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Tema 13: Evangelio de Mateo

[Capítulo 18] Los que tienen la fe de un niño pequeño (Mateo 18, 1-4)

Los que tienen la fe de un niño pequeño(Mateo 18, 1-4)
«En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos».
 

Los que tienen demasiadas ideas propias ante Dios son gente malvada. Por el contrario, los que confían en Dios por fe y le siguen al confiar en Él, son personas de fe. Pero seguir al Señor con nuestros pensamientos, en vez de con el corazón, es malvado. Dios aborrece a los que adoran al Señor con sus propios pensamientos en vez de con el corazón. Cuando nos miramos a nosotros mismos ante Dios, ¿qué podemos hacer? ¿Podemos hacer algo bueno y controlarnos? No, ni siquiera podemos controlarnos a nosotros mismos. Hay una canción en Corea que dice: «♪He recibido un comodín, ♬aunque no se cómo cuidar de mí mismo♪». Del mismo modo, no tenemos nada bueno ante Dios, ni nuestros pensamientos, ni nuestra voluntad. Ante Dios, nuestra voluntad es mala, nuestros pensamientos son malos, y no tenemos nada bueno. 
En el pasaje de las Escrituras de hoy, el Señor nos está hablando de los niños pequeños. Cuando los discípulos preguntaron: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». Jesús llamó a un niño pequeño, lo puso en medio de ellos y dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos». Esto significa que en el Reino de los Cielos, los que son como niños son los más grandes. Esto significa que la gente que es como los niños entrará en el Cielo. En otras palabras, Jesús está diciendo que los que se humillan a sí mismos como los niños pequeños pueden entrar en el Cielo y son los más grandes a los ojos de Dios.
Cuando nos miramos a nosotros mismos ante Dios, solo tenemos nuestra fe inocente y nuestros corazones para ser aprobados por Dios. Nuestros pensamientos, nuestras acciones, y todo lo que sale de nuestra voluntad, nunca puede ser aprobado. Lo único que podemos presentar ante Dios es nuestro espíritu inocente. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando el Señor nos dice: «Os he salvado», nosotros debemos creerle como un niño pequeño, diciendo: «Sí, Señor. Me has salvado. Creo en Ti». Ante Dios, no tenemos nada más que presentar aparte de nuestra fe que es tan inocente, frágil y débil como la de un niño. El Señor dijo que la fe de un niño pequeño es la mayor fe de todas.  
Mis queridos hermanos, mientras vivimos nuestra fe, cuando nos examinamos, nos damos cuenta de que no tenemos nada que ofrecer a Dios. Todo lo que tenemos que ofrecer son nuestras debilidades. Tenemos fallas y nuestros pensamientos no son puros, pero aún así, si hay algo que podamos ofrecerle a Dios, es nuestra fe, como la de un niño pequeño. El tener la fe de un niño pequeño significa creer en que el Señor ha borrado los pecados de nuestros corazones. Significa que creemos de todo corazón en lo que el Señor ha hecho por nosotros, y también creemos en lo que hará en el futuro. Aparte de esta fe inocente que tenemos en lo que el Señor ha hecho por nosotros, no tenemos nada más que presentarle al Señor. Si no fuera por esta fe, no tendríamos nada que ofrecer a Dios. Esto se debe a que somos imperfectos. 
El Señor me ha salvado. Ha cargado con todos mis pecados a través de Su bautismo, los ha llevado a la Cruz y ha muerto en ella, se ha levantado de entre los muertos, y ahora está sentado a la derecha de Dios. Creemos que el Señor ha borrado nuestros pecados. No tenemos nada más que esta fe de niño. Si nos quitasen esta fe, ¿qué tendríamos? ¿No nos quedaríamos con nuestras insuficiencias? Para la gente de fe, el Señor ha traído una fe del tamaño de un grano de mostaza, y esta fe es la fe de un niño, inocente, que cree en todo lo que el Señor ha completado. No tenemos nada más que esta fe. De hecho, esta fe es todo lo que importa para la gente de fe. Dios nos ha dado esta fe inocente. A través del Señor, hemos recibido esta fe como la de un niño pequeño. Ahora, no hay nada más que esta fe para nosotros. No podemos conseguir nuestra salvación, así que debemos creer en el Señor que nos ha salvado de todos nuestros pecados. 
