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ስብከቶች፤

Tema 16: Evangelio de Juan

[Capítulo 8-1] El perdón eterno que el Señor nos ha dado (Juan 8, 1-12)

El perdón eterno que el Señor nos ha dado(Juan 8, 1-12)
«Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
 
 
En Juan 8 aparecen Jesús y la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio. Aquí entra en escena la mujer que recibiría la gracia de la remisión de los pecados ante Jesús. Si ustedes también pueden recibir ese don de la salvación a través de la Palabra de Dios como la mujer que lo recibió del Señor, podrán darle gloria a Dios. Así que quiero compartir con todo el mundo esta gracia de salvación que la mujer recibió al creer en Jesús como su Salvador.
¿Qué debemos saber ante Dios? La gente que vive en este mundo comete pecados durante toda su vida. No hay nadie que no cometa pecados ante Dios durante toda su vida. Somos personas que cometen pecados físicos y espirituales ante Dios y el hombre, así que somos personas que cometemos muchos pecados de adulterio físico y espiritual. Así que no exagero al decir que vivimos inundados por el pecado. Por lo tanto pensamos erróneamente que no estamos pecando. Pero la verdad es que vivimos todas nuestras vidas en pecado. ¿Dónde están las personas del mundo que a los ojos de Dios no cometen pecados físicos y espirituales? No puede haber nadie. Hablando espiritualmente, toda la gente del mundo es como la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio. Esto se debe a que no hay nadie en este mundo, mujer u hombre, que no peque. ¿Ustedes también piensan así?
 
 
Cuando miramos la Palabra relacionada con esta mujer sorprendida cometiendo adulterio, nos preguntamos acerca de la gracia del Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos ha dado
 
La Palabra de Dios dice que no hay una sola persona en el mundo que no cometa pecados. ¡Hermanos y hermanas! ¿Estoy equivocado acaso? ¿O tengo razón? Es imposible incluso que una sola persona entre todas las que viven en este mundo no cometa adulterio en su corazón o con sus acciones ante Dios.
Pero el problema es que casi todo el mundo que tiende a pecar no es consciente de que es ese tipo de persona. ¿Por qué piensan que no conocen sus propios pecados? Porque la gente comete muchos pecados en sus vidas. La verdad es que todo el mundo que vive comete pecados. En otras palabras, están viviendo ahogándose en el pecado, así que no consideran pecados los pecados que cometen, sino que viven pensando erróneamente que no están pecando. Todo el mundo muere después de haber pecado desde que nació hasta que muere.
Por tanto, debemos saber que no solo es esta mujer la que comete adulterio. Todo el mundo vive cometiendo adulterio en sus pensamientos, en su corazón o en sus acciones. Esta es la realidad de nuestros corazones. Como los humanos cometemos tanto adulterio ante Dios, nos lo callamos y escondemos nuestra vergüenza. Por muy santa que parezca una persona por fuera, por mucho que se considere un caballero o una dama. Todo el mundo es pecador y comete adulterio. Es verdad cuando Dios nos dice que cometemos pecados.
Pero debemos estar agradecidos de que quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu puede recibir la remisión de los pecados. Estamos agradecidos porque éramos pecadores que pudieron recibir la remisión de los pecados a través de la fe en el Evangelio de la salvación, es decir el Evangelio del agua y el Espíritu, y podemos vivir para siempre. Todos ustedes son personas que cometen adulterio físico y espiritual. Sin embargo, han recibido la salvación al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesús nos dio. Si Jesucristo se ha convertido en su Salvador a través del Evangelio del agua y el Espíritu, podrán ser personas felices por fe en ese Evangelio. Todas las personas cometen adulterio ante Jesús durante todas sus vidas, pero Jesús cargó con todos los pecados del mundo para siempre cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Por tanto, si reciben la remisión de los pecados por fe a través de la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, ¿no estarían más felices que los demás?
Hermanos y hermanas, las personas verdaderamente felices entre todas las personas del mundo son las que han recibido la remisión de sus pecados. Son personas que han recibido la remisión de sus pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Todo el que es feliz no lo es porque no tenga pecados ante Dios, sino al contrario, aunque sea insuficiente ha recibido la remisión de los pecados al creer en el bautismo de Jesús y Su sangre derramada en la Cruz, y por eso es feliz. Yo también soy feliz. Hermanos y hermanas, como la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio, hemos recibido la misma bendición del Señor si somos personas que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos dio. Y toda la humanidad podrá recibir la gracia de la remisión de los pecados también al creer en el mismo Evangelio.
Pero los que querían acusar y juzgar ante jesús a la mujer sorprendida cometiendo adulterio, actuaron como si nunca hubiesen cometido adulterio. Esto les hizo seguir siendo pecadores para siempre porque se consideraban personas piadosas y religiosas que podían permitirse juzgar a los pecadores en vez de considerarse pecadores y poder ser salvados por el Señor Jesús. El juicio de los escribas y fariseos en Juan 8 es incorrecto. Cualquiera que piense que no ha cometido pecados en su vida no puede optar a vestirse de la gracia de salvación del Señor.
Por tanto, la gente que admite que está cometiendo adulterio físico y espiritual sin cesar ante el Señor, recibe el don de la remisión de los pecados. La gente que sabe que comete adulterio puede vestirse de la gracia de salvación que Dios nos dio. Esa gente recibe el don de la vida eterna de Dios, la bendición de convertirse en Sus hijos, y la bendición de convertirse en personas justas. Quiero que guarden estas palabras de verdad en sus mentes.
 
 

¿Quién recibe la gracia de la salvación de nuestro Dios?

