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उपदेश

Tema 18: Génesis

[Capítulo 2-13] Hemos conocido a Jesucristo, nuestro esposo (Génesis 2, 21-25)

Hemos conocido a Jesucristo, nuestro esposo(Génesis 2, 21-25)
«Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán:
Esto es ahora hueso de mis huesos
Y carne de mi carne;
ésta será llamada Varona,
porque del varón fue tomada.
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban.»
 
 
Primero pasemos a Efesios 5, 31-32: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Esto es un gran misterio, pero hablo de Cristo y la iglesia». El que un hombre deje a sus padres y se convierta en carne y huesos con su esposa es la Palabra que revela el misterio de la relación entre Cristo y Su Iglesia.
El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer en un solo cuerpo. La Biblia dice que para que alguien deje a sus padres y se convierta en uno con Jesucristo, debe creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Creemos que somos hijos de Dios y el pueblo de Su Reino porque creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. La Iglesia de Dios es la Ekklesia en griego. Y significa la reunión de los que Dios ha llamado en el mundo.
Hoy me gustaría hablarles de la Iglesia de Dios, pero primero querría expresar mi gratitud por poder formar parte de la Iglesia de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Estoy muy contento de haberme convertido en miembro de la Iglesia de Dios para poder recibir Su gracia eterna. Antes estaba atrapado en los pecados del mundo e iba a ser destruido, pero gracias al Evangelio del agua y el Espíritu fui salvado y me convertí en un solo cuerpo con el Señor al creer en este Evangelio del agua y el Espíritu. Ahora, los que están casados con el Señor están contentos porque son miembros de la Iglesia y viven con el Señor.
Si no hubiese creído en el Evangelio del agua y el Espíritu y si no me hubiese convertido en hijo del Señor ¿dónde estaría ahora? Cuando pienso en esto de nuevo, le doy gracias a Dios una y otra vez porque ahora vivo en el Señor. No puede estar suficientemente agradecido a Dios por haberme salvado de mis pecados. Sin embargo, cuando me encuentro con gente que todavía no ha conocido al Señor, me acuerdo de que estoy en deuda con todos aquellos que no han recibido la salvación. Me digo a mí mismo: «Si sólo viviera por mi propia carne, ¿valdría la pena vivir?». Sólo podemos ser felices si nuestras vidas tienen sentido.
Ahora puedo entender lo que quiso decir el Apóstol Pablo cuando dijo: «Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros» (2 Corintios 5, 13). Pablo también dijo: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10, 31). Con este pasaje, el Apóstol Pablo nos enseñó claramente por qué debemos vivir. Así que no podría pedir más que vivir por difundir el Evangelio de Dios durante el resto de mi vida, y estar en la presencia del Señor.
Cuando pienso en cómo me he convertido en parte de la Iglesia de Dios, me lleno de gratitud. Antes mi corazón había sido pecador, y recuerdo que mi vida no era recta ante Dios. En aquel entonces, era mera rutina el hecho de darles la mano a los miembros de mi iglesia después del culto, pero a veces me sentía tan avergonzado que no podía ni darles la mano. Cuando reflexionaba sobre mí mismo a la luz de la Palabra de Dios, todos los pasajes apuntaban a mis insuficiencias y me sentía todavía más avergonzado.
En aquel entonces iba al seminario e iba a ser ordenado sacerdote en poco tiempo. Pero mis pecados no habían sido borrados todavía. Así que estaba angustiado y me sentía culpable por atreverme a convertirme en un pastor en esta condición de pecador. Mi alma estaba atormentada por mis pecados y mi conciencia estaba molesta porque un hombre como yo se iba a convertir en pastor, en siervo de Dios. Como está escrito en el Antiguo Testamento: «Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia» (Salmo 127, 1). Este pasaje despertó mi conciencia.
Así que pensé: «Si un pastor es ministro para ganar dinero, se convertirá en un hombre de negocios y no en un pastor». No quiero convertirme en este tipo de pastor, que predica la Palabra de Dios para ganar dinero y que finge ser santo ante la congregación. En aquellos días, cuando iba al seminario, mi alma estaba molesta por mis pecados. Incluso pensé: «¿Tengo que seguir siendo un ministro así, incluso cuando mi corazón está lleno de pecados? ¿No debería dejar el ministerio? ¿No sería mejor que dejara el ministerio y me convirtiese en un frutero para ganarme la vida de manera honesta?». Me parecía que si mi ministerio iba a ser sólo para ganarme la vida, sería mejor vivir como un laico.