En el pasaje de las Escrituras de hoy, los discípulos le preguntaron al Señor: «Ante Ti, ¿quién es el mayor en el Reino de Dios?». Entonces el Señor llamó a un niño pequeño, lo puso delante de sus discípulos y les dijo: «En el Reino de los Cielos, quien se haga tan pequeño como un niño, es el mayor». ¿Quién es el mayor a los ojos de Dios? Los que se humillan, se conocen, y como un niño pequeño aceptan y creen en lo que el Señor ha hecho por ellos. Estos son los mayores en el Reino de los Cielos. En otras palabras, los mayores en el Reino de los Cielos son los que creen en la Palabra de Dios con el corazón, es decir, los que creen en lo que el Señor dijo exactamente son los mayores a los ojos de Dios. 
Los que no son como niños a los ojos de Dios, pero no alardean como el general Naamán, no son hombres grandes. Un hombre fuerte que puede levantar 100 Kg. con una mano no es un hombre grande, porque en el Reino de los Cielos, el que se parece a un niño es un gran hombre. Mis queridos hermanos, ¿hay algo que podamos hacer ante Dios? A no ser que el Señor nos ayude, ¿qué podemos conseguir? ¿Podríamos servir al Señor con nuestros bienes materiales, si el Señor nos lo da? Si el Señor no nos da fuerzas para llevar a cabo nuestras tareas, ¿cómo podremos servirle con nuestros cuerpos? Y si el Señor no nos da sabiduría, conocimiento y facultades mentales, ¿cómo podremos pensar, aprender o recibir algo? ¿Cómo podemos tener una facultad si el Señor no nos la da? Cualquier habilidad que tengamos, la tenemos porque el Señor nos la ha dado. Nosotros somos niños pequeños ante el Señor. Estoy convencido de que todos los que han recibido la remisión de sus pecados son como niños pequeños. Por eso confío en el Señor. 
¿Cuándo se sienten nuestros corazones más cómodos y fieles? Cuando nos damos cuenta de nuestras insuficiencias y nuestros corazones vuelven a ser como el de un niño pequeño, diciendo al Señor con el espíritu de un niño: «Señor, por favor, ayúdame. No puedo hacer nada por mí mismo; te pido que hagas estas cosas por mí». Cuando nuestros espíritus son así de humildes, podemos orar al Señor y recibimos una fe fuerte para creer que Dios escuchará nuestras oraciones. Entonces el Señor obra en nuestras vidas. Todas estas cosas son posibles cuando nuestros corazones son como los de un niño pequeño.
Mis queridos hermanos, ¿qué podemos hacer sin el Señor? ¿Somos buenos por nuestra cuenta ante el Señor en vez de ser como niños pequeños? Todos nosotros somos como niños pequeños. Todo lo que hacemos, lo podemos hacer solo porque el Señor lo permite, y como el Señor nos ha salvado podemos creer en Él como un niño pequeño y nacer de nuevo. ¿Es así? Por supuesto que sí. ¿Qué tenemos aparte de esto? Nada. Cuando analizamos a la humanidad, vemos que en última instancia, la única cosa que se puede salvar es el corazón inocente, es decir, lo único bueno que tiene un ser humano es la aceptación de la fe en la Palabra de Dios. Aparte de esto, no tenemos nada bueno. 
Sin embargo, muchas personas no creen en esto. Aunque el Señor dijo: «El que es como un niño pequeño es el mayor en el Reino de los Cielos», este mundo esta lleno de gente como Goliat, pero los que son como niños pequeños son pocos. Aunque esta gente sea la mejor, vemos que en nuestro planeta hay poca gente así. ¿Y ustedes? ¿Tienen un espíritu humilde? ¿Creen que el Señor les ha salvado de todos sus pecados y creen en todo lo que ha hecho para salvarles de sus pecados? Si de verdad creen, entonces son como niños pequeños. ¿Están cansados de oírme decir que son como niños pequeños? ¿Preferirían ser como adultos? ¿O como jóvenes? Espero que no. Precisamente cuando son como niños pequeños, pueden creer en Jesús simplemente y aceptarle.
Sin embargo, hay muchas personas en este mundo que no tienen un espíritu inocente. No debemos sentirnos insultados por ser como niños pequeños. De hecho, muchas personas no pueden creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, porque sus espíritus no son como el de un niño pequeño. Después de considerar todo esto, estas personas concluyen que el Evangelio del agua y el Espíritu no es lógico, y lo rechazan diciendo: «Si estamos sin pecados, debemos ser santos. Como el Señor nos ha salvado, debemos ser santos. Pero ¿de verdad nos dio Dios las bendiciones espirituales del Cielo y nos hizo hijos Suyos por este método? ¿Solo se puede recibir la salvación de esta manera?».
