(Mateo 13, 10-23)«Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas?El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.Por eso les habló por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis;Y viendo veréis, y no percibiréis.Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,Y con los oídos oyen pesadamente,Y han cerrado sus ojos;Para que no vean con los ojos,Y oigan con los oídos,Y con el corazón entiendan,Y se conviertan,Y yo los sane.Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador:Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno».
Para poder difundir el Evangelio del agua y el Espíritu, debemos cumplir nuestro papel apoyando todos los ministerios para difundir el Evangelio, debemos rezar más, y vivir por la fe. Si queremos servir al Evangelio cien veces más que ahora, debemos practicar nuestra fe cien veces más. Debemos pedirle fe a Dios, y a través de nuestras oraciones debemos prepararnos para recibir las bendiciones de Dios. Cuando servimos al Señor con nuestra fe, Dios obrará en nuestras vidas.
¿Por qué habló el Señor en parábolas a Sus discípulos?
En el pasaje de hoy, cuando los discípulos le dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas por parábolas?», nuestro Señor respondió: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado».
En otras palabras, se les dio a conocer a los discípulos de Jesús los misterios del Reino de los Cielos. Pero los misterios del Cielo no se revelaron a los que tenían los corazones endurecidos. Dicho de otra manera, mientras que los que tienen los corazones endurecidos escuchan la Palabra de Dios con sus oídos, no la aceptan con fe en sus corazones.
Esta gente con el corazón endurecido ni siquiera intenta creer en la Palabra de Dios; al contrario, ponen su pensamiento lejos de la Palabra de Dios. No quieren servir a Dios como el Rey en sus corazones, porque ellos mismos quieren ser sus propios reyes. En este pasaje «ellos» son la gente con el corazón endurecido. Así que cuando Jesús dijo: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado», la palabra «vosotros» se refiere a los que han aceptado la Palabra de Dios en sus corazones y creen en ella, y la palabra «ellos» se refiere a los que no lo han hecho. Todos debemos entender este pasaje correctamente antes de creer en él.
La razón por la que el Señor tuvo que explicar los misterios del Reino de los Cielos en parábolas
Jesús tuvo que hablar de los misterios del Reino de los Cielos en parábolas, para que los que tienen el corazón endurecido no le entendieran y para que no hicieran mal uso del significado en su propio beneficio. Por eso Jesús tuvo que hablar en parábolas. Nuestro Señor no quiso que esos corazones malvados se levantaran contra Dios para descubrir los misterios del Reino de Dios, y para que estos no entraran en el Cielo, Él les habló en parábolas. Hizo que fuera imposible para la gente con el corazón endurecido entrar en el Reino de los Cielos con este corazón. La intención de nuestro Señor era que la gente abandonara su maldad para entrar en el Reino de los Cielos poniendo su fe en la Palabra de Dios. Como el Señor dijo que no se permite entrar en el cielo a los que tienen el corazón endurecido, cualquiera que quiera entrar en el Cielo debe arrepentirse de su maldad y volver al Señor.
Sólo en la Biblia podemos descubrir la verdad del Señor. El Reino de los Cielos está abierto para los que veneran a Dios primero, creen en Él, y le siguen y le obedecen. Nuestro Señor, el Rey de reyes, habló a toda la creación sobre los misterios del Evangelio del agua y el Espíritu. Y quiso que todos los que le veneran, le siguen y le sirven, entiendan la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Quiso que se dieran cuenta de que «esta es la Palabra de la remisión de los pecados».
Pero esto no se aplica a los que tienen el corazón endurecido ante Dios. El Señor ha dado mentes confusas a la gente endurecida, para que no encuentren los misterios para entrar en el Cielo. La razón es que los que tienen el corazón endurecido no temen a Dios ni reconocen Su majestad. No reconocen a Dios como Su Maestro, sino que se exaltan a sí mismos más que a Dios. A esta gente, Dios no le ha permitido conocer la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
En conclusión, nuestro Señor dijo en el versículo 12: «Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado». A los que temen a Dios, a los que conocen Su ensalzamiento, y a los que le siguen al admitir que Él es el Juez y el Salvador, Dios les ha permitido entender Su Palabra mejor, y les ha dado más bendiciones. Así que los que están abrigados por el amor de Dios, no sólo han recibido la remisión de sus pecados mediante el poder del Evangelio del agua y el Espíritu, sino que han sido bendecidos para vivir por Su Justicia.
Nuestro Señor dice decididamente: «Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado». Ha hecho que sea imposible para aquel que no tema a Dios y cuyo corazón esté endurecido ante Él, entender el Evangelio del agua y el Espíritu. Del mismo modo en que Dios hizo que el agua estuviera a un nivel más bajo que la tierra, ha hecho que Su Palabra de la remisión de los pecados corriera por nuestros corazones a un nivel más bajo a través de la fe. El Señor ha permitido que los humildes de corazón recibieran las bendiciones de la remisión de los pecados a través de su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. En este Evangelio del agua y el Espíritu, nos ha permitido entender lo que quiso decir cuando dijo: «Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado». Todas sus parábolas tenían esta intención.
Si meditamos sobre la parábola del sembrador en Mateo 13, nos daremos cuenta de lo que Dios desea y de Su intención. Así, debemos examinarnos para ver si nos hemos levantado contra Dios con nuestros corazones endurecidos. Entre los que tienen el corazón endurecido ante Dios, hay unos más tercos que otros, que ni siquiera se arrepienten de su terquedad hasta el final. Dicen: «¡Dios no existe! ¿Dónde está Dios? ¿Existe o no? Le he servido y he creído en Él fervientemente, pero, ¿dónde están las bendiciones? ¿Por qué no me ha bendecido?».
Pero Dios está vivo y existe. Y ha llegado a ustedes mediante el Evangelio del agua y el Espíritu. Nadie debería acercársele con un corazón endurecido. Al contrario, deberíamos dejar los corazones endurecidos de lado, creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, y obedecerle con esta fe.
