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ስብከቶች፤

Tema 11: El Tabernáculo

[11-25] El altar del incienso es el lugar donde Dios concede Su gracia (Éxodo 30:1-10)

El altar del incienso es el lugar donde Dios concede Su gracia
(Éxodo 30:1-10)
«Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro. Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones. No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a Jehová».
 
 
Si entrásemos en el Lugar Santo, la Casa de Dios, primero veríamos la lámpara, la mesa del pan de la proposición, y el altar del incienso. El altar del incienso estaba en la entrada del Lugar Santísimo, donde se encontraba el propiciatorio, pasando la lámpara y la mesa del pan de la proposición. La longitud y el ancho de este altar del incienso eran de 1 cúbito, mientras que la altura era de 2 cúbitos. En la Biblia un cúbito equivale a 40-50 centímetros aproximadamente en la medida actual. Así que el altar del incienso era casi cuadrado, y medía 50 centímetros de longitud y ancho, y 100 centímetros de altura. Como el altar de los holocaustos, el altar del incienso tenía cuernos en sus cuatro esquinas superiores. Estaba hecho de madera de acacia y recubierto de oro. 
 
 
El altar del incienso dentro del Santuario tenía cuatro cuernos
 
Cuando el Sumo Sacerdote ofrecía el sacrificio del Día de la Expiación una vez al año, tenía que poner la sangre del animal que cargaba con los pecados anuales del pueblo de Israel en los cuernos del altar de los holocaustos, situado en el atrio del Tabernáculo. De la misma manera, el Sumo Sacerdote también ponía esta sangre en los cuernos del altar del incienso. Como esta sangre se ofrecía a Dios, resolvía el problema de los pecados que impedían que el pueblo de Israel se acercase a Dios. Todos nosotros hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, y en la era presente del Nuevo Testamento esta fe es la que nos permite quitar todos los obstáculos que nos impedían ir ante Dios para orarle. Incluso los justos cometen pecados en este mundo. Sin embargo, como creemos en el bautismo de Jesús y la sangre del sacrificio profetizado en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, podemos ir ante Dios y orar con confianza. 
Incluso los justos pueden dudar al entrar en la presencia de Dios por los pecados que cometen en este mundo, pero en momentos como ese todavía pueden presentarse ante Dios con confianza al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Como creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu de Jesucristo podemos presentarnos ante Dios con confianza aunque nuestros cuerpos y mentes sean débiles todavía. Esto se debe a que somos justos por nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, y a que el Señor nos ha librado de nuestras trasgresiones para siempre a través de la Verdad de salvación manifestada en los hilos azul, púrpura y carmesí de la puerta del Tabernáculo. Por tanto, debemos meditar siempre sobre el Evangelio del agua y el Espíritu. Jesús ha cumplido nuestra salvación perfecta para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista y la sangre que derramó en la Cruz, y hay una diferencia fundamental entre la fe de los que creen en esta salvación y la de los que no creen en ella. Los justos creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Por eso pueden orar a Dios sin dudas, Ya que creen que Jesús aceptó todos sus pecados para siempre mediante Su bautismo y Su derramamiento de sangre. Por tanto, todo el mundo debe creer que Jesús cargó con todos sus pecados a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y que fue condenado por todos esos pecados al derramar Su sangre en la Cruz. Solo entonces podemos convertirnos en sacerdotes de fe ante Dios y orar por nosotros mismos y por los pecadores. Creer que Dios nos ha salvado de los pecados de este mundo es la fe cristiana real y la base de esta fe es el Evangelio del agua y el Espíritu.
A través del Evangelio del agua y el Espíritu, todos nosotros podemos descubrir la Verdad de la salvación manifestada en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido de la puerta del Tabernáculo. Todos nosotros podemos entrar en el Reino de Dios al creer en esta Verdad del Evangelio. Así que les pido que crean que la justicia de Jesucristo es su salvación, que cargó con todos sus pecados, y que fue condenado por todos sus pecados en la Cruz. Entonces serán librados de todos sus pecados para siempre. Solo al creer en el Evangelio de la alianza de Dios, en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, pueden recibir la remisión de los pecados, convertirse en santos justos, y obtener la aprobación de Dios por tener la fe correcta. Cuando alcanzan su salvación al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, lo primero que deben hacer es orar a Dios por Su obra de salvación, es decir, para predicar el Evangelio del agua y el Espíritu por todo el mundo. Los justos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu oran a Dios de esta manera para que la luz del Evangelio ilumine a este mundo a través de la Iglesia de Dios y para que el Evangelio florezca completamente por todo el mundo. Al escuchar y creer en la valiosa Palabra de Dios predicada por Sus siervos todo el mundo puede recibir la remisión de sus pecados y crecer en fe. 
Su fe en Jesús como su Salvador debe estar basada en el Evangelio del agua y el Espíritu. Como santo justo que ha sido salvado de sus pecados deben ir al altar del incienso y presentarse ante el propiciatorio del Lugar Santísimo. ¿Por qué es necesario? Porque necesitan la gracia de Dios constantemente. El altar del incienso es el lugar donde ofrecemos oraciones a Dios, ya que el incienso implica las oraciones de los santos (Apocalipsis 5, 8). Nos vestimos de la gracia de Dios cuando vamos al altar del incienso y oramos a Dios. El altar del incienso en el Lugar Santo nos muestra que orar a Dios por fe es el camino para encontrar la gracia de Dios. Por eso los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu debemos seguir yendo al altar del incienso y orar a Dios sin cesar por fe, para que así podamos vestirnos de la gracia de Dios una y otra vez. 
 