 
¿Recibe la gracia de la salvación la gente que nunca ha cometido adulterio? ¿O la reciben las personas que no pueden evitar cometer adulterio toda la vida si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos ha dado? La gente que comete adulterio ante Dios puede vestirse de la gracia de salvación que Dios nos dio. La gente que comete pecados espiritual y físicamente ante Dios puede vestirse de la gracia de la remisión de los pecados. La gente que piensa que no comete pecados no puede vestirse de la gracia de la salvación de sus pecados. Esto tiene la misma lógica de que solo la gente que se está ahogando puede ser rescatada de ahogarse.
Echemos un vistazo de más cerca a esa parte de la Palabra de Dios. Estoy hablando de cómo el Señor vistió a esta mujer con la gracia de salvación.
Si leemos Juan 8, 3-4, veremos que dice: «Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio».
Debemos pensar primero por qué estos escribas y fariseos le llevaron una mujer que había cometido adulterio a Jesús. ¿Se la llevaron para poder alardear de su rectitud? ¿O le hicieron estar allí para avergonzar a la gente que tenía pecados ante Dios? Los escribas y los fariseos eran los líderes religiosos. Estas personas que llevaron a la mujer adúltera ante Jesús estaban llevando a cabo una inquisición religiosa inusual. ¿Por qué quería esta gente probar a Jesús? Los fariseos sabían bien que Jesús siempre invocaba el amor.
Jesús vino como el Salvador que salvó a los pecadores en este mundo. Cuando estaba en este mundo, les dio comida a los hambrientos, se preocupó por los hijos de las viudas, resucitó a Lázaro, curó a los leprosos, y dio la gracia de salvación a esta mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio. Jesús vino a este mundo, declaró de salvación, enseñó a la gente a que se amase mutuamente, y salvó a los enfermos. No hubo nada que no pudiese resolver cundo la gente acudía a Él.
Por tanto, era como un enemigo para los fariseos y los escribas de aquel entonces. Jesús era como una espina clavada en su costado. Así que llevaron a la mujer que había cometido adulterio ante Él e intentaron probarle. Le preguntaron: «Jesús, la Ley de Moisés nos dijo que lapidásemos a una persona que comete adulterio, ¿qué la vas a decir a esta mujer?». Pensaban que no podría hacer nada. ¿Por qué? Porque estaban obligando a Jesús a condenarla a morir con la Palabra de la Ley de Dios y pensaban que Jesús no podía hacer nada más.
Hermanos y hermanas, si de verdad queremos examinarnos según la Ley de Dios, podremos ver que todos estábamos destinados a morir por nuestros pecados. Si nos medimos por la Ley de Dios, está claro que somos personas que tendrán que ser lapidadas por nuestros pecados ante Dios. Sin fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, que nos dio el Señor cuando vino al mundo, nadie puede ser rescatado del pecado. Si rechazamos el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado, somos personas que deberán ser lapidadas y gente que recibirá el juicio del pecado y deben ir al infierno. El Señor nos dijo: «El precio del pecado es la muerte» (Romanos 6, 23). Dijo que todo el mundo ha pecado y está separado de la gracia de Dios (Romanos 3, 23) y que la Ley trae la maldición y la ira de Dios para sus ofensores (Gálatas 3, 10). Dijo que la Ley justa de Dios hace caer la ira de Dios sobre cualquiera que no cumpla todas las cosas que están escritas en el Libro de la Ley.
Como Dios es justo, la Ley que estableció también era santa y justa. Sus mandamientos eran alrededor de 613. Nos dio todos esos mandamientos para ayudarnos a vivir siguiéndolos. Los 613 mandamientos que Dios nos dio nos demuestran que somos personas que cometen pecados y que Dios es santo y nosotros somos sucios. En otras palabras, la Ley de Dios nos ayuda a darnos cuenta del hecho de que somos pecadores ante Dios desde el principio. La Ley nos ayuda a saber que somos pecadores cuyos corazones y acciones no son perfectos ante Dios, y que debemos volver ante Dios y recibir la gracia de la remisión de los pecados.
Pero muchos cristianos todavía no saben muy bien por qué Dios nos ha dado los mandamientos y la Ley de Dios. Si no conocemos la razón por la que Dios nos dio la Ley, cometeremos un grave error en nuestras vidas de fe. Así que, ¿qué ocurriría si fuésemos juzgados exactamente según la letra de la Ley? Que seríamos lapidados hasta morir como querían hacer con la mujer sorprendida en el acto del adulterio. Nos daremos cuenta de que somos personas que no pueden evitar cometer adulterio.
Así que los escribas y los fariseos pensaron que habían puesto a Jesús en una calle sin salida esta vez, pensando: «No tiene salida esta vez». Así que cogieron a la mujer del cuello y, mirando a Jesús, le preguntaron: «¿Qué harías con esta mujer?». Querían juzgar y lapidar a la mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio. Pero estas personas no sabían quiénes eran ante Dios. Hermanos y hermanas, deben saber espiritualmente que, al igual que los fariseos, ustedes también malinterpretan la Ley de Dios. Si nos examinamos según los mandamientos de Dios, debemos saber que nosotros también somos pecadores ante Dios.
Dios nos habló sobre los Diez Mandamientos de la manera siguiente. El primer mandamiento en Éxodo 20 es «No tendrás otros dioses ante Mí»; el sexto es: «No matarás»; el séptimo es: «No cometerás adulterio»; y otro es: «No robarás». Según las palabras de estos mandamientos de Dios, está claro que seguiremos siendo pecadores ante Dios si nos examinamos con sinceridad.
Dios también nos dijo: «No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano». ¿Dónde está la persona que sobrevivirá si es juzgada justamente según la Ley de Dios? No existe esa persona. Si Dios juzgase nuestros pecados según Su Ley justa, no podríamos evitar ser pecadores, ser malditos e ir al infierno. Pero la mayoría de los cristianos viven sus vidas espirituales sin conocer la función de la Ley de Dios. Así que solo entienden la Ley de Dios según la letra.
Los fariseos le preguntaron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?». Llamaron a Jesús maestro. Miraron a Jesús, el Salvador de la humanidad con sus ojos desnudos, pero pensaron que era un maestro de la Ley. Pensaban que era solo un maestro porque no tenían los ojos que pudiesen ver a Jesús correctamente. Así que, con piedras en sus manos, dijeron: «Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?». Los escribas y fariseos le preguntaron a Jesús Su opinión acerca de esta mujer.
Pero, ¿cuál era su intención? No querían apedrear a la mujer, sino que querían apedrear a Jesús. Si Jesús hubiese dicho: «Aún así, perdonad a la mujer», se hubiesen preparado para decir: «De acuerdo. Como no has cumplido la Ley de Dios, vamos a reunir a dos o tres personas como testigos y vamos a apedrearte y a la mujer». Quisieron enterrar a Jesús y a esa mujer bajo un montón de piedras. ¡Qué insolente era su plan para Dios! Pero, ¿quién se puede atrever a apedrear a Jesús hasta morir?
Pero Jesús se agachó y escribió en el suelo con Su dedo, como si no escuchara nada. Así que siguieron preguntándole: «¿Qué harías?». ¿Qué escribió Jesús en el suelo? No dijo nada para contestar su pregunta y siguió escribiendo en el suelo con el dedo. Jesús podría haber escrito: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra contra ella».
 
 

«El que esté libre de pecado entre vosotros, que tire la primera piedra contra ella»

 
Esta Palabra de Jesús les sorprendió mucho a todos ellos. La Biblia dice: «Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio» (Juan 8, 9). Esto nos demuestra lo verdaderas que son las palabras que Jesús le dijo a esta gente. Él era Dios, el Salvador que lo sabía todo acerca de las personas. No les contestó nada, sino que escribió en el suelo, y esto es lo que debió haber escrito: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra contra ella».
Hermanos y hermanas, ¿qué es lo que escribió Jesús en el suelo? ¿Acaso no escribió: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra contra ella»? Sí, eso es lo que escribió. Entonces dijo las mismas palabras en voz alta con seguridad. Los escribas y los fariseos que escucharon las palabras de Jesús soltaron las piedras y se fueron uno a uno. Esto se debe a que tenían pecados en sus corazones. En otras palabras, ellos también eran personas que serían juzgadas por Dios por sus pecados como la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio. En realidad esta mujer no sería apedreada hasta morir ante Dios, sino que la gente como los fariseos es la gente que está destinada a ser juzgada por sus pecados. Así que ellos se sintieron culpables en sus conciencias, dejaron las piedras y desaparecieron. Primero se fueron los más mayores. Parece ser que quizás los mayores habían desarrollado oídos que podían entender las palabras de Jesús. O quizás entendieron Sus palabras porque habían cometido más pecados.
Hermanos y hermanas, digamos que sorprendiésemos a una mujer que había cometido adulterio, tomásemos algunas piedras, y la rodeásemos. Si Jesús nos dijera: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra contra ella», ¿cómo reaccionarían ustedes? No hay pecadores aquí porque todos tenemos fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Así que ustedes no tendrían que marcharse. Hermanos y hermanas, ¿tienen pecados o no? No. ¿Pero qué hicieron estas personas? Se fueron cuando Jesús dijo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra contra ella».
 