Ante Dios, debemos averiguar cómo son nuestros corazones, y debemos obedecer Su Evangelio de Verdad. Dios nos ha hecho Su creación en este mundo, y nos ha dado la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu para cumplir Su amor por nosotros. Se acercó a nosotros con Su amor: Cuando estábamos llenos de pecado Dios nos salvó de todos ellos con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Al poner nuestra fe en la Palabra de Dios, todos debemos tomar la Verdad que nos hace hijos de Dios. Sólo entonces podemos convertirnos en hijos de Dios.
Debemos quitar toda maldad de nuestros corazones y creer en la Palabra de Dios. Nosotros mismos debemos creer que Dios está vivo, y debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha dado. Si nuestros corazones están endurecidos, no podemos entender la Palabra de Dios de la remisión de los pecados aunque la escuchemos. Esta es aún mayor razón para dejar de lado nuestra maldad y escuchar la Palabra de Dios para no ser condenados eternamente.
Los que tienen el corazón endurecido ante Dios están destinados a la destrucción, porque no pueden entender el Evangelio del agua y el Espíritu. Por tanto, si alguien tiene el corazón endurecido ante Dios, debe ablandarlo y escuchar la Palabra de salvación con los oídos de su corazón. A veces, los nacidos de nuevo pueden tener el corazón endurecido, pero nadie debería ser así ante Dios. Nuestros corazones deben obedecer a Dios y debemos ser capaces de tener este corazón. Si nuestros corazones están endurecidos ante Dios, es indispensable que los cambiemos. Nuestro Señor nos ha dicho a todos que dejemos de lado nuestros corazones endurecidos y le escuchemos.
En la era del Antiguo Testamento Dios tampoco toleraba a la gente con el corazón endurecido
Refiriéndose a Isaías 6, 9, Jesús dijo: «De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis». Pasemos a Isaías 6, 9-13: «Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis.
Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.
Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto;
hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra.
Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa».
Jehová estaba enfadado y decidió arrancar a aquellos que tenían el corazón endurecido. ¿Por qué se enfadó Dios con el pueblo de Israel? Porque sus corazones estaban endurecidos ante Dios. Por eso, se levantaron contra Dios. El pueblo de Israel debía reconocer a Dios como el perfecto y absoluto Dios, obedecerle y creer en Él, pero en su corazón se levantaron contra Dios y no reconocieron Su Palabra. Por eso Dios declaró la destrucción sobre esta gente.
Dios también dijo: «si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida». En otras palabras, no había un solo descendiente de Adán que venerase a Dios e hiciese buenas obras. Sin embargo, como Dios les dio vida manifestándose a Sus siervos, hablándoles, y transformando sus corazones con Su Palabra, se levantó el pueblo de Dios. Él quería salvar las almas de los que conocían Su voluntad, y obedecían y creían en Él según Su Palabra.
Por eso el Señor dejó un tronco que se convertiría en la semilla santa en esta tierra, cuando todos los pecadores debían ser destruidos: «pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa».
Dios Padre puso la base de la salvación y la completó mediante Jesucristo: Dios Padre hizo que Jesús naciera en este mundo, tomara todos los pecados del mundo de una vez por todas al recibir Su bautismo de Juan el Bautista, y que fuera crucificado y derramara Su sangre en la Cruz. En otras palabras, Jesucristo se ha convertido en el tronco santo de esta tierra, y Dios ha salvado a todos los que reciben la remisión de los pecados al conocer a Jesucristo y poner su fe en Él.
Dios ha hecho que sea posible para los que entienden y creen en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu que se conviertan en el pueblo del Reino de los Cielos.
La semilla santa en esta tierra es Jesucristo y Su pueblo
La semilla santa en este mundo es Jesucristo, el Hijo de Dios Padre. Él vino a la tierra, borró nuestros pecados y convirtió a los que creían en Él en el pueblo de Dios. Dios dijo que la Palabra de poder, la Palabra de la remisión de los pecados que cumplió Jesucristo, se ha convertido en un tronco, y que a través de Jesucristo, los creyentes se han convertido en el pueblo de Dios, y Su Reino se ha establecido. Como se nos ha enseñado en la parábola del sembrador, todos podemos convertirnos en hijos de Dios cuando admitimos nuestra maldad y creemos en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu.
¿Cuál es el peor pecado que podemos cometer contra Dios? Es vivir una vida religiosa ante Dios. Adorar otros dioses ante Dios, creer en todo, es un gran pecado. Vivir una vida religiosa constituye un gran pecado ante Dios.
Dios nos ordenó: «No tendrás ningún otro dios». Aparte de nuestro Dios que creó este universo, ¿quién podría ser el Dios de la creación? Ningún otro Dios. Pero a pesar de esto, la gente cree y sigue otras cosas aparte de Dios, y esto es un gran pecado.
Por tanto, los predicadores del verdadero Evangelio deben enseñar a estos idólatras sus propias faltas antes de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu. Deben enseñarles que Dios es quien creó el universo, que sólo el Dios de la Trinidad es nuestro Señor y el Dios y que nos ha dado la bondad de Su salvación, y que nadie más es el Dios de la creación, sino que son dioses falsos.
Pero, si por el contrario, predican el Evangelio del agua y el Espíritu sin arar primero los campos de sus corazones, cometerán un gran error. Cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu a otros, debemos enseñarles qué pecados tienen en sus corazones, y que están destinados a ser condenados por sus pecados y a ir al infierno. Debemos decirles primero que son la semilla de los obradores de iniquidad, y enseñarles que si tienen el más mínimo pecado, serán echados al infierno. Sólo entonces podemos predicar el Evangelio del agua y el Espíritu, porque a no ser que reconozcan su maldad y sus pecados, el Evangelio no puede echar raíces en sus corazones.
También debemos enseñarles que la vida en este mundo está vacía, que perseguir los placeres mundanos es en vano, y que nada en este mundo tiene importancia, no es nada más que el sueño de una noche verano. Entonces debemos testificar sobre quién es el Dios vivo, y predicar cómo el Hijo de Dios vino a la tierra, borró nuestros pecados de una vez por todas a través del Evangelio del agua y el Espíritu, mediante Su bautismo y derramamiento de sangre, y nos ha salvado de todos nuestros pecados. Por tanto, cuando predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu, ignorar este procedimiento resultará en un trabajo sin fruto.
