazones: amar a Dios ante todo, amar a la gente después, y amar las cosas materiales en tercer lugar. Mientras este orden esté bien definido, Dios hará que demos frutos, y bendecirá nuestras obras.
Dios, en Su poder, hizo que el árbol no diera más frutos. Un árbol puede dar frutos solo si Dios lo permite. ¿Qué poder tenemos nosotros? Debemos entender esta verdad claramente, y debemos mantenernos firmes en la fe. Si esto no está claro en nuestros corazones, aunque hayamos recibido la salvación gratuitamente al decir aleluya, puede que amemos a Dios y a los hombres de la misma manera. Por eso nuestros corazones están mal. Parece que tenemos que amar demasiadas cosas. Queridos hermanos, diferencien bien el amor por Dios y por la gente. Oro por que sepan que es correcto amar a Dios. Oro por que sepan que es correcto tener esta fe.
Es importante tener nuestros pensamientos en orden de esta manera y tener la fe correcta en nuestros corazones. Al hacer esto, podremos amar a las personas en segundo lugar. Si amásemos a Dios en primer lugar y a las personas en segundo lugar, Dios nos lo dará todo. Dios, el Dios del Orden, el Dios Todopoderoso, guiará a esa persona, dará frutos a través de esa persona y entregará Su gracia a través de todo lo que haga esa persona. Asimismo hará que el alma de esa persona prospere. Hará que esa persona prospere en todo y que tenga salud (3 Juan 1, 2). Esto debe estar dentro de los corazones de los santos.
Aunque nuestras obras sean imperfectas, no debemos desfallecer. Como seres humanos, siempre somos insuficientes. Así que, en vez de estar atados por nuestras imperfecciones, debemos seguir viviendo con nuestras prioridades bien establecidas sobre a quién amar ante todo. ¿Lo entienden? Es correcto amar a Dios ante todo. Es correcto amar a las personas en segundo lugar. Es correcto amar las cosas materiales en tercer lugar. No estoy diciendo que no tengan que amar nada más que a Dios. El problema es que la prioridad de su amor es incorrecta, pero si sus prioridades están en buen lugar, no hay problema.
Vamos a echar un vistazo al pasaje de las Escrituras, empezando por el versículo 23: «Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?».
Cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un asno, la gente empezó a lanzar sus ropas en el suelo, y tomó ramos mientras alababa a Jesús: «Bendito es el Hijo de David, que viene en nombre del Señor». En resumen, el pueblo de Israel dio la bienvenida a Jesús llamándole Rey de Israel. Cuando Jesús entró en el Templo con tan gran ovación, arrojó a todos los mercaderes del templo. Entonces curó a un ciego, y maldijo una higuera.
Al ver esto, los fariseos le preguntaron a Jesús: «¡Qué raro! Hay un Hombre que ha aparecido como un cometa. Desde los días de la Creación no ha habido nadie como Él. Gracias a Él un ciego ha abierto los ojos. Ha maldecido una higuera y ha arrojado a los mercaderes del Templo. Hasta ahora no hemos visto nada parecido, pero ¿por qué autoridad hace estas cosas?». Entonces Jesús les preguntó: «Yo también tengo una pregunta. El bautismo de Juan, ¿de quién era? ¿Del cielo o del hombre? Juan el Bautista bautizaba. ¿Era ese bautismo de Dios o del hombre? Decidme». Jesús es muy sabio.
La gente de aquel entonces reconocía a Juan el Bautista como profeta. Durante 400 años, desde el fin del Antiguo Testamento hasta el principio del Nuevo Testamento, no hubo ningún siervo de Dios en Israel. La historia de este período está entre los dos testamentos. Durante estos 400 años, no hubo ningún profeta o siervo de Dios. Todo el mundo estaba corrupto. Pero, Juan el Bautista, vestido con piel de camello, gritó en el desierto: «Arrepentíos, raza de víboras. Venid aquí y sed bautizados. Pronto, Jesucristo, el Hijo de Dios, cargará con vuestros pecados de esta forma. Arrepentíos y creed en el Evangelio. Recibid la salvación al creer en Jesucristo». Muchas personas de Israel, que habían escuchado este grito, volvieron sus corazones hacia Dios, y al volver a Dios, creyeron en Jesucristo y fueron salvadas mediante Su bautismo.