 

El altar del incienso es el lugar donde le pedimos ayuda a Dios

 
Aunque hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, todavía necesitamos la ayuda de Dios durante el resto de nuestras vidas. Para poder unirnos con la Iglesia de Dios y dar frutos espirituales como la luz de este mundo se necesita indispensablemente la gracia de Dios. Es muy importante que oremos a Dios sin cesar pidiéndole: «Señor, por favor, ayúdame. Mantenme firme. Dame fe. Dale fuerzas a mi cuerpo y a mi espíritu. Refuerza mi fe para que nunca se venga abajo. Quita todos los deseos de mi corazón por seguir al mundo. Quita mis deseos impíos». Dios quiere que los justos vayamos al altar del incienso, nos arrodillemos ante él y le oremos para encontrar Su gracia en todas las cosas y recibir Sus bendiciones en cuerpo y espíritu. Por eso es tan imperativo que los santos justos que han recibido la remisión de los pecados sigan orando ante el altar del incienso. 
Aunque los justos hemos nacido de nuevo y hemos sido salvados de todos nuestros pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, todavía necesitamos orar a Dios para que nos dé Su gracia todos los días. Esto se debe a que, aunque los justos hemos recibido la remisión de los pecados, si no seguimos revistiéndonos de la gracia de Dios, no podemos caminar por el camino estrecho de la vida que el Señor quiere que sigamos. Cuando los justos oran a Dios, Él les da Su gracia. Dicho de otra manera, los justos se visten de la gracia de Dios cuando hacen Su obra unidos con Su Iglesia. Como he mencionado antes el Sumo Sacerdote ponía la sangre del animal en los cuernos del altar del incienso una vez al año. Esto implica que cuando los justos vamos ante Dios debemos confesar nuestra fe y decirle: «Señor, eres Mi Salvador. Has abandonado Tu gloria divina y vino al mundo encarnado en un hombre; cargaste mis pecados al ser bautizado; y derramaste Tu sangre en mi lugar para sálvame». Solo cuando tenemos este tipo de fe firme Dios es nuestro Dios y Salvador y podemos vestirnos de Su gracia. Por muy difíciles que sean las circunstancias de nuestras vidas, Jesucristo sigue siendo nuestro Dios y Salvador. Es el Dios que nos ha salvado de todos nuestros pecados y de su condena. Cuando oramos a Dios con esta fe firme estamos vestidos con la gracia de Dios. 
 