Así, los que predican el Evangelio del agua y el Espíritu sin arar los corazones de los pecadores para revelar sus pecados, deben admitir sus propios fallos ante Dios. Y los que escucharon el Evangelio del agua y el Espíritu de boca de esos predicadores, como escucharon el Evangelio sin darse cuenta de sus pecados, no pudieron convertirse en buenos campos. Si no aramos los corazones antes de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu, la gente no se podrá convertir en verdaderos hijos de Dios, sino que serán cristianos nominales.
Como he dicho anteriormente, los pecados de mi corazón me atormentaban antes de conocer el Evangelio del agua y el Espíritu. Sin embargo, Dios me reveló el misterio de esta Verdad del Evangelio mientras leía Mateo 3, 13-17. En ese momento, me di cuenta de que Jesús, al ser bautizado por Juan, tomó todos los pecados del mundo y cumplió la Justicia de Dios. También me di cuenta de que el Evangelio del agua y el Espíritu se revela tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Ambos testifican que nuestro Señor tomó sobre sí mismo nuestros pecados al ser bautizado por Juan, que murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, y así nos ha salvado de todos nuestros pecados.
Estaba tan contento de haber descubierto esta Verdad que no podía parar de dar gracias a Dios. Al principio como estaba tan preocupado por los cristianos que decían creer en Jesús sin conocer el Evangelio del agua y el Espíritu, sólo les daba un avance de la respuesta correcta. Estaba tan lleno de entusiasmo que predicaba el verdadero Evangelio a todo el mundo que conocía, sin arar primero sus corazones. Cometí este error durante un tiempo.
Por supuesto, sí que aré los campos de los corazones de aquellos que querían escuchar atentamente la Palabra de Dios y creer en ella. Sin embargo, cuando me encontraba con alguien con el corazón endurecido, inmediatamente le decía: «Así es cómo Jesús tomó tus pecados y los de toda la humanidad en el río Jordán, y al ser crucificado hasta la muerte y al levantarse de entre los muertos, nos salvó a todos de esos pecados». Al final, sólo convertí a esta gente en malvados practicantes de la religión ante Dios. Como los campos de sus corazones todavía seguían siendo como el borde del camino o el camino pedregoso, el Evangelio del agua y el Espíritu sembrado en sus corazones no sirvió de nada con el tiempo: algunos fueron devorados por el Diablo, y otros germinaron pero se marchitaron pronto. Este fue el resultado del hecho de que no habían entendido el poder del Evangelio del agua y el Espíritu completamente.
Todos fuimos pecadores desde el principio
Los corazones de la gente están llenos de cosas malas desde el principio, pero les costó bastante tiempo conocer su naturaleza pecadora. Este es un problema que tenemos todos. Así que es normal que la mayoría de los cristianos no se hayan dado cuenta de que sus corazones tienen campos pedregosos, sino que lo descubrirán más tarde.
Si alguien acepta el Evangelio del agua y el Espíritu sin reconocer sus pecados completamente, su fe será demasiado frágil para soportar la tormenta de sus pecados, y la casa construida sobre la arena no puede aguantar una tormenta.
Mientras vivimos confesando nuestra fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, también nosotros hemos visto nuestra verdadera naturaleza. Para algunos de nosotros, es difícil admitir los pecados que cometemos, nos resulta difícil soportarlo. Así que esta gente no puede decir sin ninguna duda que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Acaban convirtiéndose en meros practicantes de la religión, porque no tienen la fe que se aferra a la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu. Hablando estrictamente, no son hijos de Dios y el Espíritu Santo no vive en ellos. El resultado es tan claro como el agua. Dejarán la Iglesia de Dios, porque no pueden estar unidos con la Palabra de Dios en el Espíritu Santo.
En los pasajes de Mateo 13, nuestro Señor nos está enseñando cómo deberíamos predicar el Evangelio, cómo deberíamos atender a las almas, y cómo deberíamos servirles. También nos está diciendo cómo darnos cuenta de la Verdad que nos permite recibir la remisión de los pecados, y cómo descubrir los misterios del Cielo. Para entender todas estas enseñanzas debemos hacer nuestros corazones humildes, reconocer a Dios, admitir que Él es nuestro Maestro y el Señor del universo entero. Reconocer a Dios correctamente es el primer paso para recibir Sus bendiciones.
Nuestro Señor dijo: «Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí.
El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (Isaías 1, 2-3).
Gracias a que Dios nació en este mundo, y al creer en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, hemos nacido de nuevo. Pero algunos se han convertido en practicantes de la religión, porque no conocen a Dios, ni sus pecados y no entienden que son la semilla de obradores de iniquidad y están destinados al infierno por causa de sus pecados. ¿Hay alguno entre ustedes que haya recibido la Palabra del Evangelio sin que el campo de su corazón haya sido arado? Quiero que toda esa gente are los campos de sus corazones una vez más, para descubrir sus pecados, para creer de verdad en el Evangelio del agua y el Espíritu, y para ser salvados de sus pecados. Espero sinceramente que al hacerlo, sean salvados de todos sus pecados y se conviertan en el pueblo de Dios.
Los que predican el Evangelio de Dios no deben olvidar el hecho de que cuando predican el Evangelio del agua y el Espíritu, primero deben arar el campo de su corazón pecador, y entonces predicar el Evangelio del Cielo. ¿Por qué? Porque el Señor nos dijo que hay bordes del camino, caminos pedregosos y caminos espinosos en los corazones humanos. Todos debemos darnos cuenta de que nunca es tarde para predicar el Evangelio del agua y el Espíritu tras haber explicado la Palabra de Dios suficientemente a la gente. Debemos sembrar la semilla del verdadero Evangelio después de que la gente admita sus pecados, haga humildes sus corazones ante Dios, y reconozca que son montones de pecados destinados al infierno. Sólo después de arar los corazones y de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu pueden convertirse en el pueblo de Dios al creer en este verdadero Evangelio.
Sólo cuando enseñamos a los pecadores con la Palabra de Verdad, son pecadores destinados el infierno, y cuando creen en el Evangelio del agua y el Espíritu a través de la Palabra de Dios, pueden creer en Jesús correctamente. Como el granjero que ara su campo, remueve la tierra, la labra y siembra la semilla, y riega el campo; nosotros los granjeros espirituales debemos predicar el Evangelio del agua y el Espíritu del mismo modo.