 
Los pecados inscritos en nuestros corazones
 
En este proceso Jesús escribió dos veces en el suelo. ¿Qué creen que escribió? Nuestro Dios, el Dios que nos creó, escribe dos cosas en nuestros corazones. Escribe dos cosas en el corazón de cada ser humano. La primera son los pecados que cometemos, y la segunda es el Evangelio del agua y el Espíritu que dice que el Señor ha eliminado todos los pecados.
En Jeremías 17, 1, en el Antiguo Testamento, está escrito: «El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares». Esto significa que los pecados de la gente están grabados en sus corazones y en los Libros del Juicio de Dios. El pecado de Judá en este pasaje significa el pecado de la humanidad. Los pecados de la gente están escritos con un cincel de hierro y con una punta de diamante en las tablas de sus conciencias y en los Libros del Juicio. Los seres humanos no pueden vivir según la Ley de Dios y siguen cometiendo pecados ante Él, pero no saben que son pecadores. Así que Dios escribe en las tablas de los corazones de la gente todos los pecados que han cometido con sus pensamientos o acciones. Como los pecados están escritos de esta manera en las tablas de los corazones de la gente, se dan cuenta de que son pecadores cuando leen la Ley de Dios. Por tanto, la gente se da cuenta de sus pecados porque Dios ha escrito todos sus pecados en las tablas de sus corazones. Nosotros nos damos cuenta de que somos pecadores ante Dios porque reconocemos los pecados que están escritos en las tablas de nuestros corazones a través de la Ley de Dios.
El otro lugar donde Dios escribe los pecados de la gente es el Libro del Juicio, es decir, el Libro de las Obras. Está escrito en Apocalipsis 20, 12: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras». El Señor escribió el nombre de cada persona y de sus pecados en estos libros para juzgar a la gente. En el futuro, cuando Dios juzgue a la gente sentado en Su gran trono blanco, juzgará según lo que haya escrito en el Libro de las Obras; en otras palabras, Dios escribe nuestros pecados en dos lugares y lo ha hecho así para que nadie pueda negar sus propios pecados. Escribe en las tablas de nuestros corazones y en los Libros de las Obras que están ante Su trono. Escribe nuestros pecados en las tablas de nuestros corazones y entonces nos dice cuáles son nuestros pecados a través de la Palabra de Su Ley.
Entonces Dios escribió la ley de Su gracia en las tablas de nuestros corazones. El Señor ha borrado todos nuestros pecados para siempre a través de Su bautismo y Su valiosa sangre que derramó en la Cruz. El Señor dijo: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado» (Hebreos 10, 17-18). Nuestro Señor dijo que nos había salvado del pecado. Escribió estas dos cosas en las tablas de nuestros corazones de esta manera.
 
 
Como nuestro Señor les dijo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra», todos se fueron
 
Como los pecados fueron escritos en las tablas de sus corazones, los fariseos se sintieron culpables en sus conciencias y se fueron uno por uno cuando el Señor dijo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». El pecado queda escrito en las tablas de los corazones de todo el mundo. ¿Están de acuerdo? ¿Qué es el pecado? El pecado es no cumplir la Ley. Todos los pecados están escritos en las tablas de las conciencias de jóvenes y ancianos. Por tanto, no pudieron culpar a Jesús. Eran personas que tomaron la Ley de Dios, fueron a Jesús, e intentaron provocarle. Pero no pudieron hacer nada por la respuesta que les dio.
Nadie puede borrar los pecados que tienen en sus corazones. Pero si reciben la remisión de los pecados, todos los pecados que hay en las tablas de sus corazones se borrarían, sus nombres y pecadores se borrarían del Libro de las Obras, y sus nombres se escribirían en el Libro de la Vida. Los nombres de los que van a ir al Cielo están escritos en el Libro de la Vida. Los justos son las personas cuyos nombres y pecados se borran del Libro de las Obras y cuyos nombres se añaden al Libro de la Vida. Todas las obras que hicieron en este mundo por la justicia de Dios están escritas en ese libro. Solo las personas cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida pueden entrar en el Reino eterno de Dios.
Todos los pecados de las personas están escritos en dos lugares. ¿Lo entienden? Por tanto, no hay nadie ante Dios que no cometa pecados. Ante Dios, todos somos personas que cometen adulterio y otros pecados. Todos somos insuficientes. Por tanto, antes de encontrar el Evangelio del agua y el Espíritu que Jesucristo nos dio, tenemos pecados en las tablas de nuestros corazones, es decir en nuestras conciencias. Por tanto, todo el mundo sufre a causa de sus pecados. No puede tener una conciencia limpia y tiene miedo. Tiene miedo de Dios y de los hombres. Pero si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu que Dios nos ha dado, si escuchan la Palabra de Dios, la palabra de la remisión de los pecados, todos sus pecados son eliminados en el momento en que creen.
En otras palabras, en el Cielo el Libro de la Vida está al lado del Libro de las Obras, y en él están los nombres de la gente que ha nacido de nuevo, o en otras palabras, la gente que ha recibido la remisión de los pecados al creer en sus corazones que Jesús eliminó todos sus pecados. Así que la gente va al Cielo si cree en el Evangelio del agua y el Espíritu. La gente no va al Cielo por no haber cometido pecados. Todo el mundo peca sin excepción. Quiero decir que los escribas y los fariseos también cometieron pecados como la mujer que fue sorprendida en el acto de adulterio. Hermanos y hermanas, ¿es así o no?
Todo el mundo comete los mismos pecados. Para ser más precisos, los fariseos que condenaron a la mujer habían cometido los mismos pecados. Eran un fraude que tenía licencia para engañar a la gente y extorsionar a sus seguidores. Si lo miran desde el punto de vista de la Ley de Dios, ¿dónde hay personas que no sean ladronas? ¿Acaso no son todos ladrones? No hay ni una sola persona en el mundo que no sea ladrona. No hay ni una sola persona en el mundo que no incumpla la Ley de Dios. Todos son pecadores.
Sin embargo, la gente no se hace justa por no pecar, ya que todos cometen pecados, sino que sus pecados se eliminan por la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Esta es la fe importante. Es importante confirmar a través de la Palabra si nuestro Salvador, Jesús, eliminó nuestros pecados que eran innumerables y que a través de la fe en la Verdad los eliminó. Todo el mundo peca durante toda su vida. El que crean esto o no determina que vayan al Cielo o al infierno.
 
 

Vestirse de la gracia de salvación de Dios se determina averiguando si uno cree en la Palabra de Dios o no

