(Efesios 4, 1-16)
«Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
¿Cómo deberíamos vivir ahora que hemos recibido las bendiciones de Dios?
Retomando el hilo del sermón de esta mañana, me gustaría seguir compartiendo la Palabra de Dios con ustedes esta tarde. En la reunión de esta mañana hemos examinado cómo hemos recibido las riquezas tan grandes de la gracia de Dios, y qué nos ha dicho Dios. Me gustaría pasar esta tarde hablando de este tema en más profundidad. La Biblia dice que Dios nos ha dado las riquezas increíbles de Su gracia, pero ¿qué significa esto? Significa que Dios no solo ha redimido todos nuestros pecados, sino que nos ha hecho Su pueblo y nos ha bendecido para vivir para siempre, dándonos el derecho a reinar en el Reino de los Cielos como hijos Suyos y de gobernar sobre todo lo que Dios ha creado como sus maestros.
Por eso el Apóstol Pablo dijo: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4, 1-3). Nos hemos revestido de estas riquezas inalcanzables de gracia. Como Pablo también recibió esta gracia abundante de Dios, dijo: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4, 1-3).
Como la Biblia dice aquí, debemos caminar de manera que merezcamos la llamada que hemos recibido. Como el Apóstol Pablo nos avisó aquí, todo cristiano debería caminar con humildad y gentileza, tratando a los demás con paciencia y amor según la Palabra de Dios. La Biblia dice que como nos hemos vestido de las riquezas extraordinarias de la gracia de Dios y Sus bendiciones, todos debemos ser humildes, amables y pacientes con los demás y tratarnos con amor. En otras palabras, como Dios nos ha dado tanto amor, nos ha bendecido tanto, y nos ha tratado con paciencia y amabilidad, nos ha pedido que vivamos con fe en este mundo para merecer las bendiciones inmensurables de Dios.
Si de verdad sabemos que hemos recibido las bendiciones extraordinarias de Dios, debemos vivir por fe. Si hemos recibido la remisión de los pecados y nos hemos convertido en el pueblo de Dios a través del Evangelio del agua y el Espíritu, esto significa que no tenemos nada de lo que alardear por nosotros. De hecho tenemos muchos fallos y por tanto debemos darle gracias a Dios por Su gracia y glorificarle. Así que consigamos lo que consigamos, debemos darle las gracias a Dios por fortalecernos, y debemos confesar que lo que hemos conseguido ha sido posible solo gracias al poder y las bendiciones de Dios.
El Señor también nos dijo que fuésemos amables. Nadie que sea justo odia a otra persona o intenta hacerle daño. Cuando Dios nos dijo que caminásemos con amabilidad, quería decir que debíamos tratarnos con amabilidad y ayudarnos los unos a los otros a vivir una vida mejor. Por eso Dios nos pidió que nos tratásemos con amor (Efesios 4, 2). Aunque tengamos muchos fallos, como el Señor nos ha dado las bendiciones extraordinarias de Su gracia, no solo hemos sido salvados, sino que hemos recibido el derecho a reinar en el Reino de los Cielos y estar benditos para siempre en toda su gloria. Dios nos dijo claramente en el pasaje de las Escrituras de hoy que si queremos vivir por fe como Su pueblo redimido, debemos tratarnos los unos a los otros como Dios nos ha tratado, tolerar nuestros errores y apreciarnos.
Pablo nos recuerda continuamente que debemos vestirnos de las riquezas extraordinarias de la gracia de Dios. Hemos recibido tantas bendiciones espirituales del Señor que no podemos contarlas todas, y nuestro Señor nos está diciendo a todos: «Si os habéis vestido con las riquezas extraordinarias de Mi gracia, debéis caminar mereciendo Mi llamada». Esto es lo que nos está diciendo el Señor a todos nosotros. Así que debemos vivir siempre por fe en la Palabra de Dios, recordando que Dios nos ha dado estas riquezas de Su gracia.