Al principio, no sabíamos cultivar, porque predicamos el Evangelio del agua y el Espíritu enseguida, sin remover los campos de los corazones de la gente. Consecuentemente, aquellos de ustedes que escucharon el Evangelio del agua y el Espíritu sin que el campo de su corazón hubiera sido arado, se han desviado del camino; algunos han dejado la Iglesia, y otros se han levantado en Su contra. Todos estos resultados se deben al error que cometimos al no arar y remover los campos de los corazones.
Me arrepiento ante Dios de estos errores. Mis compañeros de trabajo también se arrepienten. Ya que yo mismo cometí estos errores, ¿cómo no han de cometerlos mis compañeros? Al principio, todos predicamos un poco del Evangelio demasiado fácil, tomándolo como una tarea fácil porque queríamos dar la respuesta correcta y después darles todos los detalles. Así que de alguna manera, era un anticipo del verdadero Evangelio, pero al oírlo, muchos creyeron que era su salvación. Pero esta no es la verdadera salvación del pecado.
Esta gente debe admitir primero sus pecados como el profeta Isaías profesó cuando vio la majestad y la gloria de Dios: «Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Isaías 6, 5). La verdadera salvación se consigue cuando se admite ante Dios que se es un pecador que está destinado inevitablemente al infierno por causa de sus pecados, y entonces se cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. Cuando tenemos esta fe, estamos muy agradecidos al Señor que vino y nos salvó de nuestros pecados con el Evangelio del agua y el Espíritu. No podíamos evitar ser juzgados por Dios y ser echados al infierno, pero al admitir ante Dios que éramos pecadores y al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, hemos recibido la remisión de nuestros pecados.
Por eso todo lo que quiero que hagan es dejar de lado sus corazones endurecidos y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Si sus corazones están endurecidos, morirán. ¿Están sus corazones endurecidos o son puros ante Dios? Deben ser muy puros, no sólo un poco puros. Como la Palabra de Dios dice que los pecadores no pueden evitar ir al infierno, debemos creer que todo se cumplirá según esta Palabra. Por tanto, todos nosotros debemos creer con un corazón puro que a través del Evangelio del agua y el Espíritu, nuestro Señor nos ha salvado de todos nuestros pecados, cuando todos estábamos destinados al infierno y éramos incapaces de alcanzar nuestra salvación por nuestros propios medios y esfuerzos.
El Señor dijo: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos». ¿A quién se le ha permitido conocer la Palabra de Dios acerca de Su Reino? El Señor dijo que se le permitiría a los corazones puros. Sólo a aquellos que tienen corazones que aceptan la Palabra de Dios se les permitirá, y sólo a los que pueden recibir la remisión de sus pecados por el poder de este Evangelio. En contraste, los de corazón impuro y endurecido no pueden poseer el Evangelio, los misterios del Reino de los Cielos.
Al escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu y al vivir nuestra fe hasta ahora, ¿son nuestros corazones puros o no? Debemos pensarlo detenidamente. Examínense para ver si son puros o no, y dejen de lado su terquedad y pongan su fe pura en el Evangelio del agua y el Espíritu.
No hablo de si sus acciones son insuficientes o no. Lo que les pido es que se pregunten si sus corazones que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu son puros o no, y que reflexionen si sus corazones están endurecidos o no. Si descubren que sus corazones están endurecidos, deben arrepentirse y cambiar. No rueguen a Dios por Su perdón, sino vuelvan a Él poniendo su fe en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu.
Debemos admitir nuestras creencias erróneas del pasado, reconocer nuestros corazones puestos en mal lugar, rebajarnos ante el Evangelio del agua y el Espíritu, y creer en este Evangelio. Si vemos que es difícil rebajar nuestros corazones, por lo menos deberíamos ser capaces de rebajar nuestros cuerpos carnales. Sólo entonces Dios verá nuestros corazones y nos dará la remisión de nuestros pecados. Espero y deseo que todos ustedes, a través de su fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, reciban la remisión de sus pecados y vivan como el pueblo de Dios, y entonces cuando el Señor vuelva, le reciban y vivan por siempre con sus bendiciones.
Puede que hayan encontrado falsos testigos del Evangelio y consecuentemente, su fe sea incorrecta. Aunque no hay duda de que estos testigos estaban equivocados, básicamente, sin embargo, ¿no son sus corazones los que están equivocados? ¿Por qué está Dios reprendiéndonos? Nos reprende porque nuestros corazones no son puros. Es absolutamente esencial que dejen de lado su terquedad y crean en la Palabra de Dios con sus corazones puros, porque no podrán recibir ninguna bendición de Dios si sus corazones están endurecidos.
En este mismo momento, es una bendición escuchar y ver el Evangelio del agua y el Espíritu, y creer en él de todo corazón
Nuestro Señor dijo en Mateo 13, 16-17: «Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.
Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron».
Nuestro Señor vino a esta tierra hace 2.000 años, y empezó a difundir Su Palabra de la remisión de los pecados y del Reino de Dios cuando tenía 30 años. Cuando nuestro Señor habló de la remisión de los pecados, les habló del Reino de Dios explicando la Palabra del Antiguo Testamento, y también enseñó cómo ser perdonados por sus pecados y ser bendecidos. Los que vieron a Jesús con sus ojos y le oyeron fueron bendecidos en ese mismo instante. Desde la creación del mundo, casi ningún profeta o creyente en el Antiguo Testamento escuchó lo que Dios dijo sobre el Reino de los Cielos cuando vino a la tierra encarnado en un hombre y se reveló a Sí mismo.
Cuando Jesús estuvo en este mundo, el pueblo de Israel le conoció, lo vio con sus propios ojos, y escuchó lo que dijo sobre Dios y Su Reino. Esta gente estuvo grandemente bendecida, y aún así, de entre los que escucharon la Palabra directamente de Jesús, muchos no creyeron en Él. En aquella época también había mucha gente que, al endurecer sus corazones, se levantó contra Jesús y no creyó en Él. Entre los cuatro diferentes campos del corazón humano, los suyos eran los tres malos campos que deberían haber sido arados.