 

Podemos afirmar nuestra salvación una vez más en todas nuestras oraciones

 
Con nuestras oraciones podemos afirmar una vez más que Dios es nuestro Dios. Esta fe es la que nos da las bendiciones de Dios. Dicho de otra manera, estamos obligados a arrodillarnos ante el trono de la gracia de Dios porque estamos absolutamente convencidos de que Dios nos bendecirá. Nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu nos garantiza que Dios contestará todas nuestras oraciones cuando le oremos. Dios escucha todas las oraciones de los justos y los bendice. Así que, cuando oramos a Dios, debemos meditar sobre Su gracia de la siguiente manera: «Señor, creo en Tu justicia. Sé que mi vida está llena de errores. Aunque quiero vivir según Tu voluntad, tengo demasiados errores. Pero Señor, también sé que viniste a este mundo encarnado en un hombre, cargaste con todos mis pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, que fuiste crucificado hasta morir en mi lugar, y que Te has convertido en mi Salvador. Eres mi Mesías y mi Dios de salvación. Así que creo de todo corazón que me darás Tu gracia porque eres mi Señor».
De esta manera, cuando oramos a Dios para que nos dé Su gracia, debemos meditar sobre esta gracia de Dios primero y confiar en ella. Entonces podemos tener la confianza de pedirle a Dios por nuestras necesidades, y Él nos dirá: «Sí, eres Mi hijo. Tu fe es fuerte y por eso soy tu Dios y tú eres parte de Mi pueblo. Así que contestaré todas tus oraciones y te bendeciré siempre. Estaré en el propiciatorio por ti. Puedo ver por tus oraciones que tu fe en Mí es inamovible, que has puesto toda tu confianza en Mí solamente, y que crees de todo corazón que soy tu Dios. Así que contestaré tus oraciones para que todo el mundo sepa que soy tu Dios».
Así, cuando creemos en la Verdad de la salvación Dios nos viste con Su gracia y nos da Sus bendiciones. El que hayamos sido salvados de nuestros pecados no es el final de la historia, sino que si hemos sido librados de nuestros pecados, debemos creer que las bendiciones de Dios están a punto de empezar. Por tanto al confiar en la justicia de Dios nos vestimos de Su gracia todos los días. Solo entonces podemos vivir una vida pura. Por eso oramos a Dios cuando estamos preocupados por algo, diciéndole: «Señor, por favor, ayúdanos. Ayuda a Tu Iglesia. Tu Iglesia necesita Tu ayuda desesperadamente para hacer Tu obra ahora mismo». Incluso en los asuntos del mundo, si cualquier cosa nos viene a la mente en oración, debemos ir ante el altar del incienso y orar ante el trono de gracia con fe. Veremos entonces que el Señor nos vestirá en Su gracia en todas cosas. 
Deben recordar que el altar del incienso es el lugar donde encontramos la gracia de Dios. Los santos debemos orar a Dios para poder vestirnos con Su gracia. En otras palabras debemos orarle para recibir Sus bendiciones. Ahora que hemos sido salvados por fe es absolutamente indispensable que oremos a Dios sin cesar si queremos vivir el resto de nuestras vidas confiando en la Palabra de Dios de la promesa y recibir todas Sus bendiciones. Así, el altar del incienso está ahí para que podamos vestirnos de la gracia de Dios. 
El mayor obstáculo con el que nos encontramos ante Dios es el pecado. No hay nadie en este mundo que viva una vida perfecta. Así que, cuando intentamos acercarnos a Dios y orarle, lo primero que nos impide hacer esto es el pecado. Por eso es tan importante que meditemos acerca de la Verdad de la salvación de nuevo y renovemos nuestra fe en el Señor que ha borrado todos nuestros pecados con los hilos azul, púrpura, y carmesí de la puerta del Tabernáculo. En otras palabras, debemos creer que Jesucristo, Dios mismo, vino al mundo como nuestro Salvador, cargó con todos nuestros pecados al ser bautizado, y fue condenado por todos estos pecados; y que gracias a nuestro Dios y Salvador hemos sido absueltos de nuestros pecados. Solo cuando tenemos fe podemos pedirle a Dios Su gracia y Sus bendiciones. Solo entonces podemos orar a Dios para que nos bendiga. Para enseñarnos esta lección, para recordarnos de la obra de salvación del Señor, la sangre del animal del sacrificio se ponía en los cuernos del altar del incienso una vez al año. 
 
