(Lucas 15, 11-32)
«También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado».
A los ojos de Dios, nuestro mayor mal como seres humanos es intentar establecer nuestra propia justicia
Hay dos diferentes tipos de hijos en el pasaje de las Escrituras de hoy, que es Lucas 15, 11-32. El segundo hijo le pidió a su padre que le diera su parte de la herencia, así que el padre dividió su riqueza y se la dio a su hijo. Entonces el hijo se fue al mundo y malgastó todas sus posesiones, se arrepintió y volvió a la casa de su padre.
Leamos de nuevo lo que la Biblia dice del retorno del hijo pródigo: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado». Esta es la Palabra de Dios Padre para hoy.
Cuando el hijo volvió a casa después de haber salido al mundo y haberse gastado todas sus posesiones y haber malgastado su vida, su padre le recibió de todo corazón. El padre no solo aceptó a su hijo, sino que le vistió con los mejores vestidos, le puso un anillo en la mano y sandalias en los pies, sacrificó un becerro y celebró un banquete enorme.
¿Cómo reaccionó el primer hijo que no se fue y se quedó con el padre? Está escrito en los versículos 25-28: «Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar». Como dice este pasaje, al hijo mayor no le gustó que su padre celebrase un banquete para celebrar el retorno de su hijo. Está escrito que se enojó mucho.
¿Qué significa el pasaje de las Escrituras de hoy? De entre los dos hijos, el hijo menor se unió con el corazón de su padre. El Señor nos dio esta parábola para enseñarnos esta verdad.
¿Cuál es nuestro mayor problema? A los ojos de Dios, ¿cuál es el problema más grande de la humanidad? Que la gente tenga su propia justicia. Para los que han nacido de nuevo al creer en Jesús y los que no, su problema es la noción de que su propia justicia es mayor que la justicia de Dios. Cuando queremos seguir al Señor, debemos saber que debemos dejar de lado nuestra justicia. Esto se debe a que solo podemos seguir la justicia de Dios Todopoderoso, nuestro Padre, si nos deshacemos de la nuestra.
¿Qué tipo de personas son las que han recibido la remisión de los pecados de Dios y las que han recibido el don bendito de la salvación? Son las que no tienen justicia propia. Una persona que no tiene justicia propia no tiene nada bueno. Los que no tienen virtudes propias, bondad, voluntad, determinación, mérito o facultad han sido salvados por Dios. Pero los que creen que son inteligentes, buenos, virtuosos y que no tienen pecados no pueden recibir la salvación de Dios. En vez de ser salvados por Dios, le retan diciendo: «Dios, vamos a ver quién es más alto y quién es mejor. Veamos si eres más virtuoso, más sabio y mejor que yo». De la misma manera, los que alardean de su propia justicia quieren compararse con Dios y retarle.
Como el hijo pródigo, los que han perdido toda su justicia se visten de la gracia de salvación de Dios
El hijo pródigo del pasaje de las Escrituras de hoy lo perdió todo. Salió al mundo y malgastó toda la herencia que había recibido de su padre, y aunque intentó sobrevivir por su cuenta, no pudo lograrlo. Trabajó como siervo para alimentar cerdos e incluso intentó comer las sobras de esos cerdos, pero al final perdió su trabajo. En Lucas 15, Dios está diciendo que Sus bendiciones se reciben cuando la gente no puede vivir sin Dios, cuando no tiene ninguna justicia espiritual ante Dios, y cuando se es un pecador completo. En otras palabras, a los ojos de Dios, los que no tienen nada con lo que unir sus corazones con Dios, se visten de Su salvación y amor, hacen Su obra, y son aprobados por Dios como personas benditas que reciben Sus bendiciones.
¿Cuál es la razón por la que tantas personas del mundo se levantan contra Dios sin poder creer en Jesucristo como su Salvador que ha borrado todos sus pecados? La gente está demasiado llena de sus méritos, justicia y virtudes. Está demasiado llena de sus méritos, justicia y virtudes. Los que tienen virtudes y justicia se han perdido y no tienen más remedio que creer en Jesucristo, el Salvador.
Jesucristo, Dios mismo, vino al mundo encarnado en un hombre como el Salvador de los pecadores, y aceptó todos nuestros pecados al ser bautizado a los 30 años. Cargó con todos los pecados del mundo en la Cruz, fue crucificado hasta morir, y así pagó la condena de los pecados que debíamos haber pagado nosotros. Jesucristo se levantó de entre los muertos al tercer día y así se convirtió en el Señor de la salvación de todos los que creen en Él como Dios de la salvación. No hay razón por la que no debemos creer. No hay razón por la que negarnos, dudar o esperar. Como una hija buena que acepta el regalo de cumpleaños de su padre con gozo, todo lo que tenemos que hacer es aceptar esta salvación que Jesucristo ha cumplido por nosotros al borrar nuestros pecados y librarnos de ellos.
¿Por qué debemos hacer esto? Porque los seres humanos no tenemos justicia, mérito, virtud o bondad. Por el contrario, todo lo que tenemos son pecados y fallos. Por eso debemos creer en esta salvación cumplida a través del bautismo del Señor y de Su sangre derramada en la Cruz. Solamente a través de este proceso podemos ser salvados.
Al venir a este mundo y ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús cargó con todos nuestros pecados. A través de este bautismo recibido en el río Jordán, nuestro Señor, el Dios de salvación, tomó todos nuestros pecados, los pecados cometidos y los que se cometerían desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, desde la cuna hasta la tumba. De esta manera, el Señor cargó con nuestros pecados a través de Su bautismo. Cargó con estos pecados en la Cruz y murió en nuestro lugar. Creer en esto es la verdadera salvación y fe.
¿Cómo ha borrado Jesús todos nuestros pecados y todos los pecados del mundo y su maldición? ¿Cómo nos ha salvado de los pecados? Al ser bautizado por Juan el Bautista, el representante de la humanidad, Jesús aceptó nuestros pecados, y al ir a la Cruz y morir en ella, fue condenado en nuestro lugar. Además, para resucitarnos perfectamente, se levantó de entre los muertos para completar nuestra salvación. Se ha convertido en el Dios de la salvación para todos los que no tienen justicia ni méritos propios, para los que creemos en Jesús como nuestro Dios y Salvador.