El Apóstol Pablo nos está hablando a los miembros de la Iglesia de Dios. El Señor nos dijo que intentásemos mantener la unidad del Espíritu mediante la paz (Efesios 4, 3). Este pasaje significa que, como el Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados, no debemos romper la unidad de esta salvación. En otras palabras, como Dios vino al mundo encarnado en un hombre y nos salvó de todos los pecados del mundo a través del Evangelio del agua y el Espíritu, tenemos la tarea de defender la unidad del Reino de Dios. Nuestro Señor nos dijo claramente que no nos odiásemos los unos a los otros o cayésemos en discordia, sino que mantuviésemos la unidad del Espíritu en paz. Nos dijo que defendiésemos el Evangelio del agua y el Espíritu por fe, y que mantuviésemos el cuerpo de Cristo en el que Señor nos ha unido, sin dejar que se separe. De hecho, es absolutamente imperativo que vivamos por nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. Debemos soportarnos los unos a los otros y ayudarnos, manteniendo la unidad del amor, defendiendo nuestra fe, y preservando la unidad del Señor.
Confíen en los líderes de la Iglesia nombrados por Dios y síganlos
En Efesios 4, 4-5 Pablo habló de la Iglesia de Dios y explicó lo que era: «Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; una fe, un bautismo». Este pasaje explica claramente que la Iglesia de Dios es el cuerpo de Cristo. Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia de Dios. Él es la viña y todos nosotros somos Sus ramas. Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el tronco de la viña y nosotros somos Sus ramas, y del mismo modo en que el tronco de la viña y sus ramas son un todo, Dios y todos los miembros de Su cuerpo son un todo. La Iglesia de Dios es Su cuerpo. Nosotros somos obreros del Reino de Dios y Su pueblo. Dios Padre había planeado salvarnos en Jesucristo. Por eso Jesucristo vino al mundo para cumplir el plan del Padre, y así ha conseguido nuestra salvación a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Además, el Espíritu Santo vive en los corazones de todos los que hemos recibido la remisión de los pecados. Como somos un todo Pablo dijo: «Como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación» (Efesios 4, 4).
De hecho, como nos hemos convertido en miembros de la Iglesia, el cuerpo de Dios, somos uno con el Espíritu Santo que vive en nuestros corazones. Nosotros constituimos la Iglesia, el cuerpo de Dios, y hemos recibido la llamada de Dios. Como Dios nos ha llamado a recibir las riquezas extraordinarias de Sus bendiciones, ahora podemos vivir en una esperanza. Nosotros debemos vivir por fe y darnos cuenta de las bendiciones extraordinarias que nos esperan.
Es absolutamente imperativo que entendamos que Jesucristo nos ha dado las riquezas inalcanzables de Su gracia a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Cuántas bendiciones nos ha dado Dios? Por supuesto, es posible que nos sintamos defraudados si no conseguimos lo que queremos. Incluso podemos sentirnos desesperados pensando que estamos solos mientras todo el mundo prospera, y podemos sentir que no hemos recibido ninguna bendición de Dios. Sin embargo, todos debemos darnos cuenta de que todos vamos a disfrutar de toda la gloria en el Cielo.
Por eso el Apóstol Pablo habló de la Iglesia de Dios aquí. Hoy Dios nos está diciendo: «Habéis recibido muchas bendiciones. El sufrimiento que estáis experimentando ahora no puede compararse con la gloria que disfrutaréis en el futuro. Os espera una vida extraordinariamente gloriosa a todos. Viviréis una vida gloriosa para siempre. Así que sabed que habéis recibido estas bendiciones maravillosas y vivir por la fe». De hecho, nosotros debemos creer de todo corazón que Dios nos ha dado bendiciones abundantes y extraordinarias y que las disfrutaremos en el futuro aún más. Por supuesto, es absolutamente imperativo tener fe en que disfrutaremos de todas las bendiciones de Dios algún día.
Si no tenemos esta fe y esperanza, acabaremos buscando solo lo que hay en este mundo y dejaremos que estas cosas guíen nuestras vidas. Una vida cuya esperanza está en las cosas terrenales no es el tipo de vida que Dios quiere que vivamos. El Señor dijo que la fe, la esperanza y el amor siempre reinarán, pero lo mejor de todo es el amor. No solo tenemos fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, sino que tenemos fe en el amor de Dios y la esperanza de vivir en el Reino de los Cielos. Estamos viviendo en este mundo como personas que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, pero si no buscamos la gloria que disfrutaremos en el Reino de los Cielo, no estaremos viviendo una vida cristiana. Toda vida cristiana de un santo debe dirigirse hacia la gloria que le espera. Por eso estamos viviendo nuestras vidas de fe para predicar el Evangelio en este mundo. Es decir, los justos están viviendo para servir al Evangelio del agua y el Espíritu.