 

Solo alguien que está seguro de la remisión de todos sus pecados pueden orar a Dios

 
Cuando oramos a Dios podemos pedirle por todas nuestras necesidades sin dudar, llamándole Padre o Salvador. Somos libres para llamarle estos nombres porque Dios es nuestro Padre, nuestro Señor, y nuestro Salvador. En otras palabras, no dudamos en llamar a Dios por varios títulos y orarle porque no solo es nuestro Creador, sino que también es nuestro Salvador. 
Así es como deberíamos orar al Señor: «Señor, gracias por salvarme de todos mis pecados. Necesito Tus bendiciones y Tu ayuda desesperadamente. Señor, guárdame y ayúdame en todo momento. He hecho algunas cosas bien, pero también he cometido muchos errores, y todavía tengo algunas preocupaciones. Todo te lo encomiendo a Ti, Señor. Te pido que me ayudes y me guías. Llévame a las almas perdidas para que les predique Tu Evangelio y pueda dar frutos espirituales para Ti. Abre sus corazones y ara los campos de sus corazones para que pueda plantar la semilla del Evangelio en esas almas. Te pido que guardes a Tu Iglesia y cuides de Tus siervos. Bendíceles para que el Evangelio del agua y el Espíritu se predique con éxito. Deja que este Evangelio se predique por todo el mundo. Tus siervos necesitan Tu protección y por eso Te pido que los guardes. Bendíceme, Señor, y bendice a mi familia. Bendice a mis hijos. Bendice también a los santos. Bendice a todos mis hermanos y hermanas en Cristo. Deja que Tus bendiciones abunden para que incluso los que no crean y estén fuera de Tu Iglesia puedan ser salvados». Cuando oramos y ponemos todas nuestras esperanzas y sueños en Dios, Él contestará nuestras oraciones y nos bendecirá. Así es como todos podemos recibir las bendiciones abundantes a través de las oraciones. Así es como podemos encontrar gracia todos los días. 
Dios es el Dios de los que creen en Su justicia. Es el Dios de los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu sin dudar. Dios nunca deja de dar Su gracia a todos los creyentes que se acercan al trono de gracia por su fe inamovible y le piden Su gracia y bendiciones diciendo: «Señor, creo que eres mi Dios. Creo que eres mi Salvador. Ayúdame, Señor».
Mis queridos hermanos, no puedo dejar de hacer hincapié en lo importante que es que nos demos cuenta de que nuestra salvación de los pecados del mundo no es el final de la historia, sino que debemos orar al Señor sin cesar. Si sus oraciones no son contestadas por el Señor o no saben por qué orar, deben examinar su fe paso a paso y pensar en quién es el Señor para ustedes. Tener un conocimiento claro de su relación con el Señor es absolutamente indispensable. En otras palabras, deben asegurarse de que su fe está segura, y creer de todo corazón que el Señor es el Creador de los cielos y la tierra, de que vino al mundo encarnado en un hombre para salvarles, que cargó con sus pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, que fue condenado en la Cruz en su lugar, que se levantó de entre los muertos al tercer día, y de que sigue vivo como su Salvador vivo. Ahora que han sido salvados el Señor se ha convertido en Su Pastor y ustedes son Sus ovejas. Por tanto no deben tener ninguna duda de que el Señor siempre les contestará cuando le pidan ayuda. 
 