 
¿Qué piensan que hizo la mujer que fue sorprendida en el acto de adulterio? Por aquel entonces, todos los escribas y fariseos se habían ido, y ella pensó probablemente que iba a morir. Probablemente derramó lágrimas de arrepentimiento, ya que cuando una persona está cerca de la muerte se hace muy abierta de mente y muy simple. La gente que está a punto de morir se vuelve así. Si una persona que va a morir dice: «Está bien. Merezco morir. Por favor, acepta mi alma y ten misericordia. Por favor, recibe mi alma con Tu amor y misericordia». Entonces pide el amor de Dios.
Esa mujer no dijo: «Señor, he hecho mal. Por favor, perdóname este pecado». Pero sí dijo: «Señor, por favor sálvame de mi pecado. Necesito Tu amor, piedad y salvación. Necesito Tu amor que me concede Tu piedad». Esta mujer pensó que moriría por culpa de sus pecados, cerró sus ojos, y confesó todos los pecados de su corazón ante el Señor.
Pero Jesús le preguntó: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?». Así que abrió sus ojos y vio que no había nadie. Ella dijo: «Nadie, Señor». Las palabras que el Señor dijo después fueron palabras de gracia hacia ella. «Y Jesús le dijo: Yo tampoco te condeno; vete y no peques más». Hermanos y hermanas, esta mujer se vistió de la gracia de la salvación a través de las palabras que el Señor dijo ese día.
Nuestro Señor le dijo a esta mujer: «Yo tampoco te condeno». El que nuestro Señor le dijese esto a la mujer fue la confirmación final de que había sido salvada de todos sus pecados. Esto se debe a que nuestro Señor tomó todos sus pecados para siempre cuando fue bautizado por Juan el Bautista. Esto es cierto a los ojos de nuestro Señor. Así que por eso pudo decir: «Yo tampoco te condeno». Hermanos y hermanas, esta mujer se vistió de la gracia de la salvación de Jesucristo.
Si nuestro Señor les hubiese dicho esas palabras a ustedes, ¿habrían creído en ellas? ¿Creerían al Señor si dijese: «Te hablo a ti: has recibido la salvación de todos tus pecados»? Hermanos y hermanas, nuestro Señor nos ha dado la remisión de los pecados. Claramente dice: «Os he salvado de todos vuestros pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu». Todo el mundo necesita esta voz, y quien recibe esta voz en su corazón, quien entiende la obra que el Señor hizo y cree en ella, se viste de la gracia de la salvación. No podemos evitar confesar ante Dios lo anterior cuando escuchamos la voz tierna del Señor: «Dios, no tengo méritos propios. No hago nada bien. Si me pides que ponga ante Ti mis méritos, no tengo otra cosa que pecados. Pero Tú te has convertido en mi Salvador a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Has borrado mis pecados para siempre a través de la Verdad del Evangelio del agua y el Espíritu. Señor, creo que te has convertido en mi Señor». Si decimos esto, el Señor nos dice: «Yo tampoco te condeno».
Juan 1, 12 dice: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». Nuestro Señor nos da la bendición de convertirnos en hijos de Dios a los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha dado. Dios nos ha dado el Evangelio del agua y el Espíritu y ha salvado a los que creen en sus pecados. Asimismo elimina el pecado de nuestros corazones, nos da el Espíritu a nuestros corazones como un don, y confirma por la Palabra que nos hemos convertido en justos.
¡Queridos santos! Esta mujer consiguió la gracia de la salvación a través de las palabras que Jesús dijo. Esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio, y aún así, consiguió la salvación de los pecados para siempre a través de la Palabra del Señor. Así que, ¿cómo podemos conseguir la gracia de salvación de nuestros pecados? Nosotros también somos personas que, como esta mujer, cometemos adulterio y no podemos evitar ir al infierno. Incluso puede que cometamos más adulterio que esta mujer en nuestras vidas. No hay una sola persona en este mundo que no cometa adulterio. No hay ni una sola persona que no cometa adulterio todos los días. Hermanos y hermanas, los hombres que van por la calle y ven a una chica bonita cometen adulterio en sus corazones. ¿No se dan cuenta de que todo el mundo comete adulterio todos los días?
Pero la cuestión es si ustedes también creen en lo que nuestro Señor les dice como lo que le dijo a la mujer: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Acaso nadie te condena? Yo tampoco te condeno». Le dijo: «Yo tampoco te condeno». Esto se debe a que esta mujer no tenía pecados según Su perspectiva. Así que por eso el Señor dijo: «Yo tampoco te condeno». ¿Quién ha recibido esta gracia de salvación en esta generación? Ustedes también deben recibir este tipo de gracia ante el Señor al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.
Por favor, miren a los fariseos que estaban esperando con piedras en las manos. Los que miraban a esta mujer y pretendían juzgarla, eran los escribas y los fariseos. Eran los líderes religiosos. Eran políticos. Eran los moralistas del mundo. Estas personas no pueden escuchar la palabra del Señor cuando dice: «Yo tampoco te condeno».
Nuestro Dios tiene una compasión incomprensible por nosotros. El Señor es Dios, el Salvador que nos ha salvado. Es el Dios del amor. Nuestro Señor es un Dios justo, pero Su amor es mayor que Su justicia. Una persona que tiene pecados ante Dios será juzgada y enviada al infierno sin falta, pero como el amor de Dios es mayor que Su justicia, envió a Su único Hijo Jesús, le pasó todos nuestros pecados, lo condenó a muerte para pagar el precio del pecado, e hizo hijos Suyos y justos a que todos los que creyesen en Jesucristo como el Salvador de la humanidad.
 
 

Podemos escuchar la Palabra de Dios que dice: «Yo tampoco te condeno» en toda la Biblia

 
En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel, para poder ofrecer sacrificios a Dios, tenía que sacrificar a cabras y corderos, y tenía que decir: «Dios, te ofrezco esto como precio por mis pecados», pero Dios no quiere sacrificios. El Señor dijo: «Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Mateo 9, 13). Dios no quiere sacrificios de nosotros; quiere darnos el amor enorme del Evangelio del agua y el Espíritu que nos ha salvado. ¿Lo entienden? Dios es el Dios de este tipo de amor.
Dios debe juzgar a los pecadores, pero Dios Padre envió a Su único Hijo a este mundo, le pasó los pecados del mundo a través de Su bautismo, e incluso lo ejecutó en la Cruz. El Señor odia todos los pecados, pero ama mucho a las personas que fueron hechas a Su imagen y semejanza. Como Dios nos amó con Su amor ardiente, determinó hacernos Hijos Suyos incluso antes de la creación. Dios nos creó con el objetivo de hacernos hijos Suyos al vestirnos con el amor de Jesucristo. Este es el amor de Dios para los seres humanos, que somos Sus criaturas. Este es Su amor para todos y cada uno de nosotros. ¿Lo entienden? Si Dios nos hubiese tratado según la justicia, tendríamos que morir por el juicio justo de nuestros pecados.
Hermanos y hermanas, ¿cómo nos salvó el Señor cuando vino a este mundo? Veamos la Palabra del Antiguo Testamente acerca de esto.
 
 
El sacrificio del Día de la Expiación
 
Si leemos el Antiguo Testamento, vemos que un picador tenía que llevar una cabra o una oveja al Tabernáculo cuando pecaba, después tenía que transferirle todos los pecados mediante la imposición de manos sobre su cabeza, y entonces podía recibir la remisión de los pecados al matar al animal allí, y poner la sangre del mismo en los cuernos del altar (Levítico 4, 27-34). Dios nos dio la remisión de los pecados al aceptar la sangre. La justicia de Dios se trata de una vida por una vida, ojo por ojo y diente por diente. En otras palabras, la Ley justa de Dios dice que la gente que tiene pecados debe morir sin falta. Pero como el amor de Dios es mayor que Su Ley justa, eliminaba los pecados de un pecador en vez de juzgarle según Su Ley justa si esa persona le transfería sus pecados al animal y ese animal pagaba el precio del pecado al morir. La gente del Antiguo Testamento recibía la remisión de los pecados que cometía todos los días por ese método.
Pero como la gente no puede ofrecer este tipo de sacrificios para el perdón de sus pecados, Dios sabía que no podrían recibir la remisión de los pecados. Así que Dios tuvo compasión de nosotros. Nos dio Su gran compasión y amor. Como tuvo compasión por los israelitas, instituyó el sistema de sacrificios del Día de la Expiación que les permitió eliminar todos los pecados cometidos en un año en un solo día. En otras palabras, todos los años, en el décimo día del séptimo mes, Aarón, el Sumo Sacerdote, el representante de los israelitas, ofrecía un sacrificio por todo el pueblo de Israel. Primero Aarón ofrecía un toro como sacrificio por la remisión de sus pecados y los de su casa (Levítico 16, 11-19). Después recibía la remisión de los pecados de un año que estaban escritos en el Libro del Juicio al echar suertes entre dos cabras, y después llevar a una al Tabernáculo, ponerle las manos encima y sacrificarla.
Después de terminar el sacrificio en el Tabernáculo, Aarón tomaba la otra cabra y la presentaba ante el pueblo de Israel que estaba reunido ante el Tabernáculo. Esta cabra se preparaba para limpiar los pecados que estaban escritos en las tablas de los corazones de los israelitas. Leamos Levítico 16, 21-22: «Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto».
Este era el método a través del que Dios eliminaba los pecados de la gente del Antiguo Testamento. Se le transferían los pecados cometidos durante un año a una cabra u oveja sin falta mediante la imposición de manos en su cabeza. En realidad, todo el mundo tenía que tomar un animal todos los días, ponerle las manos sobre la cabeza y matarlo. Pero como esto era imposible, Dios instituyó la ley compasiva que requería que Aarón, el representante del pueblo de Israel, pusiera las manos sobre una cabra, y le transfiriese todos los pecados de un año. Aarón citaba todos los pecados de Israel diciendo: «Dios, el pueblo de Israel ha pecado. Ha servido a ídolos ante Ti, ha tomado Tu nombre en vano, ha hecho imágenes y se ha arrodillado ante ellas, ha amado a ídolos más que a Ti, ha roto el Sábado, no ha honrado a su padre y su madre, ha asesinado, ha cometido adulterio, ha robado, ha envidiado, se ha peleado. Señor Dios, nadie entre el pueblo de Israel, ni siquiera yo, hemos podido cumplir todo lo que nos dijiste. Ahora le paso todos estos pecados a esta cabra».
En el Antiguo Testamento, «la imposición de manos» significa transferir algo. Por tanto, si un pecador ponía las manos sobre la cabeza de una animal sin faltas, sus pecados se pasaban a ese animal. Así que Aarón ponía las manos sobre la cabeza del chivo expiatorio delante del pueblo de Israel y declaraba: «¡Señor Dios! El pueblo de Israel ha pecado. Ha cometido este tipo de pecado. Señor Dios, ahora transfiero todos estos pecados a esta cabra». Entonces, inmediatamente quitaba las manos de la cabeza del chivo expiatorio.
Entonces, ¿dónde estaban los pecados de Israel? Estaban en la cabeza de la cabra. Los pecados del pueblo de Israel fueron transferidos a la cabeza del chivo expiatorio. Entonces, este chivo expiatorio que había recibido todos los pecados del pueblo de Israel a través de Aarón era llevado al desierto a manos de un hombre adecuado. La persona que llevaba al chivo expiatorio, que cargaba con todos los pecados anuales e los israelitas, lo arrastraba hasta el desierto, lo dejaba en un lugar sin agua, y volvía. Así que el chivo vagaba por el desierto en busca de agua y acababa muriendo de sed. Como los pecados anuales del pueblo de Israel habían sido transferidos al chivo expiatorio a través de la imposición de manos de Aarón, el Sumo Sacerdote, el chivo expiatorio llevaba los pecados lejos y moría en lugar del pueblo de Israel.
Ese era el amor que Dios le había dado al pueblo de Israel. Hermanos y hermanas, ¿lo entienden? Los israelitas del Antiguo Testamento recibían la remisión de sus pecados de esta manera. Así que, ¿cómo nos libramos de nuestros pecados la gente del Nuevo Testamento? Han pasado 2000 años desde que Jesús vino a este mundo. El Señor vino al mundo como el Cordero de Dios que eliminó los pecados del mundo. Vino a este mundo y cumplió la promesa de que quitaría los pecados de la humanidad.
 