Hay muchas personas en este mundo cuyos espíritus no se parecen en nada al de un niño pequeño. Sin embargo, cuando me miro a mí mismo, y cuando veo a todos nuestros santos, creo que todos nosotros somos como santos. El hecho de que creamos en lo que el Señor ha hecho por nosotros significa que somos como niños pequeños ante Él. Los que fingen ser inteligentes nunca creerán en este Evangelio, porque no son inocentes como un niño pequeño. Esta gente está feliz cuando hacen lo que quieren con la Palabra de Dios, cuando le añaden o le extraen, o la multiplican por su cuenta. Esta gente no cree en la Palabra de Dios tal y como es. Por eso el Señor nos pide que tengamos la fe de un niño pequeño. 
Mis queridos hermanos, les pido que crean que somos como niños pequeños. A los ojos de Dios somos como niños. Si somos así, debemos creer que el Señor ha borrado nuestros pecados, y debemos creer sin duda en todo lo que el Señor ha hecho por nosotros. Si esto es así, podemos pedirle todo al Señor. Le podemos pedir ayuda. Solo los que tengan un espíritu como el de un niño pequeño pueden orar a Dios, pedirle ayuda y vivir su vida con la ayuda del Señor. Les pido que se den cuenta de que son niños pequeños. Si no lo son, no pueden recibir la ayuda del Señor. ¿Qué dijo el Señor? Dijo: «Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti» (Mateo 11, 23-24). ¿Qué nos está intentado decir el Señor en este pasaje? Nos está diciendo que cuando le pedimos algo a Dios con la fe de un niño pequeño, si confiamos en Él como niños, Él nos ayudará.
Todos debemos darnos cuenta de que el Señor habló a menudo de esta fe inocente en la Biblia, y que dejó claro que este tipo de fe es la mejor. Pero ¿cómo es nuestra fe? ¿De verdad tienen este tipo de fe como la de un niño pequeño? ¿De verdad viven por fe? El Señor nos ha dado esta fe inocente.
Pero a pesar de esto, a menudo ignoramos esta fe, diciendo: «¿Qué tipo de fe es esta?». Dejamos que se nos escape y la ignoramos, y seguimos buscando una gran fe. Pero no encontramos nada, aunque la busquemos. Por mucho que lo intentemos, no tenemos nada que presentar ante Dios. ¿Tienen algo de lo que alardear ante Dios? ¿Tienen una gran fe para presentarse ante Dios? No tenemos nada que ofrecer. Así que creemos en el Señor con una fe inocente y por esta fe recibimos la remisión de nuestros pecados. Además oramos al Señor y le pedimos Su ayuda con esta fe como la de un niño pequeño, y vemos la obra de la fe que se hace posible cuando nuestros espíritus son como el de un niño pequeño. 
Mis queridos hermanos, la fe no es algo que crezca automáticamente desde el principio. Algunos de nosotros pueden pensar: «Hace diez años desde que recibí la remisión de los pecados, así que mi fe debe ser mejor que la tuya, ya que tú la recibiste hace un año». Pero solo porque haga mucho tiempo que tenemos fe, no significa que se vayan a convertir en personas de gran fe. Por mucho que haga que hayan sido salvados, deben darse cuenta de que la fe empieza desde el estado de un niño pequeño. La fe verdadera es creer simplemente que el Señor nos ha salvado, y consiste en seguirle. La fe empieza cuando decimos: «No puedo hacer nada por mi cuenta. Ayúdame, Señor. Creo en Ti». La fe empieza desde este estado inocente.
No quieran abarcar mucho cuando empiecen a tener fe, sino empiecen por creer que el Señor les ha salvado. Desde esta fe en la salvación, recibirán más fe, y podrán pedirle a Dios otras cosas. La fe no sale de ningún otro sitio. La fe les permite pedir ayuda a Dios y recibir una respuesta, pero no por tener una fe tremenda, sino una fe como la de un niño pequeño. ¿Creen en esto, mis queridos hermanos? Aquí empieza la fe. Pero aún así, ¿qué podemos hacer? Seguimos intentando empezar con una fe grandiosa. Esto se debe a que abarcamos demasiado desde el principio y por eso se nos hace tan difícil, si no imposible, creer en la Palabra de Dios.
Mientras seguimos al Señor, cuando le pedimos algo, no debemos dudarlo. Si le oramos con un corazón lleno de dudas, algo que podría ir bien, no se conseguirá. Si, por el contrario, oramos con el espíritu de un niño pequeño, entonces le pedimos a Dios lo que necesitamos por fe y Él nos contestará. Esta fe es muy directa. Cuando empezamos con el espíritu de un niño pequeño y confiamos en Dios con una fe de niño pequeño, todo lo que pidamos, se nos dará. Cuando creemos que Dios contestará nuestras oraciones y le pedimos las cosas por esta fe, diciendo: «Señor, esto es tan importante que no puedes dejarlo pasar. Creo que Tú me ayudarás». Mis queridos hermanos, debemos tener el espíritu de un niño pequeño.