Por eso los fariseos no pudieron contestar a la pregunta de Jesús. No pudieron dar una contestación porque sabían que Juan el Bautista era un profeta. Esta gente decía que amaba a Dios, pero como amaba a Dios y a las personas a la vez, no podían decir que Juan el Bautista venía de Dios. Era la voluntad de Dios que Juan el Bautista viniese a este mundo. Era Elías, a quien Dios había prometido enviar, y era un profeta de Dios, así como el último Sumo Sacerdote que completó la obra justa junto con Jesús, al bautizarle. Así, le daba a la gente el bautismo del arrepentimiento y también bautizó a Jesús. El bautismo que le dio a Jesús era el bautismo de la justicia.
Él era el Sumo Sacerdote, descendiente de Aarón. Estaba claro, pero los fariseos no querían contestar a la pregunta de Jesús: «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía? ¿Del cielo o de los hombres?». Como ya les he dicho, no pudieron contestar porque su amor por las personas era como su amor por Dios. Así que, aunque los fariseos sabían que Juan el Bautista era un hombre de Dios y siervo Suyo, y que la obra de Juan era la obra de Dios, no podían decir la verdad porque estarían traicionando a la gente. Esto se debe a que amaban a la gente más que a Dios. Nosotros somos como ellos. Este problema también lo tenemos nosotros. Tenemos amor por la gente y amor por Dios. Pero tratamos estos dos objetos de amor de la misma manera, sin discriminación. Entonces surgen los problemas. Solo es un problema porque no podemos decir que lo correcto es correcto y lo malo es malo. Entonces no podemos seguir a Dios correctamente y además no podemos recibir Sus bendiciones, y evitamos que los que amamos reciban esas bendiciones. Si de verdad amamos a esas personas, primero debemos amar a Dios ante todo. Debemos amar a Dios en primer lugar, y después a la gente. Al hacer esto, recibiremos las bendiciones de Dios.
Refiriéndose al bautismo de Juan el Bautista, el jefe de los sacerdotes y los ancianos del pueblo contestaron a Jesús, por miedo a la multitud: «No lo sabemos». Entonces Jesús dijo: «Yo tampoco os diré por qué autoridad hago estas cosas». ¿No es Jesús el Hijo de Dios? ¿No es también Dios? Es el Hijo de Dios y Dios mismo. En el Evangelio de Juan 1, 1 está escrito: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra y todo lo que hay en el universo, lo creó con la Palabra. La Palabra dijo: «Que haya luz», y hubo luz. Como dice Juan 1, 1, la Palabra se refiere a Jesús. Nos dice que Jesucristo, el Creador, ha existido desde que Dios creó el cielo y la tierra al principio.
La palabra Cristo significa «el Ungido» (Daniel 9, 25). ¿Quién es el Rey? ¿Quién es el Creador? El Rey, el Creador y el Salvador es Jesucristo. Es nuestro Dios Salvador. En otras palabras, es Dios, quien vino al mundo como Salvador. Hemos recibido la salvación porque nos ha salvado de nuestros pecados. Queridos hermanos, ¿entienden esto?
Pero muchas personas no creen en Jesús, como Dios. Ni siquiera creen que Juan el Bautista fuera enviado por Dios, así que ¿cómo podían creer en Jesús? Si Jesús hubiera dicho: «Soy Dios. Soy el Hijo de Dios» en frente de los fariseos, ¿creen que le habrían creído? Por el contrario, hablaban mal de Jesús y le llamaban blasfemo. Le acusaron y le mataron con falsas acusaciones. Jesús nunca cometió ningún pecado, pero la acusación por la que le mataron era blasfemia, es decir, orgullo ante Dios.
El pueblo de Israel acusó a Jesús. Dijo: «Ese Hombre se hace llamar Hijo de Dios. Dice que es el Rey. Este hombre debe ser condenado a muerte y ser crucificado». Pilatos le preguntó a Jesús: «¿Eres el Cristo?». Jesús dijo: «Tú has hablado». Como no quería matar a Jesús, le dijo: «Si me dices la verdad, te liberaré, porque tengo poder para ello», pero Jesús contestó: «Si Dios no te hubiese dado ese poder, no lo tendrías». Estas palabras significaban: «Te he dado poder para matarme mediante la crucifixión».
Pero el pueblo en aquel entonces no conocía la obra que Jesús estaba haciendo. No podría haberlo sabido porque amaba más a la gente que a Dios, aunque amaba a Dios. Por eso no pudo ver la obra que Dios estaba haciendo. No podían conocerla, creer en ella, recibir la salvación y las bendiciones de Dios. Todo porque no amaban a Dios en primer lugar, sino que amaban a la gente y a Dios en el mismo nivel.