 
Debemos orar día y noche
 
Los que han aceptado al Señor como su Salvador por fe y oran siempre a Dios día y noche recibirán Su gracia abundante y Sus bendiciones durante todas sus vidas en este mundo. Por el contrario, los que no oran diligentemente por cualquier motivo, ya sea porque piensan que el Señor nos dará lo que necesitemos aunque no oren, o por falta de fe en la Palabra de Dios, no pueden recibir las bendiciones de Dios porque les falta el altar del incienso en su fe. Si creen que Dios les dará todo lo que quieran aunque no oren, solo porque crean que es su Dios, su fe es incorrecta. Si esto fuera cierto, no se necesitaría el altar del incienso en el Lugar Santo. ¿Creen que Dios hizo el altar del incienso porque estaba aburrido? ¡Por supuesto que no! Aarón, el Sumo Sacerdote, encendía el altar del incienso con cuatro tipos de incienso todas las mañanas y todas las tardes. Entonces el Lugar Santo se llenaba de un aroma dulce que salía del incienso quemado. Este aroma es maravilloso porque nos permite acercarnos a Dios con confianza. Este incienso también tiene el efecto de cubrir nuestras debilidades ante Dios. Por ejemplo, el Sumo Sacerdote tenía que llenar de incienso el Lugar Santísimo antes de entrar en él una vez al año, y debía asegurarse que una nube de incienso cubría la cubierta del misericordia que estaba en el Arca del Testimonio, o de lo contrario moriría (Levítico 16, 12-13). 
Mis queridos hermanos, cuando nos acercamos a Dios, debemos estar convencidos del hecho de que hemos recibido la remisión de los pecados, de que Dios es nuestro Dios ahora, y de que nos dará Su gracia cuando oremos. Cuando entramos en la presencia de Dios con esta fe inamovible y estamos firmes ante Su trono de gracia, no solo no seremos condenados, sino que nos vestiremos de la gracia de Dios. Dios es el Dios de la misericordia cuya gracia abundante se nos ha concedido. 
 