 

El Señor eliminó todos nuestros pecados de esta manera

 
Leamos Mateo 1, 20-21: «Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Nuestro Dios tomó prestado el cuerpo de la Virgen María e hizo que Su Hijo naciese en este mundo. Entonces un ángel del Señor se le apareció a José, el prometido de María, en un sueño y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». El nombre de Jesús significa «el Salvador».
Jesús nació de María de esta manera y, después de algún tiempo, cumplió los 30 años, y fue bautizado por Juan el Bautista: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3, 13-17).
Nuestro Señor fue a Juan el Bautista que estaba bautizando en el río Jordán. Entonces agachó la cabeza ante Juan el Bautista y le dijo: «Juan, bautízame. Quiero salvar a Mi pueblo de sus pecados, pero para hacerlo tengo que tomar todos los pecados de la humanidad a través de ti. Eliminar todos los pecados del mundo de esta manera es la voluntad de Dios Padre. Por favor, bautízame».
«Yo tengo que ser bautizado por Ti. ¿Cómo puedo bautizarte?».
«Permíteme hacer ahora. Haz lo que te digo».
Hermanos y hermanas, ¿por qué apareció aquí Juan el Bautista? Nuestro Dios recibe el nombre de Maravilloso y Consejero. Hace obras maravillosas y lo hace todo bien porque Su sabiduría no tiene límites y Su providencia es perfecta. El Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento ponía las manos sobre la cabeza del animal que iba a ser sacrificado para transferirle los pecados de Israel. De esta manera, nuestro Dios, para eliminar los pecados de la humanidad, hizo que Jesús tomase todos los pecados a través de Su bautismo mediante la imposición de manos de Juan el Bautista en Su cabeza.
Juan el Bautista es el representante de la humanidad, porque Jesús dijo: «De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él» (Mateo 11, 11). Dios Padre envió a Juan el Bautista como el representante de la humanidad y le hizo pasar todos los pecados del mundo a Jesús. La sabiduría de Dios planeó esta obra, y Él la cumplió al ser bautizado. Hermanos y hermanas, ¿creen en esto?
 
 
¿Qué le pasaría a la cabeza de Jesús si cada uno de nosotros pusiésemos las manos sobre Su cabeza para transferirle nuestros pecados?
 
