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उपदेश

Tema 18: Génesis

[Capítulo 4-3] El significado espiritual del sacrificio de Abel del primogénito de su rebaño y su gordura (Génesis 4, 1-4)

(Génesis 4, 1-4)
«Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda».
 
 
Cuando estamos ante la presencia de Dios para glorificarle, no debemos acercarnos a través de los rituales religiosos, pero tenemos que acercarnos a Él confiando en lo que ha hecho por nosotros y dándole gracias por Su amor. Solo entonces Dios aceptará nuestra adoración y nos dará el Espíritu Santo abundantemente.
Abel ofreció al primogénito de su rebaño y de su gordura. Cuando se hace un sacrificio a Dios, una persona debe ofrecer un animal y su gordura sin falta. Está escrito muchas veces en la Biblia que tenían que ofrecer esta grasa cuando se acercasen a Dios. ¿Por qué es necesario ofrecer la grasa a Dios? Debido a la gordura del animal mencionada en la Biblia se refiere al Espíritu Santo, al Espíritu sagrado de Dios.
Cualquier ofrenda de sacrificio ofrecida a dios debe ser de un animal puro. Esta ofrenda pura simboliza a Jesucristo. Para que el santo Dios viniese a este mundo encarnado en un hombre, Jesucristo fue concebido en el cuerpo de la Virgen María por el Espíritu Santo, y por tanto es el Hijo de Dios puro. La Biblia nos dice que para eliminar los pecados de la humanidad, Jesucristo ofreció Su propio cuerpo a Dios Padre para que fuese nuestra ofrenda de paz.
Una ofrenda de paz es un sacrificio donde un pecador se queda sin pecados y se reconcilia con Dios ofreciendo un animal, poniéndole las manos en la cabeza. De la misma manera, una ofrenda de paz es igual que una ofrenda del pecado. En el Antiguo Testamento, cuando un israelita cometía pecados, llevaba un animal puro al Tabernáculo como sacrificio, le ponía las manos sobre la cabeza, lo mataba, le sacaba la sangre y le daba la sangre al sacerdote. El sacerdote ponía la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos y ofrecía el sacrificio de expiación por el pecador. Junto con la carne del animal sacrificado, el sacerdote ofrecía su grasa, como Dios ordenó: «Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado» (Levítico 4, 31). Como precedente de este sistema de sacrificios Abel ofreció al primogénito de su rebaño y su gordura a Dios.
Cuando los israelitas ofrecían sacrificios a Dios, ponían las manos sobre el animal del sacrificio, lo cortaban en trozos y lo ofrecían en el altar de los holocaustos. También le sacaban la grasa que había en el hígado y los riñones y se la ofrecían a Dios. Esto simbolizaba la expiación que Jesucristo nos ha traído, profetizando que se convertiría en nuestro Sumo Sacerdote, cargaría con nuestros pecados, ofrecería Su cuerpo a Dios como ofrenda del pecado para borrar nuestros pecados.
Jesucristo es Dios mismo. Pero, para ofrecer Su cuerpo como propiciación a Dios Padre, vino a este mundo encarnado en un hombre. Jesús es Dios y nuestro Salvador. Como Jesucristo sacrificó Su cuerpo como ofrenda del pecado para la humanidad, hemos recibido la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo de Dios. Por eso ahora es posible que los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu entren en la presencia de Dios sin dudarlo para estar con este Dios santo.
Sin embargo, los que no han entendido bien a Jesucristo no pueden ser reconciliados con Dios. Como esta gente todavía tiene pecados en sus corazones, no pueden acercase a Dios. Para reconciliarse con Dios hay que entender la perfecta ofrenda de paz que Jesús hizo y creer en ella. Pero a pesar de este requisito, muchas personas no pueden limpiar sus pecados, todo porque no significan que Jesús es Dios. No conocen la ofrenda perfecta de paz que Jesús hizo y por tanto no creen en Él. Aunque sacrificásemos miles de animales y los ofreciésemos a Dios, ¿los aceptaría? ¿Aceptaría Dios estos sacrificios? Aunque muchos cristianos se sientan mal por Jesús, pensando en lo mucho que sufrió en la Cruz y en lo avergonzado que debía estar, no pueden acercarse a Dios Padre al creer de todo corazón que Jesús es divino, y como resultado no han podido recibir la remisión de los pecados.