 
Las anillas del altar del incienso también estaban hechas de oro
 
El altar del incienso del Santuario de Dios era un paralepípedo rectangular (un poliedro de seis caras) que medía 50 centímetros de longitud y 100 centímetros de altura, y tenía dos pares de anillas de oro en ambas caras. En estas anillas se colocaban dos barras. Estas barras estaban hechas de madera de acacia y revestidas de oro. Aunque el altar del incienso era relativamente pequeño, tenía que ser transportado por dos hombres. Como su longitud y su ancho eran solo de 50 centímetros y su altura de 100 centímetros como mucho, podría haber sido transportado fácilmente por un solo hombre, pero como los demás utensilios del Tabernáculo, esto nunca se permitía. Esto implica que los justos debemos orar en unidad como el Señor Jesús dijo: «Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18, 19). 
Estas barras del altar del incienso nos enseñan que los nacidos de nuevo debemos servir a Dios con nuestras oraciones. Nuestras oraciones de fe son una manera de servir al Señor. Ahora que hemos nacido de nuevo de todos nuestros pecados, podemos servir a Dios y a Su Iglesia de varias maneras, ya sea orando u ofreciendo nuestros servicios voluntariamente. Cuando oramos a Dios no oramos por nosotros mismos, sino que oramos por la obra de Dios, Su Iglesia, sus miembros y especialmente por la predicación del Evangelio. En otras palabras, nuestras oraciones no solo nos permiten estar delante del trono de gracia de Dios y encontrar Su misericordia, sino que también nos permiten servir al ministerio de la justicia de Dios. Al orar unidos podemos servir al Reino de Dios. Cuando oramos por nuestros hermanos y hermanas, por la Iglesia, por las almas perdidas, por la expansión del Reino de Dios, y por el ministerio de la justicia de Dios, lo hacemos para servir a Dios. Por eso es tan importante entender las implicaciones de los sacerdotes que servían a Dios en el altar del incienso en el Lugar Santo. Debemos orar a Dios sin cesar por esta fe. De la misma manera en que predicamos la Palabra de Dios para servir a Dios y a Su pueblo, también oramos a Dios para servirle a Él y a Su pueblo. Todos tenemos este deber de servir a Dios de todas las maneras posibles. 
La cosa más importante que necesitan para vivir una vida cristiana pura y servir a la voluntad de Dios es la fe en Dios y en Su justicia. Solo por esta fe pueden predicar la Palabra de Dios, orarle, predicar el Evangelio del agua y el Espíritu, y servir a Dios y a Su justicia. Todo lo que hacemos para servir a Dios se hace por fe. No pueden vivir una vida pura de fe si no aceptan la voluntad de Dios. No puedo dejar de resaltar la importancia de orar para servir a Dios. Cuando los santos se reúnen en sus iglesias, ya sean nuestros hermanos o hermanas, e incluso los niños de la escuela dominical, deben servir a Dios antes de nada. Debemos reunirnos para compartir el pan de la Palabra de Dios. Debemos servir a la justicia de Dios. Nuestras oraciones ascienden a Dios como un aroma dulce cuando los nacidos de nuevo oran a Dios en unidad diciendo: «Señor, guarda y bendice a Tu Iglesia, Tus siervos y Tus santos en la Iglesia de todo el mundo. Bendice sus almas y corazones y dales la fe bendita. Salva a las almas perdidas». Entonces Dios disfruta de este aroma dulce de oración y nos contesta y nos bendice. Nos concede todo lo que le pedimos en oración. Esto es lo que significa servir a Dios con oraciones, y les pido a todos que recuerden la obra de Dios en sus oraciones en vez de solo orar por sus necesidades. 
Mientras que todos los santos de la Iglesia deben orar, si ustedes tienen más tiempo por cualquier razón, ya sea porque están jubilados o enfermos, deben orar aún más por la Iglesia de Dios, Sus siervos y Sus santos. Esto es de especial importancia para las amas de casa. La falta de dinero no nos impide servir al Señor. Ustedes pueden servir al Señor aunque no tengan dinero. Pueden servir al Evangelio del agua y el Espíritu tanto como quieran por fe. De la misma manera en que se colocaban dos barras en las anillas del altar del incienso para que fuera transportado por dos hombres a sus hombros, los que son pobres pueden servir al Señor con las oraciones de fe si se unen a la Iglesia de Dios. Los ricos también pueden servir al Señor con sus posesiones. No digan: «Estoy demasiado ocupado con mi trabajo como para tener tiempo de servir al Señor. No tengo tiempo». Todos los santos justos pueden servir al Señor y Su voluntad por fe, ya sea con sus ofrendas, oraciones o predicando el Evangelio. Todos nosotros somos más que capaces de servir a la voluntad del Señor si lo deseamos. Los nacidos de nuevo pueden recibir las bendiciones de Dios si las desean. 
 