De todos modos, estaba muy molesto por mis pecados. Pensé: «Mis pecados no han sido borrados ante Dios, ¿cómo puedo enseñar a alguien a Jesucristo?». Estos pensamientos me dejaron sin esperanza.
En aquel entonces, volví a la Palabra de Dios y empecé a reflexionar sobre los pecados que tenía en el corazón. Por eso Dios dice lo siguiente de mis pecados: «El precio del pecado es la muerte». Si es así, entonces estaba condenado por mis pecados a ser arrojado al infierno, y por eso me di cuenta de que tenía que borrar mis pecados.
Cuando me atormentaban los pecados, solía orar: «Dios, ante Ti no soy un clérigo, sino un pecador». Si tuve suerte en algo, fue en que mi corazón reconoció la Palabra de Dios. Después de un tiempo, por la gracia de Dios, pude encontrar la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. A través del pasaje de Mateo 3, 13-17 en el Nuevo Testamento, encontré la Verdad de la remisión de los pecados y fui librado de todos ellos. En todos aquellos años, vivó cubriendo mi corazón con hojas de parra e intentando esconder mis pecados, pero ahora ya no era necesario.
A través del Antiguo y Nuevo Testamento, pude darme cuenta de que el problema de mis pecados había sido solucionado por Jesús al ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, y pude ver por mí mismo cómo desaparecieron mis pecados. «¡Oh! El Señor fue bautizado por Juan el Bautista por mí. ¡Eso es lo que significa! El Señor fue bautizado por Juan el Bautista para tomar los pecados de la humanidad». Encontré el Evangelio del agua y el Espíritu y la Verdad que me permitiría entrar en el Reino de los Cielos.
Mientras leía la Palabra de Dios, pude entender que todos los pecados de mi corazón fueron borrados para siempre. Entendí por mí mismo que no tenía pecados. Después de entender el significado del pasaje de Mateo 3, 13-17, me quedé sorprendido e incluso preocupado durante un tiempo. Me preguntaba: «¿Qué pasará entonces con todos estos cristianos? ¿Acaso no tienen que creer también en el Evangelio del agua y el Espíritu para poder librarse de sus pecados y nacer de nuevo?».
Me di cuenta de que mi fe se hizo completa a través del bautismo de Jesús y la sangre que el Señor derramó en la Cruz, y de que todos los demás evangelios eran falsos.
Está escrito: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó». Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3, 13-17).
Esta Palabra de Verdad cumplió todas las promesas del Antiguo Testamento, y era la conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En resumen, la Verdad de la salvación es la llave del Cielo.
Entonces pasé a Juan 1, 29: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!». La Biblia dice que el Señor era el Cordero de Dios que aceptó los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se da testimonio de que los pecados del mundo fueron pasados a Jesucristo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista. Descubrí que toda la Palabra de Dios, desde el Antiguo al Nuevo Testamento, estaba dando testimonio de que el Señor tomó los pecados de la humanidad a través de este bautismo y de que pagó la condena del pecado en la Cruz.
Ahora me doy cuenta de que todos mis pecados se han acabado. Pero como no conocía esta Verdad, viví mi vida de fe en vano durante muchos años. Y me di cuenta de que no sólo yo ignoraba esta Verdad, sino que muchos otros cristianos tampoco la conocían, y por tanto, también estaban atados al pecado. Así que me entristecí, porque sabía que ellos no conocían la Verdad: «Jesucristo vino al mundo encarnado en un hombre, cargó con los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista, los llevó a la Cruz, fue crucificado y derramó su sangre como castigo por el pecado, murió en nuestro lugar, se levantó de entre los muertos y así se ha convertido en nuestro Salvador». Todo lo que necesitaban era escuchar esta Verdad y creer en ella.
«¡Ah! Jesús es mi Salvador». Después de creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu de corazón, me di cuenta de que mi corazón estaba sin pecado. Sólo entonces pude creer en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón.