Nuestra fe viene de una misma fuente
La Biblia dice en Efesios 4, 5 que hay «un Señor, una fe, un bautismo». Todos los que creen en la justicia de Dios; todos los que han recibido la remisión de los pecados al creer en Jesucristo como su Salvador; todos los que llaman al Padre de Jesucristo como su propio Padre y viven por fe; y todos los que han sido redimidos de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu en esta era; todos cree que hay «un Señor, una fe, un bautismo» (Efesios 4, 5). Nuestro Maestro es Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos ha salvado de todos los pecados del mundo. Es el Dios que nos ha dado la bendición eterna de salvación.
Como dice la Biblia aquí, solo hay una fe. Esto significa que nuestra fe en la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu es una. No hay ningún otro verdadero Evangelio a parte de este Evangelio. Solo hay una fe que puede salvar a todo el mundo del pecado. La fe que nos permite ser salvados de todos nuestros pecados es una, y por eso tenemos una misma fe en la gloria y en las bendiciones que disfrutaremos en el futuro. La creencia en que nos convertiremos en hijos de Dios es también una. En resumen, todas nuestras creencias vienen de una misma fuente.
Este pasaje de las Escrituras también dice que hay solo un bautismo. El Señor es nuestro Salvador que nos ha salvado al venir al mundo, cargar con todos los pecados del mundo para siempre al ser bautizado por Juan el Bautista, morir en la Cruz, y levantarse de entre los muertos. En realidad solo hay un bautismo. Del mismo modo en que hay una fe, hay solo un bautismo. Por esta fe común hemos sido limpiados de todos nuestros pecados. En otras palabras, solo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu hemos recibido la remisión de los pecados.
¿Hay alguno de ustedes que haya recibido la remisión de los pecados al creer en cualquier otro evangelio que no sea el Evangelio del agua y el Espíritu? ¿Es posible recibir la remisión de los pecados de maneras diferentes, algunos de esta manera y otros de otra? ¡Por supuesto que no! En la Iglesia de Dios solo los que creen en la justicia de Jesucristo están salvados, y no hay otra manera de alcanzar la salvación a parte de esta. Este es el cumplimiento del plan de salvación que Dios Padre hizo en Cristo incluso antes de la creación del mundo.
Al haber planeado salvarnos de todos nuestros pecados, Dios nos ha dado el Evangelio de la salvación, y este Evangelio no es otro que el Evangelio del agua y el Espíritu. Este Evangelio nos ha lavado para siempre con el bautismo de Jesús y Su sangre. Por tanto, la fe que nos salva a todos es la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, el único Evangelio de salvación.
El Señor nos ha borrado todos los pecados al ser bautizado por Juan el Bautista en el mundo. Por eso nuestra fe y salvación han venido de una misma fuente. Solo hay un bautismo, un Señor, y una fe. No hay más que un Evangelio. Solo hay un Evangelio del agua y el Espíritu. Creemos en este Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto somos de Dios. Somos uno. Todos somos gigantes de la fe que creen en el mismo Evangelio del agua y el Espíritu. Aunque algunos cristianos equivocados dicen haber recibido la remisión de los pecados mientras oraban o soñaban, solo porque vieron a Dios en un sueño diciendo que les amaba, esto no significa que hayan recibido la remisión de los pecados.
Nuestra fe en la justicia de Dios debe crecer
Leamos Efesios 4, 13-14 juntos: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error».