Miremos los pasajes de Mateo 21, 28-32: «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle».
Es correcto amar solo a Dios. Cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, podemos ver qué obra hace. Cuando amamos a Dios en primer lugar, nuestros corazones están en paz y podremos seguirle. Podremos recibir las bendiciones de Dios. La actitud de nuestros corazones debe ser esta. Aunque seamos débiles, nuestros corazones deben amar a Dios ante todo. Debemos amar a la gente en segundo lugar y las cosas materiales en tercer lugar. Cuando estropeamos la obra de Dios, es porque amamos a Dios y a la gente de la misma manera. Por eso nuestros corazones se vuelven oscuros. En el pasaje anterior, el hombre les dijo a sus hijos que trabajasen en la viña. Entonces el hijo mayor dijo: «Yo voy, señor», pero no fue. El segundo hijo dijo: «Yo no iré», pero luego se arrepintió y fue. Entre estos dos hijos, ¿cuál hizo lo que el padre le pidió? El segundo.
¿Saben por qué Jesús dijo esto? Nosotros hemos amado a Dios y a la creación de la misma manera. No teníamos prioridades. Pero, con estas palabras, la Biblia nos dice que el segundo hijo hizo bien. Aunque el primer hijo contestó: «Sí», no hizo lo que dijo. El segundo dijo: «No», pero después se arrepintió e hizo el trabajo.
No hemos hecho bien ante Dios. Hemos amado a Dios y a las personas de la misma manera. Aunque sabíamos que hay que amar a Dios ante todo, no lo hicimos. Así que, aunque no obedecimos a Dios al principio, como el segundo hijo, debemos obedecer la Palabra del Padre ahora y volver a Él. Debemos amar a Dios ante todas las cosas y arrepentirnos, después debemos amar a la gente.
Dios habla de la salvación que nos ha dado, pero también habla de qué tipo de personas entran en el camino de Su justicia, reciben Sus bendiciones y son aprobadas. Desde la creación, muchas personas no han podido recibir la salvación porque han amado a Dios y a las personas al mismo nivel. Habrían sido salvadas si hubiesen amado a Dios ante todas las cosas, pero no pudieron recibir la salvación porque no amaron a Dios ante todo. La gente que sabía que debía amar a Dios más, y lo hizo, pudo recibir la salvación aunque sus acciones fueran insuficientes.
¿Por qué no puede la gente recibir la salvación? Porque aman a Dios y a la gente de la misma manera. Es decir, aman a Dios y a la gente al mismo nivel. Por eso la gente no puede recibir la gracia, el amor y la salvación de Dios. Queridos hermanos, somos iguales. Incluso después de recibir la salvación, aunque sabíamos que debemos amar a Dios ante todo, no lo hicimos. Ahora debemos arrepentirnos en nuestros corazones. Debemos amar a Dios y seguir la Palabra de Dios arrepentidos, diciendo: «Esto estaba mal» y volver a lo que está bien.
Si nos damos cuenta de que está mal amar a Dios y a las personas de la misma manera, debemos arrepentirnos y alabar a Dios en un lugar más elevado en nuestros corazones, al tiempo en que rebajamos a la gente. Entonces, debemos amar a Dios en primer lugar. Esto es lo correcto. Después de empezar a amar solo a Dios, si amamos a la gente como Dios lo ha mandado, entraremos en el camino de la justicia de Dios. Al recibir la salvación y entrar en una vida justa, la luz del sol brillará en nuestros espíritus. Entonces podremos vivir con gloria y bendiciones.
Amados hermanos, debemos amar a Dios ante todas las cosas. Debemos arrepentirnos de haber amado a las personas tanto como a Dios. La gente que se arrepintió de esto en los días de Jesús, eran publicanos y rameras. Jesús acepta a la gente con un corazón humilde. Jesucristo dijo: «De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle» (Mateo 21, 31-32). ¿Cómo vino Juan a nosotros? Por el camino de la justicia. Juan vino a predicar por el camino de la justicia que nos hace justos y nos permite recibir la remisión de los pecados. Muchas personas siguieron a Dios al arrepentirse y convertirse en parte de la justicia de Dios.
Sin embargo, los fariseos no creyeron en lo que está escrito: «Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle» (Mateo 21, 32). ¿Por qué no le creyeron los fariseos hasta el final? Porque amaban a la gente y a Dios de la misma manera. El Señor dice que no pudieron arrepentirse porque amaron a Dios igual que a la gente.