Podemos escuchar la Palabra de Verdad de Dios a través de los discípulos que creyeron en el Evangelio del agua y el Espíritu
En esta era, pueden oír el Evangelio del agua y el Espíritu a través de los que se han convertido en los verdaderos discípulos de Jesús. En realidad, aquellos de ustedes que han conocido a los siervos de Dios difundiendo la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu y han escuchado de sus bocas este Evangelio son los verdaderos benditos. Nadie está más bendecido que aquellos que conocen a Jesús y creen en Él correctamente. Sin embargo, aunque alguien conozca a Jesús, si endurece su corazón y no cree en lo que Él dijo, y por tanto no recibe la bendición de sus pecados, no es diferente de los más desdichados.
En esta época, los que están realmente bendecidos son los que conocen el Evangelio del agua y el Espíritu y creen en él correctamente. Pero entre los que han conocido a los predicadores que difunden esta Verdad del Evangelio, hay quien no ha recibido la remisión de sus pecados porque no creen en la Palabra de Dios. Estos tienen el corazón endurecido. Esta gente debe arrepentirse de su terquedad y creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, porque sus corazones endurecidos sólo les llevarán al infierno.
Mis queridos hermanos, ¿son las palabras que dicen los siervos de Dios que difunden el poder del Evangelio del agua y el Espíritu meramente humanas o son la Palabra de Dios? Son la Palabra de Dios. No es fácil conocer a los predicadores de la verdad del Evangelio del agua y el Espíritu en todos los sitios. No se encuentran entre los meros practicantes de la religión de este mundo. Ni el pastor más famoso de esta era, ni la persona con más poder de Dios, ninguno es predicador de Dios si no predica la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu.
Ustedes están bendecidos, porque pueden escuchar el Evangelio del agua y el Espíritu en este mismo instante a través de nuestras series de libros cristianos. La Palabra del verdadero Evangelio les ha sido entregada gratis, como está escrito en Romanos 10, 8-9: «Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos:
que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo».
Aún así hay gente que, al tener el corazón endurecido, no cree en la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu aunque escuchen la Palabra de Dios. Esta gente va por el camino equivocado. ¿Por qué? Porque no reconocen la Verdad de la salvación, y como sus corazones están endurecidos, no pueden escuchar aunque oigan, no pueden ver con sus ojos. Están destinados a la destrucción por causa de sus pecados aún teniendo tantas oportunidades para sen bendecidos.
Ahora, pueden escuchar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu en la Iglesia de Dios y a través de nuestros ministerios. Ahora pueden escuchar la Palabra del agua y el Espíritu que contiene los misterios de la fe que les permite entrar en el Reino de Dios. Al escuchar y creer en este Evangelio del agua y el Espíritu con todo su corazón pueden ir al Cielo. A no ser que escuchen esta Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, no podrán entrar en el Cielo por mucho que lo deseen.
¿Dónde más aparte de la Iglesia de Dios pueden escuchar la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu? En todo el mundo, sólo los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu pueden difundir este Evangelio. ¿Dónde más pueden escuchar este Evangelio, a no ser que encuentren a los siervos de Dios? No estamos alardeando, sino que sólo les digo que nadie más predica este verdadero Evangelio. Por muy duros que parezcamos, nadie más predica este Evangelio de Verdad. Hemos escuchado a mucha gente confesarnos que en sus propias palabras no pudieron encontrar esta Verdad, por mucho que la buscaban en todo el cristianismo.
Ahora, en este mundo, también se han levantado multitud de nacidos de nuevo que han visto, oído y creído en esta Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu a través de nuestra literatura, tanto en libros impresos como en libros electrónicos. Si ustedes son uno de ellos, deben creer en esta Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu con un corazón sincero. Deben escucharnos y creer en la Palabra de Dios con humildad. Sólo entonces podrán conocer la misteriosa Palabra de Verdad que les permite entrar en el Reino de los Cielos.
El cristianismo es la reunión de los que siguen a Jesucristo. Hoy en día, mucha gente dice seguir a Jesucristo y querer convertirse en Sus discípulos, pero deben reconocer que ahora sólo creen en una de las muchas religiones del mundo. No conocen ni creen en Jesús correctamente, ni obedecen ni creen en Él. Sólo piensan para sí mismos que están obedeciendo a Jesús, cuando en realidad no siguen al Jesús verdadero, sino sólo a sus propias invenciones. Si no les gusta lo que dice la Palabra, alteran la Palabra de Jesús a su propio gusto para que encaje con sus creencias.
Muchos de ellos tienen la imagen de un Jesús guapo. ¿Tenía la cara de un hombre guapo, cuando en verdad la Biblia dice: «no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos»? (Isaías 53, 2). Creen en sus propias invenciones, cambiando la esencia de Jesús y Su Palabra. Por eso puedo describir sus corazones en una palabra: tercos.
Pero todo lo que Dios dijo en la Biblia es totalmente infalible. Todo lo que debemos hacer es arrodillarnos ante Su palabra, y obedecerla y creer en ella con un sí. Aunque sea difícil rebajar sus corazones ante la Palabra de Dios, deben intentar rebajar tanto sus cuerpos como sus corazones ante Dios y reconocer que Él tiene razón. Si sus corazones no son puros, deben arrepentirse. Sólo entonces pueden aceptar Su Palabra, y convertirse en el pueblo de Dios y en Sus obreros.
La Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu revelada en Mateo 13, 18-23
Nuestro Señor interpretó la parábola del sembrador en Mateo 13, 18-23 al decir: «Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador» (Mateo 13, 18). Nos la explicó haciendo una analogía con algo con lo que estamos familiarizados para que entendiéramos Su Palabra del misterio del Cielo y la entendiéramos fácilmente.
En Mateo 13, 19, Jesús dijo: «Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino».