El que hayamos llegado a «la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios» (Efesios 4, 13) significa que hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Hijo de Dios. Al creer en este Hijo de Dios hemos recibido estas bendiciones extraordinarias. Por eso la Biblia dice que todos nosotros estamos unidos en este conocimiento para llegar a «la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios» (Efesios 4, 13). Nos hemos convertido en el pueblo de Cristo al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, pero ahora esta fe debe crecer. De hecho, ahora que hemos alcanzado esta salvación a través de la justicia de Jesucristo, todos nuestros pensamientos, nuestro conocimiento, voluntad y acciones no deben de dejar de crecer en la plenitud de Cristo. Ahora es el momento para que nuestros pensamientos, corazones, fe y acciones maduren, y este proceso de crecimiento debe continuar hasta que seamos completamente maduros y podamos dedicarnos completamente a la predicación del verdadero Evangelio.
No debemos estar satisfechos simplemente con recibir la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, pensando que eso es todo. Por el contrario, cuando recibimos la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, nuestra fe debe crecer, nuestro conocimiento de Jesucristo debe crecer, y entonces nuestro conocimiento de las Escrituras debe crecer para poder vivir por fe dedicando nuestras vidas al Señor. Por fe en la justicia de Dios los justos viven vidas santas que están a la altura de su llamada. Por tanto todos nosotros debemos mantener la unidad que Dios nos ha dado, amarnos los unos a los otros y vivir en armonía. Esto es lo que el Señor dice en el pasaje de hoy.
El Apóstol Pablo dijo: «Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4, 14). Ahora que hemos alcanzado la salvación por fe, no debemos ser como niños. Si seguimos siendo inmaduros, caeremos fácilmente en los trucos de los hombres y en las artimañas astutas del Diablo.
Los que no conocen la voluntad de Dios son insensatos. Aunque algunos de ellos tengan un estatus social privilegiado, mientras sigan siendo espiritualmente inmaduros, serán como niños que no saben nada. Debemos enseñarles lecciones espirituales. Esta gente debe aprender acerca de la verdadera fe y la Verdad de gente espiritual como nosotros. Como pueblo de Cristo, debemos saber todo y aprender lo que debemos aprender, para poder caminar correctamente. Es absolutamente imperativo que aprendamos lo que es beneficioso para predicar el Evangelio. Como hemos recibido tantas bendiciones gracias al amor extraordinario de Cristo, es necesario darnos cuenta de cómo debemos vivir y qué es beneficioso. Si no entendemos esto, como la Palabra de Dios nos avisa aquí, acabaremos siendo «llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4, 14). Para no caer en los engaños y los trucos malvados y ser llevados de un lado para otro por las corrientes del mundo y sus conceptos éticos, nuestra fe y nuestro conocimiento de la voluntad del Señor debe crecer y madurar.
¿Hay alguien que esté en la Iglesia de Dios y crea en Jesús solo como una cuestión de religión? Voy a preguntarlo de otra manera: ¿Hay alguien que venga a la Iglesia de Dios para practicar una religión y así convierte el cristianismo en una mera religión? Esta gente no puede dejar de ser terca. Aunque diga que ha sido salvada de los pecados, en realidad sigue intentando establecer su propia justicia porque no puede dejar su propia voluntad. Algunas de estas personas incluso dicen: «Ya he perdido mucho yendo a la Iglesia de Dios, pero me dicen que obedezca otra vez». Por muy mayores que sean, aunque tengan 60 años, mientras su fe en la Palabra de Dios sea inmadura, son como niños pequeños en espíritu. Del mismo modo en que un hombre analfabeto no distingue la A de la B, estas personas no tienen ni idea de nada, no saben ni dónde están. Suelen pensar que todo está bien porque tienen una buena situación social. Pero por muy buena que sea su situación social, cuando vienen a la Iglesia de Dios, no son más que niños de guardería. Toda esta gente debe aprender en la Iglesia de Dios. Los pecadores tienen tanto que aprender de los justos, que incluso pueden aprender de los niños de la escuela dominical de la Iglesia de Dios.