De hecho, Jesucristo ha salvado a la gente que no tiene justicia ni virtudes, que sabe que es insuficiente y que se da cuenta de que tiene pecados y está destinada al infierno. Para salvarnos a estas personas, el Señor vino a este mundo. Dios no vino a este mundo para salvar a la gente que tiene virtudes, justicia y que trabaja duro para dedicar su vida a los demás. Jesús no vino a bendecir a estas personas. Jesucristo vino al mundo para salvar a de los pecados a las personas que se consideran insuficientes, débiles y pecadoras, para bendecir a estar personas y borrar sus pecados. Según esta voluntad de Dios, Jesús nos ha salvado perfectamente y nos ha hecho personas queridas por Dios.
Al ser bautizado, el Señor aceptó todos nuestros pecados, y cuando fue crucificado de manos y piernas, derramó toda Su sangre y murió en nuestro lugar. El Dios Todopoderoso vino a este mundo encarnado en un hombre y fue bautizado por Juan el Bautista para poder borrar nuestros pecados. Tomó todos estos pecados a través de este bautismo. Así es como el Señor nos ha salvado.
Los que no tienen propia justicia aceptan a Jesús como su Salvador. En otras palabras, la gente que no tiene virtudes propias acepta a Jesús como su Dios y Salvador. Pero, ¿qué pasa con los que se consideran buenos, virtuosos y justos? Tienen problemas en aceptar la salvación de Jesús. No pueden aceptarla y se levantan contra ella. Piensan para sí mismos: «Prefiero creer en mí propio puño que en Jesús. Prefiero eso que poner mi corazón en Jesús. Prefiero creen en mis buenas obras, mis propios pensamientos, y mis propias acciones. Prefiero creer en mí mismo». Estas personas acaban rechazando a Jesús porque tienen pensamientos equivocados.
¿Se consideran personas meritosas?
No tenemos ningún mérito espiritual. Pero, por cualquier motivo, ¿acaso no pensamos que somos buenos y virtuosos, que estamos cualificados para ser salvados y que merecemos ser bendecidos por Dios? Pero estos pensamientos son simplemente una ilusión humana. Cuando nos examinamos a nosotros mismos reflexionando sobre la Palabra de Dios nuestra conclusión es completamente diferente a cómo nos vemos a nosotros mismos.
Uno de los hijos mencionados en el pasaje de las Escrituras de hoy, el primer hijo parecía ser un buen hijo: cuidó de su casa, ayudó a su padre y no hijo nada malo. Pero, ¿cómo era el segundo hijo? Le pidió la herencia, se fue al mundo y malgastó todas las posesiones. Como no pudo encontrar un buen trabajo, acabó con el trabajo desesperado de dar de comer a los cerdos y de comer con ellos. No podía comer otra cosa, ya que había una hambruna grave. Y lo que es peor, fue despedido. El dueño le despidió diciendo: «¿Cómo puedes comerte la comida de los cerdos?». ¿Qué hizo el hijo al final? No pudo seguir viviendo este país extranjero y volvió al padre, a Dios. Se arrepintió desde lo más profundo de su corazón diciendo: «Mi padre tiene muchos siervos y trabajadores y todos tienen más que suficiente para comer. Pero aquí estoy yo, muriendo de hambre al haber dejado a mi padre. Debería volver a él y decirle que estoy demasiado avergonzado para llamarme hijo suyo, y le pediré que me haga siervo suyo». Después de haberse arrepentido de su error, volvió al padre. Se había arrepentido.
Cuando el hijo pródigo iba de camino a casa, ¿cómo reaccionó el padre? Miró desde su habitación y lo vio desde lejos. Lleno de gozo, el padre saltó de la cama y se fue a la entrada de la ciudad sin ponerse zapatos y gritó a su hijo. Pero el hijo estaba demasiado avergonzado para mirar a su padre, pero el padre le abrazó, le besó en sus labios sucios que habían comido con los cerdos, le dio una palmada en la espalda y le recibió con gozo diciendo: «Hijo mío, estoy contento porque has llegado».
El padre le quitó los trapos sucios que llevaba y le dijo a sus siervos: «Quítate esos trapos. Traedle el mejor vestido de la casa y ponédselo. Ponedle las mejores sandalias. Ponedle un anillo en el dedo. Este es mi hijo. Así que ponedle el signo de que es mi hijo. Matad a un becerro. Tocad música. Reunid a toda la ciudad y celebrad un banquete».
¿Qué significa esto, queridos creyentes? Esto significa que el sufrimiento de este mundo, es decir, nacer, envejecer, enfermar y morir, ha sido permitido por Dios para que volvamos a Él. Por la obra de Dios la gente enferma y sufre en este mundo, sin poder cumplir ninguno de sus deseos cuando las circunstancias se vuelven contra ellos y sus planes no se cumplen. En otras palabras, la obra de Dios está diseñada para hacer que todos volvamos a Él. Lean el pasaje de las Escrituras de hoy. La tierra donde el hijo pródigo residía sufrió una hambruna, y como resultado fue obligado a sobrevivir comiendo con los cerdos, y al final fue despedido de su trabajo. ¿Por qué creen que ha pasado esto? Porque la voluntad de Dios era que volviese al hogar de su padre, cerca de Dios.
Si el hijo pródigo hubiese encontrado un buen trabajo y hubiese prosperado en el mundo, no habría vuelto al padre. Por eso Dios trajo una hambruna a ese país cuando encontró un trabajo alimentando a los cerdos. Y Dios hizo que le despidiesen. Al hacer esto, Dios devolvió al hijo prodigó a Su rebaño. ¿Qué significa todo esto, queridos hermanos? Esto significa que es la voluntad de Dios Padre ponernos los mejores vestidos, sandalias y anillos, celebrar un banquete, comer comida abundante en Su Reino y vivir allí para disfrutar de la gloria y ser honrado.
De hecho, todo nuestro sufrimiento y nuestras debilidades los permite Dios. Por eso la verdadera salvación pueden recibirla del Señor los que creen que Jesús es el Salvador. Creen que el Señor acepta todos sus pecados al ser bautizado, morir en la Cruz, y así nos ha salvado perfectamente a través del agua y la sangre. Recuerden esto siempre, que Jesús nos ha salvado de esta manera.