Si ocurriese esto, se le caería todo el pelo a Jesús. Si se le cayera el pelo, daría pena verlo. Por tanto, nuestro Dios no lo hizo de esta manera, sino que transfirió todos nuestros pecados a Jesús mediante el principio de representación a través de Juan el Bautista. Esto está escrito en Mateo 3, 13-17.
«Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él» (Mateo 3, 13). Esto ocurrió cuando Jesús cumplió los 30 años. Jesús es el Sumo Sacerdote del Reino de los Cielos. ¿Creen en esto? Los Sumos Sacerdotes, así como todos los levitas que servían en el Tabernáculo eran capaces de llevar a cabo sus tareas solo cuando cumplían los 30 años (Números 4). Por tanto, Jesucristo esperó hasta cumplir los 30 años. Cuando cumplió los 30 Jesús ya pudo hacer de Sumo Sacerdote del Cielo.
«Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Juan el Bautista es el representante de la tierra. Así que, ¿quién es el representante del Reino de los Cielos? Es Jesucristo. Entonces el representante del Cielo y el representante de la tierra se conocieron. Así que, ¿quién es mayor, el representante de la tierra o el representante del Reino de los Cielos? El representante del Reino de los Cielos.
Así que Juan el Bautista, que había reprendido a la gente diciendo: «Arrepentíos, obradores de iniquidad», se convirtió de repente en una persona humilde cuando conoció a Jesús. Era como decir: «¡Vaya! ¿Por qué vienes a mí? Yo necesito ser bautizado por Ti; yo necesito ir a Ti. ¿Por qué vienes a mí?». Jesús dijo: «Bautízame ahora. Permite que esto ocurra porque conviene que cumplamos toda justicia, la obra de eliminar todos los pecados. Voy a tomar todos los pecados del mundo al ser bautizado por ti. Como representante de la humanidad, debes transferirme todos sus pecados, todos los pecados del mundo». Así que Juan el Bautista no pudo evitar decir: «Sí, Señor» y bautizó a Jesús como está escrito: «Entonces le dejó». Cuando Jesús salió del agua inmediatamente después de ser bautismo, los cielos se abrieron y Dios Padre dijo: «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo Mi complacencia».
Hermanos y hermanas, la puerta de los Cielos se abrió en cuanto Jesucristo cargó con los pecados de toda la humanidad. El Libro de Mateo explica esta parte. «De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo 11, 11-15).
El Señor dijo que Juan el Bautista es el mayor hombre nacido de mujer. Esto significa que es el representante de la humanidad. El Señor también dijo que todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan el Bautista, y que desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia (Mateo 11, 12-13). Jesús tomó todos los pecados de la humanidad al ser bautizado por Juan el Bautista.
Por eso Jesús le dijo a la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio en Juan 8: «Yo tampoco te condeno». Estaba diciendo: «Como vine al mundo por las personas que cometen adulterio como tú y tomé todos los pecados al ser bautizado para salvar a la gente como tú; como he recibido todos tus pecados, no puedo juzgarte». Ahora Jesús tenía que recibir el juicio.
Como Jesús tomó todos los pecados de la humanidad al recibir el bautismo de Juan el Bautista, el representante de la humanidad, tuvo que recibir el juicio como precio de esos pecados. Conocemos la escena del jardín del Getsemaní, cuando el Señor oró apasionadamente a Dios Padre tres veces porque estaba agonizando tanto por el juicio que tenía que sufrir en la Cruz. Jesús tenía mucho miedo. Tenía que derramar Su sangre. Tenía que morir. Jesús tenía que morir de esta manera tan cruel como los animales de los sacrificios en el Antiguo Testamento. Jesús tomó todos los pecados de la humanidad, y ahora tenía que entregar Su vida. Sabía que tenía que ser juzgado.
Jesús no tenía pecados en Su corazón originalmente. Los pecados simplemente se pasaron a Su cuerpo a través de Su bautismo. Como los pecados del mundo se pasaron a Su cuerpo, Dios Padre no puedo evitar juzgar a Su Hijo, no al mundo. Dios Padre no puedo evitar juzgar a Su Hijo para salvarnos a todos y cumplir Su justicia y Su amor. ¿Lo entienden?
Jesús nos dijo: «Yo tampoco te condeno». Nosotros no cometemos pecados queriendo, pero como somos débiles e insuficientes, cometemos pecados como adulterio y asesinatos; cometemos pecados queriendo y sin querer. Sin embargo, ¿nos juzga Dios por los pecados que cometemos durante nuestras vidas? Nuestro Dios no nos juzga. No nos juzga; sino que juzgó a Jesús en nuestro lugar. No quiere juzgarnos. Este es el amor de Dios. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3, 16). Por el amor de Dios, Jesús no pudo juzgar a la mujer.
Como esta mujer había sido sorprendida en el acto del adulterio, sabía que era pecadora. No solo tenía los pecados inherentes a su corazón, sino que los había cometido con sus obras, y por eso demostró ser una gran pecadora que no podía negar sus pecados. Si una persona se convierte en pecadora ante el Señor, y admite que no puede dejar de cometer pecados hasta el día en que muera, no está lejos del Reino de Dios. Si esa persona cree que Jesucristo tomó todos los pecados cuando fue bautizado en el río Jordán, puede entrar en el Cielo por los méritos de Jesús a través de su fe y del amor de Dios. ¿Lo entienden?
Jesús dice: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3, 17). ¿Dice el Señor que Dios nos juzgará o no? Dice que Dios no nos juzgará. Así que, ¿quién tenía que ser juzgado en vez de nosotros? Como el Hijo recibió todos los pecados el mundo, no pudo evitar juzgar a Su Hijo. Como Dios Padre eliminó todos los pecados de la humanidad a través de la muerte de Jesucristo en la Cruz, no puedo dejar a Su Hijo solo en la muerte, así que lo resucitó y el Hijo se sentó en Su trono. Entonces les dio la gracia de salvación a los pecadores del mundo que creen en la obra que Su Hijo hizo o, en otras palabras, los que creen en los méritos de la salvación de Su Hijo.
Todo el mundo comete pecados. Todo el mundo comete adulterio. Pero la gente no recibe el juicio por sus pecados. Las personas solo son condenadas cuando no creen en la Verdad, en que el Señor Jesucristo ha borrado todos los pecados del mundo a través de Su bautismo y Su muerte en la Cruz. Somos personas que no pueden evitar pecar, pero benditos los que han recibido la remisión de los pecados al creer que el Señor ha borrado todos nuestros pecados. ¿Quién es la gente más feliz del mundo? La gente más feliz del mundo es la que ha recibido la remisión de todos los pecados al creer en el Señor y Salvador y ha sido librada de todos sus pecados. ¿Lo entienden?
 
 
Jesús, quien salvó a los injustos
 
Nuestro Dios dijo en Romanos: «Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos» (Romanos 4, 5-7).