Sin embargo, el problema es que algunas personas siguen aferrándose a las normas del mundo aunque hayan entrado en la Iglesia, y por eso intentan mandar a todo el mundo, nombrando todos los sacrificios que han hecho diciendo: «He tenido que renunciar a mi derecho de hijo primogénito. Mi familia no me habla y he tenido que renunciar a muchas relaciones, todo para venir a esta Iglesia». Sin embargo, estos sacrificios son solo elementales en la Iglesia de Dios, y ni siquiera se acercan a los fundamentos de la fe. Por las riquezas inalcanzables de Sus bendiciones, Jesucristo nos ha dado la vida más espléndida y gloriosa como un don. Nos ha bendecido a vivir para siempre, disfrutar de toda Su gloria y esplendor, y reinar sobre el Reino de los Cielos. Pero a pesar de estas bendiciones maravillosas, si alguien sigue alardeando de los pequeños sacrificios que ha hecho, esta persona no conoce las bendiciones ricas e inalcanzables de Cristo.
Esta gente todavía sigue en la Iglesia de Dios, y espero y oro por que se arrepientan y aprendan a vivir una vida de fe correcta. Como todos han vivido en el mundo anteriormente, y cuando recibieron la remisión de los pecados y vinieron a la Iglesia, no pudieron evitar ver la Iglesia desde su propia perspectiva. Sin embargo, esto está mal. Nuestra perspectiva debería ser estar informados de cuestiones como qué nos está diciendo Dios, qué le complace y qué es beneficioso para el Evangelio.
Todos nosotros deberíamos darnos cuenta de que Dios ha establecido Su Iglesia y ha nombrado a sus líderes para que trabajen como Sus siervos para edificarnos dentro del cuerpo de Cristo; y Dios hizo todas estas cosas para perfeccionar a todos los santos, nos bendijo a todos para vivir en Su Reino, nos hizo predicar el Evangelio del agua y el Espíritu a todo el mundo, y nos dio ánimos para servir a los demás.
Pasemos a Efesios 4, 15-16: «Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
Está escrito aquí que, como hemos sido salvados gracias al amor inimaginable de Dios, debemos creer en este amor, hablar de la verdad, y dejar que nuestra fe, nuestro conocimiento y nuestros pensamientos crezcan en Cristo. Todos debemos crecer en el Señor. Debemos pensar como Jesucristo, creer como Jesucristo, y tener el conocimiento que tiene Jesucristo. Debemos vivir en unidad con la voluntad de Dios Padre, que es salvar a todas las almas y unir todas las cosas en Su Hijo Jesucristo.
La Biblia dice que Cristo es la Cabeza
Pablo dice aquí en Efesios 4, 16 que en Cristo: «todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia, del mismo modo en que está escrito: «crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (Efesios 4, 15-16). Este es un pasaje muy importante.
El Señor nos dijo claramente que estamos unidos por lo que toda extremidad tiene para formar el cuerpo. Esto significa que todo santo tiene que estar unido con Dios. Este es el misterio de la Iglesia de Dios. La Cabeza de la Iglesia de Dios es Jesucristo, y nosotros somos miembros de Su cuerpo. Del mismo modo en que la Biblia dice que el cuerpo: «unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente», nosotros estamos unidos. Como estoy unido a ustedes, ustedes están unidos a mí, y por eso todo el cuerpo de Jesucristo está unido por todos los miembros que se apoyan, y esta es la razón por la que podemos seguir la voluntad de Dios y vivir en unidad con Él para complacerle. Como el cuerpo de Jesucristo crece de esta manera, cubrirá el mundo entero con el Evangelio del agua y el Espíritu, y así se cumplirá la voluntad de Dios Padre.