 
Dios bendice a los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu
 
El Señor es nuestro Pastor. Nuestra relación con el Señor es tan cercana que nada puede separarnos de Él. 
Pasemos a Mateo 26, 26-28: «Mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados».
El nombre Jesús significa Salvador y Mesías, y nosotros le llamamos nuestro Señor para demostrar que es nuestro Dios y nuestro Maestro. Nuestro Señor Jesús vino a este mundo como nuestro Salvador para salvarnos a todos. Dios vino a este mundo encarnado en un hombre. Justo antes de morir en la Cruz, nuestro Señor preparó la Última Cena, reunió a Sus discípulos, y les dio pan y vino diciendo: «Tomad el pan y comedlo, porque es Mi cuerpo. Tomad este cáliz y bebed de él. Esta es Mi sangre de la alianza, derramada por muchos para la remisión de los pecados». Esto significa que Dios nos ha salvado al venir al mundo como nuestro Salvador y cumplir Su Palabra personalmente a través del agua y el Espíritu como está profetizado en el Antiguo Testamento. Al venir al mundo como nuestros Salvador, nuestro Señor aceptó todos los pecados de este mundo al ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán. Entonces entregó Su cuerpo en la Cruz y así ha cargado con la condena de todo el mundo. Asimismo nos ha dado una nueva vida al levantarse de entre los muertos. 
El que la sangre del animal se pusiera en el altar del incienso se refiere a la muerte física de Jesucristo. De una manera similar, después de cargar con todos nuestros pecados a través de Su bautismo, Jesucristo se sacrificó a Sí mismo y derramó Su sangre en la Cruz por nosotros. Gracias a este sacrificio hemos podido ser salvados. Gracias a nuestra fe en este Evangelio del agua y el Espíritu hemos alcanzado nuestra salvación. No hemos sido salvado por una fe ciega o arbitraria, sino porque Jesús, Dios mismo, vino al mundo como nuestro Salvador, cargó con todos nuestros pecados en Su cuerpo al ser bautizado, y derramó Su sangre valiosa por todos nosotros. 
Así es como Dios ha cumplido nuestra salvación, implicada en los hilos azul, púrpura y carmesí y el lino fino torcido de la puerta del Tabernáculo. El color púrpura denota que el Rey de reyes se convirtió en un Hombre. No enseña que Jesús aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista y pagó el precio de los pecados al derramar Su sangre en la Cruz en nuestro lugar. Así es como el Señor se convirtió en nuestro Salvador. La fe en este Evangelio del agua y el Espíritu es la fe que nos permite participar en la Sagrada Comunión. Cuando Jesús preparó la última Cena, no solo preparó pan, sino también vino; y les dijo a Sus discípulos que bebiesen y comiesen de ambos. El pan hace referencia al cuerpo de Jesús, e implica que Dios mismo se convirtió en un Hombre para salvar a los pecadores. El pan también implica que al ser bautizado en el río Jordán, Jesús cargó con todos nuestros pecados en Su cuerpo. El vino, por otra parte, representa la sangre de vida y de salvación que Jesús derramó en la Cruz en nuestro lugar. 
Por tanto, cuando participamos en la Sagrada Comunión es absolutamente indispensable que tengamos esta fe inamovible en que Dios vino al mundo encarnado en un hombre para salvarnos, que cargó con todos nuestros pecados en Su cuerpo al ser bautizado, que fue condenado en la Cruz en nuestro lugar, y que así se ha convertido en nuestro Salvador personas. Desgraciadamente la mayoría de cristianos no saben la razón exacta por la que Jesucristo ha establecido el ritual de la Sagrada Comunión y nos ha pedido que la observemos hasta el día en que vuelva. Nunca deben tomarse su vida de fe a la ligera. Si todavía no están seguros de que Jesús es su Salvador, entonces deben pensar largo y tendido acerca de su fe antes de tomar el pan y el vino de Jesús en la Sagrada Comunión. En vez de ponerse emotivos, piensen y pregúntense si el Señor es su Señor o no. 
Dios es su Dios y el mío. Él creó a nuestros ancestros y nos permitió nacer en este mundo. Este Dios es Jesús. Y Jesús, Dios mismo, vino al mundo como nuestro Salvador. Al venir al mundo como nuestro Salvador para salvarnos, cargó con todos nuestros pecados sobre Su cuerpo a través de Su bautismo. Entonces tomó todos estos pecados y los llevó a la Cruz, sin dejarse ni uno solo, y cargó con el castigo de la Cruz que solo los malditos deberían pagar, para que así no tuviésemos que ser condenados. Así es como el Señor nos ha salvado de toda nuestra condena. 
Pueden entender fácilmente esta Verdad de salvación si piensan sobre el Evangelio del agua y el Espíritu aunque sea por un momento. Para ser salvados de todos los pecados del mundo hay que aceptar el Evangelio del agua y el Espíritu en el corazón. Yo creo que el Señor me ha salvado de todos mis pecados a través de Su agua y sangre. No hay nada que yo haya hecho para conseguir mi salvación. Cuando Jesús vino al mundo, nació en un diminuto establo en Belén, y yo no estaba allí, no intervine de ninguna manera, ni le pedí a Dios que me salvase. Pero el Señor vino al mundo encarnado en un hombre, sin tener nada que ver con mis intenciones, para salvarme. Estoy absolutamente convencido de que Jesús vino al mundo, fue bautizado y derramó Su sangre en la Cruz para salvarme. 
Dios Padre amó tanto al mundo que entregó a Su único Hijo. Dios mismo vino a este mundo para salvar a todos los seres humanos. Así nos ha salvado a todos de nuestros pecados, y se ha convertido en nuestro Salvador. Todo lo que tenemos que hacer para alcanzar nuestra salvación es confiar en Jesucristo, que es Dios, y aceptar en nuestros corazones la obra de la salvación que ha hecho por nosotros. Solo los que han agotado por completo todas sus fuerzas, los que han dejado sus esfuerzos al darse cuenta de que no valen para nada, y los que han encomendado la remisión de los pecados y la salvación a Dios pueden encontrar la gracia de Dios. Aunque esto parezca incomprensible para ustedes en sus pensamientos, Dios mismo ha cumplido nuestra salvación perfectamente para salvarnos a todos. No hay nada más que debamos hacer a parte de creer en la obra de la salvación de Dios. 
 