Mis queridos hermanos, ¿cómo hemos recibido la salvación de nuestros pecados? Hemos recibido nuestra salvación por fe, al creer que Jesús vino a este mundo, fue bautizado, murió en la cruz y se levantó de entre los muertos al tercer día. ¿Cómo nos convertimos en personas justas al creer en Jesús? ¿Cómo nos convertimos en justos los que éramos pecadores? ¿Cómo podemos estar sin pecados? Porque nuestros pecados fueron pasados a Jesús cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Nuestro Señor cargó con todos nuestros pecados. Por eso nos hemos convertido en personas justas y sin pecados.
¿Qué tipo de personas pueden ser salvadas al creer en la justicia de Dios?
¿Qué tipo de personas ha aceptado Dios como hijos Suyos? Los que reconocen su naturaleza pecadora ante Dios y desean creer en Su justicia; los que creen en Jesús como su Salvador y creen en Su bautismo y Su sangre derramada en la Cruz; los que creen que Jesús cargó con todos sus pecados al ser bautizado; y los que creen que pagó la condena en la Cruz en nuestro lugar, son las personas a las que Dios aprueba como Su propio pueblo. Como dice la Palabra de Dios: «Todos los que le han recibido, tienen el derecho a convertirse en hijos de Dios, los que creen en Su nombre», Dios les ha dado todos Sus derechos a los que tienen verdadera fe.
No hemos sido salvados porque hayamos vivido una vida justa. Al aceptar la salvación de Jesucristo en nuestros corazones, y al creer en su salvación, podemos recibir la verdadera salvación. En otras palabras, los que son insuficientes en este mundo como el hijo pródigo pueden recibir la salvación bendita de Dios. ¿Qué tipo de personas son ustedes? ¿Son como el primero o el segundo hijo? Si creen que son más como el segundo hijo, deberán volver a Dios. Deben darse cuenta de quiénes son, y deben admitir que no tienen ninguna virtud, justicia o bondad. Deben creer que Jesucristo tomó sobre Sí mismo todos sus pecados al ser bautizado. Finalmente, deben creer que Jesús cargó con la condena de todos nuestros pecados en la Cruz en nuestro lugar. Solo si creen así podrán recibir la verdadera salvación de Jesús.
¿Cuál es el mayor problema de los que han recibido la remisión de los pecados al creer en Jesús? Aunque hayamos sido salvados al creer en la justicia del Señor y Su salvación, tenemos demasiadas virtudes propias. Al creer en Jesucristo y Su agua y sangre hemos recibido la remisión de los pecados. Por el poder del Señor, no por su poder, han recibido esta bendición. Entonces, ¿cuál es el mayor problema para nosotros, los que hemos recibido la remisión de los pecados de esta manera? Recuerden esto claramente: esta es su propia justicia. Cuando piensan que tienen algún tipo de justicia propia, bondad, virtud, etc., ese es su mayor problema. Este es un gran problema ante Dios.
Los que piensan que tienen virtudes o justicia suelen juzgar a los demás. Juzgan por su cuenta pensando: «Este hombre es esto y lo otro». Los que son justos por su cuenta imponen sus propios criterios en todo, pensando: «¿Por qué es la Iglesia así? ¿Por qué hacen el servicio de adoración en el suelo? Me gustaría que hicieran algo diferente». En otras palabras, piensan en todo según sus propios criterios y quieren hacerlo todo a su manera.
¿Qué les pasará a las personas así al final? Como están llenas de su propia justicia, en vez de exaltar a Jesús, acaban exaltándose a si mismas incluso más que a Jesús, diciendo: «He hecho esto y lo otro, he sido bueno y lo he hecho todo bien». Como siguen insistiendo en sus propios logros, es imposible estar orgullosos del Señor. Como están llenos de sus propias virtudes y su justicia, acaban dejando la Iglesia que Jesucristo ha fundado. ¿Por qué pasa esto? Porque creen que tienen razón y por eso dejan la Iglesia diciendo: «Si fuera por mí, no haría esto. Nunca haría nada así. Me gustaría hacer otra cosa. De hecho, me voy a ir». En otras palabras, como son demasiado justos, acaban dejando la Iglesia de Dios.
Mientras vivimos nuestras vidas de fe, ¿de quién tienen más miedo? De los que ven todo a través de unas lentes legalistas. Les voy a poner un ejemplo. Mientras iba caminando por la calle, una persona salvada vio una lata vacía en el suelo. Si a esa persona le gusta el fútbol, verá esa lata como una pelota de fútbol. Los fans del fútbol a veces piensan que incluso las piedras pueden ser pelotas. Así que esta persona empezó a darle patadas a la lata como si fuera una pelota de fútbol y le dio una patada hasta un rincón. Obviamente es difícil apuntar bien. Así que la lata acabó rompiendo la ventana de una casa, y la persona recogió su bolsa y empezó a correr. El dueño de la casa salió y gritó: «¿Quién ha hecho esto?». Pero unos niños pequeños acabaron recibiendo la culpa.
Si algunos hermanos que han sido salvados recientemente vieran esta escena, ¿qué pensarían? Juzgarían a esta persona, pensando: «Este hombre debería estar salvado, pero ha roto una ventana y ha salido corriendo. ¿Cómo puede hacer esto si ha sido salvado y no tiene pecados?». Cuando ven a alguien que ha recibido la remisión de los pecados tirando basura, piensan: «¿Cómo puede una persona redimida ser así? Yo no me comporto así, ¿cómo puede una persona que ha sido salvada hace mucho tiempo comportarse así?».
¿Qué significa esto? Significa que han empezado a alardear de sus virtudes. Por eso tenemos miedo de los que han recibido la remisión de los pecados recientemente. Debemos tener cuidado de cómo actuamos ante ellos. Es difícil porque siempre tenemos que comportarnos.
No tenemos miedo de los que recibieron la remisión de los pecados hace mucho tiempo. Nos sentimos intimidados solo ante los que recibieron la remisión de los pecados recientemente. No es porque sean fuertes y nos intimiden, sino porque pensamos: «Estoy seguro de que tienen sus propios criterios. Si tiro basura pensarán que soy una mala persona».