El Apóstol Pablo dijo que la Iglesia de Dios hace todas estas cosas para edificarse en el amor (Efesios 4, 16). Esto significa que, como miembros de la Iglesia de Dios, debemos edificarnos los unos a los otros en el Evangelio del agua y el Espíritu a través de nuestra fe común, ayudarnos, y darnos ánimos con la Verdad, guiarnos para recibir las bendiciones de Dios, y compartir estas bendiciones en nuestras vidas. Así la Iglesia de Dios nunca hace nada que sea autodestructivo. Si hay algún miembro débil, debemos empalizar con su lucha y guiarles; si hay miembros que no tienen la educación necesaria, debemos educarlos; si hay miembros que no conocen la voluntad del Señor, debemos enseñarles cuáles son las intenciones del Señor; y si hay miembros que son más espirituales que nosotros, debemos dejar que nos guíen. En resumen, debemos ayudarnos y guiarnos los unos y los otros. Por eso el Señor dijo que toda la Iglesia está unida por lo que las extremidades proporcionan, causando el crecimiento del cuerpo para la edificación del mismo mediante el amor. Por eso es absolutamente imprescindible que todos llevemos a cabo las tareas que se nos han confiado en la Iglesia de Dios, que nos ayudemos, cuidemos de la Iglesia, prediquemos el Evangelio para que el cuerpo de Cristo crezca con más almas, conseguir muchos obreros, y alimentar nuestra fe para crecer. Así es como nos edificamos los unos a los otros en el amor de Dios para que nunca nos separemos. Dicho de otra manera, por nuestra fe nos edificamos como miembros del cuerpo de Cristo. Quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu, es decir, quien haya recibido las bendiciones abundantes de Dios, nunca debería intentar derribar la Iglesia de Dios, sino que debería traerle prosperidad. Como somos parte de este cuerpo y sus extremidades, debemos ayudarnos en nuestras vidas. Así es como podemos cumplir la voluntad de Dios Padre al final.
El Apóstol Pablo está hablando del misterio de la Iglesia de Dios. Dios Padre nos ha dado bendiciones inalcanzables a la Iglesia, y nos ha dado estas bendiciones a nosotros también. Así es como todos los miembros de la Iglesia de Dios han recibido Sus bendiciones por su fe. Dios dijo claramente que une todas las cosas a través de Su Iglesia y que hace posible, no solo que recibamos nuestra salvación, sino también que predicamos el Evangelio por todo el mundo, nos unamos con Dios y recibamos todas las bendiciones inalcanzables que nos ha dado.
Todos somos miembros indispensables de la Iglesia de Dios. La Biblia no dice que solo algunos de nosotros sean indispensables mientras que otros no lo sean; sino que en realidad dice que todos estamos unidos para cumplir la voluntad de Dios. Esto significa que somos absolutamente indispensables los unos para los otros. Todos los santos justos nacidos de nuevo se necesitan los unos a los otros, porque Dios quiere unir toda Su creación a través de Su Iglesia, y está haciendo esta obra en este momento. Al nombrar a líderes en Su Iglesia, nuestro Dios nos ha hecho llevar a cabo Su obra, y nos está perfeccionando a todos Sus creyentes. Dentro de Su Iglesia Dios nos habla y nos da la Palabra para que la prediquemos, y a través de Su Iglesia Dios nos hace servir y predicar el Evangelio por todo el mundo. Por eso estamos sirviendo al Señor dentro de la Iglesia de Dios para seguir Su voluntad.
El Apóstol Pablo solía utilizar a menudo la expresión «por lo tanto» para explican sus enseñanzas de manera lógica. Por ejemplo, enseñó que Jesucristo nos ha salvado a través del Evangelio del agua y el Espíritu, y por tanto debemos estar unidos con Él. Por tanto creemos en la Palabra de Dios, y de esta fe podemos darnos cuenta de que Dios hace Su obra a través de Su Palabra. También podemos darnos cuenta de que Dios cumple Su voluntad a través de Su Iglesia. Podemos ver que Dios nos ha bendecido a todos los miembros de Su Iglesia para tener fe en Su Palabra, y nos está alimentando para que crezca esta fe. Es absolutamente crucial que nos demos cuenta de que Dios nos está alimentando para que podamos crecer y ser personas de fe. No solo seguimos siendo como éramos antes de ser salvados, sino que seguimos creciendo en la fe. Los que están por detrás de nosotros siguen nuestros pasos como predecesores de la fe para seguir creciendo. Por eso Dios dijo adecuadamente: «Bendeciré a los que sean perseguidos por Mi causa. Les bendeciré en esta tierra cien veces».
Dios nos ha dado las riquezas inalcanzables de Su gracia. Creo esto con todo mi corazón, y le doy gracias a Dios. Sé lo maravilloso que es tener esta gracia indescriptible para convertirnos en miembros de la Iglesia de Dios, y por eso le doy aún más gracias. Si no hubiese creído en el Evangelio del agua y el Espíritu, no podría haberme convertido en miembros de la Iglesia de Dios junto a ustedes. Esto también se les aplica a ustedes. Como hemos creído en el Evangelio del agua y el Espíritu, todos podemos convertirnos en miembros de la Iglesia de Dios.