El que Abel ofreciese la grasa del primogénito significa que había creído en la salvación que prometía que Dios, que es la palabra, vendría al mundo encarnado en la carne. Como Jesús es Dios mismo, la obra de la expiación que llevó a cabo es perfecta y por tanto al creer en esta obra de salvación, hemos sido salvados del pecado. Si Jesús fuese un mero hombre mortal, sería imposible ser salvados de nuestros pecados. Si Jesús no fuese divino, incluso Su muerte en la Cruz no valdría para nada. Para que los seres humanos sean salvados del pecado al creer en Dios, Dios tiene que venir a este mundo encarnado en un hombre para convertirse en nuestro sacrificio, tomar los pecados del mundo a través de Su bautismo y morir en nuestro lugar. Solo si Jesús es divino se puede convertir en el verdadero Salvador de la humanidad, y solo si entendemos esta Verdad podemos ser salvados.
Hoy en día hay muchos cristianos que piensan que Jesús solo era un hombre, aunque digan creer en Él como su Salvador. La gente así no puede ser salvada de los pecados. Solo los que creen que Jesús es Dios pueden ser salvados. Además, una persona debe saber y creer que Jesús fue bautizado en el río Jordán para cargar con nuestros pecados y que sufrió una muerte cruel en la Cruz para ser condenados por nuestros pecados en nuestro lugar y solo entonces podrá ser salvada.
Fue completamente justo que Jesucristo cargase con los pecados de este mundo a través de Su bautismo y así se convirtió en nuestro sacrificio para pagar por estos pecados. Por eso, cuando Jesús estaba a punto de ser bautizada por Juan el Bautista mediante la imposición de manos, le dijo a Juan: «Permíteme hacer ahora pues conviene así cumplir toda justicia» (Mateo 3, 15). Por tanto, nuestro trabajo es creer en este Evangelio de Verdad. Aunque todos merecíamos ser malditos, para borrar todos nuestros pecados, Dios Padre tomó a Jesucristo como nuestra ofrenda de paz y erradicó nuestra vergüenza, maldición y sufrimiento a través de Jesucristo. Así es como hemos sido salvados.
La Biblia dice que Dios no aceptó a Caín y su ofrenda porque Caín ofreció el fruto de la tierra como su ofrenda a Dios (Génesis 4, 5). En este sacrificio de Caín no había sangre para pagar por su vida. El agua y la sangre es lo que lava los pecados de la gente. Somos liberados de nuestros pecados cuando creemos que Jesús es Dios y que tomó nuestros pecados a través de Su bautismo y Su muerte en la Cruz. Dios no podía aceptarnos a los seres humanos porque teníamos demasiados pecados. Así que, para derrumbar este muro de pecados que nos separaba de Dios, y para borrar todos nuestros pecados, Dios tomó a Su Hijo como sacrificio puro, para ser nuestra ofrenda de paz para el Padre. Y el Señor ha eliminado todos nuestros pecados de la manera más justa.
Para entender exactamente cómo han sido eliminados nuestros pecados primero debemos examinar el sacrificio del Antiguo Testamento y el eterno sacrificio del Nuevo Testamento de cerca.
En primer lugar, Levítico 4, 28-31 describe los sacrificios diarios ofrecidos por los israelitas en el Antiguo Testamento. Leemos: «Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y delinquiere» (Levítico 4, 27).
Antes de construir el Tabernáculo, Dios nos dio la Ley. Esto se debe a que la Ley permitió que la gente se diese cuenta de sus pecados (Romanos 3, 20). A través de la Ley Dios permitió que los israelitas se diesen cuenta de sus pecados primero y después pudiesen entrar en el Tabernáculo y recibir la remisión de los pecados a través del sistema de sacrificios. La gente común aquí se refiere a todos los israelitas. Cuando una persona común se daba cuenta de que era pecadora por no cumplir los mandamientos de Dios, llevaba un animal puro al Tabernáculo, le ponía las manos sobre la cabeza, lo mataba, ofrecía la sangre a Dios y así se reconciliaba con Dios. Esta era la salvación de la gracia de Dios que recibió el pueblo de Israel.