No todo el mundo puede entender la Palabra del Cielo. Cuando alguien escucha la Palabra de la salvación que explica el Reino de Dios y no la entiende, el malvado viene y arranca lo que fue plantado en su corazón. Para entender Su Palabra correctamente, primero debemos darnos cuenta de que hemos sido pecadores que han adorado ídolos ante Dios. Desde el día en que nacimos, no hemos reconocido a Dios, no le hemos honrado, ni servido. Al no reconocerle y creer en Él hemos pecado de idolatría, que es el peor pecado ante Dios. Somos así. Debemos reconocer lo malos que somos y qué tercos somos.
Como Adán y Eva, los padres de la humanidad, pecaron contra Dios, pasaron los doces tipos de pecados a todos nosotros como herencia. Y consecuentemente, desde nuestro nacimiento hemos sido apartados de Dios y nos hemos convertido en la gente maldita que le abandonó. Éramos las semillas con el corazón endurecido y no podíamos ser salvados de nuestros pecados, y nos levantamos contra Dios y le desobedecimos, y por tanto estábamos destinados a estar malditos, a no ser que Jesucristo nos salvara. Por tanto debemos admitir que éramos las semillas del pecado que no podían evitar ser echados al infierno por su desobediencia, y que éramos pilas de pecado destinados a vivir dando los frutos del pecado y levantándonos contra Dios toda nuestra vida. Debemos conocernos a nosotros mismos. Si no lo hacemos, se nos quitará todo.
Efesios 2, 1-3 dice: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia».
Dios nos está diciendo: «Sois las semillas del pecado que adoráis a otros dioses. Sois la semilla del pecado que se levantó contra Mí, aliándoos con Satanás, el Diablo, el príncipe del poder del aire». Cuando Dios nos dice esto, debemos admitir: «En verdad lo hemos hecho. Aunque no lo hicimos intencionadamente, estábamos gobernados por el Diablo y no conocíamos a Dios».
Estábamos equivocados, nuestros antepasados también lo estaban y nuestros descendientes lo estarán. Esta falta es el pecado que nos hace ir al infierno. Éramos pecadores terribles, y si nuestro Señor no hubiera remitido nuestros pecados mediante el agua y el Espíritu, no hubiéramos recibido la remisión de nuestros pecados.
Por eso debemos darnos cuenta de nuestra existencia. No debemos escuchar simplemente la Palabra, sino que debemos entenderla bien. Debemos darnos cuenta de que somos las semillas del mal; de que somos incapaces de guardar la Ley y de hacer buenas obras ante Dios, y de que sólo hacemos malas obras; y también de que no podríamos haber sido salvados de nuestros pecados si no hubiera sido por Jesucristo. Debemos reconocer que estábamos sujetos a nuestra carne, a buscar la fama, la riqueza, y la gloria de este mundo, y a ser echados al fuego eterno y a morir para siempre. Y tras conocer la maldad de nuestros corazones, debemos rebajar nuestros corazones y aceptar con gratitud en nuestros corazones que el Señor ha borrado nuestros pecados.
El Señor nos dijo: «Sois la semilla del mal. Vuestros pecados no pueden ser lavados, ni siquiera con jabón». Por eso cuando Jesucristo, el Hijo de Dios vino a la tierra, fue bautizado por Juan el Bautista, diciendo: «porque así conviene que cumplamos toda justicia». Y cuando salió del agua, Dios testificó: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, tomó sobre Sí mismo todos nuestros pecados. Nuestro Señor nos dijo que vino a este mundo a salvarnos porque estábamos destinados a ir al infierno por nuestros pecados, y que tomó los pecados de la humanidad sobre Sí mismo de una vez por todas al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad. «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia» (Mateo 3, 15). Esto es lo que Jesús dijo cuando iba a ser bautizado. Jesús tomó todos nuestros pecados al ser bautizado. ¿Creen ahora que todos sus pecados fueron pasados a Jesucristo?
¿Hay alguien cuyo corazón esté abrumado por un sentimiento de culpa, y que piense: «Es cierto que creo en este Evangelio. Pero aunque crea en la Palabra, he cometido pecados muy graves y estoy muy lejos de Dios ahora mismo. Así que no puedo atreverme a decir que estoy sin pecado»?
Mis queridos hermanos, no hay pecado que nuestro Señor no nos quitara, entonces es justo que todos nuestros fallos, por muy graves que sean, le hayan sido pasados a Él. Nuestro Señor dijo: «Porque así conviene que cumplamos toda justicia», y entonces fue bautizado por Juan el Bautista. En ese mismo momento, todos sus pecados, todo tipo de pecados que hayan cometido, y por muy graves que sean, fueron pasados al Señor. Si han aceptado su naturaleza pecadora en su totalidad, y han dejado de lado sus corazones endurecidos ante el Señor, tendrán que admitir la Verdad del Evangelio. Deben reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, Dios mismo, y nuestro Salvador, y que el Señor tomó todos sus pecados, por muy insuficientes que sean, y cualquiera que sea el tipo de pecado que hayan cometido. Nuestro Señor los limpió. ¿Lo reconocen ahora?
La humanidad es siempre insuficiente. No deben olvidar que cuando señalamos a alguien, todos nos señalan a nosotros. Todo el mundo peca. Ustedes y yo, todos cometemos pecados. ¿Piensan que podrían tirar una piedra a una mujer adúltera, cuando nuestro Señor dijo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (Juan 8, 7)? Seguramente no. Ustedes y yo cometemos los mismos pecados que los demás.
Pero al ser bautizado por Juan, Jesús tomó todos los pecados de este mundo y los aceptó sobre Sí mismo. Todos sus pecados y los míos fueron pasados a Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista. ¿Lo reconocen? ¿Admiten que si Jesús no hubiera tomado nuestros pecados en Su bautismo, ustedes y yo estaríamos 100% destinados al infierno por nuestros pecados?
Si reconocen la Palabra de Jesús, esto significa que sus corazones no están endurecidos. Pero si lo reconocen sólo en su pensamiento y no en su corazón, esto sólo significa que sus corazones son tercos. El no aceptar la Palabra de Dios en el corazón es el peor pecado que puede cometer un corazón endurecido, mientras que el que la reconoce con su corazón tiene un corazón humilde. Ustedes y yo debemos reconocer la Palabra con nuestro corazón.