Cuando pasa suficiente tiempo desde que recibieron la remisión de los pecados, muchas de nuestras debilidades e insuficiencias quedan expuestas en su vida de fe y esto les hace juzgar menos. Ya no pueden juzgar a sus hermanos y hermanas por sus errores, reconociendo: «Yo también he cometido errores como ellos». En otras palabras, no juzguen a los demás por sus fallos según sus propios pensamientos. Pero, ¿qué pasa con esos hermanos y hermanas que han recibido la remisión de los pecados recientemente? Que suelen juzgar a los demás. ¿Qué significa juzgar aquí? Significa alardear de las virtudes propias. Por supuesto, las virtudes propias no se pueden comparar con las virtudes de Jesús, pero algunas personas piensan que son más virtuosas que los que fueron salvados antes. Como piensan que tienen más virtudes, juzgan según sus propias virtudes, y como juzgan de esta manera, no muestran respeto a los demás.
Mis queridos hermanos, cuando recibimos la remisión de los pecados lo hicimos admitiendo nuestra verdadera naturaleza confesando: «Señor, soy un pecador que no vale para nada». ¿Pero cuál es la realidad? ¿Sabíamos que éramos pecadores cuando recibimos la remisión de los pecados? No. Cuando recibimos la remisión de los pecados, estábamos limitados a nuestras propias experiencias y simplemente admitíamos literalmente lo que la palabra decía de nuestros pecados. Por tanto, incluso después de recibir la remisión de los pecados, debemos darnos cuenta de que somos aún más inútiles que cuando empezamos a creer en Jesús y nos descubrimos a nosotros mismos. Solo entonces podemos darnos cuenta de que no tenemos nuestra propia justicia. Solo entonces podemos tener orgullo solamente en Jesús, Su bautismo y Su sangre en la Cruz. Podemos alardear de este Evangelio cuando abrimos nuestras bocas y convertirnos en personas de fe que predican el Evangelio que vale la pena. Entonces podemos estar siempre felices y regocijarnos en nuestras vidas a pesar de nuestras insuficiencias y debilidades.
Esto significa que una persona puede regocijarse en este Evangelio y alardear solo si se da cuenta de que no tiene justicia propia. Pero, ¿qué pasa con las personas que se creen justas y que tienen demasiadas virtudes? No tienen interés en predicar el Evangelio. Por el contrario, solo intentan mantener sus propias virtudes y tienen miedo de que su propia justicia y bondad sean destruidas.
Mis queridos hermanos, debemos estar agradecidos a Dios. Aunque seamos insuficientes, el Señor nos ha salvado al venir al mundo, ser bautizado y derramar Su sangre hasta morir en la Cruz. Como el Salvador ha salvado a pecadores como nosotros, debemos estar agradecidos. El Señor no ha venido a salvar a los que tienen virtudes, sino a los que no tienen nada, y por eso debemos estar más agradecidos. Esta gratitud debe mantenerse en nuestras vidas.
Cuando pasamos a Romanos 10, vemos que el Apóstol Pablo le dice al pueblo de Israel: «Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios» (Romanos 10, 3). A través de este pasaje, Dios regañó a los israelitas por intentar establecer su justicia. De hecho, Dios quiere que mostremos Su justicia ante todos. Quiere que dejemos de lado la justicia del hombre. Dios quiere que su justicia sea predicada en vez de nuestra justicia humana.
La justicia de Dios no es otra que el Evangelio del agua y el Espíritu
¿Qué es la justicia de Dios? Es la sangre y el agua; el Evangelio del agua y el Espíritu. Lo que nos ha salvado a todo el mundo del pecado es esta salvación del agua y la sangre del Señor. Esta es la justicia de Dios. ¿Qué quiere Dios de nosotros durante el resto de nuestras vidas? Quiere que proclamemos Su justicia.
Nuestro Señor nos ha salvado con Su agua y sangre. Este Señor quiere que estemos sin pecados, que entremos en el Cielo, que seamos Su gente, y que hagamos la obra justa. El Señor quiere que prediquemos Su justicia y que estemos orgullosos de ella. Lo que Dios quiere de nosotros es que exaltemos Su justicia, estemos orgullosos de ella y la sirvamos.
Todos nosotros debemos darnos cuenta claramente de que Dios quiere romper la justicia del hombre, exaltar Su justicia y predicarla. Debemos creer en esto. Los seres humanos no tienen nada que decir a parte de lo siguiente: «Jesús me ha dejado sin pecados con Su agua y sangre. Nos ha dejado sin pecados. No tengo pecados. EL Señor me ha salvado a través de Su agua y sangre. Estoy sin pecados porque creo en esta agua y sangre». No podemos evitar darle gracias a Dios por esto y darle gloria. Esto es lo único que tenemos que hacer. Esto significa que no hay nada en este mundo que valga la pena exaltar excepto la justicia de Dios.
El hijo pródigo del pasaje de las Escrituras de hoy volvió a su padre después de haberse gastado todas sus posesiones. Le dijo al padre: «No soy digno de ser llamado hijo tuyo. Hazme como uno de tus siervos. Trátame como a un siervo». En el contexto del pasaje de las Escrituras de hoy podemos pensar que el hijo pródigo se convirtió en uno de los trabajadores fieles de su padre cuando volvió a casa. No tengo ninguna duda de que trabajó para su padre diligentemente en vez de vivir de él y decir con arrogancia: «Soy el hijo del dueño».
Pero, ¿cómo reaccionó el primer hijo? Se enfadó. Su corazón estaba lleno de infelicidad, pensando para sí mismo: «Aunque he servido a mi padre durante todos estos años, nunca le he desobedecido, nunca me ha dado un cabrito para disfrutarlo. ¿Cómo puede celebrar un banquete para mi hermano que se ha escapado de casa solo porque haya vuelto?». Estaba tan resentido que se le puso la cara roja y miró a su hermano con un ojo malvado. El padre dijo entonces al hijo enojado: «¿Por qué estás tan resentido cuando todo lo que tengo es tuyo? Debemos regocijarnos y estar felices porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto, estaba perdido y ha sido encontrado».
¿Qué significa esto? El hijo mayor había trabajado en casa de su padre toda su vida como un siervo. Pero estaba lleno de su propia justicia. Entonces pensó en todas las cosas que había hecho por su padre, lo que significa que tenía justicia propia. En otras palabras, el primer hijo estaba lleno de sus propias virtudes y justicia. Por eso cuando su hermano se arrepintió y volvió a casa preparado para vivir una vida nueva, en vez de regocijarse, el hermano mayor se enfadó.