El problema de nuestros pecados se resolvió hace siglos, cuando Jesús vino al mundo hace 2000 años, tomó nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista cuando tenía 30 años, murió en la Cruz a los 33 y se levantó de entre los muertos. En otras palabras, todo el que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu puede ser librado de sus pecados por fe. Jesús se ha convertido en el Salvador de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Al ser condenado en la Cruz, nuestro Señor resolvió el problema de nuestros pecados en pasado, y por tanto ahora es imposible que nuestros pecados existan. Al ser bautizado por Juan y derramar Su sangre en la Cruz, el Señor resolvió el problema de mis pecados y el de todos los demás para siempre.
Como el Señor dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8, 32), Cuando conocemos el Evangelio del agua y el Espíritu, nuestros pecados desaparecen. Como no conocíamos la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, vivíamos como pecadores. ¡Qué gran tragedia es esta! Sin embargo, ahora vivimos en el Evangelio del agua y el Espíritu y no somos pecadores. Nuestros Señor ha borrado nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. Como no conocíamos este Evangelio, vivíamos en vano como pecadores durante todos esos años a pesar de creer en Jesús. Pero ahora ya no somos pecadores, sino justos. Somos el pueblo de Dios. Somos hijos de Dios.
Como Jesús tomó todos los pecados del mundo cuando fue bautizado, ya no hay más pecados. Ni ustedes, ni yo, ni nadie tenemos pecados. Como Jesús cargó con los pecados del mundo al ser bautizado y fue condenado por ellos en la Cruz, ya no hay condena para el pecado. Si la gente de hoy en día conoce al leal Salvador, Jesucristo, y cree en Él, podrá ser salvada de sus pecados. Le doy gracias a mi Dios por hacer que entendiera el Evangelio del agua y el Espíritu. Estoy contento de que todos mis pecados fueran borrados por este Evangelio.
Los nacidos de nuevo nos damos cuenta de la responsabilidad de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a todos los cristianos del mundo. Mis compañeros y yo oramos constantemente a Dios de la siguiente manera: «Dios, inspirarnos para predicar el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo».
Puedo ver cómo todo el mundo recibe la remisión de los pecados. Dios nos ha dado la Palabra de la Verdad. Si sabemos que hemos sido salvados a través del Evangelio del agua y el Espíritu y si creemos en la Palabra de salvación que dice que Jesús ha borrado nuestros pecados al venir al mundo, ser bautizado, morir en la Cruz y levantarse de entre los muertos; y si sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, el Creador que hizo el mundo, nuestro Dios y nuestros Salvador, todos nuestros pecados desaparecerán.
Por eso el Señor nos dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8, 32). Todos podemos encontrar la Palabra de promesa de Jesús que ha cumplido para nosotros, los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu tal y como es.
Lo importante no es cómo interpretan la Palabra de Dios los líderes del cristianismo, sino lo que la Palabra de Dios dice sobre la remisión de nuestros pecados. La Palabra de Dios recoge la Palabra de salvación tal y como es. Si la gente conoce la Palabra de Dios y aceptan Su voluntad tal y como es, todos pueden ser salvados del pecado, porque todas las obras de salvación que nuestro Señor llevó a cabo cuando estuvo en el mundo, están escritas en la Biblia.
Jesús dijo: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15, 7). Si ustedes y yo aceptamos la Palabra de nuestro Señor, esta Palabra borrará nuestros pecados, porque tiene todo poder y autoridad. Creemos en la Palabra de nuestro Señor tal y como está escrita. Todos los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu recibirán la remisión de sus pecados y se convertirán en parte de la Iglesia.
Mis queridos hermanos, para convertirse en parte de la Iglesia de Dios, deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Dios durmió a Adán, tomó una de sus costillas, y entonces hizo a la mujer de la costilla y se la presentó a Adán. Está escrito: «Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis 2, 21-24). Dios hizo a la mujer para que ayudase al hombre (Génesis 2, 18). Esto significa que la Iglesia de Dios es Su instrumento para cumplir Su voluntad.
 
 

¿Por qué tuvo que morir Jesucristo en la Cruz?