Levítico 4, 29 dice: «Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto». La ofrenda del pecado aquí se refiere al animal del sacrificio que tenía que morir en lugar del pecador. La ofrenda del pecado aquí se refiere al animal del sacrificio que aceptaba las iniquidades de los pecadores a través de la imposición de manos, y el animal moría en su lugar. “La imposición de manos” aquí significa “pasar o transferir”. Si una persona poseída por demonios pone las manos sobre otra persona, esa persona también es poseída. De la misma manera, los pecados también se pasan a través de la imposición de manos. Levíticos 1, 14 dice que un pecador pasaba sus pecados a través de la imposición de manos y después debía matar al toro que los recibía. El método de cualquier sacrificio ofrecido a Dios debe realizarse según este sistema de sacrificio.
Levi es el nombre del tercer hijo de Jacob (Génesis 29, 34). El nombre de Levi significa “unido a” Dios. El mensaje del Libro de Levítico es que Dios restauraría la paz con Él al limpiar los pecados que nos habían separado de Dios. Está escrito: «Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová» (Levítico 1, 3). Este pasaje significa que el sacrificio ofrecido a las puertas del Tabernáculo de la Reunión tenía que ofrecerse de una manera que sea aceptada por Dios.
Para ofrecer este sacrificio, que era aceptable y bueno a los ojos de Dios, los israelitas tenían que poner las manos sobre la cabeza de sus holocaustos. La Biblia nos dice que solo entonces se podía recibir la redención.
Cuando la gente común del Antiguo Testamento recibía la remisión de los pecados a diario, primero pasaban los pecados al animal del sacrificio mediante la imposición de manos, le sacaban la grasa, la cortaban a trozos, y se la ofrecían a Dios. Pero antes de quemar el sacrificio su sangre se ponía en los cuernos del altar de los holocaustos. ¿Qué significa este ritual?
La Biblia dice:
«El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro
y con punta de diamante; esculpido está
en la tabla de su corazón,
y en los cuernos de sus altares» (Jeremías 17, 1).
Hablando espiritualmente, los cuernos del altar de los holocaustos se refieren al Libro del Juicio donde los pecados de la humanidad se escriben ante Dios (Apocalipsis 20, 12). El que la sangre del sacrificio se pusiese en los cuernos del altar de los holocaustos nos enseña que, aunque el pecador era el que tenía que morir como precio por sus pecados, la sangre de su sacrificio se ofrecía como precio por su vida. En otras palabras, cuando Dios veía la sangre en los cuernos del altar de los holocaustos, lo reconocía como pago por el precio del pecado. Esto se debe a que el precio del pecado es la muerte.
El sacerdote entonces derramaba el resto de la sangre en el suelo debajo del altar de los holocaustos. Este suelo en la base del altar se refiere al corazón de los seres humanos. ¿Por qué derramaba el sacerdote la sangre en la base del altar? Cuando una persona comete un pecado, el pecado se escribe en la tabla de su corazón. Aunque este pecado se cometa sin querer, como error, y por tanto el pecador piense que este pecado se ha olvidado, permanece en su corazón y se le recordará constantemente. Así que la sangre del sacrificio se derramaba en la base del altar para recordar que había que limpiarse la conciencia. Cuando un pecador veía la sangre de su sacrificio en la base del altar, se daba cuenta de que era él quien tenía que haber derramado su sangre y morir como este animal, y volvía con profunda gratitud, dando gracias a Dios por aceptar el sacrificio de este animal en su lugar. Aunque todo el mundo con pecados tenía que morir, como Dios amaba a la humanidad, permitió a los pecadores del Antiguo Testamento acercarse para recibir la remisión de los pecados a través del sistema de sacrificios, mediante el cual los pecados eran pasados a los animales que después tenían que morir en su lugar.
Este era el método mediante el que la gente del Antiguo Testamento recibía la remisión de los pecados y podía acercarse a Dios. Sin embargo, estos sacrificios diarios eran muy pesados porque tenían que ofrecerse un día sí y otro no. Y los pecados por los que no se ofrecían sacrificios se acumulaban en los corazones de los israelitas. Así que Dios les dio otra manera de expiar sus pecados anuales para no caer en la desesperación completa.