El primer hijo tenía demasiada justicia propia
¿Cómo creen que se sintió el padre cuando el primer hijo se enfadó por la situación con el hermano pequeño? ¿Creen que su mente estaba en paz? ¿Creen que estaba contento? Si el padre estaba contento, el hijo debería haber estado contento con él. ¿Acaso el segundo hijo no estaba perdido y encontrado, muerto y vivo? El primer hijo debería haberse regocijado por el retorno del otro hijo, sin importar el pasado, ya que estaba muerto y ahora vivo. Pero el hijo mayor no estaba contento porque tenía demasiada justicia.
Mis queridos hermanos, todos estamos muy felices ahora que hemos recibido la remisión de los pecados y hemos sido salvados. Pero ahora que hemos sido salvados, ¿qué tipo de personas debemos ser? Si hubiésemos tenido demasiadas virtudes propias como el primer hijo, habríamos escapado de la casa de Dios. Pero esta vez no sería el segundo hijo el que se iría, sino el primero. ¿Por qué? Porque el primer hijo estaría pensando que el padre no tenía razón. Lo que Dios quiere de todos los salvados es que perdamos nuestras virtudes, bondades y justicia. Quiere que confesemos: «Estoy completamente vacío de méritos y justicia. Pero si hay una cosa por la que estoy agradecido, una cosa que puedo exaltar, es que el Señor ha borrado todos mis pecados con Su sangre y agua». Esta es la confesión que el Señor quiere que hagamos. ¿Lo entienden?
Esta salvación a través de la que el Señor ha borrado todos nuestros pecados es el tesoro más preciado. Esto es de lo que debemos estar orgullosos. El Señor quiere que seamos personas con esta fe. Quiere que exaltemos el Evangelio de Jesucristo, lo sirvamos, adoremos al Señor pase lo que pase, vivamos por este Evangelio, adoremos y prediquemos este Evangelio del Señor, creamos solamente en la justicia de Dios al saber que no tenemos ninguna justicia propia, y sigamos y sirvamos esta justicia de Dios solamente.
De hecho, nuestro Dios se complace con los que solo exaltan Su justicia, creen en ella, la alaban y están orgullosos de ella. Estas personas han unido sus corazones con Dios. No estoy diciendo que estén haciendo algo malo. Les estoy diciendo qué tipo de personas deben convertirse ante Dios. Nos perdemos cuando nos exaltamos a nosotros mismos como el primer hijo del pasaje de las Escrituras de hoy. Aunque el primer hijo vivió con su padre durante mucho tiempo, su corazón no estaba unido con su padre.
En mi vida de fe, si hubiese pensado que era un hombre perfecto como el primer hijo, no habría tolerado a nadie que fuese peor que yo. «Tengo razón, soy bueno, soy virtuoso. Son un hombre de justicia». Pero si dejan que estos pensamientos les dominen, acabarán odiando a los que parecen insuficientes y no tan justos como ustedes. Les ignorarán y despreciarán como si no fuesen humanos.
¿Pero qué pasa cuando reconocen claramente ante Dios que son débiles e insuficientes? A pesar de sus méritos y fallos, querrán a todo el mundo que haya aceptado el Evangelio y no tenga pecados. Así que, siempre que sus hermanos y hermanas hayan recibido la remisión de los pecados y vivan por le Señor, pensarán que son más valiosos que ustedes mismos. Les respetarán más que a ustedes mismos. Por eso, los que se han desecho de sus virtudes ante Dios reconocen de todo corazón lo valiosos que son sus hermanos santos.
Pero, ¿qué pasa con los que creen que son decentes y buenas personas ante Dios? Si no conocen sus debilidades y piensan solo en sus virtudes, acabarán odiando a todo el mundo. Mis queridos hermanos, Dios quiere que le exaltemos solamente a Él. Jesucristo quiere que estemos orgullosos de Su Evangelio que ha borrado todos los pecados del mundo. Este Evangelio es más valioso que cualquier otra cosa. No hay nada más valioso en los corazones de los redimidos que esto. Es más valioso que cualquier perla o diamante.
¿Acaso el Evangelio no trata de cómo el Señor nos ha dejado sin pecados? ¿Acaso esto no es de lo que se trata el Evangelio? ¿Qué hay más valioso que esto? El famoso himno dice: «Roca de los tiempos, establecida por mí» y sigue en la tercera estrofa:
«Nada que traer en mis manos;
Solamente me aferro a la cruz,
Desnudo vengo ante Ti para vestirme;
Desesperado busco Tu gracia;
Hace la fuente voy;
Lávame Señor, o moriré».
De esta manera, los que no tienen ninguna justicia ahora pueden alcanzarla gracias a Dios. Si tenemos justicia es solamente porque el Señor ha eliminado todos nuestros pecados con Su agua y sangre, nos ha dejado sin pecados y nos ha salvado. La única justicia que tenemos es la justicia del Señor. Si hay alguna justicia, y si hay algo correcto, es el que hayamos aceptado este Evangelio del Señor en nuestros corazones. Si alguien nos pide que le mostremos nuestros méritos, lo único que podremos decir es: «El Señor me ha salvado. Me ha hecho una persona sin pecados. No tengo pecados. El Señor me ha salvado con Su sangre y agua».
Sus brazos fuertes, piernas largas, cara bonita, cabeza lista, sus virtudes, bondad y obediencia a la Palabra de Dios, todas estas cosas no valen la pena. No tenemos nada de lo que estar orgullosos. Mis queridos hermanos, la vida no es dada. La belleza física no significa nada. Solo cuando somos jóvenes tenemos una piel suave; pero qué pasa cuando somos viejos. Que se arruga. Su piel se arrugará y se secará y tendrán que ponerse crema hidratante todo el tiempo. En otras palabras, la belleza física de los seres humanos desaparece con el tiempo. Los méritos de los seres humanos no son nada, y acaban desapareciendo con el paso del tiempo, al igual que sus virtudes. Aunque hayan vivido con virtud toda su vida, si no lo hacen en el futuro, todo habrá sido en vano.