 
Jesucristo tuvo que ser crucificado hasta morir porque había tomado los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista. No hay nada difícil en esta Verdad. El que un hombre deba dejar a sus padres y convertirse en un solo cuerpo con su mujer significa que los seres humanos deben recibir la remisión de los pecados y ser un solo ser con el Señor al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Si un hombre no deja el lugar donde nació, es decir a sus padres de la carne, y sigue siendo un niño de mamá, incluso después de casado, su matrimonio fracasará. Hablando en términos espirituales, algunas personas siguen pegados a la gente del mundo incluso después de nacer de nuevo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu deben dejar de lado los pensamientos carnales. Antes de nacer de nuevo, ustedes y yo pensábamos que con tan sólo creer en Jesús y vivir con rectitud hacíamos la voluntad de Dios, y caminamos según nuestros pensamientos carnales. Sin embargo, ahora que hemos nacido de nuevo, debemos abandonar nuestros pensamientos carnales.
Desde el momento en que ustedes y yo nacimos en este mundo, todos éramos pecadores. Como somos descendientes de Adán, nacemos con el pecado en nuestra naturaleza. Hemos heredado el pecado de Adán y Eva a través de nuestros padres de la carne. Así que ya seamos rectos ante Dios o no, somos pecadores, destinados a ir al infierno desde que nacemos por este pecado original.
Nunca podemos dejar de ser pecadores mediante nuestras buenas obras. Por muy rectos que seamos, aunque entreguemos nuestras vidas al Señor, y por mucho que trabajemos por Jesús, no podemos borrar nuestros pecados por nosotros mismos. Por tanto, debemos entender cómo Dios ha borrado todos nuestros pecados por Sí mismo, y debemos creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Ustedes y yo debemos darnos cuenta de cuánto nos ama Dios. Debemos examinar con todo detalle qué método utilizó Dios para borrar nuestros pecados por Su amor hacia nosotros, y debemos creer en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
Para que nuestros pecados sean borrados, debemos dejar de lado los pensamientos que salen de la carne y debemos creer según la Palabra de Dios. Sólo cuando dejamos de lado nuestros pensamientos y aceptamos el Evangelio del agua y el Espíritu, la Palabra de Verdad de Dios, podemos conseguir nuestra salvación. «¿Quién es Dios? Dios decidió salvarnos a través de Su Hijo, pero ¿qué método utilizó para salvarnos? Debemos descubrir la respuesta a esta pregunta en la Palabra de Dios.»
Encarnado en un hombre, Jesucristo vino al mundo como el que salvaría a Su pueblo de los pecados. Está escrito: «Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1, 21). El nombre Jesús significa «el Salvador».
¿Cómo tomó Jesucristo los pecados cuando vino al mundo? Tomó todos los pecados al ser bautizado por Juan el Bautista cuando tenía 30 años. Jesús tuvo que tomar nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, y la Biblia recoge este episodio (Mateo 3, 13-15).
Si la Biblia dice esto, debemos creerlo. Si nuestro Señor nos dice: «El Evangelio del agua y el Espíritu es la Verdad de la salvación», entonces debemos creerlo. Por mucho que pensamos y sintamos, sólo cuando dejamos de lado nuestros pensamientos carnales, podemos comprender el Evangelio del agua y el Espíritu que nuestro Señor nos ha dado y podemos creer en él, y sólo entonces podremos recibir la verdadera remisión de nuestros pecados. Así es cómo podemos convertirnos en el pueblo de Dios y en parte de Su Iglesia. El que nos hayamos convertido en parte de la Iglesia de Dios significa que al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, nos hemos convertido en el pueblo del Reino de Dios, en sus propios hijos.
Si insistimos en mantener nuestras propias emociones, nuestra terquedad, o nuestros propios pensamientos, nunca podremos convertirnos en hijos de Dios, ni entender el Evangelio del agua y el Espíritu, y mucho menos ser parte de la Iglesia de Dios. Mientras estemos sujetos a nuestros propios pensamientos, ninguno de nosotros conocerá la justicia de Dios, ni el Evangelio del agua y el Espíritu. Tenemos que creer en la Palabra de Dios tal y como está escrita: Jesús tomó los pecados del mundo al ser bautizado por Juan el Bautista; fue crucificado y murió en la Cruz diciendo: «¡Está acabado!»; se levantó de entre los muertos y así nos ha salvado de nuestros pecados.