Como bien sabemos Juan el Bautista vino a nosotros por el camino de la justicia. Vino como el siervo de Dios con el camino que nos hace justos. En aquel entonces, Juan el Bautista dijo: «Jesús cargará con todos nuestros pecados al ser bautizado», pero esta gente no creyó en sus palabras. ¿Por qué no? Incluso al mirar su apariencia física, se podía ver que Juan era un siervo de Dios.
La gente podía ver que sus palabras, por mucho que las mirásemos, no eran las palabras de un ser humano, sino que venían de Dios. ¿Por qué no le creyó la gente de aquel entonces? No creyeron las palabras de Juan el Bautista porque amaban a la gente tanto como a Dios. Es más, todas las personas que no habían recibido la salvación eran así. ¿Por qué no podían recibir la salvación? Jesús había borrado todos los pecados del mundo, ¿pero por qué no podían recibir la salvación? Todo lo que tenían que hacer era aceptarla tal y como era. Pero como no tenían espacio para el amor de Dios, porque amaban a la gente demasiado, no pudieron recibir la salvación.
Además, ¿por qué no podían recibir las bendiciones después de haber recibido la salvación? Si los nacidos de nuevo no recibían bendiciones después de haber sido salvados se debía a que no amaban a Dios ante todas las cosas. En otras palabras, amaron a la gente tanto como a Dios, o de la misma manera. Si amamos a Dios ante todas las cosas y después amamos a la gente, Dios nos dará Sus bendiciones. Aunque nuestras acciones sean insuficientes, debemos trazar una línea en nuestros corazones.
Dios nos ordenó: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20, 3). Sus corazones y el mío deben buscar a Dios ante todas las cosas, y después deben amarse a sí mismos, para poder recibir las bendiciones. Si sus hermanos quieren que su casa esté en buenas condiciones, así como sus espíritus y sus negocios; si quieren que sus vidas de fe vayan bien y que sus descendientes estén bien, deben vivir bien ante Dios durante toda la eternidad y recibir Sus bendiciones unidos con la Iglesia. Cuando hacemos esto, recibimos todas las bendiciones de Dios, y no somos los únicos que las reciben, sino también nuestros descendientes y la gente que hay a nuestro alrededor. Esta es la fe que sigue solo la Palabra. Debemos conocer la verdad. Si no la entendemos correctamente, estaremos confundidos. De nuevo, no caeremos en las mentiras de Satanás, el diablo, y estaremos maldecidos.
Queridos hermanos, ¿no deberíamos estar revestidos de la gracia de Dios para vivir una vida bendita? Todos necesitamos la gracia de Dios. No podemos vivir con bendiciones solo con nuestros esfuerzos. Recuerden que si quieren vivir recibiendo la gracia de Dios, deben amar a Dios en primera y última instancia. Solo entonces tendremos este tipo de fe, y saldrán de nosotros acciones de fe correctas, para poder seguir viviendo con la gracia de Dios en todo lo que hacemos, mientras recibimos Sus bendiciones. ¿Creen en esto?
Queridos hermanos, ¿han amado a la gente tanto como a Dios? Sinceramente, aunque hayan recibido la salvación, no sabían que deben amar a Dios ante todas las cosas, y esta verdad no estaba claramente sellada en sus corazones. ¿No han amado a la gente tanto como a Dios sin saberlo? Cuando hacen esto, descubren que sus vidas de fe son difíciles y que caen en un hoyo una y otra vez.
Además, en la vida de fe, deben poner a la gente por debajo de Dios. Deben poner a Dios en el lugar más alto. Solo está bien poner a Dios en el lugar más elevado de sus corazones, para que pueda recibir la gloria, y la servidumbre de Sus santos. Lo correcto es amar a Dios por encima de todo. Esto debe estar claro en nuestros pensamientos, y debe estar en nuestros corazones por fe, mientras decimos: «Amo a Dios ante todas las cosas, y esto es lo correcto». Si hacemos esto, Dios se responsabilizará de nosotros y nos guiará.
Espero que vivan sus vidas con fe en esta verdad. Mientras vivimos, ¿no es cierto que hay muchas dificultades y tareas duras? Sin embargo, la única manera de escapar de todo ese caos y de resolver esos problemas, es poniendo bien las prioridades en nuestros corazones. Si ponemos bien las prioridades en nuestros corazones, las cosas se arreglarán desde ese momento. Si todavía quedan problemas que no están resueltos dentro de sus corazones, sé que Dios los resolverá poco a poco. ¿Creen en esto? Espero que todo el mundo crea en estas palabras, y no solo ustedes y yo.