Mis queridos hermanos, no tenemos nada más que esta salvación del Señor. Algunos de ustedes pueden estar pensando: «Vaya, cada vez que el Pastor Jong abre la boca habla de la sangre y el agua. ¿Cuántos años han pasado? Le he estado escuchando durante más de diez años. Pero sigue hablando de esto. ¿No se cansa nunca?». Pero no estoy cansado de predicar el Evangelio del agua y el Espíritu, sino que seguiré predicándolo hasta el final. Por eso no tengo nada de lo que alardear si no es la sangre y el agua del Señor.
En realidad, ¿de qué tenemos que alardear? ¿Quieren que me quede aquí y les diga lo que hice la semana pasada y les cuente que fui a orfanatos y residencias de mayores y doné 50 cajas de tallarines instantáneos? No, eso no es lo que debería estar predicando. No tenemos nada de lo que estar orgullosos. Como no tengo nada de lo que estar orgulloso, ¿de qué debo alardear cuando venga a la Iglesia de Dios? ¿De qué debo alardear? No tengo nada de lo que estar orgulloso, y solo puedo decir: «Jesús nos ha dejado sin pecados. Así que los creyentes como nosotros no tenemos pecados. Estamos sin pecados completamente. Estamos limpios». Esto se debe a la remisión de los pecados, de la sangre y el agua, que es nuestra salvación eterna. Esto se debe a la justicia eterna de Dios.
De entre los dos hijos mencionados en el pasaje de las Escrituras de hoy, debemos prestar atención al segundo hijo que salió al mundo y volvió a Dios. Este hijo pródigo admitió su falta de virtud, volvió a su padre, unió su corazón con el padre y trabajó diligentemente con él como su siervo. No le importaba lo que el padre le pidiera porque estaba agradecido de poder trabajar por él y ser aceptado en la familia de nuevo. Vivió el resto de su vida así de agradecido.
¿Pero qué pasó con el primer hijo? Pensó que su padre había hecho mal al aceptar a su hermano. Pensó para sí mismo: «Todos estos años he trabajado duro para mi padre, pero nunca ha celebrado un banquete por mí. ¿Cómo va a dar un banquete por mi hermano que acaba de volver cuando se fue de casa por su cuenta?». ¿Qué pasa con nuestros propios padres? Que tratan con preferencia a los hijos que están agradecidos en vez de a los que son orgullosos. Si es así como piensan los padres de la carne, ¿cómo creen que se siente Dios? Dios prefiere mucho más a los que, como el hijo pródigo, dejan de lado su propia justicia.
Nuestro mayor problema
Hemos crecido un poco desde que recibimos la remisión de los pecados. ¿Cuál es nuestro problema? Que todavía tenemos algo de justicia nuestra. Todavía queremos tener nuestras virtudes y ese es nuestro mayor problema.
Mis queridos hermanos, estamos sirviendo siempre al Evangelio. Este es nuestro orgullo. Hemos hecho bien hasta ahora y debemos seguir haciéndolo en el futuro. Los seres humanos no tenemos virtudes ni justicia. Cuando estamos ante la Verdad de Dios y nos examinamos a nosotros mismos, vemos que no tenemos nada de lo que estar orgullosos ante Dios, ni tenemos justicia. Por eso, lo único que debemos hacer es servir al Evangelio del Señor que siempre es correcto y bueno.
Me preocupa mucho que sigan aferrándose a su propia justicia y se preocupen de perderla. Aunque hayan recibido la remisión de los pecados, si no dejan su propia justicia, se enfrentará a la justicia de Dios y tendrán un dilema. Sería bueno si nuestra justicia fuese derrotada en esta batalla, pero si está todavía viva, tarde o temprano causará un problema enorme. Por tanto, deben hacer la siguiente confesión de fe lo antes posible: «Señor, soy como el hijo pródigo. No tengo justicia. Estoy agradecido porque has salvado a un ser inútil como yo y me has hecho siervo tuyo».
Satanás había atacado nuestros pecados antes de nacer de nuevo. Pero ahora que hemos nacido de nuevo y no tenemos pecados en nuestros corazones, nuestra justicia es el segundo punto de ataque de Satanás. En otras palabras, nos incita a estar orgullosos de nuestra propia justicia y decir: «He recibido la remisión de los pecados pero todavía creo que yo tengo razón». De esta manera el Diablo nos hace estar orgullosos de nuestra propia justicia. ¿Qué pasará si no nos resistimos a esta tentación de Satanás? Que acabaremos insistiendo en nuestra propia justicia, y cuando pase esto acabaremos despreciando a los predecesores de la fe que recibieron la remisión de los pecados antes que nosotros. Acabaremos ignorándolos completamente pensando: «No son mejores que yo. Son peores». ¿Cuál será el resultado? La consecuencia natural será que tendremos un problema serio en nuestras vidas de fe.
Los que tienen justicia propia piensan que cuando su justicia queda arruinada morirán. En realidad, cuando su justicia queda demolida, la justicia del Señor es exaltada más, le queremos más y le alabamos. Pero como no conocen esta verdad, piensan que el fin de su justicia es la muerte. Pero cuando los redimidos vemos como queda destruida nuestra justicia, Satanás nos hace sentirnos como si muriésemos. Así que el Diablo intenta hacernos preocuparnos de lo que pasará cuando nuestra justicia quede demolida.
¿Qué pasa si nos dejamos engañar por las tentaciones de Satanás? Los que caen en esta trampa, acabarán desesperados cada vez que su justicia se rompa, como si sus vidas de fe se hubiesen acabado. Sin embargo, mis queridos hermanos, la verdad no es así. Vean lo que pasa cuando su justicia acaba demolida. Lo que pasará es que exaltarán solamente al Señor. Le adorarán aún más. ¿Qué pasa después de esto? Como ahora quieran más a Dios que a ustedes mismos, podrán servirle, estar con Él con todo su corazón, exaltarle y unir sus corazones con el de Dios.
Los que conocen sus insuficiencias exaltan al Señor más que a sí mismos, y los que están llenos de sus propios méritos no lo hacen. Esta es la verdad. Solo el Señor es nuestro tesoro más preciado, y solo Él tiene razón. Todo el mundo debe dejar de lado su justicia si quiere seguir al Señor. Los que piensan que son justos y perfectos y los que alardean de su justicia no pueden ir al Señor.