Como esto es lo que Dios nos está diciendo que debemos creer, debemos creer en la obra de Dios, en Su poder, en Su amor, y en la salvación que Dios nos ha dado, con un corazón inocente como el de un niño. Así somos salvados. Tenemos que darnos cuenta de que en lo que concierne a nuestra salvación, no necesitamos nuestros pensamientos carnales.
Mucha gente ha interpretado la Palabra de Dios por su cuenta diciendo: «Esto es lo que debe significar la Palabra», basándose en su conocimiento de las doctrinas cristianas. Ahora, sin embargo, deben darse cuenta de que estas interpretaciones no valen para la salvación de sus almas. A veces, incluso ustedes y yo cometemos errores al juzgar la palabra de Dios según las doctrinas humanas, sin ni siquiera mirar la Palabra de Dios.
Sin embargo, cuando vamos a la Biblia, dice: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová» (Isaías 55, 8). La Biblia está llena de pasajes enteros que demuestran que los pensamientos de Dios son completamente diferentes a los nuestros. Cuando leemos la Palabra de Dios podemos darnos cuenta de que nuestros pensamientos están equivocados. Al ir a la Palabra de Dios, pudimos conocer el Evangelio del agua y el Espíritu; cuando conocimos este Evangelio, nuestros pensamientos cambiaron, nuestra fe y nuestros corazones se transformaron, y nuestras almas fueron salvadas del pecado; y al ser salvados, nos convertimos en hijos de Dios y en parte de Su Iglesia.
Mis queridos hermanos, para convertirse en parte de la Iglesia de Dios, deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. El convertirse en miembros de la Iglesia de Dios es una gran bendición. El poder del Evangelio del agua y el Espíritu de Dios es una bendición enorme. El que nos hayamos convertido en el pueblo de Dios, hayamos dejado a nuestros padres para ser un cuerpo solo con el Señor, y el que nos hayamos convertido en parte de la Iglesia, es el cumplimiento de lo que Dios dijo en Génesis: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (Génesis 2, 25). Esto se debe a que nos hemos convertido en el pueblo de Dios al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Se debe a que nos hemos convertido en una familia con Dios. Esta es la bendición de Dios y el derecho que nos ha dado.
Ustedes y yo hemos recibido unas bendiciones increíbles de Dios. Por tanto debemos conocer bien la Iglesia de Dios. Debemos entender que nos hemos convertido en el pueblo de Dios, y el tipo de derechos que hemos recibido, y al darnos cuenta de esto, debemos tener una autoestima alta y seguir al Señor con gratitud.
Lo que debemos hacer ahora es dejar nuestros pensamientos y unirnos a Dios al creer en Su Palabra. ¿Alguna vez se han unido a la Iglesia de Dios y han dejado sus pensamientos atrás? ¿Alguna vez se han convertido en uno con Jesucristo? ¿Alguna vez han creído en la Palabra que Dios nos dio al unir sus corazones con esta Palabra? Debemos dejar nuestros pensamientos de lado y creer que Jesucristo nos ama, que fue bautizado para tomar nuestros pecados, que llevó nuestros pecados a la Cruz, derramó Su sangre y murió en ella, se levantó de entre los muertos y así nos ha salvado a todos.
La fe nos hace estar bendecidos por Dios. Nuestro Señor está diciendo que como nos amó, como me amó y como amó a toda la humanidad, vino al mundo encarnado en un hombre, tomó nuestros pecados al ser bautizado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, y así nos ha salvado. Así que Dios nos está diciendo que estamos sin pecado, pero ¿de verdad lo creemos? ¿Es así como creemos?
Sólo cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos recibir la remisión de nuestros pecados y convertirnos en el pueblo de Dios por Su gracia. Sólo cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu podemos tener el amor de Dios y creer en él. Si no creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de corazón, estamos traicionando a Dios.
En el principio del Libro de Mateo se explica la genealogía de Jesucristo. Todos los que están incluidos en ella pueden aparecer allí por su fe. Ustedes también pueden pertenecer a la genealogía de Jesús al llevar hasta Él a los que quieren ser salvados. Ustedes pueden hacer esto porque son Su esposa, y pueden dar a luz a otros santos nacidos de nuevo por Él.
Doy gracias a nuestro Señor.