Cometemos pecados y somos injustos hasta que morimos. Somos insuficientes. Somos personas débiles que cometen pecados aunque conozcamos la voluntad de Dios. Pero nuestro Dios eliminó todos nuestros pecados a través de Su Hijo y nos dijo: «No tenéis pecados». A las personas que creen en esta Verdad las llama justas. Dice: «Sois Mis hijos». Hermanos y hermanas, ¿creen en esto de corazón? A los que creen en Él, Dios les dice: «Sois justos. No tenéis pecados, y sois Mis hijos». Estas personas son las más felices. ¿Quién es feliz? La persona que ha recibido la remisión de todos sus pecados es la más feliz. Hermanos y hermanas, ¿tienen pecados o no?
«El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). «¡Atención, todo el mundo! Mirad. Mirad al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Juan el Bautista transfirió los pecados del mundo a Jesús. Por tanto, el día después de bautizar a Jesús dijo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Jesús cargó con todos los pecados del mundo; ese Hombre cargó con todos los pecados del mundo. Todos los pecados de la humanidad son los pecados del mundo: El mundo existe desde el momento en que Dios creó este universo hasta el día en que desaparezca. Todos los pecados cometidos por todas las personas que viven en este mundo son los pecados del mundo. «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». ¿Acaso no se pasaron todos los pecados del mundo, nuestros pecados, a la cabeza de Jesús? Sí.
Como todos los pecados del mundo, incluyendo los suyos y los míos, fueron pasados a Jesucristo. Él era el Cordero de dios que quitó el pecado del mundo. Llevó todos los pecados del mundo a la Cruz. Jesús dijo que estaba sediento, y después dijo: «¡Está acabado!» justo antes de entregar Su espíritu. El Señor vino personalmente a este mundo y tomó todos los pecados de la humanidad. Quitó todos los pecados del mundo: el pecado del adulterio, el pecado del asesinato, los pecados cometidos repetidamente, los pecados cometidos por nuestras debilidades, los pecados cometidos queriendo y sin querer, y los pecados cometidos presuntuosamente. Jesús recibió todos los pecados en Su cuerpo a través de Juan el Bautista. Asimismo cumplió la obra de borrar todos los pecados. El Señor pagó con Su vida el rescate para eliminar todos los pecados del mundo a través del Evangelio del agua y el Espíritu. ¿Lo entienden?
Jesucristo eliminó todos nuestros pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Una persona que ha recibido de verdad la remisión de los pecados es la persona más feliz del mundo. Hermanos y hermanas, ¿hay algún pecado en sus corazones que vayan a ser cometidos mañana? No. ¿Acaso sus pecados no fueron transferidos a Jesús? Sí. Todos los seres humanos son iguales: no hay diferencia entre hombres y mujeres, jóvenes y mayores, educados e ignorantes. Todo el mundo es lo mismo, nadie es especial. Estoy diciendo que la gente no tiene nada especial ante Dios. Como la gente de esta generación alardea demasiado, engaña a otras personas y les hace pensar que no tienen pecados, pero la verdad es que viven en pecado, y todo este mundo es idóneo para cometer pecados.
Los que no tienen pecados son verdaderamente felices. ¿Es una persona feliz solo si tiene mucho dinero? ¿Son felices los ricos? ¿Es una persona feliz solo si está sana? Una persona sin pecado ante Dios es verdaderamente feliz. Por muy lustrosa que sea una persona en su apariencia, es simplemente otra persona desgraciada más en el mundo si tiene pecados en sus corazones. Esa persona ha caído en el temor y la maldición del juicio de Dios. Una persona con pecados no puede mirar al cielo sin sentir vergüenza. ¿Cómo puede mirar al cielo un pecador sin sentir vergüenza? Una persona con pecados no puede mirar al cielo con confianza.
Pero una persona que cree en el Evangelio del agua y el Espíritu y ha recibido la remisión de sus pecados tiene confianza. «Yo no tengo pecados. Gracias, Señor. Te alabo por eliminar estos pecados aunque sea insuficiente. ¡Aleluya! Creo en Tu amor. Creo en Ti incluso hoy. Creeré en Ti mañana también. No tengo ya más pecados. Te alabo». Una persona que ha recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu es una persona que ha recibido a gracia de Dios y es la persona más feliz.
Hermanos y hermanas, ¿tienen pecados? Contemos las manos ahora. Los que no tengan pecados que levanten la mano. Veo que no hay nadie que no haya levantado la mano. Ahora ya pueden bajarlas.
Pero si un pastor de cierta iglesia dice: «Los que estén sin pecado que levanten la mano», nadie la levantará. No voy a decir qué iglesia es, pero cuando este pastor termina sus sermones en la capilla donde hay reunidas cientos de miles de personas, y les dice: «Hermanos y hermanas, los que tengan pecados, por favor, levanten la mano», entonces todo el mundo levanta la mano. Entonces el pastor suspira y se pregunta: «¿Qué he hecho hasta ahora?». Suspira y se pregunta por qué las cosas han salido así.
¿Por qué pasan estas cosas en esa iglesia? Porque no hay ni una sola persona que conozca el Evangelio del agua y el Espíritu. Entonces, los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu, ¿de verdad no tenemos pecados? No tenemos ningún pecado.
Hermanos y hermanas, ¿por qué decimos que no tenemos pecados? Como nuestro Señor tomó todos nuestros pecados al ser bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista, fue a la Cruz. Como nuestro problema del pecado se resolvió completamente con las palabras: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», podemos decir que no tenemos pecados. Por tanto, cuando decimos que no tenemos pecados, no significa que no hayamos cometido pecados.
Hermanos y hermanas, esta mujer recibió la remisión de los pecados a través de la Palabra de Jesús. Así que la Biblia da testimonio de la mujer que fue sorprendida en el acto de adulterio e inmediatamente se vistió de la gracia de salvación de Jesucristo. ¿Por qué? Porque recibió por fe la gracia de la salvación que el Señor le había dado. Pero los fariseos y los escribas que fingían ser santos, y escondían sus pecados aunque los tenías, abandonaron a Jesús. ¿Dónde creen que estas personas fueron después de dejar a Jesús? Fueron al infierno por sus pecados. Si alguien cree en la justicia de Jesús, va al Cielo; si alguien deja Su justicia, está destinado a ir al infierno. Si una persona cree en la obra que Jesús hizo, o en otras palabras, en el Evangelio del agua y el Espíritu, recibe la remisión de sus pecados y va al Cielo. Dicho de otra manera, si una persona cree en la justicia de Dios, recibe la salvación. Pero si una persona no cree en la justicia de Dios, no puede borrar sus pecados y por tanto va al infierno.
 