Después de salvarnos, el Señor rompe nuestra propia justicia
Dios hace que tengamos muchos fallos, debilidades y dificultades. Al hacer esto, rompe nuestro ego. Al principio intentamos resistirnos, pero al final tenemos que rendirnos. Cuando nuestra justicia queda completamente demolida, empezamos a exaltar al Señor. Como dijo Job: «He oído de Ti con mis oídos, pero ahora mis ojos te ven», exaltamos al Señor honestamente y sin ambigüedad. No exaltamos al Señor solamente con palabras, sino con un corazón sincero. En otras palabras, podemos confiar en Él de todo corazón y alabarle sinceramente cuando nuestra justicia queda destruida y nuestros corazones humillados.
Los que se dan cuenta de quiénes son aunque no lo descubran a través de sus experiencias son los más sabios. Los que se dan cuenta de que la salvación del Señor es lo más valioso y que el Señor es el Dios más amado son los más sabios. Todos debemos vivir con fe en el Señor. Debemos servir al Señor mientras vivimos por fe. Debemos servirle mientras le exaltamos. En otras palabras, cuando estamos reunidos así, debemos exaltar al Señor, alabarle, orarle y darle gloria. Debemos humillarnos y exaltar al Señor en nuestras vidas siempre.
De la misma manera en que alabamos al Señor y estamos orgullosos de Él cuando estamos en la Iglesia, cuando se trata de nuestras vidas individuales y nuestra fe individual, debemos exaltar al Señor. Esto significa que debemos convertirnos en el tipo de personas que no tienen justicia propia, que lo han perdido todo, como el hijo pródigo de las Escrituras de hoy. «No tengo méritos. Si tengo un solo mérito es creer que el Señor me ha salvado. Creo en esto. Creo que el Señor me ha salvado a través de Su agua y sangre. Este Señor me ha dejado sin pecados. No tengo pecados. No tengo pecados porque el Señor los ha eliminado». Debemos convertirnos en personas que creen así, están orgullosas del Señor y le sirven completamente por fe y le siguen confiando con Él completamente.
Mis queridos hermanos, ¿se dan cuenta de lo valioso que es servir al Señor? Esta obra tiene un valor incalculable. Servir al Señor, servir al Evangelio, hacer ofrendas y apoyar el ministerio del Evangelio es completamente imprescindible. Esto se debe a que el Dios al que servimos es muy valioso. Cada una de estas cosas pequeñas es valiosa porque estamos sirviendo a este Señor exaltado y a Su Evangelio. Dios es exaltado infinitamente y por eso es un gran honor que este Señor nos haya salvado a través de Su agua y sangre, incluso las cosas pequeñas que hacemos para servirle son preciosas.
Miren a su alrededor. Hay un restaurante en el sótano de nuestra iglesia. He oído que hay algunas personas cuestionables que van por ahí. Parece que hay todo tipo de comportamiento lascivo cuando la gente va a beber licor. Lo que la dueña y sus clientes hacen en secreto es increíble. Sin embargo, ¿creen que son diferentes a nosotros que estamos adorando al Señor dos pisos encima de ellos? No. Hablando estrictamente, somos iguales. ¿Entienden lo que quiero decir? En cuanto a la carne no hay ninguna diferencia entre los que están en ese restaurante y nosotros.
¿Son diferentes en la carne? No. ¿Qué diferencia hay con las personas que beben en secreto en la planta baja? ¿Son diferentes en la carne? No son diferentes. Por supuesto, no podemos estar con los gentiles. Pero somos seres humanos con la misma carne. Cuando miramos a los clientes del restaurante nos damos cuenta de que somos iguales en la carne. Así que no me importa predicar encima de un restaurante cuestionable. Estoy más que dispuesto a hacerlo. Por eso creo que la gente del restaurante y nosotros somos iguales en la carne.
Cuando veo a las personas que vienen al restaurante, pienso para mí mismo: «Soy una persona que sirve solo al Señor, porque no tengo nada más de lo que alardear. Solo serviré al Señor porque solo Él es valioso. No puedo evitar servirle solamente a Él. Pero ustedes sirven a sus cuerpos porque no conocen al Señor. Solo sirven a sus bocas». Esta es la única diferencia, en todo lo demás somos iguales. Cuando pensamos en términos carnales, somos iguales. Piensen en esto. Si no fuera porque el Señor vive en nosotros, y si le dejásemos de lado y nos mirásemos a nosotros mismos, ¿encontraríamos algo bueno en nosotros? ¿Hay algún mérito? No, no tenemos ningún mérito.
Por el contrario, a veces tengo miedo por el hecho de ser justo y vivir con justicia. Tengo miedo de estos pensamientos porque se pueden convertir en nuestra propia justicia. De hecho, a veces desprecio a algunas personas, pensando: «Soy más justo que estas personas. ¿Cómo puede alguien compararme con estas personas?». Entonces me deshago de mi justicia pensando que todavía tengo arrogancia en mi corazón. Me deshago de mi propia justicia y vuelvo mi corazón a Dios de nuevo pensando: «Somos iguales. Todos los seres humanos son iguales. La única diferencia es que he aceptado al Señor, y el Señor me ha salvado, me ha dado la gracia de salvación y el Espíritu Santo. A parte de estas cosas, ¿cómo soy diferente de estas personas?».
Mis queridos hermanos, recuerden esto claramente: no tenemos justicia propia. Si hay justicia es porque el Señor nos ha salvado, nos ha dejado sin pecados y nos ha dado este Evangelio. Les pido que entiendan esto claramente porque la única justicia que tenemos es la justicia del Señor. Les pido que exalten al Señor. Deben darse cuenta de que estamos sirviendo al Señor porque no hay nada en este mundo que valga la pena servir. De hecho, si hubiese algo que servir, lo serviría, pero no puedo porque no lo hay. Si tuviera alguna virtud, la seguiría, pero no tengo ninguna virtud y por eso estoy sirviendo al Señor, que es el único bueno. De hecho, aunque seamos insuficientes debemos servir al Señor, entenderle, exaltarle y alabarle a Él solo. Esta es la vida que debemos vivir como cristianos.