¿Dónde podemos encontrar fe para orar a Dios? Cuando tenemos el espíritu de un niño pequeño, nuestros corazones pueden orar y podemos seguir adelante por fe. La gran fe no aparece al principio, sino que aparece cuando nuestro estado espiritual es como el de un niño pequeño. Nunca debemos permitir que nuestros corazones sean malos o que no conozcan nuestra verdadera naturaleza. Debemos reconocer que el Señor nos ha salvado, y debemos aceptar esta salvación de manera inocente en nuestros corazones por fe, y empezar a caminar con esta fe en Su perfecta salvación. Si no empezamos desde aquí, y pensamos: «Soy un hombre de gran fe», tropezaremos muy a menudo. Espero que todos ustedes sean humildes de corazón. No piensen que tienen una gran fe. Les pido que empiecen su camino en la fe, desde el punto de vista de un niño pequeño. Les pido que sean humildes de corazón. Cuando vuelvan al estado inocente de fe, su corazón estará en paz y entonces podrán ser más valientes en sus vidas de justicia.
Por alguna casualidad dicen: «No tengo fe. Soy una persona sin fe». No tienen fe porque sus corazones están demasiado exaltados; porque piensan que tienen una gran fe. Sé que estoy repitiendo lo mismo, pero la fe empieza al creer en la Palabra de Dios como un niño pequeño, mediante la fe que nos ha salvado. Si se encuentran a sí mismos diciendo: «No tengo fe», esto significa que sus corazones son muy arrogantes. Cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha salvado, ¿cómo es posible no tener fe? El Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados. Creemos en esto de corazón. Esto significa que nuestra fe ha empezado. De ahora en adelante nuestra fe ha empezado. De ahora en adelante debemos orar a Dios y pedirle ayuda. Cuando le pedimos al Señor por nuestras necesidades, ¿no creen que contestará las peticiones de Sus creyentes después de habernos salvado? Por tanto, si tenemos la fe que nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu, podemos recibir la ayuda del Señor. Como hemos recibido la remisión de nuestros pecados a través de nuestra fe, que es como la de un niño pequeño, debemos creer que cuando le pedimos al Señor algo, nos lo dará. Así que tendremos más confianza. Todas estas cosas vienen si empezamos desde la fe que nos ha salvado.
Si intentan empezar desde una fe grandiosa, esto reflejará su ignorancia. Les pido que admitan el hecho de que son como niños pequeños. No deben compararse con otras personas diciendo: «Algunos hermanos y hermanas tienen más fe que yo». Toda fe verdadera empieza al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y al recibir la remisión de los pecados.
Mis queridos hermanos, creo en Dios. Pero ¿de dónde ha salido esta fe en Dios? Mi fe en Dios empezó con creer que el Señor me ha salvado de mis pecados. Aquí es cuando mi fe empezó. Mi fe no empezó de ninguna otra manera, sino al creer que el Señor me ha salvado. Como el Señor me ha salvado, puedo creer en Dios. Así que oro a Dios: «Señor, creo en Ti. Creo que como Tú me salvaste, puedes contestar a mis peticiones y hacer todo lo que te pido. Así que contesta a mis oraciones. Haz esto por mí. ¿En qué me baso para orar de esta manera? En que soy como un niño pequeño.
Seguimos pidiendo a Dios que nos de más y más, pero ¿le hemos encargado que guarde algo por nosotros? No, no le hemos encargado nada, y aún así oramos y le pedimos cosas porque creemos de todo corazón que nos ha salvado y nos ama. Por eso estas oraciones son contestadas. El Señor dice que somos los mayores en el Reino de los Cielos por nuestra fe.
Mis queridos hermanos, ¿somos gente buena ante Dios? ¿No lo somos? Somos grandes personas. Es cierto. Como todos nosotros tenemos la fe de un niño pequeño, somos los mayores en el Reino de los Cielos. Pero cuando la gente escucha lo que predicamos, muchas personas nos ignoran y dicen: «Ni siquiera sabéis lo básico; no sabéis lo que es la fe de un niño». Pero esto se debe a que esta gente no conoce el misterio del Cielo. Hablamos de nuestra salvación todo el tiempo porque es lo que Dios ha hecho por nosotros, y es lo más importante de todo.