Cuando nuestro Señor fue bautizado, las puertas del Cielo se abrieron, y Dios Padre dijo: «El que acaba de ser bautizado es Mi querido Hijo, en quien tengo Mi complacencia». Dios Padre está diciendo: «Mi hijo tomó todos vuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad. Mi propio Hijo se convirtió en la propiciación de vuestros pecados. Como el Sumo Sacerdote celestial, aceptó todos vuestros pecados en Su propio cuerpo al ser bautizado, y al sacrificar este cuerpo de Mi Hijo, he limpiado vuestros pecados. Así he os he salvado de todos vuestros pecados». Ustedes y yo debemos reconocer esta Palabra en nuestros corazones. Sólo si reconocemos esto con nuestros corazones, sabremos que nuestros corazones no están endurecidos.
Mis queridos hermanos, ¿reconocen la Palabra de Dios con sus corazones puros? No endurezcan sus corazones ante Dios. Esto sería realmente malvado. Levantarse contra Dios y desobedecer la Palabra de Dios con sus corazones es cien veces más malvado que ofender Su Palabra con la carne. Levantarse contra Dios con sus acciones es malo, por supuesto, pero con sus corazones es peor.
Cuando hacen esto en sus corazones, Dios lo sabe todo. Pero si creen que Dios no lo sabe, y rechazan sin vergüenza Su Palabra con sus corazones endurecidos, están cometiendo la blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado que Dios no perdona. ¿Qué es la blasfemia contra el Espíritu Santo? No creer en la Palabra del Evangelio. Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo planearon entre ellos cómo borrar los pecados de la humanidad, y lo han cumplido según el plan. En resumen, la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado de no creer que el Señor ha borrado todos nuestros pecados con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu y que nos ha hecho hijos de Dios. Un corazón que no cree que el Señor nos ha salvado a los que estábamos destinados al infierno por nuestros pecados, y que nos ha hecho el pueblo de Dios, es un corazón que blasfema contra el Espíritu Santo.
Algunos insisten en que prohibir que la gente hable en lenguas e imponer las manos sobre la cabeza para curar a alguien es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Pero esto son tonterías. Los que se levantan contra el Evangelio del agua y el Espíritu cometen el pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Todos los demás pecados pueden ser perdonados, pero el que rechace el poder del Evangelio del agua y el Espíritu y no cree en él, no puede ser perdonado. Por tanto, el Apóstol Juan definió este pecado como «un pecado de muerte» (1 Juan 5, 16).
En el poder del Evangelio del agua y el Espíritu se encuentra la Verdad de la salvación, a través del cual Dios nos ha salvado. El que Dios nos haya salvado de todos nuestros pecados presupone que habíamos caído en pecado y no podíamos evitar ir al infierno. Por eso Dios tuvo piedad de nosotros y nos ha salvado con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Al creer en esta Verdad, de que Jesucristo nos ha salvado al venir al mundo, al ser bautizado, morir en la Cruz, y levantarse de entre los muertos, ustedes y yo nos hemos convertido en hijos de Dios y hemos sido librados de los planes malignos de Satanás. Al poner nuestra fe en el poder del Evangelio del agua y el Espíritu podemos salir de nuestra antigua posición en la que estábamos contra Dios y en la que le hacíamos estar triste, y recibir nuestra salvación de Dios. Por tanto, en vez de endurecer nuestros corazones, ustedes y yo debemos rebajarlos. Esto es lo que nos está diciendo el Señor.
Sus corazones pueden ser caminos espinosos, llenos de preocupaciones de este mundo y de la decepción de las riquezas, o como el camino pedregoso que tiene pecados sin revelar. También habían vivido vidas religiosas, adorado otros dioses, cometieron idolatría, y se levantaron contra Dios. En otras palabras, sus corazones pueden ser como el borde del camino. Cuando los pecados no revelados se manifiestan a través de sus acciones, todo lo que deben hacer es admitir quienes son realmente. Pero a pesar de ello, hay pecados terribles en sus corazones y no pueden admitirlos. Pero a través del Evangelio del agua y el Espíritu, el Señor nos ha salvado. ¿Creen en esto con sus corazones?
Esto es hacerse humildes. La fe humilde es la fe bendecida por Dios y es la fe que nos hace Sus hijos, y es el corazón que nos ha salvado del pecado. Con esta fe, deben arar el campo de sus duros y tercos corazones con un sí. Esta es la fe humilde. Este es el buen campo.
Muchos creyentes dejaron la Iglesia de Dios y este Evangelio bendito en busca de riqueza, fama, poder y sus propias pasiones, aunque una vez creyeron en el Evangelio del agua y el Espíritu. Pero aún así, nuestro Señor ha borrado los pecados de esa gente. De hecho, con el agua y el Espíritu, el Señor ha borrado todos los pecados de todo el mundo, de todos los que dejaron la Iglesia para perseguir sus deseos carnales, o porque no les gustaba la Iglesia. Pero aún así la gente decidió: «Por lo que hice, estoy separado para siempre de Dios» y rompen los lazos con Él. Esto constituye el peor pecado ante Dios. Como esto constituye la blasfemia contra el Espíritu Santo, esta gente será destruida.
¿Hay todavía piedras en el campo de sus corazones? ¿Hay pecados que no han sido revelados? Todos sabemos algo del pecado, pero sólo superficialmente. «Oh, así que esto es lo que Dios dice», pensamos para nosotros mismos. Pero eso es todo lo que sabemos, y todavía hay mucho de lo que no nos damos cuenta, porque no hemos cometido pecados como el asesinato, el adulterio, la envidia, el robo, y la inmoralidad sexual, sino que sólo los hemos pensados. ¿No desean mucho sus corazones? Por supuesto que sí. ¿Harán esas cosas tarde o temprano? Sí. ¿Significa eso que las pueden hacer libremente? No.
Los seres humanos no son tan especiales. Todo el mundo es insuficiente. Pero el Señor nos ha salvado de nuestros pecados. Creer en esto es tener fe.