 
La Ley es la sombra de las cosas buenas por venir
 
Su salvación no depende de sus acciones o intenciones; depende exclusivamente de si creen en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor les ha dado. Hermanos y hermanas, ¿lo entienden?
Leamos Hebreos 10, 1-9: «Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo dice:
Sacrificio y ofrenda no quisiste;
Mas me preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad,
Como en el rollo del libro está escrito de mí.
Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último».
Este pasaje dice que no podemos recibir la salvación completa a través del sistema de sacrificios de la Ley, y dice que podemos obtener la completa remisión de los pecados por los méritos que el Hijo de Dios ha cumplido: vino al mundo encarnado en un Hombre y se convirtió en el sacrificio por toda la humanidad según Su promesa escrita en las Escrituras.
Ahora leamos el versículo 10 juntos. «En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre». Hemos sido santificados a través del sacrificio de Jesucristo que se cumplió según la voluntad de Dios Padre: nos ha salvado al entregar Su cuerpo para siempre o, en otras palabras, al tomar todos los pecados del mundo para siempre, al recibir para siempre el juicio de la muerte, y al resucitar para siempre de entre los muertos. Esto está expresado en el tiempo perfecto. Como ya hemos sido santificados para siempre, esto significa que no podemos ser pecadores más. El texto dice: «Hemos sido santificados». Hermanos y hermanas, ¿han sido santificados?
«Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10, 12-14).
El Señor nos perfeccionó eternamente. ¿Tenemos pecados aunque pequemos mañana por culpa de nuestras insuficiencias? ¿Acaso nuestro Señor no tomó incluso esos pecados cuando fue bautizado por Juan el Bautista? Los tomó todos de una vez para siempre. Jesús tomó todos los pecados que cometeremos mañana, los que cometeremos el día después y todos los que cometeremos en toda la vida.
Así que, ¿podemos cometer más pecados para disfrutar de más gracia? No podemos hacer esto. Entonces, ¿cómo tenemos que vivir? Ya hemos sido santificados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones. No hay ni un solo pecado en nuestros corazones. Por tanto, por eso debemos hacer ahora la obra justa de Dios.
El Apóstol Pablo dijo: «A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo» (Romanos 6, 12-13). Si unimos nuestros cuerpos en la obra justa y la obra de proclamar el Evangelio y entregarlos a escuchar la Palabra, incluso nuestros cuerpos se convierten en instrumentos de la justicia de Dios. Nuestros cuerpos son las carcasas de nuestras almas, son los instrumentos de la justicia de Dios.
Llevamos zapatos en los pies. Si nuestros zapatos están sucios, lo único que tenemos que hacer es limpiarlos. De la misma manera, los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu debemos limpiar la suciedad con nuestra fe. ¿Lo entienden? Hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones. No tenemos ni un solo pecado en nuestros corazones. ¿No es esto cierto? Nos hemos convertido en personas justas en nuestros corazones. Cuando cometemos pecados personas a través de nuestras acciones físicas debemos saber que esos pecados también están incluidos en los pecados del mundo y que por tanto han sido transferidos a Jesús en Su bautismo. Debemos creer en esto. ¿Lo entienden? Las personas que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu de verdad no tienen pecados personales tampoco. Nosotros no tenemos estos pecados, así que ¿cómo vivimos? Todo lo que tenemos que hacer es ofrecer nuestros cuerpos y corazones a las obras justas.
Hermanos y hermanas, ¿lo entienden? Si pueden, no vayan a las discotecas o a lugares así, sino vengan a la Iglesia de Dios a escuchar Su Palabra. Y si pueden, encuéntrense con nuestros hermanos y hermanas, con los ministros de la Iglesia de Dios y hagan la obra de Dios. Espero que obedezcan a sus pastores cuando les digan que pongan pósteres, prediquen el Evangelio con la iglesia, u ofrezcan oraciones a Dios. Si lo hacen sus cuerpos y corazones vivirán vidas santificadas como justos. Si entregamos incluso nuestros cuerpos a la obra justa, estaremos limpios en cuerpo y espíritu. Aunque nuestras acciones físicas sean un poco insuficientes, si nuestros corazones han sido santificados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, somos los justos que no tenemos pecados en nuestros corazones. Vamos al Cielo. No se preocupen por eso.
La Biblia dice que nuestro Señor ha borrado nuestros pecados perfectamente para siempre: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado» (Hebreos 10, 15-18).
Hermanos y hermanas, ¿entienden bien este pasaje? Donde dice: «hay una remisión de estos» significa que todos los pecados fueron redimidos. En otras palabras, todos sus pecados, así como los míos, fueron redimidos. El Señor es nuestro Salvador. El Señor que vino a través del Evangelio del agua y el Evangelio es nuestro Salvador. Hermanos y hermanas, ¿creen en esto?
Deben creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y recibir la remisión de los pecados en sus corazones. El Evangelio del agua y el Espíritu es el Evangelio de la remisión de los pecados, y este Evangelio es la mayor bendición de la salvación que nos da la vida eterna de Dios. Nosotros somos personas que han recibido la mayor bendición del mundo. ¡Aleluya! Los que salen de la Iglesia de Dios son personas benditas. Los siervos de Dios, ya sean uno o dos los que salen de aquí, están predicando el Evangelio. Ustedes son los santos que escuchan la Palabra de Dios a través de la boca de los siervos de Dios, y sus almas están bendecidas. ¿No es cierto?
Está escrito: «Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12).
Espero que sepan la verdad de que estas son palabras benditas para los nacidos de nuevo. No hay verdadera luz en este mundo excepto Jesús. Solo Jesús es nuestro Salvador, que nos ha salvado de los pecados completamente. Solo Él es nuestro Dios y una Persona completamente buena. Solo Su obra es la buena obra. «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
Así que creímos en el Evangelio del agua y el Espíritu; ¿nos dice que sigamos la Palabra de Dios de ahora en adelante? Entonces, ¿significa esto que tenemos que recibir la remisión de los pecados dos veces? No. Si seguimos al Señor después de recibir la remisión de nuestros pecados con fe en Su Palabra, la salvación que hemos conseguido del Señor no se oscurece. Entonces no vagamos espiritualmente por culpa de las dudas. En otras palabras, no volvemos a nuestras vidas antiguas. Hermanos y hermanas, ¿lo entienden?
Aunque hemos recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, debemos unirnos con la Iglesia de Dios y vivir con fe creyendo en la justicia de Dios. Incluso después de nacer de nuevo, al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu, caeremos en la oscuridad de nuevo y moriremos si no nos unimos con la Iglesia de Dios y Su Palabra que sale de ella. Como la Palabra dice: «Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno» (2 Pedro 2, 22), si una persona que tenía el Evangelio no tiene fe en la Palabra en su corazón, las palabras vomita las palabras que ha escuchado y muere.
Digamos que hemos plantado crisantemos salvajes. El capullo ha sacado tallos y han crecido desde el suelo. El capullo separa la tierra y sale para florecer; si hay una roca encima y no hay suelo debajo, no puede florecer, se seca y se marchita. Es cierto que este tallo es un crisantemo salvaje, y esa es una vida nueva, pero no vive mucho y muere. De la misma manera los justos que han recibido la remisión de los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu también necesitan escuchar la Palabra justa de Dios, leerla, y predicarla después de nacer de nuevo.
Hermanos y hermanas, ¿quién filtra las cosas malvadas en los campos de sus corazones y las rocía? Los siervos de Dios en Su Iglesia hacen esta obra con la Palabra de Dios. El Espíritu Santo también ayuda. Deben darle la Palabra de Dios a su fe para que su fe florezca y dé frutos perfectos. Entonces, viviremos con fe alabando al Señor al dar grano perfecto. Si escuchamos los sermones de los mentirosos que no creen en el Evangelio del agua y el Espíritu después de haber recibido la remisión de nuestros pecados, enfermamos espiritualmente y morimos. Por tanto, deben librarse de todo lo que haya en sus corazones excepto de la Palabra de Dios, que la predican los hombres de fe que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. Las almas de los justos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu mueren si toman veneno espiritual. Quiero decir que una persona que bebe agua con veneno, morirá. Por eso Dios ha separado las aguas; las agua que estaban debajo del firmamento de las aguas que estaban por encima del firmamento (Génesis 1, 6-7). Los justos mueren si escuchan las palabras de los pastores que no han nacido de nuevo, porque les han dado agua contaminada a las almas inocentes.
El pueblo de Israel celebraba la fiesta del pan sin levadura durante siete días después de la Pascua. Esto significa que una persona nacida de nuevo debe creer completamente en la Palabra de Dios. Para ello los justos deben escuchar y comer las palabras que predican los siervos de Dios. De esta manera viviremos y así es cómo seguiremos a Dios. Si comen pan con levadura, morirán. Si comen pan que tiene levadura espiritual, su fe morirá. Si los justos comen cosas que tienen pensamientos y enseñanzas humanas, sus almas mueren espiritualmente.
Así que el Señor dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Nuestro Señor apunta hacia Sí mismo y dice: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas». Él habló de esta parte de nuevo en Juan 15, y debemos recordarlo bien. Dijo: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Quien viva en Mí dará mucho fruto; porque sin Mí no podéis hacer nada. Si alguien no vive en Mí, se marchitará». Nuestro Señor dice que le sigamos. Dijo: «Seguidme, porque soy la luz del mundo». Jesucristo, Su Palabra, y Su Iglesia son la luz del mundo. Hermanos y hermanas, ¿lo entienden?
Como la luz de un faro vista desde la distancia es la salvación para un barco que va a la deriva en el mar oscuro lleno de olas violentas, Jesucristo y los siervos de Dios son la luz de la salvación para una persona que está siendo agitada por el pecado. Los siervos de Dios están en Su Iglesia, y los que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu, se convierten en la luz del mundo por predicar Su Palabra. No añaden sus propios pensamientos cuando predican la Palabra; son personas que predican la Palabra tal y como es. El lugar donde se reúnen es la Iglesia de Dios, y esa Iglesia es la luz del mundo oscuro.
El Señor dijo: «Soy la luz del mundo. Quien Me siga obtendrá la salvación». Hermanos y hermanas, nuestro Señor vive en nosotros ahora. Existe en todos los pastores y los santos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu. El Señor les dio a Sus santos la Iglesia de Dios; así que ellos están dentro. La persona que sigue las recomendaciones de la Iglesia de Dios es una persona que sigue a nuestro Señor. Seguir a la Iglesia nacida de nuevo es seguir al Señor; y la gente que recibe las recomendaciones de la Iglesia recibe la ayuda del Señor.
Nuestro Señor nos salvó de todos los pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Nos salvó de los pecados y del juicio. Nuestro Señor dijo: «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 1, 2). ¿Qué es la prosperidad de nuestras almas? Recibir la remisión de los pecados. Primero debemos conseguir la justicia de Dios y recibir la salvación de todos los pecados al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu. Hemos creído en el Evangelio del agua y el Espíritu en nuestros corazones, confesado con nuestros labios, llegado a la salvación, y nos hemos convertido en los justos. Si ahora los que nos hemos convertido en justos escuchamos la Palabra de Dios y nuestra fe crece rápidamente, nuestro Dios nos bendice para que nuestros cuerpos tengan salud, y para que todo lo demás también vaya bien.
Pero si nuestras almas no crecen bien por la fe en el Evangelio del agua y el Espíritu, no podemos recibir las bendiciones de este mundo. Si los nacidos de nuevo solo buscan la prosperidad de sus cuerpos, se convertirán en hombres de la carne que rechazan sus almas. Pero si el alma prospera gracias al Evangelio del agua y el Espíritu, su cuerpo recibirá bendiciones y vivirán bien aunque no se preocupen por ello. Este es el principio de recibir las bendiciones de Dios ante Él. Esta es la voluntad de Dios, nuestro Padre.
Así que debemos seguir la justicia de nuestro Señor en Su Iglesia. Debemos seguir la luz de la vida. La luz de la vida es nuestro Señor. Cuando crece nuestra fe, debemos dar la luz de la salvación hasta el final de la tierra. Y entraremos en el Reino del Señor después de haber vivido como guardianes de la Verdad, como un faro para las almas perdidas, y como siervos y pueblo de Dios.
¡Queridos santos! Nuestro Señor nos ha salvado completamente de nuestros pecados a través del Evangelio del agua y el Espíritu. Así que es el Dios del amor y el Salvador de la Verdad. Hemos recibido grandes bendiciones. Hemos conseguido el propósito por el que nacimos en este mundo. Una larva vive en este mundo como larva durante seis o siete años para convertirse en una cigarra. Cuando llega el momento en que la larva se convierte en una cigarra, sus alas y el sonido de las mismas son muy bellos.
En otras palabras, es lo mismo que alabar el amor del Señor. Nuestro Señor recibe con alegría nuestras gracias y alabanzas cuando todo el mundo escucha la Palabra del Evangelio del agua y el Evangelio, cuando nacemos de nuevo por fe y cantamos: «Gracias, Dios. Gracias». Nacimos en el mundo y nos convertimos en hijos de Dios para poder eliminar nuestros pecados. Nacimos en este mundo para recibir las bendiciones de Dios, convertirnos en Sus hijos, y disfrutar de la felicidad eterna. Dios nos hizo, y le damos gracias por haber nacido en este mundo y haber recibido la salvación de todos los pecados.