 
Encomiéndese a Dios completamente
 
Es absolutamente imprescindible que se encomienden a Dios. Piensen en lo que Dios ha hecho por ustedes. Dios se convirtió en un hombre y no hizo para salvarnos. Además, Jesús, quien es Dios, fue bautizado por nosotros para cargar con todos nuestros pecados y borrarlos. Jesús también fue crucificado hasta morir y derramó Su sangre valiosa por nosotros en la Cruz. Entonces fue condenado en nuestro lugar para pagar todos nuestros pecados, para librarnos de toda la condena y hacer posible que escapemos de nuestro juicio. Entonces se levantó de entre los muertos al tercer día para darnos una vida nueva y eterna. 
Ahora está sentado a la derecha del trono de Dios Padre cuidándonos a todos. Está mirando a los que están dispuestos a confiárselo todo a Él, a Dios y el Salvador, y a los que creen en Él de todo corazón. Los que han recibido a Jesús son los que se lo han confiado todo a Él. Creen que el Señor les ha salvado perfectamente. Saben que no han hecho nada por su cuenta para ser salvados. Están seguros de que solo por Su amor Dios puede salvarles a través de la Verdad de la salvación revelada en los hilos azul, púrpura y carmesí de la puerta del Tabernáculo. A toda esta gente que se ha encomendado completamente a Dios y que ha aceptado a Dios y a Su Palabra en el corazón, Dios le ha dado el derecho de ser hijos Suyos. 
Así que les pido que entiendan esta Verdad de salvación antes de que participen en la Sagrada Comunión. El bautismo que Jesús recibió sirvió para cargar con todos nuestros pecados y borrarlos. La muerte física de Jesús sirvió para salvarnos de todos nuestros pecados. Al haber cargado con todos nuestros pecados, Jesús fue crucificado hasta morir, y derramó toda Su sangre en nuestro lugar para ser condenado y poder librarnos del juicio del pecado y hacernos justos. 
A todos los que vivimos y oramos en el Lugar Santo, Dios nos ha dado el altar de incienso para vestirnos de Su gracia. Ahí podemos encontrar la gracia de Dios. Así que les pido a todos ustedes que se encomienden completamente al Señor.
¡Aleluya!
 
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El TABERNÁCULO (III): Una Sombra del Evangelio del Agua y el Espíritu