Dios me hizo saber lo importante que era Su Iglesia y me hizo edificarla. Pero Dios no me permitió llevar a la gente a Su Iglesia de manera arbitraria, sino que me hizo predicar el Evangelio en todo detalle cientos de miles de veces a todos los que estaban dispuestos a escuchar, para que pudiese plantar en sus corazones la gracia extraordinaria de la remisión de los pecados que Jesucristo nos ha dado, la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu, y todas Sus numerosas bendiciones. Así es como hemos compartido y predicado este Evangelio, y así es como hemos sido tan bendecidos.
Cualquiera que desprecia a la Iglesia de Dios es insensato. Nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo y vivimos en la Iglesia de Dios, por lo que todos somos indispensables. Aunque sus hermanos y hermanas en Cristo no les parezcan importantes, esto no tiene que ser así. Todos nosotros hemos recibido valiosas bendiciones de Dios y Él nos ha llamado en la justicia de Jesucristo, nos ha salvado por nuestra fe y nos ha revestido con Su amor abundante e incontables bendiciones. Y Dios nos ha dado el privilegio de servir a Cristo en el mundo, nos ha asignado puestos en nuestros servicios como voluntarios, y nos ha dado los dones del Espíritu Santo para que podamos servir a Dios Padre en obediencia a Su voluntad. Así es como hemos sido bendecidos.
A veces escucha a personas que dicen: «Puedo irme de aquí y empezar mi propia iglesia». Pero estas cosas las dicen por su ignorancia. Por supuesto, no estoy diciendo que no puedan hacer nada si me dejan. Lo que quiero decir es que no podemos hacer nada si nos separamos de la justicia de Jesucristo.
El Señor dijo: «Yo soy la viña, vosotros sois las ramas» (Juan 15, 5). La Iglesia de Dios está ahora predicando el Evangelio del agua y el Espíritu diligentemente por todo el mundo, pero ¿cuánto tiempo creen que se necesitó para construir los cimientos de este ministerio? Ahora han venido a la Iglesia de Dios y han recibido la remisión de sus pecados al escuchar y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu con sus corazones, pero para que sea posible, muchos santos tuvieron que dedicar sus vidas a construir los cimientos de la fe. Esta obra es mucho más difícil que construir los cimientos de un rascacielos gigante, es tan difícil que no se puede comparar con nada. Nunca es fácil sino que se derraman muchas lágrimas y se trabaja muy duro para construir los cimientos del Evangelio del agua y el Espíritu para que pueda ser predicado por completo, tal y como dice la Biblia: «Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas» (Salmos 126, 6).
Por supuesto, la Iglesia de Dios no se edifica solo porque derramemos nuestras lágrimas o trabajemos duro. Es más que indispensable para nosotros tener un líder en la fe que crea en el Evangelio del agua y el Espíritu sin duda alguna. Este líder debe rendirse a la Palabra de Dios. Aunque todos nosotros somos los santos de Dios, esto no significa que todos seamos iguales como siervos de Dios. Después de todo, hay diferentes grados de fe, no solo diferentes grados de dones y talentos. Pero está mal juzgar a alguien por su apariencia física. En realidad debemos mirar en el corazón de las personas para ver si tienen fe en la Palabra de Dios.
No estoy alardeando de mí mismo, porque es el Señor quien me ha hecho servir el Evangelio del agua y el Espíritu. Al haberme hecho el primer líder de la Iglesia, Dios me ha hecho predicar el Evangelio del agua y el Espíritu, dar testimonio de este Evangelio a todo el mundo para ver que es verídico, y edificar Su Iglesia. Del mismo modo, Dios también les ha convertido en miembros de Su Iglesia y les ha hecho servir Su Evangelio.