De entre los dos hijos descritos en el pasaje de las Escrituras de hoy en día, ¿con quién estaba contento el padre? Con el hijo menor. Como había abandonado toda su justicia, no tuvo ningún problema con su padre. Hizo todo lo que el padre le pidió. Le obedeció dando gracias y haciendo todo lo que el padre le pedía. Pudo hacer la obra del padre como si fuera suya porque no tenía justicia propia.
¿Pero qué pasa con el primer hijo? Siempre insistía en hacer lo que él quería. No le complacía lo que complacía a su padre. No debemos ser como este primer hijo. El Señor nos ha salvado. Este Señor quiere salvar a todo el mundo. Quiere que este Evangelio sea predicado a todo el que quiera creerlo. Quiere que todo el mundo venga a Su Iglesia. Mis queridos hermanos, el Señor cargó con todos los pecados y los míos y los borró. Los borró todos. Nos ha salvado y quiere salvar a todo el mundo.
Mis queridos hermanos, debemos ofrecernos como siervos. Miren lo que hizo el segundo hijo. Dijo: «Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros». Como este hijo pródigo, nuestros corazones también deben estar en servidumbre. Esto significa que, aunque seamos maestros por el poder de nuestra fe, nuestros corazones deben ser como los de un siervo cuando pensamos en la gracia del Señor.
Nuestra justicia deberá deshacerse nos guste o no. Todos los que se han deshecho de su justicia deben aferrarse a la justicia del Señor. Deben aferrarse al Evangelio con el que el Señor les ha dejado sin pecados. Deben admitirlo. Si no lo admiten, seguirán teniendo problemas y solo tendrán quejas.
Debemos seguir al Señor por fe, vivir por fe, predicar el Evangelio a todas las almas por fe y llevar a estas almas al Señor por fe. Debemos convertirnos en personas justas por fe. No debemos alardear de nuestras propias virtudes. Debemos convertirnos en estas personas. Como personas que quieren seguir al Señor, es absolutamente indispensable que nos convirtamos en estas personas.
Mis queridos hermanos, ¿hay algo de lo que estar orgullosos además del Evangelio del Señor? No. Por la gracia y bendiciones del Señor podemos servir al Señor después de recibir la remisión de los pecados. Esto no es algo que hayamos hecho nosotros. El Señor ha permitido que esto ocurra para nosotros. El Señor nos ha utilizado como Sus obreros. En el pasaje de las Escrituras de hoy, el Señor recibió al hijo pródigo con gozo. Por eso hemos encontrado la gracia del Señor. En realidad, no tenemos nada de lo que estar orgullosos ante el Señor. Después de haber encontrado al Señor, cuanto más vivo en Él, más reconozco que no tengo nada de lo que estar orgulloso. No tengo ninguna razón por la que vivir por mí mismo. Cuanto más tiempo pasa, más fallos se revelan y más exaltado queda el Señor. Esto es todo lo que queda.
¿Hay algo exaltado en nosotros como en el Señor? Por supuesto ustedes dirán con sus palabras que no. Pero hay algunos pensamientos escondidos que desean tener su propia justicia. Debemos dejar de lado estos pensamientos secretos. Si practicamos las virtudes y justicia es gracias a las fuerzas que el Señor nos ha dado. Si el Señor no nos hubiese dado fuerzas, si no nos hubiese dado Su obra, si no nos hubiese bendecido para servirle, y si no nos hubiese dado la fe verdadera, ¿cómo podríamos haber servido al Señor? No estamos sirviendo al Señor por nuestras propias virtudes. Podemos servirle porque el Señor nos lo ha permitido, porque nos ha dado la Iglesia De Dios y nos ha confiado Su obra para hacerla a través de Su Iglesia. De hecho, soy uno de los muchos siervos del Señor. Esto significa que nosotros no somos diferentes.
He tenido que tomarme un descanso debido a mi salud y acabo de volver a la Iglesia recientemente. Como persona que ni siquiera está sana, no tengo nada de lo que estar orgulloso. Así que quiero estar orgulloso del Señor aún más, y mi único deseo es predicar este Evangelio por todo el mundo. El Señor nos ha dado este deseo y estoy agradecido por haberme ayudado a querer confesar mis insuficiencias y a estar orgulloso de la justicia del Señor. Quiero que todos ustedes sean así también. Dios también les convertirá en este tipo de personas en el futuro.
Mis queridos hermanos, les pido de todo corazón que no tengan orgullo en sus virtudes. Si tienen alguna virtud, quédensela para ustedes mismos. No alardean ante otras personas. Si están viviendo para el Señor, sepan que el Señor les ha bendecido con Su gracia por su bien. Así que debemos exaltar al Señor de esta manera. Todos debemos vivir por Él.
Este mundo está llegando a su fin
Mis queridos hermanos, si todavía se están aferrando a sus virtudes, estas virtudes se vendrán abajo cuando este mundo se venga abajo. Así que debemos exaltar al Señor en vez de a nosotros mismos. Debemos recordar en nuestras vidas lo mucho que el Señor nos ha glorificado, lo mucho que ha hecho por nosotros y la gracia que nos ha dado. Espero sinceramente que todos vivamos por fe. No tengo ningún deseo de convertirme en el primer hijo del pasaje de las Escrituras de hoy. Debemos ser como el hijo pródigo que salió al mundo pero volvió a Dios.
¿Qué ocurre cuando reciben la remisión de los pecados y empiezan a vivir por fe? ¿Acaso sus debilidades e insuficiencias quedan expuestas cuanto más viven su fe? Puede ser que no todas sus debilidades e insuficiencias se hayan expuesto antes, pero acaso ahora no están reveladas explícitamente? ¿Intentarán esconder estas debilidades expuestas? ¿Intentarán llenar sus insuficiencias para parecer completos o exaltarán al Señor? ¿Acaso no van a alabar al Señor y seguirle por fe?
El camino para nuestra liberación no es intentar arreglar nuestras insuficiencias para hacernos perfectos. La única manera de llegar a la salvación es reconocer nuestras debilidades, confiar en el Señor y seguirle. Esta es la única manera de encontrar la salvación y esta es la única manera de darle toda la gloria a Dios. Por eso debemos vivir por fe en la Verdad ya que no tenemos justicia propia y solo tenemos la justicia de Dios