Está escrito en Levítico 16, 29-30: «Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová». Como está escrito aquí que Dios estableció el décimo día del séptimo día como el Día de la Expiación. Dios estableció este día para que fuese el día en que todos los pecados eran eliminados, no solo para el pueblo de Israel, sino para todos los extranjeros que viviesen entre ello, y les dijo que no trabajasen ese día.
Todos los días, el décimo día del séptimo mes se señalaba como el Día de la Expiación cuando todos los pecados anuales de los israelitas eran expiados. Los sacerdotes ordinarios no podían realizar el sacrificio ofrecido ese día, sino que era Aarón mismo quien debía realizarlo. Para ofrecer el sacrificio que sería la expiación de los pecados anuales de los israelitas para siempre, Aarón tenía que realizar la expiación de sus pecados y los de su casa primero. Así que tomaba un toro puro, le pasaba los pecados de su casa y los suyos mediante la imposición de manos sobre su cabeza, mataba al toro y ponía la sangre en el Lugar Santísimo. Entonces ponía el dedo en la sangre y la esparcía siete veces sobre el Arca de la Alianza dentro del Lugar Santísimo, es decir, en el Propiciatorio de la cara Este (Levítico 16, 11-14).
Al haber expiado sus pecados y los de su casa, Aarón tomaba dos cabritos, echaba suertes, llevaba a uno al Tabernáculo y lo sacrificaba ante Dios en nombre de todo su pueblo. Después de poner las manos sobre el cabrito, lo mataba y le sacaba la sangre, Aarón tomaba la sangre y la llevaba al Lugar Santísimo, donde la esparcía sobre el Propiciatorio como había hecho con la sangre del toro.
¿Qué significaba esparcir la sangre siete veces? En la Biblia el número siete significa la perfección. En otras palabras, el que la sangre del sacrificio fuese esparcida siete veces implica que Dios ha redimido perfectamente los pecados de la gente. Aarón llevaba cascabeles de oro en el borde de sus vestiduras, y cuando caminaba por el Tabernáculo el sonido de los cascabeles se podía escuchar perfectamente. Así que cuando Aarón esparcía la sangre sobre el Propiciatorio, el sonido de los cascabeles también se oía. Fuera del Santuario la gente esperaba ansiosa hasta que los cascabeles sonaban siete veces.
El pueblo de Israel recibía la remisión de los pecados de esta manera, pero cuando estaba fuera del Tabernáculo, había algunos que dudaban si sus pecados habían sido pasados o no. Así que el Sumo Sacerdote salía del Tabernáculo y ofrecía otro sacrificio con el otro cabrito mientras la gente lo miraba. Delante del pueblo de Israel que traía sus pecados anuales, Aarón ponía las manos sobre la cabeza del cabrito y confesaba todos los pecados del año entero. Cuando quitaba las manos del cabrito, todos los pecados pasaban a la cabra. De las manos de un hombre adecuado era abandonado, llevando los pecados de los israelitas lejos de ellos, tan lejos como el este es del oeste (Salmo 103, 12), y permitiendo que recibiesen la remisión de los pecados. Este cabrito se conocía como el chivo expiatorio. La palabra chivo expiatorio significa ser enviado. Cargando con los pecados anuales de Israel, este chivo expiatorio se perdía por el desierto hasta morir y así pagaba el precio de los pecados de los israelitas en su lugar, el pueblo de Israel recibía la remisión de los pecados de esta manera (Levítico 16, 21-22). El pueblo de Israel miraba cómo este cabrito era llevado al desierto.
Refiriéndose al Día de la Expiación, Dios dijo en la Biblia: “Esto será un estatuto para vosotros para siempre” (Levítico 16, 29). Este estatuto, en otras palabras, profetizaba el sacrificio eterno de la expiación. Después de todo, ¿cómo podía un animal eliminar los pecados para siempre? El chivo expiatorio es el precursor de Jesús. Mediante la imposición de manos, nuestro Señor Dios recibió el bautismo en Su cuerpo completamente santo y sin pecado, y así aceptó todos nuestros pecados y nos permitió recibir la remisión eterna de los pecados. Jesús vino como el Salvador que salvaría a Su pueblo de sus pecados (Mateo 1, 21).