Jesús dijo que los misterios del Cielo nos han sido revelados. ¿Qué son los misterios del Cielo? Es la Palabra del Evangelio del poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Algunos evocan algunas ilusiones sobre el Cielo al escuchar la expresión «misterios del Cielo». Hace algún tiempo, un falso profeta místico, que insistía en que había estado en el Cielo, testificó a los cristianos Coreanos que los ángeles del Cielo estaban ocupados preparando muchos bloques de apartamentos para los santos. Después de este falso profeta, surgieron otros testigos similares en Corea que decían haber estado en el Cielo. Pero nuestro Señor no quiso decir estas cosas cuando dijo «misterios del Cielo».
Jesús nos enseñó los misterios del Cielo, el Evangelio del agua y el Espíritu, para que testificáramos que el Señor nos ha salvado de nuestros pecados, aunque seamos insuficientes. Por eso les testifico que el Señor se ha convertido en nuestro Salvador eterno, y que nos ha salvado de todos nuestros pecados, fue bautizado, murió en la Cruz, se levantó de entre los muertos, y vive. ¿Creen en el poder del Evangelio? Si creen, están salvados.
La clase de fe que Dios aprueba es la fe de corazón. Si intentan creer alguna verdad en Su Palabra aunque no la puedan entender, esto no constituye fe en sí mismo. La fe es un concepto que pertenece a la gracia. Si intentamos tener fe en la Verdad de Dios, nuestros esfuerzos no pueden ganarse Su gracia, porque el Señor dijo: «Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda;
mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Romanos 4, 4-5).
Intentar creer con la voluntad de uno mismo es una obra. Aceptar la Palabra de Dios con un corazón puro es fe. El Señor dice que Él tomó todos nuestros pecados al ser bautizado en el río Jordán, y que por eso nuestros pecados fueron pasados a Jesucristo, reconocer esta Palabra es fe. Reconocer la Palabra de Dios es el corazón de los benditos que son pobres de espíritu. El que tiene un corazón que teme a Dios no necesita trabajar duro para creer en Su Palabra.
Decir: «Creeré. Trabajaré duro para creer en Tu Palabra», sólo indica que nuestros corazones están endurecidos. Cuando la Palabra llega sobre nosotros, debemos decir sí y creer. No puede haber un «no» ante la Palabra de Dios. ¿Hay algo en la Palabra de Dios que pueda ser negado? Por supuesto que no. Debemos reconocer que el Señor nos ha salvado de nuestros pecados con el poder del Evangelio del agua y el Espíritu. Por lo tanto, decir: «Intentaré creer», no está bien.
El Señor dijo: «Lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y da fruto, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».
En Corea hay una extraña secta denominada «Secta Lo Tengo». Sus miembros intentar convencerse a sí mismos de su propia remisión de los pecados, porque no conocen la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Debido a su ignorancia, intentan explicar la remisión de los pecados mediante alegorías y metáforas. Y cuando llegan a entender una de esas enseñanzas, dicen ser nacidos de nuevo por ese conocimiento. Ahora, nos llaman herejes. ¿Por qué? Porque se han dado cuenta de que su evangelio es diferente del que nosotros predicamos.
¿Significa esto que entendieron la Palabra correctamente, o que no la entendieron bien? Sólo afirmaban entenderla cuando su propio conocimiento no tenía ningún valor. Es como si estuvieran alegres por haber encontrado una mina de oro, cuando en realidad se están revolcando en su propia suciedad. Todo conocimiento, sin contar la Palabra de Verdad del poder del Evangelio del agua y el Espíritu, es un desperdicio. Si alguien no conoce esta Verdad escondida del Evangelio del agua y el Espíritu cuando lee la Biblia, todo su conocimiento es 100% en vano.
Jesús dijo que el que entiende la Palabra da fruto por ciento, sesenta y treinta. Los que no conocen la Palabra no pueden dar fruto. ¿Y ustedes? ¿Entienden la Palabra? ¿Se dan cuenta ahora de lo siguiente? «Ah, estaba destinado al infierno, pero el Señor me ha salvado con el poder del agua y el Espíritu y se ha convertido en mi Salvador. El Señor se ha convertido en mi Maestro, y el Dios de mi salvación. Ahora puedo creer que me llevará al Reino de los Cielos. Puede que mi fe no sea muy grande, pero ahora tengo fe, aunque sea del tamaño de un grano de mostaza». ¿Se dan cuenta, por lo menos, de que son hijos de Dios ahora? Si es así, entonces están bien. Ahora deben escuchar la Palabra y seguir creciendo.
Aquellos que no entienden la Palabra aunque la escuchen, tienen el corazón endurecido. Deben entender la Palabra del Evangelio en cuanto la escuchen, y cuando sus insuficiencias se manifiesten en sus vidas, deben darse cuenta de cómo el poder del Evangelio del agua y el Espíritu ha salvado a la gente como ustedes. «Ah, soy así de insuficiente y aún así el Señor me ha salvado. ¡Aleluya! ¡Gracias, Señor!».
Así es como pueden librarse de sus pecados, seguir al Señor y servirle con sus corazones limpios y nuevos. Los que poseen este verdadero conocimiento están bendecidos y son los ciudadanos del Reino de Dios.
Dios nos ha dado a todos la Verdad para que la entendamos. Todos podemos entender ahora esta Verdad, si no tuviéramos corazones endurecidos. Si dejamos de lado la maldad de nuestros corazones y los rebajamos, podremos alcanzar este conocimiento. Si no se han dado cuenta todavía, dejen de lado la maldad de sus corazones y sigan escuchando Su Palabra a través de los siervos de Dios. Entonces el conocimiento de la Palabra llegará a sus corazones un día. Cuando se hayan dado cuenta de esto, la Palabra se convertirá en su fe en la Verdad que vive por siempre, y nunca desaparece.
Lo que descubren por sí mismos no es el verdadero conocimiento. El conocimiento verdadero es entender lo que la Iglesia de Dios les enseña con el Evangelio del agua y el Espíritu.
Doy gracias al Señor por darnos esta Palabra sobre los misterios del Cielo, y por ayudarnos a conocerlos con corazones puros.
Espero y rezo por que aquellos de ustedes que no conozcan los misterios del Cielo todavía, dejen de lado su terquedad, se humillen y recen a Dios para que les dé el conocimiento de esta Verdad.