Pero otros no tienen el espíritu de un niño, y por eso intentan tener una gran fe que haga milagros. Pero aún así, ¿consigue algo esta gente? No. Les pido que nunca se olviden de que si alguien ha sido salvado, tiene la fe de un niño pequeño. Les pido que empiecen con una fe como la de un niño pequeño. Deben recordar lo que Jesús dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Por ahora, deberían darse cuenta de lo que es la fe de un niño y deberían saber lo que el Señor ha hecho por ustedes con un corazón inocente.
Nadie puede entrar en el Reino de los Cielos a no ser que crea en el Señor como un niño pequeño y crea en lo que Él ha hecho, diciendo: «Señor, Tú hiciste todas estas cosas para salvarme. Creo en Ti». Mis queridos hermanos, ¿creen con un corazón inocente como el de un niño, en que el Señor ha borrado todos nuestros pecados para salvarnos? Queridos hermanos, esto es la verdadera fe. Esta fe nos permite recibir todas las bendiciones del Cielo. Esta fe nos da el derecho de heredar el Reino de Dios. Esta fe no es pequeña. Esta fe, es decir creer como un niño pequeño y decirle a Dios que creemos en Él porque nos ha salvado, es lo que hace posible que tengamos todas las bendiciones del Cielo. Esta fe no es ordinaria, sino que es extraordinaria. No hay mayor fe que esta. ¿Hay alguna fe que sea mayor que esta? No, no hay mayor fe que la que cree que Jesús nos ha salvado de nuestros pecados al cargar con ellos en Su bautismo y al pagar su precio con Su muerte en la Cruz. Esta no es una creencia trivial que pueda ser ignorada.
Por causalidad, ¿hay alguno de nuestros santos que piense en su fe y en su relación con Dios sin creer que el Señor ha borrado todos sus pecados? Mis queridos hermanos, no descarte esta fe. La mayor fe es la que cree que el Señor les ha salvado. Les pido a todos los que están salvados, que mantengan esta fe, y que la tomen como los cimientos para empezar sus vidas de fe. Ahora que han sido salvados, no se deshagan de su fe. Crean que todas las bendiciones empiezan con esta fe en el Evangelio de salvación. No ignoren su fe, porque gracias a ella pueden recibir todas las bendiciones del Cielo.
Mis queridos hermanos, creo en Dios. Mi fe en Dios empezó cuando creí que el Señor había borrado todos mis pecados. Mi fe en toda la obra de Dios, Su poder y todas Sus promesas para mi vida presente y futura, sale de la creencia de que el Señor me ha salvado. Como creo en esto, Él obrará en mí durante el resto de mi vida. Pero si el Señor no me ha salvado, no podré creer en toda Su obra. ¿Cómo podría creer en Él? ¿Cuál sería la base de mis creencias? Sería imposible creer. Sin tener una base, la fe es inútil. Sin embargo, está claro que el Señor ha borrado todos mis pecados. Como creo en esto como un niño pequeño, también creo en el resto de las obras de Dios. Por eso llamo a Dios por fe y vivo por fe. ¿Son iguales ustedes?
La fe empieza al preguntar con persistencia. La Biblia nos da un ejemplo de esta fe. Una persona recibió una visita, pero no tenía nada que ofrecerle a su huésped. Así que fue a casa de un amigo y llamó a la puerta. Era tarde. Su amigo no estaba muy contento con que llamase a su puerta tan tarde, pero cuando escuchó su petición, que decía: «Tengo un invitado en mi casa, ¿me puedes dar algo para ofrecerle?», le dio a su amigo lo que le pedía, ya que no podía ignorar a su amigo, aunque fuera tarde. El Señor dijo: «Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite» (Lucas 11, 8).
Jesús dijo: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?» (Mateo 7, 11). Mis queridos hermanos, aquí empieza la verdadera fe. ¿Creen sin duda que el Señor nos ha salvado y que nos hemos convertido en hijos de Dios? ¿Cree su corazón que el Señor les ha salvado? Si creen en esto por completo, su fe es grandiosa, porque esta fe les hace hijos de Dios, y hace que sus oraciones sean contestadas. Quien crea que Jesucristo les ha salvado, ha empezado su vida de fe. Ahora vive por fe. ¿Creen en esto, mis queridos hermanos?
Les pido que nunca olviden que Dios les ha salvado, que nunca olviden la fe que les permite ser salvados. Aprecien sus vidas y vivan por fe. No la maltraten al intentar encontrar una fe distinta, sino crean que su fe empieza como la de un niño, den gracias al Señor por esta fe y alábenle por haberles dado esta fe.