Cuando Jesús cumplió los 30 años, comenzó Su ministerio público para borrar todos nuestros pecados. Cuando pasamos a Mateo 3, 15, vemos cómo Jesús estaba ordenando a Juan el bautista que le bautizase diciendo: “Permíteme hacer ahora, pues conviene así que cumplamos toda justicia”. Este pasaje significa que era necesario que Jesús fuese bautizado para borrar todos los pecados de la humanidad. De la misma manera en que Aarón era el representante del pueblo de Israel, Juan el Bautista era el representante de la humanidad. Refiriéndose a Juan el Bautista, Jesús dijo: «Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11). Para que Jesús aceptase todos los pecados de la humanidad tuvo que ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de toda la humanidad. El bautismo que Jesús recibió comprendía la imposición de manos de Juan el Bautista y la entrada y salida de Jesús en el agua. El que Jesús fuese sumergido aquí implica Su muerte y el que saliese implica Su resurrección.
La imposición de manos y el bautismo tienen el mismo significado. En el Antiguo Testamento, el pecado se pasaba mediante la imposición de manos; mientras que en el Nuevo Testamento, esto se hizo mediante el bautismo de Jesús. Jesús no fue bautizado porque fuese humilde, sino para eliminar los pecados de la gente. Jesús no fue bautizado porque fuese humilde, sino porque tenía que eliminar los pecados de todo el mundo, es decir para cumplir toda justicia. Como Jesús aceptó todos los pecados de la humanidad, todos los pecados cayeron sobre Su cabeza. No fue crucificado en Su estado sin pecados, sino cargando con todos los pecados del mundo sobre Su cuerpo. Está escrito: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53, 5). Jesús fue herido por nuestros pecados y murió en la Cruz para pagar la condena por nuestros pecados. Si Jesús hubiese muerto sin ser bautizado, entonces Su muerte sería irrelevante para nosotros.
El sacrificio de Abel descrito en el pasaje de las Escrituras hacía referencia a nuestra salvación que nos trajo el sacrificio de Jesús, quien a pesar de no tener pecados, cargó con nuestros pecados y se sacrificó ante Dios como nuestra ofrenda de paz. Cuando Jesús fue bautizado, nuestros pecados fueron pasados a Él. La salvación se alcanza solo cuando se cree en esto.
Pasemos a Juan 1, 29: «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». El día después de que Juan el Bautista bautizase a Jesús, dio testimonio de Jesús diciendo: “He aquí el Cordero de Dios que ha cargado con todos nuestros pecados”. Cuando Juan el Bautista pasó nuestros pecados a Jesús mediante la imposición de manos sobre Su cabeza, todos los pecados de nuestros corazones fueron completamente eliminados.
La palabra bautismo significa “pasar”, “enterrar” y “lavar”, lo que tiene el mismo significado. A través de este bautismo, Jesús cargó con todos nuestros pecados, con todos los pecados que hemos cometido y cometeremos durante todas nuestras vidas. Aunque cometamos errores, seguimos sin tener pecados. No podemos ir al Cielo a través de nuestras buenas obras, sino al creer de todo corazón que Jesús eliminó todos nuestros pecados. Como Jesús tomó todos los pecados de la humanidad para siempre, no hay más pecados en este mundo. Todo el mundo está sin pecado pero muchas personas no creen que Jesús tomase sus pecados y por eso van a ir al infierno con todos los pecados. Por el contrario, todos los que creen en Jesús correctamente son justos, porque han recibido la perfecta remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Todos los que no tengan pecados son justos. Los que tienen una fe perfecta no tienen pecados en sus corazones.
Jesús entregó Su vida por nosotros y derramó Su sangre hasta morir en nuestro lugar. Y justo antes de dar Su último suspiro en la Cruz, gritó: “Está acabado” (Juan 19, 30). De esta manera, Jesús ha eliminado todos los pecados del mundo para siempre. La Biblia nos dice que nuestra salvación ha sido completada, declarando que a través de un sacrificio expiatorio, Jesucristo, Dios ha hecho perfectos para siempre a los que han sido santificados (Hebreos 10, 14). Todos los que creemos en esta Verdad estamos sin pecados para siempre.