No debemos dejarnos sucumbir a la insensatez espiritual incluso cuando vivimos en la justicia de Dios. Son muy afortunados, y yo también lo soy. Sigue siendo difícil de entender cómo nos hemos revestido de las riquezas inalcanzables de la gracia de Dios. No podemos atribuirnos el mérito por eso, ya que éramos pecadores sin remedio destinados al infierno. Por tanto, todo lo que podemos hacer es confiar en la justicia de Dios y dar gracias y gloria a Dios solamente. No tenemos palabras suficientes para describir lo felices que estamos. No importa cómo hayan llegado a la Iglesia de Dios, ya viniesen solos o porque alguien les trajo, de todas maneras deben darse cuenta de lo gozoso que es que ahora puedan vivir en la Iglesia de Dios, servir el Evangelio con sus hermanos santos, y dedicar su tiempo y sus esfuerzos a la obra de Dios. Ahora están viviendo una vida maravillosa y bendita.
En el pasaje de las Escrituras de hoy, el Apóstol Pablo está hablándonos a nosotros, los miembros de la Iglesia. Todos estos pasajes en Efesios están dirigidos a los que se han revestido de las riquezas inalcanzables de las bendiciones de Cristo. Así que estoy más que agradecido. Estoy muy agradecido porque les he conocido y ahora estamos sirviendo al Evangelio del agua y el Espíritu.
Todas las palabras de Dios se nos aplican a todos ahora y siempre. Como nosotros, el Apóstol Pablo también creyó en el mismo Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso dijo que hay: «un Señor, una fe, un bautismo» (Efesios 4, 5). Los discípulos de Jesús, como los Apóstoles Pablo y Pedro, nunca dejaron fuera el bautismo de Jesús cuando predicaban el Evangelio. Solo los predicadores ignorantes y los teólogos poco educados son los que hablan solo del Evangelio de Jesús dejando fuera Su bautismo. Cuando hablamos de nuestra fe en la salvación de Dios, debemos hablar siempre del bautismo de Jesús in falta. Después es cuando debemos hablar de la sangre de Jesús derramada en la Cruz, de la salvación, de la vida eterna y de la gloria y el esplendor en Su Reino.
El Reino de Dios que todos deseamos en nuestros corazones se cumplirá delante de nuestros ojos cuando acabe este mundo. Así, mis queridos hermanos, les pido que tengan esperanza en el Reino de los Cielos. Cuando llegue ese momento, nunca moriremos, sino que viviremos para siempre; no habrá más persecución, ni lágrimas, ni sufrimiento, sino solamente gloria y gozo eternos; y Dios cumplirá esta esperanza nuestra sin falta. No hay duda en absoluto de que Dios atenderá a todos nuestros deseos y esperanzas.
Al levantarse de entre los muertos, Jesucristo ahora está sentado a la derecha de Dios Padre y está disfrutando de toda la gloria y esplendor, y volverá a llevarnos con Él. Cuando venga ese día, nosotros también viviremos para siempre en el Reino eterno del Señor, por lo que no habrá sufrimiento o dolor, sino solamente gloria y esplendor; y reinaremos en este Reino con todos los derechos y privilegios como sus gobernantes. Dios nos ha dado a todos la misma bendición. Así que recuerden esto y vivan por fe. Grabemos en nuestros corazones el amor abundante y sin medida de Cristo y caminemos en este amor.
Todos nosotros estamos inmensamente agradecidos a Dios por el hecho de que nos hemos convertido en los mismos miembros de la Iglesia como el Apóstol Pablo. Quien no se haya convertido en un miembro de la Iglesia debe hacerlo cuanto antes. Todo el mundo debe creer en este Evangelio del agua y el Espíritu. Hay un Señor, una fe, y un bautismo. Quien se convierta en uno con la Iglesia recibirá, no solo las bendiciones que tenemos, sino el amor abundante y extraordinario de Cristo.
Cuanto más tiempo pasa, más brillaremos como el sol. Los que hemos recibido la remisión de los pecados somos como el sol naciente, tal y como está escrito:
«Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto» (Proverbios 4, 18). Como el sol naciente que brilla más, los justos viviremos al final una vida más gloriosa, más allá de ninguna descripción. Esto se debe a que los justos se han revestido de la gracia inalcanzable de Cristo y de Su amor abundante e indescriptible. Así que le damos gracias a Dios y ponemos nuestra fe en Su justicia.
¡Aleluya!